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Neon City, Dragón Negro IV

en Grandes Relatos

Neon City, El Dragón Negro

Capítulo IV, El interrogatorio

(Novela por entregas) 

Relato escrito por Lord Tyranus para la Antología TRCL 

Perfil TR del autor: 

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Carolina estaba encerrada en aquella habitación. Sentada en una silla y colocada justo delante de una gran mesa; la chica miraba la pared, una lámina de metal color gris. Permanecía estática, sin apenas mostrar alguna reacción o emoción, como si se hubiera convertido de repente en un robot. De pie, dos agentes de la policía de Neon City la estaban interrogando. Uno era joven, con el pelo negro en punta y de piel oscura. El otro era de piel clara y tenía el pelo canoso con algunas entradas, además de arrugas en su cara que señalaban que estaba ya pasando la cincuentena. Ambos iban vestidos con los azulados uniformes característicos de las fuerzas de la ley de aquella urbe, compuestos por una chaqueta fina y un pantalón, ambos del mismo color. Los dos hombres caminaban alrededor de la bailarina, haciendo sonar sus pasos, como si quisieran que ella los escuchase.

 

El mayor no quitaba sus ojos de Carolina. Parecía ansioso por que ella hablase. Llevaban así varias horas y ella tan solo había dado unos vagos detalles que ya estaban confirmados por la investigación del escenario del crimen. Era evidente que los policías estarían perdiendo la poca paciencia que les quedaba si esta situación se prolongaba más de lo deseado.

 

—Dinos de una vez por todas dónde está el Dragón Negro —exigió con rudeza el veterano agente.

 

—Roderick —le conminó su compañero—. No te pases.

 

El hombre le miró con ira. No solo no perdían el tiempo, sino que encima, el jovenzuelo le pedía que no fuera tan brusco. Carolina seguía callada, como si la cosa no fuera con ella.

 

—Por favor, solo tienes que decirnos adónde fue tras dejarte en  la entrada del hospital —le pidió con amabilidad el agente de piel oscura—. Solo entonces te dejaremos marcharte.

 

Alzó la vista y miró al joven policía, cuyos oscuros ojos parecieran irradiar la mayor comprensión del mundo. Le reconfortaba más que su otro compañero, el iracundo hombre mayor. Este se hallaba en la esquina derecha, apoyado contra la pared, en espera de que dijera algo. Estrategia del “poli bueno y poli malo”, debía suponer. Suspiró un poco y habló.

 

—Les aseguro que no recuerdo nada —respondió consternada—. Estaba inconsciente cuando llegué al hospital.

 

Unas fuertes palmadas sonaron. Incluso Carolina se estremeció un poco al escucharlo. El tal Roderick era el causante de estas. Se acercó bastante enfadado, dispuesto a encarar a la chica, pero su compañero le detuvo. Se notaba que ya no podía aguantar más. Ambos hombres se pusieron a discutir mientras que Carolina dirigía su mirada hacia la gran pantalla de cristal. En ella tan solo veía su reflejo y el de la habitación, pero sabía que, detrás, otras personas observaban.

 

—Están dando un espectáculo vergonzoso —dijo una voz femenina que se hallaba al otro lado del cristal.

 

Clifton Reinhardt, quien estaba al lado de quien hablara, se giró para mirarla. La chica observaba fijamente la cómica, por llamarlo de alguna manera, escena entre los dos policías discutiendo. Parecía sacada de una de esas comedias televisivas con risas enlatadas que emitían en las televisiones de finales del siglo XX. Pero aquello no tenía nada de gracioso ni divertido. Era más serio de lo que pudieran creer. Podía entender su indignación.

 

—Se supone que están haciendo su trabajo —comentó sarcástico.

 

Ella le lanzó una mirada reprobatoria. Alice Valentine no era una mujer que se tomara las cosas a la ligera. Si por algo destacaba, era por su profesionalidad y no le interesaban las gracietas.

 

—Deberían de dedicarse a poner multas —Parecía querer sonar divertida, pero en realidad estaba muy cabreada—. Es lo que mejor se les da.

 

Reinhardt, notando que su compañera y amiga iba a estallar en cualquier momento, decidió poner fin a aquella farsa. Pulsó un botón que tenían justo frente a él. Eso activó el sistema de comunicación desde el que podía hablar con la gente de la otra sala.

 

—Disculpen —llamó sin tener que dirigirse a ningún punto en concreto, pues los micrófonos estaban repartidos por toda la sala.

 

—¿¡Qué?! —preguntó alterado el tal Roderick.

 

Pudo notar el demacrado rostro de aquel hombre. Eso puso bastante tenso al cazarrecompensas, quien no es que estuviera por la labor de tener que lidiar con enfurecidos agentes del orden y la ley. Reticente a contestar, notó a Alice mirándole de nuevo. Los ojos morados de aquella chica eran profundos e intensos, una muestra de la salvaje fuerza que había en ella.

 

—Creo que han realizado una excelente labor, agentes. ¡Lo digo en serio! —Esto último pretendía aseverar que lo previo era un halago. No resultaba nada convincente—. Pero creemos que es hora de que mi compañera y yo pasemos a interrogar a la señorita Santos.

 

Ambos policías se miraron con extrañeza el uno al otro, como si no se creyeran lo que acababa de decirles Reinhardt. El veterano le hizo una seña al joven y ambos salieron por la puerta. El cazarecompensas se volvió a su amiga, quien simplemente se limitó a andar, pasando por su lado y saliendo de la habitación. Estaba claro que acababa de liar una buena. Decidió seguirla.

 

Detrás de ella pudo ver la estilizada figura de Alice, una mujer fuerte y atlética de fuerte constitución, que no por ello había abandonado su sensual belleza femenina. A pesar de que Clifton intentase evitarlo, era imposible no mirarla. Como ahora.

 

Mientras caminaban, sus ojos iban directos al cimbreante trasero, que se meneaba de forma rítmica a cada paso que daba, atrapado en el apretado pantalón negro que era parte del uniforme de oficial de la Agencia, con la chaqueta también negra de cierre adhesivo que mostraba su prominente busto. Recordó a Mariposa y se dijo que Alice habría sido una perfecta stripper. Avanzaron por el pasillo hasta encontrarse con los dos agentes. Ella se volvió un instante para mirar al cazarrecompensas, el cual asintió entendiendo. Volvió a girar su cabeza, haciendo que su cabello negro, recogido en una cola de caballo, se moviese con gracilidad. Reinhardt se puso a su lado y se dispusieron a hablar con los dos policías.

 

—¿En serio quieren entrar a hablar con ella? —preguntó airado Roderick.

 

—Si nos permitiera —le pidió Clifton.

 

El agente de policía le contempló con poca confianza. Era evidente que, para aquel tipo, el cazarrecompensas no era más que un aguafiestas que no pintaba nada allí. El otro agente, Grayson recordaba que era su apellido, permanecía callado, con la vista baja, como si le avergonzase estar reunido con ellos.

 

—Escúchame bien, Reinhardt —dijo con voz amenazante Roderick—, los capullos cazarrecompensas como tú no tenéis control en estos asuntos. Este crimen pertenece a nuestra jurisdicción y haremos lo que queramos con pruebas y testigos. Tú no tienes nada qué hacer aquí.

 

Los ojos del veterano policía se clavaron en él. Pese a no sentirse intimidado, era innegable que el tipo resultaba amenazante como él solo. Retrocedió un poco, pero no cedió posición. No estaba dispuesto a que nadie le ningunease.

 

—Agente, creo que no sabe con quién habla.

 

Una sonrisa burlona se dibujó en el rostro del hombre. Su compañero tragó saliva. La situación iba a empeorar.

 

—Crees que haber acabado con un temido grupo terrorista te da derecho para lo que te venga en gana —La voz del policía se volvió desafiante—. Que llevases a cabo esa hazaña no te convierte en alguien importante. De hecho, sigues siendo la misma clase de basura que fuiste siempre. Yo nunca me fiaría de ti. He oído los rumores, ¿sabes?

 

Un grito desgarrador atravesó la cabeza de Clifton a la velocidad de la luz. Al mismo tiempo, el olor a carne quemada reinó en ese lugar. A pesar de tener la máscara, un leve temblor denotaba que al cazarrecompensas, si había algo que no le gustaba nada, era rememorar el pasado. «Siempre cuidamos de aquellos que nos importan y hacemos todo lo posible porque sigan el camino del Señor, pero, ¿qué pasa si alguno decida desviarse? En esos casos, no queda más remedio que castigarles, no para que escarmienten esos pecadores, sino para decirle al resto lo qué pasa si desobedeces a Dios». Su voz sonaba tan clara como siempre. Ya habían pasado diez años…

 

—Puede que él no tenga derecho a reclamar a la testigo —intervino con decisión la oficial Alice Valentine—, pero yo sí.

 

Los dos policías la miraron escépticos. Reinhardt, quien ya estaba calmándose de sus ensoñaciones pasadas, prestó atención a la discusión que su compañera decidió continuar en vista de que él no se veía capacitado. En el rostro de la chica pudo notar más que clara determinación. Pese a que su boca estaba oculta por un respirador asistido de forma hexagonal, se podía notar la seguridad y voluntad que solo una mujer como ella pudiera tener. La respetaba más que a cualquier otra persona en este mundo. No era para menos. De no ser por ella, diez años atrás, él no estaría hoy aquí.

 

—Soy oficial de la Agencia y, como saben, nuestra organización se está ocupando de la caza y captura del Dragón Negro —Roderick y Grayson se miraron entre ellos con incomodidad al escuchar esto—. Así que, como sabrán, cualquier pista o testigo que nos pueda servir de ayuda en nuestra operación será transferido a nosotros. Y su departamento dijo que colaboraría con nosotros en ello. Cosa que ustedes no están haciendo.

 

Un silencio incomodo se impuso en el lugar. Ni siquiera el desafiante agente Roderick quiso decir algo. Alice los miraba a ambos con sus purpúreos ojos, como si los estuviera juzgando. Ella sola se hacía notar y el hecho de trabajar para la Agencia le daba una clara superioridad sobre otros. Al menos en su caso lo usaba para las cosas correctas. Viendo que nadie le contestaba, la oficial decidió continuar.

 

—Como sabrán, si no deciden cooperar con una organización gubernamental como la nuestra, me veré obligada a contactar con sus superiores para solicitarles la transferencia de la testigo, lo cual no les va a dejar en muy buen lugar —Los dos policías se pusieron muy tensos al oír esto. Alice los siguió mirando con clara osadía y ladeó su cabeza en una muestra de tierna amenaza—. Así que tienen dos opciones: o nos dejan interrogar a la testigo y llevárnosla a nuestras oficinas en el sector principal o voy arriba y le digo a sus jefes que un par de idiotas están interfiriendo en nuestra labor.

 

Nadie dijo nada. Lo único que hicieron los agentes fue echarse a un lado y dejarles pasar. Clifton fue tras ella, ignorando por completo a los policías. Prefería mantener su cabeza despejada. Sobre todo ahora, que le tocaba hablar de nuevo con Mariposa.

 

Una vez entraron, la bailarina ni se inmutó al escucharles. No fue hasta que la rodearon y se sentaron delante de ella que esta por fin mostró atisbo de vida. Y, por supuesto, la sorpresa fue ver de nuevo a Reinhardt.

 

—Vaya, no esperaba verte de nuevo —exclamó Carolina, aunque no se notaba muy animada por su tono de voz.

 

—Lo mismo puedo decir de ti —respondió con simpatía el cazarrecompensas.

 

Carolina miró a Alice. Era evidente que la presencia de la oficial de la Agencia no pasaba desapercibida. En realidad, nunca lo hacía. Ambas mujeres mantuvieron la vista la una en la otra durante un minuto. Reinhardt observó divertido la escena. Parecían estar evaluándose antes de dar paso al duelo en el que se iban a enfrentar. Cosa que no iba a ser, pero las dos féminas aparentaban estar predispuestas a ello. De eso, el hombre no tenía ninguna duda.

 

—Soy Alice Valentine, oficial de la Agencia y líder de la investigación que nuestra organización está llevando a cabo sobre el Dragón Negro —se presentó con total austeridad y diligencia, como siempre solía—. A mi compañero, el cazarrecompensas Clifton Reinhardt, ya lo conociste el otro día.

 

Los verdosos ojos de Carolina se posaron sobre él. A Clifton no le asustó que ella le mirase, lo que acabó por inquietarle fue la expresión que surgió del rostro de la chica. No mostraba ni sorpresa ni alegría, pero tampoco rechazo o desprecio. Simplemente, era indiferencia. Le sorprendía. ¿Por qué estaría así? Era evidente que había pasado por un terrible momento, pero resultaba extraño el modo en que se comportaba.

 

—No se preocupe por esos agentes de policía —prosiguó Alice—. Ahora seremos nosotros quienes llevemos a cabo la investigación.

 

—¿Y eso se supone que debería de tranquilizarme? —la pregunta sonaba como un claro cuestionamiento.

 

Alice abrió sus ojos de par en par, desconcertada ante la reacción de la stripper. Miró a Clifton. No sabía qué decirle, tan solo se limitó a mirar a Carolina. Esta también se fijó en él de nuevo. Al final, supo qué era lo que le pasaba a aquella chica; no confiaba en el cazarrecompensas. Y no es que le diera miedo, simplemente no quería tenerlo cerca. Eso era todo.

 

Pero de eso Alice también se había dado cuenta.

 

—Sé que la presencia de mi compañero te inquieta un poco —dijo la chica—, pero créeme, somos de fiar.

 

—¿Qué os hace a vosotros mejores que esos policías? —preguntó Carolina poco confiada.

 

—Solo queremos velar por tu seguridad —se explicó Alice—. Te llevaremos al sector principal. Te instalarás en un piso seguro y podrás continuar con tus estudios. Luego, con el tiempo, podríamos incluso hacer que pudieras salir de la ciudad, hacia el planeta que deseases.

 

Todo lo expuesto por la oficial Valentine sonaba muy tentador. Pero Carolina seguía igual, como si nada de lo que le habían dicho tuviera influencia sobre ella. Guardó silencio durante un rato. Clifton y Alice intercambiaron miradas suspicaces.

 

—Claro, a eso se reduce todo —dijo por fin la bailarina—. Vosotros me ofrecéis todos esos lujos a cambio de que os dé mucha información, ¿no es así? —sonaba cada vez con mayor duda—. Todo, ¿a cambio de qué? ¿De qué os entregue al Dragón Negro?

 

Pudo notar la profunda respiración de Alice mientras esta suspiraba un poco. Era evidente que la bailarina estaba poniéndoles las cosas difíciles. A través de las lentes de su casco podía verla con total claridad. No tenía puesto el visor especial, que se desplegaba para ofrecer una mejor visión pudiendo cambiar entre infrarrojos, ultravioleta y rayos X. También contaba con un escáner especial para analizar ciertos objetos y un menú digital que le permitía obtener toda la información que necesitase al momento, usando su voz para navegar a través de este. Ahora lo tenía desactivado y, por ello, las luces de las lentes permanecían apagadas, ofreciendo al cristal un opaco brillo rojo.

 

—Sé que no confías en nosotros y, de hecho, debes pensar que es culpa mía que te haya ocurrido este terrible incidente —le dijo a Carolina mientras se echaba hacia delante—, pero la culpa de que estés en esta situación es solo tuya.

 

—Reinhardt —le llamó la atención Alice. La ignoró por completo.

 

Carolina se puso algo tensa. Notó un leve conato de enfado. Iba a saltar de un momento a otro.

 

—Te dije que te marchases. Kraken siempre dejaba a alguien para vigilar y, si me veían con alguien de poca confianza, no dudarían en tomar represalias.

 

—Te ofrecí mi ayuda para sacarte de esa situación —comentó el cazarrecompensas—. Y tú la rechazaste.

 

—Ya te dije que sé cuidar de mí sola —habló con seguridad Carolina.

 

—Pues no lo parece.

 

Su tono de voz sonaba con duro reproche. Nunca se comportaba de esa manera con nadie, a menos, que lo mereciera, claro. Pero no sabía porqué, con Carolina, estaba de ese modo. No es que la odiase o le estuviera disgustando lo que les decía. Más bien era como si quisiera hacerle ver que había cometido un grave error al no aceptar su ayuda. No es que ansiase convertirse en un héroe, pero sí al menos, haberla sacado de aquella horrible situación. Por una vez, deseaba haber podido salvar a alguien. Lo que no sabía era que, con sus palabras, había enfurecido a la bailarina más de la cuenta.

 

—¡Cierra el pico de una puta vez! —gritó clamorosa mientras daba un fuerte golpe sobre la mesa—. ¡Si tú no hubieras aparecido, nada de esto habría pasado!

 

Reinhardt permaneció al principio imperturbable. Pese a que el golpe y los gritos le habían impresionado, no se dejó amedrentar.

 

—Fuiste tú la que no quiso aceptar mi ayuda. No te quejes ahora —espetó como si quisiera hacerle ver que fue su error—. Sabes cómo son las cosas en esta ciudad. Cómo son sus criminales y qué trato te darán. Yo lo sé muy bien y ni siquiera soy de aquí.

 

Su voz sonaba entrecortada, pero muy grave y arrolladora. Era evidente que pretendía sonar severo con ella. Intentaba dejarle bien claro a Carolina su terrible error por haber hecho tratos con criminales. Que viera el peligro de haber jugado con quienes no debía.

 

—¡No vengas ahora como si pretendieses creer que llevas razón! —le gritó la chica—. ¡No eres más que un puto cazarrecompensas! ¡A ti no te importa absolutamente nadie! Jamás te habrías preocupado por mí. Nunca te habrías atrevido a salvarme.

 

Una sensación agobiante de pánico recorrió su cuerpo. Pareciera que lo que Carolina le decía lo acabó alterando. No, eso no tenía nada que ver. Se trataba de otra cosa. La voz de la bailarina cambió de repente al decirle todas esas duras palabras. Ya no era la bailarina quien le reprochaba todo, quien lo culpaba de cómo había acabado, sino “ella”. El cuerpo de Reinhardt temblaba un poco al escuchar aquellas palabras. Unas palabras que le evocaban un tiempo pasado. Uno repleto de horrores que tuvo que contemplar y padecer. Él no pudo hacer nada por nadie. Fue incapaz de salvarlos. Y ahora un hondo miedo resurgía ansioso por atraparlo.

 

—Muy bien, ya es suficiente —interrumpió en ese momento Alice.

 

La oficial se dio enseguida cuenta de todo aquello. Sabía cómo era Reinhardt y todo por lo que había vivido, pues también estuvo presente en muchos de aquellos terribles eventos. Así que tuvo que poner fin a todo esto cuanto antes, pues sabía que se podía descontrolar en cualquier momento.

 

—Clifton —le llamó mientras le colocaba una mano sobre el hombro—. ¿Estás bien?

 

Intentó despejar su mente, pero le costaba mucho. Todo parecía dar vueltas y un súbito pinchazo se sintió en su cabeza. Más gritos y el sonido de un cuchillo cortando un cuello lo hicieron estremecer.

 

—¡Te…tengo que salir de aquí! —exclamó nervioso.

 

—Lo que necesites —concedió Alice—. Creo que es lo mejor.

 

Se levantó lo más rápido que pudo y salió de allí con prisa. Acabó en el pasillo, chocando contra la pared que tenía justo enfrente. Se aferró a ella como si su vida dependiese de esta como único soporte para salvarse. Arañaba la metálica superficie con sus manos artificiales mientras su convulsa mente revivía cada escena con dantesco realismo. «Este es el castigo que recibe un pecador reincidente», dijo Vance con su ignota voz mientras el cuchillo pasaba por su cuello. Emitió un asqueado gemido y un quejido en su estómago le hizo revolverse. Se pegó a la pared, mientras intentaba exhalar algo de aire. Los dos policías, que aún seguían allí esperando, le contemplaron desconcertados. Daba gracias de llevar puesta su máscara, pues no deseaba que le viesen llorando. Dos lágrimas caían por su cara, una evidente señal del dolor que enterraba en lo más profundo de su ser.

 

—Oye, ¿estás bien? —le preguntó el agente Grayson preocupado mientras se le acercaba.

 

Clifton extendió su mano en clara señal de que no se acercase más. El policía se detuvo con sorpresa. Su compañero, Roderick, miraba poco menos que escéptico.

 

—Sí, sí. Lo estoy —repuso Reinhardt algo azorado—. Tan solo es que…. me había mareado.

 

Grayson lo observó algo desconcertado, pero pareció entender.

 

—¿Qué ocurre? —preguntó en ese instante Roderick, quien se adelantó hasta quedar  cerca de su compañero—. ¿Esa chica os lo está poniendo difícil?

 

Era evidente que se pretendía burlar de él. A Reinhardt le llamaba la atención que, siendo el más veterano de los dos agentes, Roderick se comportara con una inmadurez y arrogancia dignas de un adolescente. Claro que, llevando tanto tiempo en el cuerpo, seguramente habría desarrollado un concepto de superioridad sobre el resto. Mientras los cachorros actuaban de forma prudente para no sufrir castigo alguno, los viejos perros podían campar a sus anchas sin que nadie les atase en corto, libres para cagarse y mearse sobre quien quisiera.

 

—¿Qué pasa, cazarrecompensas? ¿Esa monada te ha jodido un poco y has salido aquí afuera para llorar? —preguntó de forma burlona el veterano agente. Ya no ocultaba su desprecio hacia Reinhardt. Incluso su compañero le miró indignado mientras él se reía como un bufón.

 

Al principio, se contuvo. Lo vio de soslayo un par de veces y  se dijo que no valía la pena. Pero eso era lo que llevaba diciéndose desde hacía mucho tiempo y puede que Roderick fuera un policía, pero Reinhardt ya estaba pasado de vueltas con todo. El último gilipollas que osó tomarle el pelo acabó cayendo desde una altura de treinta metros, con la cabeza atravesada por dos cuchillos, uno de forma horizontal, el otro de forma vertical, conformando ambas hojas una cruz. De eso ya habían pasado diez años.

 

Sin pensárselo, agarró al policía del cuello y lo estampó contra la pared. Roderick gritó aterrorizado y Grayson se apartó con temor a que le pudiera pasar algo. Reinhardt estaba encendido. Podría coger la testa del pobre policía y estamparlo contra la dura pared de metal que el hombre tenía tras su espalda, decorándola con los grisáceos trozos de su cerebro. También podría usar sus manos de metal polimerizado para romperle el cuello o meter sus dedos pulgares en las cuencas oculares para hundir sus ojos en lo más profundo de su cráneo. Podría hacer tantas cosas, pero lo único que hizo, fue hablarle.

 

—Escúchame, capullo, tú no tienes ni puta idea de la clase de vida que he llevado —le dijo mientras lo agarraba con firmeza para que no se le escapase—. Antes has dicho que oíste los rumores sobre mí, ¿verdad? —Roderick asintió inseguro, notando la fuerte presión ejercida en su cuerpo—. Pues tienes razón, no podrías fiarte de mí. He pasado por tanta mierda, he hecho tantas cosas horribles y he tenido que ver cómo todo lo que amaba desaparecía ante mis ojos, que ya simplemente estoy hasta lo cojones de idiotas engreídos como tú. Por ello, te recomendaría no volver a hablarme de ese modo. Ya no tengo tanta paciencia como antes.

 

Soltó al policía, el cual, temblaba tras lo ocurrido. Su compañero fue a su lado para ver si se encontraba bien y luego ambos se marcharon de allí, mirando con temor a Reinhardt. El cazarrecompensas siguió allí, dejando que el aire entrara por sus pulmones. Las lentes oculares brillaban con un intenso fulgor escarlata. Fue liberando su mente de desagradables recuerdos y pensamientos tétricos hasta dejarla vacía. Solo así, pudo sentirse bien de una vez por todas.

 

Esperó el tiempo que hizo falta hasta que el interrogatorio de Carolina finalizó. Una vez vio salir a su compañera y a la interrogada, fue hacia ellas.

 

—¿Dónde está ese par? —preguntó Alice, refiriéndose a los dos policías.

 

—Habrán salido a tomar un café —comentó jocoso Clifton.

 

La oficial arqueó una ceja en clara señal de sospecha hacia su compañero. Era evidente que algo había pasado allí, pero prefirió no preguntar.

 

—Hay que comunicarles que nos vamos a llevar a la testigo a nuestra base en el sector principal —informó a continuación—. Supongo que tendré que hablar con sus superiores.

 

—Bien, ¿quieres que te acompañe?

 

Alice se quedó un poco dubitativa, pero finalmente le respondió.

 

—No, mejor ve y acompaña a Carolina a recoger sus cosas, ¿vale?

 

Eso último no le gustó ni un pelo. No, después de la grave discusión por la que habían pasado antes. No esperaba que la chica fuera a tratarlo mejor ahora, pero tampoco tenía otra alternativa. No le quedaba más remedio que acompañarla. Cuando la vio, ambos supieron que aquello sería muy incómodo.

 

Caminaron por los tortuosos pasillos de la comisaría, sin intercambiar ni una sola palabra, tan solo limitándose a avanzar hasta que llegaron al almacén policial. Pararon frente a la ventana donde un robot custodiaba la entrada. El autómata, de un brillante color azul oscuro, con dos lentes de intenso amarillo como ojos, no tardó en atenderles. Carolina se acercó.

 

—Me llamo Carolina Santos y venía para recoger mis pertenencias.

 

El robot asintió y se metió en el almacén. Clifton y la bailarina esperaron en silencio a que el autómata regresase. No se decía nada, ni siquiera se miraban. Aparentaban ser como una pareja que recién acababa de tener su primera cita. El robot no tardó en aparecer, anunciando su regreso con pesados pasos. Le pasó por la taquilla una pequeña bolsa con todas sus cosas a Carolina. Tras esto, el cazarrecompensas decidió comenzar a caminar de vuelta a la entrada de la comisaría, donde Alice se hallaría esperándoles. Iba avanzando cuando se percató de que Carolina se había detenido de forma sorpresiva. Reinhardt se la quedó mirando un poco extrañado. Ella le devolvió la mirada con sus ojos verdes, inquietándolo un poco.

 

—Oye —le dijo en ese mismo  instante—, quería pedirte disculpas por lo que te dije antes. No era mi intención comportarme de ese modo.

 

Reinhardt se giró para mirarla. Carolina permanecía cabizbaja, como si sintiera vergüenza de lo que estaba diciendo. Él prefirió no contestarle, lo cual sorprendió a la chica.

 

—Sé que te he ofendido y, si te ha dolido todo lo que te dije, lo siento —sonaba afligida. Clifton prefirió seguir escuchándola—. Es solo que la situación en la que me hallaba….Tenías razón. Fui una imbécil al confiar en Kraken  y su banda. No quería reconocerlo y por eso me enfadé contigo. Me sentía estúpida por eso.

 

Aquello, más que una conversación, era quizá un desahogo para Carolina. No dejaba de mirar a Reinhardt, esperando que este le dijese algo. El cazarrecompensas lo cierto es que no estaba muy por la labor de querer hablar, no porque siguiera molesto con la bailarina, sino porque, de algún modo, con ella revivía ecos de una época distante que no quería rememorar. Se parecían tanto. Era como si “ella” estuviera a su lado en ese mismo momento.

 

—No pasa nada —respondió por fin Reinhardt—. Estoy acostumbrado.

 

Carolina quedó desconcertada ante tan inusual respuesta. Siguieron su camino sin problemas, pero se notaba que la chica no estaba por la labor de quedar así con el cazarrecompensas.

 

—Ocultas mucho en tu interior, ¿no es así?

 

Se giró hacia ella al escuchar lo que acababa de decir. Carolina se retrajo un poco al notar la manera en la que la observaba, con esa máscara con dos luceros rojos escondiendo su rostro.

 

—¿Pasa algo con eso? —preguntó con voz tenebrosa.

 

La chica seguía un poco atemorizada. Reinhardt sabía que a veces reaccionaba de unas maneras muy peculiares  y, para colmo, inquietantes. Alice ya se lo había reprochado en muchas ocasiones, pero era algo que no parecía cambiar  en él, por más que lo intentase. Pero había pasado por tanto. Al notar el temor en Carolina, decidió acercarse.

 

—Eh, tranquila —dijo mientras acariciaba con calidez su hombro derecho y colocaba su otra mano en el izquierdo. Pretendía mostrarle cercanía y cordialidad—. En serio, no voy a hacerte daño. Es solo que soy así de brusco y arisco. De verdad, lo último que desearía es lastimarte. No tengas miedo.

 

Una pequeña sonrisa se dibujó en los labios de Carolina. Sus ojos verdes tenían un brillo muy especial. Era innegable. Aquella chica era muy hermosa.

 

—¿Sabes?, me recuerdas mucho a él —dijo en un leve susurro.

 

—¿A quién? —Reinhardt estaba desconcertado.

 

—Al Dragón Negro.

 

La respuesta lo dejó impactado. Si había un ser en toda esa galaxia con el que se le pudiera comparar, ese no era precisamente en quien estaba pensando. Carolina le miró algo desconcertada al notar lo pensativo que se había quedado Clifton tras decirle ella esto. La chica se preguntaba si no habría herido al cazarrecompensas al compararlo con el criminal al que tanto perseguía.

 

—¿Por qué me comparas con él? —preguntó Reinhardt tanto curioso cómo un poco molesto.

 

La chica sonrió de forma coqueta. Parecía divertirle aquella reacción del cazarrecompensas y, aunque  él no le agradase tanto, al menos no podía negar que la situación entre ellos dos se había relajado.

 

—Bueno, tanto él como tú os ocultáis de todos bajo máscaras y una actitud silenciosa —Una leve tensión atravesó su cuerpo al escuchar esto—. Los dos camufláis vuestra presencia bajo ese comportamiento tan reservado y espectral, como si pretendieseis aparentar ser sombras de la noche. Fingís que nada os puede afectar y que no sentís preocupación, pero en el fondo queréis ayudar y proteger a los débiles.

 

No supo qué decirle. Tan solo la miraba con el mayor desconcierto que pudiera atesorar en el interior. Porque la dichosa bailarina había dado en el clavo. Y, aunque hubiese acertado, Reinhardt no estaba por la labor de dejarla ganar.

 

—Ese tipo y yo no nos parecemos en nada —le dejó bien claro.

 

—¿Ah, no?, ¿y en qué os diferenciáis? —preguntó ella con mucha curiosidad.

 

El cazarrecompensas suspiró un poco ante tanta insistencia por parte de Mariposa. Decidió explicarse.

 

—Yo no me oculto bajo ninguna máscara —respondió tajante—. Si me oculto bajo este casco, es solo porque me proporciona una buena protección y posee una interfaz perfecta para poder saber dónde se encuentran mis objetivos y enemigos.

 

Ella se le quedó mirando algo ansiosa. Sabía que estaba tramando algo y eso no le gustaba ni un pelo.

 

—Vale. Entonces, enséñame tu rostro.

 

Quedó paralizado al escuchar semejante petición. No es que Reinhardt fuese reacio a revelar su cara a otras personas, pero lo hacía a gente de extrema confianza. O personas con las que no tenía más remedio, como Simon Walsh, el director de la Agencia. Pero aquello era totalmente distinto. En cierta manera, se mostraba receloso a hacer algo así. No conocía a Carolina lo suficiente como para mostrarle su rostro. Por otro lado, pensó que quizás debería hacerlo. Carolina era una chica simpática e interesante. De hecho, le recordaba mucho a “ella”. Tal vez era hora de ganarse su confianza.

 

—Está bien, lo haré.

 

Ella le miró ansiosa. Reinhardt, notando la expectación con la que le contemplaba, decidió no decepcionarla. Llevó sus manos hasta los laterales del casco. Allí estaban los rebordes circulares que le permitían abrir la máscara para poder quitársela. Los pulsó y estos comenzaron a girar. Se escuchó un sonido de apertura, como un leve silbido de aire escapando. Volvió a mirar a Mariposa, quien ahora estaba radiante y muy hermosa. Era como si hubiese recuperado la vitalidad que perdió no hacía mucho tiempo. Agarró con sus metálicas manos la máscara y tiró de ella hacia delante, revelando así su rostro.

 

Carolina no quedó tan sorprendida cuando tuvo la oportunidad de ver al auténtico Clifton Reinhardt. Esto divirtió bastante al cazarrecompensas. Casi se echaba a reír al ver la expresión de decepción que percibía en la chica. A lo mejor esperaba encontrar a un tipo deforme y horrendo tras la máscara, pero no era así. Reinhardt era un hombre ordinario, como cualquier otro. Tenía la piel clara, los ojos marrones como la avellana, una nariz chata y labios gruesos. Su pelo era muy corto, así que apenas se notaba algún cabello filtrándose por el casco. Pese a todo, en la parte izquierda de su rostro se notaban unas extrañas cicatrices extendiéndose por su mejilla hasta por debajo de la barbilla. Eran manchas de color blanquecino que recubrían su cara de forma escalofriante. Se trataba de marcas que aparentaban relatar una oscura historia ocurrida mucho tiempo atrás. Una llena de dolor y atrocidad. Era evidente que aquel cazarrecompensas ocultaba más de lo que deseaba mostrar a todos. Tal vez debía ser así.

 

Después de que ella hubiera contemplado su rostro, Reinhardt decidió que ya había sido suficiente. Se colocó de nuevo la máscara y volvió a dejar su cara oculta. Reactivó los rebordes para que se sujetase bien y, tras esto, se dirigió a Carolina.

 

—¿Contenta?

 

Ella simplemente asintió.

 

—Muy bien, entonces vamos afuera —señaló hacia la entrada—. Alice debe estar esperándonos.

 

Carolina pasó por delante del cazarrecompensas y, por un momento, preciso vio cómo todo se detuvo. La chica, que andaba con total gracilidad, se paralizó por arte de magia, permaneciendo estática. Se estremeció cuando vio cómo algo pasaba. Ante sus ojos, en un instante, vio que allí no estaba la bailarina conocida como Mariposa. No, no estaba esa linda mujer de veintitantos años, de piel clara, pelo largo rubio y ojos verdes. No, estaba “ella”. Oculta bajo la capucha de su sudadera azul, con algunos tirabuzones de su rizado cabello naranja asomando por esta. La podía ver con su pantalón azul claro de tejido plástico y sus deportivos de marca barata mientras la mochila le colgaba a su espalda. Esa donde metía todos los cacharros que encontraba por la calle para después vendérselos a algún chatarrero o anticuario. Vio cómo, en la paralizada calma que se había establecido, ella giró su cabeza. Y vio sus relampagueantes ojos magenta, destellando una intensa luz azul de ellos, como si fueran los dispositivos de al

arma de una máquina a punto de estropearse. Su etérea piel blanca parecía indicar que no estaba viva. ¿Acaso lo estaba? «Tú no te preocupes por mí, Reinhardt» le había dicho millones de veces, «He pateado estas calles durante mucho tiempo. Sé qué tengo que hacer para sobrevivir». Sí, se lo había oído tantas veces desde que se encontraran hacía mucho. ¿Y, de qué sirvió?

 

El tiempo regresó al mundo como si alguna todopoderosa entidad hubiera decidido reestablecer la continuidad. Carolina pasó por delante del hombre sin percatarse de la ensoñación en la que aún se hallaba sumido. Viendo que la chica ya iba muy por delante, corrió tras ella para no perderla de vista. La observó un poco. Caminaba con paso decidido y seguro, como si no temiera a nada. Se parecían tanto. Jóvenes y ansiosas por ver qué se les tenía más adelante preparado, dispuestas a luchar hasta el final. Pero todas morían. Por su culpa. Él fue responsable, él fue quien la arrastró a aquella locura. La contagió de sus pecados a pesar de que fue ella quien quiso estar a su lado, sin saber el horror que se aproximaba. Era su culpa y por eso no quería que le pasase lo mismo a Carolina. Ella no tenía que pagar por sus malditos errores. No esta vez.

 

—¿Sabes?, me sigues recordando mucho a él —Al mirarla, un leve estremecimiento le acompañó. Esa chica desarmaba a cualquiera.

 

—Ya te lo he dicho antes, el Dragón Negro y yo no somos iguales —le repitió Reinhardt con claro convencimiento—. Yo no soy un monstruo, cosa que él sí es.

 

Una sonrisa iluminaba el rostro de aquella chica. ¿Por qué estaba así? Era como si ocultase algo, como si supiera cosas de él. Cosas que ya conocía, pero que permanecían encerradas en lo más profundo de su interior, sin que nadie supiera de ellas. Oscuros secretos que él no deseaba que resurgiesen. No solo por no desear revivirlos, sino porque no quería que la gente los conociese. Para que no viesen el monstruo que él nunca deseaba ser. De repente, ella se le acercó. Sus ojos verde claro tenían un brillo intenso y especial. Deseaba agarrarla y besarla. Sentir sus cálidos labios, su respiración, su presencia. Quería hacerlo, no solo porque la desease, sino porque deseaba sentirse vivo. Por una vez, al menos. Pero fue Carolina quien se acercó a él y le dio un fuerte abrazo. Notó la presión del cuerpo de ella contra el suyo, cómo aquellos brazos le atraían y se aferraban a su espalda como si no quisiera separarse. Resopló algo nervioso. Mientras que sus sensuales bailes apenas le causaban impacto alguno (le exci

taban, pero poco mas), ese simple gesto lo estaba desmontando a gran velocidad. Acarició su suave melena mientras recorría con su otra mano la espalda de la chica. Ella colocó su boca en la parte derecha de casco, justo donde se hallaba su oreja.

 

—¡Nunca he dicho que él me parezca un monstruo! —exclamó de forma suave y, acto seguido, le dio un pequeño beso en el cuello. Sentir esos labios hizo abrasar su piel.

 

Se apartó de Reinhardt y, por un momento, el cazarrecompensas creyó ver cómo aquella afligida Mariposa volvía de nuevo a desplegar sus alas, lista para alzar el vuelo. Radiante y esplendida, Carolina continuó caminando y él decidió seguirla. Juntos continuaron hasta llegar a la entrada, donde les esperaba Alice. Miró a la chica. Ahora estaría bajo la protección de la Agencia. Ellos se ocuparían de que no le pasase nada malo. Él no iba a estar detrás de ella, pues su cometido era ayudar a Alice y su gente a capturar al Dragón Negro. Fue por lo que lo contrataron y no dudaría en hacer el trabajo, pero tenía la sensación de estar enfrentándose a algo mayor de lo que imaginaba. Más peligroso de lo que ninguno podía creer. Fue al encuentro de Alice, quien ya hablaba con Carolina, comentándole dónde la llevarían y qué pasaría con ella en un futuro no muy lejano. Sabía que esto no era más que un simple comienzo. Lo peor estaba por llegar.

 

 

Epílogo: El Dragón contraataca

La noche cubría de nuevo Neon City y el tercer sector permanecía en el más sepulcral silencio. Más allá de las zonas residenciales, se hallaban los distritos comerciales, con diversos negocios y tiendas donde comprar todo tipo de cosas. Y por esas zonas, de forma discreta, se movían todo tipo de maleantes. La mayoría eran camellos que transportaban droga para venderla cerca de los clubes y locales de alterne que había por la zona. Esta era área de actividad de los Hijos Electrónicos, la banda más poderosa de toda la ciudad, aunque otras bandas también probaban suerte por estos sitios, siempre y cuando los matones de la banda dominante no les pillasen.

 

Las calles permanecían desiertas, como si no hubiera ni el más mínimo atisbo de vida. Todo permanecía iluminado gracias a las potentes luces que emitían las farolas dejando todo a la vista. Aunque en esos momentos nada ni nadie vagaba por allí.

 

Todo seguía en silencio, imperturbable y calmado, como si la vida y el bullicio de la gran urbe se hubieran decidido esfumar sin dejar rastro. Aquel lugar estaba cobrando una apariencia fantasmal, de sitio abandonado y decrépito. Realmente, muchas partes de Neon City estaban empezando a envejecer desde que esta fuera construida hacía ya cuatrocientos años. Hubo algunos intentos de mejorar la ciudad, como la gran obra de renovación que la prestigiosa familia Knight quiso llevar a cabo. Ellos eran una próspera dinastía que fue dueña de muchas de las fábricas en las que se producían los robots que luego iban a excavar en el gran planeta rocoso que estaba cerca de la estación, para extraer minerales que luego se exportaban. Se erigieron como los grandes benefactores de Neon City y pretendían convertirla en una preciosa metrópolis que nada tuviera que envidiar a algunas de las colonias principales regidas por el Gobierno Central. Esa era la gran intención de esta familia, hasta que, doce años atrás, fueron masacra

dos en su propio hogar, una gran mansión establecida entre el segundo y tercer sector. Nunca se resolvió el crimen y, desde entonces, su gran imperio fue repartido entre empresas extranjeras y caciques locales. Una verdadera pena. Esa calle desnuda y oxidada habría recibido un buen cambio.

 

Un lejano sonido se podía percibir en la distancia. Era el rugido de un motor procedente de un vehículo que viajaba a gran velocidad. Al principio, no resultaba muy audible, pero, poco a poco, fue haciéndose más fuerte. Parecía querer anunciar su llegada; que todos supieran quién venía y lo tuvieran en cuenta, o bien para que se apartasen o para que huyesen de él. Pero en realidad, el conductor de aquel vehículo no pretendía ni lo uno ni lo otro. El sonido iba aumentando su potencia, clara señal de que, quien lo emitía, ya estaba cerca. Y no tardó en aparecer.

 

La moto de color azul oscuro irrumpió en aquéllas calles con su atronador sonido, haciendo temblar todo a su alrededor. Como un relámpago, avanzó por la calzada a gran velocidad, cruzando una calle tras otra. Dejaba atrás edificios, establecimientos, otros vehículos estacionados, algún peatón que hubiera por allí. Todo desaparecía como una larga estela barrida por el oleaje del acelerado tiempo, perdiéndose en el olvido infinito. Las luces se convertían en deformadas líneas fluctuosas de brillantes formas que iban del amarillo más claro al rojo más sangriento. Todo reflejado sobre la negra armadura que recubría al Dragón Negro.

 

Los potentes impulsores hacían que la moto fuera a gran velocidad por allí. Esa velocidad le permitía ir de un lado a otro con facilidad y, además, le permitía aparecer irreconocible en las grabaciones que las cámaras instaladas por toda la ciudad captasen. Era una estrategia perfecta, pero no exenta de peligros. A semejantes velocidades, el Dragón Negro se convertía en un peligroso bólido sin control que, de cruzarse con un obstáculo, podría pulverizarlo de un solo golpe. Y puede que el Dragón se salvase, pues su dura armadura, de una aleación metálica compuesta de arcorita pura con refuerzos de titanio y acero, le protegía, pero el desafortunado que tuviera la mala suerte de cruzarse con él moriría al instante.

 

Y eso era algo que no deseaba. Por ello, su interfaz estaba conectada directamente con el sistema de tráfico de Neon City, un avanzado programa informático que se ocupaba de vigilar cómo de transitadas estaban las carreteras, autopistas y raíles de la ciudad. De ese modo buscaba las rutas menos transitadas o en las que no pasaba nadie y podía usarlas para desplazarse más rápido y sin que nadie lo viera. Y, según por lo que había logrado obtener del sistema, esta zona estaba desierta.

 

No tardó en abandonar ese distrito y llegó a la zona fronteriza que había entre el tercer y el cuarto sector. A lo lejos podían verse las oscuras siluetas de los rectangulares edificios negros que eran las fábricas de robots, todas dispuestas en varias hileras paralelas. Se podía escuchar el fuerte sonido de los puertos de carga desplegándose mientras grandes naves de transporte recogían las pesadas cajas repletas de unidades robóticas de excavación con sus ganchos automatizados y se disponían a llevarlos a las estaciones que habían sobre la superficie de Atlas IV, el planeta vecino. El Dragón Negro oteó el paisaje y pasó de las fábricas al borde exterior del sector que separaba el cuarto del tercero. Un gran hueco de varios cientos de metros se abría entre ambos y el borde estaba recubierto de pantallas invisibles de gravedad inducida que protegían estos de cualquier intruso que osase entrar. La mirada del caballero continuó bajando hasta llegar a un cúmulo de edificios que había no muy lejos de allí.

 

Eran antiguos almacenes que se construyeron para guardar recambios para los robots. Había varios diseminados por todo el borde entre el tercer y cuarto sector y venían bien para tener piezas a mano en caso de que algún robot se estropease. Sin embargo, quedaron inútiles cuando se creó el tercer sector y, al partirse en dos aquella zona, muchos de estos almacenes fueron abandonados. Ahora no eran más que vestigios de otro tiempo, meros recuerdos de aquella sucia época previa, antes de que las luces púrpuras de neón reinasen sobre esta gran ciudad.

 

Pero aquellos almacenes eran algo más que fosilizados recuerdos. El Dragón Negro sabía que, en varios de esos edificios, los Hijos Electrónicos habían establecido laboratorios para la fabricación de sus propias drogas sintéticas. Desde allí, los proveedores repartían el material recién creado a los camellos, quienes lo comercializaban en el tercer y segundo sector. Era un perfecto negocio. Y el Dragón iba a por ellos.

 

La moto comenzó a descender por la cuesta de metal y se dirigía directa hacia los almacenes. El motor emitía potentes chirridos mientras avanzaba. El caballero permanecía imperturbable mientras el poderoso aire movía su capa, pero por dentro, la rabia y el odio supuraban con estruendosa fuerza. Para el gran Dragón Negro, la cacería estaba lejos de completarse. Era hora de agitar el avispero, provocar una guerra total en aquella ciudad y de llamar la atención de los grandes lobos. Solo así, se cobraría su ansiada venganza. Esa que llevaba fraguándose desde hacía tantos años.

Fin

 

Próxima publicación: “Pasión galáctica”, relato autoconclusivo escrito por ArturoRelatos

 

Fecha aproximada de la siguiente publicación: 19-08-2016