Regina siempre había sido una mujer astuta. La idea de la maldición le había resultado magnífica y, sin embargo, no fiarse del ser oscuro había sido una lección que había aprendido hacía mucho. Y había sido una suerte. Por suerte, no era el único vidente que existía en el bosque encantado. Y lo que había oído le había parecido una flagrante traición.
Había aparecido en aquella mazmorra. La mazmorra del príncipe encantador y de la persona que más detestaba en el mundo, Blancanieves. Pero nadie bajaba a esa mazmorra en la que las risas del ser oscuro eran lo único que rompía el silencio.
_ ¡Rumpelstiltskin! Me has mentido._ Exclamó, adelantándose, para quedar visible a su altura.
_ ¿Mentirte, querida?_ El oscuro se rió._ ¿Cuándo te he mentido?
_ Me dijiste que tu maldición me daría la victoria._ Le señaló con el dedo._ Y he visto mi derrota. He visto cómo era derrotada dentro de veintiocho años. Después de pasar una larga y tortuosa vida infeliz. Durante casi treinta años.
_ Vaya… qué curioso. ¿Cómo iba yo a saberlo?_ Lanzó una risotada._ No siempre veo el futuro, Regina. Y menos desde aquí dentro.
La reina chascó la lengua, molesta.
_ Imagino que estás aquí porque ya no estás tan convencida de lanzar la maldición._ Rumpel seguía encontrándolo muy divertido, y eso molestaba a la mujer.
_ Así es. Si no voy a disfrutar de mi final feliz con la maldición, no entiendo por qué iba a hacerla.
Rumpel dejó de reírse, visiblemente molesto.
_ No hablas en serio, Regina._ Dijo, cruzándose de brazos._ Vienes porque esperas que te lo resuelva.
Regina sonrió, pero no contestó.
_ En realidad hay una forma de hacer más fuerte la maldición._ El oscuro lanzó una risotada._ Un ingrediente adicional.
_ Intuía que te guardabas un as bajo la manga._ Regina se acercó a la jaula._ ¿Qué hace ese ingrediente y dónde lo encuentro?
_ Bueno, si añades ese ingrediente tendrás control sobre las mentes del resto. Se convertirán en marionetas en base a tus deseos. Algo que llegará hasta lo más profundo de sus corazones…
_ ¿Y por qué no me lo has dicho antes?
_ Oh… porque se trata de un ingrediente que no va a ser de tu agrado._ El oscuro lanzó, esta vez, una sonora carcajada._ Me preocupaba que te negabas a obtenerlo.
_ Deja de marear la perdiz._ Le espetó Regina.
_ Has estado reuniendo fragmentos de los seres más oscuros de los reinos que conoces, ¿Es cierto?
_ Sí, es cierto._ Recapituló Regina, intentando mantenerse calmada.
_ Pero te falta el fragmento más oscuro y perverso de todos.
_ Algo tuyo…_ Regina pensó en voz alta, mirándole.
Tenía sentido si se paraba a pensarlo. La maldición oscura fortalecida por el ser oscuro. Pero al ver cómo sonreía él, se estremeció.
_ La maldición oscura, fortalecida por la simiente del oscuro, Regina.
Regina emitió una exclamación de desagrado.
_ Oh, pero puede ser peor, Regina._ Rumpel volvió a reírse._ Para que funcione debes provocar tú misma que suceda.
_ Tienes un sentido del humor muy grimoso._ Regina cerró el puño._ Pero aunque aceptase algo así… no puedo entrar en esa jaula.
_ Vaya… después de todo lo que has hecho no pensé que fuese eso lo que te llevase a rendirte en tu venganza contra Blancanieves.
Regina no se lo creía. Aquello parecía una grandísima broma de mal gusto. Pero no, no lo era. El oscuro hablaba totalmente en serio. Regina suspiró y abrió las manos.
_ Está bien… lo haré._ Le miró. Pero ni se te ocurra tocarme.
_ Deberías quitarte la ropa… no querrás mancharte ese vestido, majestad._ Se rió.
Regina cerró los ojos y movió la mano, realizando un conjuro para desvestirse. Él ya se había quitado los pantalones, y mostraba una virilidad que sorprendió a Regina. Era mucho más grande de lo que se esperaba.
_ Entonces… ¿Tengo que usar las manos o?
_ En realidad tengo que entrar dentro de ti._ Rumpel hablaba con una tranquilidad que la asustaba._ Supongo que tendrás que usar la boca… es a lo que puedo llegar desde aquí dentro.
_ Disfrutas demasiado con esto._ Regina suspiró, dejándose caer de rodillas._ Ni se te ocurra tocarme. Yo me hago cargo.
_ No te prometo nada, Regina._ Se rio._ No querrás que te haga deberme un favor por eso…
_ Por cómo sonríes esto parece un favor para ti._ Le dijo, mientras lo cogía con una mano._ Viendo cómo estás…
Al coger aquel miembro en su mano pudo notar lo duro y palpitante que se encontraba. No disfrutaba con aquello, pero lo que quería era que Rumpel acabase cuanto antes, y por ello contendría el asco que sentía. Pensó en cosas más agradables mientras acercaba la lengua a aquel miembro.
No era ni de lejos la primera vez que hacía aquello. Así que la sensación de aquel miembro entrando en su boca no era nueva. Pero sí que fue una sensación desesperada notar la mano de Rumpel sobre su cabello. Se le abrieron mucho los ojos.
_ Te dije que no prometía nada, Regina._ Una risa que le dolió como una puñalada.
La mano empezó a moverse, empujándole la cabeza, penetrando su boca invasivamente. Ella trató de pensar en otra cosa, aguantar el trago, aunque una parte de ella, muy pequeña, disfrutaba aquello. Entraba y salía con ansiedad, mientras el oscuro empezaba a gruñir con ganas.
Regina cerró los ojos y se dejó hacer. Notaba el vello del oscuro contra su rostro… cómo aquel par de bolas golpeaban su barbilla, cada vez más deprisa. Tomó uno de sus pechos con la mano que le quedaba libre y se lo sobó. Regina empezó a mover la lengua, envolviendo aquella señora polla que latía dentro de su boca.
_ Aquí viene, Regina…
Regina abrió los ojos repentinamente. Si seguía a ese ritmo, acabaría directamente en su garganta y no podría recoger su semilla. Empezó a boquear hacia atrás, gimiendo, tratando de hacérselo entender, pero él no se molestó… por el contrario, tenía otros planes. Dio un tirón de su cabeza hacia atrás y se corrió… sobre su rostro… sobre su pecho… sobre su abdomen.
_ Ya está usted servida, majestad._ Aún como estaba, tuvo el desatino de hacer una reverencia.
_ Vete al infierno, Rumpel._ Hizo un pase con la mano y se desvaneció.
_ Ya te acostumbrarás… Regina… ya te acostumbrarás._ Rumpel lanzó una risotada mientras se vestía.
El tiempo avanzó a su curso. Regina no cambió sus planes. Sacrificó a su padre, la persona a la que más amaba, y lanzó su maldición, confiando en que las palabras del ser oscuro esta vez no fuesen mentira. La vidente no pudo arrojar luz sobre ello.
Cuando abrió los ojos, estaba emocionada. Había ganado. Se encontraba en una gran cama, vestida con un pijama de franela gris… pero había algo más. Había movimiento bajo la sábana. Su nueva memoria aún no había despertado. No sabía quién estaba ahí, cuál de todos aquellos malditos le bajaba los pantalones con una delicadeza inusitada, para no despertarla.
Regina decidió seguir el juego y hacerse la dormida. Sentía mucha curiosidad. No se negó a que una lengua desconocida empezara, lentamente, a recorrer los pliegues de su sexo. Siguió fingiendo, emitiendo leves gemidos a través de sus labios, como si se despertase… pero aquella persona parecía conocer muy bien cada rincón de su anatomía, porque la estaba haciendo enloquecer. Su cuerpo comenzó a estremecerse.
Y ella no pudo evitar empezar a gemir con ganas, gritando un poco, incluso. Su cuerpo convulsionaba mientras sujetaba las sábanas. Se sentía más excitada que nunca… ¿La maldición tendría algo que ver?
Tuvo un orgasmo fortísimo, que durante unos segundos la dejó tumbada en la cama. Aquella persona emergió de debajo de las sábanas.
_ Su desayuno está listo, señora.
Regina se quedó helada. Era una mujer. Una mujer de piel blanca como la nieve, labios rojos como la sangre y el cabello negro como el ébano. ¡Blancanieves acababa de hacerle sexo oral! Y por cómo se relamía, parecía que había disfrutado tanto como ella. Incluso parte de su larga melena azabache estaba cubierta de sus flujos.
Para aumentar más la impresión, iba vestida con un atuendo de criada francesa tremendamente inapropiado. Su escote era tan grande que podía verse la parte superior de su aureolas, y la falda era tan corta que podía verse gran parte de su trasero, y en especial, un sexo rasurado que brillaba por los flujos generales de la lujuria. No, Blancanieves no llevaba ropa interior alguna.
_ ¿Quiere que se lo traiga ya o aún no se encuentra satisfecha?
Y sintió el poder. Aquello no era sólo sobre sexo, sin más. Regina había tenido alguna experiencia con otras mujeres, pero aquello… aquello era diferente. Era el sometimiento lo que más atractivo le resultaba. La idea de cómo la modosita Blancanieves había ido aquella mañana a su cama sólo para despertarla comiéndola. El cómo se mantenía recta esperando una orden. El brillo de excitación que manchaba sus ojos.
Rumpel no había mentido. Aquella mujer era arcilla en sus manos, era presa de sus propios deseos. Y no pudo evitar reír mientras se ponía en pie y colocaba a aquella mujer contra su armario, uniendo sus labios a los de su antigua hijastra, mordiéndoselos con ansiedad.
Mary. Mary Margaret Blancard. Así era cómo se llamaba. Los nuevos recuerdos, los usados para asentarse allí, estaban comenzando a llegar.
_ ¿Te gusta esto, Mary?_ Le preguntó, poniéndole la mano contra la pared. Estaba eufórica.
_ Ya sabe que me gusta todo lo que usted me hace… ama._ Se sonrojó.
Un flash vino a su memoria. El porche de la que suponía aquella misma casa, y aquella mujer a sus pies, besándoselos, mientras le suplicaba que la dejase quedarse. Se recordaba a sí misma sonriendo y aceptando… Recordó que sólo la llamaba ama cuando estaba en esas circunstancias.
_ Oh… pero hoy estoy indecisa… Mary…_ Se rio un poco, llevándose un dedo a los labios._ ¿Qué debería hacerte esta mañana?
Mary pareció quedarse pensativa un instante. Rara vez, según recordase, se le daba el grandísimo privilegio de decidir.
_ Mi coño está especialmente estrecho hoy, ama._ Sonrió internamente mientras se acercaba a la mesilla y abría el tercer cajón. A Regina le hizo gracia escuchar a Blancanieves usar la palabra “coño”, con tanta ligereza.
Regina se sorprendió de sí misma al ver allí una variedad de juguetes sexuales. Dildos, strap-ons… bolas chinas. Allí había un poco de todo. Lejos quedaban esos momentos en su reino en los que, en soledad, tenía que satisfacerse sólo con sus dedos. Aunque… parecía que también quedaban lejos los momentos en los que tenía que hacerlo sola.
_ Quizá este es el apropiado._ Mary tenía dudas mientras dejaba un strap-on en manos de su dueña.
Regina lo sopesó. Eran grande y grueso y era de un vivo color negro. Trazó entre sus dedos las venas del objeto y repasó la parte posterior, encontrando un pequeño vibrador de un tacto muy suave. Se excitó aún más, si cabía.
_ Al suelo._ Ordenó.
Mary asintió vivamente y se puso a cuatro patas, sin la más mínima duda, abriendo ligeramente las piernas para mostrar a la perfección su sexo húmedo y su ano.
_ Vaya… eres una fulana bien entrenada._ Apreció la antigua reina. Aquel día nada podría quitarle la sonrisa.
_ Gracias, ama._ Dijo ella, con la vista puesta en el suelo, fija.
Regina tardó un poco en colocarse el arnés. No conseguía acceder a los falsos recuerdos en los que probablemente lo hubiese usado muchas veces. Le costó, pero finalmente consiguió encajarlo en su sexo, y emitir un largo suspiro de satisfacción.
Aún llevaba la parte superior del pijama puesto. Se la desabotonó con prisas y la tiró a la cama. Se miró a sí misma en el espejo. Se veía imponente y poderosa con aquello puesto. Sus pechos erectos por la excitación, sus labios curvados en una sonrisa de poder. Mary seguía esperando, pero ella se tomó su tiempo, observándose.
Se llevó instintivamente las manos a los pechos, provocando un gemido quedo y hambriento. Tenía el pecho más sensible que nunca. Se olvidó de su antigua adversaria mientras, durante un instante, se dedicaba sólo a masajear su pecho. Siempre había estado orgullosa de su figura, y ahora se sentía la más bella, no sólo del reino, sino de todos los reinos por conocer. Notaba su piel más tersa, y una libido desproporcionada. Una que debía satisfacer.
Se mordió el labio, justo donde se encontraba su cicatriz, y se colocó tras Blancanieves. No tuvo miramientos antes de levantar aquella reveladora falda y, de una sola estocada, empezar a envestir aquel coño, como su dueña lo había llamado. Desde la primera estocada, los pechos escaparon de su escueta prisión, y empezaron a botar, a bambolearse de un lado a otro.
Mary gemía. Gemía con intensidad, hacía ruidos de placer nada decorosos. Regina sonrió ante el pensamiento de que parecía una cerda. Mientras la envestía, la forzaba, tratando de llegar a lo más profundo de su anatomía, pudo ver que ella estaba abandonada, cómo se movía buscando facilitar la penetración.
Y entonces llegó la vibración. La vibración que ahondó en las paredes de su sexo, provocando espasmos que hicieron que Regina gritase. Pero Regina no gritaba como una cerda. No era como esa sucia Blancanieves que en aquel momento seguía gritando incongruencias.
_ Sí, fólleme ama, úseme._ Gritaba, a pleno pulmón.
Regina sintió como un arranque de perversión parecía salir de lo más hondo de su oscuro corazón. Aquel era, sin lugar a dudas, su final feliz.
_ ¿Así te gusta, zorra?_ Le espetó, sujetando sus caderas y obligándola a inclinarse, para penetrarla con más intensidad._ ¿Es así cómo te gusta?
_ ¡Joder, sí, ama!_ Le espetó._ No pare.
Escuchar a Blancanieves jurar y suplicar era lo mejor del mundo. No se lo pensó y alargó una de las manos para empezar a manosear y maltratar uno de sus pechos. Eran pequeños, pero se adaptaban bien a su mano.
La penetración iba creciendo en intensidad. Regina quizá le estuviera haciendo daño, pero no le importaba. Siguió y siguió, sintiendo cómo la vibración le daba más placer cuanto más fuerte y más poderosamente se la follaba. Regina volvió a colocar la mano de vuelta en sus caderas y prosiguió.
Había entrado en una especie de trance sexual que la invitó a seguir taladrando. Necesitaba su orgasmo, como el respirar. Empujó con fuerza. Ya estaba allí.
_ Dime que eres mía…_ Le exigió a Mary.
_ Soy suya, Ama. Suya y de nadie más. Soy un objeto. Sólo éxito para servirla y para que me folle._ Gritó.
Aquello fue suficiente para Regina… y para Mary. Ambas, a la par, y en perfecta sincronía, alcanzaron un poderoso orgasmo, precedido de una poderosa hilera de gritos, y seguido de un gemido de satisfacción.
Regina no salió de la muchacha. Al contrario, la penetró hasta el fondo una última vez y, en lugar de salir, se quitó el arnés, y lo dejó allí dentro. Mary no tenía fuerzas para quitárselo de dentro, siquiera.
Regina volvió a mirarse al espejo. Estaba sudorosa, brillante… su sexo estaba empapado. Se pasó la lengua por los labios. Nunca, en toda su vida, se había sentido tan deseable, hermosa y poderosa como en aquel momento.
_ Mary._ Le espetó._ Vuelve al trabajo.
_ Sí, mi señora.