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Las beatas

en Lésbicos

Las Beatas.

Julia pasaba por la calle, con su libro de oraciones, con su pelo largo, recogido en una coleta. Iba vestida de forma discreta y elegante, con una falda gris de vuelo que le llegaba por debajo de las rodillas y una camisa blanca, tapada por una rebeca verde oscura que llevaba puesta. A pesar de ir vestida como una colegiala, excepto por sus zapatos de tacón y las medias, y por ir ligeramente maquillada, Julia llamaba la atención y la austeridad de sus vestidos no podían disimular el cuerpo perfecto de esta chica de veintiocho años, de pelo negro. Julia se sabía hermosa y antes de ponerse aquel tanga de color crema, se había mirado en el espejo y se había sentido hermosa, de pechos firmes y caderas anchas, de piernas largas y muslos redondos. Su marido la dejaba ir a casa de Luisa desde hacía meses, por que estaba convencido de la inocencia de esas reuniones de los jueves por las tardes.

Luisa, la anfitriona, era una mujer de treinta años, a la que no se le había conocido novio. Tenía fama de devota y de mosquita muerta, y a ello ayudaba su aspecto exterior, el de una mujer vestida siempre de la manera más decorosa y de un comportamiento casto, a la que no se le conocía ni escándalo ni cotilleo que le salpicara, con un físico menudo, rubia, delgada y bajita, con el pelo recogido en una coletita, todos pensaban de ella que hubiera sido una buena monja. Era guapa, pero no de una belleza exuberante, sino esas caras perfectamente proporcionadas que transmiten equilibrio.

Antes de llegar al portal de Luisa, Julia pasó a recoger a su amiga Eva. Tocó al timbre y abrió su marido. El marido de Eva era el médico del pueblo, un hombre un poco engreído. Sus cuarenta años no le habían impedido casarse con Eva, que había sido reina de las fiestas con diecinueve años, hacía diez años. Julia y Eva siempre habían sido amigas. Eva era una rubia de pelo ondulado y cara redonda y sensual, nariz chata y ojos verdosos. Era un poco más baja que Julia. Iba vestida con unos vaqueros ajustados y un suéter de manga larga, con un escote de pico de lo más decente. Luisa avisó a Eva de que no llevaba su libro. Eva sonrió y lo cogió y besó discretamente en la boca a su marido al salir de la casa.

Eran las cinco de la tarde, y las tres amigas se encontraron en el portal de Luisa. Olga, la otra compañera de reunión, salió del coche tras despedirse de su marido, que la había traído hasta allí. Al verse las tres juntas saludaron y sonrieron. Olga era una chica de pelo castaño y ojos marrones claros. Sus dos embarazos no le habían restado belleza ni a su cara ni a su cuerpo. Era delgada, alta y elegante, como una modelo. Llevaba un traje de una pieza, que se cerraba por detrás con una cremallera.

Las tres entraron alborotadas al portal de Luisa, hablando en voz alta de temas de revista del corazón. Tocaron en la puerta y no tardó en abrirles la anfitriona, Luisa, que vestía con unos vaqueros y una camisa, y unas zapatillas de andar por casa, de esas de bordes de pelusa y con una bolita rematando el empeine.

Luisa besó a todas con el par de besos de rigor conforme iban pasando dentro. Todas sonreían, reían, hacían que su nerviosismo aflorase durante unos instantes, mientras Luisa conducía a sus invitadas al saloncito que había junto al patio de las casa. Las chicas se dejaban conducir, pues en realidad todas conocían el saloncito, y casi toda la casa.

Entraron al saloncito, con la intimidad y tranquilidad suficiente como para hablar de sus temas sin que nadie se enterara. En la mesita del teléfono, que estaba en la puerta, en el exterior de la habitación, las chicas amontonaban, como otras veces, sus libros de oraciones.

Las cuatro se sentaron, entre risas y susurros y se fueron tranquilizando y entrando en una conversación de mujeres, de esas en las que una habla con otra pero está escuchando lo que dice la de al lado, y al final resulta que todas hablan a la vez. Luisa no tardó en levantarse para traer unos vasitos y una botella de aguardiente, una botella de Cazalla de la Sierra, dulce y fuerte. Luisa sirvió los vasos. Ella sabía como le gustaba a cada una. El primer vasito lo puso al gusto de cada cuál, aunque ya se encargaría luego de ir subiendo hasta el borde el nivel de los siguientes. El primer sorbito era cuestión de animarlas.

Las chicas, una vez que se encontraron animadas, comenzaron a ponerse cómodas. Se quitaron las rebecas después de tomar los primeros vasitos. La conversación se fue animando y subió el tono de la picardía. Hablaban de sus maridos, de lo convencidos que se quedaban en casa, pensando en que se reunían para rezar.

-¡Mi marido se cree que nos pasamos la tarde de rezos! ¡Ja ja ja!.-

-¡Seguro que estará ahora mismo conectado a Internet viendo guarrerías!-

-¡Pues anda que el tuyo! ¡El otro día se le caía la baba mirándole el culo a Clara la panadera! ¡Ja ja ja!.-

- ¿A qué vamos a jugar hoy, chicas?.- Eva propuso empezar con la partidita de cartas para la que se habían reunido.

- ¡A la borracha!.- Dijo Luisa con decisión

Las chicas se miraron unas a otras. Hacía ya algunas semanas que no jugaban a ese juego. La última vez que jugaron, todo acabó de una manera que a ninguna de las chicas, a priori, le hubiera gustado que acabara. Las miradas de sorpresa y desconfianza se fueron convirtiendo poco a poco en miradas llenas de picardía y sonrisas de connivencia.

Jugarían al "Borracho". Jugar al borracho era más económico para todas que jugar con dinero y más divertido y excitante por otra parte. El juego consistía en un continental, en el que ganaba la mano, decidía quién se bebía un cuarto de vasito de anís, mientras si ganaba la partida, entonces las tres restantes se bebían un vasito entero. Las chicas comenzaron a jugar.

En las primeras manos, todas intentaron que Luisa bebiera, por que sabían que era la que mejor jugaba y para castigarla por haber propuesto ese juego, pero Luisa era una experta. A veces, al salir de la casa, las tres amigas sospechaban que hacía trampas y tenía las cartas marcadas. Eva pronto rompió el bloqueo contra Luisa, al ver que Luisa ganaba y le hacía beberse a ella los medios vasos. Olga intentaba ayudar a Julia, pero entre Eva y Luisa, siempre conseguían la victoria, y entre risas y súplicas, Julia y Olga se bebían los medios vasos.

Al final, Luisa ganó la partida. Los carrillos colorados de Olga y Julia denotaban su estado. Luisa se dispuso a servir un vaso de aguardiente repleto hasta el borde a cada una de las tres chicas. A Eva no le importaba demasiado, pero Julia se opuso de manera amable, y junto a Julia, Olga.

-¡Jo! ¡Es que vamos a llegar a casa borrachas perdidas!-

-¡Eso! ¡No nos van a dejar venir más! ¡Ja ja ja!-

-¡Si! ¡Pero el juego es el juego!

-¡Bueno! ¿Por qué, en rescate, no jugamos a las "prendas"? –

Eva comprendió muy bien a Luisa e hizo una proposición. El rescate era un lance del juego, según el cuál, las vencidas accedían a jugar a otro juego, más divertido y excitante para no pagarla el premio a la vencedora.

Julia miró a Olga. Ninguna habían hablado de lo sucedido hacía unas semanas, la última vez que jugaron de esa manera. Julia decidió no hacerse la estrecha y Olga aceptó después.

-¡Bueno!-

-¡Venga! ¡Va!.-

Si fue fácil emborrachar a Julia y a Olga, no fue más difícil conseguir que poco a poco, Julia y Olga fueran dejando sobre la mesa los zapatos, y luego cada una de las medias, y los pendientes. Luisa y Olga perdían de vez en cuando, pero sólo se habían quitado los zapatos cuando a Julia le pusieron en la tesitura de quitarse la camisa o las bragas. El ambiente era díscolo y alegre, pero en este momento, se hizo un silencio. Julia se puso de pié, se subió la falda y se quitó las bragas mientras las otras chicas aplaudían y animaban. Julia dejó caer sus bragas sobre la mesa, extendiendo el brazo y dejándolas caer poco a poco. Estaba muy borracha. Luisa atrapó la prenda y la puso a su lado.

Luego le tocó perder a Olga. SU tesitura era parecida, aunque Olga decidió quedarse en prendas interiores delante de sus amigas a quitarse, por el momento, las bragas.

-¡Al fin y al cabo, estamos entre mujeres! ¡Ja ja ja!-

Eva se quitó los pantis cuando perdió y Luisa, usando una picardía, se quitó el cinturón con el que sostenía sus vaqueros en la cintura cuando le llegó su turno de perder.

Olga tenía que quitarse algo, y sólo le quedaba el sujetador o las bragas. Se quejó mientras se quitaba el sujetador y dejaba al descubierto unos pechos generosos de pezones grandes y oscuros

-¡Eso no vale! ¡Si lo hubiera sabido, hubiera traído una camisa y un pantalón con cinturón, como tú.- Dijo refiriéndose a Luisa que le respondió

-¡Hubieras tardado más en perder pero hubiera perdido de todas las maneras! ¡ja ja ja!.

Todas rieron las ocurrencias mientras divertidas miraban los pechos de su amiga, que se intentaba tapar juntando los brazos, acentuando la profundidad del canal de sus pechos. No tardó en perder Julia, que se quitó la camisa, dejando al descubierto un sujetador blanco de encajes que las chicas celebraron como muy bonito. Julia enrojeció al verse observada.

La siguiente mano no la perdieron ni Eva ni Luisa y le tocó perder a Julia de nuevo. Estaba en la tesitura de perder la falda, y quedarse desnuda, al haberse quitado las bragas, o perder el sostén. Como Olga ya enseñaba los pechos, decidió que lo más apropiado sería perder el sostén. Sus pechos eran menudos pero dulces como dos peritas, de pezones rugosos y marrones claros. Parecía que el frío los hubiera puesto de punta. Tenían una textura, una complexión juvenil.

Eva perdió. Hubiera podido quitarse los pendientes, pero decidió entrar en ambiente. Se quitó los vaqueros y apareció ante las chicas un tanga de color rojo, muy a juego con su sensualidad. Se tiró del suéter, para tapar su vientre plano antes de sentarse. Eva tenía unas piernas largas y contorneadas, por eso le quedaban tan bien los vaqueros.

Le tocó perder a Olga. Sólo podía quitarse las bragas.

-¡Jo! ¡Me habéis dejado en bolas! ¡Prestadme las bragas una mano!-

-¡Nada, nada! ¡Ja ja ja! ¡Las reglas son las reglas!- Dijo Eva

-¡Si sólo es hasta ver si llegamos a un empate!-

-¡Déjala, Eva! ¡Déjala hasta que pierde Julia!- Dijo Luisa

Julia perdió y tenía que, quitarse la falda y quedarse, como Olga, desnuda, pero Eva y Luisa le aplicaron el mismo precedente que a Olga, pero con una condición. Luisa miraba con cara de codicia los pechos de sus amigas mientras le hacía la siguiente proposición.

-Vamos a jugar otra mano, si ganáis, recuperáis vuestras ropas y aquí no ha pasado nada, pero si perdéis, entonces, hasta las ocho menos cuarto, sois nuestras esclavas-

Julia y Olga se miraron y con una mirada pícara y una sonrisa cómplice aceptaron. Eran las seis y cuarto de la tarde. La partida apenas duró cinco minutos. Eva sonrió, Luisa echó sobre la mesa la carta fatídica, y Julia y Olga pusieron esa cara de fatalidad que ponen los jugadores que pierden en una noche la paga extraordinaria.

-¡Bueno chicas! ¡Habéis perdido!- Dijo Eva

-¡Y ahora! ¿Cuál va a ser mi esclava y cual la tuya?- Replicó Luisa

- ¿Nos la jugamos a las cartas?-

- No, más sencillo, si sale cara, eliges tú, y si sale cruz, elijo yo-

Luisa tiró la moneda al aire y la atrapó sobre el dorso de la mano. Eva dio su conformidad. Al levantar la mano apareció un "2" que significaba el triunfo de Julia, que miraba ufana y entornó sus ojos hacia Julia. Luisa sabía lo dulce y dócil que se había mostrado la primera vez que habían jugado. A veces, las conversaciones indiscretas tienen consecuencias indeseables. Las tres amigas hablaban en sus reuniones más de la cuenta y Luisa sabía que Julia deseaba ser tratada con autoridad, con dominio y Luisa deseaba tratarla de esa manera

-¡Julia! ¡Ven aquí! ¿Sabes? ¡He pensado mucho en ti últimamente! ¡Voy a tratarte como no te sabe tratar tu marido!-

Olga había contado muchas veces que su fantasía era, ser poseída violentamente, ser casi violada, resistirse en principio y ceder al final, por la fuerza de los acontecimientos. Cuántas veces les ha contado cómo sus enfados con su marido habían acabado en un polvo explosivo. Eva sabía lo que le gustaba a Olga, pero no sabía de que forma hacerlo.

Julia avanzaba a regañadientes hacia Luisa, que la esperaba con los brazos en la cintura, puestos en jarra. Luisa parecía más delgada así. Se le notaban los huesos de las caderas en un vientre liso, por tener los pantalones, sin correa, un poco caídos. No sabía por que aceptaba ir hacia su amiga, era una atracción hacia un juego al que ya había jugado hacía poco y que interiormente reconocía que le había gustado.

Luisa disfrutaba al ver aquella cara de mosquita muerta. Venía hacia ella desnuda, tenía que proponerle algo que la turbara.

-¡Tienes unos pechos muy bonitos! – Le dijo mientras le manoseaba los pechos. Sentía la turbación de Julia, que no era capaz de contradecir los deseos de Luisa y permitía, con los brazos estirados y las manos unidas frente a su sexo, los manoseos.

Luisa tomó uno de los pezones de Julia entre sus dedos y se lo pellizcó suavemente mientras apretaba el seno en la palma de su mano.

-¡Tócate tú.- Le dijo al final mientras se retiraba y se sentaba en una silla frente a Julia, que comenzaba a acariciar sus pechos con delicadeza.

-¡Así no, mujer! ¡Acaríciate como lo haces en la ducha, cuando tu marido se ha ido a trabajar!-

De nuevo las conversaciones que habían mantenido entre ellas eran aprovechadas para obtener alguna ventaja. Julia ya sabía lo que Luisa quería. Estaba de pié y abrió ligeramente sus piernas. Comenzó a pellizcarse los pezones mientras deslizaba una mano por su vientre y acariciaba su coño de pelos recortados. Miró a Luisa a la cara y se excitó al ver su mirada y sus muecas de chula impaciente. Separó sus labios y sintió su crestita en la yema de su dedo.

Julia desvió la mirada hacia Olga y Eva. Eva era amiga suya. Le hubiera gustado estar con Eva en ese momento. Eva estada sentada en una silla y Olga sobre sus piernas, las dos se besaban apasionadamente, acariciando sus espaldas y sus muslos. Le pareció una forma muy distinta de tener sexo con una mujer.

Se fijó en la boca de sus dos amigas, fundiéndose lentamente para separarse y volver a fundirse. Apretó su mano contra su pecho y deslizó el dedo que había posado sobre su clítoris y que rozaba sin cesar, hacia el interior de su sexo, escurriéndolo hacia dentro y apretando la palma de su mano contra su sexo.

Veía a Luisa, que se había desabrochado la camisa y que, metiendo sus dedos por debajo del sostén lo desplazaba hacia arriba y se sobaba los pechos, pequeños, de pezones rosados y pequeños. Luisa había desabrochado sus vaqueros y metía su mano dentro de sus bragas y la miraba fijamente, esperando.

Julia se sentía húmeda, lubricada. Sus dedos se deslizaban hacia su interior. Su otra mano abandonó su pecho y se deslizó por detrás, sintió en el antebrazo la sensación fría de sus nalgas, contraria al calor de su vientre. Por fin alcanzó su humedad y sus dos manos se concentraron en proporcionar placer a su sexo. Julia ya no miraba a nadie, se concentraba y se sentía penetrada por sus propios dedos, que a pares, desde atrás y desde delante, hacían competencia por profundizar. Sus pezones ardían. Sus flujos se deslizaban entre sus dedos. Un calor avanzaba desde su nuca y le ponía los pelos de punta. Su vientre se contrajo y se volvió a contraer y comenzó a penetrarse con más saña todavía para arrancarse un orgasmo. Comenzó a moverse armónicamente, doblando sus rodillas ligeramente y moviendo su cintura hacia Luisa y hacia detrás.

Luisa veía a Julia y su visión le producía una excitación a la que quería dar rienda suelta. Cuando Julia se corrió, terminó de desnudarse, dejando ver a Julia una desnudez excesiva. Aquellos pechos eran casi pueriles, sus piernas eran largas y delgadas y destacaban sus rodillas, como en sus brazos los codos. Sus manos eran elegantes, como sus pies. Al quitarse las bragas, unas bragas negras escotadas en forma de triángulo, apareció su sexo rubio, con pelos abundantes.

Luisa se sentó y miró a Julia, que esperaba de pié, moviendo le cuello sensualmente, buscando el calor de un contacto que no se había producido. Abrió sus piernas y le ordenó.

-¡Cómete mi coño!-

Julia avanzó de pié hacia Luisa, pero al llegar, Luisa le ordenó que se diera la vuelta y le dio un empujón con el pié en el culo, desplazándola unos dos metros

-¡Ven a gatas desde ahí!-

Luisa veía a Julia avanzar despacio, con la cara gacha, sin atrever a mirarla y con un saludable color rojo en las mejillas, fruto de la bebida, del sexo y tal vez de la vergüenza. Cuando Julia tenía su cabeza a la altura de las rodillas, Luisa la agarró del pelo, y la atrajo hacia ella

-¡Ay! ¡Me haces daño!-

Luisa aflojó un poco su presión pero no la soltó.. Torcía ligeramente el cuello de Julia y no cesó hasta conseguir que la mirara.

-¡Cómete el coñito y dame tanto gusto como le das a tu marido! ¡Entiendes!- le dijo a Julia, que de nuevo se sentía traicionada por el contenido de sus conversaciones entre mujeres.

Julia apenas había comido un coño en su vida, y después de la borrachera de aquella tarde no tan lejana, no había podido averiguar a quien pertenecía.

Puso sus labios en la parte alta de uno los famélicos muslos de Luisa y comenzó a deslizar su lengua hacia el sexo de su anfitriona. Sus labios se liaron en la dura maraña de pelos de Luisa, que la miraba, cogiendo aún su cabeza por su caballera.

Sentía avanzar aquella pasa mojada hacia el centro de su sexo. Luisa se acariciaba los pechos, se hincaba las uñas levemente en sus tetitas diminutas y colocaba los pies sobre la espalda de Julia, abriendo y cerrando las piernas y sintiendo la cara sudorosa y caliente de Julia en el interior de sus muslos. La lengua de Julia se posaba en su clítoris y la lamía una y otra vez. Luisa sentía su excitación aumentar y veía la proximidad de su orgasmo. Tomó entre las manos la cabeza de pelos morenos de Julia, la hincó contra su sexo y comenzó a moverse, buscando el contacto total de la cara de Julia, buscando intuitivamente que alguna parte de aquella cara se incara contra ella. Sentía la barbilla entre los muslos y las nalgas, la nariz contra su clítoris y finalmente, su lengua en su sexo. Comenzó a gemir arqueando su espalda hacia detrás y dándole rienda suelta a la culminación de su placer.

Eva y Olga habían estado observando a la pareja, con la carita junta, una sentada sobre la otra, acariciándose con suavidad sus muslos, sus costados y sus pechos. Eva besó en la boca a Olga, que esperaba sus besos con la misma ternura que los anteriores, pero el ver a la pareja de amigas entregadas a sus juegos habían desatado en Eva sus deseos de saciar a Olga de la manera con la que había fantaseado en alguna que otra de las reuniones.

Eva cogió de la lacia cabellera castaña a Olga y tiró de ella hacia abajo, provocando la sorpresa de Olga, que la miró asustada, con el cuello doblado, por el rabillo del ojo.

-¡Ahora, zorrita, Me vas a comer el coño como ella!-

-¿Qué me estás diciendo, so loca?-

Olga se había desnudado en los primeros momentos. Abrió sus piernas y Olga calló al suelo, entre sus piernas.

-¡Venga! ¡No me hagas decírtelo dos veces!-

Delante de Olga se habría un sexo rubio, cuidado. Sus muslos aparecían finos pero fuertes. El sexo de Olga le olía a especias, la intuía húmeda y excitada, como ella misma se encontraba. Olga nunca lo había revelado, pero si tenía alguna experiencia lésbica. Había estudiado la carrera en un colegio mayor y le salió una novia con la que estuvo varios meses. Cuando de repente se vio delante del coño de Eva, se le despertó un apetito dormido durante años. Eva la tenía atrapada por el pelo, como había visto hacer a Luisa con Julia.

Olga lamió el coño de Eva, a todo lo largo, varias veces, impregnándose de su sabor. Sus manos están a ambos lados de los muslos de su amante, ayudándose para separarle los labios y causarle el máximo placer. Tropezó con la nariz en el clítoris y lo buscó ávidamente, hasta apresarlo entre los labios y darle tironcitos que fueron celebrados por Eva con una ligera expresión de dolor y placer

-¡Hissssss! ¡Ahhhhhh!.-

Olga deslizó su dedo hasta el borde mismo del sexo de Eva y luego, un poquito más y otro poquito más, sintiendo la estrechez de su vagina. Sentía como su sexo se lubricaba al sentir la lubricación de su amante. Se animaba al sentir en su boca la vibración sexual de Eva, al notarla acelerarse, moverse, susurrar, gemir de placer, amasar su cabeza y aletear con sus muslos, rozando su cara suavemente.

Eva, lejos de sentirse calmada, se sentía como cabreada. No era eso precisamente, pero sentía la necesidad de propinar a Olga un trata parecido, o mejor, más duro, darle más placer. Darse ella misma más placer dándoselo a Olga, le gustara o no.

Olga se puso de rodillas frente a Eva con los pelos sobre la cara. Eva no se lo pensó. Sabía que le gustaría en el fondo. La empujó con fuerza y Olga cayó al suelo. Al quitarse los pelos de la cara, estaba de nuevo asustada. Eva la agarró de una pierna y la trajo hacia ella.

-¡Te voy a follar, zorra lesbiana!-

Al escuchar esto y al percibir la agresividad de Eva, Olga sacudió su pierna y se colocó detrás de la mesa donde aguardaba el vaso de los sorbitos y los naipes extendidos sobre la mesa de la última partida. Eva comenzó a perrseguirla. El vaso cayó rodando, pero un reflejo rápido de Luisa evitó su ruptura. Los naipes volaron.

Dieron varias vueltas alrededor de la mesa y Olga comenzó a chillar un poco histérica, por lo que Luisa, decidió intervenir y Olga, atrapada entre las dos amigas, se quedó quieta, se protegió los costados con los brazos y un poco agachada esperó ser atrapada.

Luisa y Eva llevaron a Olga a la mesa y la obligaron a tenderse en ella. Eva le tapó la boca con una mano mientras Luisa le atrapaba las muñecas y tiraba de sus brazos hacia detrás. La otra mano de Eva, recostada sobre Olga, dirigió su otra mano directamente al coño de Olga apretándolo para intimidar a la víctima de su agresiva lujuria

-¡No te preocupes, zorrita! ¡Hoy se va a cumplir tu fantasía! ¡Te vamos a follar a lo salvaje!

Olga se sentía atrapada. Sus fuerzas se agotaban en una lucha extenuante e inútil, pues Luisa tiraba de sus manos hacia ella, y Eva, entre sus piernas, amasaba sus pechos con las manos y manoseaba su sexo, mientras intentaba arrancarle un beso. Ya no chillaba. Era inútil, pues le taparían la boca de nuevo. Había mordido la mano de Eva mientras le tapaba la boca, y ésta, le había respondido con una torta, con la que se había convencido de que era mejor no cabrearla.

Olga no podía mover sus piernas. Eva puso una de las suyas sobre su muslo, y así evitaba sus intentos de evadirse. Miró hacia una esquina de la salita, desde donde Julia las observaba sentada, acariciándose para calmar su deseo incipiente. Con los ojos le suplicaba ayuda pero Julia pensaba que si intervenía, seguramente recibiría un trato parecido.

La boca de Olga se abrió al fin, después de considerar que al fin y al cabo, esa era una versión muy especial de su fantasía insatisfecha. Eva se lanzó a besarla sin miramientos. Sus pechos se rozaban mientras Eva agarraba a Olga de las nalgas y se pegaba a ella.

Eva sentía que Olga se calentaba y comenzó a manosear de nuevo el coño de su amiga, pero de una forma distinta, usando sus dedos como una varita mágica de placer, en lugar de arma intimidatoria, disfrutando ella misma del tacto suave del sexo de Olga en la yema de sus dedos, de su cálida humedad. Probó la dulzura exquisita de aquellos pezones oscuros, bien delimitados, que aparecían arrugados y puntiagudos. Los chupeteó y mordisqueó, hasta obtener de su amiga como concesión, un gemido de placer, y entonces bajó su cara hasta su coño, que aparecía abierto, ya que Eva agarraba cada uno de los muslos de Olga, sobre sus hombros, a ambos lados de su cara.

Eva extendió la mano y apretó delicadamente uno de los senos de Olga. Luisa, al verlo, y sentir que Olga desfallecía en su voluntad de evadirse, buscó su boca, y la besó decidida pero con delicadeza, lenta y sensualmente, mientras amasaba con sus manos, el otro pecho de Olga.

Olga comenzó a correrse. Se sentía especialmente atrapada entre sus dos amigas, forzada a tener un tipo de sexo que no esperaba y pro eso, la experiencia le parecía aún más excitante que si sus raptor fuera un hombre. Sus movimientos animaron más a Luisa y Eva, que al ver a su amiga retorcerse y gemir de placer, se emplearon a fondo, amasando sus pechos con más determinación, y en el caso de Eva, ayudando a su lengua con uno de sus dedos, que introdujo en el sexo, húmedo, cálido y suave de su amiga, tan profundamente como pudo, una y otra vez hasta que Olga, tras correrse una segunda vez, inmediatamente después de la primera, le pidió casi llorando de placer que lo sacara.

Olga estaba tendida sobre la mesa, incrédula de la experiencia que acababa de vivir. Se sentía saciada y con ganas de continuar siendo saciada a la vez. Se sentía insaciable. Miraba a Luisa y a Eva, que la miraban, las dos juntas, con el brazo echado la una sobre la otra, sonriendo. Las miraba y no sabía si quería evadirse o que la siguieran utilizando sexualmente.

Luisa se dio la vuelta y se dirigió a una cómoda, y tras abrir un cajón, sacó un objeto que llevaba envuelto en un trapo. Y antes de desenvolverlo le preguntó a Eva.

-¿Crees que se resistirá?-

-No lo se.-

-¡Estoy segura de que lo hará! ¡Es mejor que la atemos!-

Y antes de que Olga pudiera incorporarse, Eva tomó sus dos tobillos y los levantó todo lo que pudo, con lo que inmovilizó su cuerpo. Luisa atrapó sus manos. No se le ocurrió otra cosa para maniatar a su amiga que unas medias que había en el suelo.

-¡Julia, trae esas medias!-

Olga se sintió de nuevo traicionada por Julia, que obedeció dócil y diligente a Luisa y ayudó a maniatar a Olga, que insultaba a Julia con las peores palabras.

-¡Puta! ¡Mas que puta! ¡Hija de puta!-

Eva, ayudada de Luisa, unió a la fuerza las manos de Olga, que se movía y pataleaba, y pasando las medias por sus muñecas varias veces, ataron los cabos a la parte superior de una de las patas de la mesa. Así, Olga, tendida sobre la mesa, exponía la parte delantera de su cuerpo.

Luisa empezó a desenrollar el trapo y las tres amigas, y especialmente Olga, quedaron boquiabiertas al ver el objeto que aparecía en la mano de la anfitriona. Era un objeto de goma brillante, en forma de enorme pene, un pene de gigante. El pene iba unido a un juego de delgadas correas de cuero negro. Luisa reía y miraba a las chicas mientras mostraba orgullosa el objeto adquirido en un shop-sex de Torremolinos, allí donde no tenía que defender su fama de casta y pura.

-¡Esta sin estrenar! ¡Lo ha guardado para vosotras!-

Las chicas empezaron a comprender por que Luisa se apuntó a aquel viaje que organizó el "Hogar del Jubilado" a Torremolinos la semana anterior. Eva se acercó y lo observó tocándolo con curiosidad, suavemente, comprobando su textura dura y suave de latex. Miró las correas y no tardó en empezar a probar cómo le quedaría el conjunto, poniendo el pene en su vientre, como si se tratara de su propio miembro. Luisa comenzó a atarle las correas y Eva se convirtió de repente en una especie de unicornio. Se miraba orgullosa.

Julia estaba abstraída mirando la extraña estética de su mejor amiga cuando las órdenes de Luisa la despertaron.

-¡Mámale el pene a Eva!

Julia se acercó a Eva, que se había sentado y esperaba con las piernas abiertas y el trasto aquel medio levantado, que Julia llegase y se pusiera de rodillas entre sus piernas, apoyando los brazos en sus muslos y cogiendo el falo y poniendo la cabeza negra del pene de latex en su labio inferior. Era excitante ver el realismo con el que Julia hacía una felación a aquel nabo inanimado. Había empezado rozándolo apenas con los labios y la lengua para introducírselo ahora hasta la mitad. La chupaba y lo soltaba y Eva observaba el rastro húmedo de la saliva en el latex, como testigo de la codicia de Julia.

Julia se hacía ilusiones y ya se veía follada por su mejor amiga, y sufrió unos silenciosos celos cuando Eva apartó el pene de su boca y se dirigió hacia Olga, que de nuevo se movía al comprobar la sensación extraña del pene de latex sobre su vientre, mientras Eva se colocaba entre sus piernas.

-¿Qué vas a hacer? ¡No!-

Dijo cuando sintió ambas manos de Eva colacadas en su cintura tirar de su cuerpo hacia su vientre armado. Olga se revolucionó de nuevo y comenzó a luchar inútilmente, intentando separarse, pero Eva, en un movimiento hábil, consiguió meter la cabeza del pene unos milímetros apenas en el sexo de Olga, que ya no luchaba, por miedo a hacerse daño, y por que ya no deseaba luchas.

Eva se sentía dichosa cuando veía como el pene atravesaba la puerta de Olga e iba desapareciendo en su vagina. Veía el coño de su amiga abierto, el clítoris asomar entre los labios separados. Se excitaba al ver los movimientos ligeros que su amiga hacía para acomodarse, para recibir cada nuevo centímetro del pene de latex.

Olga cambió su actitud pasiva, de intentar adaptar su cuerpo y su vagina a las circunstancias, a desear ser follada, recibir aquel pollazo y correrse contra el vientre de Eva, que al verla moverse, buscar el roce intenso con el pene, comenzó a moverse ella también, de atrás hacia delante, buscando acentuar el placer que Olga sentía. Eva se acordó de su marido, de cómo movía el cintura y especialmente, cómo apretaba el culo. Se imaginó que era su marido y que Olga era ella misma y se comportó como a ella le hubiera gustado que su marido lo hiciera. Comenzó a moverse con movimientos más amplios y profundos, que ganaban en velocidad cuando el pene se insertaba en la vagina de Olga.

Julia y Luisa estaban sentadas en el suelo. La pierna de Luisa estaba entre las de Julia y sus sexos se unían. Sus coños se tocaban cada vez que Luisa apoyaba los pies en el suelo y flexionaba las piernas buscando la ternura húmeda y cálida de la entre pierna de Julia,, que sentada en el suelo, intentaba impactar contra el coño de Luisa con el mismo ritmo que su amiga.

Julia tenía en su mejilla la pierna de Olga, que colgaba y se balanceaba por las embestidas que Eva le propinaba. Toda la mesa chirriaba. Julia buscaba el tacto de la pantorrilla de Olga en la oreja. Sintió los deditos de uno de los pies de Olga en sus hombros y los acarició con su mejillas doblando el cuello. Luego, atrapó aquel pié con una mano, y mientras se follaba coño contra coño con Luisa, lamía los deditos de los pies de Olga, que le parecían una exquisita golosina de sensualidad.

Olga se sintió reventar de placer cuando notó aquella boca chupetear el dedo gordo de su pié. Comenzó a correrse, ayudada por las embestidas, cada vez más decididas que Eva le proporcionaba, y que ahora se tiraba sobre ella, de cintura parra arriba, y le hacía sentir el calor y la suavidad de su vientre y sus pechos sobre su propio cuerpo.

El orgasmo de Olga actuó como un detonante, y Julia, excitada al ver que Olga se corría, buscó el estímulo intenso del coño de Luisa en su propio sexo, con fuerza, casi violentamente, hasta conseguir arrancarse un orgasmo que casi inmediatamente fue respondido por Luisa.

Las chicas quedaron agotadas momentáneamente. Sólo Eva, estaba incorporada. Julia y Luisa se entregaban a delicadas caricias mientras ella se paseaba por la habitación, sin atreverse a observar a Olga, que en silencio sobre la mesa deseaba una caricia, un contacto tierno distinto al de la polla de latex. Eva comenzó a desabrocharse las correas y el pene cayó de sus caderas. Se deslizó al lado de Olga, sobre su cuerpo y las dos mujeres comenzaron a besarse, sintiendo sus cuerpos juntos, solapados, con la misma dulzura con que se habían estado besando y acariciando en un principio. Eva desató las manos de Olga, que comenzó a acariciarla y pronto volvieron al sillón de donde habían partido, con Olga, de nuevo sentada en el regazo de Eva.

Luisa cogió disimuladamente el pene de la mesa y se levantó en silencio y ocultando el pene. Hizo creer a Julia que iba al servicio, pero en realidad, al salir de la salita, comenzó a colocarse las correas para volverse tan masculina, como Eva lo había sido anteriormente. No quería hacerlo delante de las otras. Deseaba hacerlo a solas, por eso, cuando terminó de colocar el pene en su vientre, llamó a Julia, que acudió dócilmente.

Julia se sorprendió al ver a su amiga armada. Su delgadez y baja talla hacían que el pene pareciera más imponente. Comenzó a sentirse nuevamente excitada y mucho más cuando se dio cuenta que el pene estaba impregnado de la más íntima humedad de Olga y que esa humedad la impregnaría a ella. Se sentía una zorra, especialmente cuando vió sobre la mesita del teléfono los tres libros de ejercicios espirituales, pero no estaba dispuesta a perderse la experiencia por nada, así que cuando Luisa le pidió que se diera la vuelta y se pusiera a cuatro patas, Julia la obedeció y no tuvo reparo en ofrecer su culo a Luisa, que colocada de rodillas, empezó a dar azotitos en las nalgas de Julia.

Aquellos azotes ponía n cachonda a Julia. Luisa lo sabía. A ella le excitaba ver cómo Julia se ponía cachonda con los azotes, así que ambas se lo pasaban de lo lindo recibiendo una, y dando azotes, la otra.

Luisa levantó el falo a la altura de la raja de Julia. Lo puso en medio de sus labios y apuntó, y comenzó a penetrar en el sexo de Julia, que aguantaba pacientemente, a cuatro patas, con los codos apoyados en el suelo. Se sentía penetrada de manera intensa. Con su marido nunca había conseguido hacerlo así. O se corría a la primera o no llegaba hasta donde tenía que llegar. Pero esta polla era hermosísima y la penetraba completamente, Se sentía totalmente insertada.

EL cuerpo suave de Luisa rozaba y entraba en contacto con el suyo. Aquella sensación le atraía y le excitaba, sobre todo, por el efecto contrario a la rudeza de aquel falo que la penetraba. Luisa la seguía golpeando en las nalgas de vez en cuando y ella temblaba de placer. Cada manotazo provocaba que su sexo se lubricara más y que Luisa profundizara en un penetración.

-¡Muévete!-

Julia obedeció la orden de Luisa. Sentía su vientre en las nalgas y eso significaba que toda aquella polla estaba ya dentro de ella. Comenzó a moverse. Luisa agarró sus pechos con fuerza y los apretó. Julia se movía con dificultad.

-¡Muévete, golfa!-

Repitió Luisa. Soltó los pechos de su amiga y dirigió una mano hacia el sexo abierto y penetrado, y encontró el clítoris entre sus labios. Lo colocó entre sus dedos y comenzó a pellizcarlo y a mover sus dedos en las hendiduras internas que quedan entre los labios y el clítoris. Sintió la turbación de Julia y su excitación creciente cuando tiró de su pelo hacia detrás y tuvo que doblar la espalda. Julia se sentía indefensa, aunque no deseaba defenderse, deseaba que aquello durara un buen rato antes de correrse.

Luisa empezó a moverse contra Julia. El pene entraba y salía. El roce con el pene recorría una y otra vez su vagina. Extendió los brazos y arqueó la espalda cuanto pudo. Se acordó de su marido, casi con melancolía, mientras su cuerpo se liberaba de la presión acumulada.. Los estímulos hicieron que se corriera. Se sentía sucia, pero le gustaba lo que le sucedía. Estuvo a punto de llorar cuando se acabó de correr y sintió un alivio muy grande cuando Luisa sacó aquello de su interior y comenzó a besar su espalda, sus hombros y su cuello, mientras sentía aquellas tetitas diminutas en su espalda.

Eva llamó a Julia al día siguiente.

-¡Chocho! ¡Ayer te confundiste y te llevaste mi libro!

-¡Y tú! ¿Qué me dices de las bragas?-

-¿El qué?-

-¡Pues eso! ¡Que tú te pusiste mis bragas!-

Cosas de mujeres

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