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La educación de la señora Patizo (II)

en Dominación

La educación de la Señora Patizo (II). Nuevas asignaturas

A la mañana siguiente no trabajé. Lou me sirvió el desayuno cuando me levanté un poco sobresaltada, pues eran las diez menos diez. –Hoy ser tu gran día.- Lou me permitió que me bañara por primera vez empleando el tiempo que yo quise y me esperó a la salida del baño con una toalla limpia, grande y suave. Me pintó las uñas de los pies y de las manos de un rojo intenso, y luego me peinó, dejando mi pelo liso, pero haciendo con él una triste coleta. AL cabo de un rato me dijo que me conduciría a donde estaban el señor Ratzer y mi marido. Por fín mi marido.

Tenía muy buen aspecto. Estaba sentado junto a aquel inglés amanerado. Quise besarlo pero Lou me cogió para impedirlo. –Tu por favor, portarte como buena puta.- Así que me quedé de pié, con las piernas separadas y las manos tras mi espalda. Entre los sillones había una mesita en la que podía ver una maquinilla desechable de afeitar y un bote de espuma en spray.

-¡Querida!.- Habló el señor Ratzer- Una parte muy importante de tu entrenamiento ha acabado que ha sido la de amar a quien obedeces. Ahora empieza otra parte que es le de ser dócil, sumisa y obediente a tu marido. Lo primero que harás será tumbarte en esta mesa. Te abrirás de piernas y dejarás que tu marido te afeite tu sexo. He intentado convencer a tu marido para que te ponga un piercing, pero no es partidario. Le he intentado convencer para que grabe sus iniciales sobre tu piel. Yo desde luego no tendría contigo tantas contemplaciones. Al final, lo que va a hacer es simplemente ponerte un sello con un tampón. Por supuesto lo tendrá que renovar periódicamente, pero parece que sentirá un gran placer al estampar el tampón sobre tus nalgas después de humedecerlo en tinta. ¡Hay gente para todo!.-

Los dos hombres se reían. Obedecí al señor Ratzer sin rechistar. Me quité la bata delante de los ojos desorbitados de mi marido y aquellas bragas minúsculas que ni siquiera en año nuevo había usado utilizar. La espuma que salía fría del spray cubrió mi sexo y sentí como mi marido la extendía sobre mi sexo. Luego comencé a sentir la cortante y fría sensación de la cuchilla librándome del pelo que cubría la parte baja de mi vientre, mis ingles y mi entrepierna. Yo facilitaba en lo que podía la tarea a mi marido.

Al fín, mi sexo quedó desnudo de pelos. Mi marido me aclaró el jabón limpiándome con una toalla mojada en el agua templada de una palangana que Lou le había traído. Me incorporé y pide ver la total desnudez de i sexo en un espejo de bolsillo que me alcanzaron. Aquello tenía un aspecto desconocido para mí. Me sentía especialmente desnuda.

Obedeciendo al señor Ratzer, al que empecé a amar, pues me ordenaba, me puse las bragas. Me daba órdenes que previamente había ensayado con Lou y que provocaban una expresión de profunda satisfacción a mi marido. El señor ratzer le indicaba a mi marido los detalles de buena educación que debía apreciar. Emocionado golpeaba mis nalgas como si de un animal, de una burra se tratara.

El señor Ratzer pasó la vara de mando a mi marido que me ordenaba posturas que yo obedecía sin rechistar, deseando mostrarle "Lo buena puta" que estaba hecha, para volver cuanto antes a casa. Luego, al cabo de un rato interminable de órdenes, el señor Ratzer indicó a mi marido que podía ordenarme otras cosas –como por ejemplo..¡Siéntate en las piernas de tu señor y amo!.-

Me senté sobre la ropa limpia del pantalón de mi marido. Su perfume se me clavó en la pituitaria y la nuca. Me sentía "diferente" sintiendo rozar en mis pezones la blanca tela de su camisa almidonada. Mi marido probó suerte y me ordenó - ¡Siéntate en las piernas del señor Ratzer!.-

La seriedad y rigor del señor Ratzer, al verme sobre sus piernas me asustaron. Sentía su aliento sobre mi pecho. El señor ratzer parecía picarse a órdenes con mi marido. -¡Enséñale el sexo a tu amo y señor!.-

Fui hacia el señor Patizo, me tumbé en le suelo y abriendo mis piernas, y poniendo mis brazos por encima de mis hombros miré a mi marido para ver su cara de sátiro salido. Mi marido me dio una orden nueva.

-Enséñale el culo a Lou!.- Me dirigí hacia la china, que aguardaba sentada en una silla, y me separé las nalgas para que Lou viera mi agujero. Me acordé entonces de cómo había perdido la virginidad del ano tumbada sobre el frío y húmedo salón.

- Bueno, Creo que la Señora Patizo ha tenido bastante por hoy ¿No?.- Dijo el señor Ratzer. Me incorporé y fui a coger las bragas que permanecían tiradas en el suelo del salón.

-¡Espera, mujer!.- Me dijo el señor Ratzer - ¿Done vas? ¿No crees que tienes que agradecerle algo a tu amo y señor?.-

-¿Agradecerle?-

-¡Si! ¡Por el palcer que te ha dado! ¡Venga! ¡Ve de rodillas a tu marido y muestrale tu agradecimiento!.-

Mi marido se había sacado la minga del pantalón. Fui de rodillas hasta él, con la cabeza gacha, con las manos a la espalda y poniendome ya frente a él, separé mis piernas y agachándome ligeramente, tomé la punta de su pito entre mis labios y lamí, colorada de vergüenza, la punta de su polla. Siempre le he negado el sexo oral a mi marido y ahora le comía la polla delante de la chinita que me había abierto el culo por primera vez y de un inglés medio amariconado.

Sentí la salchicha caliente de mi marido cada vez más dura, palpitante, a punto de estallar, hasta que finalmente un chorrito de mostaza salió del "Perrito caliente". Aparté la boca en un gesto refejo.

-¡No, no! ¡Eso no lo hagas! – Me dijo el señor Ratzer.- Si no te quieres sentir una gran cantidad de semen lo que tienes que hacer es comérsela con frecuencia. Luego si quieres lo escupes.-

Lou me cogió del brazo y me levantó. Me puse tan sólo las bragas, que sentía de aquella manera tan extraña en mi sexo depilado – Mañana también gran día. Tu volver con Amo-señor. Yo triste. TU gustar mucho.-

Lou me acariciaba el pelo mientras me decía esto. Me encerró en una pequeña pero cómoda celda. Sentía las bragas incómodas en mi piel y dejaban mostrar perfectamente los pliegues de mi sexo. Después de haber sido usada por Lou durante varios días seguidos sentí nostalgia del roce de sus manos sobre mi sexo y tras esperarla inútilmente, me masturbé yo misma, sintiendo en la yema de mis dedos la piel suave de mi sexo depilado, y en mi sexo, la suave sensación de mis dedos.

Cuando a la mañana siguiente Lou me llevó al baño y me devolvió aquellas ropa pequeña y provocativa, Lou cogió las bragas que me había puesto la noche anterior y las olió, percatándose de que me había masturbado la noche anterior.

-¡Tu zorrita tonta!. Hoy sesión especial. Tu después no querer más sexo-amor! .-

Me puse la bata de seda que Lou me ofreció y me llevó hasta el salón donde mi marido estab con el señor Ratzer, sentados ambos en un sillón. Lou me quitó la bata. El señor Ratzer y mi marido siguieron charlando, mirándome repetidas veces de reojo.

-Hoy, querida, la sesión se va a centrar en los artículos complementarios. Te diré que no he querido que Lou experimentara contigo por que deseaba que tu amo y señor, Mister Patizo te viera virgen, que viera como se usaban en tu cuerpo por primera vez.-

En una especie de catálogo mi marido observaba una especie de catálogo de extraños objetos.

-Estas barras sirven para los pies. Pone un pié aquí y lo ata con esta correa y otro pié aquí y lo ata con esta otra. Así la esclava queda inmovilizada y con las piernas abiertas para su uso. Otras barras son para ponerlas cuando ella está tendida, le amarra las piernas y los brazos, obligándola a estar un poco curvada. No le recomiendo las barras en los brazos por que puede darle con ellas en la cara. Sí es fácil que la usen como defensa.-

Pasaron una hoja del catálogo. Las hojas no sólo contenían las fotos de los instrumentos sino que el señor Ratzer se había entretenido en poner excitantes fotos de chicas que los llevaban puestos.

- Estas son las esposas. Como ve casi todas son iguales, pero ya ve la utilidad. Lo mejor es combinar barras y esposas, para pies y manos. Luego, como ve, puede Usted usar la barra para pasar las esposas así, e inmovilizar a la esclava. ¿Estas? Son muy elegantes. Son unas pulseras que cuando quiere amarrar al animal, las une con estos ganchitos. Sí. son muy fuerte. De aquí des imposible soltarse. Veo que le interesan. Lou les traerá un ejemplar, por suerte tenemos en el almacén-

- Me dice que vendas, mordazas y esas cosas no le interesa, ni látigos ni nada que pueda hacerle daño. Me alegro por que esos artículos no los uso. Yo no soy partidario del dolor físico. Me gusta humillarlas y domarlas, pero de una manera civilizada, señor Patizo, de una manera ci-vi-li-za-da.-

-Tampoco le gustan los piercing. Yo creo sinceramente que un piercing fuera de la oreja lo único que hace es estropear la belleza del cuerpo femenino. En cambio las pulseras, los collares, eso es bonito. Mire Usted esas niñas jóvenes con piercings en las cejas, en la lengua, en el ombligo...No me gusta, no. No se donde vamos a ir a parar. Y los tatuajes, igual. Uno y ya está, y pequeñito y donde no se vea.-

Pasaba rápidamente las páginas por ese lado del catálogo.

-Ahora, una cadenita en los pies, en las manos, en la cintura, en el cuello. Un anillo en los dedos de los piés, unos pendientes, unas diademas, eso es realzar la belleza. Mire que modelos de bragas. Estos son los que nos ponemos aquí. ¿Una docena? ¡Lou! Ponle una docena y dos que le regalo yo.¡Qué tonterías! Blancas, negras, rojas, moradas, azules oscuras, y de algún color más que combine con el rubio.-

Lou trajo de paso las pulseras que el señor Ratzer mostró a mi marido.

-¡A ver! Ven aquí.- Me acerqué y ví como aquellas pulseras se cerraban en mis muñecas y después el señor Ratzer me unió y separó varias veces las muñecas uniendo los ganchos de las pulseras y desuniéndolos.

-Estas bragas son muy graciosas por que tienen justo en medio de donde se pone el sexo, una apertura que se cierra y abre con una cremallera, de manera que si Usted desea masturbarla en el cine, sólo tiene que bajarle la cremallera. Muy útil, Usted lo ha dicho. Muy bien, le serviremos unas-

Mi marido pasó la vista sin rechistar por delante de unos sujetadores y unos corset, unas medias, unos bodys, unos camisones de ensueño, pero no le interesó nada

- Ahora vienen los juguetes. Le ruego que no pierda vista por que es una sección muy interesante. Yo le recomiendo que pruebe usted unos pocos antes de decidir. Esto es un consolador. Es un pene de latex, que ellas utilizan cuando no las vemos. Generalmente tienen una proporción exagerada. Esto en cambio son vibradores, y la gracia está en que producen unas vibraciones que las vuelve locas. Esto son bolas chicas, se van metiendo una a una y se sacan luego de golpe, pero una a una. ¿Qué si les gusta? ¡Esto es lo último, Mister Patizo, Lo último. Y estos son las bragas y correas con dildo. Sí, mire, como en la foto. Una se lo pone y se tira a la otra. Esta es de correas. Yo le aconsejo la braga para empezar, por que es más fácil de ponerlas..-

Lou trajo un consolador, un vibrador y las bragas dildo y un juego de bolas chinas. Abrió una caja en la que venían aquellas bragas que tenían una cremallera por donde se orinaba, pero que no era como la de los pantalones de los hombres, para sacarse la minga, sino que era para que entrara. Me quité mis minúsculas bragas y me puse éstas. Sabía la posición por que Lou me advirtió que la cremallera se abría "adelante-atrás".

Lou me cogió las manos y me las amarró a la espalda y me ayudó a tenderme sobre la espalda. Mi sexo aparecía subido por tener las manos bajo mi trasero.

Lou se quitó la bata. Ella misma iba vestida tan sólo con una minúscula bata. cogió el consolador y lo embarduñó de crema lubricante, vaselina. Metió previamente su dedo en mi sexo y luego, puso la cabeza del rosado consolador entre mis labios ligeramente abiertos, entonces comenzó a introducir aquello lentamente, haciendomelo sentir en mi sexo, en mi vagina que lo tomaba dilatada. Lo metió hasta el final y lo sacó un par de veces. Luego la ví dejar aquel juguetito y coger lo que el señor Ratzer había identificado como un vibrador.

Lou le dio a un botoncito y empezó a sonar un ronroneo. Luego la chinita lo tomó en su mano y me lo puso en los labios. Aquello vibraba de una forma que de primeras no gustaba, pero cuanto más lo sentías, mas te apetecía. Luego me hizo sentir la vibración clavando la puntita en mi pecho y poniéndomela entre los pechos y en cada uno de los pezones, y luego sobre mi vientre y pasó el vibrador por mis muslos y por los piés

Y finalmente, Lou abrió la cremallera que recorría mis bragas a lo largo y lo metió debajo de mí, entre las nalgas, haciendo que la vibración llegara a mi ano y luego se puso a jugar con mi clítoris y después, con los bordes interiores de mis labios, los que se humedecen con el acto sexual, hasta volver a introducirme ese objeto, de menor tamaño que el consolador pero de un efecto demoledor.

-¿Sabe, Señor Patizo? A Lou le encanta el culo de su esclava. ¿Sabía Usted que su esclava siente por el ano?.-

-¿Esas son las bolas chinas?.- Dijo mi marido no queriendose dar por enterado

-Enseñale, Lou, al señor como se usan.-

Lou apagó el vibrador que dejó momentáneamente insertado en mi sexo. Luego agarró mis piernas , y puso una de las bolas, la primera entre mis nalgas. Entonces apretó hasta que venció la fuerza que yo intentaba hacer, y entonces ya no hubo nada que hacer. La operación se repitió una vez más y a la tercera comprendí que ya, con el culo cada vez más ocupado y abierto, lo que debía hacer era relajarme y disfrutar de aquella nueva sensación. La tercera, la cuarta y la quinta bola entraron solas.

Luego, cuando acabaron de meterme las bolas por el ano, Lou encendió el vibrador. Me alzó las piernas para que los dos hombres contemplaran bien la escena y fue tirando de un cordón que salía de mi culo.. El vibrador me excitaba lo suyo, pero sentir como la bola se movía en mi ano y de repente salía de él, era una sensación distinta, brutalmente sensual y excitante. Así se repitió la operación varias veces, al principio, para cortarme el rollo, pero a partir de la tercera, para aumentar mi grado de excitación. Cada vez que una bola salía, lanzaba un gemido de placer –Aaaaahhhh-

Y creo que lo que desató mi orgasmo, fue la combinación de las bolas y el vibrador, que Lou metía y sacaba un par de dedos cada vez con armoniosa parsimonia. Chillé como una loca.- Oooouuuuhhh Aaaaoooohhh Aaauuuuhhh!.-

Finalmente, cuando mi orgasmo estuvo bien pasado, apagó Lou el vibrador y lo sacó.

- ¿No le gustas estos juguetes?.-

- En confianza, Señor Ratzer. No me veo usando estos juguetes.-

-¡No es para que los use usted! ¡Es para que Usted disfrute viendo como otra mujer los usa con ella. ¡No me diga que no conoce Usted al menos un par de mujeres que se tirarían a su esclava.-

-Alguna la verdad es que si conozco.-

-¡Pues no se hable más!-.

-¿A ver como se usa el daldo?-

-¡El dildo, señor Patizo, El DIL-DO!-

Lou me había abierto las esposas y yo descansaba mirando los abultado paquetes de la entrepierna de los hombres. Lou extendió la caja a mi marido, para que viera que el precinto estaba sin romper y que el objeto era célibe, aún, más puro por tanto que yo.

Luego Lou abrió la caja y se puso aquellos bragas con pene después de quitarse sus braguitas rápidamente. Tenía tipo de delicada bailarina con un cipote de jugador de baloncesto de la NBA.

Lou me ordenó que me pusiera a cuatro patas, en sentido que los caballeros me vieran de perfíl. Sentí sus manos sobre mis caderas y luego sus muslos al lado de los míos, entre ellos. Su vientre rozaba mis nalga y me percaté de el duro objeto que medio caído se tropezaba entre las piernas. Entonces Lou debió agarrarlo y mantenerlo firma y empujándome con fuerza, empecé a sentirlo introducirse en mí.

Desde luego, de lo que no debía Lou era de preocuparse por los pelos de mi sexo, pues mi marido me los había dejado la noche antes como los de una muñeca. Lou me introdujo el pene con dureza. Sentí su puño clavarse en mi sexo, entre mis muslos, luego ella apartó su mano y el resto del miembro de goma se terminó de introducir.

Una vez que me tuvo insertada, Lou comenzó a moverse. Los caballeros la jaleaban. El que más, mi marido. Hasta hacían palmas cada vez que Lou sacaba unos dedos el cipote para que de un gope de su cintura lo volviera a introducir de golpe. Yo me sentía húmeda, mojada, resbaladiza, lubricada.

Lou me embestía a lo bruto. Tenía que hacer auténticos esfuerzos para que no me derribara, así que puse misantebrazos en el suelo y la cabeza entre ellos. Sentía mis pechos volar, botar de un lado a otro, ahora los sentía pasearse por las frías baldosas. Lou realmente me montaba como si fuera un vaquero que estuviera montado en un rodeo, sobre un toro. Me sentía como una perra, como una pequinesa delicada que estaba siendo cubierta por un gran danés.

El calor, el cosquilleo, el climax se me hizo ya insoportable y como en la vez anterior, me corrí desahogándome, dando fuertes gritos de placer, sin importarme lo que de mi pudiera pensar mi marido

Como en el caso anterior, Lou no dejó de moverse hasta que mi orgasmo había dado de sí todo lo que podía dar. Entonces, el señor ratzer debió ver algo en la cara de Lou

-¿Lou? ¡No! ¡Noooo! ¡LOU NO! –

Lou se montó sobre mi y puso su sexo pegado a mis nalgas. Empecé a sentir bajar un hilito caliente por entre mis nalgas y desviarse sin llegar a mi sexo por el interior de mis muslos. El rápido movimiento del Señor Ratzer impidió que la china consumase su fechoría.

-Perdoneme, Señor Patizo, Lo hace por demostrar su posesión sobre la esclava. Es una manía que tiene que no se como quitar.-

Yo me había levantado asustada. El señor Ratzer llevaba a Lou de los pelos y obligándola a ponerse de rodillas la obligó a lamer sus gotitas de meados y la trayectoria de su escasa micción, haciéndome sentir su lengua húmeda y cálida

-¡Y ahora te vas de aquí a la celda de castigo que tengo que hablar contigo! ¡Guarra!.-

Y Lou se apartó apenada y mirando al suelo, quitándose aquellas horribles bragas y llevandose las suyas en la mano.

-Le ruego de nuevo que me perdone.-

Mi marido decidió llevarse las pulseras, las bragas de cremallera y las catorce mini bragas, el sostén que me había puesto a diario y las bragas con premio. Me disponía a vestirme, que eran ponerme unas de aquellas minúsculas bragas y la batita. Pero el señor Ratzer era puntilloso.

-Cariño. Tu marido te ha hecho muchos muchos regalos...¿No crees que deberías agradecerselo de alguna manera?.- Mi marido esperaba en el sillón con la bragueta del pantalón abierta y la picha asomando, curisosa e inquieta.

El señor Ratzer llamó a Lou y hablándole duramente le indicó que ya me iba. Lou me llevó hasta mi celda y me entregó todo con lo que llegué.

-¿Te castigará?.-

-Poco castigo, Celda todo el día y luego, zanahorias.-

-¿zanahorias?.-

Lou no me pudo explicar. El señor Ratzer se impacientaba .Finalmente mi marido me sacó de la mansión, pero recordándole el señor Ratzer que aún quedaba pendiente una sesión de perfeccionamiento y el pago de su honorarios.

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