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Neon city, El Dragón Negro III

en Grandes Relatos

Neon City, El Dragón Negro

Capítulo III, Lo que en la oscuridad acecha

(Novela por entregas)

Relato escrito por Lord Tyranus para la Antología TRCL

 

Perfil TR del autor:

http://www.todorelatos.com/perfil/1443019/

 

 

 

Aviso legal

El presente trabajo se encuentra protegido bajo licencia Creative Commons, queda estrictamente prohibida la reproducción, copia y distribución sin el permiso expreso de su autor

 

 

Salió del «Venus Ardiente» una hora después. No quiso discutir con Pierce¬ sobre el tal Reinhardt, pues seguramente ni siquiera su jefe sería consciente de lo que aquel cazarrecompensas pretendía. Así que, por no preocuparlo, decidió no contarle nada. Era una suerte, por otro lado, que no hubiera cámaras de seguridad instaladas en las habitaciones. Eso hacía que no tuviera tanta preocupación por si alguien se enteraba. Pero sabía que eso no era así.

 

Caminaba por las ya silenciosas y oscuras calles del quinto sector. Atrás iba quedando el club nocturno, cuyas refulgentes luces aún brillaban con fuerza, pese a ir agrandándose la distancia. Iba por la calzada principal, donde la fuerte luz de las farolas iluminaba todo. Esta era lo mejor forma de volver a casa, pues al menos con esa luminosidad podía avistar a quien se acercase. Entre los oscuros callejones, se escurría la peor calaña imaginable. Y Carolina no deseaba cruzarse con ninguno de ellos. Tal vez debía llamar a un aerotaxi, pero la chica concluyó que un pequeño paseo no le vendría mal. Además, no era la primera vez que volvía andando del club a su hogar y no había sufrido ningún percance. Eso no significaba que no pudiera pasar, pero confiaba lo suficiente en sí misma para saber cómo enfrentar el problema, de darse el caso. Tal como le dijo a Reinhardt, sabía cuidarse ella sola muy bien. Además, llevaba una pistola de plasma en su chaqueta, por si las cosas se ponían delicadas.

 

Caminó por aquella amplia calzada mientras sentía cómo el aire le movía un poco su melena. Ese suave viento procedía de las turbinas que había acopladas en la inmensa cúpula de cristal y metal que recubría Neon City. Estas grandes máquinas se encargaban de mover el aire, impidiendo que así se estancase y que el oxígeno procedente de los purificadores se extendiese por todas partes. Además, daba la sensación de que había una atmósfera viva y limpia que a los habitantes de tan gran núcleo urbano les parecía confortable. A ella le agradaba sentir aquel viento, aunque el que deseaba sentir era el real, el aire impulsado que se pudiera dar en un gran planeta a raíz del clima y las corrientes naturales. Pero, para ello, debería irse de aquel lugar en el que vivía y, de momento, esa no era una opción.

 

Tras media hora de larga caminata, Carolina por fin llegó al lugar en el que vivía. Aquel gran edificio de metal oscuro era parte de una gran infraestructura conocida como cubículos residenciales. Se trataban de viviendas prefabricadas en las cuales vivían los mineros que acababan de llegar a la estación orbital como parte del grupo que descendía al planeta Atlas-IV para extraer minerales y otros recursos. Estas residencias estaban diseminadas por toda Neon City y, aunque seguían habitadas, ya no eran más que antiguas reliquias olvidadas. Quienes vivían ahí eran tan solo personas con escasos recursos, pues muchos pisos se vendían o alquilaban a precios muy bajos. Este era el lugar adonde se había trasladado ella tras la muerte de su madre. No se trataba de un sitio especialmente lujoso y, de hecho, las instalaciones eran algo precarias, pero era más seguro que otros edificios. Al menos, ahí la mayoría de los vecinos eran personas decentes. La mayoría. A otros, mejor había que evitarlos.

 

El edificio era bastante ancho y de forma rectangular. Carolina cruzó una pequeña plaza que había entre la propiedad donde vivía y otra que se encontraba justo frente a esta. Avanzó por en medio, sin apenas sentir miedo por el hecho de hallarse tan expuesta. Realmente no sentía que lo estuviese. Llegó hasta la puerta, compuesta de dos hojas blindadas perfectamente cerradas. Al lado había una pantalla táctil que se encendió nada más la chica estuvo cerca de esta. Introdujo el comando de activación de la puerta y una voz femenina mecanizada le habló.

 

—Bienvenido a la residencia número 340 del quinto sector. Diga su número de identificación.

 

—El número es 35709126 —respondió de forma seca.

 

—Bienvenida, Carolina Santos —dijo con súbito entusiasmo aquella voz—. Tiene acceso a su residencia. El piso 34 en la planta 3.

 

Un fuerte sonido de aire escapando de un lugar presurizado sonó al abrirse la puerta. La chica pasó y, tras atravesar la entrada, la puerta se cerró con el mismo hermetismo. Recorrió el pasillo hasta llegar a una amplia sala que daba a varios ascensores.

 

Solicitó uno y esperó. A su lado, un robot con forma de disco y tan grande que le llegaba hasta la mitad de su cuerpo, paseaba silenciosamente por la sala, dedicándose a limpiar el suelo de suciedad. El zumbido que generaba al aspirar era lo único que se escuchaba. Ella siguió a la espera, con su mente en otro lugar y la mirada perdida en algún punto indeterminado de aquella estancia, hasta que el chirrido del ascensor la hizo volver en sí. Se metió en este y pulsó el botón de la planta a la que se deseaba ir. Las puertas se cerraron y notó cómo el habitáculo mecanizado inició su viaje hacia arriba. Mientras ascendía, la mecanizada voz de mujer le informaba de lo último que había ocurrido en el edificio y en Neon City, pero para Carolina era como si no existiese. Esa voz era la que utilizaba la rudimentaria Inteligencia Artificial del edificio para comunicarse con sus habitantes. La I.A. era un programa informático cuyo principal objetivo consistía en el mantenimiento de la propiedad, controlando entradas principales, limpieza y seguridad. No era tan compleja como las inteligencias que se hallaban dirigiendo las altas torres del sector principal. Esas eran más sofisticadas y capaces de razonamientos complicados. Esta tan solo se limitaba a memorizar datos y cumplir las funciones básicas. Pese a esto, cumplía de sobra su objetivo.

 

El ascensor se detuvo en la planta indicada por Carolina y esta salió. Ya una vez fuera, recorrió el angosto pasillo. Apenas había más que unas luces encendidas. Todo permanecía sumido en la oscuridad más tenue. Caminó varios pasos hasta dar con su piso y, una vez allí, introdujo el comando de apertura. La puerta, una hoja metálica de color verde claro, se desplazó hacia la derecha permitiendo a la chica entrar.

 

El piso era amplio. Ante ella tenía un comedor-dormitorio en cuyo centro estaba la cama donde dormía. A su izquierda había un sofá color morado y, en la pared derecha, una cristalina pantalla que servía como televisor. Pegado a la gran ventana de cristal, había un escritorio inclinado con una pantalla táctil en la que Carolina solía hacer dibujos. Su mayor sueño era poder ser una artista holográfica que hiciera modelos tridimensionales de figuras de extrañas, pero atrayentes formas, que fuesen proyectadas a modo de hologramas, desde algunos de un solo metro hasta otros de gran altura, los cuales solían mostrarse en prestigiosos museos y galerías de arte. Se quedó mirando a ese rincón donde, por unas horas, lograba desconectar de absolutamente todo. Una sensación de tristeza y la  invadió. Inclinó la cabeza un poco y se dirigió a la cocina, que estaba en el otro lado. El piso se componía de dos cubículos. Era algo más caro, pero Carolina no deseaba vivir en un sitio hacinado, teniendo que asearse, hacer la comida y dormir en la misma habitación. Por ello, pagando un poco más de alquiler, logró hacerse con este habitáculo más amplio.

 

Fue caminando hasta la cocina, pero antes decidió encender las luces. Cuando accionó el interruptor, vio que solo la de la cocina se encendía. Eso le pareció algo extraño. Pulsó el botón de accionado varias veces, pero nada pasaba. Entonces, la pantalla holográfica se encendió de súbito. Ella se giró asustada hacia esta. Miró a un lado y a otro, sin saber qué hacer cuando vio de forma repentina una sombra delgada en mitad de la sala.

 

Una música tranquila, pero a la vez tensa, comenzó a sonar. Aquella enigmática silueta permanecía allí parada, sin hacer ni un solo movimiento. Carolina apenas podía creer lo que tenía ante ella. Se fue moviendo con lentitud, mientras que se preparaba para sacar el arma que llevaba en su chaqueta. Justo cuando se dispuso a hacerlo, la espectral presencia dio muestras de vida.

 

—Yo que tú no lo haría —advirtió con fantasmagórica voz.

 

La sangre de Carolina se heló al instante, nada más escuchar esa voz. No por lo extraña e intimidante que sonaba. No. El problema era que la había reconocido. Sabía quién era su dueño. Uno que llevaba sin ver desde hacía tres semanas.

 

—¡Hola, Kraken! —exclamó ella asustada—.  ¡Cuánto tiempo sin verte!

 

—Ya lo creo —Gavin Scherzo parecía muy contento al hablar, pese a que la oscuridad no permitía atisbarlo muy bien—. Ha pasado bastante.

 

Dio unos de pasos, los suficientes como para que la luz que se filtraba por la ventana lo iluminase. Fue como si un demonio, procedente de las tinieblas, decidiese salir de su escondrijo para revelarse bajo la luminosa presencia del mundo. Y, al hacerlo, con ello resaltase aún más su horrenda apariencia.

 

—¿Cómo has entrado? —preguntó Carolina tensa mientras retrocedía un poco.

 

—Muy fácil. La I.A. de este edificio es muy rudimentaria, fácil de engañar —explicó el engendro caminando con tranquilidad—. Un pirateo básico es suficiente para dejarme entrar y esperarte de forma confortable en tu piso.

 

Una máscara de gas color negro ocultaba su rostro por completo. Dos redondas lentes de cristal transparente eran los ojos de aquel ser. Un respirador redondeado se hallaba en la zona de la boca y un tubo alargado conectado a este descendía por su cuello de forma serpenteante, hasta dar con su pecho, inyectando el gas a sus pulmones. No era que Scherzo tuviera problemas respiratorios, pero a veces le gustaba chutarse con una buena ración de gas estimulante que activaba sus receptores nerviosos excitándolo mucho y alterando sus percepciones. Y eso no era bueno, pues lo convertía en un sujeto descontrolado y salvaje. El tubo se metía en su pecho, conectado con un receptor metálico que, a través de unos microtubos, introducía el gas directamente en sus pulmones. Su torso estaba completamente desnudo al no llevar camiseta. De hecho, era raro que la llevase. A causa de esto, se podía ver por qué razón le llamaban Kraken 8; en su pecho tenía tatuado, en un intenso color rojo, la figura de un pulpo con sus largos ocho tentáculos bien extendidos. Además del tatuaje, otras cosas se veían al no llevar camiseta, como el brazo de metal izquierdo. Este no estaba recubierto por la capa de metal polimerizada que era flexible ni poseía sensores de tacto que le permitieran notar las percepciones que emulaban las de la piel autentica. En su lugar, se podía ver toda la estructura interna que componía esta prótesis, desde las válvulas que movían la muñeca, pasando por las barras de acero que conformaban el antebrazo. El miembro se movía gracias a un software especializado que se encargaba de reproducir los movimientos a través de la detección de los impulsos nerviosos, por sensores colocados en la zona superior del brazo. Pese a todo, este lo hacía de forma tosca, no porque fuera un modelo antiguo, sino por el maltrato al que solía someterlo Scherzo. De forma rudimentaria, el brazo se movió, emitiendo un quejumbroso chasquido, como si le costase trabajo funcionar. Kraken 8 seguía observándola con completa pasividad, como si no le importase tenerla allí delante.

 

Carolina intentó agarrar el arma escondida dentro de su chaqueta, pero entonces Scherzo se movió. Avanzó un poco más, permitiendo a la mujer, observar el subfusil que portaba en su mano derecha, compuesta, esta sí, de carne y hueso ordinarios.

 

—Te lo repito, ni se te ocurra hacer eso.

 

Tragó saliva mientras notaba al tipo aproximándose más a ella. Podía escuchar las profundas exhalaciones que se emitían a través del respirador de la máscara. Su voz sonaba igual. Hermética y tenebrosa. Siguió caminando hasta quedar a tan solo un escaso metro de ella. Miró el suelo, pero enseguida volvió sus ojos hacia ella, cosa que la puso muy tensa. Carolina se retiró un poco hacia atrás mientras apreciaba el refulgente brillo carmesí procedente del pigmento rojo con el que había teñido los iris de sus ojos. Le recordó a los centelleantes orbes escarlatas del cazarrecompensas. Pero, donde en uno se ocultaba al final bondad y comprensión, aquí lo único que veía era malevolencia y crueldad. Luego se fijó en cómo alzaba un poco su arma. Esto no le gustaba nada.

 

—Cuánto tiempo sin verte, ¿sabes?— comentó con un dejo retorcidamente melancólico.

 

—Tres semanas —le respondió Carolina mientras no apartaba su mirada ni un solo segundo del arma.

 

Kraken 8 extendió sus brazos en una pose que intentaba ser jovial, aunque más bien, parecía siniestra.

 

—Si, hace tanto que no vengo a visitarte —sonaba en cierto sentido entristecido, pero era evidente que no lo estaba—. He estado metido en bastantes asuntos jodidos. Tantos que no podrías ni imaginártelo, Mariposita mía.

 

Ladeó la cabeza de una forma tétrica y misteriosa. Scherzo se comportaba de una manera errática, lo cual llevó a concluir a Carolina que el hombre estaba drogado. No hasta el punto de perder su juicio y entendimiento del mundo, pero sí lo suficiente como para tornarse en un sujeto violento e inestable. Además, cualquier atisbo de humanidad en él hacía mucho que desapareció. El tipo volvió a mover su mano derecha, como haciendo notar la presencia del fusil. La bailarina estaba cohibida y aterrada, en vilo ante lo que pudiera pasar.

 

—¿No te alegras de verme? —preguntó intrigado Kraken 8.

 

Carolina decidió responderle. Sabía que, de no hacerlo, su “amigo” no tardaría en volverse loco. Eso era lo peor que le podía pasar.

 

—Por… por supuesto —exclamó la chica con una radiante sonrisa más que fingida—, me pregunté todo este tiempo dónde estarías metido. Llegué a estar incluso un poco preocupada por si te había pasado algo.

 

El silencio reinaba en toda la habitación. Carolina observaba con impaciencia los movimientos del hombre, pendiente de cualquier reacción. Esperaba calmarlo con esas palabras, aunque no podía fiarse. Kraken 8 exhaló su aliento de forma reverberante. Aquella máscara de gas le daba un aire distante a la vez que perverso. Era un ser tan apático como intimidante, algo que no parecía de este mundo, pero que a la vez era muy familiar. La chica seguía nerviosa porque no parecía que Scherzo fuera a responderle. Pese a todo, lo hizo. A su manera.

 

—Como te he dicho antes, he estado liado —Fue su contestación—. Algunos capullos molestando por aquí, varios mamones tocándome los cojones por allá. Me he tenido que ocupar de todos ellos — Parecía que terminaba de hablar, pero se volvió a Mariposa en ese instante—. Aún me queda uno. No tardaré, sin embargo, mucho en solucionarlo.

 

—¿De cuál se trata?

 

La respiración de Kraken 8 se aceleró un poco. El líder de la banda de traficantes más temida de toda Neon City (o al menos eso proclamaba con insaciable orgullo) la miró como si estuviera seleccionando el próximo objetivo al que iba a disparar. Eso puso de los nervios a Carolina.

 

—¿Ha pasado algo interesante durante mi ausencia?

 

Ignoró su pregunta. Carolina entendía que Kraken sospechaba algo. No era que el hombre supiera claramente lo que la chica había presenciado, pero su intuición nunca le fallaba y, para él, era evidente que ella ocultaba algo. Por ello concluyó que debía ser cuidadosa con sus palabras.

 

—Ya sabes, lo de siempre —respondió vagamente—. Las mismas caras y el ambiente de todos los días. Nada reseñable.

 

Sabía que a Scherzo no le gustaba complicarse con demasiados detalles. Su atribulada mente estaba plagada de rivalidades ficticias con otras bandas, de conspiraciones sin sentido que involucraban a agencias del gobierno y fuerzas policiales, todo ello sin olvidar probables traiciones de aliados o colegas. Lo último que necesitaba era que le llenasen la cabeza de más datos inútiles. Porque prefería llenarla con sus enajenaciones mentales, producto del consumo desmedido de drogas. Pese a todo, no podía bajar la guardia. Que estuviera en su piso tras no verlo en semanas le hacía sospechar que algo no iba bien. Más le valía andar con pies de plomo y no tomar un paso en falso. De equivocarse, el resultado sería fatal para ella.

 

—¿En serio? —preguntó Scherzo con escepticismo—. ¿No ha aparecido por allí alguna cara nueva? ¿Alguien novedoso que te llamase la atención?

 

No podía perder la compostura. No debía. Puede que Kraken 8 no fuese el tipo más intuitivo de aquella urbe, pero hasta un colgado como él se percataría de la burda ristra de mentiras que le estaba soltando. Respiró hondo, buscando calma de forma desesperada antes de lanzarse de nuevo al ruedo.

 

—Te aseguro que no ha ocurrido nada relevante en tu ausencia —contestó con vehemencia y seguridad.

 

Un extraño resuello surgía del interior del respirador. A Carolina eso no le gustaba. Siempre que se enfurecía, Scherzo solía permanecer unos instantes así, como si estuviese murmurando. La primera vez que lo vio fue la primera vez que se encontraron. Los hombres de la banda llevaron hasta una de las calles que había detrás del club. Allí pasaban revista de lo que habían vendido. Uno de los yonquis que trabajaban para él dedicándose a vender droga en los oscuros callejones del cuarto sector le mintió acerca de la misteriosa desaparición de droga. No concordaba la cantidad de dinero con el número de droga entregada. Scherzo siempre calculaba eso con precisión (sorprendente para un tipo de mente trastornada) y, cuando el drogadicto le dijo que se la habían robado, Kraken permaneció callado un momento. Tan solo medio minuto, puede que menos. Se escuchaba ese susurro, como si estuviera resentido. Era algo imperceptible y el confiado yonqui pensaba que no era algo malo. Pero, para cuando quiso darse cuenta, Gavin Scherzo le reventó la cabeza con una barra de hierro. A Carolina aún se le ponía la carne de gallina solo de recordar ese sonido pesado, seguido de los fuertes crujidos que emitía el cráneo al ser destrozado por la barra. Para cuando acabó, los grisáceos sesos del yonqui decoraban el suelo con pringosa viscosidad. Esperaba que ese no fuese su destino. Lamentablemente, era a eso a lo que estaba jugando.

 

—Qué curioso —Su voz sonaba sagaz y desconfiada—. Siempre que nos encontramos sueles venirme con algún nuevo detalle para entregarme. Incluso la noche más corriente me sorprendes con información fresca. Eres muy observadora y tenaz. Eso es por lo que me gusta tenerte como mi informante personal. Bueno, por eso, y por lo buena que estás.

 

Tragó saliva mientras su cuerpo temblaba de manera inestable. No lo parecía, pero se sentía como un glacial de hielo a punto de derrumbarse por el intenso calor que lo derretía. Tenía la imperiosa necesidad de sacar su arma. Observó cómo Kraken se movía, dando un pequeño paseo por la habitación, de forma casual y tranquila, como si ese lugar lo hubiera frecuentado durante años.

 

—Si, nunca hay día que mi dulce Mariposa no me entregue algo, aunque sea el más nimio elemento que cualquier otro no daría por significativo —Sus ojos rojizos, translucidos por las lentes cristalinas, se deslizaron sobre ella mientras decía todo aquello—. Lo que un gilipollas consideraría mierda sin importancia, para mí es la cosa que decide la diferencia entre ganar o cagarla de forma neta. Siempre me lo das y yo, por eso, venzo.

 

Se iba acercando. Notaba cómo su ominosa figura aumentaba de tamaño. Poco a poco. No había prisa. Con paso firme, Kraken 8 quedó justo delante de Carolina, esta vez a tan solo escasos centímetros. Luego, alargó su metálico brazo izquierdo. La chica se alteró cuando notó las lacerantes y frías falanges acariciando su brazo, clavándose en la tela de su chaqueta, rozando hacia arriba. El corazón le latía con fuerza mientras miraba esas lentes transparentes, donde se adivinaban los glóbulos oculares de refulgente rojo que parecían querer hipnotizarla. Era una visión extraña y grotesca, pero a la vez emanaba una desconcertante belleza de esta.

 

—Tan bonita, tan grácil, tan dulce —dijo con serena voz Scherzo—, tan deliciosa…

 

Carolina notaba la leve calma al oír esas aduladoras palabras. Notó la mano en su hombro. Su respiración profundizó en su pecho con exhalaciones más tenues.

 

—Tan sinuosa, tan cálida —La voz parecía relajada. Quizás no todo estaba perdido—. Tan… puta mentirosa.

 

Las pupilas se dilataron. La mano derecha quiso introducirse dentro de la chaqueta para sacar la pistola de carga plasmática, pero, para cuando quiso darse cuenta, la metalizada mano ya estaba rodeando su cuello. Aquellos ojos, cargados de sosiego y paz, se tornaron violentos. Una acrecentada opresión envolvía su garganta. La mente de Carolina comenzó a nublarse mientras intentaba en vano aspirar algo de aire, tanto por la nariz como por la boca. Se agitaba desesperada, buscando liberarse sin éxito. Aferraba el brazo izquierdo, tratando de romperlo. El derecho intentaba agarrar el arma, pero no podía llegar. Las fuerzas la estaban abandonando. Entonces, Kraken 8 la agarró de forma impetuosa y la lanzó hasta el centro de la estancia.

 

Su cuerpo dio varias vueltas y, para cuando se detuvo, el mundo giraba sin cesar. Confusa, pudo ubicar a Scherzo acercándose como una tenue sombra cuya forma se veía incapaz de enfocar correctamente. Para cuando lo tuvo cerca, su máscara se asemejaba más que nunca al rostro de una bestia inhumana, que además parecía estar sonriéndole de forma pantagruélica, como si se burlarse del destino que le esperaba. Y, de repente, le propinó un puntapié con una de sus botas de suela de acero en el pecho.

 

—¡Zorra de mierda! —espetó el tipo con beligerancia mientras la pateaba por segunda vez, en esta ocasión, en el estómago.

 

El dolor penetró por su cuerpo de forma invasiva. Sintió cómo todos los huesos en su interior temblaban al unísono mientras que sus órganos se tambaleaban en un discordante movimiento. Pese a todo, no se iba a dar por vencida. Si quería matarla, no dudaría en plantarle cara. Ella no era otra de sus guarras adictas al producto con el que él comerciaba.

 

Justo en ese instante pateó la pierna izquierda de Scherzo. Sabía que no era de metal. Lo hizo con todas las fuerzas de que disponía, pues aún se hallaba traspuesta por los dos fuertes impactos padecidos y su cabeza todavía no la había ubicado en la situación. Pero, con lo poco que manejaba, no solo logró desestabilizar a su contrincante, sino también, ganar tiempo para, por fin, sacar su pistola. Esperanzada por esto, apuntó esta contra Kraken y se dispuso a apretar el gatillo. Pero, de repente, alguien tiró de ella hacia atrás, agarrándola por la cintura.

 

Se intentó revolver con todas las fuerzas posibles, todo mientras luchaba por apuntar con su arma a Scherzo. Este la miraba con cierto desprecio, como si sus fútiles intentos de matarlo le divirtiesen. Trató de colocar el dedo sobre el gatillo para abrir fuego. Aunque fueran disparos a ciegas, confiaba en que alguno acertase en el objetivo. Pero, justo en ese momento, sintió una fuerte presión en su muñeca. Una pinza se cerró sobre su mano y apretaba con presión sobre esta, causándole un dolor insoportable. Carolina trató de aguantar todo lo posible, mientras buscaba apretar con desesperación el gatillo, pero fue inútil. No pudo soportar ese lacerante suplicio en su muñeca y se vio obligada soltar el arma mientras dejaba escapar un sonoro grito. Escuchó cómo la pistola caía sobre el suelo y entonces volvieron a arrastrarla, haciéndola caer de espaldas de nuevo para, acto seguido, volver a enderezarla.

 

—¿De veras pensabas que vendría a esta cita solo? —preguntó de manera despreciable y burlona Kraken—. ¿Me crees tan estúpido para no salir acompañado de mis tentáculos?

 

Su presencia se volvía intimidante por momentos. Detrás de él aparecieron otros dos hombres, como sombras surgidas de las tinieblas. Al igual que él, llevaban máscaras de color negro y no tenían camisetas, revelando sus implantes cibernéticos y prótesis, además del característico tatuaje en el pecho de color rojo, en este caso, un largo tentáculo enrollado, simbolizando la posición de cada secuaz dentro de la banda.

 

En ese mismo instante sintió cómo la presión en su muñeca disminuía hasta desaparecer del todo. Fue un alivio, aunque se preguntaba si la articulación no habría quedado gravemente dañada por esto. Giró la vista para ver que tenía a los lados a otros dos hombres, más dos detrás. Uno era quien la agarraba de la cintura. Miró al que tenía a su izquierda, el de la pinza. A diferencia de sus compañeros, no llevaba máscara. Su mustio rostro, de rasgos asiáticos, se revelaba de forma evidente. Entre la blanquecina piel se adivinaban los oscuros rebordes de las placas de metal que sostenían los huesos cigomático y nasal de la parte frontal del cráneo, rotos cuando un miembro de los Hijos Electrónicos le acarició con un mazo neumático en una reyerta que tuvieron. La operación fue un acto tosco y torpe, pues los cirujanos sin licencia no eran muy buenos ni contaban con el material adecuado para este tipo de intervenciones. No solo era que se intuyesen sobresaliendo los rebordes de las placas, es que la nariz se notaba achaparrada y deforme. Eso le daba un aspecto repugnante a la par que ridículo, gracias al flequillo en punta y su vestimenta con chaqueta de cuero negra y pantalones oscuros. Y, junto con la pinza que sustituía su mano derecha, Cavanaugh, que era como se llamaba el tipo, le parecía el miembro más reseñable de la banda de Kraken. El resto eran todos uniformes, casi clónicos.

 

—¡Ponedla en pie! —ordenó furioso Scherzo.

 

Se acercó hasta ella, flanqueado por los otros dos hombres. A pesar de llevar la máscara puesta, Carolina sabía que Gavin estaba lleno de ira homicida. Lo notaba en su desacompasada respiración, en los inestables movimientos de su cuerpo, en el sudor que recorría su torso tornándolo en algo brillante al reflejarse la escasa luz sobre él. Ella, en cambio, estaba aterrada, pero no pensaba darle el gusto al tipo de disfrutar con su miedo. Lo miró con firmeza, desafiante, lista para plantar cara. Y lo que recibió en su cara, fue un estruendoso golpe con la culata del subfusil que Scherzo portaba.

 

—Eres una gilipollas —escupió el líder de la banda con desprecio tras asestarle el impacto—. ¿De verdad creías que ibas a engañarme? ¿Me tomas por un imbécil que se chupa el dedo como un bebé recién nacido?

 

Un creciente dolor se extendió por su cara al tiempo que percibía la tibia sangre recorriendo su piel. Acababa de reventarle la nariz. No tardó demasiado en sentir el cobrizo sabor de la sangre deslizándose por sus labios. Pero eso no la acobardó.

 

—No creo que seas un imbécil —respondió decidida—, más bien, creo que eres un capullo integral cuyo cerebro se ha podrido gracias a toda la mierda que se ha inyectado durante todos esto años.

 

Esta vez fue la pinza de Cavanaugh la que la golpeó. Sintió el choque en el lado izquierdo de la sien. Su cerebro se meció dentro de la cavidad craneal mientras un fuerte hematoma se dibujaba en la piel, como una mancha purpúrea. Esta vez el dolor tomó posesión de su mente, adentrándose en cada recoveco, reinando con tortura todo su ser. Notaba su cuerpo alicaído, como si fuera un muñeco de trapo. Con cada vez tenía menos fuerzas, estuvo a punto de precipitarse contra el suelo, pero entre dos, lograron sostenerla de cada brazo para que no cayese.

 

Scherzo echó a reír. Sus carcajadas resonaban a través del respirador, como sonidos abismales. El tipo se contrajo un poco, como si estuviese dándole un ataque al corazón, pese a que solo estaba reteniendo sus ansias de diversión insana al ver como golpeaban a la chica como si no fuera nada más que un saco de cemento. Tras reponerse un poco fue acercándose a Carolina, quien había doblado sus rodillas y permanecía pendiendo en el aire, levemente mecida sobre los brazos de los hombres que la tenían agarrada. Se colocó justo delante. Su máscara se hallaba muy próxima al rostro de ella, haciéndole notar con irritación el cálido aire surgiendo del interior del respirador. Sus ojos se mostraban más brillantes de lo habitual.

 

—Clifton Reinhardt —Cuando escuchó ese nombre, sintió cómo un halito de desesperanza recorría su cuerpo. Ojala le hubiera hecho caso—. ¿Te suena el nombre?

 

Kraken esperó impaciente a que la chica contestase. Pero ella no lo hizo. Seguía con la cabeza gacha, vencida por el miedo y la desesperanza de salir de ese piso con vida. Su agresor emitió un bufido, insatisfecho al no recibir ninguna respuesta. Se dio la vuelta, andando errático. Le daba la espalda. Carolina recordaba las palabras del cazarrecompensas con nítida claridad.

 

«Lo mejor que puedes hacer es no seguir involucrada en sus asuntos». Le alertó. «Créeme, es gente muy peligrosa.»

 

Dos lágrimas se derramaron por sus ojos. No era tonta, nunca lo había sido. Siempre actuaba con cautela y jamás daba nada por sentado. Fue algo que le inculcó su madre con estricto propósito y ella lo siguió al pie de la letra. Pero esta vez tentó demasiado a la suerte. De poco servía lo cuidadosa que fueses, lo detalladamente que planificases todo. Al final, la corrupción  y desgracia de las bandas criminales de Neon City te alcanzaba. Esa era la razón por la que quería marcharse de aquel lugar. Pero al final sus monstruosas prolongaciones la atraparon.

 

—¡Es un puto cazarrecompensas! —gimió con hostilidad Scherzo—. ¡El cabrón que se cepilló a ese grupo terrorista conocido como Dogma Crisis, él solito!

 

Aquel soliloquio lleno de ira apenas alteró a Carolina. Su mente seguía colgando de la poca esperanza que aún le quedaba. Los tipos la enderezaron un poco más y ella miró a Kraken.

 

—No… no le dije nada.

 

Su voz apenas resonó. Estaba débil. La sangre había manchado su boca y había caído por su barbilla, derramándose por la blanca camiseta interior en regueros que ahora se secaban. Su aspecto era endeble, de basura descompuesta. Cada vez su fortaleza se aflojaba más.

 

—¿Qué has dicho? —preguntó Kraken acercándose a ella.

 

—No le dije nada —repitió con algo más de fuerza en su voz.

 

Scherzo se colocó frente a ella de nuevo, con la cabeza levemente girada, pegando su oreja a la boca de la chica. Nada de pelo le molestó, pues el hombre iba rapado. Cuando ella había terminado, volvió a girarse.

 

—¿En serio no le dijiste nada? —interrogó sarcástico.

 

Moviendo levemente su testa, Carolina asintió.

 

Prorrumpió en carcajadas como antes. Cada vez, Kraken se iba pareciendo más a un mefistofélico ente que se tornaba más perverso por acción de la droga y el disfrute de humillarla y hacerla sufrir. Se estaba diluyendo en una parodia de criminal. Bueno, en realidad, siempre lo fue.

 

—¿De veras crees que me voy a tragar esa mierda sin más? —preguntó alterado—. ¡Todo eso no son más que mentiras, injurias contra mí! —Se volvió de nuevo hacia la mujer—. Tú le has dicho cosas a ese tipo. Mis futuras rutas de comercio, mis planes de ataque, los tratos realizados con proveedores, los asesinatos que he cometido contra rivales…

 

Enumeró cada elemento con una minuciosidad encomiable. Podría ser un paranoico volátil, pero era también un controlador compulsivo, dirigiendo cada elemento con dictatorial mano, sin que nada se viese cambiado si no era bajo sus parámetros. De haber la más nimia diferencia que no estuviese dentro de lo programado por él, la bomba estallaba, llevándose por delante a todo el que se encontrase en su radio de explosión. Cuando concluyó su conteo volvió la mirada a la alicaída Mariposa, la cual, era ya incapaz de alzar el vuelo.

 

—Yo confiaba en ti —comentó decepcionado mientras se acercaba de nuevo a ella—. Podrías haberte convertido en otra de mis putitas adictas a las que me beneficiaba. O en una de mis proveedoras de material —Acercó su metálica mano izquierda y le acarició en la mejilla—. Pero no fue eso lo que hice. Vi gran potencial en ti e iniciamos una próspera empresa. Tú me dabas información de lo que veías en ese club nocturno y yo te pagaba muy bien —Con su dedo índice le dio un par de toques en el pómulo—. Fueron tres bonitos años de relación. Ambos recibíamos cosas gratificantes de cada uno, beneficiándonos con sana satisfacción. Además, te respeté. No sabes la de ganas que he tenido de follarte, pero, dada nuestra relación laboral, nunca lo intenté. Y había ganas. Pero nunca lo intenté —resaltó esto con vehemencia, como si quisiera destacar su importancia—. Sin embargo, me has traicionado. No puedo permitir algo así, por mucho aprecio que te tenga.

 

Se aproximó de nuevo a ella, hasta que el rostro de Carolina casi rozaba con la máscara de Kraken. Sus ojos verdes reflejaban el odio más grande que pudiera existir en todo ese universo. A pesar del miedo que la atenazaba, no se iba a dejar invadir por él. Por mucho que estuviese perdida no le daría la satisfacción a Scherzo y su gente de regodearse en su sufrimiento. Para nada. Había perdido, eso era evidente, pero no les dejaría disfrutar con ello.

 

—¡No eres más que un adicto de mierda, sucio y pestilente desde que naciste! —clamó la bailarina con toda su furia incipiente, nacida del odio inmenso que le tenía tanto a él como al resto de la escoria que moraba por Neon City—. Tarde o temprano morirás. Te crees tan invencible, tan poderoso que no te das cuenta de que pronto alguien, tanto enemigo como aliado, te vencerá. Entonces comerás toda la mierda y porquería de la ciudad mientras te joden el ojete. Será en ese momento cuando me recuerdes, siendo follado por otro gilipollas de mierda igual a ti, porque eso sois todos, gilipollas inútiles que os retorcéis satisfechos en la inmundicia que creáis.

 

La dejó terminar, como si deseara que se desahogase, que liberase su cuerpo de toda esa carga llena de rabia. La miró inalterado ante cada palabra, sin apenas mostrar algún leve recoveco de impresión ante lo que ella le decía. Siguió allí parado, contemplándola con tranquilidad. Ella esperaba algo, pero no parecía suceder. Hasta que ocurrió.

 

El puñetazo fue intenso. Sintió cómo su mejilla derecha se deformaba al notar los nudillos metálicos golpear con tanta magnitud. Creyó que se rompería la mandíbula, pero no fue así. Solo notó cómo uno de sus dientes se quebraba y el sabor metálico de la sangre le inundó la cavidad bucal. Su cerebro se tambaleó de nuevo dentro de su cráneo y el dolor, mitigado un poco hasta ese momento, regresó con aparatosa intrusión. Dejó escapar un chillido de malestar mientras cerraba sus ojos, invadidos de lágrimas que ya comenzaban a caer por su rostro de nuevo. Kraken la admiraba como si no fuera más que un trozo de mierda inútil.

 

—A tomar por culo —dijo de forma repentina—. Tiradla al suelo.

 

Sus hombres siguieron su orden de forma automática. Carolina sintió cómo el centro de gravedad cambiaba sorpresivamente, notando el mundo pasar de una percepción vertical a una horizontal. El estrépito al impactar contra el suelo de la habitación hizo que el dolor aumentase un grado más. Acto seguido, vio cómo las espectrales siluetas de Scherzo y sus sicarios se arremolinaban sobre ella.

 

—Bien, chicos, es hora de divertirnos —anunció con oscura solemnidad el líder de la banda.

 

Intentó resistirse. Por todos los medios. Se revolvió y pataleó hasta la extenuación. Los tipos lograron agarrarla de ambos brazos y piernas, tirando con resistencia para mantenerla bien aferrada. Pero Carolina luchaba con todas sus fuerzas. Logró que su pierna izquierda se soltase y le arreó un fuerte puntapié a la máscara de uno de sus agresores.

 

—¡Será zorra! —se quejó—. ¡Casi me desbarata el respirador!

 

—¡Cogedla mejor, coño! —dijo furioso Scherzo.

 

Luchaba con todas sus fuerzas, buscando liberarse de alguna manera. Quería gritar pidiendo ayuda, pero recordó que las paredes de su piso estaban insonorizadas. Giró la cabeza hacia su izquierda, buscando la pistola de plasma que se había caído y la halló apenas unos centímetros a su lado. Si pudiera liberar su mano y estirarla tan solo un poco. Pero de nuevo sintió otro golpe en su sien.

 

Cavanaugh volvió a pegarle con su pinza en el mismo sitio. Esta vez abrió una herida en forma de alargada brecha, haciendo que una pequeña cascada de sangre se derramase. Ella perdió el conocimiento casi por completo. Su vista se nubló, distorsionando todo lo que tenía delante y las voces se convirtieron en lejanos ecos mientras un súbito pitido inundaba sus oídos. Gracias al golpe, dejó de moverse,  quedando a merced de la banda para lo que deseasen. Y ya lo tenían decidido.

 

—¿La drogamos? —propuso la distante voz de Cavanaugh—. Así no se moverá.

 

—No —contestó en un iracundo gruñido Kraken—. Quiero que se entere de todo.

 

Poco a poco iba recuperando los sentidos desorientados. Pero eso era lo peor, así sentiría absolutamente todo.

 

Notó contra su sien derecha la boca del cañón de una pistola. Uno de los tipos le apuntaba con ella.

 

—Si te mueves o haces algo raro, te perforo la cabeza —amenazó el tipo con un estremecedor aullido.

 

Mientras todo su cuerpo se tensaba y el miedo acudía de nuevo, la chica pudo contemplar a Scherzo posándose sobre ella, con su delgada y lúgubre figura.

 

—Qué ganas tenía de esto —suspiró ansioso. En sus ojos rojizos, se notaba toda la lujuria que atesoraba—. Estás tan buena.

 

Las manos de Kraken comenzaron a acariciar su cuerpo. Empezaron por su barriga para no tardar en coronar sus pechos que apretó con ansia viva. El tipo emitía gruñidos afanosos y el sonido viscoso de relamerse la lengua le heló la sangre. Solo podía mirar, paralizada, mientras el cañón de la pistola presionaba con fuerza contra su cabeza.

 

—Ah, ¿qué tenemos aquí?

 

Terminó de desabrochar su chaqueta y, a continuación, tiró de la camiseta blanca para arriba, revelando su par de pechos envueltos bajo un sujetador verde.

 

—Joder, ¡que tetas!

 

—Si, son increíbles.

 

—Madre mía, ¡nos ha tocado la lotería!

 

Todos sonaban jadeantes, como si fuera la primera vez que vieran los senos de una fémina.

 

—Mi Mariposa, qué bien nos lo vamos a pasar tú y yo —La voz de Kraken se escuchaba como un fino hilo cortante de malevolencia.

 

La fría mano izquierda se deslizó hacia arriba, inquietando a la chica por su gélido tacto, lo mismo que la derecha, que, pese a estar más viva, era idéntica a la otra. Heladas garras de una criatura deforme procedente del oscuro Averno que la iba a poseer. Ambas manos levantaron las copas del sujetador, revelando los redondos pechos, grandes y bonitos, coronados por pezones rosa claro. Los gruñidos espasmódicos de los sicarios se sincronizaban en un incómodo eco mientras contemplaban aquella escena. Kraken agarró los senos con tosquedad, apretándolos, haciendo a la chica sentirse incómoda. El pesado cuerpo del desbocado hombre se restregaba con insidia sobre ella. Podía notar la erección contra su entrepierna, rozando con espasmódico ritmo, como si deseara turbarla. Lo hacía, pero de asco. Entre sus dedos gordo e índice pellizcó uno de los pezones, causándole más molestia que placer. No era solo que a ella, en realidad, no le excitaban los hombres. Además, sentía repulsa por lo ocurrido.

 

Cuando terminó de manosear los senos, Kraken retiró sus manos y descendió hasta sus pantalones, los cuales desabrochó con cierta premura. Al notar las intenciones de Scherzo, Carolina se revolvió de nuevo, aunque esta vez lo hizo con desgana. Entre los golpes y la horrenda situación que estaba viviendo, todo su ánimo y fuerza comenzaron a desmoronarse tras haber remontando un poco el vuelo. Un leve suspiro salió de su boca mientras sentía cómo el tipo comenzaba a bajar su prenda.

 

—Jefe, ¿podemos tocarla? —preguntó uno de sus secuaces.

 

—Sí, pero no la soltéis —le respondió su jefe mientras le quitaba los tenis a la chica.

 

Varias manos comenzaron a tocarla. Sentía las caricias, toscas, ásperas, horrendas. Ladeó la cabeza hacia la derecha, dejando que las lágrimas cayesen. Los tipos estaban maravillados.

 

—Qué suave.

 

—Sí, es como tocar terciopelo fino.

 

—Dios, ni las putas de la Avenida Colgante son tan deliciosas.

 

Parecían veinteañeros que estuvieran tocando el primer cuerpo de mujer. La zarandeaban, la magreaban como si de una muñeca se tratase. Porque eso es lo que era para ellos ahora, un mero objeto. Mientras, Scherzo pegó un último tirón y le terminó de sacar el pantalón y las bragas a Carolina. Posó maravillado sus manos sobre las piernas de la mujer y ascendió, acariciándolas.

 

—Joder, ¡qué maravilla! —gimoteó carcomido por el hambre de sexo.

 

—¿Cómo está ahí abajo, jefe? —preguntó Cavanaugh.

 

Kraken abrió con fuerza las piernas de ella y le contempló el sexo. Con su mano derecha lo acarició por encima, notando la poca humedad que había. Abrió los labios y tocó la zona interna de la vagina.

 

—Perfecto, está bien peladita y suave —sentenció con aprobación, juzgando aquel coño—, aunque poquito mojada. Habrá que lubricarla.

 

Aquellos dedos invadieron su intimidad más preciada. Sentía cómo acariciaban su clítoris, masajeándolo con torpeza, incluso haciéndole daño.

 

—Jefe, déjenos que nos la chupe —dijo un secuaz desesperado—. Estoy a punto de reventar.

 

—Sí, ¡no aguantamos más!

 

Notó su vagina humedecerse, reacción causada por el bruto masaje de Kraken, cuyos dedos eran como los tentáculos de un cefalópodo, enroscándose en su ser y oprimiéndola sin piedad. Como lo hacían sus preciados hombres, largas prolongaciones que la ahogaban en un mar de horror y pesadilla.

 

—Podéis hacerlo, ¡pero no seáis bestias! —dijo mientras no quitaba ojo de la joya que tenía ante él.

 

Los tipos gritaron contentos, casi aullando como lobos en mitad de la opaca noche.

 

—¡Genial!, lo que se van a perder Bruce y Cahill

 

—¿Dónde cojones estarán esos dos? —preguntó uno—. Hace más de media hora que no sabemos nada de ellos.

 

—Ni puta idea —respondió Cavanaugh mientras pellizcaba un pezón con su pinza—. Estarán dándose por culo por algún sucio callejón.

 

Estallaron en risas ante tan insano comentario.

 

Al mismo tiempo, los dedos de Scherzo se introdujeron en el interior de ella, penetrando por ese cada vez más húmedo conducto. Al notar la estrechez, Kraken siseó como una víbora a punto de inyectar su veneno en su próxima víctima.

 

—¡Um!, ¡Qué cerradito está esto, Mariposa! —exclamó exaltado—. ¿Eres virgen y no lo sabía?

 

Ella prefirió ignorarlo. Era lo mejor. Escuchó cómo los tipos abrían sus braguetas, oía el ruido de sus pantalones al bajar, podía notar los jadeos que emitían, como alimañas en celo que eran. Todo daba igual. Ya no había nada qué hacer. Recordó a su padre, a su madre, los sueños que jamás se cumplirían.

 

«Sé fuerte, hija mía. Hasta el final», dijo ella en su lecho de muerte, mientras el cáncer la devoraba por dentro, poco a poco, llevándosela de su lado.

 

Había luchado. Lo hizo, pero se equivocó. Al final, eso de lo que quería liberarse fue lo que la atrapó. Y por jugar a la partida del mal, iba a pagar bien caro. Todo su cuerpo comenzó a temblar al tiempo que notaba cómo le agarraban la cara para introducir la primera polla en su boca. Sintió en cada mano un estirado y duro pene mientras aquellos tipos jadeaban. Vio cómo Kraken bajaba sus pantalones, dispuesto a invadirla sin ninguna piedad. Iba a colapsar, llevada al límite de lo que su psique era capaz de resistir. Las risas de los perros sarnosos que iban a violarla se convirtieron en un remolino de horrendos ecos que se adentraron en su mente, poseyéndola para llevarla al momento más escabroso y horrible de su vida. Y entre esa maraña de carcajadas sobrecogedoras, el chirrido de una grabadora siendo puesta resonó sobre todo.

 

De la pantalla holográfica comenzó a sonar una voz grave y profunda, acompañada de un suave sonido de sintetizador. Sabía qué era aquello. Era el principio de una de las canciones más hermosas que jamás había escuchado. Una que la llenaba de esperanza y calma. Se trataba de “Tech Noir”, un tema del grupo electrónico de principios del siglo XXI, Gunship. Lo adoraba. En el club, ella solía bailar con temas de esa banda, pero DJ Horizonte Infinito se negaba a ponerla, alegando que le parecía aburrida. Pero a ella le encantaba.

 

La voz empezó a narrar con austera presencia su historia:

«I’m recording this, because this could be the last thing I i’ll ever say

The city I once knew as home is teetering on the edge of radioactive

oblivion

A three- hundred thousand degree baptism by nuclear fire

 

I’m not sorry, we had it coming

A surge of white heart atonement will be our wake up call

Hope for our futures is now a still born dream

The bombs begin to fall and I’m rushing to meet my love

Please remember me, there is no more»

El sonido de sintetizador comenzó a sonar solo una vez, la voz finalizó su narración. Un sonido de percusión le siguió detrás, convirtiéndose en su nuevo acompañante durante ese largo viaje de cinco minutos que la canción duraba.

 

Carolina cerró sus ojos. Dejándose llevar por la dulce melodía, se abstrajo de todo lo que ocurría a su alrededor. Su mente se teletransportó a otra dimensión, lejos del horrible festín sexual a punto de comenzar.

 

Mientras la banda de Kraken 8 se disponía a iniciar la violación múltiple, el sonido de algo deslizándose por el suelo interrumpió tan abominable acto.

 

—¿Qué demonios ha sido eso? —preguntó uno de ellos mientras todos alzaban la vista.

 

Ella lo vio. Por el rabillo del ojo pudo notar los dos discos dando vueltas sobre sí mismos hasta acabar frente  a ellos. De color plateado, tenían una extraña estructura en forma de válvula justo encima. De repente, dos  tornillos internos se desenroscaron y un pequeño pitido se escuchó. Mariposa cerró en ese mismo instante sus parpados, como si de sus marchitas alas envolviéndola para protegerla se tratasen.

 

Un fuerte destello blanquecino inundó la habitación, llenándolo todo con un fulgor deslumbrante. Todo aquel con los ojos abiertos quedó cegado. Eso incluía a Kraken y sus hombres. Con sus corneas ardiendo por culpa del espectáculo luminoso. Gritaron con horror, sin saber qué hacer. Algunos sacaron sus armas, nerviosos ante un posible ataque.

 

Entonces, ella lo vio.

«Feel the breeze

I feel alive

Will you come

Away with me

 

You’ll be my focus

Could this be, could this be a highaway»

De un estruendoso golpe, la puerta de metal que servía de entrada a su piso fue tirada al suelo. Allí estaba. Esa leyenda, esa historia contada en susurros por las calles de Neon City. Lo que muchos consideraban una fantasía para atemorizar a los niños e incrédulos. El Dragón Negro.

 

Era alto, robusto, poderoso. Su armadura negra se veía aparatosa y pesada, pero él se movía con total facilidad con ella. Cada pieza estaba ensamblada perfectamente con la siguiente, bien ajustada a su cuerpo, sin suponer molestia alguna. La superficie, pese al oscuro color recubriéndola, se veía reluciente y espléndida. Su cabeza estaba coronada con un alargado casco, acabado en el extremo de forma angulosa y portando al final dos largas y finas agujas extendidas hacia atrás. Su cabeza parecía la de una antediluviana bestia, pero sin ojos ni ningún otro detalle parecido. Solo una impoluta superficie negra.

 

Al tiempo que la voz cantaba, el ser corrió a gran velocidad y atacó a sus enemigos. Estos, aun con lamentable pérdida de visión, estaban a su completa merced. Lamentable, porque no verían cómo los aniquilaba uno a uno.

 

 

«Before you save me

Just wait your turn, look at me now, steady as we burn

It was all for love

Just move yourself, jumping back down, pushing out in front»

 

 

Su capa se movió de forma hermosa, como si fueran sus grandes alas desplegándose justo antes de azar el vuelo. Mariposa vio cómo saltaba por encima de ella, justo antes de asestar una fuerte patada a uno de los tipos y estamparlo contra la pared que tenía detrás.

 

—¿¡Pero qué coño!? —gritó confuso Cavanaugh.

 

El tipo de la pinza recibió un fuerte puñetazo del Dragón Negro, que le reventó una de las placas de hierro que tenía bajo su cara. Esta se salió por la zona de la mejilla, haciendo que copiosa sangre surgiera.

 

Justo detrás del Dragón, otro secuaz apuntaba su arma contra este, como si supiera dónde estaba, aunque en realidad seguía cegado. Este era el que se quejó de que Carolina casi le arrancaba la máscara de un puntapié. El caballero de negra armadura le propinó una fuerte patada y se la arrancó de cuajo. El tipo cayó fulminado al suelo, atragantándose con el respirador que se le había metido por la garganta.

 

Al último de los Tentáculos, lo agarró por la cabeza y, mientras gritaba pidiendo, desesperado, ayuda, lo estrelló con todas sus fuerzas contra el cristal de la ventana. Este era de fuerte grosor, pero el hombre  fue lanzado con tanta potencia que se hizo añicos. Trozos y trozos de esquirlas cortaron su piel, la máscara y el tubo del respirador. Sintió el fresco aire de la calle y giró la cabeza un momento para ver cómo, dentro, seguía el enfrentamiento entre el Dragón Negro y su banda. Luego, lo siguiente que vio fue el suelo de la plaza, donde sus sesos quedaron desparramados.

 

Mientras, en el piso, Kraken y sus dos hombres recuperaban la visión. Cuando vieron al Dragón Negro quedaron petrificados, como si un fantasma se les acabara de aparecer.

 

—¿Qué cojones hace este payaso aquí? —preguntó Scherzo estupefacto.

 

Sin tiempo para resolver respuestas, el hombre agarró su subfusil de dardos perforantes y, junto con sus hombres, abrió fuego contra el enemigo.

«Keep your heart

Out on the road

Will you come

To tech noir with me»

Mariposa se acurrucó en el suelo cuando vio los disparos. El Dragón Negro se colocó justo delante de ella, inclinándose mientras alargaba uno de sus brazos, torciéndolo hacia dentro. Todas las balas y dardos impactaron contra este, pero ningún proyectil le produjo daños. La chica se preguntó porqué se exponía de ese modo ante sus atacantes. ¡No tenía ningún sentido!

«You'll be my focus

Could this be, could this be a highaway»

Entonces lo notó. En la parte superior de su casco veía la superficie negra, más semejante al cristal que al metal, que recubría la armadura. De este cristal surgían dos luminosas líneas que pasaban del color verde claro al azul y de este al rojo. Vio cómo una de los dardos perforantes del subfusil de Scherzo impactaba contra la armadura, causándole unos arañazos. Lo que le estaba permitiendo al Dragón repeler los disparos enemigos era un escudo de energía que se agotaba con cada impacto recibido. Y ahora estaba agotado del todo, dejándolo indefenso. Pero también lo estaban los cargadores de Kraken y sus sicarios.

 

—¡Recargad, rápido! —espetó este.

 

 

«Before you save me

Just wait your turn, look at me now, steady as we burn

It was all for love

Just move yourself, jumping back down, pushing out in front»

 

 

Al tiempo que estos se disponían a meter más munición en sus armas, el Dragón abrió un compartimiento de su cadera, desenfundando su arma: un revolver de color negro, con el tambor de las balas y el gatillo dorados.

 

Lo empuñó con rapidez y apuntó al sicario de la derecha, quien ya estaba listo para abrir fuego. El gatillo fue apretado una vez y el ojo izquierdo del pandillero fue atravesado por una bala, reventando el cristal de la lente de su máscara. El casquillo se alojó en la cabeza del tipo y este, reveló su verdadera carga: un compartimiento repleto de plasma ardiente que empezó a quemar el cerebro. El hombre se tambaleó antes de caer al suelo y, de sus cuencas oculares, comenzó a salir el cálido líquido.

 

—¡Agáchese, jefe! —gritó el otro sicario a Kraken.

 

Ambos saltaron tras el sofá de la sala, evitando tres balazos que impactaron contra la pantalla holográfica, rompiéndola.

 

Justo tras intentar matar a su objetivo inicial, el Dragón se volvió hacia Carolina, quien seguía recostada en el suelo. Ella se quedó impactada ante lo que veía. Aquel ser, esa horrible máquina de matar denominada por la gente, los medios de comunicación e incluso un cazarrecompensas que se preocupaba por su seguridad, como un psicópata, la estaba protegiendo.

«Guided by voices it’s you and me

Wooohooh, wooohoohooh!

Wooohooh, wooohoohooh!»

 

 

Cavanaugh apareció por su flanco derecho, de forma sorpresiva, agarrando el brazo derecho del Dragón, desprotegido sin su escudo, con su opresiva pinza. Entre este y otro hombre, el tipo al que le había arrancado la máscara de una patada, le tiraron su revólver y lo hicieron retroceder varios pasos.

 

—¡Te vas enterar, capullo! —le espetó el hombre la pinza.

 

Parecían poder con él, pero el Dragón Negro aún tenía su brazo izquierdo libre. De un compartimiento que se abrió del lado izquierdo de su cadera sacó un extraño mango alargado, de color negro. Una recta empuñadura de color gris plateada se desplegó y una larga hoja del mismo color salió proyectada hacia delante. Dos superficies negras de filos cortantes se desplegaron a cada lado. Tenía una espada larga y poderosa.

«Ahahhhhhahaha, ahahhhhhahaha, ahahahhhhahaha, ahahhhhhahhahaaaaa!

Ahahhhhhahaha, ahahhhhhahaha, ahahhahhhahaha, ahahhhhhahhahaaaaa!»

 

 

La espada fue blandida con rapidez, sin que nadie captase cómo la movió. La extremidad artificial de Cavanaugh fue cortada en dos. Este se le quedó mirando impactado ante tal acto, tras lo cual le asestó el Dragón Negro un golpe en su cara, reventando la otra placa de metal. Con el metal clavado en lo más profundo de su cerebro, el cuerpo del asiático cayó hacia atrás de forma estrepitosa. Carolina se arrastró lejos de la violencia mientras que el Dragón clavaba su espada en el vientre del otro tipo, lo levantaba en el aire y lo arrojaba contra Kraken y su secuaz. El líder se apartó, pero el otro hombre acabó recibiendo a su compañero, impulsándolo contra la pared y cayéndole el sangrante cuerpo de su malherido amigo encima. El otro hombre, que había sido estampado contra la pared de detrás, se acercó directo por el Dragón Negro, pero el caballero se giró con rapidez, cortando la mitad superior de la cabeza de un tajo. La sangre surgió en forma de gotas de lluvia, salpicando la armadura negra.

 

Acto seguido, el guerrero dio un gran salto y clavó su espada sobre los cuerpos de los otros dos tipos que había tirados en la esquina. Atravesó al primero, ya agonizante, quien se retorció de dolor y cuando ya había perforado a este, le tocó el turno al otro. El hombre gritaba con fuertes alaridos mientras sentía el cortante metal destrozando su carne y hueso. Para cuando la punta de la espada  finalmente tocó el suelo, ambos hombres yacían muertos en medio de un inmenso charco de sangre.

 

Mariposa lo contempló todo impactada. Cómo, en apenas medio minuto, aquel ser de impenetrable y ennegrecida armadura había despachado a la banda de Kraken 8 sin pestañear. De una forma rápida y elegante se había encargado de todos ellos. La chica asistió a un espectáculo sin igual y el hecho era que el Dragón Negro se le había mostrado como un poderoso ser que, a pesar de su amenazante presencia, ocultaba a una criatura protectora. Al menos eso fue lo que pudo deducir por la forma en que la cubría de los disparos.

 

En ese mismo instante notó cómo un brazo metálico la rodeaba con fuerza del cuello. Kraken, inestable ante lo que acababa de ver, atrapó a la joven, poniéndola justo delante de él mientras la mantenía apresada con su extremidad artificial. Apuntó su subfusil a la cabeza de ella y le gritó al Dragón Negro:

 

—¡Eh, capullo! —bramó Scherzo con fuerza. El caballero se volvió hacia él—. No esperaba verte por aquí y ya veo que has disfrutado masacrando a mis hombres, pero, ¡se acabó la diversión! —Presionó la punta del arma contra el dolorido rostro de la chica—. ¡Nos matarás a todos nosotros, pero a esta guarra tú no la vas a salvar!

 

Todo parecía a punto para su trágico final, pero había algo con lo que Kraken no contaba. Mientras estaba tirada en el suelo, Carolina logró recoger su pistola. Él no la había visto, pero la portaba en su mano derecha y, con ella, apuntó al costado del tipo. Sin dudarlo, la chica apretó el gatillo y una bala atravesó el cuerpo de su captor.

 

—¡Mierda! —gimió agónico Kraken.

 

Before you save me

Just wait your turn, look at me now, steady as we burn

It was all for love

Just move yourself, jumping back down, pushing out in front»

 

Mientras el tipo se revolvía de dolor, la chica consiguió liberarse del atrapante abrazo de la extremidad metálica, tirando con las pocas fuerzas que le quedaban. Se tambaleó un poco, pero consiguió llegar hasta un rincón.

 

Kraken cayó de rodillas, como si fuera un ávido creyente que deseara rezar a su Todopoderoso Dios. Miró con sus refulgentes ojos carmesí al Dragón Negro. Sobre el casco de este se adivinaban dos líneas azules que cambiaron repentinamente a color amarillo. De repente, el casco se dividió en dos partes, abriéndose como si se trataran de las mandíbulas de una bestia. De su interior surgió una intensa cascada de fuego abrasador que cayó sobre el criminal, quemándolo en el acto. Carolina se acurrucó en la esquina mientras contemplaba a Scherzo abrasarse entre las intensas llamaradas doradas que consumían su cuerpo sin piedad.

 

Para cuando el cadáver de Kraken no era más que un amasijo de carne chamuscada y metal al rojo vivo, la chica sintió un enorme alivio. Todo, por fin, había terminado. Luego dirigió su mirada hacia el Dragón Negro. Su salvador contemplaba la obra que había creado con completa solemnidad, como si no sintiera la más mínima satisfacción ante lo que había causado. Las llamas se reflejaban en la pulida superficie de la armadura. En el casco, las líneas amarillas habían dado paso a unas de color verde claro, como si con ello pretendiese anunciar que estaba calmado. Tras esto, envainó su espada y recogió el revólver que le había tirado Cavanaugh, el cual guardó en el compartimiento de la cadera derecha de donde lo sacó.

 

Tras esto, el Dragón Negro se dirigió hacia Carolina. La chica se estremeció al ver a aquel caballero acercándose a donde estaba. Pese a haberle salvado la vida (o eso creía), no podía negar lo mucho que le atemorizaba. El ser se colocó justo frente a ella. Alzó la vista, temerosa de lo que le fuera a ocurrir. Él la estaba mirando. Podía observar cómo las líneas verdes que recorrían el casco seguían iguales, parpadeando de vez en cuando. Entonces, el ser se agachó. La bailarina se retrajo un poco, desconfiando de lo que pudiera pasar. Aún tenía en su mano la pistola de plasma, lista para ser disparada. Pensó muy seriamente en utilizarla contra este, pues no sabía cuáles podrían ser sus intenciones, pero no tardó en descubrirlas.

 

Su misterioso salvador alargó la mano y Carolina se apartó nerviosa, sin saber qué era lo que el caballero pretendía. Temblaba, mirando a aquel ser sin comprenderle. ¿Qué querría de ella? ¿Por qué la salvó? Aquellas preguntas la llenaban de más miedo que de calma. Mientras, la mano del Dragón se fue acercando hasta que la segunda falange  tocó con su punta su mejilla derecha, algo dolorida por los golpes recibidos. Notó cómo el dedo se deslizaba por su cara y luego, con el dorso de este, la acarició con suavidad. Este acto, tan simple, pero hermoso a la vez, logró calmarla del todo. Dejó que un par de lágrimas cayeran por sus ojos, no de tristeza o miedo, sino de alegría y alivio. El Dragón apoyó su mano contra el rostro de la chica, quien no dudó en pegarse a ella, sintiendo su cálido toque. Gimió desvalida, pero feliz, pues sabía que él no pensaba hacerle daño. No, el Dragón Negro no sería capaz de algo así. Mataría a todo tipo de criminales de las formas más crueles y temibles posibles, pero jamás se atrevería a lastimarla. Miró hacia su inexistente rostro, un casco con una pantalla de cristal recubriendo lo que debería ser una cara y, pese a no hallar nada, se sintió tranquila.

 

El Dragón Negro se marchó de aquel destrozado piso. Alguien ya habría llamado a la policía y esta no tardaría en presentarse en el lugar, pero, para cuando esto ocurriese, él ya estaría lejos. Y, mientras se marchaba, entre sus brazos también se iba Carolina Santos, la bailarina conocida como Mariposa. Semidesnuda, débil tras haber luchado con todas sus fuerzas para sobrevivir. Pero feliz, porque lo había logrado. Había sobrevivido. Juntos desaparecieron en mitad de la oscura noche que reinaba en Neon City.

 

 

 

Continuará

Fecha aproximada de la siguiente entrega: 15-08-2016