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Pasión galáctica V

en Grandes Relatos

Pasión galáctiica

 

Capítulo V, Órbita

(Novela por entregas)

Relato escrito por ArturoRelatos para la Antología TRCL

Perfil TR del autor:

http://www.todorelatos.com/perfil/1442942/

 

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El presente trabajo se encuentra protegido bajo licencia Creative Commons, queda estrictamente prohibida la reproducción, copia y distribución sin el permiso expreso de su autor

I

 

Los ojos de Kathly son dos arcoíris de gran intensidad. Ella trata de levantarse de la cama, pero los efectos de la sedación la hacen caer. Kennio la sujeta rápidamente, asustado, y la sienta en la cama. Después la agarra de ambos lados de la cabeza y le examina bien los ojos.

 

—¿Cómo es que tus ojos cambian? —le pregunta nervioso y confuso. Sin darle tiempo a reaccionar, gira la cabeza y mira a Max y a Shera—. ¿Qué le pasa? ¿Está en peligro?

 

La pareja sonríe.

 

—No, tranquilo. Queríamos que fuera una sorpresa. Retiramos el dispositivo y colocamos una versión mejorada, diseñada por mí. Este no se romperá, por muy fuertes que sean sus sentimientos. También la señal de salida es más potente, así que los colores pueden ser más brillantes. Además, dispone del ajuste de visión —explica Max orgulloso—. Al hacer esto, no tuvimos que extraer los cables que, era la parte de la operación que la exponía al riesgo de sufrir daños cerebrales.

 

—¿Entonces soy como antes? —pregunta Kathly feliz.

 

—No —responde Shera —, es posible que te notes más pesada o veas que pesas mas en una báscula. Es normal, te hemos implantado un útero nuevo.

 

Kathly y Kennio se quedan asombrados por sus palabras.

 

—¿Por qué? ¡No suponía un peligro para mi vida! — consulta ella.

 

—Simplemente, no soportaba un acto tan bárbaro y anticuado y, como ya ibas a estar sedada, decidí operarte de eso —explica la doctora—. Por cierto, si planeas celebrar tu recuperación con Kennio, avísame y te paso unos cuantos protectores desechables.

 

—¡Eeeh!, cómo lo celebre es privado —dice el aludido y Max y él se ríen.

 

—Tú ríete, pero se los doy porque yo no los uso —comenta Shera, pícara, a su jefe.

 

Este para de reírse y su cara se transforma en un poema.

 

—Será una broma, ¿no?, yo no estoy listo para ser padre.

 

—Pues ten cuidado con correrte dentro, tal vez un día escuches al ordenador anunciando que estoy embarazada —avisa ella y sale de la habitación con una sonrisa de oreja a oreja.

 

—¡Shera! ¡No me obligues a ponerte un protector yo mismo! ¡Shera! —le advierte Max y sale detrás suyo.

 

Kennio y Kathly les miran divertidos cuando salen.

 

Se ríen juntos mientras se miran a los ojos y, tras unos instantes, se besan apasionados.

 

—He estado muy preocupado por ti —dice rápido y la vuelve a besar.

 

Ella espera un poco, responde:

 

—Yo tenía miedo de separarme de ti —Y reanuda el beso.

 

Él rodea su cintura y la atrae, Kathly le echa los brazos al cuello y se pega más a él. Kennio la tumba sobre la cama y se besan apasionados, pero sin lujuria.

 

Un cuarto de hora después, están los dos tumbados de lado y con el pelo alborotado.

 

—Es maravilloso no estar sedada todo el día —comenta ella.

 

Él le aparta, cariñoso, un mechón de pelo y contempla sus ojos color arcoíris.

 

—Lo maravilloso es volver a ver tu rostro sonreír y contemplar tus preciosos ojos.

 

Ella se sonroja y le vuelve a besar. Kathly se pone encima de Kennio y su beso se vuelve más lujurioso, comenzando además el juego de lenguas.

 

Ella corta el beso y comienza a abrir la camisa de él.

 

—Sí que estas juguetona —comenta Kennio divertido.

 

—He dormido demasiado y ahora tengo muchas ganas de marcha —responde ella sonriente y empieza con los pantalones de él. Se baja de la cama, termina de abrir la cremallera y, de un fuerte tirón, le baja la prenda y se la saca. La erección de Kennio es evidente en sus calzoncillos, los cuales son quitados rápidamente por Kathly.

 

Ella coge el miembro de él y lo masturba ligeramente.

 

—Tú también estás juguetón, seguro que deseas llenar mi nuevo útero y dejarme embarazada —dice lasciva.

 

—Me voy a vaciar dentro de ti —responde excitado.

 

—Entonces hoy me follaras el culo, no es un buen momento para dejarme preñada —comenta Kathly mientras se agacha y empieza a lamer el miembro de Kennio.

 

—¿En serio? ¡Siempre he querido probarlo! —contesta él ilusionado.

 

—Pues hoy me lo vas a reventar bien —asegura ella y comienza a tragarse la polla de su amante.

 

Poco a poco la va engullendo y Kennio nota cómo llega a su garganta, cuando su miembro desaparece por completo. Ella le mira con ojos lascivos y él siente cómo su lengua le recorre el tronco. Kennio no soporta más la provocación de Kathly, la agarra de la cabeza y comienza a follarse su boca. Él comienza con un buen ritmo, metiéndosela siempre hasta el fondo y ella resiste las embestidas mientras respira entre sacada y metida. Lentamente, Kennio sube el ritmo hasta que Kathly no tiene tiempo de respirar. Ella, previniendo lo que sucedería, ya ha aspirado la cantidad óptima de aire.

 

Tras unos momentos de follarse, a un ritmo fuerte, aquella gloriosa boca, Kennio está al borde del orgasmo.

 

—Kathly, me voy a correr.

 

Por respuesta, la lengua de ella se vuelve más juguetona y él no tarda en correrse a chorros en su garganta. Al terminar, suelta la cabeza de Kathly y esta saca la polla de Kennio de su boca.

 

Se relame algo de saliva que se le ha escapado en la follada y dice, pícara:

 

—Veo que no te has buscado a otra para desahogarte, con lo que te has corrido me habrías embarazado, seguro.

 

—Tú eres la única que puede saciarme — responde burlón y la levanta para tirarla en la cama, donde rápidamente su camisa es abierta y sus pantalones bajados.

 

—¡Que ansias de follarme el culo! —dice excitada y ella misma se abre el sujetador, manteniendo la camisa.

 

Él le baja las bragas hasta los tobillos, donde también está el pantalón y comienza a lamer su coño mojado. Ella gime al sentir su lengua y se masajea las tetas, la comida de Kennio se hace más intensa rápidamente, «él también está ansioso por follar», piensa Kathly y ella también aumenta el ritmo de sus propias caricias. Su cuerpo se siente más sensible y ella no tarda en correrse. Mientras le dura el orgasmo, Kennio la pone a cuatro patas y la penetra suavemente. Kathly emite un gemido largo al sentir cómo invade su ser. Él se mueve despacio y, cuando cree que tiene la polla bien embadurnada con los fluidos de ella, la saca y coloca su capullo en el agujero del culo.

 

Kennio se agacha, pegando su cuerpo al de ella, coloca sus manos al lado de las de Kathly, se apoya en ellas y entrelazan sus dedos.

 

—Ya puedes, pero despacio, he de tenerlo estrecho de no hacerlo por ahí —dice ella nerviosa.

 

Kennio sonríe.

 

—Tranquila, seré dulce —le susurra al oído y, lentamente, empuja con su cadera. Su duro miembro dilata lentamente el año de Kathly y se va introduciendo. Ella gime cada vez más fuerte y le aprieta las manos. Aunque antiguamente no necesitaba mucha dilatación previa, ahora siente como si la desvirgara y ya es tarde para hacer que Kennio la dilate con los dedos. A pesar del dolor, ya notaba el gran placer de ser follada por el culo.

 

Cuando el glande por fin entra por completo, el resto del miembro pasa con más facilidad y, en cuanto está todo dentro, Kathly vuelve a llegar al orgasmo, pero esta vez de su vagina sale un gran chorro de fluidos.

 

—¿Te estás corriendo? ¿Eso es un squirt? — pregunta Kennio extrañado.

 

Ella está tan envuelta en el placer que le cuesta contestar.

 

—Yo… tú…

 

—¿Estás bien? ¿Quieres que la saque? —pregunta él preocupado.

 

—No… esto…es… normal… muévete… por favor —responde Kathly con dificultad.

 

Kennio se pega más a ella y le besa cariñoso el cuello, muy lentamente mueve su cadera. Ella gime con el vaivén y las caricias. El interior del culo de Kathly aprieta fuerte, sin provocarle dolor al miembro de Kennio, proporcionándole un gran placer.

 

Suavemente, él aumenta el ritmo, los gemidos de Kathly suben de volumen y ella mueve suavemente su cadera. Los dos amantes gozan del placer que reciben uno del otro y, poco a poco, aumenta el ritmo de su amorosa danza. Él se une a los gemidos de ella y sus dedos entrelazados se aferran más fuerte. La cadencia del vaivén aumenta de intensidad, sin caer en la lujuria; solo es impulsado por el deseo de ambos de estar unidos.

 

—Kathly… me voy a correr —avisa Kennio al borde del orgasmo.

 

—Yo… yo… también —responde ella —. ¡Suéltalo todo dentro!

 

Él, sin aguantar, hunde su miembro lo más profundo posible y se corre. Ella deja escapar otro gemido largo y también llega al orgasmo. Ambos se quedan quietos, pegando lo máximo posible sus cuerpos y disfrutando del placer de estar unidos.

 

II

 

Shera separa sus labios de los de Max y se acomoda en su regazo, están sentados en la silla del despacho de él.

 

—¿Ya puedo llamar a la Central? —pregunta él casi sin aliento.

 

Ella se relame y responde divertida:

 

—Sí, ya has pagado por montarme el numerito delante de todos, ¿cómo puedes pensar que no tengo un protector permanente?

 

—Parecía que lo decías en serio y me puse nervioso —se excusa él.

 

—Tranquilo, un tema tan delicado como tener un bebé te lo consultaría antes —le responde cariñosa y le da un beso corto.

 

—Gracias, ahora quítate de encima para que pueda informar, por favor —pide Max cariñoso.

 

Shera se levanta sonriendo, no sin antes dejarle una muy buena vista de su escote.

 

—Esta noche ya sabes lo que te toca —dice pícara y sale del despacho de su jefe.

 

Él suspira mientras la ve salir. «Creo que esta noche perderé el mando en la cama», piensa.

 

Establece comunicación con la central. Tras unos instantes, aparece en la pantalla del escritorio la imagen de un hombre mayor, con una bata de científico.

 

—¡Qué alegría verte, Maximus! —saluda el anciano.

 

—Igualmente, padre —responde Max.

 

—¿Cuántas veces te tengo que decir que me llames “papa” para que te entre en esa cabezota? —replica el hombre—. A Kennio no le costó tanto.

 

—Si no has podido calcularlo, no creo que yo pueda —contesta él sonriendo.

 

—Bueno, dejémoslo —zanja el anciano —. ¿Qué tal ha ido la operación de Kathly?

 

Max se pone más serio.

 

—Las dos operaciones han sido un éxito, el “manipulador ocular” que diseñé realiza las mismas funciones que el anterior y, además, contiene un localizador que nos permite saber dónde está en cada momento. Aparte de todo, hemos conseguido no dañar su cerebro y que no sufriera una pérdida de memoria.

 

—Así me gusta, hijo. Los mandamases estaban muy preocupados de que la valiosa información que posee se viera comprometida —le felicita su padre.

 

—¿Qué hay del asunto de la recompensa? — pregunta él.

 

—El Consejo es firme; hasta que no se cumpla el objetivo no soltarán ni un crédito —informa el hombre.

 

—Está bien, ¿y cuánto tardará la flota en llegar? —consulta Max.

 

—Están viajando a la máxima potencia posible, llegaran dentro de seis horas —calcula su padre —. Tengo asuntos qué atender, llámame si pasa algo.

 

—De acuerdo —dice él —. Adiós, padre.

 

Se corta la llamada y Max se recuesta en su silla esbozando una sonrisa. Aquel hombre era Bertoph Hughy, su padre adoptivo al igual que el de Kennio. Cuando ambos tenían doce años, les descubrieron robando en el almacén del laboratorio donde el hombre mandaba. Aunque se mostraron hostiles, el tono cariñoso y la amabilidad de Bertoph les convenció de denunciar a su dueño. Después del juicio, donde se declararon contra su opresor, fueron adoptados por el científico y descubrieron sus vocaciones. Kennio sintió fascinación por los cazas espaciales y demás naves, mientras que Max desarrolló su talento para la electrónica. Además, ambos, para demostrar que habían cambiado de estilo de vida, se unieron a la policía.

 

Él aún sonríe por las protesta de su padre a que le trate de usted en su saludo, pero es un gesto que nunca se pudo quitar, ya que para él su padre es alguien que merece un gran respeto. Se levanta de la silla y mira por la ventana. «Seis horas, espero que esos dos las aprovechen bien, puede que no se vean en una buena temporada», piensa triste.

 

III

 

En la torre de control de Neper VI, los radares están todos tranquilos y la poca actividad detectada es el habitual ir y venir de los comerciantes y de los pilotos probando nuevas naves, cerca de la estación espacial. Los controladores están o hablando tranquilamente o pidiendo el código de acceso a algunos comerciantes nuevos. Todo parece normal hasta que, de pronto, saltan las alarmas y al instante desaparece la estación espacial y las naves de alrededor. El personal no entiende qué pasa, ya que sigue sin aparecer nada raro en las pantallas. Los escudos de la ciudad y del complejo de investigación se activan y se despliegan también las defensas planetarias.

 

En el complejo, la alarma ya tiene a la gente moviéndose a sus posiciones de combate, Max está corriendo hacia la sala de control, llega al pasillo de acceso y los guardias le abren la puerta en el acto.

 

—¿Qué ha pasado? ¿Nos atacan o es un accidente? —pregunta nada más entrar.

 

—No sabemos, señor —contesta uno de los oficiales —la estación espacial ha desaparecido sin más del radar, no se detectan enemigos cerca y no se ha reportado ningún incidente antes de su desaparición.

 

—Averiguad qué demonios pasa —ordena Max—. Una estación no desaparece sin motivos.

 

Shera entra un rato después, acompañada de Kennio y Kathly.

 

—Max, ¿qué está pasando?

 

—No hay nada confirmado, pero creo que alguien viene a reclamar algo —responde él y mira a Kathly.

 

Los ojos de ella relucen con un intenso violeta y su exudación es visible.

 

—Tienes que decírnoslo, ¿eres realmente la líder de Génesis? —pide Kennio.

 

Kathly le mira nerviosa, después mira a Shera que le asiente con la cabeza y después a Max, el cual la observa con una mirada dura, como el acero.

 

—Si hablas y haces un pacto con la policía, serás libre y te protegeremos de él —asegura Kennio.

 

Ella le mira y niega con la cabeza.

 

—No… no podéis protegerme… no podéis pararle… él nunca descansará hasta que me recupere o esté muerta… no podéis — responde atenazada por el miedo—. Cuando pierde a alguien que puede descubrirle… no hay nada que le detenga.

 

—Eso es porque no se ha cruzado conmigo —aclara Max con voz dura—. ¡Preparad a Maximilian! Kennio, ven conmigo. Shera, te dejo al mando.

 

—Sí, señor —contesta Shera.

 

Los dos hombres salen y ella se gira hacia las pantallas.

 

—No comprendes la locura que has dicho. Cuando alguien entra en este laboratorio él le promete dos cosas, una es que trabajará duro y recibirá el mejor trato posible y la segunda es que, si algo le pasara, él mismo se encargaría de tomar las medidas que sean necesarias. En este caso, han muerto quinientas cuarenta y ocho personas. Él se encargará de que sus familias reciban una manutención de por vida y buscará una familia a los huérfanos, pero eso será después de vengarlas a todas — aclara Shera sin mirar a Kathly.

 

Ella la mira y piensa: «y vosotros no comprendéis que no se puede vencer a Ecniv».

 

IV

 

Kennio sigue a Max por el complejo, solo ha visto una vez así de serio a su amigo y fue cuando, en una pelea, le consiguieron apuñalar en una pierna. Max le rescató arrebatándole el arma al agresor y clavándosela en el estomago sin mostrar piedad alguna.

 

Las personas pasan corriendo a su lado, corren a poner a salvo la valiosa información o a tomar posiciones defensivas.

 

—Max, ¿qué es el Maximilian? — pregunta Kennio mientras andan.

 

—El arma más potente que he creado, su existencia es secreta ya que la calificarían de ilegal —responde él.

 

—¿Ilegal? ¿Qué demonios has creado? —consulta escandalizado porque su amigo esté violando las leyes.

 

Max se para delante de una puerta.

 

—Aquí está la armería y el almacén de equipos, coge lo que necesites y únete a un escuadrón de cazas —ordena y se va por el pasillo, sin dar tiempo a que Kennio vuelva a preguntar.

 

—Sigue siendo igual de protector —murmura resignado y cruza la puerta.

 

V

 

En el centro de control, Shera está revisando que se cumplen los tiempos de evacuación de la urbe cuando salta una alarma en la ciudad.

 

—¡Algo ha impactado en el cuadrante H—6! —informa una oficial.

 

—¿Cómo es posible? ¿Están las defensas activas? —pregunta ella mientras revisa el estado del escudo en su pantalla, este se muestra en perfecto estado, a excepción de la zona donde se encuentra la estructura revuelta. En ese momento, en otras tres zonas, la estructura del escudo se ve alterada y saltan tres alarmas más.

 

—¡Mas impactos! ¡Cuadrantes R—3, B—7 y K—5! —dice otro oficial.

 

—¡Iones! ¡Son disparos de iones! —grita al descubrir el motivo—. ¡Pasad los lanzamisiles a manual e interponed los proyectiles en la trayectoria de los disparos!

 

Los oficiales cumplen con las ordenes y los siguientes disparos de iones no producen daños a la ciudad, ya que estallan en el aire.

 

—Manteneos atentos a las perturbaciones, hay que darle tiempo a Max —alienta.

 

—¡Si, señora! —contestan todos a la vez.

 

VI

 

Kennio se está terminando de colocar las protecciones de las piernas cuando Kathly entra en el vestuario, cargada con dos ametralladoras.

 

—¿Qué haces aquí? —pregunta sorprendido.

 

—Voy contigo, si vas a enfrentar una locura así, mejor que esté a tu lado —responde firme.

 

—De eso, nada. No pienso ponerte en peligro, tú te quedas aquí —declara serio.

 

—No estoy pidiendo tu permiso, voy a ir contigo —replica con los ojos rojos.

 

Kennio se levanta del banco, si ya imponía gracias a su altura y sus fuertes músculos, las protecciones le dan un aspecto aún más duro. Pero Kathly no parece amedrentada, ya que sus ojos no cambian ni pierden intensidad.

 

—No puedes darme más miedo que él —dice con convicción.

 

—No quiero darte miedo, quiero que razones —aclara—. No sabemos qué ha traído para rematar el trabajo. Estaré metido en un caza sin poder ver nada hasta que atraviese la estratosfera. Hasta ese momento, solo mis reflejos me mantendrán vivo y, aún así, no hay garantía de ello. Después de eso estaré enfrascado en plena batalla, donde un mínimo despiste puede suponer mi muerte. ¿crees en serio que voy a meterte en esa tormenta de destrucción y muerte? — explica casi a gritos.

 

—No —responde Kathly, Kennio se relaja al ver que le comprende—. Pero, ¿crees de verdad que yo me quedaré aquí, canturreando alegre, mientras tú te juegas la vida por mí? —pregunta ella mientras sus ojos cambian del rojo al azul y se humedecen—. Si tú mueres, yo no tendré ningún motivo para seguir viviendo. No te diste cuenta, pero, cuando nos estrellamos en aquel planeta, yo me estaba enamorando de ti. Lo primero que dijiste fue «¿estás bien?», aunque luego fuiste un borde y un idiota, te preocupaste de mí en primer lugar y eso es algo que nadie había hecho por mi antes —explica ella y las lágrimas empiezan a surcar sus mejillas—. Al día siguiente, por la noche, me trataste con mucho cariño y disfruté del sexo por primera vez —Kennio trata de interrumpirla, pero ella no le deja —; así que o me llevas contigo o me suicido en cuanto despegues.

 

Él no sabe qué contestar y verla llorar le está ablandando. Solo quiere hacer una cosa y es lo que hace. Kennio rodea su cintura, la atrae y la besa como si fuera la última vez, ella le responde de la misma manera. Al separarse, los dos están sin aliento.

—Puedes venir, pero si te ordeno eyectar, lo haces aunque a mí se me atasque el asiento —dice él.

 

Ella asiente, le da otro beso cariñoso y se limpia las lágrimas. Kennio la abraza y la mece suavemente mientras ella se recupera. Cuando entran en el hangar, solo queda un caza. Abordan rápidamente y despegan enseguida.

 

—K-Verde llegando a la formación —notifica Kennio por el intercomunicador—. Perdón por retrasarme.

 

—Tranquilo, K-Verde, nos mandaron dar unas vueltas de reconocimiento y escuchamos que había bronca en los vestuarios. Tu chica te los ha de tener bien cogidos —explica y bromea el líder del escuadrón.

 

—Cuidado, Líder-Verde, mi chica es mi copiloto, esta altera y es de gatillo fácil —él sigue la broma mientras mira a Kathly por la cámara, esta sonríe ante la respuesta.

 

—Entonces, estás en buenas manos. Cuando volvamos le pediré disculpas en persona y os invito a una ronda a todos —ofrece el Líder-Verde—. Así que nada de morirse.

 

Todos los integrantes del escuadrón responden con un grito aprobatorio y esperan a la orden de movimiento, que llega poco tiempo después. Mientras todos los escuadrones ascienden tienen que ir esquivando los disparos de iones, que interceptan los lanzamisiles a pocos metros de ellos. En el momento de atravesar la atmósfera, algunos integrantes de otros escuadrones caen, ya que es más difícil maniobrar. Según es más visible el espacio exterior, más fáciles son de esquivar los disparos y ver las naves enemigas. Cientos de fragatas, cruceros de combate, acorazados y destructores apuntan hacia el planeta, a la espera de la batalla y, detrás de esta formación de ataque, está el Vindicator.

 

De repente llega un mensaje del centro de control.

 

—El objetivo principal es la nave llamada Vindicator, suponemos que el líder enemigo se encuentre ahí. Es la responsable de cegar nuestros equipos —informa la oficial al mando mientras señala y muestra el blanco—. También detectamos que proyecta un escudo de gran alcance que cubre a las naves de su flota, pero, si ustedes lo atraviesan, podrán dañarlas. Buena suerte y manténganse con vida.

 

Kennio activa el escudo del caza y prepara todas las armas. Sienten una perturbación y habla el líder de escuadrón:

 

—Creo que esa sacudida es la señal de que hemos atravesado el escudo, todos atentos porque enseguida nos dispararán como si no hubiera un mañana.

 

El enemigo parece haberle oído, ya que las naves enemigas les comienzan a disparar con todo. Los cazan son obligados a romper la formación y los distintos escuadrones se dispersan para ir a por objetivos diferentes.

 

VII

 

Max está en la base del Maximilian, andando de arriba para abajo y dando órdenes a los trabajadores. Sus nervios se agravan cuando le notifican que los cazas habían iniciado ya el combate. El arma está diseñada para prepararse con más tiempo del que ha tenido y, por ello, Max se culpa de que la ciudad haya recibido daños.

 

—Señor, el cañón está al punto, pero solo se podrá usar en modo manual, ya que los sistemas siguen sin poder detectar las naves enemigas —Informa el jefe de la base.

 

—Me sirve. Cuando todo esté listo, evacue esta base —ordena Max y se dirige al puesto de control del Maximilian. La sala es completamente gris y cuenta con un único asiento que mira hacia una serie de pantallas que muestran diversos datos, tales como el estado de los componentes, la integridad de la base y nivel de potencia.

 

Max se sienta y agarra el control del cañón. Con la otra mano manipula la pantalla de enfoque de mira. En esta se muestra el cielo y, tras un ajuste de zoom, se observa la batalla que hay fuera del planeta. Activa la cuadrícula de precisión y se coloca los auriculares con micrófono.

 

—Maximilian listo, marcando objetivo —informa al centro de la base de investigación—. ¡Fuego! —dice y aprieta el gatillo.

 

VIII

 

Kennio y Kathly están metidos en el centro de la batalla. El enemigo ha decidido responder, lanzando escuadrones de cazas y estos son más numerosos que la fuerza defensiva, pero los pilotos aliados cuentan con más experiencia y habilidades. Aunque algunos aliados ya han caído, las bajas no son significativas y todos se protegen entre ellos. No lo pasan tan mal, ya que las habilidades de Kennio son muy superiores a las de sus rivales y Kathly es una gran tiradora que se encarga de los que tratan de atacarles por la retaguardia.

 

Una señal informa a Kennio que tiene que alejarse de cierta trayectoria.

 

—Aquí K-Verde, ¿qué es ese aviso? —pregunta extrañado.

 

—Significa que el “gran papi” va a castigar a los que agreden a sus hijos —dice el líder de escuadrón riendo —. Ya sabéis, chicos, ¡alejémonos de estos condenados!

 

El Escuadrón Verde se aleja discretamente de la fragata que había estado atacando y los demás grupos imitan la maniobra. No tarda en aparecer el motivo del aviso, ya que una rápida luz azul se manifiesta, choca con esa nave y produce una fuerte explosión en ella. La fragata se escora y, rápidamente, es rematada por otro destello azul. El aviso cambia la trayectoria, apuntando a un destructor cercano a ellos, el cual es alcanzado de inmediato por otro rayo azul al que le suman, en una cadencia de uno por segundo, más disparos.

 

—¿Esos disparos viene del Maximilian? ¿Cómo atraviesan el escudo enemigo? —pregunta Kennio al aire.

 

Los cazas enemigos vuelven a hostigarles y él y Kathly tienen que centrarse en el combate.

 

IX

 

Shera, en el centro de mando, está muy nerviosa. Ahora que los enemigos han visto la potencia de fuego de su mejor defensa, querrán destruirla y allí se encuentra solamente Max.

 

Su método para interceptar los disparos enemigos, por el momento, está funcionando, pero alguno casi escapa. La evacuación de la ciudad se ha completado y se están revisando las posibles pérdidas. Una alarma avisa que un grupo desconocido, compuesto por veinte cazas, ha traspasado el escudo enemigo y lleva rumbo al Maximilian.

 

Shera pulsa rápido el intercomunicador con su jefe y le avisa:

 

—¡Max, un escuadrón de cazas va a por ti y está fuera de nuestro alcance!

 

—¡Que vengan! ¡No van a saber con qué les he disparado! —responde Max feroz.

 

Los cazas no varían el rumbo, confiados. De la base del cañón salen cuatro ametralladoras pesadas láser y apuntan a los enemigos. Antes de que se den cuenta, son acribillados por un centenar de disparos de alta velocidad, emitidos con cadencia demencial.

 

Shera respira aliviada. Aunque el cañón esté en manual, las defensas antiaéreas pueden operar en automático al detectar enemigos con el radar. La batalla parece decantarse a su favor, ya que el cañón de iones de Max está destrozando naves atacantes a diestro y siniestro.

 

—¡Ordenad a los cazas que ataquen a las naves que nos bombardean con iones cuando no tengan naves defensivas cerca! —exige a los oficiales.

 

—Max, céntrate en las naves que defienden los bombarderos, estos no podrán defenderse de los cazas —explica a su jefe, el cual confirma que la ha escuchado.

 

«Espero que aguantemos. No es lo más rápido, pero es lo más seguro para nuestros hombres» piensa, preocupada, mientras ve las reservas de misiles.

 

X

 

Kathly y Kennio ya han perdido la cuenta de cuántas naves y cazas han destruido. La inexperiencia de los piratas es muy evidente, pero jugaron desde el principio con la ventaja del número y han conseguido derribar varios cazas aliados. El Escuadrón Verde, hasta el momento, ha conseguido mantener a todos sus miembros protegiéndose mutuamente. Los piratas ya han perdido un cuarto de su ejército a manos de Max y un quito por los cazas, esto está provocando que las naves enemigas concentren todo el fuego sobre ellos, descartando a los demás escuadrones aliados.

 

—Chicos, ya hay otro bombardero desprotegido, ¡vamos a por él! —ordena el Líder Verde.

 

—¡Recibido! —informa Kennio y se reagrupa con los demás.

 

Llegan al bombardero y, rápidamente, lo acribillan con disparos láser y misiles. Apenas se han separado de la nave que está explotando cuando les salen al paso un escuadrón de cazas y un crucero de combate.

 

—¡Separaos y evitad que os aíslen! —ordena el jefe.

 

Los miembros del grupo se separan para tener más espacio de maniobra y se preparan. Kennio maniobra con la nave para disparar una andanada de misiles y vira a estribor porque llegan los primeros disparos. Los cazas aliados intercambian ráfagas con los enemigos mientras se dirigen al crucero. El escuadrón enemigo pierde a varios integrantes en el primer contacto. Los sobrevivientes son arrasados por los copilotos aliados, a cargo de la artillería de las torretas traseras. El crucero comienza contraatacarles.

 

—¡Centraos en las armas y el puente de mando!

 

Las torretas de la nave no tienen la suficiente cadencia como para alcanzar a los veloces cazas y estos esquivan todos los disparos mientras destruyen, una a una, las armas del crucero. Un miembro del escuadrón lanza un misil al puente de mando y este es destruido por el sistema antimisiles. Kennio destruye el emisor de escudo y acribilla a disparos láser el puente. Al romper el cristal, el vacío del espacio absorbe a la tripulación y los sistemas de abordo fuerzan el sellado de la zona, dejando inutilizada la nave.

 

—¡Necesitamos apoyo, son demasiados! —grita el líder de otro escuadrón.

 

—¡Aquí Líder-Verde, ya vamos en su ayuda! —contesta el jefe del grupo y todos le siguen.

 

Cuando llegan a respaldar a sus aliados, sorprenden a los enemigos por la retaguardia de su formación y provocan cuantiosas bajas.

 

XI

 

Shera se siente cada vez más nerviosa. Sus tropas están siendo acorraladas por el gran número de contrarios y la reserva de misiles disminuye rápidamente. Aunque el enemigo ya no les ataca solo a ellos, tiene que defender a Max de los disparos de iones que intentan acabar con su cañón.

 

—Shera, ¿cómo vais de misiles? —le pregunta él por el intercomunicador.

 

—Vamos… vamos bien, tú céntrate en mantener a nuestras tropas a salvo y destruir los bombarderos que te atacan —miente ella tratando de no ponerle nervioso.

 

—No pensaba que teníamos tantos, pero confió en ti —responde él y corta la comunicación.

 

Ella se seca el sudor de la frente y se prepara para su próxima orden.

 

—Caballeros, nuestras reservas se están acabando… es por eso que les ordeno evacuar estas instalaciones.

 

—¿Pero quién coordinará a nuestras tropas y protegerá a Max mientras evacuamos? —pregunta una oficial.

 

—Ustedes evacuarán… yo no. Me encargaré de todo —explica Shera.

 

Los oficiales intercambian miradas, el más joven tiene cuarenta años y sabe cómo terminará aquello. Sin decir una palabra, todos vuelven a sus obligaciones e ignoran la orden.

 

—¿Qué hacéis? ¡Evacuad! —Ordena ella confusa.

 

—Señora, después de esto podrá ayudarnos en un consejo de guerra, pero no vamos a dejar que usted se lleve todo el mérito y a nosotros nos tachen de cobardes. Además, prefiero enfrentar a la muerte antes que al jefe enfadado porque la deje aquí a morir —contesta uno de ellos con chulería.

 

—Cuidado con decir esas cosas que, en las películas, las suele decir el que después muere —le responde el más joven con una sonrisa.

 

Los demás se ríen y consiguen aliviar el estrés que está apoderándose de Shera. Ella sonríe, respira hondo y se prepara para enfrentar lo que venga.

 

XII

 

Max corta la comunicación y vuelve a disparar. Ha notado la tensión de Shera incluso a través del interfono «últimamente me olvido de que es joven aún», piensa. Aunque ella le dijo que apoyara a los cazas, estos están en combate contra otros iguales y su cañón es muy lento para acertarles, así que se decanta por seguir destruyendo bombarderos, aunque con la distancia ya le esquivaban algunos disparos. Cuando le quedan solo cinco por destruir, salta una alarma indicando un impacto en la ciudad. Alarmado, llama al centro de mando.

 

—¡Shera! ¡¿Qué ha pasado?! —pregunta.

 

Pero solo recibe silencio.

 

—¡Shera! —repite.

 

Más proyectiles tocan tierra destruyendo distintas partes de la ciudad. Max se vuelve a centrar en derribar a los responsables. Unos minutos después el comunicador se activa.

 

—¿Señor? —se escucha la voz de un hombre al otro lado.

 

—¿Randy? ¿Qué está pasando? ¿Se acabaron los misiles? —consulta él.

 

—No, señor. Nos la jugaron y mandaron un disparo oculto detrás de otro. Interceptamos primero y no pudimos reaccionar contra el segundo. Lo malo es que nos dio de lleno, parte del techo se ha venido abajo y los equipos ya no funcionan —explica el oficial.

 

—¿Cómo están todos? —pregunta mientras derriba al último bombardero.

 

—Estamos… estamos bien —contesta sin mucha convicción.

 

—De acuerdo. Todos los bombarderos han sido destruidos, así que busquen una zona segura dentro de las instalaciones —ordena Max.

 

—Sí, señor —responde el oficial y cortan la comunicación.

 

Randy deja el intercomunicador.

 

—En cuanto resolvamos ese problema —dice para sí y mira hacia el sitio donde está Shera respirando con dificultad a causa de la fina viga de titanio que le atraviesa de adelante a atrás el costado derecho.

 

XIII

 

Kennio vuela a toda máquina por el campo de batalla, disparando a los enemigos que se cruzan en su camino mientras huye de sus cinco perseguidores.

 

—Trata de mantenerte más estable, no consigo darles —pide Kathly desde la torreta.

 

—Lo siento, pero no quiero que muramos aquí —responde Kennio—. Aprieta el gatillo hasta que no quede ninguno.

 

Kathly sigue la sugerencia de Kennio y no suelta el gatillo mientras trata de apuntar. Kennio sigue esquivando disparos y, a la vez, rescatando a aliados. Poco a poco, sus perseguidores se reducen y él puede estar más estable, con lo cual ella derriba al resto más fácilmente.

 

—¡K-Verde, nos vendría bien que nos ayudarais por aquí! —dice el líder del escuadrón.

 

—Ya vamos, por fin nos quitamos a las malditas lapas —responde Kennio y pone rumbo.

 

—Su ejército no durará mucho más, ¿crees que podremos matarle? —pregunta Kathly.

 

Él mira a su alrededor. Una infinidad de restos de naves flota por la zona.

 

—Por supuesto, de todo lo que trajo solo le queda un cuarto y su nave no tiene armas —argumenta.

 

Los ojos violeta de ella demuestran que no comparte su seguridad en alcanzar la victoria.

 

—No sé, siempre tiene un as escondido bajo la manga y todo esto es muy fácil.

 

Kennio achaca la inseguridad de Kathly a sus muchos años de padecer abusos. «Yo la enseñaré a no tenerle miedo», piensa y acelera más la nave. Cuando llega al encuentro con sus aliados, estos están en plena batalla con un grupo muy superior a ellos. Dos del Escuadrón Verde han caído y otro más ha perdido a su copiloto, pero puede seguir luchando. Además, hay miembros de otros escuadrones.

 

—Prepárate, esto va a ser duro —avisa Kennio.

 

Prepara todos los misiles que les quedan y se sumergen en plena batalla. Disparando a todo enemigo que entra en su radio de alcance por delante y detrás, sorprenden a los piratas y les hacen cambiar de táctica. Esto provoca que las tropas aliadas se libren de sus acosadores y puedan reagruparse en formación.

 

—¡Muy bien, muchachos! ¡Ahora nos toca acabar con esos perros rabiosos! —dice eufórico el líder—. K-Verde, te seguimos.

 

Kennio se sorprende de que le deje dirigir el contraataque, pero no duda al dar las ordenes:

 

—¡Formación en línea, cargaos a todo el que se os ponga enfrente y, cuando les pasemos, romped líneas y agrupaos en formación de dos para cubriros mutuamente!

 

Todos se ponen en la formación indicada y se dirigen a la agrupación enemiga que va a su encuentro.

 

—¡Toda la potencia al escudo! ¡Cuando nos disparen, aceleráis y les respondéis cuando sobrepasemos la línea de fuego! —gira instrucciones con tono de mando.

 

El grupo enemigo establece la misma formación, pero con dos filas más arriba y abajo. A ochocientos metros de distancia, el enemigo comienza su ataque y los aliados aceleran según el plan. Algún que otro disparo les alcanza, pero es repelido por los escudos. Los contrarios tratan de corregir la trayectoria de sus disparos, pero las armas se mueven despacio. El escuadrón de Kennio devuelve la potencia a las armas y acribilla a la línea enemiga que tiene enfrente, a la vez que evade.

 

Cuando traspasa la línea enemiga, rompe la formación y se divide en grupos de  dos, el Líder Verde hace pareja con Kennio y juntos ascienden para seguir atacando. Bocabajo, disparan a todo caza enemigo que se les cruza y lanzan misiles a los que se les escapan. Cuatro piratas se posicionan detrás de ellos y les disparan. Ambos evaden haciendo un rizo que les coloca detrás de ellos; duran poco frente a los hábiles pilotos. La intensidad de la batalla desciende según van cayendo las naves enemigas y aliadas.

 

 

Al final, los piratas se retiran en busca del apoyo de naves más grandes, pero ese apoyo ya no existe, pues Max acaba de destruir la última nave que custodiaba al Vindicator.

 

—¡Dejadles y rodead a su nave principal! —ordena Kennio y todos se dirigen hacia el objetivo.

 

Cuando rodean la nave, una llamada procedente del Maximilian es dirigida a todos los cazas y al enemigo.

 

En la pantalla aparece la cara de un hombre blanco, con pelo corto y oscuro bien peinado, ojos marrones, mandíbula fuerte y con una cicatriz en la mejilla.

 

—Soy Máximus Drákonis, director del centro de investigación de Neper VI, exijo su rendición para que sea juzgado por sus crímenes —se escucha la voz de Max.

 

El hombre de la pantalla sonríe.

 

—Nunca he cometido crímenes, solo vengo a recuperar algo que me pertenece.

 

Los ojos de Kathly se vuelven morado intenso y su cuerpo tiembla ligeramente.

 

—Aquí no hay nada tuyo —responde Kennio firme.

 

—Oh, capitán Kennio, también quiero hablar con usted. Verá, esa mujer que usted detuvo tiene firmado un contrato de servidumbre conmigo, por el cual yo debo estar presente cuando sea detenida y me da derecho a ser su ejecutor o verdugo en caso de que la encuentren culpable —explica mientras muestra un papel con tres firmas—. La tercera firma es de su madre, quien firmó contenta de que me hiciera cargo de su hija.

 

—Eso, ahora mismo, da igual ya que ha usted cometido un crimen intergaláctico atacando esta base, así que entréguese pacíficamente —corta Max enfadado.

 

—¿Atacar yo? ¡Si mi nave no tiene armas! —se hace el despistado.

 

—¡Pero sí su ejército! —grita él.

 

—¿Qué ejército? Yo solo veo escombros, deberían limpiar los restos de sus experimentos —contesta extrañado.

 

—Nuestros sensores pueden… —comienza a decir Max, pero se detiene— ¡Bastardo!

 

—Eh, tranquilidad, yo no he insultado a su persona —replica con cara ofendida el aludido.

 

Kennio no entiende la reacción de su amigo hasta que ve que el radar ya detecta la nave enemiga. «El hijo de puta ha ocultado su presencia hasta ahora y el registro de los sensores afirmará que no había un ejército de naves cuando él fue detectado por primera vez».

 

Un destello azulado pasa cerca de Kennio y se dirige al Vindicator, pero en vez de impactar, al llegar a cierta distancia de la nave se dispersa, rodeando la estructura y se junta en la parte de atrás para seguir su trayectoria por el espacio.

 

Kennio y Kathly miran asombrados. Un segundo destello vuelve a recorrer el camino del anterior, pero esta vez se desvía hacia un caza aliado sin que este pueda reaccionar.

 

—¿Esos son disparos de iones? Pensaba que esas armas eran ilegales, tal vez debe informar de esto a las autoridades —comenta el pirata con una sonrisa—. Aunque puede que haga la vista gorda si me entregas a Kathly.

 

«¡Ese era su as bajo la manga, ahora tiene una grabación con la que chantajear a Max!», piensa Kathly, desesperada.

 

Un silencio tenso se impone y es roto por Kennio:

 

—Vamos a hacer lo siguiente: subiré abordo de la nave y negociaremos un acuerdo sobre la detención.

 

—¡Kennio! ¡¿Te has vuelto loco?!¡Te matara! —protesta Kathly.

 

—Aceptaré, si la dama en disputa está presente, capitán —regatea él.

 

El policía vacila un instante.

 

—De acuerdo —acepta.

 

—Genial, en unos momentos les abriré la compuerta —informa el pirata alegre.

 

Kathly está horrorizada, pues las acciones de Kennio podrían llevarlos a ambos a una muerte segura.

 

—Por favor, no lo hagas. Si entramos no saldremos vivos. Huyamos, huyamos lejos — le ruega llorosa.

 

—Si huimos, nos perseguirá hasta que estemos muertos y Max perderá todo por lo que ha trabajado y le encarcelaran —explica él—. Lo mataré aquí y así podremos tener una vida tranquila.

 

XIV

 

En el Vindicator se abre una compuerta y Kennio dirige la nave hacia ella. Aterriza en el hangar y se bajan del caza. Kathly se pega mucho a él, la puerta se abre y entra el hombre de la pantalla, vestido con un elegante traje. Dos hombres armados con ametralladoras lo custodian.

 

—Bienvenido a mi nave, capitán —dice mientras hace una pequeña reverencia—. Me alegro de que sea un hombre negociador. Si no le importa, mis hombres les registrarán para ver que no tienen armas y para que no haga ninguna tontería que estropee las negociaciones antes de tiempo. Lo que usted ve es un holograma.

 

Y, acto seguido, lo demuestra haciendo parpadear su imagen.

 

Kennio esboza un gesto de fastidio y tira la ametralladora que trajo consigo, sujeta magnéticamente a la espalda, y el cuchillo de combate de la cintura. Kathly también se desprende de su arma de fuego. Los dos piratas se acercan y pasan un escáner por encima de la ropa de él, encuentran el segundo cuchillo de la bota y se lo quitan.

 

—Quítate la ropa —ordena uno a Kathly mientras le apunta.

 

Ella duda, pero un gesto del pirata le convence de hacerlo. Se quita la chaqueta. El hombre sigue apuntando y ella se quita también la camisa, quedándose solo con el sujetador de encaje que deja poco a la imaginación. El pirata sonríe, pero, sin estar satisfecho, le señala los pantalones. Esto ya saca de quicio a Kennio, que hace un amago de pegarle, pero su compañero le detiene amenazándole con el arma. Kathly se quita las botas y se baja los pantalones con los ojos de rojo intenso. Se queda medio desnuda, con solo la pícara ropa interior que le prestó Shera. Los dos piratas la miran claramente excitados y el que la obligó a desnudarse le agarra un pecho, esta vez Kennio no tiene tiempo de reaccionar porque Kathly da un puñetazo en la cara del abusador en cuanto la toca.

 

—¡Maldita zorra! —espeta y le apunta.

 

Antes de que apriete el gatillo, el holograma vuelve a hablar.

 

—¡Basta! Veo que sigues siendo la misma fiera, ni siquiera ese policía, que habrá disfrutado de lo lindo con las habilidades con que te entrené, te ha vuelto más sumisa.

 

—Nunca seré sumisa con basura como vosotros —responde algo fiera, pero la dura mirada del hombre y su sonrisa maliciosa hacen que sus ojos se tiñan, poco a poco, de violeta.

 

—Vaya, nunca te habías atrevido a insultarme. Creo que te has vuelto una gata más rebelde que antes, ya te volveré a educar —comenta manteniendo la sonrisa, haciendo que Kathly tiemble de miedo—. Pero, por ahora, seré benévolo y te dejare volver a ponerte las botas, no te vayas a resfriar.

 

—¿Cuándo te vas a mostrar en persona, cobarde? —pregunta Kennio.

 

—Tranquilo, capitán, por el camino podrá preguntarme lo que quiera —dice el pirata girándose hacia él. Hace un gesto a sus hombres y estos les obligan a andar hacia la puerta por donde entraron.

 

Comienzan a andar por un largo pasillo con puertas numeradas a los lados, como el Aldebarán.

 

—Seguro que le resultará familiar, ya que se diseñó y construyó a la vez que su nave complementaria, la cual consiguieron destruir —comenta adivinando los pensamientos de Kennio —. El Aldebarán se construyó siendo la parte ofensiva de una pareja de naves, con una potencia de fuego capaz de destrozar a cualquier nave que se le opusiera, pero incapaz de escudarse. Esta, en cambio, es la parte defensiva, capaz de proyectar un escudo de largo alcance para cubrir varias naves, proyectar escudos impenetrables e inutilizar los sensores enemigos —explica.

 

—Seguro que te fastidió mucho el que nos cargáramos la relación —dice Kennio.

 

—Sí y no. A mí no me costó el dinero, sino que fue al imbécil de Waltoph. Pero, si no la hubierais destruido, ahora yo estaría en mi casa, relajándome —confiesa el holograma.

 

—Lo que más me pregunto es como hiciste para mandar sin que tus sicarios te conocieran —reflexiona el policía—. Ninguno de los que hemos atrapado te mencionaba.

 

—Solo pillabais a los inútiles a los que les lavo el cerebro y les doy falsos recuerdos de Kathly. El traidor que os ayudó tenia medio recuerdo auténtico, le introduje una secuencia en la que ella les salvaba heroicamente —explica jovial y la mira—. Ella nunca había sido capaz de matar ni a un perro, aunque parece que eso ya ha cambiado.

 

—Por tu forma de explicarlo todo al detalle, creo que eres fan de las películas y libros de misterio donde el malo siempre lo desvela todos en las últimas escenas —comenta Kennio para llamar su atención, ya que Kathly ha vuelto a temblar.

 

—Más de lo que se imagina, pero no me gusta cómo hacen los personajes. El bueno tan astuto todo el tiempo y el malo es tan poco astuto que le descubren cuando cambia de forma de actuar completamente y no para de cometer fallos —opina el holograma.

 

—Entonces, ya sabe qué le toca —dice el policía.

 

Llegan al final del pasillo, que termina en una puerta de aspecto reforzado. La imagen del pirata se para enfrente y se da la vuelta, sonriendo de oreja a oreja.

 

—Compruebe usted mismo si soy el malo de un relato —pide y desaparece, al mismo tiempo, la puerta empieza a abrirse.

 

Kennio y Kathly entran en la habitación. Resulta que no es el puente como esperaban, sino que se trata de un habitáculo diáfano, con una única silla en el centro donde se sienta el hombre que representaba el holograma. Los hombres que les habían “escoltado” se quedan afuera y cierran la puerta. La pareja avanza más hasta que está a dos metros del hombre trajeado.

 

—Bienvenido a mi… “sala de negocios”, capitán —saluda haciendo un gesto a la habitación y sonriendo.

 

—Le vendría bien una mesa y mas sillas —opina Kennio mientras busca orificios desde los que les pudieran disparar disimuladamente.

 

—Para las negociaciones que yo hago, cuanto menos mobiliario, mejor —explica —.  Permítame ir al grano, mi oferta es la siguiente: usted me entrega a mi mascota y, a cambio, le dejaré vivir y no informaré sobre el juguetito que tiene su amigo.

 

El policía se pone firme,

 

—Contraoferta. Tú mueres y yo no te encarcelo el resto de tu vida.

 

—Me da que nunca llegaremos a un acuerdo —responde el pirata con cara de decepción.

 

Se levanta del asiento y anda hacia delante, la imagen del hombre trajeado, pero de  apariencia normal, desaparece y es sustituida por la auténtica apariencia de un hombre de dos metros, con miembros gruesos como troncos y bien definidos, vestido con una gabardina negra abierta y pantalones de cuero del mismo color.

 

A Kathly le tiemblan demasiado las piernas y cae sobre su culo. Kennio se mantiene firme, pero por dentro siente una punzada de miedo. «Es el primero con el que tengo que levantar la mirada», piensa y se coloca en guardia.

 

—Ahora que ve mi auténtico aspecto, deje que me presente. Mi nombre es Ecniv Erson. Soy el auténtico líder de la mayor banda criminal del universo, Génesis —dice orgulloso mientras se posiciona a su estilo.

 

Los dos hombres se acercan hasta una distancia de seguridad y se miran, evaluándose. «Con ese tamaño, puede que sea lento, pero no me debo confiar», piensa Kennio. El policía es el primero en actuar, moviéndose rápido a la izquierda y lanza un fuerte puñetazo al costado del pirata. Este parece no sentir nada y dispara un izquierdazo a la cara de su adversario, pero es evadido. Antes de que Ecniv vuelva a levantar la guardia, Kennio le golpea con la derecha en el otro lado de torso, pero obtiene el mismo resultado.

 

—Eres rápido —le felicita el pirata—.  Pero tus golpes no me hacen nada —le intenta alcanzar con un cross de la derecha y Kennio lo esquiva por los pelos—. Y, además, yo también soy rápido —dice mientras cambia de sentido y golpea al policía en el estomago. Por suerte para este, las protecciones del traje de piloto absorben gran parte del impacto.

 

Los dos adversarios se vuelven a poner a distancia y se vuelven a evaluar. Las posturas de Ecniv le indican a Kennio que usa el estilo de las calles, el cual está mas perfilado en atacar que en defenderse. Lo malo es que su musculatura es tan densa que le sirve de protección natural.

 

El pirata inicia esta vez el enfrentamiento con un directo con la derecha, el policía responde con una rápida llave de autodefensa que derriba a su oponente, pero, llegado al punto donde le puede desencajar las articulaciones, Ecniv hace fuerza para liberarse. Los dos forcejear, sin embargo la víctima de la llave se consigue soltar del agarre y Kennio se aleja de él para evitar un contraataque.

 

—Esos truquitos de artes marciales no me son nuevos, ya he matado a tíos más hábiles que tú —intenta provocar el pirata mientras se levanta.

 

Su adversario no cae en la provocación y vuelve a atacar. Con el puño hace un amplio gesto, pero Ecniv prepara su defensa. En el último instante, Kennio retira el puño y golpea al pirata en la pierna izquierda, justo en la articulación de la rodilla. El agredido suelta un fuerte grito y, antes de que se aleje su agresor, le propina un fuerte golpe en la cara.

 

Los dos se alejan, doloridos, y se vigilan con ira. De la nariz de Kennio brota un hilillo de sangre, el cual se limpia despreocupado. Ecniv inicia el siguiente intercambio de golpes con un directo de derecha, Kennio le esquiva y trata de responder con otra llave, pero el atacante descarga una fuerte patada en la cadera del defensor. El cuerpo de Kennio se dobla y cae al suelo por el fuerte impacto. El pirata actúa rápido y se coloca encima de su víctima para machacarla a golpes. Kennio se protege del acoso como puede, pero los duros golpes debilitan sus brazos. El policía consigue abrazar el cuello de su agresor con las piernas y tira de él hacia atrás, este se ve obligado a realizar una voltereta para zafarse del agarre.

 

Ecniv se aleja con una sonrisa, por todo el daño que le ha causado a su oponente. Kennio se levanta con dificultad, sus brazos están muy entumecidos y la cadera le produce mucho dolor. Pero en su cara hay una sonrisa, la cual provoca la ira del pirata y el asombro de Kathly.

 

—Veo que aún sonríes. Enseguida me encargaré de ello —asegura.

 

—Estás tratando de provocar miedo en un corazón forjado en el infierno, he estado en situaciones más peligrosas —provoca más el policía.

 

Ecniv, furioso, se tira a por Kennio. Este esquiva el golpe inicial y contraataca con un impacto al estomago, después le propina un fuerte rodillazo en la entrepierna y remata con un potente derechazo en la mandíbula aprovechando que su oponente se agacha. El pirata cae hacia atrás y se queda inmóvil.

 

El policía, cansado, mira a Kathly y camina hacia ella. La mujer observa el cuerpo inmóvil de su antiguo dueño con asombro y, después, se fija en su protector. Sus ojos se vuelven arcoíris con un verde muy intenso. Pero, cuando él está a punto de llegar a ella, los ojos se vuelven violeta rápidamente. Kennio ya sabe qué va a pasar antes de notar cómo es arrollado por una gran mole.

 

Los dos hombres caen al suelo, tan cerca de Kathly que esta se tiene que apartar. El policía trata de rodar para alejar a su atacante de ella, pero este se lo impide mientras le golpea en los costados. Los golpes son mayormente absorbidos por las protecciones y no causan un daño importante. Los dos forcejean y, al final, Kennio consigue quitárselo de encima, pero Ecniv no le deja huir y le atrae cogiéndole una pierna para descargar un golpe con las dos manos unidas sobre la espalda del policía.

 

Kennio se queda sin aire en los pulmones y siente un fuerte dolor en la espalda. Pero ahí no acaba la cosa, pues recibe otro impacto, esta vez en la cabeza, que le hace golpearse contra el suelo y se queda aturdido. Su visión se vuelve borrosa y pasa de escuchar los gritos de Kathly a oír un agudo pitido.

 

—¡Kennio! ¡Kennio! —grita Kathly desesperada.

 

Su protector acaba de recibir dos golpes muy fuertes y ahora está con la mirada perdida y hace gestos como de intentar respirar sin conseguirlo.

 

—¡Cállate, maldita zorra! —le ordena Ecniv furioso como nunca y le da un revés en un lado de la cara.

 

Ella cae al suelo por el golpe y se toca el lado de la cara que se pone rápidamente muy rojo.

 

—¡¿Creías que tu noviete podría conmigo?! ¡¿No te he demostrado ya que nadie puede oponerse a mí?! —le pregunta a gritos, se agacha, la coge por el cuello con las dos manos y la levanta en el aire mientras la estrangula.

 

Kathly trata de liberarse arañando con las uñas las manos de su captor, pero este la ignora. Las fuertes manos se cierran poderosamente e impiden el paso del aire y de la sangre, lo que hace que la cara de ella comience a ponerse roja.

 

Las manos de Ecniv sangran por los arañazos que le ha hecho ella, pero no afloja el cepo. Cada vez le queda menos aire y siente que su cabeza va a estallar «¡Ya lo sabía, no hay nada que hacer contra él!», piensa mientras siente morir. « ¡No! ¡Sí que puedes hacer algo, Kennio le ha tumbado por primera vez!», le dicta una voz en su interior.

 

Sacando energías de donde no le quedan, Kathly le propina un pisotón en la cara a Ecniv, que hace que este afloje su agarre unos instantes, los cuales aprovecha para respirar. Él, más furioso, aumenta la fuerza, pero ella, con nuevas energías, le lanza un puntapié en la mandíbula. Se produce un ruido preocupante en la zona del golpe.

 

Ecniv grita de dolor y suelta a Kathly, la cual cae estrepitosamente, pero corre al lado de Kennio y, con toda rapidez, le agarra de la mandíbula, le tapa la nariz y le besa con fuerza.

 

Kennio lleva un tiempo sintiéndose ingrávido y cada vez menos adolorido. Todo a su alrededor es oscuridad. « ¿Estaré muerto?», Piensa. «Entonces le he fallado a Kathly y no la voy a volver a ver». Lleva un rato sintiendo un fuerte dolor en el pecho, del que no sabe identificar su origen «¿Será tristeza? Pensaba que los muertos no tendrían sentimientos».

 

Él sigue dándole vueltas al asunto cuando, de repente, nota algo en la nariz y la barbilla y una bocanada de aire que le devuelve a la realidad.

 

Respira agitado y mareado por la falta de aire, mira a su alrededor y ve a Ecniv gritando y retorciéndose de dolor al lado de un charco de sangre y a Kathly con el cuello rojo. Se intenta levantar, pero un fuerte chasquido en la espalda le hace detener; asustado, mueve las piernas.

 

—Ayúdame —le dice a su salvadora, ella le apoya para incorporarse de forma segura—. Tenemos que huir.

 

Kathly asiente, le ayuda a correr hacia la entrada, desbloquean la puerta y esta se abre.

 

—¡Nooooo! —grita Ecniv mientras se levanta para perseguirlos.

 

La pareja le mira asustada e intentan correr todo lo que le permite la dañada espalda de Kennio. Por suerte, el pirata no puede ir mucho más rápido, pues tiene la mandíbula fracturada y el golpe la rodilla seriamente lesionada. La persecución se alarga por el extenso pasillo que recorrieron al llegar y agota las fuerzas de los tres. En el hangar, la pareja se sube rápido al ala del caza, pero Ecniv tira de la pierna de Kennio y le hace caer. Él trata de liberarse golpeando con el otro pie la mano que le retiene, pero esta solo se aferra más fuerte y le atrae hacia su perseguidor.

 

Los dos mantienen el forcejeo mientras se aproximan. Cuando Kennio ya está muy cerca de Ecniv, este se yergue para descargar un brutal golpe sobre la cabeza de su prisionero. Pero un destello rojizo cruza el aire y aparece un agujero en el pecho del pirata, este mira hacia adelante con los ojos inyectados en sangre y chorreando el mismo líquido por la destrozada boca. Mientras los dos peleaban, Kathly se ha subido al caza y activado la torreta. Su antiguo dueño la mira con furia y ella le mira con unos ojos rojos como la sangre. El pirata cae hacia atrás, herido de muerte, y el policía se arrastra para llegar a la cabina del caza. Una alarma empieza a sonar,

 

—¡Autodestrucción activada! —dice una voz robótica a través de los megáfonos del hangar.

 

Kennio trata de despegar desesperadamente.

 

Max lleva nervioso desde que la pareja abordó la nave enemiga. Al cabo de un tiempo apareció la flota del Cuartel Central, que venía a por Kathly. Él tuvo que explicar toda la situación y ahora esperan noticias. Un sensor se activa y detecta el incremento de energía en la nave, la elevación iónica alcanza el punto de sobrecarga.

 

—¡A todas la naves, aléjense, va a explotar! — grita por el comunicador.

 

Inmediatamente, todos los cazas se alejan y, momentos después, la nave estalla liberando una onda expansiva cargada de iones. No hay señales de que ninguna nave escapara.

 

XV

 

Shera abre los ojos, mira a su alrededor y descubre que está en la típica habitación de hospital. Se mueve para acomodarse en la cama y nota una ligera molestia en el costado derecho. Aparta las sábanas y retira la parte superior del pijama. Una fina cicatriz plateada destaca sobre su perfecta piel. Alguien llama a la puerta y ella se tapa deprisa.

 

—Adelante —invita.

 

Max entra con el rostro serio. Shera, al verle, le sonríe, pero él no le devuelve el gesto.

 

—¿A qué viene ese rostro tan serio? — pregunta cariñosa.

 

Él coge una silla y se sienta cerca de la cama.

 

—Kennio y Kathly han muerto.

 

—Oh vaya, lo siento mucho Maximus —dice triste.

 

—No solo es eso, tengo que hacerte una pregunta muy seria sobre tu herida —indica él.

 

—Sé que fui poco cuidadosa y que he puesto en riesgo la vida de todos, pero, en mi defensa, es peor la negligencia del que me ha curado.  ¿Cómo ha podido dejarme una cicatriz? — comenta para tratar de reducir la bronca que se le viene encima.

 

—No es eso, lo hiciste muy bien. Nadie habría previsto lo del disparo doble —dice mientras sacude la cabeza de forma negativa—. Y tienes una cicatriz porque tú misma te regeneraste.  —Shera se pone tensa—. Perdiste sangre como para haber muerto dos veces y, cuando te quitaron la viga, la herida se empezó a curar sola hasta cicatrizar en unas horas —explica Max.

 

—Yo… hay una cosa… que no te he contado  —dice ella nerviosa—. Mi cuerpo… no es normal…

 

—¿Eres humana? —pregunta él rotundo.

 

—Sí… creo —responde dudosa—. Fui creada por mi padre.

 

—¿Te… creó? —consulta él para que ella  especifique.

 

—Sí, él y mi madre querían una hija. Mi padre era investigador genético, así que usó sus conocimientos y el laboratorio para crear una secuencia de ADN basada en ellos, pero libre de sus defectos; los dos eran portadores de la marca —explica Shera.

 

—¿Tenían Alkonost, la enfermedad de las mutaciones? —pregunta Max sorprendido.

 

—Sí, como no podían tener un hijo, aunque fuera un monstruo, decidió saltarse la ley. Destruyó las partes contaminadas de sus ADN, combinó las mejores partes de cada uno y creó la máxima expresión de las que le faltaban. Pero sucedió algo que no esperaba, mientras me desarrollaba en el útero de mi madre, los genes que creó influenciaron a los demás y toda mi secuencia se vio potenciada. Por eso soy tan guapa físicamente y, a la vez, la genio del siglo  —explica ella aliviada por contárselo al fin.

 

—Y esa capacidad de regeneración es fruto de un metabolismo muy rápido —reflexiona él—.  ¡Por eso comes tanto! Tu cuerpo necesita más nutrientes de lo normal.

 

Shera le mira de reojo, nerviosa.

 

—Si quieres que me vaya del laboratorio, lo entenderé.

 

Max la mira extrañado.

 

—¿Pero qué dices? Después de la vergüenza que me has hecho pasar delante de mis hombres, no te dejaré ir hasta que me lo cobre.

 

—Pero mi existencia es ilegal, está prohibido crear cualquier tipo de organismo —argumenta ella.

 

—¿Y no es ilegal tener un cañón de iones capaz de destruir flotas? Créeme, no iré a la cárcel por acostarme con una mujer que no parece de esta galaxia —comenta cariñoso.

 

Ella se pone roja y se tapa con la manta hasta la nariz.

 

—Ahora me da vergüenza enseñarte mi cuerpo.

 

—¿Por qué? ¿Por una cicatriz insignificante? —pregunta divertido. Ella asiente—. Vas a ver lo que pienso de tu cicatriz —declara firme y le quita la sábana de las manos.

 

Ella, entre risas, trata de pararle, pero él continúa y le levanta el pijama. La cicatriz queda al descubierto, él, sin dudar, se agacha y besa suavemente la plateada piel. Ella se deja besar y acaricia la cabeza de Max, mientras disfruta.

 

—Ya no me dará vergüenza, pero prefiero los besos en otro lado —dice cariñosa.

 

Max asciende por el cuerpo de Shera, dando besos, y llega a sus labios, los cuales le responden al beso de forma cariñosa.

 

Epílogo

 

Una nave aterriza en el planeta donde se perdieron un policía y su prisionera, de la nave salen un hombre maduro, alto, musculoso y de piel oscura y una joven, alta, de cuerpo escultural. A la pareja le espera otro hombre alto, con el cuerpo bien entrenado y con un exoesqueleto en las piernas, que parece un pantalón negro para disimular. Los hombres se saludan con un extraño pulso en el que gana el segundo hombre, la joven le saluda de forma normal y se dirige a la casa camuflada por los árboles, donde una mujer con unos meses de embarazo la recibe.

 

—¿Cómo van esas piernas? —pregunta el hombre negro.

 

—Bien, echo de menos sentir el tacto de la piel de mi mujer cuando enlaza sus piernas con las mías, pero al menos puedo correr —responde el otro.

 

—Tienes suerte de que los golpes en la espalda y el golpe de la explosión no te dejaran tetrapléjico y solo fueran las piernas —aclara el primero.

 

—Ya lo sé, ¿cómo está papá? —consulta.

 

—Está bien. Cuando consiga venir, te querrá pegar por darle el susto de tu muerte, pero tiene muchas ganas de conocer a tu mujer y a su futuro nieto —explica.

 

—Era necesario, no sabemos si queda alguien de Génesis que quiera vengarse —replica.

 

—Pues, después de que te castigue, se lo tratas de explicar tú, porque se lo expliqué por vídeo llamada, que si no, también me castiga a mí —señala entre risas el primero.

 

—Espero que no se moleste cuando el gobierno nos dé las nuevas identidades y… —comienza a decir, pero es interrumpido por otra voz.

 

—¡¿Ese futuro padre, cuándo va a venir a ver a su hijo?! —pregunta la joven por la ventana.

 

—¡Y su padrino, que tiene que ir acostumbrándose a ver bebés! —grita la mujer embarazada y las dos se ríen.

 

El segundo hombre mira a su hermano.

 

—¿La has embarazado? —consulta sorprendido.

 

—No, pero ella parece que ya tiene ganas de ser madre, ver a tu esposa tan feliz creo que la anima a ello —aclara algo deprimido.

 

—No te preocupes, serás un buen padre —le anima y se encamina a la casa.

 

Un pequeño Yeetroiths sale a saludarlos y le pide mimos a su dueño. Este le coge en brazos

 

—Ya tienes ganas de ver a tu futuro compañero de juegos, ¿eh? —dice divertido mientras le acaricia.

 

Por la ventana se pueden ver a los parientes de la criatura, los cuales se han autonombrado guardianes de la pareja, pastando la verde hierba. En la habitación de matrimonio, las dos mujeres ya están listas para ver el progreso del bebe. Marido y esposa se cogen de la mano y esperan a que aparezca la imagen.

 

 

Fin