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Lara (03: en la biblioteca)

en Dominación

Lara 3.- Prácticas en la biblioteca municipal.

De nuevo me he animado para contar otras aventurillas que me han pasado recientemente. No sé, parece que estoy en racha. Ahí voy.

Como consecuencia de mis estudios, me proporcionaron unas prácticas en una biblioteca municipal. Dos semanas en las que se supone que debían de enseñarme la manera de ordenar los libros, y todo eso. Pero yo sabéis como abusan las empresas de las prácticas. Tenía que coger todos los días el autobus hasta aquel pueblo del extrarradio y meterme durante ocho horas en el archivo, buscando los fondos que aquella bibliotecaria, de unos cuarenta años y gesto serio me pedía para entregárselos a los usuarios que los demandaban. Eran unas prácticas muy pesadas y no me enseñaban nada. Para colmo, doña Amelia, como se llamaba la rígida bibliotecaria, rubia de pelo cogido por una coleta, extremadamente delgada, de rostro invariablemente serio y de pocas bromas parecía quererme hacer la vida imposible.

Doña Amelia era una solterona que se dedicaba a repartir su amargura entre las personas que tenía alrededor. Siempre iba vestida con una falda larga ajustada y un suéter de cuello de cisne, que aún la hacía más delgada y de aspecto más famélico. A mi me recordaba a la "señorita Rotermeyer", aquella ama de llaves alemana de la serie "Heidi". Se parecía hasta en las gafas de lentes redondas que le daban un aspecto de intelectual avinagrada.

Yo no me tomé muy en serio su advertencia de venir vestida elegantemente. Me gustaba ir con aquellos pantalones blancos ajustados, en los que se notan la costura de las bragas, y ese suéter ajustado y escotado. Me pongo un pañuelo alrededor del cuello y una cazadora vaquera. Entre los catetos del pueblo empecé a tener mucho éxito, y venían a la biblioteca a leer nada más que por verme salir del archivo con el título que ellos pedían. Me dí cuenta en seguida y me dediqué a explotar el tema, así, todos los días llevaba algún detalle nuevo que mantenía a los chicos en la biblioteca, yo salía del archivo con frecuencia y doña Amelia se cabreaba.

Un día me pidieron un título y rebuscando en el archivo me di cuenta de que en una esquina, en lo más inaccesible del archivo existía una colección de libros con un nombre que aludía a una extraña forma de sonreír. Eran unos libros de contenido erótico que no estaban catalogados y que seguramente, Doña Amelia pretendía mantener en secreto. ¿Tal vez aquella mujer de semblante duro quería preservar la moral del pueblo? El caso es que cuando me disponía a volver a casa, metí uno de los títulos en el libro. Elegí uno que me sonaba bastante "Historia de O".

Aquella noche ojeé el libro buscando las partes eróticas del relato. Había unas partes muy duras pero había una parte, en la que "O" tiene que seducir a una amiga y volverla lesbiana que me excitó tanto que acabé "haciéndome unos deditos" en la cama, justo después de dejar el libro sobre la mesita de noche y cerrar la lámpara. Empecé a pensar que era "O", encerrada en aquella mansión en la es compartida por la madamme y sus tres alumnas y me imaginé en los brazos de una de ella, soportando sumisamente sus caricias hasta provocarme un orgasmo.

A la mañana siguiente, nada más llegar a la biblioteca dejé el libro en su sitio, pero no dudé en coger otro libro antes de irme. Y esa noche volvió a ocurrir lo mismo que la noche anterior. Me envicié con los libros de aquella colección y me estaba poniendo muy caliente. Tanto es así que un día que iba a la biblioteca, no encontré asiento en el autobús y me tuve que quedar de pié. Llevaba unos pantalones muy ajustados que hacían que mis cachetes aparecieran marcados por debajo de la cazadora. Detrás de mí se puso un hombre de unos cincuenta años, calvete y un poco relleno. Iba vestido con un traje barato. Parecía un comercial. La distancia entre ambas se iba reduciendo por que cada vez el autobús iba más lleno de gente, hasta que ambos quedamos a una cuarta de distancia. El tío me miraba la cara y el pecho disimulando pero sin cortarse un pelo.

De repente el autobús pegó un frenazo y el señor se vino hacia mí. Sentí su barriga en mi vientre y su cuerpo se amortiguó en mi pecho. Me pidió perdón. Me di la vuelta. Cada vez que el autobús frenaba sentía su barrigota tropezar en mi cuerpo. Sentía más. Sentía su pene endurecido que se tropezaba en mis nalgas. Era una amenaza que aparecía a cada frenazo y desaparecía poco a poco cuando cesaba la inercia. Yo lo sentía duro y caliente y me quedaba quieta, como la hembra de un animal que espera ser copulada por el macho.

Aquel señor bajó en la parada donde se baja casi todo el mundo. No he vuelto a verlo. Tampoco me interesa. Me hubiera gustado sentir en ese momento su semen caliente manchar mi pantalón. Perdió su oportunidad.

El caso es que ya os podéis imaginar lo caliente que estaba. Estaba empajillada. Lo peor es que empecé a leer los libros a escondidas en la biblioteca. Doña Amelia me regañó porque estaba perdiendo el interés en el trabajo. Me dijo que estaba atontada.

Un día estaba tan caliente que le pedí permiso a Doña Amelia para salir un momento al servicio. Me metí en él y cerré con llave. Me bajé los pantalones y me dejé las braguitas a la altura de las rodillas y comencé a masturbarme allí, de pié, metiéndome los deditos e imaginándome poseída por una de mis compañeras de clase. No sé, me da más morbo cuando me masturbo pensando en chicas. Así hasta volverme a correr.

Cuando volví del servicio doña Amelia me miró con una expresión que no podría describir. Era una mezcla de reproche y de picardía. Fui a poner el libro en su sitio y ya no estaba. Me puse a buscarlo. No podía dejarlo perdido en cualquier sitio. Miré hasta debajo de las estanterías y hasta volví al servicio. No estaba.

Mi preocupación cambió de matiz cuando Doña Amelia entró al archivo. -¿Buscas esto?.- Me dijo enseñándome el libro. Tenía una expresión burlona. Asentí con cierta expresión de cortedad, de vergüenza.

-¡Vaya, vaya, vaya! ¡Ya sabía yo que con esa pinta con la que vienes a trabajar te tenía que ir la marcha!.-

-Bueno...yo...-

-¡Sí, sí! ¡Ahora me vas a decir que no eres tú la que se lleva todos los días uno de esos libros! ¡Eso está mal, muy mal, sin rellenar la ficha!

Doña Amelia me miraba con la cara de medio lado, y las gafas ligeramente caídas. Su cara parecía más chupada que nunca y me hacía sentir vergüenza.

-¡En lugar de leer el Quijote! ¡Qué jovencita más cochina! ¡Debo de darte un escarmiento! ¡Vas a llamar a tu casa y vas a decir que te tienes que quedar esta tarde aquí!.-

-¡Pero doña Amelia! ¡Es que no puedo! ¡Mañana...!.-

-¡Sí claro! ¡Mañana! ¡Mañana me dices que te vas al médico y ya no te veo el pelo! ¡Te vas a quedar esta tarde ordenando la biblioteca! ¡De tres a seis! ¡Y si no le diré a tu tutora la clase de libros que te gustan leer!.-

Para mí es muy importante tener buenas notas. Es que me juego la beca y con ella, la posibilidad de estudiar. No podía permitir un informe negativo. Cogí el teléfono desde el que nunca antes me permitió llamar y llamé a mamá. -¿Sí? ¿Mamá? ¡Qué soy yo! ¡Lara! ¡Que me voy a quedar a comer aquí por que tengo que hacer un trabajillo!.-

A la Una y media se cierra la biblioteca y viene la limpiadora. Yo aproveché para ir a comer a uno de esos bares baratos abarrotados de trabajadores que no te quitan los ojos de encima. Me excita saberme deseada. Cuando salí del bar me puse a mover mis caderas para acaparar todas las miradas y los pensamientos de aquellos hombres y me dirigí hacia la biblioteca. Esperé cinco minutos y no cumplidas las tres apareció Doña Amelia, seria y con un poco de aliento a alcohol. Sin mirarme abrió la puerta y me dijo en tono impetuoso y prepotente.- ¡Anda! ¡Entra! ¡Vas a acordarte tú de la sonrisa vertical esa!.-

Doña Amelia me ordenó recoger todos los tebeos de las mesas y ponerlos en las estanterías, luego me ordenó rebisar todo el fondo editorial. Al lado de aquella colección que tan poderosamente había llamado mi atención había una fila de libros sueltos de la misma temática. Doña Amelia estaba especialmente impertinente. Tanto que pensé olvidarme de la beca e irme dando un portazo .- ¡Una señorita no viste de esa forma! ¡Como una ramera!.- Me repetía cada vez que me miraba de arriba abajo, y me daba a voces nuevas órdenes, mientras la veía abrir el bolso y disimuladamente, darle sorbos a una petaca que debía de contener alguna bebida alcohólica que la animaba más a mantener un tono agresivo en su monólogo.

Doña Amelia casi me hacía llorar. No sabía si se daba cuenta. Había una pila de libros en el suelo del archivo y les dio una patada que los desperdigó por el suelo. Luego me señaló los libros y me voceó - ¡Recógelos de una puta vez!.- Estaba ida y me causaba temor. Me agaché a recogerlos y fui colocándolos en la batea donde les correspondía .-¡En lugar de leer esa mierda debías de haber puesto los libros en su sitio!.-

Cuando acabé de poner los libros, me dispuse a levantarme. Sentí de repente un tirón de pelo. Doña Amelia me cogía del pelo y me obligaba a levantarme. Me agarraba haciéndome daño y obligándome a mantener el cuello ligeramente doblado mientras ella me miraba de cerca, a una cuarta, haciéndome inhalar su aliento a ginebra. -¡Vas a ser obediente...muy obediente.! ¡¿Me oyes?!.-

Asentí con la cabeza y afirmé con un "sí" casi inaudible. -¡No te oigo!.- Me dijo mientras daba un fuerte tirón de mi pelo. –sí- Dije sin pensar.

-¡Muy bien!- Dijo Doña Amelia.- Entonces vas a hacer dos pilas en el suelo de siete libros con esta preciosa colección y luego vas a poner uno de tus pies encima de una pila y el otro encima de la otra pila.-

La obedecí. Me indicó un lado del pasillo entre dos estanterías llenas de libros en el archivo. Puse siete libros a un lado y otros siete libros al lado de la otra estantería. -¡Vamos! ¡Súbete!.- me dijo ya más calmada. Me subí y para mantenerme en equilibrio me agarré a las patas intermedias de cada estantería. Doña Amelia me ordenó que me cogiera más arriba, una batea más arriba y la obedecí, de manera que mis brazos estaban extendidos.

Doña Amelia me miraba con los ojos entornados. Miraba mi ombligo que asomaba entre el pantalón y el suéter alzado por tener los brazos levantados. Entonces se acercó a mí y levantó para mi sorpresa el suéter. Mis pechos estaban a la altura de su cara. Puso su faz contra mis senos, tapados aún con el suéter mientras me acariciaba el vientre y desabrochaba el botón de los pantalones y la cremallera.

No me esperaba esto de aquella mujer. Estaba de nuevo a merced de una mujer mayor que yo y que de alguna forma utilizaba su autoridad para dominarme. Pasó su mano entre mis piernas mientras apretaba su cara contra mi pecho. Sentí sus dientes queriendo atravesar la tela del suéter y aún la del sostén. Luego sentí su cara deslizarse hacia abajo y pronto sentí el calor de sus labios en mi vientre y en mi ombligo mientras me retenía empujándome hacia ella desde detrás con la mano que metía entre mis piernas. Hice un ademán de saltar, pero a cambio recibí un bocado en el vientre, así que me quedé quieta.

Doña Amelia se separó de mí y abrió su bolso. La ví aparecer con un pañuelo de seda y luego se coló entre mis piernas y se colocó detrás de mí. Tuve que hacer equilibrio para aguantar su envite al subirse junto a mí a las dos pilas de libros y sentí como daba vueltas alrededor de mi muñeca con su pañuelo y luego la ví hacer un nudo a la parte alta de la pata de la estantería. Estábamos muy estrechos y sentía su vientre en mi trasero, provocándome el recuerdo de aquel hombre gordito en el autobús. Sentí sus pechos en la espalda y sus manos alrededor de mi cuello, deshaciendo el nudo de mi pañuelo que utilizó para atar mi otra mano de la misma forma.

-Ahora ya estás atada como tantas veces estaría atada "O" en la mansión de aquella perversa señora.- Sentía la cara de Doña Amelia pegada a la mía, decirme aquello con una voz seria, pero insinuante. Sus manos se dessliaron por mi vientre desnudo y comenzaron un movimiento opuesto, y mientras una de sus manos se introducía dentro de mis bragas y alcanzaban mi clítoris, la otra subía metiéndose dentro del suéter y levantando la copa del sostén, lo descolocaba y liberaba mi pecho que recibía sus caricias primero y luego unos bruscos manoseos que acababan en dolorosos y excitantes pellizcos en mis pezones.

Sentí como se clavaban en mi clavícula sus dientes y me daba un bocado y luego me daba un chupón, como si doña Amelia fuera una vampiresa. Estaba segura que aquel bocado eran de los que dejaban el chupón, una marca roja, durante semanas. Sus dedos jugaban con mi clítoris, pasando la yema de sus dedos una y otra vez, cada ves con más fuerza mientras hacía suyos mis pechos, tocándolos sin delicadeza, manoseándolos mientras mis pezones se erizaban entre sus dedos, que me los atenazaban. Oía su respiración acelerada mientras sentía ahora cómo clavaba sus rodillas por detrás de las mías y me obligaba a doblar mis piernas.

-¡Está bien! Ya he visto que se te han bajado los humos, ¡Jovencita caliente!.- Me dijo apartándose de mi espalda. Entonces la sentí acariciar mi cuerpo lentamente por encima de mi falda que volvía a tapar mi sexo, en el que notaba mis bragas descolocadas. Mi sujetador quedó descolocado y por debajo de mi camiseta remangada hasta el cuello asomaban mis pechos con mis pezones excitados. Doña Amelia me levantó la falda y bajó poco a poco mis bragas, lentamente, haciendo que se reliaran poco a poco, mientras las sentía rsepararse de mi sexo humedecido, bajar por mis muslos, mis rodillas, mis pantorrillas, mis tobillos. Las bragas se me quedaron tensas entre mis dos tobillos, separados al estar colocado en cada una de las pilas de libros levantadas con una diccionario enciclopédico de varios tomos.

Entonces, doña Amelia metió la mano por debajo de mi falda e introdujo un dedo dentro de mi rajita que hizo que me estremeciera entera y que mis pezones volvieran a erizarse. Lentamente, doña Amelia profundizó con su dedo dentro de mi sexo y yo empecé a sentir de nuevo mi cuerpo estremecerse más aún. Doña Amelia comenzó a sacar su dedo y la hoy comentar desde detrás de mí -¡Uhmm! ¡Parece que estás muy muy mojadita! ¿No?.-

Estaba de pie, con las piernas abiertas, sobre dos pilas de libros y las bragas en los tobillos, atada a las estanterías de cada uno de los lados del pasillo, con los brazos en cruz, bastante levantados. De repente, doña Amelia, la gran guardiana de la cultura de aquel municipio, dio un puntapié a una de las pilas de libros y luego a la otra y me quedé casi colgando, con las piernas juntas, de puntillas. Sentí estirarse mi vientre y mis hombros. Comencé a sentir algo de molestia en los hombros y la presión del peso de mi cuerpo en mis muñecas atadas.

Mis pechos se estiraban como se estiraba todo mi cuerpo y mis costillas marcaban la silueta de mi torso. Doña Amelia se me acercó por delante. Me miró con la rabia contenida y desabrochó mi falda que cayó alrededor de mis pies, que se hincaban en el suelo sobre mis dedos. La vi coger un libro que reconocí como el libro de mi desdicha, aquel cuya pérdida le delató mi costumbre, y mis gustos, a doña Amelia. Entonces levantó mi camiseta hasta colocarla detrás de mi cuello. Doña Amelia pasó una de sus manos por detrás de mi cintura y de pronto, en un gesto inesperado y rápido, metió el libro, de canto, entre mis piernas. Sentí el choque de la solapa del libro contra mi sexo. Doña Amelia lo retuvo mientras me hacía una seria advertencia. -¡Te dejo este libro para que lo cuides! ¡Que no se caiga! ¡Como se caiga te castigaré!.-

Apreté mis muslos todo lo que pude. Presentía la mirada de doña Amelia. Cuando levantaba mi cabeza la veía frente a mí, mirando mi sexo, mirando el libro que veía resbalarse poco a poco, que sentía deslizarse entre mis muslos cada vez con más facilidad hasta tropezar con los salientes de mis rodillas. No se cuanto tiempo pasaría, quizás diez minutos interminables en los que cada vez sentía más dolor en mis muñecas. Doña Amelia me miraba. Si fuera un gato se relamería esperando la caída del libro. Separé mis rodillas para intentar agarrar el libro al vuelo, cerrándolas de nuevo, pero el libro cayó al suelo y se me vino el mundo encima esperando el castigo de doña Amelia, que avanzaba con aires de superioridad hacia mí. Tomó el libro del suelo y comenzó a meterlo de nuevo entre mis muslos.

Esta vez el libro avanzaba entre mis muslos lentamente y en lugar de chocar bruscamente contra mi sexo, lo noté suavemente, y luego presionar mientras doña Amelia me cogía por la cintura y me tiraba hacia ella. Coloqué mis pies sobre los suyos y esos centímetros de altura sirvieron para aflojar la presión de mis muñecas atadas y mi cuerpo estirado. El canto del libro erótico se incrustó en mi sexo, entre mis labios. Humedecía el canto del libro con los jugos de mi sexo mientras doña Amelia humedecía mis senos con la saliva de su boca. Me tenía así cogida por detrás de la cintura, mientras devoraba lentamente mis pechos y apretaba aquel libro contra mi sexo, provocando con su contacto físico, idéntica excitación que antes me proporcionaba su lectura.

La lubricación del libro con los flujos de mi sexo hacían que se moviera, más rápido y que lo sintiera más penetrante. Doña Amelia lo deslizaba por todo mi sexo, rápidamente. De repente, levantó su cara de mi pecho y me apretó contra ella. Entonces, en lugar de frotar el lomo del libro en mi sexo, hincó dentro de mí una de las esquinas del libro. Lo sentía dentro de mí y me penetraba dos o tres dedos. Sentía chorrear mi sexo. Empecé a sentir avanzar hacia el exterior de mi sexo el cosquilleo, el estremecimiento que antes había comenzado a sentir en mis entrañas. Mi cuerpo se comenzaba a convulsionar, limitado por la tirantez de mi cuerpo atado a la parte alta de las estanterías y la sujeción a la que me sometía doña Amelia contra ella.

Al notar que me corría, doña Amelia dejó caer el libro al suelo y directamente, introdujo sus dedos dentro de mí haciendo que mi orgasmo fuera fuertísimo. Doña Amelia no paró de meter y sacar sus dedos de mi sexo mientras duraba mi orgasmo, y luego, aún así, cada vez más despacio y más ligera y suavemente, mientras yo controlaba el ritmo de mi respiración. El orgasmo había hecho olvidarme momentáneamente de la que ya empezaba dolorosa sensación de estar colgada con los brazos en cruz.

 

Doña Amelia me tomó la barbilla. Al sentir su mano en mi mandíbula se me escurrió una lágrima por la mejilla. -¡Debes de estar cansada! ¿No?.- Me dijo mientras acariciaba mis nalgas. Doña Amelia volvió a apilar de nuevo dos columnas de libros y me invitó a colocar de nuevo cada uno de mis pies en cada montón. El dolor en las muñecas se mitigó y la tirantez de mi cuerpo desapareció. Doña Amelia daba vueltas por el archivo mientras yo permanecía atada. No levantaba la cabeza por miedo a provocar alguna reacción en doña Amelia.

De repente, doña Amelia se dirigió hacia mí y se agachó delante de mí. No se lo pensó dos veces y metió los dos brazos por entre mis hombros y me levantó al alzarse ella. Quedé con las piernas colgando por detrás de su espalda. Estaba en una posición muy horizontal, haciendo fuerza en los brazos para mantener el equilibrio y apoyando como podía la palma de mis manos en las estanterías colocó sus manos en mis caderas mientras comencé a sentir su boca en mi sexo, que se le ofrecía indefenso y húmedo aún por haberme follado con el libro.

Su boca impactó contra mi sexo y me comió sin compasión, haciéndome sentir la lengua por los bordes de mi vagina y metiéndola luego tan profundamente como podía, para sacarla una y otra vez y recorrer con su punta la parte baja de mis nalgas y la parte alta de mis muslos, mis ingles, mi clítoris y de nuevo, a recorrer mi vagina tan profundamente como podía. Luego comenzaba a mover la lengua, o más bien la cara a un lado y otro rápidamente, provocando las delicias de mi sexo. Comencé a sentir humedecerse mi sexo.

Doña Amelia me devoraba, lamía mi sexo y probaba la dulzura de mi miel. Yo me sentía desfallecer, pues realmente necesitaba aguantar mi equilibrio aguantando el peso con mis brazos. La excitación hacía que perdiera la concentración y mis brazos se distendían y yo volvía a recuperar mi equilibrio haciendo un gran esfuerzo con mis brazos. Finalmente me relajé. Distendí los brazos y hundí mi culo. Ella me aguantaba y metía su cabeza entre mis muslos y seguía lamiendo y dándome placer hasta provocarme otro orgasmo que recibí como una liberación aunque de una forma pasiva, dejándome hacer.

Doña Amelia me dejó de nuevo de pié, colocando de nuevo cada uno de mis pies sobre la pira de libros, devolviéndome a una cómoda posición. Doña Amelia desapareció de mi vista unos instantes y cuando volvió avanzaba hacia mí desnuda. Era delgada, muy delgada. Se había vestido interiormente para la ocasión. Venía desnuda, vestida sólo con unas medias negras que sostenía con un liguero de color granate. Sus tacones hacían que sus andares fueran elegantes. Era una mujer de pechos pequeños y caídos, pero que conservaban la gracia de su redondez. Las costillas se le notaban debajo y arriba de sus senos. El liguero marcaba la delgadez de su cintura y acentuaban la anchura de sus caderas. En la mano llevaba un objeto alargado, brillante. Me miraba fijamente, casi bizca y avanzaba hacia mí.

Doña Amelia se puso junto a mí. Pasó el objeto, un vibrador que activó y producía un hormigueo delicioso, por mis pechos y mi vientre. Luego me lo puso un rato entre mis pechos. Sentía un placer extraño, mezcla de molesto hormigueo y profunda excitación. Luego comenzó a pasar el vibrador por mi cuello y deajo de la barbilla y por la mejilla, rozando el lóbulo de mi oreja, y en la nuca y debajo de la nariz, hasta que finalmente lo puso en mis labios.

Doña Amelia apagó el vibrador y lo introdujo en mi boca abierta, dócil a los deseos de mi raptora. - ¡Cóme! ¡Cómetelo como si fuera una polla!.- Me ordenó. Y la obedecí. Movía el cuello para que el vibrador entrara y saliera de mi boca. El pelo me tapaba la cara y sentía a veces la punta muy dentro de mí, pero ella empujaba el miembro dentro de mí hasta que, al rozar casi la campanilla, di una horcada y doña Amelia sacó aquel trasto de mi boca.

Doña Amelia volvió a pasar su brazo por detrás de la espalda y me abrazó contra ella mientras fijaba su glacial mirada sobre mí. Sentí el calor de su cuerpo cuarentón, sus pechos en mi vientre y la fuerza de sus hombros en mis pechos. Sentí en mi sexo la piel suave de su vientre. Sentí necesidad de besarla, a pesar del rato que me estaba haciendo pasar, pero doña Amelia rechazó mi boca. De repente, comencé a sentirme inquieta, pues empecé a notar la punta del consolador entre mis muslos y luego, de nuevo ese hormigueo que recorría el interior de cada muslo y paraba unos instantes en los labios de mi sexo.

Sentía el vibrador recorrer mi sexo, como antes lo había hecho la lengua de aquella jefa eventual. Se entretenía en ir recorriendo lentamente cada zona que pudiera contener, entre mis piernas, la más mínima capacidad de excitarme. Me frotaba el clítoris y luego pasaba el vibrador por medio de mi raja para clavarlo en la parte baja de mis nalgas y volver hacia mi clítoris.

Me calentaba una barbaridad. Me ponía a cien y mi sexo comenzaba a humedecerse, a lubricarse esperando el momento en que doña Amelia decidiera insertarme su vibrador. Ella me miraba y sonreía de manera deliciosamente pícara. Yo deseaba que acabara aquella seducción con mi penetración, lo antes posible, pero ella se divertía, y ahora, en un par de ocasiones, en lugar de hincar la punta del vibrador en la parte baja de mis nalgas, lo colocaba en mi ano, y sentía como un calambrazo que me hacía pegar un respingo y ponerme de puntillas, pero luego sentía humedecerse mi sexo más que antes.

No pude esperar más al final y le supliqué casi sollozando –¡Fóllame! ¡Fóllame por favor!.-

-¡Eso es lo que precisamente esperaba oir de ti!.- Dijo doña Amelia con una expresión burlona y una sonrisa encantadoramente maliciosa. Cogió una de mis piernas y la puso alrededor de su cadera y yo la abracé con la otra pierna, sintiendo su vientre en mi sexo. Ahora si me besó, o mas bien me mordió la boca, pues con sus labios parecía querer arrancarme los míos. Rechacé ese ímpetu al principio, pero un par de azotazos en el culo, con las manos que me cogían las nalgas con fuerza, me hicieron entrar en razón.

Dejé mis labios abiertos y su lengua se introdujo dentro de mí. Sentí su aliento, el aire de su nariz soplar por encima de mis labios y de pronto, una sacudida que separó nuestros cuerpos lo suficiente como para introducir levemente el vibrador encendido entre los labios de mi vagina. Doña Amelia sostenía con el puño cerrado e vibrador contra su vientre y con la otra mano, acariciaba mi ojete.

Yo ya no oponía ninguna resistencia a nada, mi agotamiento y la nueva excitación que sentía al sentir cómo el hormigueo que me producía el vibrador avanzaba hacia dentro de mi vagina me hacían abandonarme al placer. El vibrador estaba tan dentro de mí que sentía en mi sexo el puño cerrado de doña Amelia alrededor del otro extremo del vibrador . Mi sexo se humedecía al contacto con su mano por que su mano se humedecía al contacto con mi sexo y entonces, doña Amelia empezó a dar sacudidas fuertes y duras con sus caderas, haciéndome sentir su puño una y otra vez contra mí y lo más importante, el ir y venir del vibrador y su incesante cosquilleo.

Me separé de su boca y coloqué mi cara sobre su cabeza. Estaba tan excitada que buscaba el contacto total. Mis pechos descansaban en sus hombros y sentía el calor de su cuerpo junto al mío. De repente, ella se olvidó de mi culito y tiró de mi cabeza hacia detrás, de un fuerte tirón de pelo. El vibrador permaneció dentro unos segundos de placer inmenso y su boca mordió su cuello, dejándome una nueva marca de su boca sobre mi piel.

Comencé a gemir mientras sentía un placer mayor al de los dos orgasmos anteriores. Me dejé caer sobre el vientre de doña Amelia y sentí el vibrador dentro de mí mientras me corría, lanzando tiernos lamentos que no causaron compasión en doña Amelia.

 

Doña Amelia no podía soltarme sin completar su castigo y con una de las revistas de la biblioteca, hizo una especie de porra y me golpeó diez veces en las nalgas. Las iba contando en voz alta mientras sentía arder mis cachetes que seguro que se enrojecieron. Cuando al fin me soltó, me sentía tan avergonzada que no me atrevía a mirarla. Ella estaba frente a mí mientras me colocaba las bragas y me abrochaba el sujetador, pero no recibí ninguna palabra ni de amor ni de ninguna clase. Salí de la biblioteca mientras ella desde detrás se despedía de mí -¡Y no vuelvas a coger un libro sin mi permiso!.-

Era una advertencia absurda. Era el penúltimo día de las prácticas y al siguiente día eché un achaque para no volver más a ver a aquella solterona de trato áspero.

Egarasal1@mixmail.com

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