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Rita y Eva: la nena y la pianista

en Lésbicos

Rita y Eva… (la nena y la pianista)

Desde que mi hermana Eva me relató lo que un cálido febrero vivió junto a Rita, no podía mirarla igual. Por extraño que parezca, nosotras siempre fuimos compinches, y no solo para la diversión. A pesar de que le llevo 5 años, nadie me escuchó con tanto interés como ella, sea por el tema que sea.

Hoy Eva tiene dieciséis años, y hace 26 meses que toma clases de piano con la profesora Dominguez, y sin interrupciones, a excepción de enero, que es cuando viajamos a las sierras con mamá y Andrés, su pareja desde que Eva cumplió su primer añito. Mi padre en aquel entonces viajó a España por asuntos laborales, y jamás regresó.

Andrés es un violinista de exelencia, y fue él quien nos recomendó a la profe. Por lo pronto, y dado que ambos tienen una bella comunicación musical admirable, para Eva nuestro papá siempre fue Andrés. ni mamá ni yo quisimos arrebatarle ni una gota de felicidad con las verdades amargas del pasado.

Pero ocurre que hace unas semanas, entré al cuarto donde Eva ensayaba el segundo movimiento de una sinfonía, y la noté nerviosa, más que otras veces. Lo que más me inquietó fue que estaba solo en bombacha y corpiño, y no quiso bajar a cenar. Ella es muy pudorosa. A pesar de que compartimos la habitación, siempre me echa cuando quiere cambiarse, y me reta cuando yo ando en paños menores cerca de ella. Más extraño aún fue que no quisiera comer el estofado de cordero que preparó mamá.

Le pregunté si tenía algún problema, y frunsió el seño. Le insistí, y entonces sus ojos estallaron en lágrimas, pero sin sollozo ni sonidos de respiraciones hipando tristezas en su voz. No había angustia en su mirada. Dijo que mañana la profesora Rita le tomaba lección y no había tenido tiempo de ejercitar nada. Agregó que si sentía hambre más tarde se haría un té con galletitas, y casi sin poder detener el brillo de sus cachetitos rosados dijo que nunca había sido tan feliz. Quise saber más, y bajé a comer un poco más tranquila cuando me juró que por la madrugada me lo contaría todo.

Mamá, que desconocía mi impaciencia, me hizo lavar platos y vasos, ordenar el comedor, guardar las cacerolas y preparar café para todos. Ni bien terminé con tamaño itinerario subí con prisa, abrí la puerta y esperé la coda de la sonata que Eva ensayaba algo más relajada. Me senté en la cama y mientras me descalzaba para ponerme el camisón, ella acomodaba partituras, lápices y cuadernos, cerraba el piano y abría el acolchado de su cama. Se tiró sobre la sábana, prendió el velador de su mesita de noche, y cuando corrí la cortina para que las luces de la calle no contaminen nuestro espacio, decidió hablar.

Empezó por el principio. Aquella tarde, a las 4 en punto, Rita abrió la pintoresca puerta de roble de su caserón antiguo, con jardín al frente y el sol luminoso entrometiéndose por las cortinas, para recibirla y caminar juntas hacia el salón donde se dictaban las clases.

En el escritorio había un adolescente con la cara compunjida que guardaba papeles en una carpeta, y parecía no estar de acuerdo con las correcciones de Rita a su versión de una mazurca.

Eva se sentó en el taburete cuando Rita acompañó al joven a la puerta.

A su regreso encendió unas velas, aprobó sonriente algunos compases de lo que Eva ejecutaba, bostezó y se le sentó al costado izquierdo para mirarle las manos. Suspiró enfatizando algunos errores, la retó por tener las uñas muy largas y le pidió mayor recaudo con unos trinos.

Sintió un calor en la cara que pareció provenir del fondo de su vergüenza cuando le dijo si después de clases tenía alguna cita con un chico, por lo hermoso que lucían sus pechos en esa musculosita. Sin darle tiempo a responder, Rita le tomó las manos para posicionarlas mejor, ya que no flexionaba las muñecas como el ejercicio lo ameritaba, y aquel calorsito se extendió a sus dedos.

Eva tuvo ganas de decirle algo, pero no sabía qué. Tocó un estudio, después una sonatina que conformó a la profe, y entonces tuvo dudas con un vals. Rita quiso corregirla cuanto pudo. Pero Eva tenía los dedos entumecidos, la boca seca, y sus ojos no podían concentrarse en la descolorida partitura.

Rita se sentó tras ella para enseñarle, y Eva tembló con el contacto de sus imponentes tetas en su espalda. Sintió su respiración en la núca, ya que tenía su pelo castaño color nuez recogido en una cola. Su perfume delicado le abría todos los chacras de su inocencia, y su voz repitiendo: ¡estás muy tensa chiquitita, tranqui amor, te va a salir!, la perturbaba.

Rita siempre fue muy seria, exigente y poco permisiva a errores tontos. Sin embargo, esa tarde sus ojos verde quarzo sonreían mucho más, su aura irradiaba sensualidad, y parecía querer complacer a Eva.

Rita tenía aquella tarde una pollera tiro largo con encajes como el escote de su musculosa amarilla, unos zapatos negros con gemas verdes y su habitual anillo de plata. Rita era una mujer cuyos 36 años eran sinónimos de la belleza, lo escultural y lo impecable.

De repente Rita suspiró y se levantó sin mediar palabras. A los 5 minutos estuvo a su lado con una taza de té, la que le ofreció a Eva. Ella lo bebió intentando calmarse. Cuando supuso que había tenido éxito volvieron al vals. Solo que ahora Rita se sentaba detrás de Eva en lo que quedaba libre del taburete. Eva no podía más que palpitar sintiendo la textura de la ropa de la profe. Rita se había acomodado la pollera en la cintura. Su sexo tocaba la cola de Eva, y pronto el pelo color naranja atardecer de la profe caía sobre sus hombros bronceados.

El teclado entrelazaba notas desorientadas y confusas cuando Rita le rozó los pechitos, además de moverse hacia los costados con la finalidad de pegar más su pubis al short blanco de mi hermana.

Eva oía sus latidos y los de la mujer cuando el piano enmudeció. Los labios de Rita resoplaron el cuello de Eva, luego su olfato la olió, su equilibrio le ordenó besarle los hombros y suspirar algo suave como: ¿tu olor y tu piel me vuelven loca nena!

Tuve que decirle a Eva que se detenga. Necesitaba tomar algo fuerte. Mis oídos no daban crédito a sus vivencias, solo por mis estúpidas estructuras. Pero me estaba mojando como nunca. Tenía que controlar mis ganas de tocarme el clítoris y apretarme las tetas hasta olvidarme de mi nombre entre sofocones y orgasmos. Yo sabía que Eva no se masturbaba. Sin embargo, mientras me servía una copita de gin le eché un vistazo, y contemplé su cuerpo en ropa interior repleto de suspenso. Tenía su bombacha rosa tan mojada como la mía.

Prosiguió en cuanto me metí en la cama. Rita notó su poca resistencia y escondió sus manos bajo su musculosa mientras le daba pequeños besos en el cuello. Eva tenía los ojos empañados, y casi dio un salto cuando la mujer le lamió una oreja murmurando: ¡sos tan dulce y sumisa mi bombona!

Las piernas de Rita se ajustaban más a su trasero, el fuego de su vientre chocaba más con la intercección de sus redondeses y sus dedos ya hacían un exaustivo testeo de los pezones de mi hermanita encima de su corpiño. Eva admitió que sintió flotar su mente, que oía campanitas y un arruyo como de sirenas cuando la profe cerró el piano y le besó las manos.

A continuación hubo un silencio de inocultable misterio tras una ínfima alarma de un reloj. Eran las 5 de la tarde. Pero Rita dijo que no tenía alumnos hasta las 7. Se levantó, y al tiempo que su pollera caía nuevamente a sus rodillas, Eva seponía de pie frente al piano, pensando en marcharse. Pero Rita puso una mano en su nalga derecha y la otra sobre su pelo. Le pidió que abra las piernas, y apenas esbozó un suspiro al vislumbrar el elástico rojo de su culote que asomaba de su short. Eva reconoció sus mariposas en la panza, el hormigueo desde sus tobillos a su mentón, y la sensación de un intenso calor en su entrepierna que parecía mojarle la bombacha. Nunca se había sentido así, aunque a veces decía que se mojaba por Mariano, un chico del club que la atontaba mucho en las colonias de verano.

Rita había perdido la calma. Apoyó su cara en la cola de Eva y le ofrendó un tierno mordisco, apenas tiró un poco de su short y se enterneció tal vez por la pureza de su aroma virginal. De inmediato le ordenó sentarse sobre el piano. Ahí Rita pudo quitarle la musculosa con la ayuda de los brazos hinertes de mi hermana y desabrocharle el corpiño. Así como estaba, y luego de juntar sus dos pezones a sus labios la tomó de la mano y la condujo a una habitación amplia tras atravesar un pasillo florido.

¡sacate el pantalón y acostate!, pudo tartamudear mientras se mostraba ante ella solo con un corpiño sin aros color mostaza, con los pies sobre la madera lustrosa del piso y temblando.

Eva no hizo solo por curiosidad me confió, aunque no podía creerle. Recién entonces cuando una brisa renovó el calor del ángulo de sus piernas sintió la humedad de su bombacha.

¡el algodón no se seca tan rápido si llega a caer una gotita de lo que sea en la bombachita, tengan cuidado!, nos decía mamá desde niñas, y ahora Eva le daba la razón. Rita le quitó sus zapatitos negros tallados a mano, le besó los talones y las plantas de los pies, lamió todos y cada uno de sus deditos, se metió algunos en la boca y, hasta se atrevió a tocarlos con sus grandes pezones hinchados. A Eva se le evaporaba hasta el aliento, y no sentía que pudiera ser capaz de hablarle, y menos para desobedecerle cuando le dijo con una voz lúgubre: ¡bajate la bombachita, pero solo un poquito!

Rita le besó largamente las piernas, después la barriga, apenas resopló en sus ingles, la acarició con sus finos dedos de uñas carmecí, y al fin un beso cayó en la vulva de Eva, abriéndose paso entre el cruce de sus piernas tímidas y el elástico de su culote.

Rita descubría con asombro que Eva no se resistía, y entonces le sacó personalmente la bombacha, la frotó con ternura en su frente, la olió con disimulo, la dejó sobre los senos de Eva y le abrió las piernas. Su lengua le dio unos golpesitos en la entrada de la vagina. Después abrió con delicadeza sus labios y le dejó algo de los brillitos de su labial en la vulva cuando la colmó de besos apenas audibles pero infinitos.

Todo se multiplicaba en sus pensamientos, y sentía que sus jugos eran cada vez más exquisitos para la profe, que jadeaba con sus manos acariciando su cuerpo dispuesto a ofrecerse al mundo.

Por un instante dejó a Eva tendida sobre sus sábanas tan blancas como su pureza. Buscó en su mesa de luz y sacó un pene de juguete de unos 16 centímetros. Eva se estremeció cuando Rita lo lamió al tiempo que se despojaba de su pollera que parecía quemarle la piel, y luego se lo introdujo muy de a poco en su vulva depilada, transgrediendo a su tanga de likra, brillante por la sabia que la coronaba, y gimió un par de veces, siempre de pie frente a Eva que solo miraba boquiabierta, algo enamorada del aroma de su propia bombacha todavía en sus pechos.

Rita se acercó a Eva que tiritaba de celo, le puso un almohadón de peluche bajo los glúteos y volvió a beber todo lo que se acumulaba en su fuente sexual, mientras su mano derecha manipulaba el juguete adentro de su sexo, y con la izquierda le acariciaba la cara, los senos, y se detenía en su boca. Incluso se la abría para que ella lama sus dedos. Eso enardecía aún más a Rita, que no pudo seguir de pie sostenida por la fiebre hormonal que le erectaba los pezones al punto de dolerle. Por eso se derrumbó sobre Eva y buscó calmar aquel astío con sus besos y lamidas.

Eva no quería soltar los pechos de su profesora por nada, y menos cuando ella encontró su clítoris con su pulgar para excitarla tanto que hasta unas lágrimas inevitables rodaron por sus mejillas. Rita se enterneció.

Un impulso caprichoso le avivó el fuego de su adolescencia cuando sus lenguas se encontraron en un beso húmedo, feroz y tan ansiado que, a ese tuvieron que seguirle miles. Eva sentía que su cuerpo flotaba, que sus ojos se sumían en un ensueño desconocido y que su columna vertebral latía desmesurada.

Rita sabía que las gotas de saliva de mi hermana le endulzaban aquellos años casados con un hombre para ocultar su verdadero amor por las mujeres. Se lo dijo a Eva entretanto le acariciaba las tetas y le besaba las piernas.

Pronto Rita volvió a su cajón de la mesita y sacó esta vez una bombacha rosa con un pene de iguales medidas que el que ahora parecía desperezarse en el montonsito de ropa en el suelo. Se la puso, se acercó a Eva y le ronroneó al oído: ¡¿ya estuviste con un chico sexualmente mi amor?!

Eva no contestó, y Rita comenzó a masturbarla acompañando al ritmo de sus manos con unos gemidos que alteraban a los cuadros que decoraban la habitación. Pero pronto posó la punta del instrumento en su vulva, ya ubicada entre las piernas abiertas de la niña. Puso una mano debajo de su cola y la otra sobre sus lolas, le dijo que tenía ganas de hacerle el amor hacía ya tiempo, y poco a poco fue introduciendo su chiche en la vagina de Eva.

Al principio disfrutaba, gemía bajito y buscaba la boca de Rita para besarla. Pero luego un dolor intenso le desgarró la armonía. Le pidió varias veces que se detenga en cuanto aquel falo de fantasía la penetró por completo, luego de escabullirse lentamente. Rita se movía hacia los costados con los ojos cerrados, de atrás hacia adelante, rozando sus tetas en las de Eva, arañándole un poco la nalga derecha y sabiendo que nada la calentaba tanto como el impácto de su concha contra la de mi hermana.

Un orgasmo vital, preciso y lleno de pasión obligó a Rita a despegarse de Eva, con su sexo empapado, los huesos livianos y los músculos listos como para una seción de masajes descontracturantes.

Pero cayó a la realidad cuando vio sangre en el juguetito, en la almohada y en la vagina de Eva. Todavía conservaba su imen intacto, y eso a Rita tuvo que haberla conmovido aún más. Le dio un cálido beso en la boca y sin dudarlo le facilitó unas toallitas húmedas. la acompañó al baño para que se limpie mejor y la esperó en la puerta, todavía con temblores en el cuerpo y en ropa interior.

Eran las 6 de la tarde cuando se despidieron tras una breve charla en la que ambas expusieron su alegría. Eva estaba tan emocionada que reía y lloraba al mismo tiempo. A ella le gustaba Rita pero, veía imposible cualquier cosa que pudiera darse entre ellas.

Quise saber si pasó algo más, y ella solo bostezó mientras se acurrucaba en la cama.

Pronto dijo que nunca más hubo algo semejante, pero que se besan y que ella deja que Rita la masturbe, a veces mientras toca el piano.

Tuve que sacarme la bombacha y tocarme la concha como una vehemente mientras Eva me hablaba del largo día que le esperaba. Me sentí culpable, inmoral y sucia cuando acabé entre mis dedos tanto jugo como ganas de tirarme encima de mi hermana y comerle el clítoris. Desde entonces, y gracias a Rita vivo al filo de no perder la cabeza y proponerle a mi hermana que hagamos el amor, solo por sexo. Pero pienso en todo lo que está en juego, en la familia, su estabilidad, su psicología y miles de otros ítems, que solo puedo conformarme con pajearme bajo las sábanas mientras hablamos, cada una en su cama. No sé cómo hice para no saltarle a la yugular la noche que me toqué a oscuras oliendo una bombachita verde recientemente usada, la que encontré bajo su cajonera!       fin

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