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Harry Potter y la ruta de Eros XX

en Parodias

¡Bienvenid@ a la vigésima parte de esta historia alternativa de Harry Potter! Intentaré no extenderme mucho, ya que como ves, en este relato no he escatimado en palabras.

 

Ya hemos llegado a las 20 partes en esta serie, quién lo iba a decir. Como conmemoración por ello, como una especie de regalo navideño y porque la historia lo pedía, este relato es muy largo y tiene mucho que contarte. Ha sido un trabajazo escribirlo y revisar hasta el último punto para que quedase lo mejor posible y se adaptase como un guante a la historia que estamos creando. Lo único que me queda es desear que disfrutes leyéndolo tanto como yo escribiéndolo.

 

Si he podido dedicar tanto tiempo a redactar esta parte tan ambiciosa ha sido gracias al apoyo que he recibido. Las generosas puntuaciones siempre me animan, y los e-mails y comentarios de Gargallu, ramon, lalo, singer, Camilo, Ion, Busca, Alejandra, Nalgueador, Draco, Jorge, Carl y el resto de personas que me han escrito de forma privada son una ayuda inestimable en momentos en los que busco inspiración.

 

No puedo esperar a saber lo que opinas de este relato, tanto si es durante su lectura como cuando lo termines. Es un placer compartirlo contigo al fin. Como siempre digo, toda puntuación, crítica, recomendación o apoyo es de mucha ayuda.

 

¡Muchas gracias por leer esta historia! ¡Adéntrate de nuevo en este mundo mágico!

 

 

      30. Sombras

Como si lo hubiese adoptado ya como un hábito, su cerebro fue lo último en despertarse esa mañana fría de sábado. A juzgar por la poca luz que entraba por las rendijas de las cortinas de su cama, el cielo seguía tan gris como los últimos días, y el frío se había apoderado ya de la piedra del castillo. Por fin tocaba un nuevo viaje a Hogsmeade, y un mal día no lo iba a estropear.

 

Dirigió sus ojos entreabiertos hacia el fondo de la cama, más por costumbre que para comprobar lo que sabía ya a ciencia cierta. Para ayudar a su todavía adormecida vista, corrió la cortina que tenía a su izquierda lo suficiente para que la luz impactase contra el muro de mantas que le protegían del frío otoñal. Entre ellas, a pesar de lo que pesaban, se alzaba un pico elevado que soportaba con tenacidad los intentos por hacerlo desaparecer de su dueño.

 

Suspiró aburrido de la rutina obligada de aquellas semanas, pero en un acto mecánico bajó hasta los tobillos su pantalón de pijama de lana y los boxers apretados que apenas soportaban su contenido. Contempló unos segundos el incipiente vello, rubio, castaño y pelirrojo a partes iguales. El glande se mostraba en buena medida gracias a la erección matutina, y acabó de descubrirlo cuando se la agarró por la base con la mano derecha y la enderezó. Un pequeño espasmo de agradecimiento elevó un segundo esa hinchazón rosada que coronaba su pene, y dio comienzo a la ceremonia con lentas sacudidas.

 

A pesar del constante deseo que lo embargaba, no dejaba de provocarle placer ese contacto íntimo. Más bien todo lo contrario. Cada día parecía disfrutarlo más, y esa mañana no estaba siendo una excepción. Su mano hacía bajar y subir el prepucio con rapidez alrededor del grueso glande, ayudada ya por la rauda lubricación que en cuestión de segundos había cubierto la sensible punta y ahora la hacía brillar con el reflejo del sol.

 

La mente de Ron, demasiado aturdida aún para estimular su imaginación, se centró en algunos de sus recuerdos fetiche, que habían sido fuente de innumerables pajas en el pasado. Como si de la cartelera de unos cines se tratara, por su mente pasaron fugaces imágenes que le ayudaron a continuar masturbándose. La primera vez que había visto desnuda a Hermione se apareció para recordarle el increíble físico de su novia, que se hizo casi real ante él. La primera paja indiscreta de Lavender le había dado pánico al principio, pero ahora le ponía como un toro recordar la mano experta de aquella bruja, que se la machacaba sin cariño pero dándole un placer salvaje. Las curvas de Fleur distrayéndole por la Madriguera parecían irreales todavía, como sus ingenios para verlas y tocarlas por descuido. De paso por la Madriguera, una imagen de las bragas sobre el culo de Ginny...

 

Paró un momento ante su último pensamiento, sintiéndose culpable, pero pronto continuó el constante movimiento de su mano de arriba abajo. El siguiente recuerdo en su lista mental fue el elegido, pues tan pronto recordó la vida en Grimmauld Place y las visitas de Tonks, su falo erecto engordó todavía más entre sus dedos y le obligó a pajearse aún más rápido.

 

Parte del despertar sexual de Ron y Harry había coincidido -por suerte o por desgracia- con su encierro en el Cuartel de la Orden del Fénix. Todavía cohibido por aquel entonces a la hora de pensar en Hermione, su mejor amiga, como mujer (a pesar de las poderosas razones que tenía para ello y que cada vez eran más obvias), los estímulos para el pequeño de los Weasley eran más bien escasos. Su actual profesora de Defensa cubrió pronto y con creces aquel vacío.

 

Tonks se presentaba en la casa con ropa poco apropiada teniendo en cuenta la cantidad de jóvenes con las hormonas a flor de piel que se agolpaban en la antigua vivienda de los Black. Era casi como si disfrutara la atención de aquellos pervertidos. Ron sabía que no era el único que gozaba de los apretados vestidos y las cortas faldas que la bruja lucía. Sus hermanos y el propio Harry también pasaban mucho tiempo en el baño con la retina repleta de imágenes del culo, las piernas, las tetas y los labios de la metamorfomaga. Pero mientras ellos daban rienda suelta a sus necesidades pensando también en otras chicas cercanas, Ron se había obsesionado, pues apenas tenía otra cosa en la que pensar que en Nymphadora.

 

El recuerdo se desvaneció cuando se escucharon ruidos en la cama de Harry que indicaban que su mejor amigo se estaba despertando, pero Ron aumentó el ritmo de su paja mientras recordaba las numerosas comidas y cenas organizadas tras las reuniones de la Orden.

 

Ron se ofrecía siempre voluntario para servir la mesa, a pesar de la extrañeza de su madre. De ese modo se permitía el lujo de posar sus ojos en los indiscretos escotes de Tonks y en su trasero, que al sentarse dejaba en muchas ocasiones visible su ropa interior. Las imágenes que almacenaba eran su fuente de desahogo cada vez que conseguía quedarse a solas.

 

Las noches habían pasado a ser mucho más divertidas cuando Tonks y Lupin comenzaron a llegar e irse juntos del cuartel. Ron probablemente no se habría enterado de su incipiente relación de no ser por los cambios de la metamorfomaga. Los pechos de Tonks parecieron engordar y su culo había ganado todavía más presencia bajo sus espectaculares atuendos, pero sin duda lo que le llamó más la atención a Ron fue la sustitución de las bragas que normalmente mostraba la bruja por minúsculos tangas que se apretaban entre las nalgas de Tonks y mostraban su escasa tela sobre sus pantalones e incluso sus faldas cuando se sentaba. Era tan simple como estúpido, pero ver el triángulo del tanga de Tonks o apenas un hilo introduciéndose entre sus piernas provocaba unas erecciones considerables a Ron.

 

Recordar aquel fetiche le hizo sonreír, y sabiendo lo que venía a continuación, agarró con su otra mano su duro rabo, que palpitaba entre sus dedos pidiendo que siguiera dándole placer. Meneándosela con las dos manos a la vez sin descanso, el pasado se hizo más nítido, pues estaba haciendo exactamente lo mismo en el baño más apartado de Grimmauld Place cuando se dio cuenta de que junto a la cortina de la ducha se encontraba un tanga rojo de encaje. En un arrebato, lo había metido en su bolsillo y se había ido del baño sin terminar su trabajo para guardarlo a buen recaudo en su baúl, sin duda para ayudar con su imparable onanismo.

 

Aquella noche sus sospechas se habían visto confirmadas cuando, tras servir un zumo de calabaza a Lupin y detenerse en los jugosos pechos de Tonks, su mirada bajó al trasero de su deseada, que estaba medio expuesto sin nada de ropa interior que lo cubriese. Tremendamente cachondo, Ron había vuelto a su sitio pensando en escapar al baño cuanto antes, pero no fue capaz. Al levantar la cabeza se encontró con la expresiva mirada de Tonks que, mordiéndose el labio, le guiñó un ojo. La situación le había provocado una corrida en ese momento, y tras muchas más a lo largo de los años, volvía ahora a hacerle llenar de semen la manta de su cama. Con las dos manos frotando su inmenso aparato, Ron cerró los ojos y sintió la leche hinchando su polla antes de descargarla con fuertes disparos que acabaron incluso en las cortinas de su cama.

 

 

 

Desde el baño del tercer piso de la Madriguera se escuchaban los gritos de la señora Weasley, que respondía con amenazas al sonido de una explosión que sin duda llegaba desde la habitación de uno de los gemelos. Sonrió un segundo mientras se veía al espejo. Todavía tenía los pezones contraídos y durísimos, como pudo comprobar al rozarlos con la toalla. Su pecho subía y bajaba, como si el dedo que se acababa de hacer no hubiese sido suficiente a pesar de que, como cada mañana, el agua de la ducha hubiera amortiguado sus gemidos mientras se corría imaginándose penetrada por los hombres que más le ponían, reencarnados en sus juguetones dedos.

 

Liberando su mente de esos pensamientos, acabó de secarse las piernas y los dedos de los pies con cuidado antes de introducirse en un pequeño tanga negro que se adhirió a su cuerpo como si siempre hubiese formado parte de él. Para comprobarlo, se colocó de lado en el espejo y contempló cómo la presión del hilo marcaba sus nalgas.

 

Satisfecha, pasó sus manos por el vientre y paró la mirada unos segundos, orgullosa, en su pecho. Hermione se sentia atractiva, y hasta pensó que era guapa cuando se vio la cara en el espejo. Estaba observando sus bonitos ojos marrones y su agradable sonrisa cuando la cara del espejo cambió, pasando a mostrar la de un troll nauseabundo que le recordó a su primer año. Debajo, una frase: "Espejo Orecnis, para mostrar la verdad que tratas de ocultar".

 

  • ¡George, Fred, os vais a enterar! -gritó Hermione mientras se reía.

 

Continuó vistiéndose con la corta falda oscura que había elegido para su día en Londres, y salió victoriosa de la habitual pelea con sus pechos para cubrirlos adecuadamente con un sujetador a juego con su tanga, tan bonito como escaso de tela, teniendo en cuenta el peso que debia soportar. Fue entonces cuando entró George, huyendo de su madre, y cerró la puerta tras él. El pelirrojo la miró un instante a los ojos y no mostró la más mínima vergüenza mientras se acercaba, con la camisa casi totalmente desabrochada y unos pantalones ajustados en los que destacaba un ligero bulto muy alargado en el que la bruja no pudo evitar fijarse. Hermione, todavía con los ojos y la mente puestos en la prometedora montaña que George tenía entre las piernas, no iba a ser menos que el arrogante Weasley y ni siquiera trató de cubrirse.

 

  • ¡Oh, vaya, hemos vuelto a fallar! -dijo George echando un vistazo indiscreto al cuerpo de Hermione.

  • ¿Fallar? ¿En qué?

  • Tu reflejo debería haberse transformado por completo -respondió él, con cara de decepción.

  • Se ve que no eres tan buen mago como piensas -se burló Hermione.

  • Tengo otra teoría -repuso George, apuntando al reflejo-. Creo que no calculamos bien lo... mucho... que debíamos transformar.

 

Hermione se dio cuenta desde el primer momento de que el gemelo apuntaba y veía solamente hacia sus pechos, pero decidió seguir el juego, con la mente algo nublada.

 

  • ¿Acaso me estás llamando gorda? -le preguntó, arqueando una ceja y abriendo los brazos para mostrarse ante el hermano de su novio.

  • N-no, ni mucho menos -parecía que lo había pillado por sorpresa, pero pronto se recompuso y recuperó la seguridad en sí mismo-. Verás, este sortilegio está en fase de prueba, y no consigue cambiar mucho a la persona que se refleja. Por eso no fue difícil cambiar tu cara por la del troll -siguió serio, acercándose y esquivando el empujón que le intentó dar la risueña Hermione-. Pero dime, Granger, en qué parte de un troll puedo transformar yo a esas dos pequeñas que a duras penas cubres.

 

Hermione tenía a George muy cerca, y notaba su propio corazón palpitando y el vello de su pecho erizándose ante el inminente contacto con los dedos del pelirrojo.

 

  • Quizá tenga que darte algunas clases. Tengo algunos trucos para hacer desaparecer cosas grandes y... gordas -replicó Hermione, bajando la mirada a los pantalones de George, en los que crecía por momentos aquel largo bulto.

 

Hermione tragó saliva y se acercó a él un poco más, dispuesta a sentir de nuevo a un hombre en su totalidad, hasta que escuchó un golpe en la puerta, que a continuación se abrió.

 

  • ¡Así que aquí estabas! -gritó la señora Weasley mientras echaba a George tirándole de la oreja-. ¿No tienes más sitios donde esconderte sin invadir la privacidad de la gente? Te vas a enterar -sentenció, cerrando de un portazo.

 

Hermione, decepcionada, colorada y con la piel erizada, se resignó a su triste destino. Se preguntó si le daría tiempo a darse otra ducha, y se desabrochó el sujetador para volver a desahogarse bajo el agua mientras su mano derecha se introducía de nuevo en su pantalón para acariciarse. Dieron juego a sus dedos la imagen de los duros pectorales de George acercándose, su sonrisa irónica cuando la miraba con deseo y la polla que guardaba bajo aquellos pantalones, que se antojaba de un tamaño que le daba placer sólo con imaginarlo. Sin embargo, la señora Weasley no tardó en entrar de nuevo, esta vez con mucha amabilidad, para quedarse viendo a su nueva confidente.

 

  • Vamos, cariño, Kingsley te espera. Todo va a ir bien -siguió, con una sonrisa al ver a Hermione ruborizada y sacando la mano de su entrepierna-. ¡Ah! Te queda increíble ese sostén. Te realza mucho el pecho. ¡Y quien nos vea pensaría que vamos conjuntadas!

 

Efectivamente, la señora Weasley había elegido un sujetador muy parecido, y así lo supo Hermione cuando la madre de su novio apartó las asas de su vestido y sacó por encima del escote sus tetazas aprisionadas. Las mostró orgullosa a una sorprendida Hermione y se acercó al espejo, que mostraba ahora dos caras de troll en las que Molly no pareció reparar. La señora Weasley comparó en el reflejo sus mastodónticas tetas con las de Hermione, todas haciendo honor a su bonita ropa interior, hasta que algo le hizo recordar los castigos que le quedaban por imponer y se marchó rápidamente, no sin dificultades para volver a embutirse en su apretado vestido.

 

 

 

Tras prepararse junto a Harry, que parecía haber pasado una mala noche, a juzgar por su cara, ambos emprendieron el camino hacia Hogsmeade junto a sus compañeros. La escarcha cubría ya buena parte de los patios del colegio y la torre del reloj. Era un día realmente frío, con su encanto otoñal que, sin embargo, Ron no parecía apreciar esa mañana.

 

  • Me han dicho que en Honeydukes tienen un nuevo cargamento de pústulas de troll y trufas de Salem -les anunció Dean, entusiasmado.

  • ¡Bah! Estoy cansado de ellas, mi tío las traía a casa cada vez que volvía de la India -respondió Seamus.

  • ¿Qué? Pero si eso no puede ser, no las vendían hasta el año pasado -respondió Neville.

 

Ron había aprendido a ignorar las mentiras o medias verdades de Seamus, pero al parecer Neville y Dean no, puesto que no tardaron en reprocharle que no había forma de que las hubiese conseguido, y menos teniendo en cuenta lo mucho que valían. Aprovechando la situación, Ron alejó del resto a Harry para hablar con él de algo que le estaba ocupando la poca parte libre de su mente.

 

  • Bueno, ¿qué tal? No pareces con muchas ganas de esta excursión.

  • No es eso, Ron. Me duele la cabeza tratando de pensar en todo lo que tenemos que hacer estos días. Los exámenes de Slughorn y Flitwick, el partido contra Hufflepuff, Ginny y... ya sabes.

 

Harry le miró a los ojos y ambos asintieron con una mueca de decepción.

 

  • ¿Sabes? Yo también estoy dándole vueltas a algunas cosas -empezó Ron, inseguro-. Oye, si alguien te hechizase para que tuvieras alucinaciones, ¿al final lo sabrías, no? Quiero decir...

  • ¿Tienes alucinaciones? -preguntó Harry extrañado.

  • ¡No! Es decir, no lo sé. Myrtle dice...

  • ¿Myrtle?

  • Déjame empezar desde el principio -Ron se aclaró la garganta-. Hace varias semanas, cuando Herm todavía estaba aquí, vi a dos personas que no podían estar... "juntas" en ese momento.

  • Ron, parece mentira que hayas olvidado la poción multijugos. Tuvimos una pequeña aventura con ella, ¿recuerdas? -dijo Harry burlándose-. ¿Y qué tiene que ver Myrtle con eso?

  • No es la poción, te lo aseguro, y Myrtle...

 

Ron se detuvo cuando dos brazos le rodearon el pecho. Intentó liberarse asustado hasta que oyó una voz familiar.

 

  • ¡Ronaaald! -dijo Lavender con voz cantarina posando sus manos en las nalgas de Ron-. ¿Cómo está mi mago favorito?

  • Eh... esto... bien, bien, Lav. Estaba hablando con Harry -dijo, cortante.

  • Vengo a ofrecerte un plan muy interesante -respondió la atractiva bruja dándole un beso en el cuello.

  • No sé si podré, Lavender, tenemos cosas que...

  • ¡¿Te parece esa manera de tratar a una chica?! -respondió ofendida la bruja, antes de recuperar la sonrisa y susurrarle al oído con una voz que erizó el vello de Ron, mientras bajaba una mano por su cuerpo-. Voy a Madame Pudipié con las gemelas, pero después te espero solita en la Casa de los Gritos. No querrás que nadie me haga nada malo, ¿verdad? Quizá podamos hacerle honor a su nombre si te sigues portando taaaan mal conmigo y me obligas a castigarte -acabó, mordiéndole la oreja y agarrándole la polla con fuerza con la mano que ya se había colado dentro de sus calzoncillos.

 

  • ¿Qué quería? -preguntó Harry cuando la chica se marchó, contoneando su delicioso trasero.

  • Quiere... quiere que vaya con ella a la Casa de los Gritos.

  • Ron, sabes perfectamente para qué se va allí. No seas idiota, Hermione vale mucho.

  • Lo sé, lo sé. Nunca lo haría. Es sólo que últimamente se hace difícil aguantar. ¡Vamos! No puedo ser el único que lo siente. Esto no es normal.

 

Ron vio la duda en la cara de Harry antes de responder, pero su amigo recuperó una sonrisa afectuosa mientras entraban en la tienda de bromas de Zonko.

 

  • Tienes razón, Ron. Esto es insoportable -respondió al fin, bajando la voz para que no los escuchasen-. No sé nada de alucinaciones tío, pero cada día necesito más. Ayer estuve con Luna y...

  • ¡¿Luna?! -gritó Ron, sin querer, antes de seguir en susurro-. Perdón. ¿Luna? ¿Es... es buena? Qué hijo de acromántula, y yo conformándome con ver a M... -se paró, avergonzado.

  • Así que eso es lo que haces con ella. ¿Cómo se te ocurre? ¿Está... está buena? -rio Harry, antes de contar con orgullo su propia experiencia-. Luna es increíble, y la verdad, ya era hora de que fueses tú el envidioso, ¿o crees que era agradable estar solo mientras "dormías" con Herm?

 

Ron le dio un codazo mientras se contaban esas últimas experiencias con pelos y señales, lo que Myrtle escondía y lo que Luna demostraba encantada. Siguieron disfrutando de su amistad como hacía tiempo que no conseguían, y la visión de Luna como Harry la describía subió a Ron la temperatura a pesar del frío que los envolvía.

 

  • En definitiva, que estoy pasándolo mal para contenerme, Harry. Lo haré por Hermione, pero mi cuerpo me dice todo lo contrario.

 

Ron vio cómo una sombra cruzaba el semblante de Harry, que puso una cara extraña antes de contestar.

 

  • ¿Sabes, Ron? Lo he pensado mejor -expuso, desviando la mirada-. Quizá... quizá deberias verte con Lavender, una sola vez. Hermione no querría que sufrieras tanto, ¿verdad? Y las Navidades están cerca, podrías aguantar con este impulso.

  • ¿Harry? ¿ De verdad piensas eso? No estoy seguro.

 

La conversación se detuvo en ese instante, cuando chocaron con la espalda de uno de los muchos compañeros que se reunían en torno a la Casa de las Plumas. En su escaparate colgaba la última edición de El Profeta, con una oscura imagen de Scrimgeour hablando a una serie de magos del Departamento de Seguridad. El titular que la encabezaba decía:

 

" El Ministro calma los ánimos tras el suicidio de Yuan Chang, acusado del asesinato de cinco miembros de su oficina en la noche de ayer"

 

 

 

La señora Weasley no dudó en apretarla contra su cuerpo con uno de sus brazos una vez dentro de la chimenea, como si abrazándola con tanta fuerza los polvos Flu hicieran mejor efecto. Hermione pudo ver a Percy y los gemelos aguantándose la risa ante su incomodidad. Arthur, sin embargo, parecía incapaz de reaccionar al ver cómo las tetas de su mujer se apretaban contra las de Hermione dándole una inolvidable foto mental.

 

  • ¡Al callejón Diagon! -gritó Molly, tirando los polvos al suelo con su mano libre.

 

Las llamas verdes consumieron a las dos mujeres y un sinfín de imágenes se presentaron ante los ojos de Hermione. Mantuvo la calma unos instantes y al fin aterrizó sin problemas junto a su compañera de viaje en un local deshabitado.

 

Salieron del lugar para recibir algo de luz, y dieron a parar a una de las calles aledañas al callejón Diagon. Aunque no estaba tan transitada como la calle principal, Hermione sintió que se moría de vergüenza mientras la señora Weasley le limpiaba con la mano la ceniza que se había acumulado en su escote, para alegría de los ojos de los transeúntes. Por suerte, el resto de los Weasley llegó pronto, y se dirigieron por fin a sus respectivos objetivos.

 

Percy les abandonó antes de llegar a la calle principal, que para sorpresa de Hermione estaba más animada que nunca. Había tantísimos magos y brujas corriendo de un lado a otro que apenas podía detenerse en sus caras. Sus vestimentas simulaban un arcoiris en constante movimiento entre las tiendas desde las que salían retos, chispazos de colores, rugidos de animales y distintos tipos de música que se mezclaban con el bullicio de las conversaciones para dar ganas de quedarse para siempre a cualquiera que visitara aquel lugar por primera vez.

 

Hermione se olvidó por momentos de lo que debía hacer esa mañana y se dejó llevar por la magia del lugar, sorprendiéndose como cuando era niña ante las escobas voladoras de última generación, las preciosas lechuzas que ululaban a los paseantes, los duendecillos de gominola que bailaban sobre un estadio de quidditch de chocolate y los espectaculares vestidos de la tienda contigua.

 

Cuando llegaron a Sortilegios Weasley todavía tarareaba una pegadiza canción que sonaba por encima del resto. Por la puerta salió una chica rubia con un sombrero azul brillante.

 

  • ¿Teníais pensado dejarme sola todo el día? -reprochó a los gemelos con una mano en la cadera.

  • ¡Hola Verity! -dijo George.

  • ¡Hola Verity! -repitió Fred.

  • Sabíamos que una bruja como tú...

  • ...no iba a tener problemas...

  • ...para lidiar con los clientes...

  • ...ni con nuestras mentes.

 

Verity arqueó una ceja y se acercó a los gemelos despacio con una sonrisa seductora. Cuando estuvo suficientemente cerca y los chicos, llenos de orgullo, intentaron darle un beso, del bolsillo de la bruja salieron unas cuerdas que les atraparon los labios en esa ridícula posición.

 

  • Adiós señores Weasley, adiós Hermione -acabó la bruja, llevándose a los gemelos, tirando de ellos por las cuerdas.

 

Tras el inesperado espectáculo, los demás siguieron andando, comentando entre risas lo imposible que era tratar con Fred y George, hasta que Molly se despidió también, con un beso, delante de Gringotts. Hermione creía que les iba a acompañar, pero no le dio mayor importancia y siguió al señor Weasley durante unos minutos.

 

Iban hablando sobre la forma de encarar el juicio cuando Arthur agarró a Hermione del brazo para que se detuviera. Consultó su reloj y le indicó que le siguiera hasta un pequeño callejón. Allí se mantuvieron en silencio un par de minutos hasta que uno de los ladrillos del suelo comenzó a brillar.

 

  • ¡Vamos! ¡Es ese, tócalo!

 

Hermione se agachó a la vez que Arthur. Durante unos segundos, los dos tocaron el suelo sin que nada ocurriese. La incómoda posición de Hermione tenía expuesta ante el señor Weasley la parte superior de la blusa que había elegido y la cabeza de la bruja a escasos centímetros de la entrepierna de Arthur. Arthur, incómodo, echaba miradas indiscretas a su escote sin poder controlarse hasta que al fin el traslador hizo efecto.

 

  • Bienvenidos -dijo una voz profunda desde una posición alejada.

 

Hermione recobró la compostura y vio a un hombre vestido con una extravagante túnica violeta que sentaba bien a su tersa piel negra. Un pequeño gorro le cubría la cabeza, en la que no tenía ni un solo pelo salvo los de una barba bastante poblada que Hermione no le recordaba.

 

  • ¡Kingsley! -se alegró Hermione adelantándose para saludarlo.

 

Con una sonrisa en la cara, el auror acogió a Hermione entre sus fuertes brazos antes de saludar a Arthur con otro abrazo y ofrecerles sitio en dos cómodos sofás que se encontraban en el centro de aquella luminosa sala, que parecía admitir la luz del exterior pero que no permitía ver nada por sus ventanas.

 

  • Siento que tengamos que vernos así, pero cuando acabe de explicar las razones lo entenderéis. No tenemos mucho tiempo antes de que se den cuenta de que estamos utilizando esta sala, así que trataré de ser breve -dijo Kingsley, antes de proseguir, con voz grave-. Hermione, debes declararte culpable.

 

 

 

La taberna de Las Tres Escobas estaba inusualmente desierta teniendo en cuenta la cantidad de gente que solía disfrutar de sus servicios. Salvo un par de profesores que discutían duramente sobre sabe Merlín qué y dos mesas apenas ocupadas por gente del pueblo, Harry y Ron tenían todo el local para sentarse. A pesar de todo, eligieron uno de los lugares más alejados de la entrada y se sentaron tras pedir un par de jarras de hidromiel.

 

  • ¿Crees que ha sido el padre de Cho? -preguntó Ron mientras trataba de recordar lo poco que sabía sobre la chica.

  • No lo sé -respondió Harry, intrigado-. No sabía que su padre trabajaba para el Ministerio, pero tampoco la he visto de camino a Hogsmeade. ¿Por qué iba a hacer algo tan horrible?

 

Los dos chicos se quedaron en silencio, meditando sobre la noticia, hasta que Ron recordó algo, pero antes de que pudiera hablar, Madam Rosmerta apareció, cargando en sus manos dos grandes jarras.

 

  • ¡Hidromiel bien fresca para los dos chicos más guapos de Hogwarts! -rio la dueña del bar mientras les servía.

 

Colocar en la mesa las dos pesadas jarras no era tarea fácil, y cuando la señora Rosmerta se inclinó, Ron bajó la mirada a su escote. Por el rabillo del ojo pudo ver que su mejor amigo hacía lo mismo, y ambos se deleitaron como llevaban haciendo años con las exageradas tetas de aquella mujer. Madam, perfectamente consciente de lo que ocurría, se detuvo un par de segundos más de los necesarios para mostrar sus pechos, que se encargaba de apretar cada mañana en un corsé. Cuando se dio la vuelta, Ron siguió hablando en susurros, mientras de reojo veía el movimiento del gran culo de la camarera.

 

  • Seamus me había contado que estaban desapareciendo personas cada día, pero ya sabes cómo es. Es difícil que algo de lo que él diga sea verdad.

  • No sé qué pensar después de esto -respondió Harry-. ¿Y si por una vez no miente?

  • ¿Y cómo se supone que lo sabe él? Hay algunos rumores corriendo por ahí, pero de ese calibre no. Sigo sin creérmelo.

 

Harry frunció la nariz en gesto de asentimiento antes de dar un sorbo a su hidromiel. Ron le imitó y dio un largo trago que le calentó la garganta. El alcohol de la bebida pronto hizo efecto, y la conversación pasó de temas trascendentales a chorradas y cotilleos típicos en cuestión de minutos. Los dos amigos disfrutaron del calor de la cercana hoguera, de su intrascendente conversación y de la voluptuosa Rosmerta, que les mostraba su cuerpo con falsa ingenuidad cada vez que pedían una nueva ronda.

 

La conversación se detuvo cuando Harry, con cara de susto, dejó de hablar y colocó la jarra en la mesa. Soltó una risita nerviosa antes de que Ron pudiese girarse para ver qué le hacía gracia. Cuando por fin lo hizo, casi choca contra una pierna que se abalanzó sobre él.

 

  • Así que aquí estabas, jovencito -dijo la mujer, que no parecía dar importancia a Ron, y se dirigía a Harry con las manos apoyadas en la mesa.

  • Hola, señora Skeeter -respondió Harry.

  • Señorita -respondió, dolida, la periodista-. Además, soy Rita para ti, hombretón -siguió, agachándose mas y con una risita estridente.

 

Ron no podía saber la imagen que Harry tendría ante sus ojos, pero la podía imaginar perfectamente. Lo que si podía ver, sin embargo, era la contraria. Rita había pasado sus piernas sobre él, y con su postura en la mesa dejaba el culo a centímetros de la cara de Ron. Además, la extremadamente corta minifalda mostraba las ligas que subían desde sus medias negras y, sobre todo, la pequeña cobertura de un tanga de leopardo que escasamente cubría la pequeña montaña sobre el coño de la bruja.

 

Mientras Ron dejaba su vista en aquel inesperado sexo, la conversación seguía, aunque no la captó de nuevo hasta que Rita, enfadada, se sentó de golpe sobre él.

 

  • No te había visto chaval -dijo la periodista mirando de reojo a Ron.

 

El pelirrojo quiso pensar que aquella era su forma de disculparse, pero la bruja no hizo amago siquiera de levantarse.

 

  • ¡Vamos, Harry! He cambiado. Sólo quiero descubrir la verdad, y soy muy persuasiva cuando quiero -suplicó Rita, agarrándole la mano a Harry y chupando uno de sus dedos ante la atenta mirada del mago.

  • No, señorita Skeeter -respondió al fin-. ¿Por qué le voy a contar nada después de lo que hizo en el Torneo de los Tres Magos? Además, ya la echaron del Profeta.

  • Ahora escribo en una publicación mucho más imparcial -sonrió la periodista echando la espalda hacia atrás-. Créeme, te va a merecer la pena.

 

En su nueva posición, Ron pudo echar un vistazo a los pechos de Rita, de buen tamaño aunque con una textura extraña que se vio tentado de tocar. Más abajo, la blanda entrepierna de la bruja ya había logrado que una gran erección chocase contra ella, aunque a Rita no parecía importarle ni lo más mínimo que la polla de Ron la golpease sin recato.

 

Harry seguía discutiendo con la periodista cuando Ron, en un arrebato totalmente incontrolable, le agarró la cadera a la bruja y la colocó mejor sobre el raíl que ya formaba su pene hinchadísimo. Rita no dio la menor señal de haberse enterado de nada de lo que Ron hacía, y cuando empezó a frotarse contra ella, agarrándola con fuerza por la cadera para apretar más su magnífico culo contra él, la periodista siguió discutiendo con su amigo.

 

En un último intento inconsciente, y casi dolido por la indiferencia de Skeeter, Ron metió la mano entre las piernas de la mujer, que tampoco reaccionó. Sin embargo, aunque seguía hablando como si nada, su entrepierna no mentía. El tanga de Rita estaba empapado gracias al continuo roce de aquel grandísimo falo. Saberlo puso a Ron una sonrisa de superioridad en la cara mientras seguía dándose placer.

 

  • Bien, si eso es lo que quieres, dejaré que lo pienses algo más -dijo al fin Rita, incorporándose-. Tengo todo el día, y muchas ganas de esa entrevista -acabó, dando un beso en la comisura de los labios a Harry y poniéndole las tetas en la cara.

 

La mujer se fue, contoneando su atractivo trasero bajo la atenta mirada de los dos magos.

 

  • ¿Sigues pensando que debería "ver" a Lavender? -preguntó Ron poco después, muy cachondo y deseando una respuesta afirmativa que le hiciese sentir menos remordimientos.

  • ¿Eh? Cla... claro Ron, es lo mejor que podrías hacer -respondió Harry bajando la mirada hacia las jarras.

  • Tienes razón -replicó Ron, ignorando inconscientemente las dudas de su amigo, pensando sólo en su bestial erección-. Necesito ir a la Casa de los Gritos.

 

 

 

Todavía trataba de asimilar lo que el auror le había dicho, sin saber qué responder. Kingsley la miró a los ojos tremendamente serio, y siguió hablando, consciente de sus dudas.

 

  • Sé que es difícil, pero es lo mejor que puedes hacer. Si tratas de dar tu versión todo empeorará. Gabrielle se niega a declarar, y Dumbledore sostiene que negó todo lo que has dicho -se detuvo, antes de seguir recapitulando-. Draco sigue inconsciente, y aunque un milagro lo despertase antes del juicio, nada nos hace creer que vaya a corroborar lo que has dicho.

  • Pe-pero yo no quiero mentir -respondió Hermione, confundida-. Aceptaré el castigo si creen que han de ponérmelo. No seré yo la que cometa una injusticia.

 

Kingsley desvió la mirada a Arthur, que asintió y se dirigió a la bruja:

 

  • Hermione, se están escuchando cosas en el Ministerio -suspiró-. Pretenden enviarte a Azkaban.

 

Hermione sintió que todo a su alrededor empezaba a dar vueltas. ¿Azkaban? ¿De nuevo tendrían dementores para torturar a los prisioneros? Un escalofrío recorrió su espalda antes de responder.

 

  • Pero, pero si yo no he hecho nada. ¿Cómo me van a enviar a Azkaban por lanzar un hechizo Desmaius?

  • Ese es el problema, Hermione -respondió Kingsley-. La potencia y el resultado de tu hechizo no fueron detectadas en el Ministerio como un hechizo Desmaius. Creen que en realidad, embrujaste a Draco con una de las maldiciones imperdonables. Te acusan de haberle torturado con Cruciatus.

  • ¡¿Qué?! ¿Cómo es posible? -respondió indignada Hermione-. ¿No pueden detectar cuándo una persona utiliza una de esas maldiciones? ¿Qué es eso de que "creen" que lo torturé lanzándole Cruciatus? ¡Es ridículo!

 

Kingsley se acercó a ella y le acarició un brazo para calmarla, para acto seguido inclinarse ante ella mientras Hermione se agarraba la cara con las manos, demasiado irritada para llorar.

 

  • Todo va a salir bien, Hermione. Los aurores... bueno, la mayoría de los aurores creemos en ti totalmente. Estamos investigándolo lo mejor que podemos, pero tenemos problemas de personal.

  • ¿Desde cuando tienen problemas de personal en el Ministerio?

  • Hermione -dijo Kingsley, suspirando-. Está muriendo mucha gente sin que sepamos quién lo causa. No podemos encontrar ninguna relación entre unos casos y otros, salvo que el mago o bruja que termina con sus vidas forma parte de su entorno y acaba suicidándose. Por supuesto, casi todas las muertes se mantienen en el más estricto secreto por ahora. No queremos provocar histeria en la comunidad. Muchos altos cargos están esperando e intentando que tu caso sea comparable para darte un castigo ejemplar, pero los aurores estamos trabajando con otras hipótesis.

  • ¿Voldemort?

  • S-sí, eso es lo que intentamos demostrar, pero no es fácil. Tanto él como los mortífagos parecen haber desaparecido. No aparece su marca en ningún lugar y no hay forma de demostrar ninguna vinculación con las muertes. Además, mueren indiferentemente magos de "sangre limpia" y "sangre sucia", y quién sabe cuántos muggles de los que no nos estamos enterando. Se está escondiendo, y sospechamos que puede estar controlando todo esto desde la distancia.

 

Hermione cogió aire, tranquilizándose gracias a su habilidad para tratar todos los asuntos con racionalidad.

 

  • ¿Cómo me va a ayudar declararme culpable? Eso sólo les facilitará el trabajo.

  • La idea es librarte de Azkaban por el momento, y esa es la única forma. Lo único que debes negar es haber utilizado Cruciatus. No pueden probarlo, a pesar de que sospechen. En tu defensa irá un mago del departamento y tratará de explicar lo que sabemos sobre cómo Quien-tú-sabes puede estar detrás de todo...

  • ¡Señor Shacklebot, ya vienen! -gritó una voz joven desde la parte trasera de la habitación.

  • ¡Arthur, tenéis que iros! Hermione, piensa en lo que te he dicho, te conseguiremos el mejor trato posible y cuando sepamos más, todas las acusaciones quedarán en nada.

 

Hermione asintió, poco convencida, y se dejó arrastrar por el señor Weasley hacia un ladrillo igual al que habían utilizado para llegar allí. Apenas reparó en el viaje que los llevó de vuelta al callejón Diagon, ni en las palabras pretendidamente tranquilizadoras del señor Weasley mientras se dirigían a Gringotts, donde los esperaba con los brazos abiertos de par en par la señora Weasley.

 

  • ¿Cómo ha ido? -preguntó preocupada cuando se acercaron.

  • Más tarde -respondió Arthur, consciente de la angustia que embargaba a Hermione.

  • Entiendo. En cualquier caso, deberíais darle la bienvenida a alguien, ¿no? -dijo entonces sonriendo Molly.

 

Arthur y Hermione se dieron la vuelta para encontrarse con la escultural novia de Bill. Fleur sonrió de forma extraña con cara de preocupación mientras saludaba al señor Weasley. Cuando iba a hacer lo mismo con Hermione, se dio cuenta de que la chica no la miraba a ella, sino hacia algo o alguien que tenía detrás.

 

  • ¡Luego hablamos! He visto... he visto a una amiga. Os veo en la Madriguera -se excusó Hermione, escapando ante la atónita mirada de los Weasley, que no acertaron a detenerla.

 

"¿Lo he imaginado?", se preguntó mientras seguía a una sombra entre la poblada multitud que abarrotaba las calles. A pesar de que iba a toda velocidad, su objetivo se movía con gracilidad entre toda aquella gente, y la llegó a confundir en uno de los numerosos callejones cercanos a la tienda de calderos. Desesperada, Hermione giró la cabeza de un lugar a otro hasta que volvió a encontrar lo que buscaba.

 

Siguió a su presa por un callejón oscuro y menos poblado, a dos calles de Flourish y Blotts, y después de girar en otras dos esquinas confirmó sus sospechas al encontrarse ante el cartel de Borgin y Burkes. Siguió recorriendo el callejón Knockturn, que tenía cada vez habitantes más peliagudos.

 

  • Tengo aquí toda la diversión que una jovencita como tú puede buscar en un lugar como este -dijo riéndose un anciano desdentado.

  • Dime una cifra, pagaría lo que fuese por probarte, bonita -se apuntó una bruja de aspecto espeluznante

  • No había visto unos melones de ese tamaño desde que me tiré a aquella gigante. Ella no fue capaz, pero igual tú sí que puedes con este basilisco -gritó otro bajándose los pantalones y riendo como un descosido.

 

Hermione ignoró los malintencionados comentarios sin replicar nada, temiendo alertar a la sombra que le sacaba varios metros de distancia, hasta que su presa llegó a una decrépita posada que sólo podía seguir en pie por medio de sortilegios.

 

Esperó unos instantes antes de entrar, y vio a su objetivo subir por las escaleras. Dispuesta a seguirlo, se dirigió rauda hacia ellas, pero un destello rojo la hizo detenerse antes de seguir.

 

  • No sé a dónde crees que vas, niñata, pero aquí o acompañas a tus clientes o pagas.

 

Hermione se giró y vio a un hombre de aspecto tan poco recomendable como los que la violentaban por la calle, pero a pesar de ello se acercó, extrañada consigo misma.

 

  • Necesito saber la habitación de la persona que acaba de subir. Es una amistad de hace años y quiero darle una sorpresa.

  • La sorpresa sería que eso te haya funcionado alguna vez. Lárgate estúpida, este no es tu sitio.

 

Si no quería problemas no podía dejar inconsciente a aquel nauseabundo hombre, pero no tenía encima dinero para pagar una habitación, y tampoco le serviría de nada. De pronto, recordó las palabras de Molly en la tienda. "No. Yo no soy así, ni de broma", pensó unos segundos antes de que otro engranaje de su cerebro la animase, cuando ya se dirigía hacia la salida. Hermione se sintió extraña ante la seguridad con la que se dio la vuelta y se apoyó sobre el mostrador. "¿Qué estoy haciendo?".

 

  • Estoy segura de que puede decirme en qué habitación está. ¿A quién le importa que lo sepa?

  • A mí me importa, y eso es suficiente -respondió el posadero, aunque algo desconcentrado ya, y sin ganas de que Hermione se fuera

  • Oh, vamos. Tiene que haber "algo" que le pueda convencer.

  • Veamos... -fingió pensar el posadero-. Enséñame lo que llevas ahí-respondió, apuntando con su barbilla al pecho de Hermione.

 

Hermione puso los ojos en blanco un segundo y para su propia sorpresa, se abrió la túnica con los brazos para agarrar el bajo de su blusa. Dudó de nuevo, como si dos conciencias luchasen en su cabeza con una clara vencedora de antemano. Un instante después, se levantó de un golpe la blusa y dejó caer sus tetazas cubiertas por el sujetador negro. Se quedó rígida pensando en lo que estaba haciendo, y vio aquellos pechos que desafiaban la gravedad como si nunca hubieran sido suyos.

 

El hombre tenía los ojos como platos y una mano en la entrepierna mientras disfrutaba de aquella visión, y tosió antes de decir:

 

  • Enséñamelas, tetona.

  • Dígame la habitación.

  • No sin vértelas.

 

Hermione controló su rabia con mucha dificultad y de nuevo sin siquiera cuestionarse a sí misma, se metió la mano entre sus pechos, para sacar el primero por encima del sujetador, que los controlaba con dificultad. Cuando sacó los dos, quedaron apretadísimos sobre las copas caídas. Tenía los pezones como piedras por culpa del frío, para deleite del posadero, que ya se tocaba por dentro del pantalón. Cuando el hombre se acercó para tocarlas, Hermione se apartó.

 

  • La habitación.

  • 303 -dijo a desgana el hombre.

 

Hermione salió corriendo sin cubrirse aún mientras el posadero se pajeaba viendo botar sus tetas conforme subía las escaleras. Volvió a meterlas en el sujetador con mucha dificultad mientras recorría el pasillo del tercer piso, y estaba lista cuando llegó a la habitación que buscaba y se agachó con la oreja pegada a la puerta. Escuchó unos murmullos inaudibles durante unos segundos, hasta que habló otra voz, mucho más cercana.

 

  • Tienes que confiar en mí. Tampoco es que puedas hacerlo en nadie más, ¿verdad? -dijo una voz inconfundible.

 

La respuesta no se hizo esperar, pero Hermione no pudo entender nada hasta que volvió a hablar la primera persona.

 

  • Desde luego, ¿te crees que podría ocultarle algo así durante tanto tiempo si no? Como es habitual, me subestimas, y la verdad es que no me importa, eres tú quien se queda sin tiempo.

 

De nuevo murmullos, y después, silencio y un estallido. Hermione aguantó unos segundos antes de levantarse, consciente de que algo raro ocurría, pero no le dio tiempo a escapar antes de que la puerta se abriese un instante y un destello impactase contra ella tras las palabras:

 

  • Petrificus totalus.

 

Hermione cayó como una piedra hacia atrás, y se quedó viendo el techo hasta que la cara de quien había seguido hasta allí se plantó ante sus ojos con su habitual expresión de asco.

 

  • Así que era usted, Granger, después de todo. Cómo no, la más destacada de ese grupo de detectives de pacotilla. Y pensar que se tiene en tan alta estima su inteligencia en ese colegio de hipócritas -sus ojos oscuros recorrieron el cuerpo de la bruja-. Se merece cada uno de los puntos que quité a su casa. Está claro que no ha aprendido nada -acabó Severus Snape, con una mueca que simulaba una sonrisa en su cara.

 

 

          31. Debilidad

 

El viento azotaba con fuerza la explanada que antecedía a aquella mansión abandonada que llamaban la Casa de los Gritos. Harry había acompañado hasta la entrada de la parcela a su amigo, y ahora le dejaría recorrer el camino hasta la puerta solo.

 

  • No le dirás nada a Hermione, ¿verdad? -le preguntó Ron, preocupado.

  • Claro que no -respondió Harry-, y aunque se entere, seguro que lo entendería.

 

Harry no estaba muy seguro de aquello. Dudaba que Hermione le dejase pasar a su novio una infidelidad con Lavender, precisamente. Sin embargo, Ron pareció animarse con sus palabras y se llenó de valentía para dirigirse hacia el lugar que a tantos había servido de picadero.

 

Harry vio caminar a su amigo durante unos instantes antes de darse la vuelta y volver a Hogsmeade. Cuando encaró el bosque que lo rodeaba, iba pensando en su objetivo. Si todo salía bien, aquello sería suficiente para superar la tercera prueba que le había propuesto el libro rojo.

 

Decidido a no pensar más en las implicaciones de incitar a su mejor amigo a ser infiel, trató de ocupar su mente con alguna actividad que hacer en Hogsmeade ahora que se había quedado solo. Pero el hidromiel había hecho efecto en él y apenas notaba el frío que apretaba en las calles. Por su mente sólo pasaban imágenes envidiosas de lo que Ron estaría a punto de hacer a la preciosa Lavender en aquellos momentos. Al fin, muy caliente y con el hidromiel envalentonándole, decidió buscar a su mejor compañera de Hogwarts para pasar un buen rato.

 

El pub Cabeza de Puerco estaba lleno, pero no había ni rastro de Luna. Tampoco en Honeydukes ni en Dervish y Banges, la tienda favorita de la bruja. En la tienda Tiros Largos tampoco encontró su objetivo, pero sí vio a Ginny con una bolsa que indicaba que acababa de comprar alguna pieza de ropa. A pesar de que llevaban un tiempo sin tener una conversación normal, el alcohol que fluía por su cuerpo hizo que Harry se plantease intentarlo con ella, pero pronto tuvo que descartarlo. La puerta de la tienda se abrió cuando Harry pretendía acercarse y un chico muy alto con los colores de Hufflepuff salió de ella, se acercó a Ginny y le dio un beso apasionado mientras le apretaba el culo con las manos.

 

Resignado, Harry se dio la vuelta y siguió buscando por Hogsmeade sin suerte, hasta que decidió ir al último sitio donde se esperaba encontrar a su amiga: la tetería Madame Pudipié. De camino hacia el lugar vio delante de un escaparate a un grupo de chicas vestidas con túnicas bordadas con tela azul. Esperanzado, trató de reconocer a las alumnas de Ravenclaw. Conforme se iba acercando, fue perfectamente consciente de que ninguna era Luna, pero otra chica llamó su atención. Y el sentimiento fue recíproco, puesto que fue la única que se dio la vuelta para saludarle.

 

Harry devolvió el saludo a Noshi con una sonrisa estúpida que pronto trató de borrar. La guapísima alumna japonesa parecía ajena al frío que la rodeaba. Aunque se había puesto una chaqueta, de cintura para abajo sólo la cubría su habitual minifalda y unos calcetines negros que llegaban hasta las rodillas. Harry se quedó prendado de las largas piernas que Noshi se encargaba de mostrar y ni se inmutó cuando la chica se acercó y le dio un beso en la mejilla, poniéndose colorada inmediatamente.

 

  • Ho-hola Noshi.

  • ¿Cómo estás? -preguntó la bruja con timidez, demostrando su acento japonés a pesar de su buena pronunciación.

  • B-bien, supongo. Un poco preocupado por Cho. ¿Está aquí? -siguió, perfectamente consciente de que no era así, pero deseando seguir la conversación.

  • Oh, no. Cho es en casa -respondió Noshi cambiando el semblante-. Tuvo cosas malas con la familia.

 

El resto del grupo siguió andando, y Harry hizo lo propio asegurándose de dejar espacio entre las demás chicas y ellos.

 

  • ¿Sabes algo? ¿El hombre que se ha muerto era su padre? -preguntó Harry, acercándose inconscientemente a su acompañante.

  • No, no. Era su... primo de padre. Sí, primo de padre. Era buena persona, dice Cho.

 

Harry sintió cierto alivio al saberlo, pero la noticia seguía siendo horrible. Y a pesar de todo, era incapaz de darle la importancia necesaria porque su mente sólo le mostraba a Noshi y las posibilidades con ella. Ya andaban a la par, chocándose conscientemente con los hombros y rozándose las caderas con las manos.

 

Noshi le iba explicando como podía lo poco que sabía del suceso, pero Harry sólo pensaba en lo buena que estaba la japonesa. Demasiado caliente para seguir la conversación, al fin decidió dar un paso. Agarró la mano de Noshi para que se detuviese y dejó que sus amigas siguieran andando. La japonesa se quedó con sus ojos rasgados fijos en él hasta que el mago se acercó.

 

Harry apartó el pelo que cubría la oreja izquierda de Noshi con delicadeza y se adelantó para hablarle al oído. La fragancia frutal del cabello de la japonesa le envolvió, y sintió cómo se erizaba la piel de Noshi al sentir su respiración en el cuello.

 

  • Ahora que no está Cho, podríamos aprovechar para conocernos más a fondo -susurró Harry en su oído.

 

El cuerpo de Noshi se tensó ante aquella inesperada propuesta, y sus mejillas se encendieron más que nunca, mientras ella dudaba sobre qué responder. Los labios de Harry paseando por el cuello de la bruja, sin embargo, hicieron que se relajase.

 

Por suerte, estaban en una zona apartada del pueblo y nadie les había visto todavía. Las amigas de Noshi habían desaparecido tras una esquina y los dos jóvenes estaban ahora pegados en medio del frío otoñal. Harry agarró pronto las caderas de la japonesa y siguió dándole besos en el cuello sin que ella devolviese sus gestos todavía. Poco después el ritmo de la respiración de Noshi aumentó, y los suspiros que dejaba escapar indicaban que lo estaba disfrutando. Tanto es así que, tremendamente avergonzada y con la cara como un tomate, decidió al fin agarrarse a la espalda de Harry.

 

El abrazo de Noshi le dio ánimos a Harry, que empezó a trasladar sus labios hacia los de la bruja mientras disfrutaba de la presión contra su cuerpo.

 

La situación, lo mucho que le ponía aquella chica y las ganas de sexo que su cuerpo y el hidromiel le provocaban hicieron su efecto en su entrepierna. Conforme sus labios se acercaban a los de Noshi, su erección crecía imparable. Ya la tenía prácticamente lista para todo lo que iba a suceder, y se lo quiso demostrar a su chica justo antes de posar los labios en los suyos.

 

Harry apretó a Noshi contra él agarrándola por sus caderas y su bestial erección se abrió paso sobre la minifalda y el pequeño tanga azul de la japonesa hasta posarse con fuerza en sus labios vaginales ya dilatados. Acto seguido, intentó empezar el beso que los dos estaban deseando, pero la bruja se apartó, asustada.

 

Noshi, colorada e hiperventilando, bajó la mirada al enorme bulto amenazante que destacaba en los pantalones del mago. Negó con la cabeza mirando a los ojos a Harry y se fue tras decir:

 

  • ¡No puedo fallar a Cho!

 

Harry se quedó viendo las preciosas piernas de Noshi mientras la chica corría al encuentro con sus amigas, haciendo que la minifalda se levantase mostrando todavía más de aquel fruto prohibido.

 

Desesperado y cada vez con más ganas de desahogarse, llegó buscando a Luna a Madame Pudipié, donde por supuesto no estaba su amiga. Sin embargo, saliendo de la tetería vio a alguien que no debería estar allí. Se acercó a la chica rubia que, con una minifalda demasiado corta para Hogwarts, tonteaba con dos chicos en la barra rozando sus piernas contra ellos.

 

  • ¿Qué haces aquí Lavender?

 

La chica pareció molesta cuando se dio la vuelta.

 

  • Oh, Potter. No hago nada que te importe, eso seguro.

 

Harry evitó que se volviera a dar la vuelta agarrándola por un hombro. Sin querer, Harry deslizó la blusa del hombro de Lavender, ampliando aún más el escote que lucía. La chica le dejó disfrutar con una mirada retadora de las vistas antes de volver a colocar bien la prenda. Harry siguió, algo aturdido.

 

  • ¿No debías estar en la Casa de los Gritos?

  • ¿Me buscabas allí? -se burló Lavender-. La verja estaba cerrada por algún graciosito, y no había hechizo que la abriera -explicó con enfado-. En cualquier caso, si piensas que por ser el capitán del equipo tienes preferencia conmigo, sigue soñando.

 

Lavender se dio la vuelta y siguió hablando con los dos alumnos que, al parecer, tenían turno con ella esa mañana.

 

Harry salió del local y corrió a la entrada de la Casa de los Gritos, cuya verja estaba tan abierta como la había visto cuando fue con Ron. Cansado y sintiéndose estúpido por haberse creído las mentiras de Lavender, dio la vuelta y pensó en el mejor lugar para darse placer a sí mismo de una vez.

 

 

 

Las cortinas raídas que tenía delante apenas dejaban pasar la luz de la calle, y la habitación parecía iluminada por varias velas colgadas en la pared, pero no podia asegurarlo porque estaba completamente inmóvil. Sólo sus ojos tenían libertad para desplazarse, y lo único que podía ver era la pared rosada y parte de la silla en la que la habían colocado.

 

Escuchó unos ruidos detrás suya, como si alguien rebuscase con desesperación en un armario repleto, y pasaron unos minutos antes de que la figura de Snape se plantase ante ella. La habitual expresión de superioridad del profesor dominaba su cara, pero no parecía contento, sino más bien decepcionado.

 

  • Le habéis cogido mucho aprecio a espiarme, ¿verdad? Si al menos tuvierais alguna razón... -dijo Severus al aire, para continuar tras ver que Hermione no podía contestar-. Espera unos minutos y se irá pasando el efecto.

 

Efectivamente, tras esperar un tiempo, Hermione recuperó la movilidad de cuello para arriba y no tardó en envalentonarse.

 

  • ¡No sé qué pretende, pero si cree que voy a suplicarle para que me deje ir está usted loco!

 

Una mueca similar a una sonrisa se apoderó de la cara de Snape antes de responder.

 

  • Si quisiera algo de ti, Granger, hace tiempo que lo habría conseguido. Bonita puesta en escena del legendario valor de Gryffindor -siguió, acercando su cara a la de Hermione-. Lástima que sólo sea una pose sin significado alguno.

  • ¿Por qué me tiene aquí entonces? Soy su alumna, Dumbledore sabrá de esto y se acabará su tapadera.

 

Snape negó con la cabeza y apretó los labios.

 

  • No voy a perder tiempo en explicarle a una bruja insidiosa cosas que no es capaz de entender, pero sí le diré una cosa. Ya no soy profesor de Hogwarts y, hasta donde yo sé, usted ya no es una alumna.

  • ¡Claro que lo soy! -respondió dolida Hermione-. Nunca dejaré de pertenecer a Hogwarts ni de pelear contra usted y contra su amo, Volde...

  • ¡Cállate! ¡Ni se te ocurra nombrarle! -la cortó Snape gritando más de lo que nunca le había oído.

 

Un estallido sonó detrás de Hermione, que no pudo girar el cuello lo suficiente para ver qué lo había provocado. Snape sí lo podía ver con claridad, y su expresión cambió rápidamente para mostrar su enfado. La mirada que dirigió a lo que estuviera detrás de Hermione parecía capaz de matar por sí sola, y la bruja sintió un escalofrío recorriéndola.

 

Snape desvió la mirada y le dio la espalda, mientras el escalofrío que Hermione había sentido se iba trasladando ahora por todo su cuerpo provocándole una sensación muy placentera. Extrañada, sintió cómo se acaloraba por momentos, mientras en su cabeza se agolpaban imágenes de duras sesiones de sexo con Ron y la más reciente con Harry. Incapaz de controlarse, notó cómo sus pulsaciones aumentaban y cómo sus pezones se endurecían. Los impulsos de meter una mano bajo su falda la estaban comenzando a dominar, pero era incapaz de mover sus brazos y la frustración le daba todavía más ganas.

 

Cuando el profesor Snape se dio la vuelta, él también parecía tener dificultades para controlarse. Una gota de sudor le caia por la frente y trataba de ocultar algo bajo la túnica.

 

  • No es posible que seas... -dijo Snape con los ojos abiertos, antes de caer en la cuenta-. Por supuesto, lo estás haciendo con Potter. Debería haberlo imaginado.

 

Hermione no dijo nada, y se limitó a mirarle a los ojos mientras se mordía el labio por la sensación que no dejaba de recorrerla de arriba abajo. Ni siquiera se quejó automáticamente cuando Snape se acercó lentamente y metió una mano bajo su falda, abriendo un poco sus piernas mientras acariciaba sus muslos. Tenía tantas ganas de tocarse que le dejó usar los dedos sobre su ropa interior unos instantes.

 

  • Estaba claro que lo necesitabas -se burló Snape sin dejar de acariciarle el clítoris-. Eres realmente una mujer espléndida, a pesar de todos tus defectos -terminó, echando un largo vistazo al resto de su cuerpo.

 

Hermione estaba disfrutando sin querer, así que tan pronto recuperó la movilidad de sus brazos, hizo que Severus sacase su mano de la falda, sólo para sustituirla con la suya tras deshacerse con dificultad de la parte superior de su capa. Masturbándose con la mano sobre su tanga, Hermione empezó a suspirar mientras trataba de librarse del profesor.

 

  • No puede hacer esto, sigo siendo su alumna. Esto es totalmente inapropiado -dijo de manera poco convincente, en especial tras el gemido que siguió a sus palabras.

  • Lo dices como si tuviera elección -replicó Snape antes de volver a acercarse y posar su mano sobre el pecho de su alumna.

 

Hermione no paró de tocarse ni intentó detener a Snape mientras éste le agarraba las tetas con ambas manos. Los pulgares del profesor se desplazaron sobre los durísimos pezones de Hermione, aún sobre su ropa. Hermione no quería que aquello ocurriese, pero cada vez estaba más cachonda y era la primera vez en mucho tiempo que otra persona la tocaba. Sin embargo, un último impulso de dignidad le permitió detenerse un instante y empujar a Snape, que se trastabiló antes de recuperar la compostura.

 

  • ¡Déjeme irme! ¡No aguanto más aquí! -gritó Hermione con los ojos cerrados y todo su cuerpo pidiendo lo contrario.

  • ¿Estás segura? -respondió un acalorado Snape.

 

Hermione seguía con los ojos cerrados, intentando contenerse, cuando escuchó el sonido de un cinturón abriéndose y el posterior de una cremallera bajando. Unos segundos después tuvo que rendirse y abrió los ojos, llena de curiosidad y esperando encontrar algo que la enfriase. A escasos centímetros de su cara, agrandado incluso por la cercanía, tenía el rabo de Snape en completa erección. El glande bien lubricado coronaba un falo gordísimo de buena longitud, surcado de venas y palpitando para ella.

 

A Hermione se le hizo la boca agua. Era Snape, seguramente un mortífago y un mentiroso, su profesor más odioso, una mala persona que siempre le había tenido manía y había tratado de perjudicarla cada vez que podía. Pero llevaba semanas sin darse placer con un hombre, estaba cada día más necesitada y en ese momento más caliente de lo que podría haber imaginado. Delante sólo veía una polla, una pedazo polla para ella sola, por fin.

 

Sin pensar en Ron, ni en Harry ni en nadie más que se pudiera sentir decepcionado con ella, Hermione abrió bien la boca, miró a los ojos a Snape y movió su cabeza hacia la entrepierna de su profesor para saborear poco a poco cada centímetro de su rabo.

 

 

 

La Casa de los Gritos era tan fría como recordaba. No ayudaba a que dejase de serlo el llevar tanto tiempo deshabitada, y una película húmeda se dejaba notar por cada una de sus ruinosas habitaciones. Ron caminó despacio, sin hacer ruido temiendo alertar a alguna de las parejas que solían aprovechar los viajes a Hogsmeade para pasar un buen rato en la intimidad. Pero los únicos crujidos de madera que se escuchaban eran sus pasos, y no había rastro de los gemidos apagados que alumnas primerizas solían dejar escapar en las habitaciones en mejor estado.

 

Tras abrir las primeras puertas o ver a través de de los huecos de las paredes, Ron no encontró ninguna señal de Lavender. Sintió una presencia detrás suya, pero cuando se dio la vuelta no había nadie, de forma que volvió sobre sus pasos pensando que la rubia jugaba con él. Buscó tras cada puerta en la que podría haberse metido sin suerte, y en ese momento una sensación de pánico se apoderó de él y decidió salir de allí. Se dirigió hacia la puerta, pero fue en vano, porque era completamente imposible abrirla.

 

Asustado, Ron corrió hacia cada una de las ventanas, que le cerraron el paso de forma tan firme como la puerta de la entrada. A través de la última que probó, sin embargo, pudo ver a Harry delante de la valla, cuyo portón estaba ahora cerrado. Intentó gritar y golpear la ventanas, pero su amigo no se enteró y dio la vuelta poco después.

 

  • ¡No tiene gracia Lavender! -gritó Ron, desesperado y sin obtener respuesta.

 

Muerto de miedo, sacó su varita para atacar a la primera persona que apareciese en el lugar, y fue avanzando con la espalda pegada a la pared hasta el piso superior, donde la mitad del suelo estaba derruido. Se fue abriendo paso lentamente buscando en cada habitación, de nuevo sin suerte. Sólo le quedaba el ático, que tan malos recuerdos le traía de La Madriguera. En un acto de valentía que no se explicaba ni él mismo, subió por las decrépitas escaleras que daban a la parte más alta de la mansión. Sintió una presencia en la oscuridad del ático.

 

  • ¡Lumos maxima!

 

El hechizo iluminó con una luz blanca toda la estancia, mucho mejor cuidada que el resto de la casa. Casi vacía, sólo una gran mesa de despacho y una silla destacaban. Pero no había nadie allí. Ron inspeccionó cada rincón buscando una respuesta sin suerte, hasta que escuchó una voz conocida a su espalda.

 

  • Oh, eres tú.

 

Ron se dio la vuelta y pudo ver que en la silla que hace un instante estaba vacía tras la mesa se sentaba ahora una mujer madura con una chaqueta verde que apenas cubría su escote.

 

  • ¿Qué te crees que haces, Skeeter?

  • Puedes llamarme Rita, bonito -rio ella mientras con un dedo jugaba con uno de sus rizos rubios-. ¿Te he asustado? No sabes cuánto lo siento -se burló-. ¿Tú eras... Rupert? ¿Richard?

  • Sabe perfectamente cómo me llamo.

  • Oh, claro, claro -respondió ella levantándose.

 

Rita se acercó contoneándose sobre sus altos tacones, que hacían destacar más sus piernas bajo la minifalda verde que las cubría.

 

  • Eres un chico muy... muy duro, ¿verdad... Ron? -dijo la periodista con una sonrisa, mientras tocaba sobre la ropa los pectorales y los ligeramente marcados abdominales del chico.

  • ¿Qué quieres? -respondió él apartándose-. No he venido aquí por ti.

  • Así que no quieres jugar, ¿eh? Eso lo veremos -dijo Rita guiñándole un ojo-. Sabes lo que quiero, sólo busco información. Y sé lo que quieres tú -acabó, hinchando el pecho para beneficio de Ron-. Veo que te interesan. Una maravilla de la cirujía muggle, cariño. Están muy atrasados en todo lo demás, pero le han dedicado mucho tiempo a estudiar cómo modificar su cuerpo.

 

Los pechos operados de Rita destacaban en su menuda figura. A Ron no le extrañaba nada que aquella mujer se resistiese a envejecer de cualquier manera, y tenía que reconocer que estaba haciendo un buen trabajo.

 

  • No tengo nada que contarte -respondió, sin embargo-. Deja que me vaya.

 

Rita le dio un beso en la mejilla antes de volver hacia la mesa a paso lento.

 

  • ¿Sabes, Ronald? Creo que tienes mucho que contarme.

 

Acto seguido dio la espalda a Ron, apoyó las manos sobre la mesa, juntó las piernas y se agachó lo suficiente para ofrecer su culo en pompa al pelirrojo. La escasa falda apenas cubría parte de las firmes nalgas de la reportera, apretadas además por las ligas que unían las medias en la cadera.

 

La líbido de Ron reaccionó ante la imagen y sus orejas se colorearon mientras las posibilidades que la situación le presentaba le calentaban la mente irremediablemente. Rita se dio cuenta y se rio.

 

  • Es tu día de suerte, chaval. Hoy vas a tirarte a una verdadera mujer.

 

La idea era música para los oídos de Ron, cuyo pantalón comenzaba a notar la presión de su excitación. Contempló unos momentos aquella apetecible imagen, dando placer a su cerebro, antes de responder, lleno de dudas.

 

  • No voy a traicionar a Hermione. Déjame irme ya, Rita. No lo hagamos peor.

 

Rita giró la cabeza y lanzó un suspiro de fastidio.

 

  • Nadie va a traicionar a nadie. Tú vas a meterla en caliente, que es lo que necesitas, y yo voy a tener la información que quiero. Es simple.

 

Acto seguido, levantó su minifalda dejando su duro trasero a la vista, y apartó hacia un lado su tanga de leopardo. Tener a su disposición ese coño tan apetecible, con sus labios simétricos, rosados y sorprendentemente lubricados para recibirle, hizo que Ron cambiase de opinión. Tanto tiempo sin sexo había hecho mella en él, y se acercó poco a poco. ¿Qué importaba si ponía los cuernos a Hermione con Lavender o con Rita? Sabía lo que necesitaba, y era esa mujer madura quien ahora se lo ofrecía.

 

  • ¿Quieres que vaya despacio? -preguntó mientras se bajaba el pantalón, contemplando lo estrecho que parecia el agujero de aquella mujer.

  • Hazlo como quieras, jovencito, pero dame de una vez. No me voy a sorprender a estas alturas. Pero intenta hacerlo algo divertido para ti, no te corras en un minuto como han hecho tantos.

 

Ron tomó la sugerencia al pie de la letra, mientras Rita, que parecía muy acostumbrada a entregarse de aquella manera, se agachaba más y ni siquiera echaba un vistazo al pene del pelirrojo. Ron agarró con ambas manos aquel delicioso culo de piel tersa, trabajado en el gimnasio, y siguió acariciando la nalga apretada por el hilo del tanga mientras se pajeaba para endurecerse todavía más. Finalmente, cuando estuvo listo, colocó la gruesa punta de su rabo entre los cálidos labios menores de la periodista, y empujó hacia dentro justo cuando Rita acababa de decir:

 

  • Venga, rápido. ¿Cómo te sientes sabiendo qué tu novia...? -se detuvo al sentir a Ron entrando en ella-. ¡Ah! ¡¿Pero qué haces?!

 

Rita se incorporó, con el ceño fruncido, y buscó en las manos de Ron el exagerado objeto que había intentado meterle, hasta que se dio cuenta de que lo que la había penetrado estaba en la entrepierna del mago. Con los ojos como platos y una mano tapándole la boca, Rita sólo acertó a decir:

 

  • Jo... der. ¡Qué puta polla!

 

 

 

Las Tres Escobas estaba todavía más vacío que cuando lo habían dejado. El único cliente que quedaba se fue poco después de que Harry se sentase en la barra con una nueva jarra de hidromiel. Bebió un poco mientras seguía el movimiento de la camarera, cuyo grandioso trasero se mostraba a través de la falda cada vez que se agachaba. Tremendamente salido ya, Harry aprovechó un momento en que Rosmerta se metía en el almacén para dejar un par de sickles sobre la barra como pago por la cerveza, y se fue al baño de hombres para dar rienda suelta a sus instintos. De esa manera tendría todo el tiempo necesario.

 

Entró en uno de los compartimentos del solitario baño y se bajó los pantalones. Su pene, en semierección, golpeaba rítmicamente su pierna derecha. No podía creerse que todo el mundo a su alrededor hubiese encontrado alguien con quien compartir placer esa mañana salvo él. Resignado, Harry pensó en lo que podría haber pasado con Noshi mientras, de pie ante el retrete, subía y bajaba la mano a lo largo y ancho de su sensible aparato.

 

  • Me preguntaba dónde te habías metido, jovencito -escuchó Harry a su espalda.

 

La voz inequívocamente grave de Madam Rosmerta le hizo reaccionar, y trató, nervioso, de subirse los pantalones sin éxito.

 

  • L- lo siento -se disculpó Harry.

  • Tranquilo, cariño, tranquilo -rio la camarera mientras se pegaba a su espalda-. Sin clientela, estoy algo aburrida. Déjame ver qué guardas ahí. Igual podemos jugar a algo.

 

Harry obedeció sin rechistar y apartó las manos de su entrepierna, aunque poco cubrían ya. Rosmerta no dijo nada, pero apoyó la barbilla en el hombro del mago para ver mejor. Harry notaba las apretadas tetas de la mujer presionando su espalda, y no tardó en sentir cómo la fría mano de Rosmerta rodeaba la base de su ya erecto pene, provocándole un respingo antes de acostumbrarse, le acariciaba los testículos y volvía a agarrar la barra para empezar a menearla. La bruja no tardó en cumplir su objetivo, machacando la polla de Harry a buen ritmo.

 

  • Es una lástima no poder follarte, jovencito -le dijo Rosmerta al oído con auténtica pena-. Pero soy una mujer casada.

 

Las palabras de la camarera aumentaron la inflamación en la entrepierna de Harry, que gozaba como un primerizo de la dura paja que aquella mujer le estaba proporcionando, a pesar de no entender nada de lo que ocurría. Se ayudó a sí mismo pasando los brazos por su espalda hasta alcanzar el culazo de Rosmerta. Ella no se lo impidió, sino que le animó a magrear sus nalgas aumentando el ritmo de su mano en aquel delicioso falo que tan bien respondía a su atención.

 

 

 

Hermione frenó un momento su movimiento, con su boca completamente llena con la polla de su profesor. Utilizó la lengua unos segundos para lamer todo lo que pudo, provocando los gemidos de Snape, y luego se la sacó y tragó la saliva acumulada. Sus ganas de seguir no le permitieron parar por mucho tiempo, y enseguida sus labios volvieron a rodear la carne ardiente que tan fácil se tragaba, acompañando el movimiento rítmico de su cabeza que parecía ensayado mil veces, adelante y atrás completando una mamada que casi le daba tanto placer a ella como a su hombre.

 

Snape no decía nada mientras su alumna se la chupaba con semejante maestría, pero no pudo resistirse a agarrarse a las irreales tetas que tantas veces había observado discretamente en su clase. La blusa de Hermione acabó pronto en el suelo, y sólo su gran sujetador negro resistía ante la persistente atención de las manos de Snape, apretando los masivos pechos de la bruja.

 

Los dedos de Hermione jugaban bajo su falda haciendo que gimiera levemente sobre el falo que con tanta insistencia se comía. Derritiéndose gracias a su primer hombre en semanas, que tanto necesitaba, Hermione ni siquiera se tocaba con desesperación, sino que jugaba con delicadeza para poder disfrutar durante el mayor tiempo posible de su inexplicable lujuria.

 

Recorrió con la lengua el lateral surcado de venas de aquel durísimo aparato y volvió a chupar el glande mientras su mano libre se encargaba de recorrer en una paja endiablada el resto del rabo. Apenas se lo sacaba de la boca, y cuando lo hacía era para coger aire o lamerle los huevos, hinchados con el premio que estaba segura de que iba a recibir pronto.

 

  • Esto es culpa tuya. Te dije que no te aparecieras todavía -dijo entonces Snape a alguien situado tras Hermione.

 

El profesor se apartó mientras Hermione trataba de comprender lo que ocurría. Y no tardó en saberlo. Una figura pasó por delante suya y se quedó mirándola. Su ropa, completamente negra, estaba en un estado terrible. La camisa agujereada permitía ver bien su espalda blanquecina, y entre su falda raída y sus medias a duras penas cubrían sus piernas llenas de moratones y su culo perfectamente redondo, que se hizo más evidente cuando la mujer se acuclilló ante Snape. Hermione reconoció en seguida sus grandes ojos marrones, cuando se giró para dedicarle una mirada antes de volverse y sustituirla en el trabajo de felación que hasta ahora había hecho en exclusiva.

 

Hermione buscó su túnica rápidamente, pero las piernas le fallaron al incorporarse, dando con su cuerpo en el suelo. Arrastrándose a duras penas llegó hasta ella y agarró la varita que tenía en su bolsillo. Apuntó a la pareja tratando de sentir el odio que se esperaba de ella.

 

  • ¡No os mováis! -gritó, con dificultad.

 

Sólo Snape la miró, sin reacción alguna. Hermione siguió tratando de alimentar su odio por la bruja acuclillada. ¡Tenía que odiarla! Tenía que odiarla. Tenía que odiarla, pero todo lo que sentía era compasión y un extraño sentimiento de compañerismo.

 

La habitación se quedó en silencio. Hermione seguía apuntando con la varita. Snape, impasible. Lo único que se escuchaba era el característico sonido de las mamadas, mientras Bellatrix chupaba incansablemente aquel grueso pene, hasta que pareció darse cuenta de algo y liberó su boca. Con los párpados caídos y un hilo de saliva cayéndole por la comisura de los labios, Bellatrix levantó la mano e indicó a Hermione que se acercase con el dedo índice.

 

El gesto provocó que a Hermione se le cayese la varita de la mano y que su piel se volviese a erizar. Más caliente de lo que nunca había estado, comenzó a gatear hacia la pareja. Bellatrix sonrió con satisfacción mientras veía las tetas de la bruja colgando en aquel pobre sujetador. La entrepierna de Hermione se humedeció todavía más cuando Bella se giró y, todavía mirándola a los ojos, pasó la lengua desde la base hasta la punta de la polla de Snape y volvió a metérsela entera en la boca.

 

 

 

  • ¡Más duro! ¡Más duro! ¡Más duro! ¡Ohh! ¡Por Merlín! ¡Hasta el fondo! ¡Vaya polla! ¡Dámelo! ¡Dámelo! ¡Soy tu puta! ¡Fóllame joder! ¡Soy tu puta! ¡Qué pollón! ¡Qué polloooón!

 

Rita no se callaba ni un instante, pero en ese momento a Ron no le importaba, y seguía percutiéndola sin descanso por detrás, jaleado por los gritos de la periodista. Satisfecho con haber sorprendido a esa mujer que tantos hombres había probado, Ron se la metía hasta el fondo una y otra vez, atravesando su estrecho agujero que tan bien se sentía. Las caderas de la rubia parecían hechas para esas situaciones, y Ron las agarraba con fuerza para impulsarse dentro de ella, lleno de orgullo tras ver cómo Rita guardaba su libreta y su vuelapluma, olvidando la entrevista para centrarse en el sexo.

 

  • No te creas que te vas a librar de las preguntas -dijo la periodista entonces, como si hubiese leído su pensamiento-. Tendremos que... ¡Oh, joder, cómo follas! T-tendremos que tener otra cita. ¡Pero ahora trátame como a la zorra que soy! ¡Fóllame!

 

Ron no podía estar más de acuerdo, pero no se lo iba a poner tan fácil. Azotó con fuerza una de sus nalgas y se quedó contemplando cómo su falo entraba y salía de aquel coño tan extrañamente perfecto.

 

La mesa apenas podía aguantar las embestidas de Ron, que se tiraba a Rita con una potencia brutal. Pero el pelirrojo quería más, y sin dejar de metérsela, se adelantó y trasladó sus manos de las caderas al pecho de la periodista. Sus tetas operadas tenían una firmeza irreal, pero a Ron no le importaba lo más mínimo y se pegó a aquellos pechos de slicona con ganas de sentirlos mejor. En un arrebato, agarró la camisa de la periodista por ambos lados y tiró con todas sus fuerzas. Los botones saltaron disparados y dieron paso al sujetador, del que Ron sacó los pechos entre gritos enfadados de Rita.

 

  • ¡¿Qué coño haces?! ¡¿Sabes cuánto cuesta esta ropa?! -preguntó Rita sin dejar de moverse a lo largo del aparato de Ron-. ¡Por Merlín, los que mejor folláis sois los más salvajes! ¡Métemela hasta el fondo! ¡Hazme sentir como una zorra! ¡Ohh... -siguió, olvidándolo todo-. ¿Quién es tu perrita? ¡¿Quién es tu perra?!

 

Apretando los pequeños pezones de Rita, que coronaban sus perfectamente moldeados pechos, Ron disfrutaba como pocas veces en su vida. El durísimo culo de la periodista seguía chocando con una fuerza brutal contra el bajo vientre del pelirrojo, haciendo un sonido que hacía engordar la erección de Ron, en un bucle que no parecía tener fin de sexo sin control.

 

 

 

Sentado sobre la tapa del retrete, con su pene bien duro apuntando hacia la mujer que hasta hace escasos segundos le masturbaba, Harry no perdió detalle mientras Rosmerta se quitaba el delantal y bajaba las asas de su vestido marrón para dejar a la vista su torso, cubierto por el corsé del que todo el mundo hablaba en Hogwarts. La dueña de Las Tres Escobas le sonrió con cariño mientras deshacía el nudo a su espalda, permitiendo que el corsé se aflojase hasta que pudo sacarlo por encima de la cabeza.

 

Sin darle tiempo a reaccionar, Harry vio cómo salían dos tetas impresionantes de su cobertura para quedarse descansando sobre el vientre de aquella mujer entrada en carnes. Se quedó apreciando sus grandes pezones, circundados por areolas oscuras bastante amplias, mientras la camarera se agachaba ante él.

 

Rosmerta no perdía el tiempo, y sus labios carnosos ya estaban rodeando el ardiente rabo de Harry antes de su primer parpadeo. El mago agarró parte de los rizos rubios de la bruja mientras ella trataba de tragarse algo más de la mitad de su aparato.

 

  • Señora Rosmerta -dijo Harry entre leves gemidos, envalentonado por el placer de la situación-. ¿Está segura de que a su marido no le importa que esté chupándosela a un alumno que podría ser su hijo en un baño público?

 

La mujer intentó responder, pero Harry le agarró la cabeza para que no dejase de mamar. Más caliente que antes, Rosmerta hizo un mago de sonrisa y aumentó el ritmo de su felación, rodeando con su lengua todo lo que se ponía cerca, hasta que al fin se la sacó.

 

  • Eres un joven muy impertinente -le dijo con una sonrisa irónica mientras le machaba la polla con su mano derecha y le daba pequeños lametones en la punta-. Tienes suerte de haberme encontrado tan cachonda.

 

Acto seguido se incorporó lo suficiente como para poder levantar sus tetas y ponerlas sobre las piernas de Harry.

 

  • Sólo estoy dejándole mis pechos a un pobre alumno para que se dé un poco de placer con ellos. Mi marido lo entendería.

 

Harry vio con deseo cómo Rosmerta introducía entre los dos pechos su necesitado pene. Las tetas de la camarera eran muy blandas, de modo que tuvo que apretarlas mucho para poder darle la fricción necesaria al aparato de Harry. Gozando con la visión de aquellos grandísimos pechos deformados por la presión y por lo que guardaban entre ellos, Harry no se sorprendió con lo placentero que fue sentir cómo Rosmerta los movía de arriba abajo, respirando entrecortadamente por el esfuerzo.

 

Una cubana de la dueña del bar era el sueño de cualquier alumno de Hogwarts que hubiese disfrutado del atento servicio de la bruja durante los muchos años que el lugar llevaba abierto. Con aquellas maravillas machacándosela y esos pezones oscuros endurecidos por el calor, Harry sólo pudo pensar que todas aquellas fantasías no le envidiaban nada a la realidad.

 

Durante varios minutos, los melones de Rosmerta rebotaron rítmicamente bajo la atenta mirada de su dueña, empeñada en que aquel joven se corriese sobre ellas. De vez en cuando, con los brazos cansados, dejaba caer sus pechos y mamaba con deseo la parte del rabo del mago que sobresalía de su canalillo, pero pronto volvía a machacársela con sus cántaros. Harry la acompañaba con la cadera, follándole las tetas con tantas ganas que no se creía que pudiese aguantar, participando en una cubana antológica.

 

En ese momento, la campanilla indicando un nuevo cliente sonó fuera de los baños. Rosmerta, con cara de fastidio, recogió sus pechos en el vestido, que mostraba sus exagerados pezones ante la falta del corsé, y se dirigió a Harry antes de salir rápidamente.

 

  • Vas a tener que acabar solo -respondió echando un último vistazo al pedazo rabo de Harry, lo que la obligó a morderse el labio-. De todas formas es lo mejor. Soy una mujer fiel, no puedo follarme a nadie que no sea mi marido.

  • Lo entiendo -mintió Harry, fastidiado, mientras se daba la vuelta y seguía con su anterior paja.

 

La mujer salió para atender a los nuevos clientes mientras él se quedaba a solas con su problema. Pasaron unos minutos y Harry era incapaz de correrse por mucho que lo intentara.

 

Frustrado, empezó a recoger el campamento en el momento en que se abría la puerta.

 

  • Harry, mi corsé está ahí, ¿verdad? -preguntó Rosmerta desde la entrada.

  • Sí, ahora te lo llevo.

  • ¿Sabes? Estaba pensando... -escuchó decir a la mujer mientras salía del compartimento-. ¿Tú qué opinas, Harry? ¿Crees que se considerarían cuernos si sólo me follas por el culo?

 

De espaldas a él, a cuatro patas en el suelo, Rosmerta se había levantado la falda. Debajo no llevaba nada, ofreciéndole su enorme trasero completamente desnudo. Harry tiró el corsé al suelo y volvió a bajarse los pantalones. Su polla apuntó a su objetivo, dura como una piedra. Rosmerta se limitó a poner su culo en pompa, lista para recibirla.

 

 

 

El grueso falo de Snape pasaba de una boca a la otra en cuestión de segundos. Bellatrix y Hermione parecían competir con sus labios y su lengua por ver quién era capaz de proporcionar más placer, y se negaban a compartir su manjar.

 

La boca de Bella sufría más para contener el grosor de Severus, de forma que hacía juego con el menudo cuerpo de la mortífaga, cuyos pechos rompían en cierto modo la armonia del conjunto. La palabra que a Hermione se le vino a la cabeza al verlos mientras Bellatrix chupaba era "gordos". Aquella mujer tenía las tetas gordas. No eran ninguna exageración, como las de la propia Hermione, sino dos jugosos senos que sobresalían ligeramente del sujetador dando una sensación de voluptuosidad tremendamente atractiva.

 

La boca de Hermione, más amplia, admitía mejor en su interior a su profesor, pero su técnica no llegaba a la altura de Bella, que recorría a aquel hombre con maestría y sencillez, moviendo su cabeza en círculos irregulares, de modo que cada punto de la polla que se estaba comiendo recibía una atención distinta en cada pasada.

 

Hermione se estaba tocando, ya liberada de su tanga, mientras lamía con fruición, cuando Bella se levantó y besó con pasión a Snape, que aprovechó para desnudarla hasta que la dejó únicamente con su pequeño tanga, que no tardó en caer por obra de Bellatrix.

 

Los dedos de Snape entraban y salían de Bella con rapidez en el momento en que obligaron a Hermione a desnudarse. Bellatrix aprovechó para agarrar de nuevo el falo de su compañero y se masturbaron mutuamente mientras Hermione, colorada, se bajaba la falda y el tanga, dejando su empapada entrepierna al descubierto. Por último, se deshizo del sujetador bajo la atenta mirada de los mortífagos, que tuvieron que pajearse a mayor ritmo al ver totalmente desnudas las gigantescas tetas de Hermione.

 

Bellatrix volvió a agacharse para chupar mientras Snape tocaba alternativamente los pezones y el clítoris de Hermione, aprovechando para calentar más a la bruja. Bella era una maestra en lo que hacía, acuclillada ante el profesor, y Hermione cada vez necesitaba más el siguiente paso. Por si fuera poco, y como si la estuviesen sometiendo a una tortura, Severus llamó primero a Bella tras tumbarse en la cama, mientras Hermione se corría de puro deseo viendo cómo la mortífaga comenzaba a cabalgar sobre el hombre que debía estar penetrándola a ella.

 

Los gemidos de Bellatrix contribuyeron a calentar todavía más el ambiente, si es que eso era posible. Montaba con placer dando la cara a Severus, que ahora cerraba los ojos tratando de no correrse. Hermione se tumbó junto a él, pellizcándose uno de los pezones mientras se metía dos dedos, viendo botar a aquella bruja, cuyas jugosas tetas acompañaban con un ritmo hipnótico sus saltos. Snape aprovechó para hacerle un dedo a Hermione con una de sus manos, mientras con la otra agarraba los pezones y el culo de Bellatrix, e incluso la azotaba cuando la mortífaga bajaba el ritmo.

 

Al fin, tras varios minutos viendo cómo otros disfrutaban, Hermione vio cómo Bellatrix bajaba sudada de la cama y Snape aprovechaba para agarrarla a ella. No le dejó elección ni pidió permiso alguno. Simplemente la puso de lado sobre la cama y, a su espalda, Hermione sintió cómo su profesor se acercaba, le levantaba la pierna izquierda por la rodilla y sin previo aviso le metía la gorda polla hasta el fondo de su empapado agujero.

 

Los gritos de Hermione comenzaron con esa primera penetración y ya no pararon. Como si estuviese corriéndose infinitamente, disfrutó por fin de un buen rabo en su interior. Llevaba semanas deseando volver a sentirlo, y su calidez era tan placentera como recordaba ahora que se la estaban clavando. Ni siquiera fue muy consciente de lo loco que Snape se había vuelto de repente, aferrado a sus inmensas tetas y percutiéndola a un ritmo endiablado mientras Bellatrix se masturbaba con el espectáculo, de pie ante ellos.

 

Con los ojos perdidos mirando hacia la pared, Hermione sentía las deliciosas embestidas de su profesor contra su espalda. No podía verlo, ni lo necesitaba. Aquel rabo le sentaba como anillo al dedo, y no saber cuándo llegaría exactamente la siguiente penetración sólo contribuía a que se sintiese todavía más indefensa. Y eso le encantaba.

 

La leche de Snape llegó sin previo aviso cuando se la metió hasta el fondo ayudado por sus manos, que le apretaban los melones a Hermione, y se quedó dentro de ella. Cuatro duros disparos descargaron sin cuidado alguno dentro de Hermione, que se sintió colmada mientras se corría de nuevo entre gritos inentendibles, a los que se sumaron los de Bellatrix. Pero Hermione quería más, muchísimo más, y tan pronto Snape se la sacó de dentro, acercó la boca a su polla, todavía con restos de semen, y la chupó con ganas, saboreando a su profesor y sus propios fluidos, mezclados en aquel aparato.

 

Entendiendo sus intenciones, Severus la obligó a parar y la colocó a cuatro patas sobre la cama, para hacer lo mismo con Bellatrix acto seguido, a su lado. Las dos estaban juntas, sus hombros rozándose, sus tetas colgando, su culo en pompa y sus ojos fijos en los de la otra cuando, perfectamente coordinados, el rabo y los dedos de Snape las penetraron. Tras un primer gemido compartido, las dos siguieron ritmos distintos.

 

No había palabras para definir el gusto que sentía Hermione, que se sorprendió pensando en lo erótico que era ver la cara de puro placer de Bellatrix mientras se la follaban. Su habitual expresión de no importarle nada cambiaba irremediablemente con una buena polla dentro, y Hermione no podía parar de pensar en ello mientras veía cómo Bella la miraba con una sonrisa retadora mientras la taladraban por detrás. Terriblemente cachonda, hechizada por los ojos de Bella, Hermione acercó sus labios a los suyos, y su beso se vio correspondido enseguida, dando paso pronto a las lenguas, que jugaban con dificultad entre gemidos y embestidas.

 

Tan pronto Snape decidió cambiar de mujer, Hermione tumbó a Bella sobre la cama y comenzó a meterle los dedos mientras la besaba apasionadamente, con las tetas aplastadas contra las suyas y el sudor recorriendo su espalda en el instante en que Snape empezaba a follársela a ella a cuatro patas. Todo contribuyó a lo que sucedió a continuación, pero fueron los gemidos histéricos de Bellatrix en su oído gracias al dedo que le estaba haciendo lo que más ayudó al tremendo orgasmo que se apoderó de ella, haciendo temblar su cuerpo, sus cuerdas vocales y empapando el rabo de Snape que tan buen trabajo estaba haciendo entre sus piernas.

 

 

 

Rita volvió a ponerse las gafas que se había quitado para chupársela a Ron, y ahora mamaba como una posesa, incapaz de tragar más de la mitad de su aparato. Atragantándose y llenando su polla de saliva, la periodista parecía gozar más que nunca en su vida-

 

  • Es una delicia -aseguraba en las pocas ocasiones en las que se la sacaba de la boca-. Podría alimentarme de esto esto cada día el resto de mi vida.

 

Ron trataba de responder, pero Rita presionaba más sus caderas contra su cara, obligándole a seguir comiéndole el coño. El pelirrojo, feliz de hacerlo, chupaba el empapado sexo de Rita frenéticamente, con su lengua recorriendo una y otra vez los labios de la mujer hasta detenerse de nuevo en su erecto clítoris. Los continuos movimientos circulares sobre él provocaban espasmos en el cuerpo de Rita y lubricaban todavía más su entrepierna, a la vez que la obligaban a mamar todavía más duro al joven culpable de aquella reacción.

 

Tras unos minutos de salvaje 69, en los cuales Ron no paró de apretar el durísimo culo de Rita, que apenas se hundía ante la presión de sus dedos, la periodista se la sacó de la boca y giró sobre si misma. Con una mirada de trance en los ojos, colocó el rabo en la entrada de su coño y se dejó caer sobre él mientras gemía por el roce de aquella inmensidad en su interior.

 

Las palabras más guarras que se le ocurrían volvieron a la boca de Rita mientras se follaba a Ron, que agarraba las caderas de la bruja para hacerla subir y bajar más rápido, embobado por la firmeza de aquellas tetas siliconadas que apenas botaban a pesar de que sí lo hiciera su dueña. Los gritos y la cara de salida de Rita le estaban poniendo tan cachondo como su estrecho agujero, y se temió que no iba a poder aguantar mucho más sin darle la corrida que se estaba ganando. De nuevo, como si le hubiese leído el pensamiento, Rita gritó:

 

  • ¡Ohh! ¡Ni se te ocurra correrte! ¡No me vas a meter una polla así para quitármela después! -los gemidos histéricos apenas permitían entenderla-. ¡Dale duro a tu zorra, Ronald! ¡Métemela hasta el fondo, por Merlín! ¡No voy a dejar que dejes de follarme nunca! ¡Más duro, inútil, más duro! ¡Oh, por tu puta vida, reviéntame cabrón!

 

Los insultos de Rita provocaron un último impulso en Ron, que se levantó en un instante, agarrando con una mano la espalda de la periodista y con la polla llenando su agujero más íntimo. Rita, sorprendida, se dejó hacer mientras el pelirrojo la llevaba por la habitación. Al fin, Ron llegó a su objetivo y puso la espalda de Rita contra una de las ventanas brutalmente. Rita volvió a gritarle cosas de lo más obscenas, con sus pezones duros como diamantes por el frío, mientras Ron la mantenía abierta de piernas y la percutía como un animal en celo.

 

Los gritos de Rita fueron ganando en intensidad conforme el falo de Ron aumentaba el número de internadas por minuto. El pelirrojo aprovechaba la posición de la bruja para chuparle los erectos pezones y buena parte de sus firmes tetas. El inequívoco orgasmo de la periodista llegó con el rabo tocando fondo en su interior, y se tradujo en gritos estridentes que la obligaron por fin a callarse y una corrida sobre el falo de Ron que lo dejó todavía más empapado.

 

La periodista temblaba de placer, con los ojos cerrados y el coño más abierto que nunca en su vida, cuando Ron se la sacó y la puso de rodillas.

 

  • Chúpamela.

 

Obediente, la periodista agarró con una mano el palpitante falo y se lo tragó con dificultad, alternando con lametones por las zonas que no le cabían en la boca. Un par de minutos después, la polla de Ron estaba totalmente limpia, pero el trabajo de la bruja le había provocado tanto que decidió no aguantar más y, sin previo aviso, descargó en la boca de Rita toda la leche acumulada. La periodista, que no se lo esperaba, tragó por instinto los primeros lefazos, pero la cantidad era tal que pronto tuvo que sacarse el rabo de la boca, mientras el semen de Ron caía por sus labios en cascada hasta dejarle la parte superior de las tetas llena del líquido blanquecino.

 

Ron, satisfecho, se tumbó en el suelo con los ojos cerrados. Para su sorpresa, Rita se acercó de nuevo para seguir chupando su polla, que poco a poco recuperaba su tamaño habitual. Tras un par de minutos limpiando de nuevo su sable, Rita se detuvo. Ron decidió incorporarse para darle las gracias, pero cuando abrió los ojos, allí no había nadie.

 

 

 

El ano de Rosmerta parecía acostumbrado a recibir hombres, y Harry se sorprendió viendo que podía meter la mayor parte del rabo en su interior. Además, la parte que no conseguía introducir en aquel estrecho agujero se rozaba igualmente con el enorme culo de la mujer. Eso suponía también que las nalgas de Madam impactaban contra sus piernas y abdominales, con unos sonidos de choque que eran una delicia en los oídos de Harry. Rosmerta había insonorizado el baño con un hechizo permitiendo las embestidas sin cuidado de Potter, los azotes inesperados que coloraban el culo de la mujer y los suspiros compartidos.

 

La visión desde los ojos de Harry era magnífica, con aquel culazo deformándose ante el choque contra él. Rita mantenía puesto el vestido y eso provocaba más al mago, arrodillado sobre el suelo frío del baño de aquel pub.

 

  • ¿Cómo ha podido una mujer que se casó tan joven aprender a ser así de puta? -dijo Harry al oído de Rosmerta, sin parar de tirársela-. Me da la sensación de que no soy el primero que se la mete por aquí.

  • No seas un niñato -respondió ella, colorada, sudando por el esfuerzo y más caliente aún tras escuchar a Harry-. Lo único que te voy a decir es que tienes la polla más grande que he visto en mi vida. ¡Úsala! No estoy siendo infiel. ¡Te estoy dejando mi cuerpo para que te hagas una paja!

 

Harry sonrió y dio varias embestidas rápidas al culo de esa mujer a la vez que agarraba con fuerza sus pesadas tetas colgantes, antes de sacarlas por encima del vestido para hacer que se comportasen como un péndulo.

 

Las manos de Harry no se decidían, y tan pronto daba impulso a su follada apretando las enormes nalgas de Rosmerta como las pasaba a los cántaros que portaba en el pecho esa mujer. Se hundían fácilmente bajo la presión de los dedos del mago. Los azotes también se repetían de vez en cuando, provocando que Rosmerta aumentase el ritmo de su ir y venir con inaudibles insultos y gemidos apagados que trataban de ocultar lo mucho que estaba disfrutando.

 

Cuando Rosmerta se rindió y se agachó todavía más para recibirle, apoyando sus dos antebrazos en el suelo y poniendo las manos como garras, Harry la agarró por los hombros. La mayor facilidad para impulsarse y las ganas de recibirle de la mujer enseguida consiguieron que se la metiese más al fondo. Aumentó el ritmo y la profundidad, aplastando el culo de la mujer contra él. Los golpes eran cada vez más duros, y Rosmerta ya no podía ocultar lo mucho que disfrutaba, haciendo más audibles sus gemidos con cada penetración que recibía.

 

Viendo la situación, Harry se la sacó de repente, y mientras Rosmerta protestaba, hizo que se levantara y la llevó hasta uno de los lavamanos.

 

Una sonrisa lujuriosa se apoderó de la cara de aquella madura mujer cuando entendió lo que el mago pretendía. Pudo ver en el espejo que tenía delante la cara de concentración de Harry a su espalda mientras le volvía a llenar el culo con su inmensa polla.

 

Rosmerta se acarició el clítoris mientras se la follaban, hasta que el ritmo de Harry se hizo inaguantable y se vio obligada a apoyar las manos en el espejo. El reflejo le devolvía una imagen de su propia cara, que nunca había visto tan llena de deseo, sus tetones rebotando imparables y haciendo saltar las gotas de sudor que los envolvían, su entrepierna empapada y a su espalda, un joven tremendamente atractivo con un aparato descomunal, consumido por el placer y que se aferraba a su culo con rabia para tratar de follárselo todavía más a fondo.

 

Pensando en su marido mientras veía la escena reflejada, Rosmerta se dejó las cuerdas vocales corriéndose como nunca habría imaginado. Durante más de un minuto, la sensación de placer se prolongó sin deterioro, tiempo suficiente para sentir cómo, alentado por su orgasmo, Harry engordaba su polla y al fin derramaba dentro de su culo una ingente cantidad de semen. Sorprendida de haber percibido esa corrida, cuando a través del sexo anal apenas notaba la leche, al fin se pudo relajar y, poco después, volver a colocarse la ropa bajo la atenta mirada del mago.

 

Harry respiraba con dificultad cuando Rosmerta, ya casi vestida en su totalidad, se despidió con un beso en la mejilla y le apretó un moflete con cariño. Harry ni siquiera le dijo nada cuando la camarera salió por la puerta y pudo ver que un hilo de semen le caía por la parte trasera de la pierna.

 

 

 

Enfrentadas la una contra la otra, sus piernas entrelazadas permitían el contacto de sus sensibles sexos. Hermione gozaba por primera vez de aquel lésbico roce con el coño de Bellatrix tanto como la mortífaga, cuya piel erizada indicaba lo mucho que disfrutaba moviendo de arriba abajo su entrepierna sobre la de Hermione.

 

Salvo alguna mirada fugaz a la gruesa polla de Snape, que éste se pajeaba a poca distancia de las mujeres, Hermione centraba su vista en la unión tremendamente erótica de los sexos, en los gordos pechos que subían y bajaban junto a Bella y en la cara de la mortífaga, llena de placer y sorpresa. Hermione se ponía todavía más cachonda cuando Bellatrix posaba los ojos en sus tetas y se veía obligada a abrirlos, incrédula ante su vasto tamaño.

 

Aprovechando sus miradas, se las acariciaba hasta llegar a los pezones, calentando más a aquella mujer. Pero no era la única, y Snape no tardó en meterle la polla en la boca a Hermione de improviso mientras agarraba una de sus jugosas sandías. Hermione se comió el rabo de nuevo, notando el sabor del semen derramado, mientras su coño se hacía agua frotándose con la empapada entrepierna de Bellatrix.

 

La escena no tardó en cambiar cuando Snape tumbó de nuevo a Bella en la cama y metió el falo entre su par de tetazas para darse placer follándoselas. Hermione aprovechó para lamer el clítoris de la mortífaga con muchísimas ganas, dejándola lista para un orgasmo de impresión. Bella le devolvió el favor cuando Snape se bajó de la cama decidiendo qué hacer a continuación. Finalmente, escogió a Hermione y, tras obligar a Bellatrix a dejar de comerle el coño, la tumbó boca abajo sobre la cama.

 

Con las tetas aplastadas contra el colchón, las piernas juntas y la boca otra vez sobre el delicioso sexo de Bellatrix, que gemía de placer bajo su lengua, Hermione sintió cómo Snape se abría paso entre su estrechez y le metía todo su rabo con furia. El aliento de Hermione cada vez que gemía por la follada de su profesor provocaba un cosquilleo a Bellatrix que hizo que pronto se corriera arqueando la espalda y quedándose atónita ante la habilidad para el cunnilingus de aquella joven que consideraba tan beata.

 

Hermione vio cómo Bella se levantaba y pudo centrarse al fin en la dura follada que Snape le proporcionaba. Sólo podía escuchar sus gritos guturales a la espalda y sentir su pedazo de rabo dándole una y otra vez lo que tanto necesitaba. Su mente comenzó a desvariar, y Hermione perdió la noción de lo que ocurría de puro placer.

 

Imágenes de Snape cabalgando a Bella, del propio profesor follándola a ella de pie y de muchas corridas y botes sobre aquel bendito falo se desordenaban en su mente. La movían de un lado a otro, se comía una polla, un coño, de nuevo la polla que ahora montaba, le chupaban las tetas, la besaban, a cuatro patas de nuevo y ahora montando a Snape de cara a Bella, que jugaba con su lengua mientras el profesor le comía la entrepierna. Una polla muy gruesa penetraba un ano, pero no el suyo. Bellatrix sí había aceptado y gritaba de puro placer. La polla de Snape estaba otra vez dentro de ella, pero no sabía si en la boca o en su sexo derritiéndose. Puede que en los dos, se dijo Hermione, cabalgando de espaldas mientras besaba a Bella o mamando mientras la mortífaga le comía el cuello o la oreja o le metía los dedos entre las piernas. O puede que otra vez la hubiesen puesto de lado, porque sentía a un hombre dándole muy duro a su espalda, dispuesto a correrse en su interior de nuevo, pero también notaba el sabor del semen en la garganta sin que nadie lo hubiese puesto allí, o eso creía. Unas tetas descomunales botaban sobre la cara de Snape, que trataba de chupar los pezones erectos que les daban fin. Puede que fuesen las suyas porque se lo estaba follando de nuevo, o que Bellatrix las cogiese prestadas para poner más cachondo al profesor. Todo tenía sentido y no lo tenía, no se ponía de acuerdo con su mente, que tan pronto le recordaba que se estaba corriendo como le decía que quería volver a sentir ese placer cuanto antes. Por ello siguió chupando aquella polla y aquel coño. El enorme aparato llegaba a su garganta a la vez que el sexo de Bellatrix le empapaba los labios, sin contar con el hombre que le azotaba el culo y la follaba a lo perrito mientras otro, encima suya, se la tiraba bien abierta de piernas y Bella lamía su clítoris, mordiendo sus pezones y pasándole el semen que estaba echando la polla que Hermione seguía cabalgando bestialmente.

 

No supo muy bien cómo había llegado allí, pero cuando se centró, su cuerpo estaba tumbado en la cama y los dedos de Bella dentro de su coño a la vez que la lengua de la bruja le chupaba el resto dándole el placer de su vida. Sobre el vientre de Hermione se sentaba Snape, ocupado jadeando mientras se tiraba con su pollón las gigantescas tetas de la chica, incapaz de hacer nada más que gemir, hasta que un nuevo orgasmo todavía más intenso la obligó a gritar tanto que los cuadros quebraron y se deshicieron en una nube de finos cristales. La polla de Snape no pudo aguantar la combinación de la bestial cubana y los gritos de placer de Hermione, y explotó entre las tetazas dando con la mayoría de su leche en el canalillo, salvo algunos chorros que acabaron en la cara de la bruja y dentro de su boca, abierta de par en par por los gemidos.

 

Hermione se quedó casi media hora en la cama, recuperándose de todo el placer que había recibido. Incapaz de moverse, estaba tremendamente agradecida por haber vivido aquello. Durante mucho tiempo, sus acompañantes parecieron hacer lo mismo, derrotados de gusto. Entonces escuchó el sonido de una cremallera y de cómo recogían sus recientes amantes, entre susurros.

 

  • Vamos, tenemos que irnos, esa capa es tuya.

  • Un momento -escuchó decir a la otra voz unos minutos después, mientras escuchaba pasos acercándose-. ¡Oblivia...!

  • ¡Expelliarmus!

 

Hermione abrió los ojos, asustada, y vio a Snape desarmado, con Bellatrix apuntándole al pecho. Los dos estaban de nuevo vestidos.

 

  • No podemos dejar que lo recuerde -dijo el profesor con rabia-. Sabes a lo que nos exponemos.

 

Bellatrix la miró a los ojos con su erótica expresión, y la piel de Hermione se volvió a erizar.

 

  • No dirá nada -resolvió la mortífaga al fin.

 

Snape negó con la cabeza y recuperó la varita antes de agarrarle el brazo. Hermione volvió a sentir una especie de compañerismo en los ojos de Bellatrix, justo antes de que desapareciese en un estallido con su profesor.

 

Se quedó pensando en ello unos instantes, hasta que dejó la mente en blanco de nuevo, sintiendo el placer recorriendo cada punto de su cuerpo, mezclado con el tenue dolor que ahora se manifestaba por los azotes, los agarrones y, en general, la dura sesión de sexo que le habían proporcionado. En aquella habitación decrépita de la peor posada del Callejón Knockturn, Hermione se había reencontrado con lo que tanto ansiaba. ¿Había merecido la pena?

 

Decidió quedarse unas horas más allí, desnuda y tumbada boca arriba en la cama, con la espalda sudada, las piernas abiertas y temblorosas dando paso a su húmedo sexo donde distintos líquidos se mezclaban. El sabor del semen dominaba su lengua mientras respiraba entrecortadamente, con la cara y el pecho repletos de leche ya fría, y sus enormes tetas llenas de marcas y roces, de mordiscos y saliva. Hermione se sentía sucia, muy sucia. Nunca la habían tratado de aquella manera, como un objeto con el que darse placer para dejarlo tirado poco después con tanto desprecio. Sí, estaba sucia. Muy sucia. Y deseaba que la volvieran a hacer sentir así cuanto antes.