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El padre de mi novio enseña a mamar

en Gays

como cada Viernes por la noche me dirigía a casa de Pablo, mi novio. Él es mas bajo que yo, como de metro setenta, pero es muy corpulento para su tamaño. Lleva el pelo moreno y muy corto, se lo rapa cada dos o tres semanas pero no se toca el vello corporal. Tiene las piernas y los brazos llenos de pelo y lo mismo pasa en el pecho y en las zonas privadas. Tiene la cara muy cuadrada y una barba no muy espesa que le sienta genial. Tiene toda la zona de la barbilla y la mejilla derecha llena de hoyuelos que le hacen unas arrugas muy bonitas cuando sonríe.

Aun con lo que pueda parecer, no es demasiado masculino (lo cual me encanta). En el sexo es él el activo pero porque a mi no me gusta nada serlo. Muchas veces nos hemos maquillado juntos y vamos por el ambiente como los que más.

Volviendo a ese Viernes, estaba ya abriendo la puerta del portal. Llevábamos saliendo ya dos años y como ninguno tenía posibilidades de independizarse simplemente tenía una copia de las llaves para la casa de su madre.

Elina, la madre de Pablo, es una enfermera de casi cincuenta años. Ella y su marido Frans emigraron de Suiza cuando Pablo estaba a punto de nacer. Cuando ya estaban en Madrid esperando el último vuelo, Frans se fue al baño y no volvió. Al principio fue un shock para Elina, pero no le hicieron falta ni cuatro días para darse cuenta de que estaba mejor sola. Alquiló la habitación que pensaba parasitar Frans a Juan, un joven azafata que todavía vive con ellos.

Pero lo importante de toda esta historia es que Elina iba a estar en el hospital toda la noche y Juan estaría en Perú hasta dentro de unas semanas. Entré en el piso un par de horas antes de que Pablo saliera de trabajar para asearme un poco, pero la luz de la cocina estaba encendida.

Me dispuse a entrar pensando que alguien se la había dejado encendida pero me encontré a un hombre sentado en la mesa de la esquina con las piernas abiertas bebiendo una cerveza de un paquete que parecía haberse comprado él mismo.

Más tarde descubriría que se trataba de Frans, el padre de Pablo. Es un hombre un poco mayor que Elina, como de metro noventa. Igual de corpulento que el hijo, la cara mas cuadrada si cabe pero el vello corporal era escaso, la barba inexistente y la piel estaba perfecta. Tiene el pelo castaño casi rubio. En ese momento lo llevaba recogido en una coleta baja que le llegaba hasta la mitad de la espalda. Tenía puestos unos pantalones cortos de deporte y una camiseta negra que le quedaba grande. Por su pelo podía intuir que llevaba un par de días sin ducharse.

Cuando entré en la cocina lo miré extrañado y creo que el sentimiento fue recíproco. Nos quedamos un rato mirándonos sin decir nada y justo cuando iba a decir algo se me adelantó.

– ¿Y tú quién se supone que eres? –. Lo dijo con un tono muy cortante que me pareció maleducado. Entre eso y que estaba viendo amenazado mi fin de semana me puse muy a la defensiva.

– Eso debería preguntarlo yo, ¿Qué haces gastando luz?

– Yo vengo aquí invitado, niñato. Y deja de hablar como si no pudiera levantarme y partirte la cara de dos hostias –. Lo dijo con un tono algo amenazante. Y es verdad que podría reventarme en cualquier momento. Pero no se movió de su sitio así que lo interpreté como pavonería.

– Pues mas te vale que te haya invitado el papa porque yo tengo prisa y necesito intimidad – El hombre puso los ojos en blanco de una manera super exagerada y continuó poco después.

– Me invita la señora de la casa que ya es suficiente –. <> pensé. Lo primero que se me pasó por la mente fue que Elina tenía una cita esta noche lo cual no solo supondría que se acabó la noche romántica para mí y para Pablo, sino que le había jodido la cita a mi suegra. Mi cara era un cuadro. – Llevamos casados un montón de años ya, no debería sorprenderte.

Ese fue el momento en el que caí que era Frans. Me costó un rato porque siempre he sido muy lento y después de darme cuenta estuve un momento asimilándolo así que se creó un silencio incómodo que él mismo rompió

– ¿Me vas a decir ya quién eres o tengo que adivinarlo?

– Soy el novio de tu hijo.

– ¿Qué me ha salido maricón? Eso es que no estaba yo aquí para darle un par de hostias cuando las necesitaba – Dijo eso mientras se rascaba la entrepierna. – Menos mal que no lo voy a volver a ver – El último comentario me sacó completamente de lugar pero todavía estaba sorprendido y un poco asustado después del primero. Le había seguido la mano mientras se rascaba y mis ojos se quedaron fijos en el bulto que le hacía el pantalón. Al rascarsela se la había colocado encima de la pierna y se podía ver con todo lujo de detalles. Me quedé empanado durante un minuto hasta que su polla dio un respingo voluntario y rápidamente volví a mirarlo a los ojos.

– ¿Qué pasa?, ¿Necesitas tú también un par de azotes? – Decía eso mientras se tocaba el paquete. Yo seguí su mano con la mirada e inmediatamente después tragué saliva y me relamí los labios. No sabía por qué me apetecía tanto esa polla. Tuve una época en la que me iba el BDSM pero lo dejé cuando empecé con Pablo.

Sin darme cuenta pasaron otros tantos segundos en los que estaba empanado mirándole el paquete a mi suegro y poniéndome cada vez mas cachondo. Él esta vez no se molestó en preguntar y se levantó de su sitio hasta ponerse en frente mio. Mis ojos habían cambiado de dirección, ahora miraba hacia arriba para verle la cara. Tenerlo tan cerca me confirmó que llevaba sin ducharse días. Me sacaba más de una cabeza y me miraba con impaciencia. No le hice esperar mucho más. Me arrodillé delante de él y abrí la boca sin cortar la mirada.

Estando arrodillado su paquete me quedaba encima de la cabeza así que lo que podía ver ahora era su bulto y el trozo de cara que me permitían ver sus abultados pectorales. Veía lo suficiente para saber que me estaba mirando y para sospechar que estaba esbozando una sonrisa. Estaba preparado para comérsela pero lo que hizo fue poner su pie derecho en mi nuca y estamparme la cabeza contra el suelo.

– Esto va a ser mas divertido de lo que pensaba. – Dijo. Solo en ese momento me dí cuenta de que no tenía puestas zapatillas. – Vamos a recapitular. Eres un niñato marica pervertido que va de chulo por la vida… – En ese momento me dí cuenta de que mi cabeza cayó justo al lado de su pie izquierdo así que empecé a olerlo y a lamerlo. No podía mover mucho la cabeza pero llegaba justo a meterme el dedo gordo. Si no se había duchado en dos días parecía que no se había cambiado los calcetines en una semana. Olían intensamente a sudor y a tierra– … que va vacilando a machos que le doblan el peso y que cuando contestan se pone de rodillas dispuesto a todo. No estarías tú buscando esto, ¿no? – Se quedó unos segundos en silencio hasta que se dio cuenta de que le estaba lamiendo el pie izquierdo. – ¿Y esto? ¿Le vas lamiendo los pies a cualquier persona que te levante la voz? – No sabía que contestarle así que me quedé callado. Mientras tanto él se quitó el calcetín del pie derecho y me lo puso en frente de la cara – ¡Tss!, ¡Tss!, ¡Busca!, ¡Vamos! – Mientras me hablaba como a un perro meneaba el calcetín en frente mio. Y yo le seguí. A cuatro patas, con la cabeza y las rodillas en el suelo y el culo en el aire.

Nuestro paseo acabó en el salón. Frans tiró el calcetín al sofá y yo me subí encima buscándolo. Una vez lo encontré succioné su olor lo mas fuerte que pude y me lo metí entero en la boca. El sabor y la textura me provocó una arcada pero la contuve. Estaba ensimismado en degustar esa delicia cuando ¡PLASSS!. El dueño me pegó un azote en el culo. Sonó tan fuerte que lo debieron escuchar los vecinos. – ¡Pero no ves que me vas a dejar el sofá lleno de mierda! ¿Qué te tengo dicho? – Me giré sobre mí mismo todavía encima del sofá. Levanté la mirada para verle la cara y pude apreciar una sonrisa sádica. Se sentó al lado mio, me desnudó al completo y me acostó sobre su regazo. Los azotes empezaron inmediatamente, cada vez mas fuertes. A partir del tercero la irritación era tal que gritaba a pleno pulmón con cada bofetada. – ¿Necesitas algo para mascar?, yo es que no tengo tu juguetito aquí… A ver si esto te sirve – Se quitó el calcetín izquierdo y, junto con el derecho, me los metió en la boca. – y más te vale no soltarlos que son de los caros. – Me propinó unos diez azotes más y a mí cada vez me costaba más aguantar la erección. No quería que notara que me estaba poniendo cachondo. No quería que me dejara a medias.

– ¡Qué poco aguante! ¡Si estás ya en carne viva! Voy a por unos hielos – Me tumbó boca abajo en el suelo y volvió a la cocina. Yo aproveché el momento para recrearme en el olor de los calcetines. Era lo único que me distraía del dolor en los glúteos.

– ¿No puedes pasarte ni un minuto sin zorrear? – Frans volvió con unos cuantos cubiletes cilíndricos individuales de metal en los que estaban los hielos. Me los fue pasando por las nalgas. No pude contener un gemido y mi erección era ya mas que patente. Y él se dio cuenta. En tal que un hielo salió del recipiente lo cogió y me lo apretó contra la parte del glande que sobresalía. Contuve un grito. – Pienso estar así hasta que se te baje así que mas te vale poner de tu parte – Fue fácil que se pasara la excitación. Ya no tenía sus calcetines en la boca y no le podía ver, pero cada vez que notaba una parte de su mano en contacto con mi polla tenía la sensación de que me iba a empezar a correr. Mi erección bajó – Bien. Vamos ahora a lo importante. – Cogió uno de los cubitos que ya salían de los cubiletes y me lo metió con cuidado en el culo hasta que se incrustó entero. – Más te vale no soltarlo o va directo a tu boca – El dolor que me provocaba el cubito era horrible pero llevaba sin ducharme desde el día anterior y definitivamente no quería tener eso en la boca.

– ¡Desviados y pervertidos! ¡Llegó el momento que llevan esperando toda la noche! – Dijo eso mientras se ponía delante mio. No me atreví a levantar la mirada. Lo siguiente que vi fue como dejaba caer sus pantalones y se agachaba doblando las piernas a los lados. Me emocioné mucho y empecé sin esperar ordenes. Tenía miedo de dejar caer el hielo si me ponía a cuatro patas así que dejé las piernas como estaban y curvé la espalda para poner mi cabeza a la altura de su polla. Abrí la boca sin la más mínima duda y me abalancé sobre ese, ya erecto, mástil de 20cm.

Solo entonces me agarró la cara con la mano aplastándome los mofletes. Hizo que inclinara la cabeza más hacia arriba lo cual me causó un fuerte dolor de cuello. Acercó su cara a la mía de tal forma que nuestras narices casi chocan. Era la vez que más cerca lo tenía y tenía una cara tremendamente seria, parecía enfadado. Movió la cabeza de lado a lado muy lentamente y yo ya entendí lo que quería así que volví a mi posición anterior abrí la boca y esperé.

Y, en efecto, fue su polla la que se abalanzó sobre mí. Aprendí a hacer deepthroat en mi época BDSM y menos mal porque entró a matar. La clavó de golpe y entró entera. Tenía sus huevos en la barbilla y el pubis en la nariz. Se notaba que era de esos tíos que no se lavan la polla pero en esos momentos me daba igual. Comenzó con un bombeo lento, sacándola poco a poco y metiéndola de golpe. Yo hacía lo que podía por aguantar, pero llevaba tiempo sin hacer nada del estilo así que lo llené todo de babas y las lágrimas me empezaron a caer desde casi el principio. Poco a poco empezó a subir el ritmo y a follarme la boca.

Cada cierto tiempo la dejaba reposar en el fondo de mi garganta. Una cosa que le encantaba era metermela hasta el fondo y empezar a estrangularme o taparme la nariz.

Pasaron como cinco minutos antes de volver a tener la boca libre, me cogió la cabeza con ambas manos y la arrojó contra el suelo. – ¡Sígueme! – Se había pasado gimiendo toda la mamada así que hacía tiempo que no escuchaba su voz. Solo esa palabra consiguió que me olvidara de todo el dolor y la humillación que sentía y empezara a seguirlo. El cubito todavía estaba a medio deshacer así que fui arrastrándome. – ¡Pero ponte de pie, hombre! que estarás incómodo – Lo dijo con un tono super amigable y con una sonrisa pícara, sabiendo perfectamente lo que llevaba dentro. Solo la situación de verlo casi desnudo mientras yo me arrastraba forzándome a pasar por una situación tan incómoda fue suficiente para que me volviera la erección. Pero no me importó. A él tampoco, mientras llevara el cubito de hielo intacto al cuarto de baño.

– Ya estamos aquí. De rodillas, marica – Le hice caso sin planteármelo. De pronto se quitó la camiseta y me la tiró a la cara. – Esto es un regalo para que me recuerdes. – Se notaba que había estado sudando durante la follada e incluso antes de esta. Fui directo a oler los sobacos. No me sacaría su olor de la cabeza en meses. – Ahora, ¿Estás listo para dejar de ser un maricón y convertirte en una zorrita? – Le miré con cara de confusión así que se agachó hasta mis orejas y me susurró – Que si estás listo para que te desvirgue. Para que mi pollón te atraviese las entrañas hasta salirte por la boca. Para que me corra dentro y seas oficialmente de mi propiedad – eso último lo dijo mientras me tocaba el culo. – Suelta el cubito – Dicho y hecho, junto con el cubito cayó un chorro de agua que me resbaló por la pierna derecha hasta llegar a la rodilla. Frans cogió el cubito y lo tiró al vater. – ¡Busca! ¡Chico! – No me lo tuvo que decir dos veces. Fui gateando hasta el vater y metí la cabeza dentro. No pasó mucho tiempo y lo estaba oyendo reírse y sacar fotos. No me importaba. Solo quería que me la metiera ya pero antes de eso me pisó la cabeza y tiró de la cadena. – Te habías manchado un poco antes – Y tanto que lo había hecho.

Mi suegro se pasó un rato considerable jugando con mi culo. Empezó magreandome un rato e hizo una cuenta atrás solo para que al final no me la metiera. En un momento dado salió de la habitación, no sabía si volvería pero estaba dispuesto a esperarlo. Volvió con su pack de cervezas y me echo una por encima. Tras eso se sentó en la parte superior de mi espalda y me dijo – ¿A qué esto no te lo hace el marica de mi hijo? Es que hay que ser un hombre para saber como se trata a una zorrita. Y no te creas que es fácil ir por ahí repartiendo placer gratis – Me estaba preguntando a que venía todo esto cuando un escupitajo me confirmó que se estaba bebiendo una cerveza encima mio – hay muchas zorras y muchos maricones insatisfechos que acaban yendo contra ti aunque saben que se mueren por volver a tocarme, lo tengo comprobado. – Una vez terminó su discurso dejó el botellín vacío en el suelo y se levantó. Cuando creía que ya era el momento empiezo a notar un líquido caliente en mi cabeza. Solo me hizo falta oler un poco para darme cuenta de que se estaba meando encima mio. Era una meada super amarilla con un olor muy fuerte que lo único que hizo fue ponerme más cachondo. Una vez terminó, cuando se dio la vuelta para dirigirse finalmente a mi culo, me puse a lamer el agua y las paredes del inodoro.

– Prepárate, marica. Te vas a convertir en una puta en cinco… cuatro… tres… dos… uno… – Alargo ese segundo lo máximo posible. Estaba empezando a temer que fuera otra falsa cuenta atrás pero unos diez segundos después de que dijera ‘uno’ me la metió de golpe sin previo aviso y comenzó unas embestidas rápidas y secas. El culo me ardía y me dolía todo, pero era justo lo que necesitaba. Sentirme usada por un macho otra vez. Cuando se emocionaba aumentaba la velocidad y me sacaba la cabeza del váter para estrangularme o para golpearme. Durante la mamada estuvo muy callado, sin embargo ahora no callaba. “¡Zorra! ¿Como se siente un depósito de semen?”, “¿Tú naciste así de puta o te han enseñado?”, “Todas las zorras necesitáis un macho. Menos mal que he aparecido yo o te ibas a morir del aburrimiento”.

Habían pasado ya unos minutos de follada y no había perdido ni un poco de intensidad. Me di cuenta entonces de que estaba ante un verdadero semental y no uno de esos que van de duros y después son unos sosos. De verdad había encontrado a un macho que me usara como le diera la gana y que no tuviera reparos en darme dos hostias si le apetecía. Cada vez que pensaba en eso tomaba una bocanada de aire y lamia el váter.

En un momento dado comenzó a gemir con más intensidad y a moverse espasmódicamente. Estaba a punto de correrse cuando de repente sacó su polla de mi culo. Me iba a levantar de golpe en protesta pero antes de que llegara a ningún lado volvió a pisarme la cabeza – Tú no te mueves, zorra – Podía oír como se masturbaba encima de mí y, menos de un minuto después, se corrió en mi cabeza.

– Te has convertido en una zorra envidiable, pero todavía te queda mucho para poder ser mi zorra. – Me lo dijo y me dio una patada en el culo. – Dile a Elina que necesito verla para el divorcio. Me vuelvo a casar. Podéis llamar aquí – Lo dijo mientras me apuntaba un número en la nalga derecha. Una vez terminado, tiró el rotulador y se fue sin decir una palabra. Yo me quedé un rato oliendo el váter mientras me masturbaba. Todavía quedaba una hora hasta que llegara Pablo, me daba tiempo a limpiarme y a limpiar la casa, y a guardarme el número de su padre.

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