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Mi novia ,mi hermana y sus amigas

en Amor filial

Me llamo Patrick y tengo 24 años. Mido 1’84, peso 77 kilos, tengo el pelo negro corto y me conservo en buen estado de forma ya que soy jugador de waterpolo. El 30 de junio del 2002 estaba yo jugando a fútbol con unos amigos cuando me torcí un tobillo. En el hospital me escayolaron la pierna y me recomendaron reposo durante tres semanas. Así estaba yo, a mis entonces veintitrés años, relegado a pasarme todo el mes de julio encerrado en casa. Y mis padres de vacaciones en el pueblo. Afortunadamente tengo una novia que me adora, Marta, y se comprometió a venir a cuidarme todos los días y cuando no estuviera ella lo haría mi hermana. Marta es muy guapa. Tiene veintitrés años, es alta, morena y tiene un cuerpo de escándalo: 93-58-91. La verdad es que todo el mundo se gira al verla pasar. Había venido por la tarde y nada más irse mis padres, como estábamos solos en casa decidió que iba a ser mi enfermera. Había traído un disfraz de enfermera que guardaba de un carnaval aunque cuando se lo puso la encontré explosiva. Era una bata que apenas llegaba más abajo de la cintura y aunque al disfraz lo acompañaba una falda, ella no se la puso. Sólo llevaba la bata. Imagínense ustedes a mí, tirado en el sofá, viendo a Marta acercarse con aquella bata blanca que le venía pequeña: Deseé que mi lesión no se curase nunca.

Yo vestía unos pantalones cortos y una camiseta de tirantes únicamente por lo que mi erección era evidente. – Me envía el doctor para que le haga un tratamiento. Dice que debo cuidarlo mucho – me dijo ella mostrando una amplia sonrisa.

– Sí, cuídeme enfermera, que me encuentro muy mal.

Lo primero que hizo fue arrodillarse y quitarme la camiseta. Como jugador de waterpolo me obligan a depilarme y eso a Marta la excita mucho así que me pasó su lengua por mi vientre con mucha delicadeza contorneando mis abdominales. Ascendió lentamente hasta llegar a mis tetillas y me las mordisqueó como sólo ella sabe hacerlo. Yo mientras lo hacía sentía sus pechos firmes aplastados en mi estómago y mi mano, ansiosa por participar se lanzó hacia su culo. Llevaba puesto un tanga, y le acaricié el trasero hasta llegar a su rajita que sentí húmeda.

Pero ella se movió alejando su trasero de mi mano y descendió hasta mi vientre y me bajó los pantalones liberando a mi pobre verga en un estado de erección increíble. Hace cuatro años que estamos juntos y todavía me excito como el primer día que la vi desnuda. Es algo difícil de explicar.

– Voy a extraer una muestra para analizarla – me dijo.

Y se metió mi polla en su boca y me la chupó largamente. Yo sentía sus labios encerrándomela y en constante movimiento ascendente y descendente mientras su lengua se ocupaba de hacerme sentir una sensación que no se puede explicar aquí. Sólo puedo deciros que aunque el tobillo aún me dolía algunas veces, ni siquiera sentía la escayola que me aprisionaba la pierna. Era como si Marta estuviera anulando mi voluntad con aquella mamada. Era una especie de juguete entre sus manos. No tardé en correrme y aunque ella sabía que lo haría no se apartó ni por un momento. Dejo que su boca se inundara con mi semen y se lo tragó todo. Cuando la conocí ella era virgen y bastante tímida y yo sólo había tenido una novia antes de ella. Una chica demasiado recatada de la que sólo conseguí una mala mamada. Así que en estos cuatro años hemos aprendido el uno del otro por que a ambos nos gusta mucho el sexo y no desaprovechamos la oportunidad de practicarlo a menudo. – ¿Cómo te encuentras? – me preguntó

No recuerdo que le respondí y ella me ha dicho que no me entendió pero que por mi tono estaba muy satisfecho. Pero a Marta no se la satisface con una mamada. Así que se despojó de su bata y me dijo que me iba a realizar un examen más completo. Así que como apenas me podía mover trepó sobre mí y me puso todo su coño depiladito en la boca.

– Primero quiero saber como están sus reflejos y su coordinación.

No me demoré un instante. Utili

cé mi lengua lo mejor que sé, y creo que, por sus gemidos, le gustó lo que hice. Con mi lengua humedecí sus labios vaginales y la introduje varias veces sintiendo un calor en ella que me excitaba más. Después de la descarga mi miembro había perdido vigor pero ya se encontraba en plena forma de nuevo. Sentí que le gustaba e intenté introducir mi lengua tanto como pude para excitarla más. Pero no creo que eso fuera posible. Estaba excitadísima. Supongo que yo la pongo como ella me pone a mi. A doscientos. Sin contemplaciones se sentó sobre mi miembro lentamente, introduciéndoselo poco a poco, sin prisa, sintiendo, ella y yo, como aquellos diecisiete centímetros, (me la ha medido varias veces) iban entrando dentro de ella sin prisa. Luego vendría la gran cabalgada.

– Es usted un buen enfermo. Se porta como debe. Ahora relájese que este masaje le vendrá muy bien – ironizó ella antes de lanzarse a una cabalgada salvaje y acelerada.

Su cara reflejaba un placer inmenso para excitarme todavía más y cerraba los ojos como si se concentrase en lo que hacía. Luego al abrirlos me lanzaba unas miradas de «como pares ahora te la corto, tío» que me acobardaban y me llevaban a cumplir lo que me pedía. Claro que a mi eso no me suponía esfuerzo alguno. Yo sólo podía ver sus pechos, firmes y redondos, danzando al compás de sus movimientos.

Así estuvo varios minutos, aunque no sé qué tiempo era exactamente pues con ella, sobre todo en sus momentos de salvaje y desenfrenado sexo el tiempo no transcurre para mi. Me elevo a un lugar en el que no pasan los minutos, ni las horas. Sólo hay ella. Y a ella, como un devoto con su dios, me entrego sin dudarlo. Quizá el tiempo que llevamos juntos o la química que hay entre ambos, o tal vez algo de cada cosa, hizo que ella y yo alcanzáramos el clímax a la vez. Y sé que no simula los orgasmos conmigo. Luego adoptamos un convencional 69 para terminar lo que tan a gusto habíamos empezado.

Marta me preparó un suculento plato de macarrones a la italiana, que le salieron de miedo porque su familia es de allí. Ella quería que comiéramos desnudos pero yo le dije que no porque sabía que mi hermana, Silvia, estaba a punto de llegar.

Silvia tiene 21 años y se parece poco a mí. Es rubia, con unos ojos azules que te desnudan con la mirada, no demasiado alta y delgada, y Marta siempre dice que la envidia. Que mi hermana tiene mejor cuerpo que ella. Y tal vez sea cierto. Mi hermana tiene un cuerpo de escándalo. Sobre todo las tetas. Son enormes. Alguna vez mi madre le dice que tendrá que operarse para hacérselas más pequeñas, pero ella siempre se ha negado. Responde que le dan miedo los quirófanos, pero yo sé que el motivo no es ese. Llegó acompañada de una amiga de la universidad para hacer un trabajo en su cuarto y apenas me dijo una sola palabra.

– Silvia y su amiga te acaban de escanear por completo – me dijo Marta cuando entraron en su cuarto.

– ¿Qué dices? – Se deben estar masturbando, seguro. – No me lo creo.

Consciente de que Marta pocas veces se equivoca me sentí halagado. Mi hermana y una amiga se estaban masturbando después de verme sin camiseta y con aquellos minúsculos pantalones.

– Pero mi hermana me ha visto sin camiseta más de una vez – Y no será la primera vez que se corre pensando en su querido hermanito cachas – en lugar de celosa, vi que Marta estaba excitada. Su mano se escapaba, inconscientemente, hacia su sexo. Incluso yo me empalmé.

– Chúpamela – le dije a Marta.

– ¿Con tu hermana en casa? ¿Quieres que nos vea? – ¿No te da morbo? – Vamos a tu cuarto – me dijo – Por el momento me conformo con que nos oiga.

Me ayudó a llegar hasta mi cuarto y allí se desnudó a la velocidad del rayo para bajarme los pantalones. La idea de que dos adolescentes se pajearan pensando en su novio la había excitado mucho y tenía tantas ganas como yo de que repitiéramos lo de esa mañana. Lo que yo no sabía entonces es que Marta iba dos pasos por delante de mi.

– Intenta no armar demasiado jaleo, Patrick. Podría ser que no les hiciera ninguna gracia.

Quise responder pero ella juntó sus labios con los míos y, como dice la canción, «engrasaba mi garganta con su saliva» Me estuvo besando, porque ella había tomado las riendas, bajó por mi cuello, luego a mi pecho que acariciaba con sus manos y después hasta mi verga haciéndome una increíble mamada con tanta habilidad que no pude contenerme y me corrí en su boca.

De nuevo sentí ganas de penetrarla, y ella, adaptada a mi falta de movilidad, se introdujo mi verga por su rajita muy húmeda y lubricada mientras me ponía sus pechos en la cara. Ella lo hacía todo, movía su cadera arriba y abajo mientras yo le mordisqueaba los pezones, una de las cosas que más la excita.

Aceleró el ritmo de penetración tanto como pudo y me provocó una nueva corrida, dejándome exhausto. Después me limpió con su lengua la polla mientras yo lo hacía con su rajita. No era la primera vez que probaba aquél combinado de flujos, los míos y los suyos, y luego me dejó tumbado en la cama, apagó la luz y salió a darse una ducha. Yo me quedé dormido.

– Patrick despierta que es la hora de cenar – me dijo Marta después de zarandearme un rato.

– Voy. ¿Aún está mi hermana en casa? – Sí. Y María, su amiga, también. Cenarán con nosotros.

Me ayudó a ponerme los pantalones cortos para salir de mi cuarto y caminé de forma graciosa hasta el comedor. Podía apoyar el pie, pues la escayola llegaba hasta el tobillo, pero me dolía cuando lo hacía así que dejé caer casi todo mi peso sobre ella y caminé utilizando la pierna sana para llegar al comedor.

– ¿Cómo estás, hermanito? – me preguntó cuando me senté y puse mi escayolada pierna sobre una silla que ella se ocupó de acercarme.

– Bien. Ya no me duele. Pero es muy engorroso.

– Ella es María, mi novia.

Al principio pensé que se trataba de una frase con sentido del humor. Yo muchas veces les digo a otras personas que tengo novio. Pero cuando se dieron un morreo con lengua delante de mis narices descubrí que no se trataba de un farol.

– ¿Eres lesbiana, Silvia? – ¿Lesbiana? Sí… bueno no del todo.

– ¿No del todo? – pregunté sorprendido.

– Soy bisexual. Me gustan las mujeres, María, y tambien se apreciar un chico bien armado si se presenta.

Si mis padres hubieran estado delante les habría dado un infarto triple o un colapso nervioso. Son bastante retrógrados en este aspecto. Se enfadaron conmigo cuando, con veinte años, les dije que ya no era virgen. Y todavía no sé si les parece bien que Marta y yo follemos sin estar casados. Pero si mi hermana, la dulce e inocente Silvia, les dice que se lo hace con mujeres y con hombres y a veces a la vez no sé cómo reaccionarían. Pero yo en aquél momento no daba crédito a lo que oía. Tenía una hermana bisexual y de tendencias ninfómanas.

– ¿Y cuánto hace…. – me daba vergüenza acabar la pregunta.

– María y yo nos conocemos desde hace ocho años pero empezamos a tener relaciones con dieciséis. Tú todavía eras virgen cuando tuve mi primera orgía. ¡Empezaste tarde hermanito! – Pero por lo que hemos oído esta tarde has recuperado el tiempo perdido – añadió María.

Mientras cenábamos yo permanecí callado dándole vueltas a todo mientras que Marta conversaba animadamente con mi hermana y con su novia. María era de origen mejicano, tenía 21 años (es unos meses mayor que mi hermana) y era muy guapa. Tenía ese moreno propio de los latinos y un cuerpo bonito. Llevaba un vestido veraniego de flores, con un escote que permitía intuir que sus pechos no tenían nada que envidiar a mi querida hermana. Pero lo que más me llamó la atención era su envergadura. Era la más alta de las tres, 1,78 de altura y era muy musculosa para ser una chica.

– ¿Por qué no jugamos a las cartas? – propuso Marta.

– Es una buena idea.

Silvia sacó una baraja de cartas y decidimos jugar al póker. En casa solíamos jugar con dinero, apenas nada importante, y Silvia propuso sacar cincuenta euros cada uno para apostar. He jugado muchas partidas de póker con mis amigos y aquí pude demostrar lo bien que se me daba. Antes de media hora las tres habían perdido su dinero. (Luego me enteré que se habían dejado ganar) – ¿Podemos apostarnos las prendas? Yo quiero recuperar mi dinero – dijo Silvia.

– ¿Prendas? – A mi la idea me excitaba pero algún rincón de mi cerebro se negaba a aceptar que aquello me estuviera ocurriendo a mí – No.

– ¿Por qué no? ¿Acaso tienes miedo, hermanito? – me provocó Silvia – ¿es que no tienes agallas? No creía que mi hermano era tan cobarde. ¿Tú sabías esto, Marta? En mi familia el cobarde es él, María.

– Está bien

– con sus provocaciones había anulado aquél rincón de mi conciencia y subí la apuesta – Cinco prendas. Como yo sólo tengo una puesta me las iré descontando. El que gane tendrá de esclavos al resto.

– De acuerdo – asintieron las tres chicas. Incluso Marta lo que hizo que sintiera todavía más ganas de ganar para humillarlas y vejarlas.

– ¿Esclavos? – preguntó María – Me parece bien.

María repartía las cartas y me entraron tres manos seguidas que si hubiera jugado con mis colegas les habría ganado mucho dinero. Ligué dos pókers seguidos y una escalera. Las tres estaban ya en ropa interior. María llevaba debajo un bikini de colores brillantes minúsculo mientras que tanto mi hermana como mi novia llevaban ropa sujetadores de encaje algo más pequeños de color negro y sendos tangas. Ligué la siguiente, con un trío de ases, y sentí una enorme erección cuando las tres liberaron sus pechos dejándolos ante mis ojos. Los de mi hermana eran carnosos y firmes, más grandes que los de mi novia pero los de María me parecieron descarados. Sus tetas eran descomunales, «ubres» pensé en aquél momento pero al contrario de lo que pueda parecer no le caían fláccidas sino que se mantenían en su sitio firmes y fuertes como ella. La siguiente partida la ganó Silvia haciendo que Marta y María se quedasen desnudas. Ellas dos estarían a merced de uno de los dos hermanos.

– ¡Me voy a follar a tu novia hasta que me desee! – me amenazó mi hermana.

Parecía que su amenaza se iba a cumplir cuando vi como mi suerte había volado. Ella ganó tres partidas más y estábamos ambos, a una victoria de ganar. La última mano decidimos jugarla a la carta más alta. María me dio la baraja y saqué el siete de diamantes. Le tocaba a Silvia. Mi hermana cogió una carta del medio y la dejo boca abajo frente a mi. Me dijo que le diera yo la vuelta.

¡La dama de tréboles! – Has perdido. Empieza mi mandato por toda esta noche. María, Marta llevad a Patrick al sofá. Yo le quitaré los pantalones.

Ambas me llevaron mientras se sonreían mutuamente. Sus tetas se aplastaban contra mis brazos. En el sofá mi hermanita se acercó y se sentó junto a mi. Sin dejar de mirarme se deshizo de su tanga y separó sus piernas. Tenía el coño bien depiladito. Igual que María. Marta solo lo llevaba corto. – Tu novia me va a comer el coñito mientras te la chupo. ¿Qué te parece? – Qué te pongas de una vez a chupármela – le dije. Nada me iba a librar de esa orgía, y eso esperaba, por lo que decidí darles una lección a las tres. Ese fue mi segundo error de la noche – Estoy deseando que me la chupes. – Marta me vas a comer el coño hasta que me corra y María pon tus tetas a tiro de mi hermano que no ha dejado de mirártelas.

Las tetas de María me inundaron por completo. Sus pezones estaban duros y erectos y su aureola era enorme por lo que completamente entregado a aquella orgía y sintiendo como mi hermana me hacía una estupenda mamada mordisqueé los pezones de aquella mejicana como había hecho tantas veces con Marta. Sólo que esa vez creo que le puse más empeño.

– ¡Tú, zorra, cómeme el coño! – ordenó María a Marta que obedeció sumisa.

– No es la más larga que he comido pero sí la más gorda así que te voy a cabalgar, hermanito, hasta que te corras – me amenazó Silvia.

Marta se había encargado de humedecer bastante el coño de mi hermana por lo que ella estaba bien lubricada. Separó las piernas y se introdujo mis diecisiete centímetros de miembro de golpe. Incluso a mi me resultó doloroso y satisfactorio al mismo tiempo. Me sentía confundido. Ver a tu hermana cabalgando sobre tu verga, cuando un día antes la veías como una niña recatada y tímida, mientras tu novia utiliza su lengua en la rajita de su novia no es algo que se pueda asumir, así, de golpe.

– ¡Qué dura la tienes, Pat! – gritó Silvia – ¡Y que gorda! Sin duda se trataba de una verdadera experta en el arte de hacer disfrutar a los hombres porque se movía con maestría sin que ni por un instante me hiciese soportar su peso en mi polla. Antes de que me corriese, es algo que me lleva su tiempo, pero que después suele ser abundante, Silvia se corrió y quedó rendida dejándome a medias dejándose caes sobre el sofá.

– ¡No te pares, puta! – estaba tan excitado que no era consciente de lo que ocurría.

– Llevémosle a la cama grande – sugirió Marta.

María me llevó en brazos hasta la cama de mis padres dejándome con suavidad dispuesta a tomar el relevo de Silvia. Tomó el relevo y comenzó a cabalgar de nuevo sobre mí sin contemplaciones. Yo ya no estaba muy por la labor de lo que ocurría, me encontraba desbordado por la situación y sólo veía los pechos enormes de María brincando como potros desbocados y su cara descompuesta de placer.

No estaba acostumbrado a las orgías, de hecho era la primera, y creo que a María, sinceramente, la dejé a medias. – ¡Me corro! – grité

María se apartó de golpe y mi hermana cogió del pelo a Marta para obligarla a dejar a tiro sus tetas. Me corrí sobre ellas, llenándolas de semen del que dieron buena cuenta Silvia y María que no dejaba de masturbarse.

– ¡Marta, límpiasela! – le ordenó Silvia.

Marta, muy sumisa, me la chupó e increíblemente volví a tener una erección. Ya no era tan extraordinaria como las demás, pero mi miembro estaba erguido y erecto.

– Descansa, Pat. Vas a necesitarlo – me dijo con desprecio Silvia. Pero no lo oí. Estaba todavía en estado de éxtasis y me quedé dormido.

Nada más despertarme me di cuenta que todas dormían. Marta conmigo y Silvia y María juntas. Pero no tardó en aparecer mi hermana.

– Me quedan doce horas de tenerte como esclavo a ti y a esa zorra de Marta y os voy a sacar partido. ¡Marta, prepara el desayuno!

Marta trajo cuatro cacaos y algunos bollos a la habitación en la que esperaban María y Silvia. – Desayunemos, lo vamos a necesitar – sentenció María.

Después de desayunar enviaron a Marta a fregar y cuando regresó le dijeron que primero me gozaría Silvia, luego María y las sobras se las quedaría ella. Mi hermana se introdujo mi verga, fláccida, en la boca mientras María le obligó a Marta a lubricarle el culo. La mejicana sólo se masturbaba. – Me vas a dar por culo, Pat. Pero con ganas.

Y tanto que lo hice. Me obligó a ponerme de pie y ella se puso a cuatro patas sobre la cama mostrándome su culo, que no era virgen. La di por el culo enfadado por que humillara así a Marta y lo hice empujando con fuerza, que era lo que ella quería. Marta estaba arrodillada junto a mi para tragarse mi semen. Bombeé con fuerza sobre su agujero y ella gozó, según me contó después, como nunca. Creo que el hecho que fuera yo, su hermano, el que ofendido intentara hacerla sufrir le satisfacía más.

María fue igual, insaciable, pero esta vez aguantó menos o yo más porque fue ella la que me dejó a medias. Todavía mi semen seguía dentro. Apenas habían resistido nada. – Ahora el culito de Marta – me sugirió María. – Eso, ahora a mi. Y te corres dentro.

Empecé intentando ser delicado pero ella me exigía más y la castigué, aunque eso es una forma de hablar, como con las dos anteriores sólo que con ella me excité mucho y me corrí dentro, como me había pedido. Marta gemía como hacía tiempo no la oía hacer y eso hizo que continuara a pesar de saber que ella estaba al límite.

Pero no paré, lo hice con ganas y volví a correrme, aunque menos lo que excitó tanto a Marta que se corrió ella también.

– Joder Pat, realmente eres un semental – me dijo Silvia cuando caí sobre la espalda de Marta incapaz de sostenerme.

Nunca había enculado a nadie y ese día lo había hecho tres veces. Marta también estaba agotada, pues para ella también era la primera vez. Había sido algo extraordinario pero estaba agotado. Sentí como María me la limpiaba con su ávida boca mientras mi hermana se ocupaba de dejar el culito de Marta limpio de mi semen.

Por la tarde María y Silvia ya no estaban por lo que me quedé tumbado junto a Marta, acariciándole su pelo revuelto, y dándome cuenta de que la mujer que tenía a mi lado era increíble.

– Oye Pat, ha sido increíble. ¿Estás enfadado? – No – sabía que se refería a la encerrona – si tú lo quieres, a mi me estará bien. Estoy a tu completa merced. – Entonces hemos de repetir esto a menudo. Tu hermana es muy puta y ha gozado como nunca, imagínate alguien desacostumbrada.

– ¿Quieres que hagamos

intercambios? – No, por ahora, no. Sólo quiero que me folles tú. Esa picha que tienes es una droga que engancha, Pat. Pero quiero que las demás sepan lo que tengo para mí.

– Me tienes esclavizado. Haz de mi lo que quieras – le dije sabiendo que eso la excitaba y que era lo que quería.

– Entonces te quiero proponer un pacto. Fóllate cuantas mujeres quieras, pero conmigo en la cama. Me da igual quiénes sean, pero quiero participar. Hay más como tu hermana, y si no las podemos convertir. Por ti, lo que sea. – Lo que tu digas, Marta.

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