miprimita.com

Las Muñecas VIII

en Grandes Relatos

VIII

 

 

El tiempo que Silvia me dejó sólo en casa para buscar algo de ropa fue el momento en el que más la eché de menos desde que estábamos juntos.

 

Después de la ducha planchó su vestido, rehízo su atuendo y pese a ofrecerme a acompañarla, prefirió ir sola a su casa. Aproveché el tiempo para ordenar un poco la cama y la habitación, ducharme y vestirme para salir. Iríamos a cenar a un “Ristorante” italiano que me hacía recordar mis maravillosos cuatro meses de estudio diversión y sexo, mucho sexo, en Florencia.

 

Regresó nuevamente vestida de ella misma, con un pantalón negro y corto que tapaba sus formas sin esconderlas, dejando a la vista buena parte de sus muslos, enterrándose entallado entre sus piernas y dibujando las curvas de su escaso y perfectamente definido culo. Arriba un top blanco informal se agarraba a sus pequeñas tetas para luego bajar vaporoso y flojo por su vientre hacia su cintura. La camiseta, más corta por delante que por detrás, tapaba la parte superior de sus nalgas pero, al menor movimiento dejaba a la vista vientre hasta por encima de su ombligo. Remataba el conjunto una chaqueta de corte deportivo que aunque para ser justos la favorecía, estaba a años luz de la que luciera por la tarde.

 

Al encontrarme vestido y listo corrió a la habitación, colocó cuidadosamente el resto de su ropa en mi cuarto y regresó conmigo dispuesta a salir de cena.

 

El Ristorante resultó ser todo un descubrimiento. Teníamos hambre;  ¿quién no?!! Y topamos en el con una robusta mujer, que resultó ser la dueña, empecinada en saciarla, colmarla y hasta asesinarla con toneladas de comida deliciosa.

 

Su “buona notte” mecánico e inexpresivo repetido mil y una veces a personas para las que era un saludo en lengua extraña fue contestado por mí con toda una declaración de intenciones.

 

- Vorrei un tavolo tranquillo, nel retro, per potergli parlare con la mia ragazza, per dirle che la amo e voglio passare tutta la mia vita con lei.

 

Mis palabras encendieron los ojos y el alma de nuestra anfitriona que desde ese momento pareció adoptarnos y tratarnos como el más VIP de los clientes que recibiera jamás en su Ristorante.

 

Disfrutamos de un fabuloso menú con una exquisita insalata Caprese, unos deliciosos Tagliatelle della Nonna que nos recomendó nuestra anfitriona. Luego nos sorprendió con un vitello tonnato, un plato que jamás había probado y me enamoró; y una deliciosa panacotta de postre para rematar la comida.

 

Fue con el postre cuando sincera y dulcemente me declaré a Silvia, le prometí un futuro lleno de nosotros, sin más miedos ni dudas y le aseguré que a partir de ahora ella sería mi primera prioridad en la vida.

 

Ella recibió mis palabras con la boca abierta, sus ojos llenos de lágrimas clavados en los míos y la expresión de felicidad más pura y hermosa que había visto jamás.

 

- Te quiero – Dije a modo de punto y aparte.

 

- Yo también te quiero, más que a nada en el mundo – respondió ella entre balbuceos.

 

Silvia lloraba, nuestra oronda anfitriona también lloraba, un señor de bigote que comía en una mesa cercana intentaba también disimular su indiscreta emoción y para colmo, apareció en escena un cocinero, grande como el mundo, con un mostacho enorme y trasnochado, entonando el “O sole mío” a capela con ínfulas de tenor y tanto arte en ello como un grillo enfermo.

 

La escena de película romántica low cost, hizo estragos en mi chica, que se levantó de la silla, se sentó en mis piernas y se fundió conmigo en un beso que corearon los presentes como si la Azzurri hubiese marcado un gol en la final del Mundial de futbol.

 

Salimos del restaurante sumidos en una nube, y aunque mi ya novia formal o prometida, o que se yo como llamarla, deseaba irse a casa “a celebrarlo” insistí en cumplir el plan original, ir a nuestro pub favorito, bailar, beber y pasarlo en grande juntos.

 

Eran ya las cinco de la madrugada cuando salimos de “American Corner” y nos dirigimos a casa. Por la gracia de la pandilla, la fiesta y no menos de 5 copas, Silvia llevaba un colocón de cuidado. Yo no era amigo del alcohol, pero aun así, entre el vino de la cena y un par de sorbos a las copas de Silvia ya podía notar ese algodoncillo en los pies que dan los primeros efluvios de la borrachera. En todo caso el sopor del poco alcohol consumido me lo compensaba la cafeína de las varias Coca colas que llevaba en el cuerpo.

 

Silvia había estado muy cariñosa conmigo, casi pegajosa, a la mínima ocasión no me sacaba las manos, la boca y la lengua de encima, en una demostración pública de pasión que tampoco era nada típica en ella. En varias ocasiones quiso irse a casa y en todas ellas yo la convencía de que había tiempo, teníamos todo el fin de semana por delante y para nosotros solos. Llegamos a casa entre besos, tropezones y frases incoherentes de mi novia beoda. Y ya en el ascensor se me echo encima como una fiera trepando a mi cuerpo y obligándome a sostenerla en volandas mientras me comía la boca con furia. Sus besos rebosaban alcohol y pasión por igual medida, y no sé si fue una o el otro el que hizo que en un arrebato se despojase de su camiseta, allí mismo en el ascensor quedando totalmente desnuda de cintura para arriba.

 

Al salir del ascensor, mientras recogía del suelo su camiseta, sus pantalones corrieron la misma suerte quedándose en bragas en medio del descansillo. Tuve que contener a la bestia y meterla en volandas en casa para evitar que quedase completamente desnuda, mientras ella reía con mas bien poca discreción con el consiguiente riesgo de despertar a alguna de mis muy chismosas vecinas de escalera.

 

Una vez dentro, y en menos de 10 segundos los zapatos y las bragas de mi chica saltaron por los aires, siguieron el camino de las demás prendas acabando tiradas en el pasillo mientras Silvia, completamente desnuda, se colocaba frente a mí, metía un dedo en su coño, lo llevaba su boca, lo chupaba con vicio y me decía.

 

- A cenaaar!!! El conejito ya está listo mio amore!!!!  - dándose la vuelta y marchándose a la habitación casi dando bandazos contra las paredes del pasillo.

 

Salí al descansillo para recoger su pantalón y cerré la puerta. Recogí sus bragas, medias y zapatos esparcidos por el pasillo, y con su ropa en la mano, fui a mi cuarto para cenarme el conejo de mi novia tal y como ella me había pedido. No entendía que narices pasaba con ella y a que venía todo ese cambio, pero tampoco iba a quejarme. Si esto, como temía, era un espejismo que acabaría desapareciendo iba a sacarle todo el beneficio posible mientras durase.

 

Llegué a la habitación, tras desnudarme, y en cueros y listo para el amor irrumpí en el cuarto.

 

Lo que me encontré encima de mi cama era una vez más inesperado, aunque no tan agradable como esperaba. Mi novia, completamente desnuda, estaba profundamente dormida por la borrachera. Su cuerpo estaba boca abajo encima de la cama. Su culo, que relucía color blanco pálido al lado de su piel bronceada, dibujaba una suerte de braga invisible en las zonas que tapaba el biquini. Ver su culo así destacado, desnudo, expuesto y accesible me hizo desearlo inmediatamente, y sin pensarlo ni un instante me fui hacia ella. Me senté en la cama a la altura de sus caderas y poco a poco deslicé un dedo desde el inicio de la curva de su espalda hasta su rajita, bajé muy muy despacio por ella, disfrutando al ver cómo ni dedo se enterraba poco a poco en la carne de sus nalgas y seguí bajando hasta que este detectó la meta, su precioso y deseado agujero que esa misma noche pensaba hacer mío.

 

El dedo se entretuvo jugando en la entrada de su culo provocando una ligera reacción en Silvia, que movía sus caderas buscando la caricia. Me vine arriba y empujé el dedo hacia adentro. Silvia abrió los ojos se incorporó un poco y con voz borracha me dijo.

 

- Noooo, eso ahora no, ven que te la chupo – dijo con voz balbuceante para volver a caer desplomada sobre el colchón.

 

- Duerme Silvia, - le dije yo suavemente.

 

Como era de esperar la respiración de Silvia cambió. El jadeo de borracha somnolienta dio paso al tranquilo respirar que caracterizaba a mis muñecas. Su cuerpo se relajó de todo y descansaba inerte sobre la cama.

 

No perdí el tiempo, y a los cinco segundos mi dedo estaba donde lo habían interrumpido, bien enterrado en el culo de Silvia. Comencé a moverlo de adelante a atrás con el fin de ir dilatando su esfínter y Oh sorpresa!, al contrario que la primera vez que la había dormido Silvia comenzó a acelerar su respiración y gemir. Por más que su reacción fuese involuntaria, me sirvió, por un lado para disipar mis escasas dudas sobre lo que estaba haciendo y por otro para aumentar mi excitación.

 

Enseguida a mi dedo índice se unió el medio. La penetré con ambos dedos despacio, sin prisas, disfrutando de cada milímetro y pude comprobar con júbilo que a cada movimiento el cuerpo inerte de mi chica respondía con un nuevo gemido, cada vez más profundo e intenso. Reanude el vaivén de mis dedos para seguir dilatándola mientras ella, ya no solo gemía, sino que acompañaba cada entrada con tenue movimiento de sus caderas.

 

No podía creerme que mi novia, la señorita “ahí no se toca” estuviese gozando, aunque fuese hipnotizada, del sexo anal y decidí que ya era suficiente, que lo próximo en entrar en ese culo no iba a ser precisamente un dedo.

 

 

Mi polla estaba realmente lista. Nunca lo había estado tanto. Lo explícito del momento, el juego previo de mis dedos y mi ansia de conquistar el último reducto de mi novia mantenían mi miembro con una erección casi vertical, duro como una piedra, listo para romper cualquier barrera que se le pusiese delante.

 

Con cuidado doblé las piernas de mi novia, como si estuviese arrodillada, pasando las rodillas por debajo de su cuerpo de un modo que parecían las ancas de una rana. Para dar más altura a su trasero, deslicé una almohada detrás de sus rodillas, de manera que se separase un poco la pierna del muslo y elevase su trasero. Coloqué bien sus caderas y el resultado fue un precioso culo bien en pompa, que no solo enseñaba el anhelado escondite trasero de Silvia, sino que ofrecía también su templo de venus, suave y lampiño, que brillaba con la humedad de sus jugos.

 

Tentado acerqué mi cara a aquellos dos templos y mi nariz recogió de ellos un profundo olor a hembra, a deseo y al sudor de una noche de baile y copas. Incapaz de resistirme, mi lengua buscó su sexo penetrando entre sus labios semiabiertos, recogiendo el más preciado de los sabores de mi chica. Moví mi lengua de arriba a abajo, dispuesto a sustituir cada resto de sudor, cada gota de sus flujos y cada molécula de su aroma por mi saliva. Mi lengua llegaba desde su clítoris, semienterrado ya en la cueva que formaban sus piernas en esa postura a su culo, donde me paraba, disfrutaba de aquel contacto prohibido, exploraba cada pliegue y cada arruga de su ano, y hasta se aventuraba en intentar penetras su frontera, una frontera virgen e inexplorada que me llamaba a gritos, pidiendo ser superada.

 

Silvia reaccionaba a mis caricias gozando y acompasando su culo con movimientos rítmicos y profundos al son de mis caricias. Nada que ver con su primera vez dormida, ni nada que ver con su manera habitual de disfrutar el sexo. Aun dormida se podía distinguir una nueva Silvia en lo que al placer se refiere, explicita, desinhibida, disponible y ávida. No pude dejar de pensar que mi novia profundamente dormida estaba más viva de lo que antes lo estaba completamente despierta.

 

Incapaz de resistir por más tiempo me coloqué detrás de ella, apunte mi glande contra su sexo, y la penetré vaginalmente despacio y profundo, aprovechando la enorme amplitud que me concedía aquella ventajosa postura. Su interior estaba húmedo, caliente, palpitante, y me recibió con una caricia apretada, fruto de las estrecheces de la postura. Era la primera vez que disfrutaba de Silvia desde atrás tan profundamente, sin tener que soportar el alejamiento con el que me castigaba su mala postura de espalda, y el resultado era espectacular. Mi novia tenía un sexo caliente y suave, con un tacto de terciopelo que me acariciaba en cada vaivén, más suave a la salida y más firme en cada nueva penetración. Bombeé así, muy profundo en su sexo hasta que noté que miembro estaba totalmente listo para conquistar la última virginidad.

 

Salí de su sexo y coloque mi miembro en la entrada de su ano. Empujé suavemente, intentando penetrar, pero mi glande apenas si lograba introducirse un par de centímetros dentro de ella. Apliqué un poco más de presión, pero el esfínter se resistía al punto de resultar molesto para mí, y probablemente también para ella si pudiese sentir dolor. Silvia gemía y gemía, pero se mantenía inmóvil, como expectante.

 

Decidí lubricar un poco la zona, y al no tener en mi cuarto gel o aceite alguno, cogí el pequeño bolso de Silvia y saque de el su barra de cacao para los labios. Abrí la barra y con ella pinté cuidadosamente su ojete para luego dar un par de pinceladas sobre mi glande, y, una vez preparada la zona volví al asalto. Me asaltó la imagen de mi novia realizando mañana su constante ritual de hidratar sus labios con aquella barra y no pude reprimir una sonrisa.

 

Una vez más mi glande se colocó en la entrada de su cueva para intentar nuevamente invadirla. Con la primera presión mi polla avanzó centímetro a centímetro dentro de ella ayudada por la capa grasa del protector labial y así pude avanzar, abriendo poco a poco su esfínter hasta que, al superar mi glande, se cerró sobre el tronco de mi miembro, succionándolo a su interior.

 

Conseguido!  Había penetrado analmente a mi novia. Silvia había recibido mi polla totalmente inmóvil y dormida, pero acompañando en avance de mi miembro con un ahhh!! Sordo y gutural, un jadeo de placer que acrecentó mis ganas de hacer mío ese recién conquistado mundo.

 

Seguí empujando despacio, ya con mucha menos resistencia hasta que mi pubis se pegó totalmente a sus nalgas, y solo entonces, cuando penetrar más adentro era ya imposible, inicié mi salida de su culo también despacio, con cuidado, movimiento que se acompañó de un concierto de jadeos de mi niña, que sin duda gozaba, y que no detuve hasta que noté de nuevo su esfínter en la base de mi glande. Empecé entonces a bombear dentro de ella, de adelante hacia atrás, despacio y profundamente, mientras Silvia ya no gemía, sino que lanzaba pequeños gritos de placer y movía su culo de un modo tan explícito que varias veces me cercioré de que realmente seguía dormida.

 

Poco a poco los calores fueron apoderándose también de mí y de mi miembro, y sin darme cuenta, el ritmo y la fuerza de las embestidas se volvió cada vez más intenso. Mi polla, aprisionada en una recia y prieta corcel de carne caliente y palpitante, arrancaba latigazos de placer que subían por ella hacia mi cuerpo, clavándose en la base de mi columna y volviéndome loco. 

 

Cuando los espasmos anunciaban mi orgasmo sobrevino el de Silvia que, acelerando la intensidad de sus gritos, comenzó a tensar y aflojar su ano de forma espasmódica, comprimiendo y aliviando mi pene en una caricia insoportable, que me llevó al orgasmo sin remisión ni espera. No quería correrme en su culo, no esta vez, así que salí de el bruscamente, y me corrí sobre su sexo, mientras veía como su orificio, rojo y dilatado, encogía despacio, muy despacio, a su estado de reposo. Había sucedido lo imposible, aquello que tantas veces soñara antes y que jamás creí que podría conseguir. El culo de mi novia ya no era tierra de nadie, ahora me pertenecía por derecho de conquista y volvería a él siempre que lo desease. 

 

Tras recuperarme del orgasmo coloqué a mi chica en la cama, la arropé entre las sabanas y con voz de mando le pedí que despertase. Lo hizo de forma torpe y confusa, fruto de su borrachera, balbuceó unas palabras, me sonrió y cerró los ojos esta vez presa de otro tipo de hipnosis, aquella con la que el cuerpo penaliza el exceso de ginebra.

 

Me acosté a su lado y me dispuse a dormir con una sonrisa de satisfacción en la cara, una enorme sensación de victoria en la mente y ni el más mínimo atisbo de remordimiento en mi alma. Esa era mi nueva vida y tenía derecho a disfrutarla.