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Viuda, viciosa y tragona

en Confesiones

Al principio todo era un misterio. Noche por medio entraba a una línea de encuentro donde la gente busca amistad, compañía, amor, sexo telefónico, o simplemente molestar a cualquiera. Necesitaba hacer más pasables mis noches de insomnio y soledad, a pesar de mis 26 años. Venía de varias decepciones con las minas, y no quería saber nada con romances. Hablé por meses con muchas pibitas, veteranas, divorciadas, y hasta con un par de travestis, y no me da vergüenza contarlo. En esos momentos todo vale. Pero de repente, el cálido susurro de la voz de María tiró por bajo toda mi ideología. Enseguida hablamos en privado, ya lejos de mensajes breves con preguntas y respuestas, aunque jamás dejaba de enviarme algunos mensajes calientes a mi casilla. Ahí me contó que tenía 34, que enviudó hacía 6 meses y que tenía 4 hijos de entre 4 y 12 años. No coincidíamos en casi nada. Ella es una cumbiera hincha del millo, amante del vodka con lo que sea, es fanática de los programas de chimentos y no le gusta el asado. Yo soy rockero, pincha de nacimiento, birrero a morir, miro pelis de acción en la tele y no puedo arrancar la semana sin un buen asadito con amigos.

Pero sí nos parecíamos en la necesidad de coger que ambos nos profesamos desde el primer momento. Apenas llegaba del laburo discaba el número local, con los nervios de punta, esperando encontrar sus mensajes, en los que se tocaba la concha con pasión, gemía, me ponía en situación al contarme que estaba en su cama desnuda, o en el sillón entangada rozándose las gomas, o tendiendo ropa sin bombacha para que los vecinos le miren el culo bajo su mini blanca. Yo se los respondía al toque, casi siempre pajeándome en el baño o en mi pieza. Nunca se sabe cuánto de todo aquello es auténtico o real, pero a mí me bastaba con creerle.

Una vez me pidió que le deje un mensaje meando, y esa misma tarde tuvimos sexo telefónico por primera vez. ¡fue impresionante! Si bien lo había hecho con dos veces con guachitas que, apenas me escuchaban acabar me cortaban, maría dominaba el clima a la perfección. De hecho me sacó tres polvetes, y solo con sus palabritas sucias, su voz sensual y sus gemidos con clase.

¡algo me decía que esa mujer en la cama debía ser una zorra indomable!

Luego de eso quedamos para pajearnos en la madrugada y desearnos como nunca entre charlas obscenas y sonidos corporales. ¡Acabábamos como conejos, y cada detonación parecía acercarnos más! Yo imaginaba su calor, su aroma, el culo ostentoso que decía tener y su boca rodando por mi cuerpo.

Transcurrieron dos insoportables meses, hasta que acordamos en que lo mejor que nos podía pasar era conocernos y sacarnos la calentura en algún telo. Supongo que ni nos importaba si nos gustábamos o no. Pero nuestra química sexual era innegable. La vez que me confió que escuchó por accidente que su hijo se pajeaba en su cuarto, justo mientras ella se tocaba con mi respiración en el tubo, ¡me quise matar por no estar allí, y peor cuando agregó que le dieron ganas de entrar y mamársela!

Entonces, organizamos para reunirnos el viernes de esa semana. La pasé a buscar por la casa de una tía para invitarla a comer una pizza en la terraza de un restobar increíble cerca de la playa. Ella lucía un vestidito rojo ajustado, un perfume magnífico y, no traía corpiño. Apenas entró al auto le di fuego a su cigarrillo y fuimos al resto, casi sin hablar pero cruzando miradas fulminantes. Ella sonreía poco, y por su cara se notaba que tuvo una vida difícil. Decididamente su culo era aún más delicioso en vivo y en directo. Cuando le vi la tanguita blanca se me paró como pocas veces antes. En mi cabeza desfilaban todas las poses en las que fuera posible poseer ese culo de diosa, y se me paraba todavía más.

Mientras nos traían la comida, tuvimos una charla natural en la que coincidimos en nuestro apego a pinamar, donde ambos vivimos desde niños. También de nuestra preferencia por las pastas, la literatura y los deportes de playa. Después nos dedicamos a comer sin otro lema que ese, porque esas pizzas son gloriosas. No pedimos postre, aunque en su reemplazo, cuando le convidé cerveza de mis labios lo aceptó sonriente, y tocó mi lengua con la suya. Incluso me la succionó con erótico arte. También me aceptó tomar una copa de ron en un bar, y luego un frizze. Ahí me dijo que le gustaba mi cuerpo, y que no me salía ni en pedo disimular cada vez que le miraba las tetas.

Enseguida volvimos al auto donde le pregunté si gustaba ir a mi casa, ya que vivo solo. Dijo que sí, puso la radio y antes de lo que supuse me comió la boca. Creo que al palpar mi bulto medio sin querer se apartó de mí, y entonces me dediqué a manejar sin perder de vista esos pomelitos que se bamboleaban libres y audaces.

Pero de pronto su mano bajó de un solo arrebato el cierre de mi pantalón, sacó mi verga de entre mi bóxer, me la apretó y se acomodó paciente para lamerme la cabecita, el tronco y hasta la panza mientras yo intentaba no chocar, y la luna afuera era una moneda plateada.

Me desprendió la camisa a cuadros, se dio unos golpecitos con mi pija en la boca entreabierta, y poco a poco se la fue introduciendo en ella diciendo repetidas veces: ¡quiero tu leche calentita ahora!, moviendo su cabellera como una lamparita al subir y bajar de mi verga durísima, intentando lamer mis bolas y haciendo resonar su garganta al conducirla hasta allí. Yo me veía debajo de cualquier camión, o contra un poste, o reventado junto al frente de alguna casa con la humedad de su boquita y el clamor de sus dientes en el cuero de mi pene. Hasta que acabé al tiempo que trataba de estacionar a la vuelta de mi hogar. ¡me atraía demasiado tanta inconsciencia contenida!

La rubia bonita de ojos azules, de preciosas caderas y culo majestuoso juntaba las gotas de semen de la tela de mi bóxer y de los vellos de mi pubis, entretanto yo le sugería entrar a casa. Pero cuando volvió a ganarse la erección de mi pene sólo tuve el tupé de reclinar el asiento del auto para darle libertad a su boca como una aspiradora. Dijo que nada la calentaba tanto como mamar una buena pija, y la condenó al sosiego de su saliva espesa, al movimiento de su paladar y lengua ancha, al vigor de sus mordidas suaves pero contundentes y a las refregadas de su rostro por toda mi virilidad. No paraba de decir que le gustaba tanto el sabor de mi leche como el olor de mi piel.

Después me comió la boca mientras me pajeaba, liberó sus tetas para que mis labios se las baboseen de puros chupones y escupiditas, las que me pedía a modo de caprichito, y pronto me las restregó contra la verga, donde las friccionó con tanta fiebre que logró sacarme otro lechazo, aunque esta vez más agitado, abundante y empalagoso que el anterior. ¡hasta yo me sorprendí de la cantidad, de mis jadeos al sentirme en las nubes con esa hembra desatada en mi Ford y expectante por saber lo que se avecinaba!

Se secó un poco la leche con el vestido, se arregló más o menos el peinado, le dio un toque de rouge a sus labios y quiso que demos unas vueltitas. Yo reacomodé el asiento, arranqué sin rumbo fijo, y como a las diez cuadras la veo que empieza a quitarse la tanga por abajo del vestido, que luego la huele, la sostiene con sus dientes de uno de los elásticos y que abre las piernas para masajearse la vulva. Otra vez manejar era una epopeya para mis sentidos, porque, además me pidió casi zapateando de lujuria que viaje con el pito afuera del pantalón.

Me ordenó que me detenga frente a una casa de comidas rápidas y que me pajee a la vez que me ofrecía el olor de su tanguita húmeda y me juraba que le vuela la cabeza ver como se masturban los tipos. Hasta me confesó que cierto día se toqueteó a escondidas viendo a su hijo pajearse entre fotitos y videos en la compu.

Luego se metió un chicle de menta en la boca, me dio unos tetasos en la cara y enseguida se agachó para chupármela otra vez. ¡me cortaba el aliento cuando hacía globitos contra mi poronga, cuando la envolvía en la golosina y me la mordisqueaba, y más aún, cuando enroscó su tanga en la base de mi carne, porque la presionaba fuertemente sin omitir la succión fatal de sus labios jugosos en mi glande!

Pronto comenzó a pedirme la leche como en una especie de llantito de nena malcriada, lamiendo mis huevos, pegándose en la boca semi abierta con mi pija en plenitud y gozando con los apretujes de mis manos a sus mamas. Acabé mientras me pajeaba crudamente y con seguridad contra su rostro, justo cuando me decía que varias veces cogió con sus amantes de turno estando sus hijos en casa. La motiva el riesgo de hacerlo cuando sabe que hay gente, pero más si andan sus hijos merodeando. Después, mientras sorbía los últimos resabios de mi explosión seminal dijo alocada

¡te gusta cómo te la chupo bebito?, ¡daría cualquier cosa porque mi hija paula te mire la poronga y se baje la bombachita!

Por supuesto, que todo eso quedaría en su más perversa fantasía.

Cuando las pulsaciones volvieron a cero, arranqué el auto y, tras pasar por un kiosko para galardonarla con un chocolate y comprar forros me invitó a que vayamos a su casa. En principio me negué rotundamente. Tanto que hasta discutimos. Por un momento pensé que se rayaba y saldría corriendo. Pero luego de unas vueltas por la ciudad, su mano volvió a pajearme con maestría, y mi dedo índice pugnaba por refugiarse en su conchita depilada y ardiente. Ella facilitó las cosas al abrirse de piernas, y entonces supe robarle varios gemiditos chazqueando mis dedos en sus jugos incesantes, los que le hacía probar aunque me los mordiera gravemente.

Ella actuaba para mí con su mejor carita de petera casi tragándose mis dedos. Apenas me dio la dirección fuimos a su casa, ella con las tetas desnudas, descalza y con el vestido lleno de gotas de nuestras sabias. Yo embobado y cada vez más morboso cuando me relataba que sus nenes estaban dormidos, y que nada deseaba más que la escuchen coger conmigo.

En el camino me contó que todos los penes de su colegio privado pasaron por su boca, que se la chupó al novio de su amiga, que le sacó mucha lechita a su profesor en el gimnasio y al director técnico de fútbol de su hijo. Jamás mencionó ni por error a su difunto marido. Sólo durante la cena cuando le pregunté por su anillo.

Cuando llegamos ella se bajó con prisa, se sentó en un canterito y me pidió que le huela la conchita. En cuanto lo hice presionó con excesiva fuerza mi cabeza contra su mitad fértil para regarme la barba con un orgasmo tierno, perverso y cargado de peligro porque, cualquiera que pasara y no entendiera la situación podía denunciarnos por espectáculos sexuales en la vía pública. Menos mal que la casa de comidass que había al frente estaba cerrada!

Entramos a su hogar y nos adentramos directamente en su habitación. Ahí me la mamó un rato desvistiéndome, me dio una copa de vino de la que bebimos los dos y, después sirvió otra para verterla toda en el hueco de sus gomas, invitándome a devorárselas para embriagar aún más a los leones en celo de mi necesidad. ¡cómo nos manoseamos en esa penumbra!

De repente me tomó de la mano y medio a los tirones me condujo al dormitorio de sus niños. Había dos camas cuchetas. Los más grandes compartían una y los chiquitos la otra. Vi a la nena en bombachita por accidente, y ella la tapó mientras murmuraba cosas que no entendía con claridad.

No me dejó responder. De inmediato empezó a petearme diciendo:

¡dale nene, dame leche, y guardale un poquito a mi nena para cuando cumpla los 18… te voy a dejar la pija seca pendejo!

Esta vez me la mamaba con mayor desenfreno, y no pudo negarse a mi petición de irnos del cuarto de sus chicos cuando le dije que si no lo hacíamos me iba y jamás volvería a saber de mi existencia. Pero su lengua seguía impertinente, desbocada y mamadora como siempre, con cada vez mayores excesos de saliva y gemidos apretados, sin ruiditos pero con unos besos de lengua a mis bolas que me hacían transpirar.

Enseguida me hizo sentar en la sillita que estaba junto a la compu, ya en el living, me exigió que me pajee mientras me agarraba del pelo para que le coma esa conchita, que más empapada no podía estar, y de prepo se me sentó para cabalgarme feróz, decidida y totalmente irracional. Claro que sabía que en cualquier momento alguno de los críos podía despertar, y creo que recién entonces comencé a comprender el morbo de maría, quien no detuvo su movimiento de fiera embravecida. Cualquiera de esos chicos podía despertarse, por lo que ahora, su conchita era estimulada por mis dedos mientras mi pija se friccionaba empalmadísima contra su culo maravillosamente único.

Con todos los lechazos que maría me profanó, costaba que el polvo viniera fácilmente, mientras ella iba y venía de sus explosiones. ¡eso sí, cuando logré acabar fue el mejor desenlace de mi vida sexual!

Ocurrió justo cuando la mina fue a buscar una bombachita usada de Paula y me la impregnó en la nariz, con su concha imparable, encendida y llena de cataclismos contra mi pija al borde del precipicio seminal. Le acabé en la boca apenas volvió a succionarla, sin sacarme los ojos de encima para asesorarse de que no deje de oler el bendito calzón, cuando ya sabía que mi lechazo era lo único que quedaba para coronar semejante noche.

Después volvimos al cuarto solo para verificar que los niños estuviesen durmiendo, y nos pegamos una tremenda cogida en la cocina, arriba de la mesa.

De nuevo la calma y la presión de las obligaciones me devolvieron a la realidad. Tuve miedo de que maría sea una depravada, psicópata, o una retorcida con antecedentes, o simplemente una fabuladora. Supuse que realmente tenía marido, y que podría estar al caer. Eso me aterró. Nos despedimos con cierta frialdad, y hasta hoy no volví a verla. Incluso borré mi casilla de aquel chat telefónico.

Aún resuenan en mi mente lo último que mencionó antes de abrirme la puerta. ¡no me digas que no fantaseás con darle la mamadera a mi hijita! Y revive en mi memoria cada cosa que hizo luego de mi último polvo. Sobre todo cuando me secó la leche con la bombacha de paulita.

Todavía no me explico cómo se dio todo. Pero estoy seguro de que prefiero conservar mi humanidad, por más que nadie me haya chupado la pija como ella.       fin

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