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Las Muñecas IV

en Grandes Relatos

IV

 

El amanecer me sorprendió en vela, intentando ordenar el galimatías que se arremolinaba en mi cabeza de recuerdos, pensamientos, emociones y remordimientos.

 

Por un lado intentaba entender los pormenores de mi don. Parecía claro que tenía la capacidad de provocar un profundo sueño a las personas, pero, aparentemente, solo a aquellas que me conocían y/o confiaban en mí. Durante ese sueño las personas no eran capaces de reaccionar y despertar, y no respondían a estímulos de voz, no sentían frio ni calor, pero si sentían placer, aunque no todas por igual, algunos estímulos parecían más intensos en Silvia que en Laura y otros afectaban más a mi vecina que a mi novia.

 

Por otro lado, el conflicto ético era más que evidente. ¿Había violado a Laura? ¿y a Silvia? La respuesta parecía obvia, y eso ¿En qué tipo de persona me convertía? Y la pregunta más complicada de todas, ¿Cómo compaginar esta sensación de remordimiento con el deseo incontrolable de seguir disfrutando de ese regalo del destino?

 

Era evidente que si decidía seguir jugando con mis muñecas, e incluso incorporaba alguna más, eso me definiría como una mala persona, pero, por otro lado, ¿existe el daño cuando la víctima no sufre en absoluto? Lo cierto es que cada duda, lejos de invocar una respuesta, traía a mi mente dos o tres nuevas preguntas imposibles de satisfacer.

 

No era un conflicto sencillo de resolver, pero estaba convencido de que, a pesar de lo mal que me sintiese en la soledad de mi cuarto, no podría resistir por mucho tiempo el deseo de poseer y controlar a mi antojo a todas las jóvenes bellezas que conocía, algunas antes inaccesibles, pero que ahora se habían convertido en una posibilidad bastante cierta e ilimitada.

 

Y en ese pensamiento mi mente voló inmediatamente hacia Lara, mi primer amor, o mejor dicho, mi primer amor no correspondido.

 

Cuando tenía 15 años el mundo cambió en mi colegio. Por primera vez y por imperativo legal, chicos y chicas, que estudiábamos totalmente segregados, debíamos estudiar mezclados y juntos. Eso supuso que, el primer día de clase, las faldas grises de peto y los calcetines blancos lo invadiesen todo.

 

Ya no corríamos, ni nos peleábamos, solo observábamos a aquellos seres, con los que apenas si habíamos tratado en el parque durante la infancia que, ahora llenas de curvas adolescentes despertaban emociones y sentimientos que la separación de sexos habían mantenido a raya.

 

No es que fuese la primera vez que las veíamos. Coincidíamos diariamente con ellas en las salidas y entradas del colegio, por el parque o en alguna actividad de después de clase, algunos incluso ya habían “tentado” a alguna de ellas en su tiempo libre, pero verlas aquí, en clase, y tenerlas cerca, encerradas y disponibles durante horas, eso era bien distinto.

 

Yo no era especialmente “mujeriego”, pero aun así no podía inhibirme al ambiente calenturiento de aquel patio donde piernas y más piernas, tetas y más tetas y caras lindas y más caras lindas aparecían y se movían por doquier.

 

El timbre del patio nos devolvió, de algún modo a la realidad, y aún no se había disuelto su sonido cuando la sangre se me heló en las venas con una duda atroz. ¿Ahora, con tantas chicas nuevas, me separarían de Gabriel?

 

Gabi y yo éramos amigos desde siempre y para siempre, y la proximidad de apellidos nos había garantizado unos años compartir pupitre, y otros al menos estar sentados uno al lado del otro, invariablemente así, año tras año desde primero.

 

Compartíamos primer apellido, y nunca nadie se había interpuesto entre mi Deza y su Díaz. Cuando llegaba un novato lo primero que hacíamos era comprobar si venía a separarnos cosa que, por fortuna, nunca pasó, pero con tantos nuevos apellidos a la vez era un riesgo cierto el acabar separados.

 

Desde ese momento ya no fui capaz de hacer nada más que pedir al cielo que no nos separasen. Doña Gloria nos esperaba, y sin mediar ni un “buenos días” comenzó a pasar lista, uno a uno, sentando por orden a los llamados en un mosaico de faldas y pantalones tan aleatorio como aterrador.

 

- Gómez Deza, Manuel Andrés - sonó la voz de La Sandalia, el mote de Doña Gloria del que jamás supe su origen, y me encaminé hacia mi pupitre, totalmente vacío, sin saber si el destino me guardaba todo o nada, o sea, Gabi a mi lado, o alguna entrometida niñata de tres al cuarto.

 

- Gómez Díaz Gabriel – Y La Alpargata me hizo el chico más feliz del mundo. Ocupamos nuestro asiento para ver, ya como público, el resto del desfile, y al llegar el turno al asiento, justo detrás del mío, fue cuando sucedió.

 

- Justo Blanco Lara – A la voz de mando de la profesora emergió de entre los pocos chicos que quedaban la chica más guapa que había visto jamás.

 

Se erguía más alta que yo, sobre unas piernas doradas por el sol que hacían que pareciese que sus calcetines blancos tenían luz propia. Un cuerpo curvilíneo y estirado, adornado por dos preciosas tetas adolescentes que rompían la llanura del peto de tirantes de la falda y que se coronaban con unos hombros de suaves y de preciosas curvas entre los que nacía un largo cuello coronado con la cara más dulce del mundo.

 

Una cara morena y viva, con unos labios finos, húmedos, suaves y delicados y una pequeña naricilla en la que me habría quedado a vivir para siempre. Sus ojos, del color de la miel de flores, iluminaban todo su rostro como faros y, alrededor de todo ese conjunto, derramándose sobre sus hombros y desapareciendo por su espalda, descendía el pelo más rizo, castaño y vivo del mundo.

 

Así conocí a Lara, y así me enamoré de ella; de esa aparición mágica que, en unos segundos, arrugó mi corazón como una pasa y lo dejó en un rincón de mi pecho a punto de fallecer.

 

Desde ese momento mi vida y mi anhelo se resumió en un gesto, mirar hacia atas cada vez que podía. Cualquier cosa con tal de verla un minuto, un segundo, una décima más.

 

En el patio, por efecto de las chicas, la vida también cambió. Las peleas y el futbol dieron paso a paseos y grupos de chicos y chicas ligando, solo los más valientes o los más tímidos, resistíamos la morbosa tentación y seguíamos jugando ese partido infinito en el que “el que mete gana”, pero en el que siempre faltaba un gol más.

 

Mi relación con Lara era buena, éramos compañeros charlábamos y nos reíamos, pero en los recreos la cosa cambiaba.

 

En el patio ella se rodeaba de sus amigas y al grito de “solo chicas” se hacían inaccesibles, lo que me obligaba a seguir con mi deportiva afición. Hasta que sucedió…

 

Juan, una bestia que a fuerza de ayudar a su padre en el campo era un toro de miura con pantalones raídos, lanzó uno de esos balones que acompañaba con su grito “gol o hospital”. Un trallazo indolente que hacía correr a los porteros buscando las faldas de mamá, cosa que el portero hizo, y el balón, tras atravesar la portería sin red, se estrelló violentamente en el suave y delicado vientre de Lara que cayó fulminada al suelo sin aire y atacada por terribles arcadas.

 

Las amigas intentaron levantarla y, no sé si por el dolor o el movimiento, la pobre lanzó al aire por su boca un enorme chorro de vomito que provocó una inmediata estampida de aquella nube de féminas. Esa estampida de pijas asqueadas me dio acceso a ella y la oportunidad para socorrerla.

 

Cuando la vi allí, tirada en el suelo, doblada sobre sí misma, con la cara congestionada, con su ropa manchada de tierra y vómito y aun así sentí prisas por ayudarla y ganas de besarla, comprendí hasta qué punto estaba enamorado.

 

No la besé, pero si la ayude a incorporarse hasta quedar sentada en el suelo, me senté al lado de ella, y pasé mi mano por sus hombros abrazándola, a lo que ella respondió apoyando su pelo manchado en mi pecho y llorando amargamente a moco tendido.

 

No sé cuánto tiempo pasó hasta que dos profesoras la arrancaron de mis brazos y se la llevaron, pero en ese momento, para mí, fueron los mejores segundos de mi vida.

 

La vida con Lara cambió desde ese momento. El día siguiente, antes de clase, nada más verme en el patio, me encajó un sonoro beso en la mejilla que casi me provoca una combustión espontánea, y desde aquel momento, la ridícula premisa de “solo niñas” dio paso a una pandilla mixta de mis amigos y sus amigas que jamás se habría formado sin aquel episodio y que, entrevenada por gente que llegó y gente que nos fuimos, sobrevive aun hoy.

 

El precio de formar esa pandilla fue que mis ansias y mis deseos chocaron contra la necesidad de conservar la amistad recién alcanzada, y el miedo a perder primero a Lara y luego a aquella pandilla donde estaban todos aquellos que me importaban, me llevó a aplazar una y otra y otra vez el asalto romántico a mi diosa.

 

Solo Gabi sabía lo que sentía pero, lejos de animarme, me hacía ver que a veces una relación fallida es el fin de una amistad que podría durar una vida.

 

Un año después, comprendí que a pesar del riesgo nunca me perdonaría no intentarlo, y, con una excusa quedé a solas con ella. Le conté la historia de mi amor, como la había deseado todo este tiempo, mis miedos y temores, me abrí en canal a ella para finalmente estrellarme con la lapidaria frase “te quiero, pero como amigo”

 

Una amistad que poco después se convirtió en rabia y odio cuando Lara y Gabi, mi gran amigo Gabi, comenzaron a salir juntos sin parecer que a este le importase un pijo ni el riesgo de perder la amistad de Lara ni la certeza de perder la mía.

 

Sinceramente, nunca he dejado de desear y querer a Lara, y no creo que consiga hacerlo nunca, y aunque con el tiempo la rabia se mitigó permitiéndonos rescatar los rescoldos de nuestra amistad, prefiero no saber nada de su vida amorosa y menos de la sexual, porque a pesar del tiempo, aun duele, y no poco.

 

Por supuesto jamás pude perdonar a Gabi que aunque ya no sigue con ella, está oficialmente muerto para mí. Esa necesidad de perderlo de vista fue el motivo de mi cambio de colegio y de que poco después abandonase la pandilla.

 

Lara, en este tiempo, trabajaba como auxiliar de restauración para el mayor archivo de cine clásico de Europa. Diariamente le llegaban películas antiguas, desconocidas y más o menos deterioradas para que ella las visualizase, e informase a los restauradores de su estado y las necesidades específicas  de restauración. Sabedora de mi afición al cine, era habitual que me llamase para visionar alguna “joya” antes de devolverla al archivo e insistía de que cuando quisiera la visitase para disfrutar de alguna de las copias que sistemáticamente guardaba de cada trabajo que entregaba.

 

Así las cosas, sabía que tendría libre acceso a su casa y a un amplio grado de intimidad, y me embargó la necesidad de conquistar con mi don lo que no había podido conquistar con mi persona. Decidido a tenerla y hacerla mía salí de mi cuarto, me duché y me dispuse a vestirme para sumar a Lara a mi colección de muñecas.

 

Estaba en ello cuando sonó el timbre de la puerta. La abrí semidesnudo convencido de que era mi madre que vendría de la calle y me topé con una Laura mi vecina, que riendo me recorrió con la mirada de arriba a abajo sin el más mínimo pudor.

 

- Manu, tengo que hablar contigo - Me dijo pasando a casa sin haber sido invitada- la verdad es que para lo que quiero es una ventaja encontrarte así.

 

- Estaba preparándome, he quedado -mentí - hablamos en otro momento, ¿vale?

 

- No, no vale- contestó con un tono brusco que me confundió - ¿tú ayer me pusiste algo en la bebida?

 

Me estampó la pregunta como un guantazo, escudriñando mis ojos como queriendo ver mi reacción, con cara de absoluta rabia, y dejándome helado por unos segundos hasta que, sin previo aviso, cambió su ira por una sonrisa y estalló en una sonora risotada.

 

- ¿Estas bien? - pregunté confundido pero encantado de no tener que contestar tan compleja pregunta.

 

- Si, perdona, era una broma para romper el hielo. Si te ha sorprendido, lo que viene ahora te va a dejar a cuadros.  Lo cierto es que siempre me has puesto un poco, así en plan !!qué muerdo tiene el vecino!! ,- dijo mirando mis calzoncillos y relamiéndose - pero ahora que eres mi caballero abre puertas llevo todo el día loca por qué me abras un par ellas más.

 

-¿Que dices? – Pregunté sin entender bien de que hablaba.

 

- Que quiero que me eches un polvo, atontado!!!

 

La frase impactó directamente en mi mente dejándome tan paralizado como si ahora fuese yo la muñeca, ¿y esto a que venía? Me asaltó a la cabeza la petición sexual que le había lanzado dormida y me estremecí de pies a cabeza.

 

- No me jodas!! – Se me escapó.

 

- ¿Qué pasa? ¿Me vas a decir que yo no te pongo a ti también? Tu eres consciente que cuando miras las tetas a alguien o la recorres de arriba a abajo ese alguien se da cuenta, ¿verdad? Ya sé que tienes novia y todo eso, yo te ofrezco un polvo, no una relación ni tonterías de esas. ¿Te apuntas o pasas?

 

- Me apunto!! - contesté al momento – pero no aquí, mi madre está a caer.

 

Laura se acercó a mí, metió la mano en mis calzoncillos y agarró mi miembro que le devolvió la caricia inflamándose al momento. Empezó un movimiento de vaivén suave pero firme que recorría mi falo por completo, de arriba a abajo

 

- Te espero arriba, no lleves la radiografía, las puertas que hay que abrir se abren con esta ganzúa - dijo mientras recorría cada vez más rápido y fuerte mi polla dura como una estaca.

 

- Quieta Laura, podría venir mi madre. - le dije realmente preocupado, - la puerta está abierta.

 

Me solté de su abrazo y cerré la puerta. Ella aprovechó para acorralarme entre la puerta y su cuerpo, buscó mi boca y la inundó con su lengua mientras recobraba el dominio de una polla que, claramente estaba a favor de sus caricias y en contra de mi prudencia.

 

- ¿Te asusta que mami vea a la vecina jugando con su pequeño? - me decía mientras acariciaba mi pene con fuerza de arriba a abajo demostrando una gran maestría – Porque a mí me pone mucho.

 

- Laura, -dije titubeando- por favor, está a punto de llegar.

 

- Que niñito más bueno, merece un besito – Dijo para acto seguido meter su lengua en mi boca hasta la garganta.

 

Mientras tanto su otra mano se reunió con la que destrozaba mi polla, y entrelazándolas, continuó su paja entre ambas manos, formando entre ellas un hueco cálido y húmedo, casi como una vagina. Cada embestida de ese cepo recorría mi miembro y al llegar al final de sus manos, se encontraba con la resistencia de ambos meñiques bloqueando el paso, paso que mi glande debía ganar a costa de un intenso y devastador roce contra ambos dedos. Lo profundo de aquella caricia me llevó casi a la locura, sabiendo que iba a correrme de un momento a otro, le supliqué que parase.

 

- Para por favor, déjalo ya Silvia. -Por error la había llamado como a mi novia.

 

Ella se detuvo al momento, se incorporó buscó mi boca y tras besarme me dijo con sorna.

 

- Pobre, ahora me llama como a su novia - reía - ¿tu novia te toca así de bien la cosita? ¿Por eso te confundes de nombre? -Y poniendo cara de diablesa me dijo acercándose a dos centímetros de mi cara.

 

- A ver si tu novia sabe también hacer esto.

 

Dicho eso se pegó mucho más a mí y con un movimiento certero colocó y enterró mi polla entre sus muslos, por encima de sus legguins, apretó con sus piernas todo lo que pudo y continuó su juego con una paja a puro golpe de cadera, provocando estragos en mi miembro entre el calor de su abrazo y el rugoso tacto de la fina tela.  Sus manos se aferraron a mi culo forzando a mi cadera a empujar la polla más adentro entre sus piernas, cada una a una nalga, apretando fuerte y levantándolo hacia arriba.

 

Segundos después, sin previo aviso, uno de sus dedos alcanzaba y rebasaba mi ano entrando dentro de mí en un movimiento que me cogió totalmente por sorpresa. Con habilidad buscó el contacto con mi próstata, y con solo tres movimientos más, forzó en mi polla una sacudida eléctrica que me llevó a correrme como una fuente entre sus muslos.

 

Laura deshizo el abrazo, abrió sus piernas mostrándome como mi semen blanco descendía pastoso por sus muslos pintando el negro de sus legguins. Se encogió de hombros como si nada de lo que había pasado fuese culpa suya y me dijo.   

 

- Espero que en mi casa aguantes un poco más, guapote.  Anda limpia el desastre y cuando subas tráeme esto – dijo poniendo en mis manos la pequeña caja de plástico cuadrada que recordaba haber visto en su bolso el día anterior. - la vas a necesitar. Pero no lo abras, no seas cotilla. En diez minutos en mi casa. Chao.

 

Se fue sin esperar respuesta, con sus legguins visiblemente empapados y meneando su culo como si no hubiese un mañana y me dejó solo, completamente alucinado y caliente como un mono en celo.

 

Como ella dijo, limpie el desastre en mi cuerpo y en el suelo y corrí a vestirme antes de que el plazo que me había dado finalizase, y, lógicamente, aplacé para otro día mis sucios planes con Lara, al fin y al cabo ella no me estaba esperando ni se iba a ir a ningún sitio.

 

Tenía que pensar la manera de averiguar si ese regalo sexual de Laura respondía a mi don y lo que había susurrado en su oído o a la simple casualidad, pero en todo caso era un regalo que no estaba dispuesto a desperdiciar, así que acabé de vestirme, cogí la caja y antes de salir de casa la abrí sin poder resistir la curiosidad.

 

Dentro había tres preservativos. Lo sabía!!, una diosa del sexo como ella siempre lleva condones.