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La Fiesta de fin de verano

en Orgías

Esta historia ocurrió el verano pasado. Mi nombre es Beni, Benita. Soy de Córdoba. Tengo veinte años, de tez y pelo moreno. Ojos oscuros. Mido 1,67 y mis medidas son 88, 57, 89. Bueno, soy una chica bastante mona aunque me ha costado mi trabajito aceptarlo. Lo digo porque me tuvo que suceder la historia que les voy a contar para darme cuenta de ello. Tengo que decirles que lo que me ocurrió no sólo no me parece nada terrible, sino que ahora me parece hasta divertido.

Bueno, veraneamos toda mi familia en una urbanización cerca de la playa que es en su mayoría de segunda residencia. Gente de clase media acomodada y buen nivel de vida. Tengo un hermano de unos diecisiete años. Lo de mi hermano es grave. Por un lado es un atolondrado, un atontado al que todos sus amigotes manejan a su antojo. Por otro lado, un miserable pesetero incapaz de gastarse un duro. Es un rata que es capaz de estar gorroneando a sus amigos durante el verano. La historia que les voy a contar, se debe en un cincuenta por ciento a mi hermano.

El otro cincuenta por ciento se lo debo a mi propio carácter. Soy bastante tímida. Me cuesta decir que no, especialmente cuando me requieren sexualmente, ya que tengo grandes necesidades sexuales. Como soy tan tímida, me cuesta relacionarme con chicos.

Bueno, desde hace mucho tiempo escribo un diario en el que lo cuento todo. Todo de todo-. Este relato lo escribo ojeando mi diario. Es un diario secreto en el que pormenorizo lo que me ocurre todos los días, no tengo pelos en la lengua, o en la pluma. Cuento mis fantasías eróticas, mis sueños eróticos... Un día fui a escribir en mi diario. Era verano. Un caliente verano lleno de sensualidad. Mi diario no estaba. Guardo el diario en el cajón de mis braguitas. Sólo mi madre toca ahí y se que ella es incapaz de abrir mi diario para leerlo. Inmediatamente pensé en Juan, mi hermano.

No me costó sorprenderlo. ¡Estaba dejando en mi cajón unas bragas que me había cogido!

Aquello, en otra circunstancia hubiera sido suficiente para llevarlo ante los tribunales, es decir...chivarme a mis padres. Pero si había leído mi diario...¡Vaya vergüenza! Me encaré a él, le amenacé con chivarme y me dijo que él también se chivaría. Así que el combate quedó en tablas.

Escondí mi diario. Juan, como me confesó días después, llevaba todo el verano cogiéndome las bragas para presumir de mí delante de sus amigos. Al ver mi diario, lo ojeó, lo leyó... y fue a que sus amigos lo leyeran también. Imagínense, es como si una de estas historias que escribimos la leyeran los compañeros de trabajo, o la familia de una...

No me dijo nada en el momento, pero me di cuenta que los chicos cambiaron de repente su actitud hacia mí. Unos se volvieron extremadamente simpáticos, otros me gastaban bromas que hubieran sido incapaces de gastarme hasta ese momento. Bueno, tengo que hablarles de los amigotes de mi hermano. Casi todos son mayores que él. Los hay mejores que otros, pero bueno no hay ninguno. Son unos golfillos. Una de sus bromas favoritas era tirarme de la tira del sostén y soltarla de golpe, con lo que me despertaban cuando tomaba el sol. Juan jamás se habían venido conmigo a tomar el sol, pero desde que le llevó el diario a sus amigos, no sólo él, sino todos sus amigos me hacían compañía.

Había un chico que se empeñaba en bucear alrededor mío, con unas enormes gafas de bucear mientras me bañaba. La verdad es que no me molestaba que el chico me espiara mientras no había oleaje, pero con el oleaje, más de una vez terminé con la cara del buzo pegada a mis senos o entre mis piernas. Otro chico se empeñaba en embadurnarme de crema Aftersun continuamente. El chico comenzaba por la espalda, y luego me pedía permiso para darme crema por las partes de mi cuerpo más insospechadas. A veces le decía que no, pero otras veces se ponía tan pesado que aceptaba que me diera crema en las piernas, en los pies, en la planta de los pies...

No me sorprendió la propuesta que me hizo Juan de invitarme a la fiesta del fin del verano. Todos los años se celebra la fiesta de fin de verano en la urbanización. Los chicos me insistieron en que fuera. Bueno, no tenía otro sitio donde ir, así que acepté. La fiesta suele empezar después de comer y dura hasta las dos o las tres de la madrugada.

Juan me comentó que la fiesta se celebraría en casa de uno de los chicos. Me encargaron a mí de organizar algunos aspectos de la fiesta. Naturalmente, siempre acompañado de alguno de los moscones de los amigos de mi hermano. Yo compraría las bebidas, prepararía los bocadillos, los chicos organizarían la casa... y la fiesta. Efectivamente, los chicos se dedicaron a preparar una serie de "actividades" para animar la fiesta.

Bueno, yo, con muy buen criterio, creo, compré refrescos de cola, de naranja, de limón. La fiesta empezó. Me presenté con Juan en casa de su amigo a las siete de la tarde. En la fiesta iban a participar Juan, su amigo, yo y cinco chicos más. Yo adelanté el dinero. Los chicos me debían pagar 735 pesetas cada uno, para ser exactos. A los chicos les pareció mucho dinero, pero, según me dijeron sabían como pagarlo gustosamente.

Bueno, no sé cómo apareció por ahí una botella de ginebra. Yo, pensando que los chicos no debían probar el alcohol, o por lo menos, probarlo lo menos posible, me empeñé en beber lo más posible de ella. Les servía yo los combinados que se empeñaban en pedirme. Les servía algo de ginebra y mucho refresco, en cambio, yo me los ponía muy cargados.

Bueno, nos metimos los ocho en la piscina y nos pusimos a jugar. Desde el principio me convertí en el centro de la reunión. El alcohol me empezaba a hacer efecto y me puse muy alegre. No me importaba que los chicos me dieran pequeñas ahogadillas. De vez en cuando sentía a los chicos que me agarraban de la cintura e incluso me tocaban el culo.

Luego, salieron los chicos del agua. Algo estaban tramando y Juan era el centro del grupo y no dejaban de hablar nerviosamente y de mirarme. Luis, que vivía en la casa se puso a organizar un juego. Jugamos a las prendas. Figúrense, en bañador y jugando a las prendas. Bueno nos pusimos en ronda y unos a otros nos hacíamos preguntas que o contestábamos, o hacíamos un castigo o entregábamos una prenda. Claro, los chicos estaban animados, pero yo estaba ebria.

Las preguntas fueron por unos derroteros cada vez más complicados. Que si habían follado alguna vez, cuando a mí me tocaban las preguntitas... bueno, las contestaba como podía. Los chicos jugaban con la ventaja de haber leído mi diario, así que cuando me preguntaban algo del diario prefería el castigo. El castigo cada vez era más provocativo. Empezaron por pedirme que diera besitos en cara, luego en la boca. Negarme significaba quitarme la parte de arriba del sostén. Los chicos me perdonaban alguna, pero volvían al ataque.

Mi hermano Juan permanecía impasible sin echarme una mano. Al final me preguntaron directamente si estaba dispuesta a recrear una parte de mi diario. Les dije que no, entonces, me dijeron que tenía que dejarme hacer el amor por uno de ellos, que lo eligiera. No estaba dispuesta. Tuve que quitarme la parte de arriba del sostén. Los ojos de los chicos no dejaban de mirar mis pechos que sentía moverse más libres y desvergonzados que de costumbre.

Parecía que tenía frío pues se me puso la piel de gallina y mis pezones comenzaron a erizarse. La siguiente pregunta fue por el estilo: Con quién estaba dispuesta a acostarme en la fiesta. Como la pregunta no les satisfacía me ordenaron quitarme las bragas del bañador. Me negué en rotundo. Tengo que decir que yo me lo tomaba a broma todo, y me negaba entre risas, lo mismo los chicos. Me ofrecieron cambiar mi castigo por otro: Jugar a la gallinita ciega.

Bueno, así, con las bragas del bañador sólo puestas, me taparon los ojos y se cercioraron de que no podía ver nada. Me dieron de beber un cubata súper cargado y me pusieron de pié. Me dediqué a buscar a los dueños de esas manos que me tocaban el culo y las tetas. De vez en cuando agarraba a alguno que se escabullía rápidamente. De repente, comencé a sentir en mis nalgas los labios húmedos de los chicos, que me atacaban en grupo, desconcertándome más todavía de lo que estaba.

Al final, me estaba excitando tanto la situación que me arranqué el pañuelo y di por terminado el juego. Luis supo salvar muy bien la situación y nos pusimos a bailar. Nos pusimos a bailar primero en grupo. Los chicos se ponían alrededor mía y yo me sentía la reina de la fiesta. Lugo, Luis nos puso música lenta y yo me comprometí a bailar con los chicos. Los chicos me agarraban sin vergüenza. Unos me agarraban descaradamente de las nalgas, mientras otros dejaban caer sus mejillas sobre mis senos. Incluso consentí que mi hermano bailara conmigo y me agarrara las nalgas, mientras sus amigos le jaleaban. No sé. Ahora lo pienso y me echo las manos a la cabeza, pero en aquel momento, con los amigotes jaleando, los cubatas, no me pareció mal.

Luis, como organizador de la fiesta me pidió un baile especial. Luis no era muy alto, apenas me llegaba a los hombros, como el resto de los chavales. Luis se propuso sobrepasarse conmigo desde el principio. Me besó los pechos y me los cogió tiernamente. Me puse cachondísima. Luis debía tener un poco de más experiencia que el resto, pues no dudó en alargar la mano a mis muslos y a mi sexo. No pude evitar, tan caliente como estaba entregar mi boca a su boca y todo mi cuerpo al chico, que me toqueteaba sin pudor y sin importarnos la presencia de los otros chicos y de mi propio hermano.

Luis se apartó de mí tras estar un rato así. Pude ver, al separarse, una mancha en su bañador. Se ausentó y vino con unas calzonas de deporte. Sentí que yo tenía el atractivo de una gran diva. Me sentía divina.

Luis decidió hacer un cambio de tercio. Jugaríamos a "Quién a sido". Bueno. Luis se quedó de madre, y Juan se arrodilló delante de él. Los chicos llegaban, le daban en el culo un azote y Juan decía el nombre de quien era. Cuando me tocó a mí, pude ver como Luis le hacía una seña a Juan con el pié y Juan lanzó su presagio: -Beni ha sido - Ahora me tocaba ponerme a mí de "burra". Tuve que colocar mi cara entre las piernas de mi hermano, que se quedaba de madre.

Los chicos comenzaron a magrearme el culo de mala manera, y disimuladamente me bajaban el bañador. Sus toqueteos eran cada vez más sofisticados. No servía de nada que yo dijera un nombre u otro, nunca acertaba aunque de hecho, acertara. Los toqueteos se convirtieron en besos en las nalgas y caricias cada vez más maliciosos en mis senos. Juan puso su mano en uno de mis senos, y empezó a jugar con mis pezones.

Sentía en mi cara como aumentaba el bulto en la bragueta de Juan. Mi hermano tuvo entonces la idea de cubrir mi cara con una toalla, para cerciorarse de que no podía hacer trampas. Juan entonces, se sacó la minga del bañador y comenzó a masturbarse, así, delante de mi cara. Yo estaba excitadísima, como he dicho ya, ebria, es la única explicación que encuentro a que empezara a besar, lamer y por último engullir la minga de mi hermano. Incluso la agarré con las dos manos. Para que los chicos no pudieran advertir lo que hacía, movía fundamentalmente la lengua.

Los chicos ahora colocaban sus manos en mi sexo, e incluso alguno, maliciosamente clavaban levemente el dedo en él. Juan apartó la toalla de golpe, cuando yo sentí brotar de su minga un flujo caliente y dulzón. Aparté la cabeza de golpe, por no tragarme el semen de Juan y porque no vieran los amigotes. Los chicos estallaron en una gran algarabía; incluso pude oír alguno que me decían "Qué puta, qué puta".

Me enfadé un poquito al principio, pero un cóctel más y un poco de conversación me ayudó a pasar el cabreo y participar en el siguiente juego que habían preparado.

Jugamos al escondite. Me quedé primero yo y no me costó encontrar a alguno que le tocó buscarnos. Me escondí con Carlos, otros de los amigos. Carlos había sido hasta el momento muy respetuoso conmigo. Bueno, decir que el campo de juego era toda la planta baja y sótano y el jardín. Carlos me dijo que conocía un sitio donde no nos encontrarían, como efectivamente sucedió. El chalet tenía una pequeña habitación donde estaba la depuradora de la piscina y se guardaba el cortacésped. Detrás de la depuradora era muy difícil encontrarnos. Además, la habitación estaba normalmente cerrada, lo que ocurre es que Carlos le pidió la llave a Luis.

No nos podíamos encerrar por dentro, pero era un sitio seguro. Carlos atrancó la puerta y así parecía que estábamos cerrados. Me había conseguido colocar una camiseta, pues la parte de arriba del bañador había desaparecido.

Bueno; Carlos empezó a meterme mano. Yo le pedía que se estuviera quieto, pero la verdad es que a lo largo de la noche me había ido encontrando más borracha y excitada. Se me hizo más importante que no nos descubrieran y permití que Carlos me besuqueara la cara y me levantara la camiseta para acariciarme y besarme los pechos. Carlos me tocaba el culo y se aprovechaba de mí. Al final se sacó el pito del bañador y me exigió que le masturbara.

Le masturbé despacio y con todo el arte que sabía, dejando que el chico me mamara de los senos y clavara sus en mis nalgas mientras yo tenía su miembro en mi mano. No tardé en ver manar el semen de su miembro como el agua de un surtidor, mientras sentía como mordía mis pezones con los labios y clavaba sus dedos en mis nalgas fuera de sí. Se quedó un rato aferrado a mí, con la cabeza puesta sobre mi pecho. Carlos se dio cuenta de la húmeda mancha de mi entrepierna y se dedicó a pasar el dedo por mi raja, por encima del bañador, con delicadeza, haciéndome cosquillitas.

Carlos me dijo que no me moviera, que iba a ver que sucedía. Luego vino al cabo del rato, diciendo que las normas habían cambiado, que se iban a encerrar todos arriba y que me daban diez minutos para esconderme, tras lo cual, me buscarían y sería del primero que me encontrara. No lo podía creer. Todos los chicos confabulados contra mí.

Cumplieron su palabra. Al salir del cuartito de la piscina, comprobé que oscurecía. Mi primera intención fue escapar del chalet, pero uno de los amigos guardaban la puerta. Entonces sólo se me ocurrió esconderme en un cuarto que había al lado de la cocina que tenía una camita y un armario. Me escondí en el armario. Era un cuarto para eventuales invitados. No se me ocurrió encerrarme en el cuartito de baño de al lado.

Los chicos me buscaban. Me buscaban en parejas. Los sentía acercarse y alejarse. Al final entraron en el pequeño dormitorio. Estaba excitada, asustada, nerviosa. De pronto abrieron el armario y me encontraron allí. Intenté escapar, pero fue inútil. Me tiraron sobre la cama y me impidieron levantarme, mientras llamaban a Luis, a mi hermano y a los otros.

Me desnudaron entre todos y comenzaron a toquetearme y besarme entre todos. Me excitaba profundamente sentirme presa de aquel grupo de chicos, mientras mi hermano me miraba extasiado pero sonriendo. Primero me quitaron las bragas y mostraron cierto entusiasmo al ver mi sexo cubierto de pelos, luego me quitaron la camiseta y las zapatillas. Sus bocas recorrían mi cuerpo mientras me agarraban de piernas y brazos. Yo les pedía que me dejaran. No se me ocurrió gritar.

Sentí la cara de uno de los chicos, Eduardo, el más bromista, posarse en mi sexo entre mis muslos y mover la lengua por aquí y por allí sin ningún tino. Otras bocas me comían las tetas y Luis me besaba apasionadamente, y otras manos me agarraban de la cintura, de las nalgas, pro todo el cuerpo. Comencé a cambiar mi movimiento alocado por un movimiento rítmico, que los chicos interpretaron correctamente como el deseo de seguir siendo poseída por todos ellos. Sentí explotar en un orgasmo feroz, un orgasmo desbocado. Eduardo clavaba la cara en mí sin darme un respiro. Nadie, ninguno de los que me poseían me daban un respiro, hasta que dejé de moverme extenuada.

Me permitieron que me vistiera, es decir que me pusiera una de mis bragas, que Juan me había cogido a escondidas mías. Sus amigos la conocían perfectamente. Eran las mejores que tenía, repetían. Eran unas bragas que me estaban chicas y me dejaban fuera, poco a poco, las nalgas. Tenían unos encajes muy bonitos, pero imaginaos.

Me dejé atar las manos a mi espalda. Así podía ponerme las braguitas bien de vez en cuando. Los chicos me llevaron al garaje, donde era la fiesta. Me sentí como un objeto sexual, pues bailaban alrededor mía como si de indios sioux se trataran, cuando de repente se sintió la puerta de la cancela. A Luis le cambió la cara. Se puso blanco. Fui llevada a empujones hasta el armario de donde me habían sacado y pude escuchar la conversación de Luis en la cocina con su padre, que había vuelto porque había olvidado la cartera.

No tardó en marcharse. Luis le preguntó a su padre cuándo volvería. Su padre le dijo que posiblemente muy tarde, pues iban a una ciudad cercana. Luis era un magnífico actor. No se me pasó por la cabeza llamar la atención de Don Luis "Señor", pues, cómo podría explicarle mi situación y ¡Qué vergüenza que me viera así!.

Me sacaron de la piscina y nos metimos todos, yo con las manos atadas, en la piscina. Mis tetas flotaban en el agua y los chicos me tocaban entera. Le habían perdido el respeto hasta a mi sexo. Mi hermano participaba en la algarada a distancia,. Recibí un nuevo cóctel que bebí allí mismo en la piscina. Volví a estar súper entonada. Todos los chicos me besaban por turnos, mientras yo permanecía quieta. Hilario, otro de los amigos, buceaba y clavaba su cara entre mis nalgas, agarrándome fuertemente por la cintura. Los chicos disfrutaban comprobando la nueva textura de mi piel, que con la humedad estaba tersa. Mis pezones sufrían de manera especial el efecto del agua y de las caricias de los chicos.

Me desataron para salir de la piscina, pero en seguida me volvieron a atar. Supongo que el sexo se me trasparentaba tras las bragas empapadas. No me dieron una toalla para secarme sino que todos empezaron de nuevo a magrearme de nuevo con la intención falsa de secarme.

Venía la parte final de la fiesta. Iban a jugar a las cartas, las instrucciones del juego eran claras, 100 pesetas la mano, que por los seis chicos, excluido mi hermano, eran seiscientas pesetas, Tenían que jugar nueve veces para conseguir dinero suficiente para sufragar el gasto que había supuesto la fiesta y obtener un ligero beneficio. Juan dio una sorpresa: "Y el que gane más veces que todos... ¡Se folla a mi hermana!".

Sí, porque el que sólo ganara una mano tendría derecho sólo a que yo le masturbara. Si ganaba dos veces, le tendría que comer la minga, y a la tercera, podían disponer de mí pero sin follarme, como quisieran.

Bueno. Decirles que todos jugaron, incluso Juan, al que recriminaron que no pusiera dinero. Mi hermano ganó una vez, pero no quiso cobrase su premio en el momento. Tuve que masturbar a los seis amigos de mi hermano. A Luis, a Carlos, a Eduardo, a Hilario, a Alfonso y a Jaime. Hubo un chico que repitió, concretamente Eduardo.

Eduardo no dudó en aceptar mi boca para que lo masturbara nuevamente, esta vez con la boca, como las reglas explicaban. Me tragué el semen exiguo que salía de su pene, tras la segunda corrida. El chico no soltaba mi cabeza, empeñado en hacer llegar su semen hasta mi interior. Le mordí la picha para que me dejara. Eduardo gritó, diciendo luego ¡Ay, la puta!

Los dos nos moramos cuando ganó la tercera mano, por que eso le daba derecho a dos cosas: La primera, a disfrutar de mí sin follarme, a su antojo, y como ganador absoluto, a follarme. Me volví a sentir terriblemente excitada, primero por todas las pajas que había hecho, y luego, por saberme esclava de Eduardo, que seguro que planeaba una sensual venganza sobre mí.

Juan intervino por primera vez, pero Eduardo le aseguró que no me haría daño.

Eduardo me puso de pié, delante de todos los chicos, que me observaban unos sentados en el sillón, y otros a los pies del mismo. Nos mirábamos y se reían. A mi me costaba esbozar ya una sonrisa pues estaba cansada. Eduardo me bajó las bragas y los chicos volvieron a verme desnuda. Entonces se colocó debajo mía y pude volver a sentir su boca en mi sexo. Sus manos me asían de los muslos y intentaba introducirme la lengua.

Los chicos dejaban ver su excitación, y sus manos fueron cada vez con más asiduidad a su paquete, empezando por tocárselo, hasta que uno de ellos se sacó el trasto y comenzó a acariciarse de nuevo. No tardaron en seguirle otros, entre ellos mi propio hermano. Eduardo me clavaba su nariz en la parte trasera del sexo e incluso a veces me la metió entre las nalgas. Pronto mi sexo estaba húmedo, rezumante.

Eduardo dirigió su mano a mi sexo y comenzó a acariciarme el clítoris. Los chicos le animaban a que me metiera el dedo. Sentí aquel falo improvisado penetrar en la profundo de mi sexo, y moverse dentro de mí a un ritmo que le marcaba el sillón que hacía las funciones de una improvisada grada. Algún chico volvió a correrse al mismo ritmo. Luis los maldecía y les pedía que no mancharan la tapicería del sillón.

Yo me corrí. Allí de pié, delante de todos. Tuve que mirar hacia el techo y hacia abajo, pues me daba bastante vergüenza que me vieran de aquella manera.

Eduardo dijo que él no se veía capaz de penetrarme, ya que se había corrido varias veces. Yo conté dos. Juan dijo que, en vista de eso, podían subastarme. Eduardo replicó que las ganancias serían para él. Al final, quedaron que al cincuenta por ciento. Entonces intervino Luis, para exigir un cinco por ciento de cada cual, pues era el propietario de la casa. Aceptaron. Yo pedí un veinte por ciento. Los chicos rieron y tras regatearme, me lo dejaron en un diez por ciento.

Eduardo se dirigió a la grada, donde aguardaban los otros chicos. Yo estaba allí, atada de manos y con las bragas subidas a tope, con lo cual podía notar que se me notaban los labios del sexo. Para colmo, Eduardo comenzó a mostrar mis encantos al público, empezó por asirme de las tetas y luego me dio una vuelta para que mi chicos contemplaran mis nalgas salidas de los bordes de las bragas. La puja comenzó en mil pesetas. Rápidamente subieron las apuestas...1200...1300...1500...2000. Al final fui para Luis, por 2.800 pesetas. Era el único que tenía allí tanto dinero.

Luis no estaba dispuesto a que los chicos nos vieran y me subió a su dormitorio. Me desató y me permitió que me quitara las bragas húmedas, por haberme tirado a la piscina. Luego se ausentó y trajo un precioso camisón de tela brillante que me dijo que era de su madre. Naturalmente me lo puse. El camisón era muy corto y por los hombros sólo tenía unas tirillas.

Nos tumbamos en la cama y comenzamos a acariciarnos. Él se quitó el bañador y me bajó los tirantes para comerme el pecho, tratándolo a veces con suavidad, y otras con violencia, lamiendo mis pezones dulcemente unas veces, y otras, ásperamente. El chico se colocó sobre mí y me subió el camisón para tocarme el sexo y sin pensárselo mucho, me penetró.

Estuvo un buen rato moviéndose rítmicamente pero la verdad es que él también se había corrido al menos dos veces, así que enfadado, se puso los calzoncillos y me ofreció al segundo postor, por dos mil pesetas. Le tocó a Hilario. Hilario comenzó la faena por donde Luis la había dejado. Hilario si se movía con ganas y aunque tardó en correrse, la verdad es que me vino muy bien, pues me corrí un poco antes que él.

La fiesta acabó aquí. Yo quedé sobre la cama, dormida. Luis y Juan subieron e hicieron cuentas. Juan reconoció que me correspondían 560 pesetas, pero el se quedaría con las 60 como gasto de representación. Luis entró y me encontró dormida de espalda a la pared, y me puso la moneda de 500 pesetas entre las nalgas. Me hice la dormida.

Bueno. Tengo que decir que desde esa fiesta, me escribo con todos los amigos de mi hermano, especialmente con Luis y Eduardo. Me escriben cosas que me ponen excitadísima.

Respecto a Juan, cuando llegamos a casa, me dio todo el dinero que había adelantado yo en las bebidas y que luego había contribuido a recaudar de tan peculiar manera y luego me dijo "Bueno, Beni, y a mí ¿Cómo me vas a recompensar?"

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