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Papi, mi hermano me molesta!

en Amor filial

Papi, mi hermano me molesta!

Así empezó la historia. Una noche igual a cualquiera, después de la cena, y unos minutos después de que mi esposa saliera a cumplir con su jornada laboral, ya que es enfermera y cada tanto tenía que hacer el turno noche en un hospital, mi hija Gabriela vino a mi cuarto, en calzones y ojotas, con sus 15 años desbordados de un desarrollo impactante, especialmente en sus pechos, y me dice, justo cuando ya me había recostado.

¡papi, Fernando me está molestando… me quiero cambiar y no se va de la ventana… se queda ahí parado como un tonto… además, me robó una bombacha!

Me pareció raro. En sus ojos había un brillo distinto.

Fernando tiene 17, y nunca estuvo en mi mente la idea de que mi hijo pudiera fantasear con su hermana. Le dije que cierre la ventana con las cortinas, y que así no había forma de que él la ande mironeando.

Ella se fue algo contrariada. Mis ojos no evitaron ensoñar en ese culo precioso, bien parado que se iba perdiendo en la penumbra. Sentí que la pija se me despertaba, pero mi ser racional, el padre y marido, el hombre de negocios no podía permitirse semejante atrocidad.

No podía dormirme. Di unas cuantas vueltas antes de decidir levantarme y merodear un poco la casa.

No lo podía creer cuando, me acerco a la puerta entreabierta del dormitorio de Fernando. Gabriela estaba apoyadita en el marco, viendo cómo mi hijo tenía relaciones sexuales con su novia! Claro que más bien escuchaba, porque la luz estaba apagada.

La tomé de un brazo y la llevé hasta el living sin hacer ruido, y ella no se resistía.

¡qué hacías Gabi? Tu hermano está cogiendo con su novia… qué te pasa?!, le pregunté incómodo. No supo responderme. Seguía en calzones, solo que ahora estaba descalza, y el olor de su piel te invitaba a besarla entera, completa y sin limitaciones. Juro que se me tornó una tortura tenerla tan cerquita.

Al otro día no hablamos del tema. Pero, el sábado siguiente, a eso de las 2 de la madrugada, Gabriela vuelve a entrometerse en mi habitación.

¡papi, Fer y la novia no me dejan dormir… están teniendo sexo hace rato… y la pibita grita mucho… porfi, deciles algo!

¡hija, cerrá la puerta de tu pieza, poné música… no sé, fijate, pero cómo me voy a meter a decirles algo?!, le dije, sin meditar si era correcto su pedido, o apropiada mi respuesta.

De nuevo mi intranquilidad me venció. Salí de la cama, caminé hasta la pieza de Fernando, pero la puerta estaba cerrada. Esta vez mi hijo y su chica tenían relaciones en el sillón más confortable del living, y agachadita debajo de la mesa estaba la silueta de Gabi, colorada hasta el apellido y en bombacha.

Les pedí disculpas a los chicos por mi interrupción, y seguido de eso, mientras caminaba a mi cuarto llamé a Gabriela para que toda la casa lo oyera.

Naturalmente, ella no acudió a mi llamado.

El sábado siguiente fue distinto. De repente, me levanto a tomar un trago fuerte, ya que el stress del trabajo no me dejaba relajarme. Cuando estoy en la cocina escucho claramente la voz de Fernando que insiste:

¡abrí un poquito más las piernas nena, y correte la bombacha… así, esooo, me encanta!

No tenía muy en claro de dónde venía la voz, pero no se oía entre los muros de la casa.

Recordé el ventanal del dormitorio de Gabriela que da al patio, y fui hacia allí.

Fernando ni se inmutó. Permanecía pegado al marco metálico, con la pija en la mano, siendo espectador de su hermana en una paja tierna, sutil y perversa. Gabriela tenía una bombachita con pompones en la cola, y solo eso. Además, se chupaba los dedos, se apretaba las tetas y se escupía las palmas de las manos para acariciarse.

Cuando me vio, se ocultó de inmediato bajo las sábanas. Recién entonces Fernando se dio cuenta que me tenía a unos centímetros, a su izquierda.

¡así que tu hermanito te molesta Gabriela?! Quiero que en 10 minutos los dos vayan así como están a mi cuarto… vamos a tener una charla muy seria!, les grité con autoridad.

Así fue nomás. No sabía si reprenderlos, castigarlos, darles una paliza, prohibirles gastos o aplicarles la guerra del silencio. Pero sí sabía que mi mujer no debía enterarse de este asunto.

                        Una vez que los dos estuvieron sentados uno al lado del otro en mi cama, y que yo me senté en la silla del escritorio les dije:

¡bueno chicos, quién me va a explicar algo acá? Díganse todo lo que quieran, porque, yo, bueno, digo, a mí me parece que se tienen ganas! Pero también sé que son hermanos, y que vos Gabi, te hiciste la tonta, pero… cómo es? Vos lo buscaste? O vos nene empezaste con esto? Quiero escucharlos!

¡nooo, ni ahí viejo, te lo juro!, dijo Fernando, esforzándose por no mirarle las tetas a Gabi. Cosa que yo no conseguía.

Ella puso cara de decepción.

Entonces empezaron a decirse cosas, a interponer excusas y a sacarse las caretas.

¡ella me provoca viejo… es re mirona, me persigue, me, me saca la lengua mostrándome que no tiene corpiño, o me muestra la bombacha!

¡haaaaam, qué mentiroso! Vos sos el que me persigue para pellizcarme el culo!

¡pero vos me tocás la pija por debajo de la mesa! Sos re zarpada nena!

¡vos estás caliente conmigo, admitilo! Por qué me robás las bombachas entonces?!

¡porque vos las dejás tiradas en el baño… sos una sucia Gabriela, reconocelo!

¡y vos reconocé que estás re alzado conmigo, y que te encanta mirarme cuando me toco la concha!

¡y a vos te gusta espiarme cuando estoy cogiendo con mi novia… no me vas a decir que te pone celosa?!

Los callé golpeando un vaso vacío en el escritorio. No podía seguir procesando tantas confesiones. Reales o no, fundamentadas en celos o en calentura, habían logrado llevarme a una locura que no sabía si era capaz de controlar.

Entonces, no sé por qué, ni si algún espectro maligno, profano o diabólico me lo dictaba desde algún sitio invisible, pero se los pedí.

¡Gabriela y Fernando, los dos, abrácense, y vos Gabi apoyale bien las tetas en el pecho a tu hermano!

Por unos segundos permanecieron pegados al colchón. Pero ella pronto se levantó para fundirse en la piel de Fernando, y en cuanto sus pezones se clavaron en su pecho, ella gimió, y él suspiró murmurando un cálido ¡qué estamos haciendo!

¿alguna vez tuviste ganas de comerle la boca a Gabriela vos?!, le dije a Fernando adivinando sus intenciones.

Ella le ganó a mi consigna, y pronto sus lenguas recorrían sus labios, se adentraban en sus bocas y se saboreaban entre pequeños gemidos disfónicos. Sus respiraciones comenzaban a evidenciarlos.

¡correte un poquito Gabi, así le miro la pija a tu hermano, digo, porque, a lo mejor ya se le paró!, dije con un poco de vergüenza.

Era obvio. La tenía a punto de reventarle el calzoncillo.

¡sacale el calzón nena, y agáchate, que quiero ver cómo lo pajeás<!, le pedí.

Ella se agachó, y aunque tuvo que forcejear un poco con Fernando, logró desposeerlo de su calzoncillo, el que olió, lamió y escupió mientras le decía:

¡me encantaría que tu novia me vea haciendo esto, y que me pida que le escupa la bombacha!

Mi nena estaba muy caliente. Se le notaba en los ojos, en la piel y en el nerviosismo de sus acciones, tanto como en lo grosera de sus palabras. Entonces, empezó a pajearlo, a pegarse con esa poronga en la boca entreabierta y a babear el piso. Le prohibí que se la chupe. Solo quería que lo pajee, y que se muera de ganas de petearlo.

Cuando interpreté que estuvo a punto de desobedecerme, la alcé en brazos y la puse de pie sobre la cama. Le di unas nalgadas mientras le gritaba que era una putita, y le pedí que frote su pubis en la cara de Fernando, sin sacarle la bombachita, que a esa altura goteaba sin esfuerzos.

Fernando apagaba sus jadeos contra los labios vaginales ocultos bajo la tela de su hermana, se pajeaba y le decía:

¡a vos sí te la chupo toda pendeja, sos re putita, y te encanta pajearte, te morís por sentirla toda adentro!

En un impulso, le pedí a Gabriela que se ponga en 4 patas sobre el suelo, que gatee y mueva la cola. Los ponpones de su bombachita se sacudían más rápido que la pija de Fernando entre sus manos, y mi bulto tiritaba multiplicando presemen, hormonas y lujuria.

Le pedí que se saque la bombacha y, que mientras seguía gateando, que se meta dos dedos en la vagina. Eso la hizo gemir bien agudito, y como reacción involuntaria, Fernando se puso de pie a escasos centímetros de su boca. Pero nuevamente no dejé que ella se la mame.

¡levantate pendeja, y vos chupale las tetas, escupíselas, mordele los pezones, vamos!, les pedí, mientras me desprendía el botón de mi pantalón, para que ya no me doliera tanto el grosor de mi pija hinchada.

Fernando le devoró las tetas a su hermana, mientrasa ella se nalgueaba la cola con fuerza, soportando que la cabecita de la chota le golpee las piernas, y él a manos rotas, porque no podía tocarla.

Me encantaba que se deseen, que quieran cogerse y que mis perversos designios se los prohíban.

Cuando vi que Gabi se tocaba, y como resultado de eso algunas gotitas de flujo cayeron al piso, le exigí punzando mi glande para no acabarme encima:

¡agachate y lamé el piso, que hay flujito tuyo perrita!

La cochina lo hizo sin replicarme nada, y en ese instante, ya no supe intervenir. Fernando la aprovechó sobre sus rodillas, con la lengua lamiendo el piso y con el culito para arriba. Le separó las nalgas para pajearse un ratito entre ellas, y pronto se sentó en el suelo para chazquealre los dedos y decirle:

¡vení acá perrita, dale, vení, acá tenés mi pija, dale que querés lechita mami, chupala, dale peterita sucia!

Gabriela se le prendió para que Fernando goce tan entusiasmado como un niño con un juguete nuevo. Era bien ruidosa y glotona para mamar mi nena! Se la tragaba casi toda, saltaba y se ahogaba con naturalidad, se babeaba sin otra pretención que la de regalarle a su hermano una felicidad inolvidable, se la escupía y le daba pequeños sorbitos a sus bolas. Era un espectáculo escucharla cambiar el aire cada vez que se la sacaba de la boca.

Pero en breve Fernando la volteó boca arriba y le abrió las piernas para comerle la conchita. Ahí sí que Gabi gemía sin guardarse nada. La lengua de mi hijo navegaba en esos jugos que, de haberlos podido probar me aseguraría la mejor de las muertes. Le chupaba el clítoris, el que tardó en encontrar, le metía los dedos de a uno, se los hacía degustar y fregaba todo su rostro en su vulva tan electrizante como los arañazos que Gabi le hacía en la espalda y los hombros para que no se detenga.

Yo me atreví a oler la bombacha de mi hija, y tuve que encomendarme a todos los infiernos para no eyacular como un estúpido.

En eso, veo que Fernando está a punto de clavársela en la concha, ya subido a su cuerpo. Gabi se había puesto un almohadón debajo de la cola, y Fer ya le mamaba los senos jadeando como un gélido vagabundo. Apenas oí que se la metió empecé a pedirles que se cojan fuerte, que él le arranque los pelos, que ella le muerda las orejas, que se escupan la cara, que se besen, que él le pellizque los pezones y que ella no pare de gemir, que le pida la leche y que ambos laman los dedos del otro.

Pero de repente Fernando comienza a darle con todo, a ponerse cada vez más tenso, a contraer sus caderas para pegarse más a la vulva de su hermana, a jadear acelerado, y a gritarle todo el tiempo: ¿querés lechita bebé? La querés toda? Estás alzadita mi amor?

Ella respondía que sí, rítmica, agitada, llena de baba, transpirando y colmándose de brillitos, con los pezones duros como piedra y la voz entrecortada. De repente, un último sacudón los condujo a un grito casi al unísono, sordo pero imponente, cálido, genuino y volcánico. Yo me imaginaba lo estrecho y apretadito que tendría la conchita mi hija, y cómo le estaría apretando el pito a Fernando, cómo poco a poco se llenaba de semen, del semen de su propio hermano, y todo eso no me cabía en la cabeza. Le pegué una última olida furiosa a la bombachita de Gabi, y no me limité en absoluto. Me acabé encima como un pajero adolescente, acomplejado, incapaz de mirarlos a los ojos, temeroso y avergonzado.

Gabriela todavía no controlaba sus espasmos mientras se metía los dedos en la vagina y los saboreaba.

¡te dije que la quería en la boca taradito!, se quejaba cuando su hermano buscaba su calzoncillo, quizás pensando en ir a darse una ducha.

Apenas Gabi se levantó del suelo, Fernando le dio un chupón en cada teta, se puso el calzoncillo y me miró tembloroso, sin saber qué palabras decirme.

¡andá hijo, báñate y descansá… eso sí, ustedes pueden hacer lo que quieran, siempre y cuando su madre no se entere! Estamos?!, le dije antes de que se vaya, para aclararle el panorama. Era increíble, pero el guacho conservaba la pija erecta, con forma, aunque seguro que no con la misma dureza.

¿Gabi, la próxima vez que tu hermanito te moleste, venís y me lo decís… igual, hoy vas a dormir con papi! Te parece?!, me animé a decirle mientras le devolvía su bombacha con pompones y le daba nalgaditas en la cola.       fin

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