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Harry Potter y la ruta de Eros XXII

en Parodias

¡Bienvenid@ a la vigésimosegunda parte de esta historia alternativa de Harry Potter!

 

Después de hacerte esperar mucho más de lo habitual por estos nuevos capítulos de la serie sólo puedo disculparme. El recibimiento de la vigésimoprimera parte fue espectacular, parece que os encantó desde el principio y ese recibimiento se merecía una actualización más rápida. Sin embargo, como todos, hay momentos en los que estás más o menos ocupado, y en las últimas semanas no he podido dedicarle el tiempo necesario para escribir esta parte más rápido y que quedase como yo quería. Por eso, tratando de que quedase lo mejor posible, he tenido que reescribir ciertos momentos en varias ocasiones hasta quedarme contento con el conjunto. Pero al fin, aquí está.

Cómo no, no sería posible seguir escribiendo si no fuese por el apoyo que amablemente me dais con vuestros mensajes, puntuaciones y críticas en general. Por eso ya es tradición que lo agradezca enormemente, empezando por lalo, Gargallu, scar, Alvar, Alejandra, Alex y Draco. También a todos los que me habéis escrito de forma privada al correo electrónico y a quienes valoran con una puntuación cada parte de esta serie.

Sin más, te dejo en paz para que leas los siguientes pasos de esta aventura, de estos capítulos llenos de pasión y descontrol. ¡Ojalá la disfrutes, porque se acerca el clímax!

 

 

         34. Sentidos

Desde su incómoda silla de la primera fila apenas tenía libertad para dejar de atender sin que su profesora se diera cuenta. Se lamentó de haber hecho caso a Neville, que parecía contento con el lugar que había elegido. Y no era para menos, dado que la clase de aquel día trataba sobre los grindylows que vivían en el lago de Hogwarts.

 

La clase no era aburrida, Defensa Contra las Artes Oscuras le encantaba, pero no era en eso en lo que quería ocupar su mente. Ron había vuelto a faltar a clase. Cuando despertó, el pelirrojo ya había abandonado la habitación, y era algo que se había hecho habitual desde la confesión de Hermione. La relación con su amigo estaba peor que nunca, aunque no lo hablaran abiertamente.

 

  • Parece que a Harry no le interesa esta clase -dijo la profesora de repente, con voz severa-. Quizá crea que sabe más que nosotros, dado que ya se ha enfrentado a ellos.

 

Harry volvió a centrarse en la lección, avergonzado ante las risas de sus compañeros, aunque sus ojos se perdieron pronto. Si algo bueno tenía estar en primera fila es que tenía una vista privilegiada de su profesora metamorfomaga.

 

Tonks seguía con su sorprendente elección de vestuario, y aquella mañana una falda roja que apenas tapaba la mitad de sus muslos era su principal apuesta. Cada vez que se giraba para escribir en la pizarra la mayoría de los ojos de la clase iban a parar a su firme trasero. Encima de él, una blusa blanca transparentaba mínimamente el sujetador en el que reposaban aquel día unos pechos medianos.

 

Apretada en la base del cuello, a juego con la melena lisa y oscura que había elegido, Tonks llevaba una simple cinta negra de puntilla. Sin saber muy bien por qué, aquel complemento le pareció tremendamente erótico a Harry, cuya mente volvió a divagar hasta que se dio fin a la clase.

 

 

De camino a la salida, Harry se encontró a Noshi, tan arreglada y tímida como siempre, y a su mejor amiga, que el mago llevaba tiempo sin ver. Dudó sobre la idea de saludar a su exnovia, que se estaba pasando todo el curso evitándole, pero fue ella quien dio el primer paso.

 

  • Gra-gracias por tu carta, Harry -le dijo la atractiva bruja de rasgos asiáticos-. Me alegró mucho recibirla.

 

"¿Carta? ¿Qué carta?", pensó extrañado, aunque siguió como si nada, feliz de poder hablar con ella.

 

  • Tenía ganas de verte, Cho. ¿Cómo está tu familia después de...?

  • Bien -le cortó Cho, nerviosa recordando la muerte de su tío-. No me apetece hablar de esto aquí, pero gracias por interesarte.

 

Harry la miró a los ojos, que brillaban. Seguía siendo preciosa, como siempre, y cuando ella le devolvió la mirada, un cosquilleo le recorrió la espalda.

 

  • Harry -siguió ella, colorada-. ¿Por qué no..? ¿Por qué no vamos a los jardines? Allí podemos hablar y...

 

Sin previo aviso, Cho le agarró la mano con una tímida sonrisa y lo dirigió hacia la salida. Harry la siguió, encantado con su sorprendente atrevimiento, hasta que una mano se le posó en el hombro.

 

  • Lo siento, Cho -dijo Tonks, sonriendo-. Harry tiene un trabajito pendiente conmigo.

 

La chica asiática hizo una mueca de decepción y se fue junto a Noshi, dejando a Harry a solas con la profesora.

 

  • Bien -dijo Tonks, cantarina-. Sígueme.

  • ¿Qué es lo qu-?

  • Sshh -dijo ella, poniéndole un dedo en los labios.

 

Sin ganas de rechistar, Harry siguió a su profesora por los pasillos abarrotados, dedicando fugaces miradas a su culo, que se contoneaba en la apretada falda al ritmo de los tacones de la profesora. Cuando llegaron a un ala vacía del Colegio, Tonks tocó con la varita uno de los tapices y empezó a subir por las escaleras que aparecieron.

 

Harry nunca había probado ese pasadizo, y se quedó unos instantes viendo las largas piernas de su profesora antes de subir tras ella. El camino superior se hizo cada vez más oscuro. Cuando Tonks se detuvo en seco Harry chocó contra su espalda y agarró las caderas de su profesora para sujetarla, quedando en una posición poco apropiada.

 

Tonks giró la cabeza, aunque Harry no pudo ver su expresión, y se liberó de las manos del mago. Acto seguido abrió la puerta, y decenas de velas iluminaron todo el pasillo.

 

  • Las vacaciones de Navidad se acercan -recordó Tonks-. Dentro de dos semanas tendremos la última sesión, y tenemos que conseguir que recuerdes algo de lo que ocurrió aquella noche. He preparado esto para conseguirlo -acabó, orgullosa.

 

Un único sillón se encontraba en el centro de la pequeña sala, y una especie de fuente semicircular, a su espalda, no dejaba de echar agua con un sonido relajante.

 

  • ¿Cómo me va a ayudar todo esto?

  • No seas impaciente -respondió ella sonriendo-. Vamos, pruébalo.

 

Harry, obediente, se sentó en el mullido asiento. Tonks se acercó poco a poco y se agachó delante suya para atarle los cordones. Mientras lo hacía, Harry se fijó en los labios gruesos que esa mañana llevaba su profesora, y no pudo evitar que su cerebro la imaginase ayudándole en otros asuntos.

 

  • Perfecto. No te muevas ni un segundo -le dijo Tonks, agachada y mirándole a los ojos-. ¡Obscuro! -dijo después, sacando la varita.

 

Una venda oscura se apretó ante los ojos de Harry, que ya no podía ver nada. Las llamas de las velas le hacían llegar olas de calor a la cara mientras el sonido del agua cayendo parecía refrescarle a su espalda. Durante unos minutos, su mente se fue quedando totalmente en blanco y no sintió nada más hasta que pudo percibir una fragancia conocida a su lado.

 

Un ligero beso en el cuello hizo que se sobresaltara, y las caricias en su abdomen de unas manos suaves hicieron que se le erizase el pelo.

 

  • Profesora... -intentó decir, hasta que el dedo de Tonks le hizo callar de nuevo.

 

Intentó separarla, pero las manos de la bruja volvieron a colocarle los brazos más abajo. Mientras, los labios de su profesora iban haciendo el camino de descenso por su cuello. Se había subido encima suya, y Harry notaba el culo de Tonks sobre sus piernas, rozándole.

 

La inevitable erección fue creciendo en Harry, incapaz de creerse su suerte y dejando a la bruja trabajar. Cuando el joven mago se empalmó del todo, Tonks decidió cambiar de postura, y pronto Harry sintió sobre su pecho la espalda de su profesora.

 

El culo de Tonks era el más firme que había sentido en su vida, y parecía hecho para maniobrar sobre hombres de aquella manera. Casi bailaba sobre su erección, haciéndole una paja con el trasero digna de recordar. Harry difícilmente aguantaba no poder tocárselo, pero sentir como su profesora se frotaba contra él de aquella manera era un premio suficiente.

 

Tonks se levantó poco después, y Harry notó su presencia más abajo. No se equivocaba, como pudo percibir cuando la cremallera de sus pantalones bajó sin hacer ruido alguno. Pronto su erecto falo se presentó como su mayor representante, y Tonks, educada, lo lamió entero con su húmeda y juguetona lengua.

 

La profesora no dejó en ningún momento de deleitarse tocando los abdominales de su alumno más especial, hasta que lo que tanto tiempo llevaba esperando el mago ocurrió. Al parecer, Harry no era el único que tenía unas ganas inmensas de que aquello llegara, a juzgar por el cariño que Tonks puso a su inolvidable mamada.

 

Los labios de Tonks eran especialmente gruesos para la ocasión, y sentirlos masajeando su enorme polla desde el glande hasta el último centímetro de su base era un placer al que Harry no se había acostumbrado todavía. Eso, unido a que fuese su profesora la que estaba arrodillada ante él, y a la lengua que la ayudaba a comerse todo aquello sin que Harry pudiese ver lo que venía a continuación, provocó que su falo engordara pronto, listo para descargar.

 

  • Profe... Tonks, ¡me voy a correr! -dijo Harry, nervioso, intentando que detuviese su endiablado ritmo.

 

Trató de agarrarle la cabeza para frenarla, pero fue imposible, la profesora mamaba sin descanso con viajes largos y placenteros. Harry escuchó entonces unas risas lejanas y un segundo después se hizo la luz de nuevo.

 

La que reía era Tonks, apoyada en la puerta comiéndose una manzana y deleitándose con la visión de la montaña que se ocultaba entre los pantalones de Harry.

 

  • Veo que funciona -dijo, abriendo la puerta y mostrando sus piernas a Harry-. Nos vemos en clase -terminó, guiñándole un ojo antes de irse.

 

"No hacen más que jugar conmigo", se dijo Harry, todavía tremendamente caliente tras haber sentido a Tonks. "O lo más parecido a Tonks".

 

Al salir de las escaleras, el tapiz reapareció, cerrando el paso a aquella sala. El ala de Hogwarts seguía desierta, salvo por una bruja menuda que cantaba aparentemente a una invisible audiencia mientras se subía la falda con las manos para hacerla bailar junto a ella, mostrando sin recato sus bonitas piernas blanquecinas.

 

Se detuvo al ver al mago, y se acercó con cautela, fijándose en su cara.

 

  • Hola Harry- fue todo lo que dijo, con voz seria y decidida.

 

A Harry no le importaba ni lo más mínimo qué estaba haciendo allí. Si seguía buscando leprechauns, chinchillas vietnamitas o lo que fuera que quisiera aquella semana. En aquel preciso instante sólo quería una cosa de ella. Los grandes ojos grises de la bruja seguían siendo tan impresionantes como siempre, y parecían indicar lo mismo.

 

  • Hola Luna.

 

 

Harry tiró con su mano libre de los rizos rubios de la bruja para que dejase de morderle la mano con la que trataba de evitar que hiciera ruido. Bastante difícil era ya disimular los sonidos de su culo chocando contra él mientras se la follaba sin piedad contra una columna apartada.

 

Su polla se introducía hasta el fondo de Luna, que necesitaba tanto tener todo aquello dentro como Harry meterlo. Ni siquiera hablaban, limitándose a hacer sonidos guturales mientras sus cuerpos se pedían mutuamente más de todo. Más duro, más rápido, más estrecho, más adentro, más sudor, más azotes...

 

Harry pasaba la cabeza de vez en cuando tras la columna para asegurarse de que ninguno de los muchísimos alumnos que veía pasar a escasos metros del pasillo les hiciese una visita. Los gemidos de placer de Luna no ayudaban, y cada vez que la azotaba como castigo la ponía más cachonda, empeorando la situación.

 

El coño de Luna estaba empapado, pero eso no le impidió agacharse para comérselo mientras ella se levantaba la falda y se chupaba los dedos, escondiendo sus gemidos. Acto seguido la agarró por detrás de las rodillas, la levantó con sencillez y la puso con la espalda pegada a la pared, con sus sexos en contacto de nuevo.

 

Recordó cómo había desvirgado a Ginny en esa postura cuando empezó a meterse dentro de la sonriente Luna. Su exnovia había estado espectacular, pero tirarse a su extravagante amiga a plena luz del día en medio de Hogwarts era demasiado bueno como para compararse.

 

Luna se dejó hacer, mientras Harry perdía el control haciéndola botar una y otra vez en su gigantesco falo. El uniforme del colegio de Luna había perdido toda su dignidad, con la camisa semidesabrochada y fuera de la falda, la corbata bailando con los pechos de la chica al ritmo al que Harry la follaba y la falda recogida en las caderas de la bruja para dejar paso a su hombre.

 

Los besos de Luna estaban llenos de la pasión de una mujer que se derrite con todo lo que le está haciendo el hombre que más desea. Su pequeño tanga, arrugado en el suelo al lado de los incansables amantes, indicaba lo poco que se preocupaban ya.

 

Harry, aferrado con ambas manos al precioso culo de su amiga, se la follaba cada vez con más ganas, dejándola ahora gemir sin control. Todo ello tuvo su resultado, y pronto escuchó unas risas a su izquierda.

 

Ni siquiera se había fijado en las tres chicas que habían llegado. Eran del curso de Luna, pero no coincidían en ninguna clase. Parecían asombradas y avergonzadas, y aún así no se movían del sitio. Harry intentó parar, pero Luna se lo impidió.

 

  • ¡No! -dijo, con una expresión de lujuria incontrolada, mientras se hacía botar a sí misma sobre el pollón de su amigo-. Sigue follándome. Enséñales de lo que eres capaz.

 

La actitud de su amiga calentó todavía más a Harry, que volvió a colocar a Luna de espaldas y se la metió inmediatamente, mostrando antes su enorme falo a las impresionadas alumnas, cada vez más coloradas. Su habitual precaución estaba cegada por el placer y el morbo. Todo contribuía a que Harry tuviese imposible aguantar, y pronto se corrió con fuerza escuchando el orgasmo de Luna y los elogios de las tres espectadoras.

 

Las chicas se quedaron todavía mientras Luna se la mamaba, limpiando los restos de semen y desafiándolas amistosamente con la mirada. Ninguna se atrevió a acercarse, pero poco después se despidieron, probablemente dirigiéndose cada una a la intimidad de su habitación.

 

Luna se metió una última vez la polla de Harry en la boca y, al sacarla, le mostró una sonrisa encantadora.

 

 

Los días que siguieron a su encuentro con Luna fueron los más felices que Harry había vivido aquel curso. Todos los problemas parecían desvanecerse mientras el mago ocupaba su mente en el día a día y en asuntos más interesantes.

 

Aunque la relación con Ron había pasado a ser más fría y el pelirrojo apenas se dejaba ver fuera de las clases, Harry aprovechó el tiempo junto a Luna. Las mañanas en las lecciones daban paso a las tardes en la biblioteca junto a su amiga, estudiando casi por inercia y terminando los trabajos que McGonagall y Flitwick se empeñaban en encargarles a pesar de todo lo que tenían que hacer.

 

Las horas en la biblioteca solían terminar con sesiones de sexo tremendamente placenteras con las que descargaban toda su tensión. Normalmente era Luna la que levantaba la mirada para cruzarla con la de Harry, y casi telepáticamente decidían recoger y dirigirse al primer sitio disponible para darse placer mutuo.

 

Por suerte, las chicas que los habían visto haciéndolo días atrás se guardaron el secreto, e incluso una de ellas, morena y menuda, les pidió que la dejaran volver a verlos. Luna y Harry, emocionados, aceptaron y en un par de ocasiones le dieron un espectáculo privado a su compañera, que se masturbaba derritiéndose al ver cómo follaban aquellos dos amantes con furia, animados todavía más por el morbo de sentirse observados.

 

Cada vez más unido a ella, Harry se sentía pleno durante el tiempo que pasaban juntos, y pronto empezó a ser consciente de que algo había cambiado. No se atrevió a decir nada hasta que pudo asegurarse medianamente, y al fin se decidió:

 

  • Luna, tengo que contarte una cosa.

 

Estaban tumbados en una cama amplia, cortesía de la Sala de los Menesteres. Toda su ropa estaba tirada a uno y otro lado de la habitación sin orden alguno. El tanga azul de la chica descansaba, pegado a los boxers del mismo color de su amigo, sobre un libro de maleficios indescifrable.

 

Luna dejó de acariciarle los arañazos que le había dejado en el pecho, levantó la mirada y fijó sus grandes ojos grises en los de Harry. Todavía le costaba respirar y tenía los mofletes colorados, bajo su pelo recogido. "Así la chupo mejor", le había dicho a Harry cuando le preguntó por qué tantas veces utilizaba las cintas del pelo antes de hacerlo.

 

  • Soy toda oídos -dijo, seria.

 

Harry le acarició la cara con una sonrisa, relajando la situación y provocando una mueca graciosa de Luna.

 

  • Estas últimas semanas me siento distinto. Como... liberado -empezó Harry, antes de seguir ante la cara de extrañeza de Luna-. ¿No lo notas? Ya no me paso el día pensando en... lo mismo. ¿Entiendes?

 

Luna frunció el ceño, y bajó la mirada, antes de responderle con voz burlona:

 

  • Lo raro sería que siguieras sin saciarte después de correrte dentro de mí dos veces seguidas -rio ella, agarrando y meneando ligeramente con su mano el largo pene de Harry, sin muestras de erección alguna tras haber completado su trabajo.

  • Sabes a lo que me refiero, tonta -replicó Harry con una sonrisa y negando con la cabeza-. Todo este curso está siendo una locura, a mi alrededor todos parecen necesitar más y más sexo, sin importar cuánto lo hagan. Y yo llevo casi dos semanas sin sentir eso, sólo...

  • ¿Llevas dos semanas haciéndolo conmigo sin ganas? -le cortó Luna fingiendo estar enfadada, mientras bajaba hacia los pies de la cama.

  • Claro que no -respondió de nuevo Harry, dándole un pequeño empujón a su amiga, que se reía-. Sólo contigo siento la necesidad, y no como antes, cuando no podía pensar en otra cosa.

 

Luna no respondió inmediatamente, sino que se puso a jugar con el pene flácido de Harry, admirando su tamaño a pesar de todo. Harry pudo ver el culo de su amiga todavía enrojecido por los azotes cuando ella lo puso en pompa para meterse su glande en la boca. Como era natural tras lo que habían hecho aquella tarde, ninguna erección se manifestó, pero Luna parecía divertirse chupando su todavía blando aparato. Al fin se la sacó de nuevo y habló:

 

  • Harry, yo no he sentido nada especial en mí este año. En los demás sí, claro. ¿Pero ganas de tu polla? -siguió, dándole lametones a lo largo de su aparato y sus huevos-. Esas las tengo desde hace mucho. Sólo esperaba a que tú me correspondieras -terminó, volviendo a metérsela entera en la boca.

 

Harry, extrañado pero seguro de lo que estaba sintiendo, decidió dejarlo pasar en ese momento y se dejó llevar por el placer que la boca de su amiga le proporcionaba, a pesar de no conseguir una erección. Se sacó las preocupaciones de la mente y agarró el culo de Luna para ponerlo sobre su cara y devolverle el favor.

 

A pesar de no tenerla dura, su polla parecía enorme para los labios de su amiga, y más en la posición de 69. El coño de Luna, perfectamente depilado, rosado y abierto aún tras una tarde de sexo, parecía apetitoso. Harry no tardó en posar su boca con delicadeza sobre él, para dar paso poco después a su lengua. Lamió con rapidez sus labios menores, provocando temblores en su amiga, y alternó la lengua y los labios para chupar su clítoris mientras ella mamaba sin descanso su rabo.

 

Con la boca ocupada entre las piernas de Luna, Harry decidió al fin usar sus dedos, y la penetró con dos de ellos con fuerza mientras seguía lamiendo. Luna chupaba encantada el rabo de su amigo, pero no conseguía todavía ponérselo como una piedra, y ella lo necesitaba urgentemente, como su coño, que tan bien le estaban comiendo, se encargaba de recordarle.

 

  • Si esta polla no quiere hacer nada más conmigo, puede que necesite otra así de gorda -dijo Luna con voz inocente, sin dejar de pajearla-. A lo mejor a Ron sí le apetece metérmela por el culito.

 

Harry sintió cómo Luna volvía a chupársela con un objetivo claro. Las palabras de su amiga hicieron efecto en él, y pronto Harry fue creciendo entre los labios de Luna, cuya entrepierna se empapaba a partes iguales gracias a la lengua y a la polla de su amigo.

 

  • Este culo está reservado -respondió Harry poco después, incorporándose y atento a la cara de lujuria de Luna, que lo estaba deseando-. Ponte a cuatro patas.

 

Luna, obediente, ofreció su trasero a Harry con las rodillas bien juntas. La visión del coño apretado de su amiga y el culo que le esperaba encima fueron lo último que necesitó. Dirigió el glande al estrecho agujero y empujó, entrando poco a poco en aquel orificio que tanto placer le daba, listo para darle a Luna su tercera corrida en apenas unas horas.

 

 

 

      35. Ocultación

Sus ojeras indicaban lo poco que había dormido esa noche. "Y las veinte anteriores", pensó amargamente. El resto de la imagen que le devolvía el espejo era la habitual, aunque no pudo evitar pensar que todo el tiempo que llevaba sin actividad había provocado que engordase un poco. En cualquier caso, el ejercicio matinal le vendría bien, a pesar de la compañía. Quedaban dos días para el juicio, y todo lo que no fuera pensar en ello era una ayuda

 

Bajó las escaleras con cierta desgana y al llegar abajo no vio a nadie. Debían estar todos durmiendo, pero juraría que había visto la habitación de Fred y George vacía. Sin darle mayor importancia, cogió un melocotón del frutero y lo comió mientras esperaba. Poco después apareció Molly por la puerta de la entrada, muy abrigada y sonriente como siempre.

 

  • Hola, cariño. ¿Tienes algo que...? -se detuvo al ver el conjunto de Hermione-. ¿Vas a salir así? ¡Te vas a congelar!

 

Hermione no hizo caso de la exageración de la señora Weasley. Para correr le bastaba su pantalón corto y apretado de deporte y el top amarillo que había elegido.

 

Molly, que bajo el abrigo llevaba un suéter de lana que hacía parecer todavía mayores sus grandísimos pechos, se fue a buscarle "ropa más adecuada", pero por suerte Fleur lllegó antes que ella.

 

  • ¿Estás lista Hegmione? -dijo, mostrando su perfecta sonrisa.

  • ¡Sí, vamos rápido! -respondió, esperando escapar de la señora Weasley.

 

Hermione siguió a Fleur afuera, donde la cercanía del invierno se hacía notar. No pudo evitar fijarse en los leggings azules de la francesa, tan apretados que parecían cortarle la circulación, y lo suficientemente transparentes para mostrar el minúsculo tanga que se aferraba a su escultural trasero.

 

Con cierta envidia, Hermione empezó a correr junto a la mayor de las Delacour por el camino habitual. Desde que había vuelto, las atenciones de los Weasley se repartían entre ambas, pero sin duda el balance era favorable a la rubia. Unos meses atrás aquello no le habría importado, pero el deseo que se había apoderado de ella parecía haberle hecho cambiar en aquello también, y ahora competía inconscientemente para recuperar la atención de los hombres de la familia de su novio.

 

  • ¿Negviosa? -preguntó Fleur, respirando entrecortadamente.

 

Hermione respondió vagamente, dando lugar a una pequeña conversación que apenas se repitió durante la hora que siguió, durante la cual las dos corrían a un ritmo nunca visto.

 

Hermione veía de reojo a su compañera, que corría con gracilidad, como si no tocara el suelo. A pesar de que los pechos de Fleur eran grandes, se movían con su dueña como si estuviesen clavados firmemente. A su lado se sentía ridícula. Las enormes tetas de Hermione, a pesar del sujetador especial que amortiguaba el movimiento y el top que las apretaba con fuerza, botaban inevitablemente de un lado a otro, en un espectáculo vergonzoso. Además, su tamaño parecía exagerado en su cuerpo, mientras que las de Fleur parecían hechas por encargo para el suyo. Pero nada de aquello era lo que la distanciaba de la francesa, y fue la propia Fleur la que lo acabó sacando en el camino de vuelta.

 

  • Sé que todavía no cgees lo que te dije sobge Gabgielle, peggo te juggo que es la vegdad. No he hablado con ella desde hace meses. No sé dónde está, y Maxime no me lo quiegue decig.

 

Hermione se detuvo y vio a los ojos a Fleur. Como la primera vez que se lo dijo, parecía sincera. Y aún así todavía tenía dudas.

 

  • Fleur, no es culpa tuya. Pero estoy preocupada y ahora mismo no sé qué pensar. Sobre nada.

 

La francesa se acercó, con cara de verdadera preocupación, y un segundo después sonrió viendo algo que Hermione tenía detrás.

 

  • ¡Eso es! Un baño te vendgá bien. Me encanta este lugag.

 

Fleur agarró a Hermione por el brazo y la llevó hasta otra parte del río al que solían ir en verano los chicos.

 

  • No estoy segura de que...

  • Oh, claggo que sí -respondió Fleur deshaciéndose de su top deportivo.

 

Hermione temblaba con sólo imaginar lo fría que estaría el agua, y más tras el ejercicio que habían hecho. La francesa no parecía pensar lo mismo. Se estaba bajando ya los pantalones de espaldas, agachándose y dejando una visión privilegiada de su increíble culo amelocotonado y confirmando lo pequeño que era su tanga rosado.

 

  • Venga, Hegmy. ¡Te vengdá bien! -siguió la chica mientras inspeccionaba los alrededores-. Aquí no viene nadie más que nosotgos.

 

Segura de ello, y ante la sorprendida mirada de Hermione, Fleur acabó de desnudarse con dos rápidos movimientos mil veces ensayados, bajándose el tanga y desabrochando su bonito sujetador.

 

Su cuerpo parecía esculpido por el mejor de los artistas. Ni un pelo tapaba la delicadeza de su deslumbrante piel de semiveela. Bajo su preciosa cara todo parecía irreal. Ni una pizca de grasa parecía ocultarse en sus largas piernas, coronadas por un trasero firme y redondo sin la más mínima imperfección, que daba paso a su sexo, recogido todavía y ligeramente rosado, rematado por una ligera elevación. Un monte de Venus que invitaba a las caricias. Su vientre plano hacía juego con sus brazos delgados, junto a una espalda curvada desde sus nalgas que terminaba en sus delicados hombros. Por la otra cara, alzados como si la gravedad no trabajara con ellos, dos pechos sorprendentemente grandes aportaban aún así armonía a todo el conjunto, y dos pezones pequeños y de color rosa claro daban fin a una belleza de otro mundo.

 

Hermione fue incapaz de moverse durante unos segundos, totalmente hechizada por lo que estaba presenciando. Fleur caminaba hacia el agua contoneando su trasero desnudo y hacía señas para que le acompañase. Hermione reaccionó poco después y se quitó las deportivas.

 

  • ¡Fleur, está congelada! -le advirtió, tras tocar el agua con la punta de su pie.

 

Fleur le sonrió y, tranquila, se metió en el río por un pequeño camino de piedras. Para sorpresa de Hermione, la francesa no se detuvo ni un instante. El agua cristalina alcanzaba cada vez lugares más sensibles de su cuerpo, pero su piel no se erizó. En su lugar, era Fleur la que parecía intimidar al río, y su cuerpo se rodeó pronto de vapor, como si de un metal incandescente se tratara.

 

Fleur le pidió de nuevo que se metiera, y Hermione lo intentó, mientras la francesa se hacía un moño en el pelo y echaba a nadar.

 

Sentada en una roca seca, con parte de las piernas dentro del agua, sintió que efectivamente aquello era relajante. O lo sería si una semiveela desnuda no estuviera mostrándose a su lado sin pudor, nadando despreocupada sin saber lo nerviosa que estaba Hermione. Trató de no pensar en ello y dejó la mente en blanco unos minutos, con los ojos cerrados, hasta que el agua la salpicó.

 

  • ¡Eh! -fue lo único que pudo decirle a Fleur, que descansaba a su lado con el agua bajo sus firmes pechos.

  • ¿En qué piensas, Hegmy?

  • En nada importante. Intento no hacerlo, al menos.

 

Fleur le acarició una pierna con delicadeza, provocándole un estremecimiento.

 

  • Es duggo estag sin Gon aquí, ¿vegdad?

  • ¿Ron? -dudó Hermione-. Claro. No me vendría mal estar con él antes de todo lo que va a pasar. Pero no es él quien me importa en estos momentos.

 

Fleur la miró de nuevo con preocupación y cambió de tema.

 

  • Bill solía tgaegme aquí cuando empezamos y no se lo queguía decig a sus padges -rio la francesa-. Lo pasábamos muy bien todo el día, con amigos. Y al final siempge nos quedábamos a solas...

 

Fleur se detuvo en sus recuerdos, y Hermione vio cómo se sonrojaba un poco.

 

  • Entiendo, Fleur, yo...

  • No -respondió la francesa, seria de repente-. No lo entiendes, Hegmione. ¿Pog qué vuelvo a sacag esto? Mi novio pagga aquí, mi novio pagga allá. ¿Qué impogtancia tiene eso? Tengo muchas cosas integuesantes que contag, peggo últimamente esto es todo lo que pienso.

  • Fleur, tampoco creo que...

  • Hegmione -respondió la francesa, mirándola a los ojos-. En Beauxbatons nos enseñan a tragag con esto cuando nos hacemos mayogges, peggo desde que he vuelto a la Madguiguegga... ¡Migga!

 

Fleur se tocó los pezones, que estaban muy duros. Hermione no entendía muy bien de qué iba todo aquello, así que no dijo nada y la dejó seguir.

 

  • No puedo dejag de pensag en él. Ya habíamos pasado tiempo sepaggados, peggo esto nunca me había ocuggido -dijo Fleur, que empezó a bajar una mano desde sus pechos hacia su vientre-. Todos los días, Hegmione, todos...

  • ¿Qué es lo que os enseñan en Beauxbatons, Fleur? -dijo Hermione, apurada y temiendo a donde iba aquello.

 

Fleur detuvo su mano y la miró a los ojos, con el ceño fruncido.

 

  • Cgueía que una bguja excelente como tú lo sabgía todo sobre la Academia.

  • La verdad es que apenas nos han contado nada de vosotros, y los libros parecen pasar muy por encima.

  • Entonces quizá debeguía guagdag el secgeto -rio Fleur, haciéndose la interesante-. Digamos que hay muchas agtes que apgendeg en este mundo mágico. Cada escuela tgata de especializagse en una de ellas.

  • ¿Cómo Durmstrang en el poder militar?

  • Exacto, exacto. O Howgagts y el valog que dan a vuestga lógica, ggazonamiento, pegfección en la teoggía... -respondió Fleur, que parecía disfrutar de ese tema-. Digamos que Beauxbatons nos enseña a disfgutag de las cgeaciones humanas, a exaltag las pasiones, Hermione, ¡a vivig!

 

Hermione se quedó pensativa, ya había leído esas palabras antes, cuando empezó a interesarse por los magos y brujas extranjeros.

 

  • Un momento, ¿eso no lo decía una de las fundadoras del Instituto de las Brujas de Salem?

  • ¡Sí! Marie Bourgeois, La Desdichada -dijo Fleur, emocionada.

  • Creía que la llamaban La Consumida.

  • ¡Esas viejas bgujas de Salem! -replicó la francesa, a la que aquello parecía haberle afectado-. No les bastó con echagla de su escuela. Tenían que difamagla pagga siempge -ahora parecía más calmada-. Peggo ya ves que sus enseñanzas han sergvido pagga algo Hermione. Beauxbatons sigue aplicando sus teoggías a pesag de los siglos de insultos de Salem.

 

Hermione comenzaba a comprender el origen de aquella polémica que no había entendido la primera vez que la había estudiado. "Así que en Beauxbatons trabajáis las pasiones, ¿verdad? No debería sorprenderme", pensó Hermione, viendo de nuevo el precioso cuerpo de la francesa, que volvía a nadar grácilmente.

 

Poco después, Fleur se detuvo ante ella otra vez, respirando con dificultad.

 

  • Ahoga lo entiendes, ¿no? ¿Pog qué no soy capaz de aplicag lo que duggante tantos años he apgendido? ¿Pog qué no puedo ggesistigme?

 

Hermione no se movió, viendo cómo Fleur empezaba a acariciarse entre las piernas y arqueaba su espalda. Aquella mujer, que parecía más una diosa caída del cielo, se entregaba a sus deseos carnales tan fácilmente como había entrado en aquellas aguas congeladas.

 

  • No puedo seg la única, Hegmione -dijo entonces, sin dejar de masturbarse con movimientos rápidos de sus dedos sobre su clítoris-. ¿A ti no te ha ocuggido?

  • ¿Echar de menos a mi novio y darme placer? Claro, Fleur, pero esto no es adecuado -respondió, acalorada.

  • Esto no es sólo pog nuestgos novios, ya lo sabes -dijo Fleur entonces, metiéndose uno de sus largos dedos en su húmedo agujero-. Es mucho más, Hegmione. Mucho, mucho más.

 

Hermione lo sabía perfectamente, pero no podía jugar con ella allí, tan expuesta. Sin embargo, ver a Fleur derritiéndose por sus fantasías hizo efecto también en ella. Sus mejillas se colorearon y no por el frío.

 

  • A Bill le encantaba jugag conmigo cuando aún estaban sus amigos, calentándome pagga después. Luego -siguió, encorvando la espalda y chupándose los dedos simulando una mamada- me obligaba a comegle la polla como...

  • ¿La tiene grande? -la cortó Hermione, sin poder resistirse.

  • ¡Oh, Hegmy! ¡No me podía cgeeg lo gogda que egga la pgimega vez que me la enseñó! -con los dedos índices levantados, indicó un tamaño que a Hermione le hizo gracia, después de lo que ella había visto.

  • Parece que viene de familia -respondió sin embargo Hermione, cuyos pezones luchaban ya por hacerse notar sobre la ropa.

  • Sabía que Gon también guagdaba un buen apaggato bajo esa caggita de tonto.

 

Hermione rio, mientras Fleur le contaba con pelos y señales cómo Bill se la tiraba como un animal incluso dentro del agua, simulando con sus dedos los lugares donde el pelirrojo la metía. Poco después, Hermione se tocaba tímidamente sobre su pequeño pantalón. Fleur se acercó al ver lo que hacía, cada vez más cachonda.

 

  • No me quieggo imaginag la cantidad de pajas que Bill se habgá hecho pensando en ti -dijo, metiéndose ya tres dedos entre las piernas.

  • ¿En mí? Teniendo a una novia como tú, el resto somos invisibles.

  • Oh, no, no, Hegmione. Lo he visto muchas veces fijándose en ti. Llegamos a discutig pog ello, peggo sin duda le gustas.

 

Hermione estaba sorprendida y sorprendentemente satisfecha con aquella revelación. Si un hombre tan guapo y con una novia aparentemente perfecta se masturbaba a solas pensando en ella... La sola idea de que el atractivo hermano de su novio se tocase por su culpa la ponía muy cachonda. Se apretó más con los dedos la entrepierna, que ya sentía lubricarse.

 

  • Enseñame las tetas, Hegmione. Quieggo veg lo que tgae de cabeza a todos los hombges de esta familia.

 

Hermione dudó. ¿Era posible que Fleur estuviese tan celosa de la atención como ella? Miró a un lado y a otro y, antes de poder reaccionar, Fleur se las había agarrado con fuerza por encima del top.

 

  • ¡Oh là là! -se limitó a decir Fleur, que utilizó una de las manos para volver a masturbarse.

 

Fleur se estaba poniendo muy cachonda y ya se masturbaba como loca, lista para dejarse ir y con gemidos cada vez más obvios. Fue entonces cuando un fuerte ruido se escuchó entre los árboles, y después dos golpes seguidos. Se dieron la vuelta, asustadas, y vieron que eran dos hombres los que habían caído. Fleur recogió su ropa rápidamente, y Hermione agradeció haber llevado su varita cuando les lanzó el hechizo Petrificus Totalus mientras ellos trataban de escapar.

 

Se acercaron poco a poco, aún sin vestirse, hasta que vieron el pelo desaliñado de George, tendido de espaldas pero con los ojos atentos a la llegada de las chicas.

 

  • ¡Cegdos, que creéis que estáis haciendo! ¡Podéis ig pgepagándoos, estúpidos! ¡Esto os va a salig caggo! -de repente, vio algo que no esperaba y, asqueada, dijo-. S-se e-estaban... S-se estaban...

  • ... pajeando -terminó Hermione con la boca abierta, estupefacta ante la confirmación de la talla de los gemelos.

 

A Hermione no le parecían tan asquerosos, para su sorpresa. Se le hacía la boca agua pensando en el banquete que se podría dar con ellos cuando la francesa la agarró por el brazo y se la llevó, pese a su inicial resistencia.

 

  • Se lo contaggemos a Molly. Ahogga que se queden ahí, y si se los come un basilisco, ¡mejog!.

 

Hermione no se atrevió a responder, pensando más en la oportunidad perdida que en las consecuencias. Sin darse mucha cuenta del camino, llegaron a La Madriguera vestidas, pero nadie las esperaba. Fleur, frustrada, se dirigió directa a la ducha y le dijo que la acompañase, mientras Hermione daba vueltas por la cocina sin saber qué hacer. Finalmente, pudo de nuevo la fidelidad con ella y aceptó la invitación de la francesa.

 

Cuando llegó arriba, Fleur ya estaba desnuda de nuevo, probando la temperatura del agua. Al verla, la rubia volvió a su perorata sobre el horrible comportamiento de los gemelos y su privacidad. Parecía enfadadísima y la mitad de su discurso era en francés. Hermione se desnudó temblorosa viendo cómo el jabón recorría con sencillez el cuerpo de Fleur desde los pechos, que apretaba con fuerza para limpiarlos, hasta el refugio de su entrepierna.

 

  • ¿Te impogta enjabonagme la espalda? -dijo entonces, ajena a los nervios de Hermione, justo antes de seguir despotricando.

 

Hermione lo hizo encantada, incapaz de entenderse a sí misma. Pensaba en los gemelos mientras pasaba las manos por la piel tersa de Fleur, hasta llegar a su precioso culo, firme y perfecto para un masaje.

 

Cuando terminó, Fleur le devolvió el favor, todavía sin darse cuenta de que los pezones de Hermione se endurecían sintiendo sus manos en la espalda, en los laterales de sus pechos y, finalmente, rozando sus dilatados labios menores por error.

 

Cuando Fleur terminó y pasó a secarse, Hermione puso el agua todo lo fría que pudo para tratar de rebajar su calentón, ante las miradas de extrañeza de la francesa.

 

 

El resto del día transcurrió con cierta tranquilidad. Comió a solas con Fleur y la señora Weasley, sin atender demasiado a las vagas explicaciones que Molly daba sobre un trabajo urgente del Ministerio por el que Percy y Arthur habían tenido que marcharse.

 

Hermione trató de enfrascarse en unos libros que Ginny le había hecho llegar desde la biblioteca de Hogwarts para que su mente no pensara de nuevo en el juicio que dos días después llegaría. Sin embargo, a la hora de la cena no pudo evitarlo.

 

  • Fred y George me han enviado una carta diciéndome que esta noche van a quedarse en el Callejón Diagon -les informó la señora Weasley mientras servía unos buñuelos salados con una pinta deliciosa-. Me pregunto en qué lío se habrán metido esta vez. Verity es buena chica, pero hace falta mucho carácter para lidiar con estos dos.

 

Hermione pensó en la empleada de Sortilegios Weasley y, aunque no lo expresó, se dijo para sus adentros que precisamente lo que no le faltaba era carácter. Después dirigió su mirada a Fleur, que tomaba su sopa a pequeños sorbos y que parecía no haber dicho nada sobre el incidente de la mañana.

 

El último comensal, y el único hombre en la Madriguera aquella noche, fue el siguiente en hablar:

 

  • ¿Cómo estás, Hermione? ¿Nerviosa? -preguntó Arthur estúpidamente-. Percy hablará con el Ministro esta noche, siguen inverstigando los crímenes, no tienes que preocuparte, porque...

 

Sorprendentemente hablador, el señor Weasley pasó a contarle a Hermione su plan para el juicio, pero ella no tenía ganas de hablar sobre ello. Por eso agradeció que Arthur se distrajera cada vez más, hasta cambiar inconscientemente de tema. Y no le extrañaba. La señora Weasley parecía muy cariñosa aquella noche, y no lo disimulaba demasiado. Cada vez que le servía, apretaba contra él sus pechos, apretados en un mandil muy pequeño para su talla, y en dos ocasiones simuló haberle echado algo encima para acariciarle la entrepierna con el trapo.

 

Fleur parecía haberse dado cuenta también, y sonreía con timidez cada vez que ocurría. Arthur debía estar pasándolo muy bien ante ellas tres, y más cuándo la francesa buscaba excusas para levantarse y agacharse en una posición ideal para que el señor Weasley contemplase cómo los leggings azules de la rubia se adherían a su precioso trasero como si formaran parte de su piel.

 

Hermione empezaba a divertirse viendo el juego de Molly y Fleur, y a pesar de que sólo la señora Weasley iba a tener una recompensa, decidió poner más nervioso al padre de su novio.

 

  • Hace mucho calor, ¿verdad? -dijo Hermione, desabrochando un botón de su blusa amarilla.

  • Es la chimenea, cariño -dijo rápidamente Molly-. Deja que aparte algo de leña, pero no te pongas tan cómoda, que luego va a ser peor.

 

Hermione hizo caso omiso de sus palabras, y desabrochó un segundo botón ante la atenta mirada de Fleur y Arthur, la primera apretando los labios y el segundo evitando que se le cayese la baba. Se levantó y recogió el plato de la francesa. Después se acercó a Arthur.

 

  • ¿Va a querer postre, señor Weasley? -dijo Hermione, agachándose para recogerle el plato y mostrándole en buena medida lo que ella podía ofrecerle.

  • S-sí, gracias, Hermione -respondió Arthur, con la vista fija en el canalillo que dividía el grandísimo pecho de Hermione en dos.

 

Antes de que pudiese seguir jugando, Molly volvió y la mandó a su sitio, no sin que antes Hermione se fijara, contenta, en el bulto que el señor Weasley tenía en los pantalones. Luego se encargó la señora Weasley de servir los dulces búlgaros con la misma técnica de antes.

 

  • Chicas, ¿recogéis vosotras? -preguntó al final Molly-. Tengo que ducharme. Arthur, tú también tenías algo que hacer, ¿no? -acabó, guiñándole un ojo.

 

Arthur asintió y salió de la Madriguera, mientras Hermione se disponía a recoger la ropa que se estaba secando. Cuando terminó, Fleur le dijo que no se preocupara por el resto, que se encargaba ella y que se fuese a dormir. Hermione, extrañada, subió la ropa limpia a las habitaciones y escuchó el sonido de la ducha, pero en lugar de irse a su habitación, esperó unos minutos y volvió a bajar a la cocina, donde se escuchaba una conversación.

 

  • Sí, sí. Señog Weasley. Fuegte, fuegte, pog favog.

 

Hermione giró en la esquina, asombrada, y vio a Fleur de espaldas, subida a una pequeña escalera portátil colocando los platos en un estante alto. Detrás, Arthur le agarraba los gemelos.

 

  • ¿Por qué no utilizas la varita? -preguntó Arthur, nervioso.

  • Me duele la muñeca, señog -fue la pobre excusa de Fleur-. Peggo sujéteme más aggiba, ¡o me puedo caeg!

 

El señor Weasley no puso muchas pegas a su petición y subió sus manos hasta la parte trasera de las rodillas. Una especie de envidia recorría a Hermione, que consideraba aquello una forma muy poco inteligente de tratar de seducirle para una "legendaria semiveela".

 

  • Más alto, Agthug. No quieggo caegme -dijo Fleur, agachándose para coger un nuevo plato y poniendo su culo a apenas un par de centímetros de Arthur, que no le quitaba ojo de encima.

 

Las manos de Arthur subieron algo más, acariciando la parte trasera de los atléticos muslos de la francesa. El culo de Fleur se acercaba y se alejaba de su cara cada vez que se agachaba, y sus manos seguían subiendo a petición.

 

Hermione empezó a sentir un cosquilleo viendo ascender los pulgares de Arthur entre los muslos de Fleur. Ya estaba agarrando prácticamente sus nalgas, y cuando Fleur le pidió más, las manos de Arthur agarraron su culo y los dedos gordos acariciaron sus blandos labios sobre la ropa interior, haciéndola gemir.

 

Un segundo después, Fleur se había tirado sobre Arthur y con un pequeño golpe los dos acabaron tumbados en el suelo. La francesa encima estaba encima, con los pezones marcados sobre una ligera camiseta de asas.

 

  • Le dije que me cogiegga duggo, señog Weasley -dijo Fleur, con los labios muy cerca de los de Arthur y el sexo notando lo duro que, sin apenas hacer nada, había puesto a ese hombre-. Esto puede seg muy peliggoso.

 

Hermione vio cómo sus cabezas se acercaban y una mezcla de envidia y justicia la llevaron a entrar en la cocina antes de que aquello siguiera.

 

  • Señor Weasley, creo que Molly le está buscando.

 

Arthur la miró asustado y se quitó a Fleur de encima mientras se levantaba lanzando disculpas que no había manera de entender, demasiado preocupado para ocultar la erección que ponía a prueba el tejido de sus pantalones. Cuando se marchó, Fleur le lanzó una mirada que pretendía ser amistosa a Hermione, pero el rencor latía con fuerza en ella.

 

 

El aurum phallaceae volvía a estar en manos (o más bien en piernas) de la señora Weasley, y sus dedos no fueron suficiente aquella noche para satisfacerla. Tras unos minutos acariciándose los pezones mientras se penetraba a sí misma, Hermione decidió abandonarlo y se puso de nuevo las bragas y una pequeña camiseta de Ginny de un grupo musical que no conocía.

 

Tratando de liberarse de su deseo y de su preocupación, se entregó a un aburrido tomo de Historia de la Magia que a pesar de dedicar 50 páginas al inventor de la aguja flexible, no consiguió que se durmiera a una hora decente.

 

Cuando al fin consiguió entregarse al sueño su mente la llevó de vuelta al castillo, donde imágenes del boggart, de sus amigos y de los fantasmas del colegio se revolvían haciendo imposible una imagen completa. Eso, unido a que cada poco tiempo volvía a despertarse, no ayudó a que descansara. El último sueño, algo más nítido, mostraba a Snape sonriéndole en una especie de mazmorra. A pesar de que todo lo anterior parecían recuerdos, estaba segura de que aquello no lo había visto jamás.

 

Aturdida, se despertó de nuevo, esta vez más despejada. Sus piernas no habían olvidado lo que había empezado a medianoche.

 

  • Lumos -susurró, agitando la varita para ver el reloj, que marcaba casi las tres de la mañana.

 

Lanzó un suspiro acariciándose por encima de las bragas. Necesitaba ayuda, y Molly guardaba todos los consoladores. Con la varita en alto, subió las escaleras, pasando por el cuarto de Fleur, y por suerte, vio que la puerta de los padres de su novio estaba parcialmente abierta. Sólo la luz de la Luna iluminaba la habitación, dejándola casi por entero en penumbra, pero era suficiente. Los Weasley dormían plácidamente.

 

Apagó su varita y se acercó sigilosamente al armario donde Molly guardaba la tienda con lo que ahora necesitaba, pero parecía cerrado con llave. "Alohomora", susurró, sin suerte. Volvió a intentarlo con algunos hechizos poco relacionados, pero ninguno de los silenciosos surtió efecto. La decepción se apoderó de ella al ver que no había forma de abrir, y se giró para volver a su cama. Ya se dirigía hacia la salida cuando una idea provocada seguramente por el deseo incontrolable pasó por su mente.

 

Se dio la vuelta y vio la cara plácida del señor Weasley, iluminada por la luz de la Luna, y parte de su pecho, descamisado, mostrando su delgadez. A su lado, en la sombra, apenas distinguía a Molly, pero escuchaba su respiración. Se acercó, descalza, rodeando la cama, y una vez allí destapó con cuidado a Arthur lo suficiente para alcanzar su objetivo. Para su sorpresa, expuesto sobre la pierna izquierda del señor Weasley estaba su pene, en su estado natural, con el rosado glande apuntando hacia ella. Sus testículos se escondían entre las sombras y el claro vello púbico.

 

Las manos de Hermione acudieron pronto a sus puntos más sensibles. La derecha se adentró en sus bragas mientras admiraba la desnudez del señor Weasley y notaba que el culo de su mujer, así como su espalda, estaban igual de libres. Una discusión con ganador de antemano empezó en su mente, tratando de decidir sobre su siguiente paso. "No puedo... No debo..." pensaba Hermione sin dejar de acariciarse con sus juguetones dedos.

 

No dejó de decirse a sí misma lo mal que estaba aquello mientras se arrodillaba en el suelo, al borde de la cama, ni mientras agarraba con su mano izquierda el aparato flácido del padre de su novio. Desde luego se volvió a repetir a sí misma que eso le iba a costar caro cuando empezó a chuparle el glande. Un minuto después, con aquel hombre haciéndose grande entre sus labios mientras ella subía y bajaba la cabeza, Hermione seguía sintiéndose culpable.

 

La erección ganaba protagonismo en la boca de Hermione, haciendo que Arthur se revolviese en la cama. Cuando la lengua de la bruja se unió a la fiesta, el señor Weasley empezó a balbucear.

 

  • Molly... No... No puedo... -decía, somnoliento-. ¿Otra vez? Eres tan... tan buena...

 

Hermione abrió los ojos sorprendida cuando el señor Weasley agarró su cabeza y la guió para seguir chupándosela. Sin rechistar, adoptó el ritmo que Arthur le imponía asegurándose de tragarse todo su miembro, mientras el mago le hacía cumplidos.

 

  • Cariño, parece... parece que cada vez lo haces con más ganas -decía Arthur, cada vez más caliente-. Esos labios... ¡Oh! Qué forma de utilizar la lengua, Molly.

 

Hermione no dejaba de masturbarse, muy cachonda ante la situación y las alabanzas. El señor Weasley tardó todavía unos minutos en darse cuenta de que no era su mujer la que le estaba haciendo aquel regalo nocturno. Cuando abrió los ojos, se alteró y trató de apartarse.

 

  • ¡Hermione! -gritó en un susurro-. ¿Qué haces aquí? ¡¿Estás loca?!

 

Hermione echó un vistazo para asegurarse de que Molly todavía dormía y se acercó a su marido.

 

  • Creo que le estaba gustando -le dijo al oído con voz seductora, mientras le pajeaba lentamente a pesar de los intentos de separarse de Arthur-. Mis labios -le dio un beso en la mejilla-. Mi lengua -un pequeño lametón en el cuello-. Y todavía no me ha dicho nada de esto -dijo, apartándose hasta estar iluminada por la luz.

 

Mirando al señor Weasley directamente a los ojos, agarró la pequeña camiseta de Ginny y dejó salir rebotando, para mostrarlos ante la Luna, sus colosales pechos. Arthur, impresionado, sólo dejó de ver los atributos de la joven bruja para comprobar que su mujer seguía dormida. Acto seguido, hipnotizado, dejó que Hermione le guiase la mano para agarrar una de las tetas que le ofrecía, y ella comprobó cómo su pene se hinchaba y unas gotitas salían de la punta hasta llegarle a los dedos.

 

La cabeza de Hermione volvió a recuperar el anterior movimiento de subida y bajada sobre la entrepierna del señor Weasley mientras él apretaba como loco el pecho que tenía a su alcance, disfrutando de su exhuberancia y de una mamada digna de sus mayores fantasías.

 

Hermione gozaba de todo aquello mientras se metía los dedos, lista para más sin saber muy bien cómo hacerlo. Empezó pronto a gemir, con sus sonidos apagados por la íntima felación.

 

  • Arthur, ¿estás bien? -se escuchó decir a la señora Weasley, con voz adormecida.

 

Hermione se tiró al suelo, asustada, mientras Arthur le pedía a su mujer que siguiera durmiendo, sin fortuna. El corazón de Hermione iba a mil por hora entre la excitación y el miedo.

 

  • ¿Qué estás haciendo? -dijo entonces Molly, seguida del sonido de los muelles de la cama-. ¡Oh, por Merlín! ¡Cómo estás!

  • No es nada, cariño. Sigue durmiendo.

  • ¿Nada? Ya te he dicho mil veces que me avises -respondió, con una risita-. No podemos dejarlo así.

 

La cama volvió a crujir y Hermione vio los pies de Molly saliendo por la parte baja. Intentó meterse debajo del colchón, y con dificultades, lentamente, lo consiguió. Hermione agradeció la obsesión por la limpieza de Molly mientras pasaba por allí debajo, escuchando el inequívoco sonido de la saliva de la señora Weasley ayudándola a dar placer oral a su marido.

 

Hermione salió a gatas de la parte baja de aquella cama, dirigiéndose a la salida con sus tetas, todavía descubiertas, rozando la moqueta. Sin embargo, un hechizo certero pasó por encima de su cabeza y cerró la puerta al instante. Temiendo haber sido descubierta, giró la cabeza temblando, sólo para ver cómo la señora Weasley lanzaba el hechizo insonorizador y soltaba la varita.

 

Oculta en la oscuridad de la habitación, Hermione se apoyó en la pared para tratar de aprovechar la mínima oportunidad de escapar. Desde allí, vio cómo la luz iluminaba únicamente a la pareja. Molly estaba subida sobre Arthur y éste le metía los dedos, preparándola para la penetración que llegó a continuación.

 

Hermione, todavía muy caliente, abandonó sus ganas de irse y volvió a meterse los dedos viendo cómo la señora Weasley cabalgaba sobre su marido. Las manos de Arthur paseaban por el culo de su mujer o por sus enormes tetas. Se las apretaba cuando lo necesitaba y después las volvía a dejar libres para que botasen con violencia sobre él, en un show delicioso al que se unían los gemidos exagerados de Molly.

 

Tras unos minutos de placentero sexo, Hermione se había corrido gracias a sus dedos, y Molly parecía haberlo hecho también, pero las dos seguían con ganas de más. El único que aguantaba era Arthur, algo que pareció gustar mucho a su mujer, que se bajó de la cama y se la chupó unos segundos antes de rodear la cama, pasando peligrosamente cerca de Hermione.

 

  • Vete cogiendo la llave, cariño -dijo Molly, respirando con dificultad-. Hoy estás incansable.

 

La señora Weasley se metió en el baño y cerró la puerta mientras su marido abría uno de los cajones de la cómoda cercana al armario. Hermione se acercó rápidamente y, a tientas, encontró el durísimo rabo de Arthur.

 

  • Hermione, t-te tienes que ir -dijo, aunque sin hacer nada por evitar que la bruja volviese a chupársela con más ganas todavía.

 

Hermione no hizo caso, y siguió mamando al señor Weasley, como si aquello fuese a sustituir sus ganas de sentirla entre las piernas. Cuando escuchó el sonido del grifo volvió a su posición original y vio cómo Arthur abría el armario y se metía en la tienda mágica con su mujer. Un ligero olor a incienso salió de la amplia estancia que guardaban allí antes de que cerrasen la cremallera tras ellos.

 

Los siguientes minutos fueron una experiencia que Hermione recordaría toda la vida y que le ayudaría a comprobar la magnitud del lío en el que se había metido. Todavia en el suelo de aquella habitación, chupándose uno de sus pezones y masturbándose a una velocidad de récord, sabía perfectamente que no era suficiente para calmarse. Su deseo de estar haciéndolo con un hombre y la envidia del placer que debía estar sintiendo Molly pronto ocuparon toda su mente. Cuando se quiso dar cuenta, su cuerpo ya no era su cuerpo.

 

Durante tres cuartos de hora, Hermione pudo disfrutar y analizar a la vez lo que ocurría. Sorprendida como pocas veces en su vida, pronto consiguió, sin embargo, hacerse con el control, agarrando la cabeza al señor Weasley mientras notaba la lengua de aquel hombre entre sus piernas como si le estuviera comiendo el coño a ella. Sintió las pesadas tetas de la señora Weasley como suyas mientras botaba sobre su marido y compartían gemidos de placer gracias a un pequeño vibrador que actuaba sobre su clítoris. Volvió a disfrutar en su plenitud de un hombre metiéndosela a cuatro patas cuando Arthur chocaba contra el culo de su mujer sin saber que estaba haciendo que dos mujeres se corrieran a la vez. El sabor del semen del señor Weasley llegó a su lengua a la vez que a la de Molly, culminando una felación de infarto.

 

Un pequeño momento de oscuridad la transportó de nuevo al cuarto oscuro, donde su cuerpo le agradecía que lo hubiera saciado. Empapada de sudor, jadeando, y con las bragas perdidas entre sus húmedas piernas, Hermione sólo tenía un único pensamiento en la cabeza.

 

Harry tenía mucho que explicarle.