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Amor prohibido parte1

en Amor filial

La fría brisa de invierno le causó un escalofrío, haciendo que por acto instintivo llevara sus manos a la boca y las soplara para darse un poco de calor.

 

"¡Diane...!"

Escuchó que la llamaban, pero no hizo ademán alguno de decir dónde se encontraba. Sopló un poco más sus manitas sin conseguir que al menos se entibiaran. Podía acabar con el entumecimiento de sus huesos, pero los copos de nieve que caían suavamente para luego reposar en en el suelo, la tenían embelesada impidiendo que se diera vuelta y entrara de nuevo a su casa, donde de seguro la esperaba una manta calentita y chocolate recién hecho.

- ¡Por dios Diane, que haces aquí afuera!

La exclamación de la persona que más amaba en el mundo hizo que saliera de su ensoñación. Se dio vuelta rápidamente, causando que su larga cabellera caoba ondeara dejando una estela olor a fresas, y, casi corriendo se lanzó en brazos del muchacho.

- ¡Georges! -gritó emocionada- ¡¿Verdad que son hermosos los copos?¡

Georges apenas pudo a abrir los brazos recibiendo a Dian -como de cariño la llamaba-, dejando que las delgadas piernas se enrollarán alrededor de sus costillas. El calor que desprendía su centro hizo olvidara la angustia y el enojo que tenía al buscarla por toda la casa, hallándola en medio de una ventisca. Y, obnubilado por el olor frutal que inundaban sus fosas nasales, no contestó a la pregunta de la niña.

- ¡Jajajaja...Georges...Jajaja...me haces cosquillas! -El pelinegro abrió los ojos, no sabiendo en qué momento se había dejado ganar por la debilidad, empezando a trazar lineas húmedas con la punta de su lengua en el cuello de Dian. Agradeció que la pequeña lo hubiera detenido a tiempo, sino no hubiera sabido cómo explicar el chupetón que estaba apunto de hacerle. Separó su boca algo reticente de aquella extensión de piel y meneó su cabeza alejando el deseo de continuar con lo que estaba haciendo.

- ¿Por qué me chupabas? -la castaña preguntó con evidente inocencia mientras que sus ojos se entre cerraban denotando confusión- Georges, tus ojos cambiaron de color. Ya no son verdes claro, sino oscuros. 

El ojiverde sonrió ladinamente.

- Tenías copos de nieve en el cuello -dijo contestando a su pregunta y obviando lo último dicho por ella. En esos momentos era cuando agradecía la inocencia de sus 7 años, pero había otras veces en la que odiaba que él le llevara casi 11 años-. Vamos, papá y mamá nos esperan. -George continuó a la vez que hacía que Diane se pusiera de pie para luego guiarla hasta la casa. Sí, aparte de la gran diferencia de edad odiaba que ella fuera su hermana pequeña, haciendo que su amor fuera, además de imposible enfermo. Pero, para su suerte o para su desgracia, dentro de poco ya no tendría que estar cerca de la personita que amaba sin sufrir por no poder tenerla cómo él tanto ansiaba. Esa noche les comunicaría a sus padres y a la misma Diane, que se iría a estudiar al extrajero, ocultando, que quizá, ya no volverían a verlo, porque no tenía intenciones de regresar. Si a duras penas se controlaba siendo su hermana una niña, no quería ni imaginarse perdiendo el control totalmente al verla convertida en una adolescente y luego en una mujer. Lo mejor era que se alejara definitivamente y que tratara de olvidarla, aunque en el fondo sabía que eso no pasaría, la amaría para siempre, aún cuando en el futuro ella eligiera otro hombre y él eligiera a otra mujer para soportar la soledad y el dolor al no tenerla...

Así que Georges, esa misma noche dio la mala nueva, digo mala, porque para ninguno de los miembros de la familia fue una agradable noticia, sobre todo para la pequeña Diane, que lloraba inconsolable en la soledad de su cuarto color rosa, ni todas las muñecas y peluches que habían en su cama, hacían que se sintiera acompañada.

Suaves golpes escuchó en su puerta, haciendo que abriera sus pegajosos ojos lentamente. Sabía bien de quién se trataba, pero no quería verlo, ya no era más su persona favorita, la que ella amaba, la que estaba allí siempre que lo necesitaba. No, ahora él no estaría nunca y por eso lo "odiaba" 

- ¡Vete! -Gritó con voz ronca y contrario a su pedido, Georges entró a su habitación.

- ¿Dian? -la llamó en un susurro, mientras caminaba lentamente hasta donde ella se encontraba. Diane se levantó de golpe, empezando a lanzarles todo lo que había en su cama, gritándole que se fuera, que no quería verlo. El pelinegro aceleró su andar, esquivando peluches y almohadas, y, en un movimiento rápido, agarró a su hermana evitando que ella lo siguiera atacando. El movimiento hizo que él cayera encima de ella en la cama. Georges podía sentir como todo el cuerpo de la castaña temblaba mientras lloraba sin cesar y eso le causaba un dolor lacerante en el pecho, porque sabía que era él, el culpable de esas lágrimas.

- ¿Por...qué...te...tienes...ir? -Diane le preguntó entre sollozós, mirándolo con ojos triste. Georges no le respondió, estaba perdido en el gris vidrioso de sus orbes. Detalló cada centímetro de su rostro, grabando en su memoria aquellos ojos gatunos, nariz respingada, mejillas rosáceas y boca roja cómo una cereza madura, que lo invitaban a probarla, a morderla y a chuparla, dándose cuenta que su sabor era como el de una fresa. Un gemido salió de la boca de Diane y el aprovechó para colar su lengua entre sus labios, haciendo contacto con la pequeña, húmeda y caliente de ella, a la que dominó a su antojo, acariciándola sensualmente, logrando que los sollozos de Diane se convirtieran en pequeños jadeos y el temblor en estremecimientos placenteros. 

Georges sabía que estaba actuando mal y que luego se arrepentiría, pero no podía irse sin ni siquiera llevarse el recuerdo del sabor de los labios de su princesa. Georges cortó el beso cuando sintió que no se conformaría con sólo probar sus labios.

- Porque... Te amo -le contestó en un suspiro entre cortado mientras se ponía de pie, para luego salir del cuarto dejando a Diane sola con los sentidos embotados, no sabiendo muy bien qué era lo que había pasado...

 

2.-

 

La mañana siguiente se presentó fría y desolada. Diane se despertó con un vago recuerdo de lo ocurrido la noche anterior, su corazón golpeaba fuertemente en su pecho, su hermano la había besado, le dijo que la amaba, pero no estaba segura si había sido un sueño o había sido real. Se puso de pie rápidamente y salió corriendo de su cuarto. Buscó en cada rincón de la casa, tenía que encontrar a Georges; él era el único que podía despejar sus dudas, y sólo así ella podía decirle que también lo amaba. Pero su búsqueda fue en vano, no halló rastro alguno de él. Se había marchado, su madre se lo confirmó cuando ella, con un una mínima esperanza, le había preguntado dónde estaba George. 

Entonces Diane creyó que todo había sido un sueño, si de verdad él la hubiera amado, no se habría ido sin siquiera despedirse de ella y ahora... ahora tenía que olvidarlo...

8 años pasaron haciendo que la Diane dulce, de vestidos de encaje y terciopelo, se perdiera con el tiempo, a cambio encontró en ella un ser rebelde, de gustos por las minifaldas, tops negros y botas de cuero hasta sus rodillas. Su cabello antes largo hasta su cintura y de color caoba, ahora era negro con reflejos azules y lo llevaba a la altura de su barbilla. Sus ojos grises ahora resaltaban con un delineado negro, dándole una apariencia más felina, y las uñas de sus manos permanecían esmaltadas con colores oscuros y eléctricos.

Los copos de nieve que antes le gustaba ver sin importar que el frío calara hasta sus huesos, nunca más les gustaron. No podía verlos sin recordar el día que estuvo con su hermano por última vez...

Había veces que en la soledad de su cuarto, la ahora morena, se preguntaba si lo que vivió esa noche fue solamente un sueño, porque la sensación de esa boca recorriendo la suya con pericia, se presentaba en ella como pesadilla: Porque no era nada agradable levantarse en medio de la noche con la temperatura de tu cuerpo a mil, sin tener a la persona que amabas para que calmara o le echara más leña a ese fuego que llevabas por dentro.

Diane sabía que era pecado amarlo, durante todo ese tiempo quiso olvidarlo pero no pudo. Un día se cansó y dio rienda suelta a ese sentimiento, de todos modos a la única persona a la que le hacía daño con ese amor enfermo, era a ella misma. Sus padres no tenían por qué saberlo y él; él se fue y no volvió, ni siquiera una llamada, ni una misera carta. Nada.

Y ahora...

Ahora gruesas lágrimas caían por sus mejillas. Sus padres habían muerto en un accidente hace una semana, dejándole como único familiar a su hermano, que obviamente tuvo su tutela... Ahora estaba montada en un avión, dirigiéndose a lo que sería su nueva casa, la casa de Georges. Y ahora no sabía qué haría con lo sentía al tenerlo de nuevo a su lado...

 

3.- 

 

Georges salió del cuarto de Diane con lágrimas en los ojos. Quién dijo que los hombres no lloraban, definitivamente no sabía lo que era amar sin tener esperanza.

El pelinegro llegó a su habitación, entrando y conteniendo las ganas de azotar la puerta. ¡Madita sea su vida y maldita la hora en la que se había dejado llevar por sus sentimientos! Sí, se arrepentía, pero no de haberla besado, sino de no haber pensando en una excusa para desmentir a Diane delante de sus padres cuando ella le dijera lo que él había hecho. No durmió en toda la noche, se la pasó arreglando su maleta, lo mejor sería salir en la madrugada antes de que su pequeña se levantara. Si luego sus padres se enteraban no importaba, porque él estaría lejos y no pensaba volver nunca más...

La mañana llegó trayéndole soledad y desesperanza. Salió de su casa acompañado de su padre a las 5 de la madrugada, despidiéndose únicamente de su madre, diciéndole como excusa que no se despedía de su hermana, porque ella no lo dejaría marchar. Ya, en el aeropuerto, se despidió de su padre, no sabiendo que en verdad esa era la última vez que lo vería...

8 años pasaron y del muchacho alegre que siempre mantenía una sonrisa para su hermana no quedó nada, a cambió, cuando la ocasión lo ameritaba, curvaba su boca en una mueca forsada. Con el pasar del tiempo Georges se volvió un hombre solitario, de trajes negros y grises. Su cabello antes largo y despeinado, ahora estaba corto y perfectamente engominado, dándole una apariencia madura y fría.

Los días nevados se volvieron sus favoritos, porque le traían el recuerdo del único beso que encendía su piel y su alma. Sí, aún la amaba, todos y cada uno de esos días no hizo más que pensar en ella. No puede decir que no trató de olvidarla, porque sólo Dios sabe que sí lo intento, hasta el punto de proponerle matrimonio a su mejor amiga...

Y ahora...

Ahora dos amargas lágrimas surcaban su rostro. Su corazón dolía, no sólo porque había perdido a sus padres en un accidente, sino porque él estaba a tres meses de casarse y la mujer que amaba más que a sí mismo, estaba a minutos de volver a su vida. Y ahora no sabía que pasaría cuando la tuviera cerca, cuando todos esos años de contener las ganas de agarrar el primer avión con destino a Diane, llegar y hacerle el amor hasta que no hubiera mañana, le pasaran factura. Porque sabía que no sería fácil y que tarde o temprano se dejaría llevar por el deseo de poseerla...

- ¿Georges?

 
continuara...
 
 
 

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