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Amor prohibido parte2

en Amor filial

- ¿Georges? 

 

Una voz melodiosa lo sacó de su ensimismamiento. Alzó la mirada encontrando frente a él a su peque...no, no a su pequeña hermana. Frente a él estaba una adolescente hermosa con aires de mujer, vestida con una minifalda que le llegaba a medio muslo, un top negro sin mangas que apenas le tapaban sus proporcionados senos, dejándolole ver su níveo vientre, que seguro era suave al tacto «¿En que estaban pensando sus padres cuando le permitieron a Diane vestirse así? ¿Y qué paso con su cabello?» se preguntó el pelinegro mentalmente, mientras dirigía la mirada a las extremidades inferiores de su hermana. Si antes creía que sería difícil, ahora estaba completamente seguro que se iría al infierno, porque esas botas de tacón alto, que cubrían sus piernas hasta sus rodillas, sólo hacían que él se le viniera la imagen de ella desnuda, usando únicamente esas botas.

Diane por su parte, se quedó asombrada al ver a su hermano. Al principio creyó que no lo reconocería, pero esos ojos verdes que contrastaban con la piel, ahora bronceada de Georges, eran difíciles de olvidar. La ojigris sentía todo su cuerpo en tensión, la única parte de su anatomía que parecía tener vida era su corazón, que latía tan rápido en su pecho que Diane creyó que le daría un infarto. Si antes no sabía qué haría con sus sentimientos, ahora estaba segura que hacerlos a un lado no era una opción, porque nada más le bastó con verlo de nuevo para que corroboraba todo el amor que sentía por él.

- Dian...ne -saludó dubitativo, no sabiendo si llamarla como él acostumbraba o por su nombre completo. Había optado por ésta última, primero porque no sabía si su hermana lo seguía odiando por el beso que él le había robado en el pasado, porque era cierto que ella no se lo había dicho a sus padres; ellos nunca le insinuaron nada las pocas veces que él llamó. Pero sí sabía que Diane no quería saber de él, porque la veces que preguntó por ella, sus padres siempre le dijeron que no quería hablarle y eso sólo podía significar que lo odiaba por haberse aprovechado de su inocencia. 

Lo que el pelinegro ignoraba, era que sus padres sí se habían dado cuenta de los sentimientos enfermisos que tenía él hacia su hermana pequeña. Por esto, aunque a ellos no les agradó la noticia de que él se iría a estudiar al extranjero, no hicieron nada para retenerlo, incluso, nunca le exigieron que los fuera a visitar en vacaciones. Sus padres pensaron que lo mejor era mantenerlo alejado y más aún cuando se dieron cuenta, con el pasar de los años, que Diane le correspondía a Georges...

Y segundo, Georges pensó que lo mejor sería marcar distancia, si se ponía en plan de hacer que lo perdonara, volverían a algo de la confianza que tenían antes, y si era así, estaba completamente seguro que esta vez no le robaría solamente un beso.

- Vamos, o se me hará tarde para ir a la oficina. -continuó con tono de voz neutro a la vez que giraba sobre sus talones y caminaba a la salida del aeropuerto, dejando a una Diane con un nudo en la garganta y con las lágrimas pugnando por salir. 

La ojigris no entendía qué mierdas le pasaba a su hermano. ¡¿Eso era todo?! ¡¿Un saludo frío y hosco?! ¡¿8 años sin verse y ni siquiera un misero abrazo?! Definitivamente su hermano no la amaba, ni siquiera un sentimiento de hermanos existía hacia ella, no sabe cómo todavía su corazón guardaba la esperanza de que aquel beso había sido real. Diane tragó grueso antes de seguir a su hermano, pensando que ojalá ella se hubiera encontrado junto con sus padres cuando tuvieron el accidente, porque al menos estaría muerta sin sentir nada, no como ahora, que moría lentamente sintiendo como se desgarraba su alma...

 

2.-

 

Los siguientes dos meses fueron una tortura para Georges y Diane, para el primero porque sentía que su cuerpo y su mente le jugarían una mala pasada en cualquier momento, y tampoco ayudaba la estación del año en la que se encontraba. En los 8 años que tenía viviendo en ese país, el verano no le había parecido tan caluroso como ahora. Y para la segunda, porque le había tocado conocer a la novia y futura esposa de Georges: Carla, una mujer de cabellos dorados, largo hasta el nacimiento de sus senos, ojos marrones claros y piel bronceada...

Durante ese par de meses pasaron muchas cosas, al principio, cuando los hermanos habían salido del aeropuerto, se dirigieron al carro de Georges. Éste ni siquiera había tenido el detalle de abrirle la puerta a su hermana, estaba pensando en las mil maneras de sacarles los ojos a todos los buitres que veían a SU Diane como si fuera un pedazo de carne. Georges se subió en la parte del piloto cerrando la puerta con más fuerza de la necesaria «Lo primero que haré será que cambié de vestuario» se dijo mentalmente. 

Diane imitó a su hermano: se montó en el carro, pero no en el asiento delantero, sino en la parte trasera, cerrando la puerta de un portazo. Georges puso en marcha el automóvil maldiciéndose mentalmente por haber sido tan maleducado...

Media hora después llegaron a la casa de Goerges. La casa era de dos plantas, pero pequeña: sala, cocina, dos cuartos y un baño. Y, aunque por fuera se veía acogedora, por dentro era fría, como si nadie hubiera habitado allí en mucho tiempo... 

Los dos hermanos entraron a la casa, hallándose solos. El corazón de Georges empezó a latir a un ritmo anormal, y en su cabeza batallaba con el deseo de abalanzarse encima de su hermana. En el aeropuerto había sido fácil contenerse por la cantidad de personas que había alrededor, pero ahora la tenía a pocos pasos de él, y a solas. Ella se encontraba dándole la espalda, seguro evaluando la casa, mientras él evaluaba cierta parte su anatomía: Curvas que lo volverían loco si lo estuvieran cabalgando, a la vez que él posaba las manos en sus caderas ayudándola en el vaivén que los llevaría a tocar el cielo... y el infierno. 

- Hasta hoy... usas esa ropa... - Georges se había acercado a Diane, hablándole con voz ronca y errática, causando que ella diera un leve respingo y que no entendiera muy bien sus palabras. Un estremecimiento la recorrió de píes a cabeza al sentir el hálito cálido de su hermano golpear la piel de su cuello, haciendo que ella cerrara sus ojos, sintiendo como su propia respiración se hacía más pesada. Abrió los ojos al escuchar la puerta de entrada cerrarse. Su hermano se había ido dejándola sola, de nuevo...

Los días pasaron entre discusiones, roces, frustración y soledad.

Diane empezó a desarrollar un sentimiento de amor y odio hacía su hermano. Georges prácticamente la había obligado a que ella cambiara de vestir, dejándole en claro que esa era su casa y que él ponía las reglas. Éste argumento desató en ellos discusiones que terminaban con ella acorralada entre una pared y el cuerpo de su hermano, donde él la miraba intensamente, avivando un calor en ella, quemándola por dentro, para que luego él cerrara los ojos con expresión irritada, se separara de ella bruscamente dejándola sola y frustrada, no sin antes gritarle que se cambiara de ropa. Esa actitud la desconcertaba, haciendo que ella lo odiara y lo amara porque no sabía qué era lo que él sentía en realidad por ella. Diane no era tonta y ya no tenía la inocencia de su niñez, así que no pasaba desapercibido el comportamiento de Georges... 

Por otra parte, Georges siempre se encerraba en su cuarto luego de esas escenas. Se desnudaba totalmente y dejaba que su mano derecha recorriera la longitud de su hombría mientras evocaba la imagen de su hermana siendo rebelde, refutandole una orden de él. Ése comportamiento altanero no hacía más que ponerlo a mil, que despertara el deseo de besarla, dominarla, desnudarla y dejarle ver que sino la hacía caso con respecto a la ropa, él terminaría haciéndole el amor en cualquier rincón de la casa. Goerges sintió el orgasmo atravesar su cuerpo y corazón, dejándose caer pasadamente en su cama, respirando con dificultad mientras que una solitaria lágrima mojaba su mejilla. Tenía que acabar con ésta situación, sino terminaría haciendo algo de lo que seguro luego se arrepentiría.

Ese mismo día Georges llevó a su novia a su casa, no sólo para presentarla formalmente a su hermana, sino para que ella se quedara viviendo allí y acabar con los pocos momentos en que él se encontraba a solas con Diane. La morena se la pasó llorando toda la noche, Carla era la novia de su hermano, que además se casaría con él en menos de un mes y medio. Esa noticia le cayó como una piedra en el estómago, haciendo que la esperanza que ella había empezado a germinar en su corazón, se disolviera.

Los días siguieron pasando, pero no con los cambios que el pelinegro esperaba, las discusiones seguían y Carla siempre se alejaba dejando a los hermanos solos en su discusión, permitiéndole a Georges que siguiera con los roces, que ahora eran más explícitos: una caricia con su nariz en la mandíbula de ella o, en su cuello o, peligrosamente en el nacimiento de sus senos. Una vez hasta se atrevió a deslizar su mano por uno de sus muslos, a la vez que pegaba más su cuerpo al de ella, tanto, que le hizo sentir su creciente erección, sorprendiéndose al escuchar un jadeo anhelante por parte de su hermana. Esto derrumbó todo su control: una cosa era desearla él solo, pero saber que ella también lo deseaba no hacía más que no tuviera una razón para detenerse de cometer una locura. No la hizo suya en ese momento, porque escuchó pasos, Carla estaba demasiado cerca.

Después de ese encuentro, Georges, con la cabeza más fría, pensó que lo mejor era evitar a Diane a toda costa, se metió de lleno en su trabajo, comía en la calle y regresaba a su casa acompañado de Carla, dirigiéndose de una vez a su cuarto, de donde sólo salía acompañado de su novia. Porque, aunque él amaba a Diane y al parecer ella no le era indiferente, no podía cambiar el hecho de que su parentesco convertiría una relación entre ellos en pecado, en pecado de amor phohibido... 

Sólo faltaba menos de un mes para su boda con Carla y estaba pensando, con todo el dolor de su alma, que podía mandar a Diane a estudiar en un internado. Eso evitaría que su amor y deseo la arrastraran al infierno. Pero Georges no tomó en cuenta un factor importante de la vida, uno que, aunque queramos cambiarlo, no podemos: El destino...

Una día Diane se encontraba en su cuarto, éste compartía pared con el cuarto de su hermano. La morena lloraba como casi todas las noches desde que Carla comenzó a vivir allí, porque gemidos, jadeos y un nombre gritado por placer inundaban las paredes de su cuarto. Diane no sólo lloraba por el dolor que le causaba esa situación, sino porque aunque no quería la excitaba, se le era imposible no imaginarse siendo ella la que disfrutaba las caricias de su hermano, aún sabiendo que eso era un pecado. 

La ojigris siempre contenía las ganas de masturbarse, pero su cuerpo ya había llegado al limite y ahora se encontraba desnuda, dejando que sus dedos resbalaran en su humedad, frotando a conciencia su hinchado clitoris, llevando únicamente a su cuerpo a liberación, porque su alma dolía frustrada al escuchar el nombre del hombre que amaba, salir de los labios de la mujer que recibía el orgasmo en cuerpo y alma. Media hora después, la morena se levantó de su cama, se vistió con su pijama y salió de su cuarto dirigiéndose a la cocina. Necesitaba algo frío que le ayudara a calmar el calor que sentía su cuerpo y la temperatura de la estación no ayudaba. Llegó a la cocina posando sus orbes grises el figura de su hermano, que se encontraba con sólo una toalla cubriendo su cuerpo, dejándole ver su amplía espalda. Diane dejó escapar un gemido bajo, sintiendo como su útero se contraía ante la imagen de ella clavando sus uñas en la piel de él, mientras la embestía duramente, causando que el sonido llegara a oídos de su hermano, que volteó rápidamente reprimiendo un gruñido al ver a su hermana vestida únicamente con una franelilla blanca y un short extremadamente corto. Por la mente de Georges pasó un único pensamiento: Si estaba en las puertas del infierno, entonces bienvenidas sean las llamas, porque esa noche dejaría que su cuerpo se convirtiera en cenizas...

 

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