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Se la di toda!

en Confesiones

Se la di toda

Miriam es la nutricionista que me recomendó un amigo. No es que tuviese problemas de salud. Pasa que suelo ser muy desorganizado con mi plan alimetario, y necesito que un profesional corrija mis malos hábitos. Además, hago deporte, voy al gimnasio cuando puedo y, me mantengo en forma gracias a mis actividades.

Desde el primer día que entré a su consultorio, me impactó esa mujer madura, de no más de 45 años, con un culo precioso, el que cada vez que se me acercaba parecía pedirme que lo azote con fuerza, unas tetas bien puestas y siempre sobresaliendo de las remeras juveniles que estila usar, y unos ojos de gata tremendos.

Casi siempre deja que se le vea la tanga mientras busca informes, formularios o dietas, o simplemente cuando se levanta para atender el teléfono. Usa tanguitas rojas o rosas. Me babeo como un estúpido admirando la danza de esas nalgas casi a la intemperie, porque sus polleras cortas son una invitación al pecado de mis ratones. Mientras me habla, me cuestiona o me explica cuáles son los pasos a seguir, qué verduras no puedo comer crudas, por qué a veces me caen mal los lácteos y demás, mi mente la examina completa.

Mis ojos se detienen en esa boca sutilmente pintada, y la imagino sobre mi glande colorado. Mis oídos sueñan que gime mientras mi boca rueda por sus pomelitos. Mi olfato viaja en la estela de su perfume amaderado, y anhela robarle aunque sea un vestigio del olor de su intimidad. Mis 17 centímetros de pija no parecen caber bajo mi slip cuando su mano toca la mía en el momento en que me entrega papeles, mi carnet de la obra social, o algún suplemento de vitaminas, ya que soy medio duro para comer frutas.

Cuando llego a casa, luego de visitarla, me pajeo como un adolescente, y en ocasiones pronuncio su nombre antes de venirme en leche.

Después de seis meses de frecuentarla, se me ocurrió ir un poco más allá, para ver qué reacción conseguiría de esa hembra infernal. Nunca pensé que me sería tan sencillo!

Una tarde, conmovido por la vergüenza le pregunté si era posible que, gracias a mi dieta estricta haya cambiado el sabor de mi semen. Le expuse, antes de su respuesta que mi novia, que en realidad no existe, hoy no disfruta de hacerme sexo oral como hace unos meses atrás, y que en efecto, yo me quedo con todas las ganas de que me lo practique.

Ella enrojeció, pero su sonrisa fue una evidente puerta entreabierta al paraíso. Dijo que las frutas deberían lograr que el semen sea un poco más dulce, que no tome tanto café porque lo vuelve algo más ácido, que las verduras son causantes del amargor y cierta espesura. Y cuando no encotraba más argumentos me dijo:

¡O sea que, desde que venís a control conmigo, no tenés relaciones? Debés masturbarte todos los días, supongo! Además, tenés 23 años, y ese cuerpito pide sexo! Ahora me siento culpable!

Se mordió los labios mientras completaba una planilla, se levantó y me ordenó imperativa:

¡vamos, a pesarse! Y, cualquier cosa te doy el número de teléfono de una amiga sexóloga!

Su sonrisa ahora fue más  suspicaz, y se hizo la tonta cuando me escuchó murmurar:

¡sí, dale, me las garcho a las dos!

Me subí a la balanza sin reparar en el resultado, y de repente, justo cuando siento que la punta de mi pija hinchada humedece mi bóxer con un pequeño derrame de presemen, la mano de Miriam se posa sobre mi bulto, y de su boca surge como una brisa:

¡está muy durito esto Ramiro… me parece que tenés que hacer algo urgente! Bajate de ahí, que tu peso está fantástico! Y bajate el pantalón, ahora, que sos el último!

No lo podía asimilar. Me sentía en la gloria, y celebraba el hecho de haber tenido tiempo para bañarme antes de asistir, luego de mi pesada mañana laboral!

La médica cerró la puerta con llave, y al notarme de pie, inmóvil y confundido tomó las riendas de la situación. Ella me bajó el pantalón y el bóxer, tomó mi pija entre dos dedos, la meneó un poquito y le dio calor a mis huevos con la palma de su mano. Fue presionando mi miembro desde la base a la punta con un anillo que formó con su índice y pulgar, y enseguida su lengua lamió mi glande tras liberarlo del cuero abundante de mi pija. Se la metió en la boca para hacerme alucinar con sus movimientos, las resbaladas de sus labios en mi tronco, las succiones de sus cachetes y la cantidad de saliva que hasta rodeaba mis bolas al chorrearle del mentón.

Gemía con impaciencia, me pajeaba cuando se la sacaba de la boca para tomar aire, se pegó un par de veces en la cara con mi tensión masculina y pronto, mientras me pajeaba comenzó a subir con sus besos desde mi abdomen hasta mis tetillas, luego de desprenderme la camisa por completo.

Cuando estuve a un paso de comerle la boca me soltó la pija y dijo:

¡ahora que me vas a hacer chiquitín? Te falta mucho para largar esa lechita?

Le dije que no con la cabeza, y se agachó para mamarla unos segundos, mientras se subía la falda por la cintura.

¡dame la lechita nene, así te digo si tiene gusto feo, o si tu novia es una tontita! Y mirame bien el culo!, dijo antes de que me deje observarla haciendo gárgaras, relamerse y saborear cada gota de mi leche cargada de adrenalina. Se la tragó toda la puerquita!

No quiso quedarse con las ganas, y la verdad, a pesar de mi poca experiencia, yo necesitaba honrar su arte con lo mejor que pudiera encontrar en mi ser.

Cuando la vi en tetas, y antes de que se quite los zapatos, la tumbé boca arriba sobre su escritorio casi vacío, de no ser por su celular, una taza de café y un fichero, los que terminaron en el suelo.

Me prendí a chuparle las tetas como un bebé malcriado, hambriento y huérfano.

¡tocate la concha putona!, le pedí, mientras le estiraba los pezones, le pasaba la pija por la cara y me pajeaba para retomar mi erección. Era todo o nada!

Entonces, le separé las piernas, le lamí los dedos que ella hundía entre las arenas movedizas de su sexo, le entre corrí la tanguita rosa y le prohibí limitar sus gemiditos. Allí le revolví la conchita con la lengua y los dedos que se me antojaron, a la vez que mis pulmones me agradecían por la fragancia femenina que esos jugos desprendían.

Cuando le saqué la bombacha sentí que la doctora tuvo miedo, y más cuando me alertó:

¡esperá Ramiro, que hay preservativos en el armario… por favor, no hagamos locuras!

Pero yo me le subí encima como un león enceguecido y se la mandé toda en la concha, mientras la agarraba del pelo y le decía:

¡callate putita, y sentila toda bien adentro, que te la voy a rebalsar de leche, por putita calentona! Además, seguro que te cogés a varios acá, no guacha? Siempre me pajeo por tu culpa, y mi novia no es ninguna tontita, porque no existe!

En el fragor del garche, algunos botones de su blusa rodaron por el piso, y su pollera se impregnó con sus jugos, mi sudor y algunas tironeadas.

Enseguida le pedí que se incorpore, y se acomode con los pies en el suelo y los codos en la mesa. Ahí la nalgueé con violencia, mientras ella suplicaba:

¡despacito pendejo, que la secretaria puede escuchar!

La amordacé con un pañuelo y su tanguita para sugetarlo alrededor de su cabeza, y me ubiqué con mi pija como una estaca, exactamente a un suspiro de su agujero perfecto, que era el disparador de todos mis sueños calientes.

No dudé en lubricarlo con sus propios flujos, para que así mi verga se deslice sin atenuantes. Le ectró casi toda, y a pesar de su grito ahogado por el pañuelo, empezó a pedirme más, que no pare, que la coja con todo, que le rompa el orto, que se lo llene de leche y un montón de guarradas más.

El escritorio se corría producto de mis ensartes, y ella gemía mordiendo mis dedos a través del pañuelo. La pajeaba algo incómodo, y lograba con mucho esfuerzo frotarle el clítoris para que se ponga más alzada, más puta y para que goce. Mis huevos golpeaban contra la unión de su sexo y el culo, mis manos no paraban de azotarla o de amasarle las tetas, y mi pija amenazaba con tener un ataque de amnesia de tanta oscuridad.

Sus nalgas amortiguaban sabiamente cada arremetida de mi verga furiosa, y sus ojos eran volcanes entre algunas lágrimas y expresiones de puro placer. Pero yo estaba al borde de perder la compostura, y el mismo sudor no me dejaba pensar con claridad.

Me separé unos segundos de ella, solo para tomarme un respiro. Pero ella deshizo su mordaza casera, se agachó y me pajeó con sus tetas divinas diciendo:

¡dame la leche en las gomas cerdito, dale, que te la chupo y te pajeo todo papi!

De vez en cuando me daba una lamidita, y se escupía las lolas para que aquella fricción sea un verdadero deleite.

A los dos nos pareció que un momento alguien golpeó la puerta. Pero yo no lo soporté y le pedí que me chupe el culo.

En cuanto su lengua entró en el medio de mis glúteos y su mano me pajeaba incansablemente, mi leche no se sostuvo en paz y comenzó a estremecerme en un orgasmo que me hizo gemir de excitación.

Ella giró rápidamente para beberse todo mi semen, para besuquear mis huevos y dejarme todo el pubis marcado con sus besos. Se tragó todo lo que pudo, al tiempo que me confiaba que mientras le hacía la cola tuvo tres orgasmos al hilo.

No quería vestirme, y menos que sus tetas, su cola y su conchita vuelvan al encierro de su ropa. Aunque, juro que al descubrir que de nuevo esa tanguita rosa se le metía en el culo, y que la pollerita se le subía, volví a empalarme como un toro.

Nos despedimos con un beso suave en los labios. Pero ella tuvo que palpar mi bulto y yo sus tetas mientras sus palabras prometían revancha.

¡esto no queda acá guachito insolente!, dijo arrogante.

Cuando salimos del consultorio, vimos que solo estaba la secretaria, y no sé por qué, pero creo que las gotas de sudor de su frente, el temblequeo de sus manos y lo nervioso de su voz eran consecuencia de que nos escuchó coger, y ahora la minita no daba más de calentura. Tal vez, en otra de mis visitas a la doctora, nos animemos a incluirla!    fin

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