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Nietas alzadas

en Trios

Nietas alzadas

Después de brindar con la familia entera, entrarle a las nueces, budines marmolados, pan dulces, maní con chocolate, turrones y todo tipo de ricuras de noche buena, todos salieron a la calle a quemar el cielo navideño con pirotecnia boluda. Mi prima Eugenia y yo nos prendimos a los espumantes que gobernaban la mesa larga, y creo que nos pegó bastante tanta efervescencia. Enseguida empezamos a hablar de nuestras tetas, de cómo será el pitulín del tío Ariel, el más musculoso del barrio, de la pija de su ex y de su drama con el latex de los forros. Luego ella me contó cómo fue que una vuelta le hizo un pete a un tachero cerca del río para que la lleve a su casa. Según su descripción el pendejo era divino pero muy agrandadito.

Yo le conté cómo una amiga de toda la vida me comió la concha el sábado que me quedé a dormir en su casa, gracias a que me pasé de rosca con el tequila.

Todo lo decíamos entre carcajadas, miradas cómplices y comentarios obscenos. Hasta mencionamos con fascinación que las dos le vimos la pija re parada a nuestro primo Daniel, y ella se animó a decir que si lo tenía en frente se la chupa hasta que le acabe en la boca, cosa que no le agrada mucho que digamos.

Ella no dejaba de llamarme perrita. Me sentí flotar cuando me preguntó:

¡che bolu, y tu amiga te la penetró con un dedito, te chupó el culo o te lamió las piernitas?!, con una voz tan dulzona como lujuriosa.

No sé si le dije algo. Solo que luego agregó:

¡igual, con la remerita mojada tus lolas me calientan más todavía!

Eso porque se me había volcado una copa de cidra durante el brindis cuando la abuela me chocó el codo sin querer.

Pronto, cuando me dio unas nueces para que se las pele, me lamió la mano con un leve ¡mmm! En los labios, por lo que supongo que enseguida nos correteamos por la casa, porque yo quise ponerle un límite, aún en contra del celo de mis 17 años. Ella burlaba la situación mostrándome su colita al subirse el vestidito fucsia con sensual elegancia.

Hasta que me arrinconó contra la pared del pasillo que une los cuartos y el baño, justo al lado de la puerta de éste. Me hizo volar cuando nuestras lenguas se encontraron bailarinas en mi boca mientras me acariciaba frotando sus lindas gomas en las mías. Me quitó el straple diciendo:

¡sabemos que los demás se quedan a bailar un rato con los vecinos, y ellos saben que nosotras nunca vamos… cualquier cosa, si alguien pregunta, a vos te duele la pancita, y yo me quedé a cuidarte… hoy vas a ser mía bombona!

Me desafiaba su risa maliciosa, pero evidentemente su experiencia me dio seguridad y me dejé llevar.

Ni bien comenzó a saborear mis tetas con besos ruidosos le quité el vestido y traté medio incómoda de pajearla sobre su bombacha húmeda, mientras ella me lamía toda con su mano intranquila en mi entrepierna encima del jean. Cuando me hizo oler mi mano izquierda, la que estimulaba su clítoris, sentí que no podía parar de hacerlo! Incluso hice lo mismo con su bombachita marrón apenas se la sacó.

Me arrodillé para probar su vagina fragante y peludita, y creo que por la presión de sus manos a mi cabeza para que la succione mejor, más mi emoción sexual y los vinos eclipsando mis neuronas me hice pis.

Cuando se lo dije me comió la boca sin dejarme respirar, apretándome contra la pared realizando un movimiento pélvico junto a mí, como si me estuviese cogiendo. Pero apenas me bajó el jean, el abuelo Antonio abre la puerta de su dormitorio y nos ve. Ninguna recordó jamás que él se había tirado un ratito para aguantarse el resto de la noche, o tal vez ni nos importaba.

Su cara de felicidad cuando Euge revoleó su corpiño para franelearnos las lolas nos animó, aunque yo tenía mucha vergüenza.

Ella le besó el pecho manoteándole la verga sobre su short diciendo:

¡no sabés lo alzada que estamos abu!

Y enseguida regresó a mí para devorarme a chupones, para que él se pajee mostrándonos que a sus 57 pirulos se le paraba como a un adolescente. ¡y qué pedazo tenía!

Pronto Euge me sacó la bombacha hiper mojada, y mientras se nutría de todo lo que ardía entre mis piernas decía:

¡abu, tu nieta se hace pichí encima todavía, mirá cómo le chupo el culo y la conchita, te gusta mirarla asquerosito?, siempre te gustó el orto de esta puta!, te calientan tus nietas eh!

Durante ese instante ella deslizó su lengua en mi sexo de lado a lado como un pincel, coloreando con su fuego y sus arremetidas a mi calentura inédita. Pero cuando lamió mi culito pensé que podía desvanecerme!

Escuchamos al abu entredecir lamiendo mi calzón: ¡son dos pendejas cochinas!

En cuanto Euge se metió su pija en la boca él recreó una serie de movimientos como si buscara desvirgarle la garganta, mientras yo me le refregaba toda, le ponía una teta en la cara y le tapaba los ojos.

Luego se la mamamos entre las dos, hasta que ella hizo gárgaras con su leche tras una especie de sopapa entre sus labios pintados y la cabecita hinchada del vieji, y yo le cuchareaba sus bolas generosas, pesadas y suaves.

Nos llevó a su pieza, se sentó en la cama y a nosotras a upa en su falda, una en cada una de sus piernas temblorosas para pedirnos que nos besemos y nos toquemos gimiendo. Cuando su verga recobró una nueva y formidable erección me arrodillé en la alfombrita para pajearlo mientras ella le comía la boca y él eventualmente las gomas a Euge escupiéndoselas, intentando hundirle un dedo en el culo, diciéndole que es una puta barata como su madre, dando bocanadas de aire para recuperar el aliento y dándole la mejor versión de su pija a mi sed de petera.

Hasta que Antonio me tumbó en la cama, abrió mis piernas y refregó enfermamente su rostro afeitado y añejo en mi argolla, además de penetrarla con un dedito como a mi cola, el que le hacía lamer a Euge, a quien yo le deglutía la fresa cuando sus nalguitas contra mis tetas se incineraban por los chirlitos del abuelo al estar semi sentada.

Luego él exclamó: ¡qué rica concha nena!, y se ubicó entre mis piernas vencidas para fundir su carne tiesa en mi flor y garcharme ardorosamente, entretanto ella lamía mi cara. En breve cubrió mi visión con sus flujos fregándose histérica, comiéndole la boca al viejo que le amasaba las lolas.

Por último me puso en cuatro para continuar navegando en mi interior con su lengua, enrojeciendo mis glúteos con sopapos preciosos, y luego sacudió impune su pija entre mis labios abiertos y cansados para que al fin su lechita extinga por un momento mi fama de tragona en el colegio.

Cuando nos vestíamos, porque ya escuchábamos el retorno de toda la familia en medio de un jolgorio, dispuestos a seguir comiendo y bebiendo, el abu nos confesó que siempre se pajeó pensando en mi cola y en las gomas de Eugenia. Esa noche la abuela se quedó dormida en el confortable sillón del quincho porque estaba muy borracha. Así que nosotras nos quedamos con el abu en su cama, como cuando éramos chiquitas y él nos leía un cuento en la siesta. Solo que ahora nos tenía en bombachita y muy creciditas!    fin

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