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Cocktail de vinagre y miel

en Lésbicos

Mi nombre es Adela. Esta experiencia que os voy a contar la tuve hace unos años. Era una chica de veinte años, estudiante de segundo de derecho. Soy morena, de estatura mediana y de cuerpo bien formado, ahora estoy un poco más rellenita, pero cuando me sucedió la historia que os cuento, era bastante delgada. Eso no quita para que tuviera un pecho bonito y un culo redondito. Soy de caderas anchas y cintura estrecha. Mis ojos son marrones oscuros y mis labios son pequeños pero gorditos

La historia que les voy a contar no me ocurrió por ser guapa, pues me considero una chica normal, ni por ser coqueta, pues soy normal en ese sentido. Me ocurrió porque sí.

Tengo un hermano un par de años menor que yo. Tenía dieciocho años cuando le tocó hacer el servicio militar. La verdad es que se deprimió un montón al principio. Mi hermano se llama Juan. Juan venía todos los fines de semana y la verdad es que algo cambió en su carácter, porque estaba insoportable, de un lado, pero de otro comencé a darme cuenta de que perseguía desesperadamente a todas las chicas con la mirada, inclusive... a mí.

Un fin de semana, Juan estaba especialmente mirón. Yo hice lo que estaba harta de hacer, ni más ni menos. Me dirigí con una toalla alrededor del cuerpo del dormitorio a la ducha. No estábamos más que los dos en la casa. Sentí que sus ojos se clavaban en mis nalgas que se movían libres desnudas bajo la toalla.

Me duché y volví a dirigirme de la misma forma, pero con el pelo mojado, a mi dormitorio. Juan estaba sentado en el mismo sitio, pero era evidente que había estado en mi cuarto porque mi ropa interior, que había dejado sobre la cama estaba revuelta. Seguro que la había estado toqueteando pero al sentirme llegar, había salido disparado.

-¡Juan! ¿Qué has estado haciendo con mi ropa?.- Le grité como a un chiquillo. Discutimos. Él decía no haber tocado mis bragas, pero yo insistía e incluso le insulté -¡Cerdo! ¡Eso es lo que te enseñan en la mili, a ser un cerdo en lugar de ser un hombre!. -

Juan se encolerizó y se puso a forcejear conmigo. Me quería pegar en la cara y yo le marqué un par de arañazos. La toalla cayó al suelo y apareció mi cuerpo desnudo. -¿has visto lo que me has hecho?- Le dije tapándome los senos y la concha como podía.

Juan me miró extasiado y para mi sorpresa me dio un empujón y caí sobre la cama. Le miré con cara de odio, pero el estaba dispuesto a desahogarse de tanta disciplina. Me agarró de las piernas y me tiró hacia él. Yo me retorcía pero él me agarraba fuertemente con la intención de penetrarme con la verga que se había sacado rápidamente del pantalón. Estaba fuera de sí.

- ¿Qué haces? ¿Estás loco?... ¡Juan, déjame!... ¡Juan!... ¡Que me puedes dejar preñada!- Sólo al decir esto accedió a no penetrarme pero a cambio le prometí que le comería la polla.

Juan se sentó sobre la cama, y cogiéndome de los pelos me obligó a ponerme de rodillas sobre él , y a meterme su pene excitado en la boca. Yo tenía cierta experiencia de algún novio anterior y no se me daba mal. Así que comencé a darle con la lengua mientras sentía que la mano de Juan me acariciaba con más o menos fuerza mi cuerpo desnudo.

Sentía su mano sobre mis pechos y su pene tenso en mi boca. No pude evitar lo que hice cuando comenzó a decirme aquellas obscenidades. -¡Vamos, puta perra! ¡Cómeme el rabo como se lo comías al gilipollas de tu novio!.- Le mordí su miembro con fuerza y Juan comenzó a gritar.

Me tiró de los pelos para separar mi cabeza de su dolorido miembro, y nos miramos a los ojos. Él me miraba con rabia y yo con todo el odio que podía.

Me arrepentí pronto de mi ocurrencia, pues directamente, y tirándome de los pelos, me puso de rodillas en el suelo, pero apoyándome sobre la cama, y él se puso detrás. Volví a pedirle que no me penetrara y no lo hizo... por delante.

Me agarró de las manos y podía sentir su respiración en mi oreja, que mordisqueaba. Comencé a sentir una presión en mi ano. Me hacía daño. No podía revelarme, así que intenté evitar el dolor relajando y dejando que introdujera su miembro en mi estrecho ano que acabó desvirgando. Le pedí que me soltara y me separé las nalgas y que pudiera metérmelo mejor, y él me agarró del pelo y me estrujaba el pecho, como si fuera una cabra a la que ordeñar.

Aquello, increíblemente, me excitaba y acabé manoseándome el coño mientras sentía a Juan eyacular en mi interior, tras embestirme varias veces agresivamente. Juan se quedó sobre mi espalda y recuerdo incluso haberle acariciado la cara durante aquellos segundos de conciliábulo.

Pero yo no podía permitir aquello. Me puse a gimotear y aunque Juan no dejaba de pedirme perdón no podía calmarme. Llamé a Sara, mi mejor amiga, que notó en seguida que me pasaba algo y le pedí ir inmediatamente a su casa.

Sara me esperaba preocupada cuando me vio aparecer con el rostro desencajado. Le conté lo ocurrido, cómo Juan me había intentado violar, cómo me había insultado y cómo al final me había desflorado por detrás. Sara me miraba estupefacta y puso su hombro para que llorara

¿Qué podía hacer?. Era la pregunta que Sara y yo nos hacíamos. Después de pensar en salidas como una denuncia o una venganza, Sara me dijo que le gustaría ver cómo tenía el culo, para ver si me había hecho daño.

Me dio mucha vergüenza decirle que el semen que Juan había depositado en mi interior se había salido en el camino y me había manchado las bragas. Sara me tranquilizó ofreciéndome su colección de lencería.

Me quité las bragas y me tumbé de espaldas en la cama. Me separé las nalgas para que Sara pudiera ver si me había hecho alguna almorrana. -La verdad es que es comprensible... que Juan... quisiera follarte...- Me decía aquello Sara con la voz entre cortada. A mí me entró mucha vergüenza y hubiera salido corriendo, pero no podía dejarla así, de repente, con lo bien que se había portado conmigo.

Sus manos me separaban las nalgas y me acariciaban sensualmente Yo estaba bastante caliente, pues no me había bajado la excitación desde que Juan me poseyó. Sentí una húmeda esponja en mi agujero escocido como una sensación aliviante.

Pero luego sentí algo más aliviante pero por otra parte más inquietante. La lengua cálida de Sara me acariciaba mi dolorido agujero, aduciendo las propiedades curativas de la saliva. Era sensual y excitante.

Sara era una chica castaña y más bajita y delgada que yo. Pero tenía las carnes bien concentradas donde tenía que tenerlas. Tenía un culo más gordo, las caderas más anchas y la cintura más estrecha y unas tetas que daban envidia. Eso fue lo siguiente que sentí sobre mi agujero Sara se había desabrochado la camisa y el sostén y tras sacarse los pechos restregaba sus pezones entre mis nalgas. Yo no sentía más que una masa caliente y tierna ir de arriba hacia abajo, pero el pensar lo que me sucedía me comenzó a excitar terriblemente. Mi sexo se humedecía por momentos.

Sara se percibió de ello y me preguntó dos veces si me había corrido con Juan. Le tuve que contestar, a la tercera, que no. Comenzó entonces a acariciarme el sexo con unas manos dulces y delicadas. Sentí sus dedos en mi clítoris. Me di la vuelta y pude ver entonces a Sara mirándome tiernamente y jugueteando con mi sexo.

Sara comenzó a introducir un dedo en mi chochito, que lo esperaba ya deseoso, a pesar de que era la primera vez que una mujer me tomaba. Su dedo se introdujo y se movió dentro de mí explorándome, para luego ir directamente hacia un sitio donde sentí un gran placer. Me sorprendió que conociera mi cuerpo mejor que yo.

Su boca se posó sobre mi clítoris y comenzó a dirigir un ataque de placer contra mí, pues alternaba la penetración de los dedos índices y corazón con los rápidos masajes de su lengua sobre mi clítoris, lo que me estimulaba.

Finalmente, su mano libre se posó sobre mi pecho y comenzó a sobarme los pezones. No tuve por menos que colaborar yo misma en mi propio orgasmo. Por vez primera metí un dedo profundamente en mi dolorido trasero, lo que venía a completar mi sesión de masturbación.

Estiraba de los pelos de Sara al sentir la proximidad de mi orgasmo. La agarraba con toda mi fuerza mientras que me agitaba contra su mano y su boca hasta conseguir soltar toda la rabia contenida y toda mi fuerza en un orgasmo del que acabé sin ganas de levantarme de la cama en un buen rato.

Bueno, Sara me dijo que no fuera egoísta y que le diera a ella un poco de placer, así que le tuve que comer el coño a ella luego, por vez primera, también

Tengo que decir que, si bien la experiencia con Juan no fue agradable, la que tuve con Sara sí me agradó. Y si para volver a iniciarme con Sara tuviera que pasar otra vez lo que me pasó con Juan, pues creo que lo aceptaría. No sé es que además, esa mezcla de algo tan amargo con algo tan dulce, me gustó. Es como si después de un sorbito de vinagre, le dan a una, una cucharadita de miel.

egarasal@hotmail.com

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