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Las eróticas aventuras de Regina Mills 3

en Parodias

Leroy no tenía una vida fácil. Estaba siempre cachondo, y dada su condición de enano, las mujeres solían rehuirle. No dolía poder acostarse con ninguna a menos que pagara, y eran sumas que su sueldo de mecánico rara vez le permitían gastar. Pero la masturbación era gratis… y así estaba él… continuamente tocándose. En las pausas en el trabajo, tocándose… todas las tardes, tocándose. Era un completo adicto a la masturbación.

Por eso no era nada extraño que cuando estaba encerrado en los calabozos y se veía solo, aprovechase para tocarse. Graham más de una vez le había pillado, pero él lo mandaba a la mierda y esperaba a que el sheriff saliese de ronda para continuar. Después de todo, cuando limpiaban salía a la luz, así que no tenía nada de lo que avergonzarse.

Pero la alcaldesa, apareciendo de la nada cuando estaba ya muy cerca del clímax, era otra historia. No sabía por qué, pero Regina era recurrente en sus fantasías masturbatorias… bueno, sí lo sabía. La alcaldesa estaba como un tren. Y en aquel momento le estaba mirando fijamente mientras hacía su mayor esfuerzo para ocultar su abultado pollón. Solía pensar que quizá debería enseñarla sin más… era más seductora que todo el resto de su cuerpo.

— Oh… pero no es necesario que pares.— La voz de Regina sonaba como un erótico y seductor susurro.— No deberías esconder tanto esa anaconda.

Leroy no se lo creía. Aquello se parecía tanto a sus ensoñaciones que no podía ser cierto. Regina se acercó a los barrotes y le miró, se mordió el labio, justo bajo la cicatriz.

— Venga, enséñamela.— Le pidió.

— Pero… — No podía negarlo, la irrealidad de la situación le desconcertaba.

— Si me la enseñas… yo te enseño las mías.— Regina movió ligeramente el torso, provocando que sus pechos, mal retenidos debido a la ausencia de sujetador, se movieran.

— Espero que esto no sea una broma de mal gusto.

Verle las tetas a Regina. Eso era demasiado para su mente calenturienta. Así que no lo dudó más y apartó las manos. Se bajó los pantalones y se la mostró. Los calzoncillos se habían quedado encajados bajo sus huevos, pero tanto estos como la polla estaban en su máxima expresión. El miembro viril de Leroy estaba latiendo, marcando sus venas… asomaba líquido preseminal de su punta.

— Vaya, parece que estás listo para dar guerra.— Regina volvió a morderse el labio.— Me gusta mucho lo que veo… y un trato es un trato.

Regina se deshizo de la americana con parsimonia. Se tomaba mucho, mucho tiempo para desabrocharse los botones. Podía ver a Leroy que hacía un gran esfuerzo por no pestañear. Parecía un toro a punto de embestir, pero encadenado. Tenía los ojos abiertos como platos, y es que cuando finalmente Regina se quitó la blusa, pudo ver esos bonitos pechos. Eran grandes, pero no exagerados, eran jugosos y sus bonitos pezones color canela estaban marcados.

Aquella mujer, aquella diosa, se había puesto cachonda con él. Casi compensaba todos los rechazos que había tenido. Regina, sin aviso previo, se llevó las manos a los pechos y empezó a sobárselos. Gemía, con descaro, era un espectáculo.

Leroy no pudo contenerlo más. Se llevó las dos manos al rabo y empezó a tocarse como un chimpancé. Gritos histriónicos salieron de su ser. Regina le miró a los ojos, sin dejar de magrearse esas tetazas perfectas.

— Vamos, córrete para mí, enano cabrón.

Aquello fue demasiado para él. Aunque no hubiera querido, habría sido terminado corriéndose como lo hizo. Enormes cantidades de Semen salieron de su rabo, manchando el suelo de la comisaría. Leroy se desplomó y cayó sobre la cama. Regina sonrió.

— Pobrecito, tan cachondo y tan solito…— Leroy le miró.

— Gracias…— Fue sincero, jamás agradecería bastante aquello.

— No me des las gracias aún… ¿Crees que hemos terminado?— Le preguntó Regina.— No he venido hasta aquí sólo para verte correrte… Vengo a follarte.

— ¿En serio?— Las navidades se habían adelantado aquel año, y era el mejor regalo que había tenido nunca.

Regina se acercó a la mesilla de Graham y cogió las llaves. Se acercó a la celda. El movimiento de sus pechos era hipnótico. Cuando se arrodilló, pasó su dedo por la semilla de Leroy y se la llevó a los labios, emitiendo un sonido de satisfacción, él supo que estaba condenado.

— Voy a entrar, vamos a follar y te vas a quedar ahí dentro.— Le miró fijamente.— Si intentas escapar, te aseguro que esto nunca va a repetirse.

— ¿Si soy un buen chico se repetirá?— Leroy ya volvía a tenerla dura como una piedra.

Regina sintió cierta compasión por él. Sencillamente no podía con su lujuria. Pero lo entendía… tan solito siempre… y tan cachondo.

— Puede… aunque no te garantizo que sea pronto, estoy muy ocupada.— Regina fue sincera.— Pero… tenemos un trato.

— Sí, por supuesto.— Leroy se quitó la parte de arriba de su uniforme de trabajo, dejando su pecho al descubierto. Estaba cubierto de pelo que se revolvía desordenadamente.

Regina sonrió mientras lo veía y abrió la puerta de la celda, dejando la llave con cuidado en una mesilla. Leroy, aún mirándola como un animal hambriento, no dio un paso fuera de la celda, mirándola, simplemente contemplándola mientras ella entraba dentro.

Regina no era demasiado alta, y sus pechos quedaban justo a la altura de la cabeza del enano, que no lo dudó un solo instante y hundió la cabeza en ellos. Se los sujetó con ambas manos y los apretó contra su rostro… sus pulgares habían ceñido los pezones de Regina y los apretaba… eran como dos botones de placer.

Regina no pudo quedarse de pie. Se sentó sobre la cama, pero eso no impidió que el enano se acomodase rápidamente. Empezó a notar los dientes de aquel macho en celo que parecía querer marcar su territorio.

— Ni se te ocurra dejar marcaaaaaas.— La última vocal se alargó con un sonoro gemido de placer.

Regina tenía dificultades para respirar. Pero aun así se centró en lo importante. Se despojó de la falda y la dejó caer al suelo, apartándola con el pie.

Regina no se había puesto bragas. Y había sido un acierto, porque Leroy las habría encontrado tan mojadas que quizá pensase que la reina se había orinado encima. La humedad la había desbordado, y en aquel momento estaba dejando una mancha sobre su cama… lejos estaba de importarle.

Leroy había dejado de maltratar el canalillo de la antigua reina y ahora se centraba en morderle esos pezones.

— Veo que… te gustan mis tetas…— Le dijo Regina, con una coqueta sonrisa.

— Son las mejores tetas del mundo.— Le dijo Leroy, tomándolas con ambas manos.

— También tengo un coño que reclama tus atenciones.— Regina no solía emplear la palabra coño, pero recordaba lo mucho que la había excitado oír a Mary decirla… Mary, seguro que la muy guarra se lo estaba pasando bien con el cazador.

— Qué descortés por mí parte.— Leroy se puso rojo.

Sin embargo los pechos de Regina no se quedaron olvidados. En cuanto Leroy los abandonó, ella se dedicó a sobarlos por sí misma. El enano fue dejando un reguero de besos hasta su ombligo, en el que se entretuvo un buen rato antes de llegar a su premio final.

Se detuvo un momento simplemente a disfrutar del húmedo calor que manaba de aquella cueva. Nunca se imaginó que Regina estaría así de cachonda por él. Era un sueño hecho realidad. A Regina le enterneció el respeto con el que el hombre empezó a besar su clítoris, y a introducir sus dedos en él.

Era de una absoluta veneración el cómo sus dientes y dedos empezaron a trabajar… y Regina debía recompensarle. Su recompensa vino en forma de un concierto de gemidos y gritos guturales. Le demostraba que lo estaba haciendo bien. Regina apretó su cabeza contra su entrepierna mientras le miraba. Él exploraba aquellos pliegues, como si la vida le fuese en ello. Dientes, lengua, dedos. Nunca se había esforzado tanto por hacer gozar a una mujer como lo hizo en aquel instante… y Regina se lo recompensó con un fuerte orgasmo que manchó por completo la sábana y su rostro.

La antigua reina, durante unos segundos, se quedó sencillamente quieta, con una sonrisa de satisfacción. Miró a Leroy, que mostraba cierto respeto al no volver a acercarse. Tenía la polla dura como una roca y volvía a palpitar. Él necesitaba correrse… y ella… ella quería su semen.

Por un momento pensó en arrodillarse y hacerle una buena mamada… pero la postura sería incómoda dado su tamaño. Podría subirse a uno de los taburetes de la comisaría, pero a Regina se le ocurrió una alternativa mejor. Se tumbó sobre la cama y apretó tus pechos uno contra otro.

— Decías que te gustaban mis tetas, ¿No? Qué tal si les presentamos a ese rabo tuyo tan grande.— Le dijo, guiñándole el ojo.

Leroy se colocó sobre la cama y con los dedos recogió los fluidos que aún restaban sobre la piel de Regina y se los untó en el canalillo. Regina no perdió el tiempo. Sabía que había que lubricar todo lo posible, así que no dudó en meterse aquella polla en la boca.

Leroy se quedó con aquella estampa grabada para siempre. Los labios de Regina se ensancharon al máximo para albergar a semejante monstruo y su garganta parecía casi incapaz de albergarla. No fue un largo rato, pero Leroy acarició el cabello de la morena.

Por momento estaba al borde del llanto de lo feliz que era de ver su fantasía no sólo hecha realidad, si no mejorada. En sus fantasías Regina nunca era tan servicial y casi afectuosa.  Cuando se separó y se apretó los pechos, Leroy se quedó quieto.

— ¿Qué pasa, es que mi belleza te ha dejado paralizado?— Le guiñó un ojo.

— Reconozco que sí.— Admitió Leroy, antes de atreverse, finalmente, a meter la polla entre aquellos dos montes de placer.

Regina apretaba con dedicación, y se encontró con un agujero muy estrecho. Leroy estaba en la gloria. Sus primeros compases fueron tímidos, con cuidado, pero pronto comprobó que la lubricación había surtido el efecto deseado, y logró traspasar hasta el otro lado. Regina recibió su glande con un beso… y al siguiente envite un lamentón.

Cada incursión era una pequeña sorpresa… la morena no seguía un ritmo fijo. Primero le lamía… después le besaba… a veces se tomaba la molestia de envolver lo que sobresalía con sus labios. En una suerte de juego de azar, Leroy se envició, y cada vez embestía con más ferocidad, buscando descubrir qué era lo que venía después.

Era glorioso… era mágico. Era divino. Y cuando se quiso dar cuenta ya se movía como un animal salvaje, embistiendo con furia. Ya no había tiempo para envolverlo con los labios… sólo besos escuetos, lametones furtivos.

— ¡Regina, me corro!— Le gruñó.

Ella reaccionó de inmediato. Se soltó los pechos y empezó a usar su mano, que apretaba con maestría, mientras envolvía una vez más el glande entre sus labios. Leroy no aguantó mucho más y se derramó en la boca de la reina. Fue demasiado, y pudo deleitarse con la visión de su semilla escurriéndose por los laterales antes de que lo recogiera con los dedos y se lo tragase.

— Esto es un plato gourmet.— Regina se rio de su propio chiste. Toda la adrenalina que sentía dentro le estaba afectando.— Vaya, Leroy… quién iba a decirlo… Menuda sorpresa me has dado…

Leroy pensó que habían terminado cuando notó que la mano de Regina acariciaba lentamente sus huevos. Acababa de correrse pero por Regina haría el esfuerzo si era necesario. Aquel tacto, sin embargo, indicaba cierta paciencia.

— Sabes… salí de casa pensando en que quería que me rompieran el culo.— Suspiró.— Pere ese trabuco tuyo no me cabe ahí dentro… Tendrás que conformarte con el otro agujerito…

— Regina… ¿Conformarme? Sólo verte las tetas ya sobrepasa todo lo que soñaba.

— Eres un buen chico, después de todo…— Regina le dio la espalda y se inclinó, echando la cabeza hacia atrás parar mirarle.

— Vamos… da el golpe de gracia…

El golpe de gracia. Leroy empezó a penetrarla primero con cuidado, pero se encontró con que estaba tan encharcada que incluso su enorme mástil entraba con facilidad. Leroy no necesitó más indicaciones, Se aferró con ambas manos a las caderas de Regina y empezó a embestir.

— Oh… se me olvida lo enorme que es…— gruñó Regina.— Más… por favor… más… ni se te ocurra parar.

Leroy entró en una especie de trance en el que sólo existía aquel cuerpo que follar. El resto no importaba. Seguía bombeando, sujetándose con una sola mano. De algún modo, se las apañó para sujetar uno de los pechos de Regina… se las apañó para apretarlo con ganas y hacerla gritar.

Regina tampoco pensaba ya. Sólo quería otro orgasmo… lo necesitaba desesperadamente. Se empezó a mover al compás. Su cuerpo era como un hervidero de placer. Gruñía, aferrando sus manos a aquella cama empapada de sus flujos.

— Azótame.— Le exigió a Leroy.

Él dudó, pero finalmente se atrevió a darle un azote a la reina. Ella gimió, aún con más ganas, si cabe.

— Más fuerte.— Le exigió.

Leroy se envalentonó, y empezó a repartir azotes en aquel trasero precioso. Regina ya no tenía que hacer demasiado… acabó dejándose caer sobre la cama. El olor de sus propios flujos estaba alterando su percepción aún más. Acabó desmadejada mientras él la seguía penetrando. Era un éxtasis muy profundo… cuando llegó el orgasmo ni siquiera gritó... sólo convulsionó con furia y finalmente se quedó quieta… Leroy la siguió, llenándola de leche con un envite profundo. Ella sonrió y se incorporó.

— ¿Te ha gustado?— Le preguntó al enano.

— La mejor experiencia de mi vida.— Vaya sonrisa, ya no parecía tan gruñón.

Regina se crujió el cuello mientras se incorporaba. Estaba sudada, sucia, y su sexo estaba lleno de leche… pero eso le gustaba. Se dio cuenta de que le gustaba sentirse así. Se quedó quieta… dejando que su sexo emitiese todo el sobrante. Todo ese semen, mezclado con flujos vaginales… cayó directamente al suelo.

— Yo también he disfrutado mucho.— Le dijo Regina.— Así que haz el favor de respetar nuestro trato.

— Por supuesto, nada de escaparme.— Le prometió Leroy.

— Buen chico.— Regina recogió su falda del suelo. No se había salvado. Una macha de Semen se había colado sobre ella. No era demasiado grande, pero era una lástima. La limpió con la lengua ante la atenta mirada de Leroy.

— Ha sido un placer.— Se puso la falda y salió de la celda… iba a irse, cuando decidió inclinarse un poco y darle un escueto beso en los labios al enano.— Hasta la próxima.

Cerró la puerta de la celda y devolvió la llave a su sitio antes de vestirse. Cuando se dirigía a la salida se dio cuenta de que Mary y Graham aún no habían terminado… así que se quedó mirando hasta que lo hicieron, y entonces, tosió sonoramente para indicar su presencia. Debían marcharse.

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Debo confesar que hasta el momento este es mi relato favorito de entre los que he escrito.