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Me hice la loquita con los tacheros

en Orgías

Me hice la loquita con los tacheros

Esa tarde me tomé un taxi para ir a lo de Nadia, mi mejor amiga. Pero la muy conchuda me llamó al celu en la mitad del trayecto para disculparse diciéndome que el novio había llegado temprano a su casa, que los dos andaban re calientes, y que no podían aguantarse las ganas de garchar.

Yo tenía confianza con ella, y siempre nos sincerábamos hasta en esas cosas. Pero me dio por el forro de las pelotas que me hiciera salir a la calle con semejante calor, para después cancelarme por una pija.

No la mandé a la mierda para no quedar como una groncha adelante del taxista.

Enseguida, en cuanto guardé el celu en mi bolsillo, me le empecé a hacer la linda al tipo. No sé por qué me nació hacerlo. Supongo que la envidia de que mi amiga en breve se iba a matar cogiendo con su novio, más mi pequeña racha de masturbarme todas las noches a falta de una rica pija, se me subió a la cabeza y me llevaban a actuar por instinto.

El tipo no estaba nada mal. Tendría unos 35, era morocho y grandote, al parecer con alguna actividad deportiva en su tiempo libre, una voz normal, con ojos verdes y bastante fiel a las caritas de trola que le hacía en el espejito. Me lamía un dedo, me lo pasaba por mis labios, hacía globitos con un chicle y me tocaba con la lengua para saborear lo dulce que te salpica cada vez que hay un estallido, suspiraba y abría un poco las piernas.

Yo tenía una mini roja y una remera escotada sin corpiño. Como iba a la casa de mi amiga y, seguro que la idea era meterse a la pileta, no me iba a producir demasiado. Pero mis tetas me reventaban la remera, y yo creo que el flaco hasta fantaseó con mi tanga rosadita, porque me la re miraba.

Entonces le dije que cambie el recorrido, y le eché las quejas de la boluda de Nadia. No quería volver a casa. Por eso le dije que demos una vuelta por la ciudad, que yo le pagaba el viaje.

Recién ahí empezamos a hablar con Alejandro. Ese era su nombre según el cartel del asiento.

¡bueno flaca, pero tu amiga te faltó el respeto… no importa si es su novio o un chongo cualquiera… vos te tomaste el tiempo para visitarla!, dijo cuando terminé de explicarle mi enojo.

Allí fue que mi boca no pudo controlarse más y le dije con una voz tan sensual que nunca nadie me inspiró:

¡bueno, pero dejemos de hablar de ella, y mejor decime si me estuviste mirando la bombacha!

Me reí nerviosa y él gimoteó algo difícil de entender, pero que sonó a : ¡uuuuy mamita, mmmmm!

¡es que es injusta la vida! Ella ahora está garchando y yo solita, sin novio, con 23 años, en un taxi y re calentita!, seguí diciendo, ya sin poder razonar un carajo.

El tipo frenó de golpe en un cajero, me pidió que lo espere, que me pase al asiento del acompañante y me preguntó si quería comer algo. Yo ni lo pensé.

¡y, yo me comería tu pija!, le susurré, y cerró la puerta con prisa, billetera en mano.

No tardó nada en regresar. Puso en marcha el auto, apuró una latita de energizante y me dijo medio entre dientes:

¡sacate la tanguita nena!

Subió todas las ventanillas, encendió el aire acondicionado y entramos a la ruta.

Yo no me saqué la bombacha, pero la dejé en mis rodillas, y en un momento sublime le manoteé la pija por encima del jean. La tenía durísima, y encima se le seguía parando como para agujerearle el pantalón.

Cuando una de sus manos, la que no estaba ocupada con el volante me tocó las tetas de un zarpazo, yo le bajé el el cierre del jean, saqué de a poquito su pene gordito y encerrado en esas venas palpitantes de la soberanía de su bóxer negro para apretarlo, menearlo, mirarlo embobada, atrapar su cabecita en la palma de mi mano y darle como pequeñas frotaditas, sacudirlo y escucharlo pedirme más.

Cuando decidí escupirme la mano para abarcarle todo el cuero de la pija en una pajita ruidosa, luego de hacerlo durante un buen rato me advirtió:

¡mirá que si la seguís te voy a enlechar toda la mano flaquita!

A nuestro alrededor el paisaje era un desfile de autos que iban y venían enloquecidos.

De repente me dejé llevar por una voz interior que me aconsejaba desde algún lado de mi ser, y me agaché con la intención de chupársela. Pero no llegué porque, el puerquito se estremeció con agilidad, al borde de perder los estribos en su tarea de conductor, ya que el auto se sacudió hacia los costados, y derramó un montón de semen caliente en mi mano. Me pidió que me chupe los dedos mientras él se limpiaba la camisa salpicada con unas servilletas de papel, y cuando creí que se la poníamos a un Fíat medio destartalado, se tiró a la banquina.

Ahí lo dejé que me saque la tanga, que la huela con unos ojos tan pervertidos como algún que otro dispuesto a curiosear lo que pasaba en nuestro auto, que me tome por sorpresa al colarme dos dedos en la conchita y lamerlos con gusto, y que me pida que no deje de pajearlo.

Entonces, su estado emocional en forma de verga en la palma de mi mano cobró vida, y mi boca volvió a sus andanzas. Pero esta vez para comerle hasta las bolas. Le encantaba que hiciera globitos con mi chicle y que lo reviente en la puntita de su pija, que se la escupa y me meta dedos en la vagina para ponerlos en su boca.

¡quiero que me la metas toda papi, que me la hagas sentir adentro, que me cojas y me des masita por todos lados, entrame guacho, haceme tu puta!, le decía mientras se la mamaba entusiasmada, pajerísima, llena de saliva y de su juguito.

Era deliciosa esa pija!

Alejandro arrancó el auto y volvió a la ruta. Manejó a toda velocidad, ya con el radio apagado para no recibir llamados de la operadora y con un pucho en los labios, aunque con mi boca siempre fiel a succionarle ese pedazo de carne argentina, y me dijo medio al pasar:

¡ahora te llevo con los muchachos, y te va a encantar turrita! Seguí chupando peterita chancha!

No sabía a lo que se refería, pero tenía la certeza de que regresábamos a la ciudad. Sacó su celu del bolsillo y llamó a un tal Mario, justo cuando mi garganta se abría más para recibir su glande al borde de eyacular.

¡che Mario, preparate, que tengo una guacha que es oro en polvo!, le dijo a ese Mario riéndose conmocionado. Y en menos de lo que pude presagiar entramos a un garaje a cielo abierto lleno de autos.

Ale se arregló la ropa, me comió la boca y me abrió la puerta para que me baje del coche.

¡vos seguime chiquita, que te vamos a hacer feliz!, decía mientras mis pasos se le adelantaban por la ansiedad.

Entramos a un cuartito donde sonaba una cumbia espantosa. Había un olor a cigarrillo que me hizo toser de una.

Una mujer estaba sentada en un escritorio hablando por teléfono, pero cuando entré cortó y se puso de pie. Además de ella había dos tacheros más, los que se me presentaron entre silbidos, piropos fáciles y caritas de viejos verdes. Uno se llamaba Daniel, y el otro era el tal Mario.

La chica me dio un beso en la mejilla y, les juro que no me jodió que me haya palpado las gomas diciendo:

¡todo esto es tuyo pendeja?, son hermosas!

Mario cerró la puerta con llave y Alejandro quiso que me suba la mini un poquito más. Los cuatro deliraron al verme sin bombacha, y más cuando Ale les mostró que él se había adueñado de ella.

¡che, pero qué hace esta princesa solita, sin calzones y con esas gomas?!, decía Mario mientras me sentaba en la mesa llena de papeles para sobarme las piernas. Andrea me hacía tocar sus tetas ya desnudas, diciendo:

¡tocalas mami, dale que no muerden, no son como las tuyas, pero los pezones se me re paran cuando veo a una pendeja tan puta como vos, y sin bombachita!

La vi juntarse la baba que se le caía de los labios, mientras ahora mi boca se animaba a saborear sus pezones, y mis manos le apretaban las pijas a Mario y a Daniel, a la vez que Ale me chupaba los pies separándome bien las piernas.

¡así que te chupó la pija la nena, y se la tragó loco?!, averiguaba Daniel.

Andrea se agachó para besarme la panza y me sacó la remera para alejar a los vagos por un ratito. En ese intervalo frotó sus tetas contra las mías y me las chupó como nadie me las había amamantado antes.

¡mojate linda, estás riquísima pendeja, tenés un olor a que querés que te la pongan que me derrite! Hace mucho que no cogés preciosa?!, decía ella explorando mi ombligo con su lengua, amasando mis tetas babeadas por su arte y abriendo mis labios vaginales para que mi clítoris se refresque gracias a un ventilador que removía el aire a duras penas.

Después dio unos saltitos con sus pechos sobre mi vulva, me besó las piernas y me pegó una flor de tranzada diciendo:

¡ahora mis amiguitos te van a dejar bien cogidita nena, así que levantate y arrodíllate!

Recibí su orden como un reto, y quise demostrarle que estaba capacitada para cumplirlo.

En menos de lo que supuse ya estaba con la cola en el piso, pajeando a Mario y con la pija de Daniel en la boca.

Desde que empecé a chupar no paré hasta que los dos se sacearon conmigo. Hasta me las metí juntitas en la boca, y aunque pataleaba de asfixia, eructaba como una cerda, se las mordía y les rasguñaba los glúteos, ni ellos sabían detenerme ni yo lo buscaba.

Me las refregaban por las tetas, se las escupía cada vez que mi boca quedaba vacía por un rato, se las agarraba para pegarme hasta en la nariz y para llenarme de presemen el pelo, se las mamaba con alguno de sus dedos en mi boca como intrusos de lujo, les besuqueaba los huevos y deliraba con la concha rebalsada de jugos al escucharlos gemir, sentir en mi tacto los espasmos de sus pijas tan duras, sobervias y venosas como necesitadas de afecto.

Andrea estaba sentada en la mesa con bombacha y pantalón colgando de sus tobillos, con sus dedos adentro de su concha peludita y de labios evidentemente guresos, y Alejandro se pajeaba chupándole las tetas.

Hasta que vio a Mario descargar un potente chaparrón de leche en toda mi cara, y seguro se tentó con las mieles de mi sed desenfrenada.

Se sentó en una silla que parecía arañada por varios gatos y, Daniel me levantó como con toda la experiencia del mundo para llevarme al confortable regazo de mi secuestrador.

¡ahora la vas a sentir toda putita, así le contás a tu amiguita que te re culearon!, decía Ale mientras su pija se deslizaba en un solo movimiento adentro de mi concha y me daba bomba con todo, re sacado y sacudiéndome a voluntad.

La silla tenía todo el aspecto de romperse en cualquier momento, pero él no renunciaba a penetrarme violento, sin pausa, conmovido por cómo se le inundaba la verga con mi sabia y urgido por que no deje de pajear a Daniel, que entretanto me devoraba las gomas, me obligaba a chuparle los dedos y me sonaba unos mocos invisibles entre alguna cachetadita cuando gemía sin controlar mi potencia.

Pero de golpe y porrazo, sin preguntarme ni advertirme, Alejandro levanta mi cuerpo con la ayuda de su compañero, frota su poronga en la raya de mi culo lleno de sismos y revoluciones, me muerde las orejas mientras se pajea contra mis nalgas, y cuando mi alma andaba extraviada en algún paraíso sexual, siento un empujón brusco, ardoroso y colmado de un dolor insoportable.

El muy turro me enterró la pija en el orto, invitándome solo a dar un grito que hizo temblar el sucio vidrio del ventanal, con el que Andrea se levantó de inmediato y se puso como indiesita entre mis piernas para apropiarse de todos los jugos que hervían en mi vagina. Esa lengua fue un alivio necesario, curativo y preciado para poder sostener las dolorosas envestidas que Alejandro le propinaba a mi culo estrenado no hace mucho, aunque el placer comenzaba a sobreponerse a mi sufrimiento, gracias a la lengua de esa chanchita y a los latidos de la pija de Daniel en mi mano incansable.

¡dale pibita, cómo te rompe el culo mi amigo, movete más chiquita, que esto te pasa por andar sin bombachita en el taxi, sos muy putita vos mamasa!, decía Andrea en medio de sus últimos lametazos, antes de ponerse de pie para que Dani tome su lugar con su pija elegante y durísima, la que me ensartó en la conchita sosteniéndome de las piernas y sin averiguar si yo estaba de acuerdo, aunque no hiciera falta.

Andrea ahora me comía las tetas, me pedía que gima y que saque la lengua, a la vez que mi cuerpo sentía cómo esas dos pijas se tocaban al penetrarme con un poco más de lentitud y cariño, para hacerme gozar mejor. Cuando la sacaba me la estiraba como a un chicle con sus labios, le daba unas mordiditas y me decía todo el tiempo:

¡cogé chiquita, ponete bien puta, bien perra te quiero!

Ellos jadeaban perforando mis canales, sudaban a mares y me moreteaban la piel con sus azotes, pellizcos y caricias tan rudas como los pijazos de Dani que, por momentos perdía estabilidad.

Sentí de pronto un escosor en el culo cuando Alejandro arremetió de golpe con un estiletazo brusco, porque su semen comenzó a fluir como la lava de un volcán por mis intestinos, y no podía dejar de regalarme sus últimas cogiditas, hasta que su pija se hizo chiquita y solita abandonó mi agujerito, ahora cicatrizando gracias a su generosidad.

Sin embargo, tuvo que sostenerme hasta que Dani se sacuda algo confuso y me dé toda su lechita en lo más profundo de mi vagina tan alzada como la vocecita de Andrea repitiendo:

¡uuuy putita, qué lecherita que sos, cómo te cabe la pija nena!

Apenas me puse de pie Andrea me hizo unos mimitos mientras se excitaba viendo cómo me caía leche de la cola y de la conchita. En ese momento crucial sonó su celular vibrando en la mesa. Era el dueño del lugar, que al parecer le gritoneaba a la mina por tener los teléfonos desconectados.

Enseguida Mario, que solo miraba y filmaba, activó las líneas, abrió la puerta, encendió los handys y se las tomó. Daniel ordenó un poco la mesa a las puteadas, y Andrea me ayudó a vestirme a los apurones diciéndome:

¡ahora te mandás a mudar pendeja, y de esto ni una palabra a nadie… y ojo con andar calentita en el taxi!

Más tarde dijo:

¡Ale, llevala y dejala en la casa, así se baña la muy cochina, que tiene un olor a leche que mata!

Y así fue nomás. Ale me llevó sin mirarme siquiera.

Aunque al menos tuvo la cortesía de devolverme la tanga!     fin

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