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A través de la pantalla, The Big Bang Theory 1

en Parodias

No sabía cómo había sucedido. Él estaba simplemente viendo la televisión, cuando un rayo cayó muy cerca. Y lo siguiente que recordaba era cómo la televisión emitía un fogonazo. Lo siguiente que pudo ver… fue que se encontraba en una habitación que había visto muchas veces en televisión. Estaba en el salón de la casa de lo Wolowitz. Nunca había visto aquella perspectiva. Pero no había cámaras ni los rastros de una grabación. De hecho, parecía una casa completamente normal.

Llevó las manos a los adornos y los toqueteó. Lo cierto es que había visto bastante temporadas de la serie y aquella imagen nueva le resultaba interesante. Era extraño, pero no se sentía asustado por el hecho de que la tele se lo acabase de tragar.

_ ¿Pero quién es usted? ¿Qué está haciendo en mi casa?

Se giró y se topó con Bernadette. Era mucho más bajita de lo que la televisión la hacía parecer. Y sin embargo, su potente voz resultaba mucho más imponente en directo de lo que lo era en televisión. Pero él era alto y fuerte, y no se sintió intimidado por aquella pequeña mujer.

_ Calma… tranquila._ Le dijo, con voz pausada._ No he llegado aquí queriendo.

_ Eso es difícil de creer._ Bernadette se llevó la mano a los labios, sorprendida por cómo su voz había bajado de tono y cambiado de escala, para sonar tranquila y sosegada.

_ ¿Ya estás más calmada?_ Preguntó él. Le sorprendía su cambio de actitud.

_ No, en absoluto. Sólo he bajado el tono porque tú me lo has dicho._ Dijo ella._ ¿Qué me has hecho?

Él alzó una ceja, sorprendido. Una oscura idea empezaba a surgir en su cabeza. Era absurda, pero lo era tanto como el hecho de que una tele se te tragase. Aquel no era su mundo, y lo más probable es que estuviera soñando. No perdía nada por intentarlo.

_ Salta._ Dijo, sin prisas.

Y Bernadette saltó, con miedo en la mirada. Él miró cómo sus pechos, grandes y firmes, botaban, y sus escasas dudas desaparecieron.

_ Quédate quieta._ Le ordenó. Y efectivamente, ella se quedó quieta.

_ Basta. No sé qué me estás haciendo… Pero es suficiente._ Le dijo, asustadas.

_ Shh, tranquila, Bernie… no tengas miedo._ Le dijo, en un susurro._ Me conoces de siempre, soy tu mejor amigo… tu confidente… soy el dueño de tu destino.

La rubia perdió el foco de su mirada, y repitió lentamente.

_ Te conozco de siempre… eres mi mejor amigo… mi confidente… el dueño de mi destino…

_ Tu amo…

_ Mi amo…_ Repitió.

_ No puedes oponerte a mí. Me deseas.

_ Te deseo…_ Susurró ella, mordiéndose el labio.

Él se sentó en el sofá, y Bernadette se sentó junto a él cuando se lo indicó con la mano.

_ Desnúdate. Despacio, Bernie… no tienes prisa.

La mujer se puso en pie y se quitó su chaleco, pasándoselo por la nariz a él, sonriendo. Se desbrochó la blusa y se la quitó, haciéndola girar entre sus dedos antes de hacerla caer. La falda cayó mucho más deprisa. Se llevó las manos a las gafas, pero él negó con el dedo.

_ No… las gafas no… me ponen._ Le dijo._ Sonríe un poco… estás feliz, después de todo.

Bernadette sonrió y se dejó caer sobre su amo y señor, aspirando su aroma. Por instinto llevó la mano hacia su paquete. Aunque se odiase a sí misma, no pudo evitar pensar que su herramienta era mucho más grande que la de Howard. Estaba dura y palpitante. Su amo no había dicho nada, pero sólo con mirarle sabía lo que él deseaba. Y empezó a salivar. Se quitó el sujetador, despacio, y lo arrojó al suelo de mala manera.

Él no se lo pensó. Aferró los grandes pechos de la mujer, que sentía cómo su crucifijo se clavaba con los bordes de su canalillo. Empezó a gemir, ruidosamente, como si no temiera que la escucharan.

_ Esto era lo que querías, ¿Verdad? ¡Sobarme las peras como a una muñeca!_ Bramó, dejando que la lujuria saliese de sus labios.

_ Lo que quiero es que me comas la polla, Bernie._ Le dijo él, azotándola.

_ Sí, amo._ Dijo ella, con tono de niña buena.

Se dejó caer al suelo, lo cual le resultó difícil, porque su amo no dejó de sobarle las tetas en ningún momento. Tiró de su pantalón con avidez, y no pudo evitar ahogar una expresión de asombro cuando la enorme polla de su invitado no deseado se mostró bajo sus calzoncillos.

Se los bajó lentamente, y finalmente la observó bien. Se humedeció con la simple visión de aquel gigantesco falo, ligeramente brillante por unas gotas de líquido preseminal que asomaban de él. Se relamió y lanzó una última mirada a su amo que, con toda la tranquilidad del mundo, asintió.

Bernadette se lo metió en la boca. O al menos, lo intentó, porque no cabía toda su superficie. Se retrajo un poco y aferró el glande, succionándolo con dedicación. Los gemidos de su señor enviaban descargas directamente a su sexo. Cuando más gemía, más caliente se sentía, y más se esforzaba.

Las manos de su señor habían magreado sus tetazas hasta que sus pezones le dolieron, pero a ella no le importó en lo más mínimo. Sin embargo, cuando las soltó, fue como si su dolor emocional fuese mucho peor. ¿Acaso no lo estaba haciendo bien?

_ No te puedes tragar mi polla entera, Bernie._ Le recriminó.

Pero ella se estaba esforzando en darle placer. Su lengua la recorría en aquel momento, mientras su mano la estaba masturbando. Jamás se había empleado tan a fondo con su marido.

_ Amo… ¡Es tan grande!_ Dijo, quejándose como una niña impertinente._ ¡No me cabe!

Él suspiró, aparentemente contrariado. En realidad disfrutaba mucho de las atenciones que estaba recibiendo, pero quería jugar un poco con su marioneta.

_ Quizá si usas esas tetas para algo más que para figurar…

Ella cambió su expresión de desasosiego por una sonrisa pícara. Dio un tirón a su colgante, y dejó caer su crucifijo. Apretó aquella polla con sus tetas y, como toda una experta que no sabía que era, empezó a sobarlo como si la vida le fuese en ello. Cada vez que aquel trozo de carne manaba de sus dos montañas de placer, lo lamía, o le daba un tierno beso.

Aquello fue demasiado para su señor que, sin aviso previo, descargó su carga sobre ella, manchando su rostro, sus tetas y sus gafas.

_ Si no me equivoco eres adicta al semen, ¿No, Bernie?

Bernadette se quitó las gafas y pasó la lengua por ellas, engullendo aquella sustancia blanquecina y pegajosa hasta dejarla bien limpia. Acabó por atrapar el semen de sus pechos y lamerlo. Pero, por suerte o por desgracia, al mirar la polla de su amo para limpiarla, vio que estaba de nuevo dura como una roca. Su señor tenía una resistencia admirable.

La rubia no podía más. Su sexo palpitaba, ansioso. Se dio la vuelta y, de espaldas, se desnudó del todo, mostrándole a su señor cómo la había dejado. Su coño chorreaba como una fuente. Él se puso en pie y cogió las bragas. Se las llevó al rostro a ella y la rubia aspiró, sintiendo su propio aroma.

La empujó al suelo y, sin más preámbulos, entró en sus entrañas.

_ ¡Joder, sí!_ Exclamó la rubia, estremeciéndose.

Bernadette no sabía cómo le había metido algo tan enorme, pero lo cierto es que estaba terriblemente lubricada. Cuando él empezó a moverse, ella gritó de puro placer. Él la sujetó por las caderas y empezó a bombear en sus entrañas, primero despacio, pero rápidamente acelerando el ritmo.

Ella se incorporó ligeramente, tomando la postura del perro, y él le apretó las tetas con furia, haciendo que ella gritase aún más fuerte. Tanto que pensó que los cristales de la casa estallarían.

_ ¡Joder! ¡Fóllame, joder! ¡Lléname! Oh, dios mío… ¡Sí!

Su grito se convirtió en un gruñido animal cuando él la llenó y ella tuvo el orgasmo más increíble de su vida. Se cayó al suelo, desmadejada y respirando con dificultad. Pasó un rato largo antes de que se recuperara y se quedase junto a su amo, que le acariciaba el pelo lentamente. Él pensaba en su nuevo poder, mientras veía la mirada de aquella mujer, que reflejaba un amor y una sumisión infinitos.

_ Bernie… ¿Me ayudarías a follarme a Penny?_ Le preguntó, poniéndole el pelo tras la oreja.