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El diario de Lola (1)

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El Diario de Lola. (1)

Llevaba unos meses casada con Antonio, un profesional de éxito, guapo y varonil que me sacaba unos años. Estaba muy enamorada de él, por todo. Tenía físico, estilo, dinero, poder… Me sentía muy afortunada. Era un matrimonio de éxito

 Mi marido llegó por la tarde de su viaje a Granada.  Llegó sin avisar, es decir, no tuve que ir a recogerle al aeropuerto por que se cogió un taxi.  Me invitó a cenar afuera.

Me estaba arreglando delante del espejo.  El espejo reflejaba a una rubia de color castaño, con el pelo liso no muy largo. Una rubia de ojos castaños oscuros y una frente algo ancha y cuadrada, en comparación con una barbilla triangular, que sostenía una boca delgada y no muy larga. Mi nariz, estrecha y recta no destacaba especialmente. Una chica normal, poco exuberante, delgada, baja, con poco pecho. Esa era y soy yo.

Me había puesto una falda negra estrecha que me llegaba a la mitad del muslo y un suéter blanco. Mi marido llegó por detrás de mí y  me estrechó entre sus brazos.  Todavía iba vestido con el traje con el que había viajado. Un traje formal para visitar a los clientes e ir a los juzgados.

Comenzó a besarme el cuello y a acariciarme los muslos. –Ay, Antonio, déjame arreglarme-

Mi marido me subía la falda y comenzaba a sobarme el culo. Lo sentía apretarse contra mí,  y como no. Sentía su verga erecta.  -¡Cómo vienes! ¡Y eso que sólo hemos pasado una noche separados!-

Empezó a sobarme los pechos, por encima del suéter. Me di la vuelta, porque no me iba a dejar arreglarme y nos mordimos la boca, mientras me apretaba a él, y él me agarraba fuertemente por las nalgas.  Me miró a los ojos y habló por fin – Estas bragas tan decentes, siempre tan convencional en todo-  Lo besé y decidimos de mutuo acuerdo dejarlo para más tarde.

La cena estuvo muy bien, en uno de los restaurantes “chick” de la ciudad. Mi marido pidió una botella de vino espumoso. Él sabe que ese vino se me sube muy bien y me pone muy ardiente. Bebí varias copas, porque mi copa nunca se vació.  Después fuimos a un pub, donde la música te deja hablar y te impide escuchar. Pedimos, bebimos y volvimos a pedir.

Mi marido me miró. Yo conocía esa mirada. Era la mirada que ponía cuando tenía un plan para salirse con la suya.

-¿Sabes? Ayer estuve charlando un buen rato con una compañera de tu pueblo-

-¿Ah sí? ¿Quién es?-

Me dijo el nombre y me dejó helada. Esperaba que no le hubiera contado demasiado.

-No sabía que hubiera acabado la carrera-

-Vaya, pues ella sabía de ti un montón de cosas, con pelos y señales.- Me dijo Antonio mientras giraba el dedo alrededor del borde del vaso.  Me miró y enfatizó  -Un montón de cosas que tú deberías de haberme contado.-

Sentí como la cara se me ponía roja de vergüenza. Porque lo que esa mujer pudo haberle contado a mi marido, podía significar un cambio drástico de la opinión que yo creía que tenía de mí. Le miré fijamente. Intenté no amilanarme. -¿Qué se supone que quieres que te cuente? ¿Los chismorreos de los pueblos o la versión oficial? –

-No quiero que me cuentes ni una cosa ni la otra. Quiero que me cuentes la verdad. La verdad tal como la has sentido. Sin ocultar detalles. Ya sabes que mi trabajo consiste en desmontar argumentos y coartadas, así que es mejor que me digas la verdad desde el principio.-

-Bueno, ¿No estás cansado? Porque si te tengo que contar la verdad desde el principio, nos va a llevar toda la noche.-

- Ah, no te preocupes por eso. Haremos como en las mil y unas noches. Me irás contando tu historia en episodios. Sólo al final sabrás lo que voy a hacer contigo.-

Estaba temerosa y avergonzada. No sabía por dónde empezar. –Bueno, empezaré por el piso de estudiantes.-

-¿El piso de estudiantes?- Dijo mi marido mirándome mientras se reía, con sarcasmo. No, querida. Mejor empieza desde el Instituto, desde aquella fiesta en el último curso de bachiller. O mejor, desde que te ibas de litronas con los golfos de la clase.-

Parecía que mi paisana sabía de mi vida más de lo que habría tenido que saber y le  había contado todo a mi marido. Sentí que me daba igual empezar antes o después. Al final mi marido llegaría a la conclusión de que se había casado con un zorrón.  Empecé con mi relato.

-“Bueno, yo tendría 17 años y las clases me aburrían. Estaba desmotivada y con ganas de vivir aventuras, por eso faltaba a las últimas clases de la mañana y me iba a la plaza con aquellos chicos.

Entonces yo era una muchacha con el mismo aspecto que ahora, pero con menos años, claro. Estoy hablándote de hace trece o catorce años. Iba vestida como vestían las jóvenes en mi pueblo, con unos vaqueros gastados y ajustados.

La verdad es que poco a poco me aficioné a coger el puntazo, con la cerveza y los porritos que circulaban entre nosotros. 

Algunos fines de semana quedábamos. Algunas veces me entraba algún chico y generalmente los rechazaba, aunque de vez en cuando nos dábamos el lote, siempre separados de los amigos, pero donde se nos pudiera ver. Eran chicos que te caían bien y con los que una pensaba que podría llegar a más.

Mónica era una de las chicas que iban fijas a las litronas y al principio no nos caíamos bien. La verdad es que competíamos por algún chico. Bueno, competíamos por el líder del grupo. Ya sabes cómo son estas cosas.  Ella se daba el morreo, pues al día siguiente yo me daba el morreo con él y le dejaba tocarme las tetas. Entonces ella se dejaba tocar las tetas y se colocaba encima de él con las patas abiertas. Entonces yo me ponía falda para que pudiera meterme mano bajo la falda.

Ramiro, que así se llamaba el muchacho. Ese, el que se ha hecho Concejal de Cultura; se aprovechaba de nuestra rivalidad. Un día, en una fiesta, fue evidente que Ramiro se había follado a Mónica y se habían puesto a salir.  Yo no estaba dispuesta a dejarlo pasar, así que al día siguiente quedé con Ramiro.

Llevaba una falda corta y una blusa. Ramiro se relamía, porque me había maquillado y estaba muy guapa. Fuimos a las casitas, ya sabes; Esas casas abandonadas a dos o trescientos metros del pueblo.  Fuimos en su pequeña moto.

Ramiro me llevó a una habitación un poco más limpia que las otras, porque la verdad es que aquello estaba muy sucio y era muy poco romántico. Me puse contra una pared y Ramiro me siguió. Puso sus brazos a ambos lados de mí y me besó. Yo abrí mi boca para que metiera su lengua. Esa tarde me dejaría hacer lo que él quisiera.

Entonces comenzó a magrearme el pecho, y yo comencé a desabrocharme la blusa, que pronto sostenía en mi mano e intentaba dejar en el suelo, de forma ordenada, sobre algún lugar limpio.

Ramiro bajó los tirantes de mi sujetador  y yo le desabroché los botones de su camisa.  Mis pechos juveniles aparecieron al bajar las copas del sostén. Ramiro me acarició con ternura, jugando con mis pezones con sus dedos.  Yo le miraba extasiada, como él a su vez miraba extasiado mis pezones. Me deshice del botón de la falda y ésta cayó al suelo.

Para él fue una sorpresa acariciar mis nalgas desnudas y ver la minúscula prenda que cubría mi cuerpo. Había comprado aquellas tangas en el mercadillo esa misma mañana, a escondidas de mi madre.

Le desabroché la bragueta del pantalón y le toqué el pene, endurecido.  Entonces Ramiro se lo sacó y me hizo un gesto. Yo nunca lo había hecho. Me agaché y lo cogí. Me lo metí en la boca después de lamerlo.  Me metí la polla varias veces, como él me indicaba, colocando su mano sobre mi cabeza. Me gustó, una vez vencidos los primeros recelos.

De repente, su cabeza se paró. Su polla estaba totalmente metida en su boca.  Me dijo algo así como que iba a ver lo que les pasaba a las putas que se metían en  los noviazgos. Empecé a sentir su semen caliente  dentro de mi garganta. Me excitó que me dijera aquello, pero estaba incómoda porque no sabía qué hacer.

Al final me rebelé y conseguí sacarme la polla de la boca, y me puse a escupir su semen. Fue en ese momento cuando sentí un gran alboroto detrás de mí. Giré la cabeza y me encontré a todos mis amigos de litronas. Se reían de mí, de la situación. Yo no estaba dispuesta a aguantarlo. Era una situación muy humillante. Cogí mi ropa y salí corriendo entre ellos. 

Me escondí detrás de unos árboles y me vestí. Me fui al pueblo campo a través. La verdad es que temía que me quisieran seguir y abusar de mí, pero eso no se produjo. Se conformaron con humillarme públicamente.

Naturalmente, no volví a dirigirme a ellos, ni a juntarme con ellos. Pero la situación en el Instituto y en el pueblo era insoportable. Poco a poco empecé a escuchar los comentarios que hacían con malicia, los que estuvieron presentes, y los que no estuvieron presentes pero se lo habían contado.  Fue terrible.”-

Cuando terminé mi relato, Antonio me miraba extasiado. –Vaya. Debió ser muy duro para ti aquella situación. –

.Fue muy duro.  Fueron unas semanas horribles.-

Antonio llamó al camarero y pagó la cuenta. Nos levantamos y nos montamos en el coche.  No pensé que podía ser tan fácil contarle todo aquello a mi marido.

Antes de arrancar me miró y me dijo. -¿Sabes? Me ha excitado mucho tu historia. No creo que pueda llegar a casa.-

-¿Entonces?-

Mi marido se dirigió a uno de esos sitios en los que las parejas de jovencitos, o de amantes casados se van a follar. Había al menos diez coches en la explanada, ni muy juntos ni muy separados.   Follar allí era como follar en un piso con varios dormitorios, y saber que en cada dormitorio hay una pareja haciendo el amor. 

Nos sentamos en el asiento de detrás y corrimos los asientos de delante para tener más sitio.

-Quítate las bragas.- Me ordenó. Le obedecí.

Se abrió la bragueta y se sacó el nabo. Era una invitación a que se lo comiera. Después de todo, me encantaba lamerlo, y no me podía negar, después de contarle lo de Ramiro. Comencé a lamer la cabeza del pene por detrás. Estuve haciéndolo hasta que se puso tersa y empinada, entonces me la metí entera en la boca, y empecé a recorrerla con los labios cerrados, sacándola y metiéndola y lamiendo con la punta de la lengua. He aprendido algunos trucos desde que estuve en el Instituto.

Antonio metió la mano en mi vestido. Me subió la falda y me cogió las nalgas. Luego me metió mano por la parte de arriba del vestido. Me bajó los tirantes y empezó a sobarme los pechos.

 -¡Vamos! ¡Déjalo ya  y siéntate encima! ¡Golfa!-

A mí me gusta que mi marido me diga palabras obscenas. No me importa que me llame golfa, pero hasta aquel día no había pensado que realmente creía que era una golfa. Sentirme golfa era algo que me gustaba mucho.

Me senté sobre sus muslos.  Mi vestido bajado dejaba mis pechos sueltos y mi marido me los agarraba y los lamía y mordía con los labios. No tengo unos pechos grandes pero tienen unos pezones oscuros y bien delimitados que se ponen duros y respingones. A él le encantan.

Busqué su miembro y lo coloqué entre los labios de la vagina. Mi marido movió las caderas y me la metió entera.  Puse mis piernas en su costado y me recliné hacia detrás y empecé a moverme contra su vientre.  Mi marido mientras se movía también mientras me acariciaba todo el cuerpo.

Antonio entonces encendió la luz del interior del vehículo desde un interruptor de la parte trasera. -¿Qué haces? ¡Nos van a ver!-

-¡Quiero que nos vean! ¡Quiero que te sientas observada!-

Me abalancé sobre él. Puse la cara en su hombro para que no pudieran reconocerme, pero estaba muy excitada. Seguí cabalgando sobre mi marido, y él siguió meneándose y moviéndola dentro de mi vagina.

Sentí que el climax se iba propagando a través de mi vientre y mi excitación iba en aumento. El orgasmo era inminente. - ¡Ay! ¡Antonio! ¡Que me voy a correr!-

Antonio se empezó a mover más enérgicamente y pronto comencé a sentir su esperma  en mi vagina. Yo comencé a correrme, intentando ahogar mis gemidos.

Cuando terminé de correrme, Antonio cerró la luz. Él se recompuso el traje y fue al asiento del conductor.  Yo no abandoné la parte de atrás. No me sentí segura hasta que llegamos al garaje de la casa.

Esta fue la primera experiencia que tuve que contarle a mi marido. Yo pensaba que con esto se daría por satisfecho, pero él quería saber mas…

Egarasal1@mixmail.com

 

 

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