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La señora Castillo

en Confesiones

La señora Castillo.

Mi nombre es José Castillo. Soy un profesional de buena reputación y posición social de una ciudad del interior de Colombia. Un luchador y un triunfador. Me he propuesto muchas metas en la vida y las he conseguido casi todas. Tengo cuarenta y tantos años largos, mi mujer algunos menos que yo. Soy un hombre maduro.

La historia que les voy a contar comenzó después de una tarde tonta, que pasé viendo páginas porno en internet y leyendo relatos eróticos, mucho mejores que este. Por que este relato no es un relato convencional. No es una fantasía erótica de un salido que golpea el teclado con sus dedos mientras los minutos discurren silenciosos en la noche, ni las bravuconadas sexuales de un semental. Esta historia es el reflejo de un anhelo, de una fantasía incumplida, de un deseo insatisfecho.

Me atraen las fotos, videos, relatos de lesbianas. No os imagináis como. Estoy obsesionado, Antes de aquella tarde, ya me llamaban mucho la atención, pero el contenido de algunos relatos, la estética dulce de dos mujeres acariciándose, me calaron profundamente.

Amo a mi mujer y la adoro. Me gusta, y me atrae enormemente. Por eso no debe extrañaros que en seguida, cuando mi imaginación empezó a volar, y empezaba en el interior de mi cabeza, a formular historias, escenas en las que una de las mujeres que se entregaban a los juegos de la poetisa Safo, fuera precisamente mi propia mujer.

Al principio hasta me sentía avergonzado de imaginar a mi mujer, Isabel, entregándose de manera sumisa a las caricias de mujeres que la acariciaban y la saciaban sexualmente una y otra vez, hasta que, sin desearlo, era yo mismo el que obtenía un solitario placer. Pero la obsesión no se separaba de mí. Miraba a mi mujer, en la ducha, por ejemplo, y me la imaginaba, y me la imagino, abrazada a una chica rubia, americana, que se escurre por su cuerpo en busca de sus pechos y de su sexo. La veo que se va al servicio acompañada de su mejor amiga, y me las imagino a las dos, acariciándose frente al espejo, sin importarles lo que tengan que esperar las otras damas.

Yo estuve durante varios meses obsesionado con mi mujer y no me atrevía a plantearle nada, a pesar de que siempre hemos hablado libremente de estas cosas, pero temía cómo reaccionara. Provenimos de ambientes conservadores, y suponía, con certeza, que Isabel no aceptaría mi capricho, y mi morbo se iba alimentando, con la mirada que se había cruzado con una conocida en el ascensor, que me hubiera gustado que fuera mi amante, pero deseaba más que fuera la de mi mujer, con aquellas reuniones de amigas en las que al final Isabel era masturbada por todas y cada una de sus amigas. Por esas visitas a la ginecólogo en las que la doctora hacía algo más que explorarla, a la modista en la que la modista hacía algo más que medirla, a la esteticien, en la que la chica hacía algo más que hacerle la cera…

Era una obsesión tan enfermiza que llegaba a imaginarme cuando volvía del trabajo, que me la encontraría acostada con Juana, nuestra interna negra, y era un peligro, por que me entusiasmaba tanto, que me saltaba, por despiste, algunas señales de tráfico.

Mi mujer tiene cuarenta y tantos años. Es morena y sensual, a pesar de la edad y los dos embarazos. No me es difícil encontrar, en alguna reunión pública, a algún hombre, incluso veinteañero, que no le quita los ojos de encima. Yo no me molesto, por que comprendo que es muy atractiva. Tiene esa belleza serena de la mujer madura.

Como quiera que mi obsesión iba en aumento, un día, cuando mi calentura alcanzaba el delirio, decidí proponerle a mi mujer satisfacer mi fantasía, sin saber cómo se lo tomaría. Lo hice en esa calma y en ese momento de calma que viene después de hacer el amor.

-Isabel, ¿Nunca te ha atraído alguna mujer? –

-¿Cómo que si me ha atraído?-

- Pues eso, que si no te ha atraído.-

Isabel estuvo en silencio un minuto, tras lo que me contestó.- Hombre, José. A mi me han parecido hermosas otras mujeres, elegantes, las he envidiado y he deseado su amistad. Supongo que te refieres a eso-

Ahora me tocaba callar a mí y digerir la respuesta y la forma de plantearle a Isabel lo que yo quería. – Si, eso me ha pasado a mí con algunos hombres, pero yo me refería a otra cosa, yo me refería a si nunca has deseado la experiencia de tener un poco de sexo con una mujer.-

-Pero cariño, ¿Qué me estás preguntando? ¡Pues claro que no!-

-¿Nunca, nunca?-

-¡Que va! ¡Ni siquiera en la más tierna juventud, en que algunas chicas, por probar algo, empiezan a descubrirse utilizando a otras chicas! ¿Por qué?-

Guardé silencio. Después me animé. –Es que el otro día escuché una conversación en la que decía que las mujeres, todas son un poquito lesbianas, por que temen la penetración del hombre-

-¡Eso son tonterías!-

-¡Ya!, pero desde entonces no te me puedo quitar de la cabeza haciendo el amor con una mujer.-

-Pero tonto, no tengas celos infundados-

-No, si no son celos, ni asco. Al revés, me pongo a cien. No te me puedo quitar de la cabeza. Te imagino y me paso excitado toda la mañana.-

Mi mujer se cayó. Yo guardé silencio esperando alguna frase. Como no llegó, decidí dar un paso más. – Cariño, tengo esa fantasía-

Isabel extendió su mano hasta mi miembro y lo encontró, efectivamente a medio gas. -¡Ay mi guarrillo! ¡Que se le está resucitando el pajarillo!- Se metió debajo de las sábanas y empecé a sentir su boca haciéndome un felación.

Hacía mucho tiempo que no lo hacíamos dos veces seguidas, pero no sabía que significaba eso, si quería decir sí o no. Tenía que seguir machacando sobre el tema a la primera oportunidad.

Volví a comentárselo a los pocos días, de la misma manera, en la misma situación. En esa circunstancia en la que la pareja es incapaz de negarse las cosas unos a otros, e Isabel esta vez no discutió. Me dio la callada por respuesta, y tengo que decir que desde ese día, cada vez que le comento este tema, o se calla o niega mi capricho de forma rotunda.

Como yo no me daba por vencido, comencé a intentar propiciar algún tipo de circunstancias que me facilitaran algo mis pretensiones. Una de las primeras cosas que hice es alquilar algunas películas eróticas. No lo había hecho antes, pero alguien me dijo que las parejas nos ponemos muy calientes cuando ven juntas películas eróticas. No eran películas elegidas al azar. En todas ellas había un alto contenido de escenas lésbicas.

Mi mujer me desconcertaba, pues aunque no rehuía el ver estas películas y estas escenas, yo conseguí de esta forma que probáramos nuevas posturas, incluso le proporcionaron ideas sobre conjuntos de ropa interior y picardías que me deleitaron aumentando su dulce sensualidad de fruta madura. Pero en lo relativo a hacer el amor con otras chicas, no cedió. No estaba dispuesta. No eran unos "No" agresivos, pero si categóricos y rotundos, que me desanimaban momentáneamente, pero que al cabo de unos días no tenían efecto.

Yo aprovechaba para manosearla en las escenas de lesbianas, por si de alguna forma relacionaba la escena con la sensación y de esa forma no le parecía tan raro hacer estas cosas, y se ponía muy caliente, pero no cedía.

Otras de las tácticas que utilicé es empezar a frecuentar algunas amistades díscolas, sin contagiarme de sus vicios, pero intentando encontrar esa confidencia, ese indicio que me aconsejara su amistad. No tuve suerte. Soy una persona con una intachable reputación, y no podía dejarme arrastrar a fiestas donde los vicios, y no precisamente sexuales, hacían perder la salud a algunos de mis conocidos. Mi reputación me impedía entrar a determinados bares, con ambientes un poco decadentes, en compañía de mi mujer.

De todas formas, no creo que mi mujer se hubiera dejado arrastrar por el ambiente. Mi idea era hacerme de una pareja de amigos en los que ella invitara a mi mujer, la convenciera y la sedujera, para darnos un bonito espectáculo a mí y a su pareja, pero no encontré a nadie a mi alrededor.

De todas formas, una vez nos invitaron a un chalet. Yo sabía que la invitarían a hacer topless, lo que de alguna manera era una novedad. Efectivamente, era una pareja de muy alto nivel económico, que pretendía agradecerme las atenciones prestadas, entre otras cosas, invitándome a compartir su chalet. Su señora era una rubia de la edad de mi mujer. Una mujer de una espléndida figura que me quitó el hipo cuando la vi en bikini.

Desde primera hora hizo muy buenas migas con Isabel. Y mi imaginación voló. Se la llevó con ella para mostrarle una habitación donde se pudiera cambiar. Me empecé a imaginar a aquella rubia, ex modelo, desnudando a mi mujer, y luego comiéndole los pechos y el sexo, mientras la pobre Isabel aguantaba, por un lado disgustada, por no poder haber evitado el asalto, y por el otro, disfrutando de la experiencia, hecha un mar de dudas, hasta decidir entregarse ala ama de la casa.

Cuando regresaron, mientras yo hablaba con mi cliente, con la cabeza puesta fuera de la conversación, mi mujer estaba en bikini. Las dos mujeres se metieron en la conversación, pero como les aburría, se fueron a unas butaquitas al borde de la piscina. La anfitriona se llevaba a Isabel del brazo y se sentaron juntas. Las vía alejarse moviendo el culo, y tuve que disimular mi excitación. Se me quitó el habla cuando Isabel aceptó que aquella mujer le untara crema por la espalda y cuando se desabrochó el bikini. Luego ambas mujeres se dieron la vuelta y se quedaron haciendo topless.

No sabía de que manera disimular mi empalmadura, sobre todo, por lo que imaginaba que aquella rubia pudiera ocurrírsele hacerle a Isabel. Imaginaba su mano recorriendo su cuerpo inerte, introducirse en las zonas más recónditas de su piel. Imaginaba a mi mujer estremecerse bajo esa mano, abandonarse a las caricias de nuestra anfitriona que finalmente se decidía a yacer junta a ella, de manera descarada, sin importarle la presencia de sus respectivos esposos.

-¡Carajo, José! ¡Deja de mirar a las mujeres!-

-¿Qué?-

-¡No me estás haciendo ni caso!-

-Perdóneme. Es que estaba pensando en otra cosa-

-Ya, ya, ya. No me tienes que dar explicaciones. Esta mujer mía es un peligro. Le pone cien grados de temperatura a todo.-

Estuvieron un buen rato, y luego, se levantaron y pasaron por delante de nosotros, moviéndose insinuando, llamándonos la atención para que las siguiéramos, pero mi anfitrión me lo impedía. A cambio, al no poderlas seguir, comenzó de nuevo a volar mi imaginación. Mientras yo hablaba con mi cliente, su señora se llevera, en sueños, a mi mujer al dormitorio, y con sensuales caricias y besos, la echaba sobre la cama para de nuevo, de una forma feroz, devorarle los pechos mientras le metía los dedos profundamente. Mi mujer se retorcía de placer, excitada y húmeda, cuando de pronto, mi cliente me despertó con un exabrupto.-¿Qué estará haciendo esta pelleja con tu mujer?-

-¿Qué?

-¡Nada, perdón! ¡Parecen que hacen buenas migas! Es raro por que Rosa está muy consentida.-

- No sé- Dije encogiéndome de hombros.

-¡Te lo digo en serio! Es muy difícil tratarla. Tu mujer se lleva muy bien-

A lo largo del resto de la tarde, tuve tiempo y oportunidades de seguir haciendo volar mi imaginación, aunque después, por la noche, de un disimulado interrogatorio a Isabel, me percaté de que todo había sido el fruto de mi calenturienta imaginación.

De todas formas, lo que si era cierto es que probablemente, aquella mujer, Rosa, sería capaz de abrir un poco las miras de Isabel. Era cierto, por otro lado que hacían muy buenas migas y procuré fomentar esta relación.

Quedé varias veces en pasar la tarde con mi cliente en su chalet, y todas las tardes me repetían el numerito del topless, de la cremita y otras cosas que me ponían a cien. Pero el verano no dio para más.

Probé una nueva forma de convencerla. Era una apuesta sin riesgo que me podía dar resultado, así que, una de las noches, mientras ella se duchaba, entré en el cuarto de baño. Ella no me esperaba pero, lógicamente tampoco le sorprendió verme. Hacía mucho tiempo que no nos duchábamos juntos y se le cambió la cara al verme penetrar en la ducha. -¡Ay mi amor, Tú vienes aquí a algo!-

Nos besamos y comencé a acariciarla. Yo me imaginaba que mi mujer estaba siendo seducida por una mujer y se estaba derritiendo ante mis femeninas caricias. Puse todas mis sensibilidades para excitarla, y de verdad que lo conseguí. Comencé a meterle los dedos en su sexo, cosa que no suelo hacer, pero que sabía que hacían las lesbianas y ella se puso a temblar de placer, mientras le decía al oído –Me gustas mucho, sabes, llevo varios días observándote y creo que estás buenísima-

Luego, mientras se corría en mi mano, proseguía con mi plática indefinida – yo te puedo dar mucho placer, conozco tu cuerpo como el mío- Y sin pensarlo dos veces me puse de rodillas frente a su sexo, y comencé a lametearlo, buscando su clítoris primero, y luego la sensación blanda de sus labios y de su vagina. Isabel se apoyó en la pared y se abrió de piernas, ofreciéndome su sexo, que devoré hasta arrancarle otro orgasmo.

En fin, mientras estábamos en la cama, después de un buen rato acariciándola, y ya dentro de ella, me acerqué a su oído y le dije que estaba disfrutando muchísimo, por que todo ese tiempo me había imaginado que yo era una mujer que le hacía el amor. Al descubrir su turbación en su rostro, comencé a eyacular, a lo que ella me respondió acelerando el ritmo de sus caderas y corriéndose a los pocos segundos.

No volví a insistir en el tema hasta unos días después, y la respuesta fue un NO, muy cariñoso pero muy rotundo.

Le conté lo que me sucedía, mi fantasía y las continuas negativas de mi mujer a un amigo de internet, y me dijo que tal vez fuera una buena idea encontrar una amiga lesbiana que la convenciera, por que, me dijo, las mujeres prefieren hacerle caso a una amiga a hacerle caso al marido. Si una amiga lesbiana le proponía sexo, eso lo podría hacer para demostrar que era muy libre, pero si se lo proponía el marido, entonces accede, era humillarse ante el marido.

No fue fácil encontrar entre nuestras amistades alguna mujer que pudiera resultar ser lesbiana. No las había a fe cierta, pero había una, no muy amiga, pero sí conocida, que tenía cierta fama de díscola y de probar cosas nuevas. Esperé a un acontecimiento social próximo a coincidir con ella, y haciéndome el encontradizo, la invité, con el consentimiento tácito de mi mujer, que luego me regañó por haberla invitado, a tomar café una de esas tardes. Esta mujer se llamaba Nerea, y era una señora divorciada, de la misma edad que mi mujer, y que cambiaba de novio y de amigas continuamente, aparte de las relaciones extras, por eso, pensé que esos rumores de que era bisexual, bien podían ser ciertos.

Después de recordarle dos o tres veces nuestra invitación, Nerea vino a tomar café. Era una mujer simpática y de trato fácil. Mientras Isabel preparaba el café, le dije a Nerea que le había insistido tanto por que Isabel estaba un poco cansada de la monotonía del matrimonio, y yo, que sabía que ella era una mujer muy vitalista, deseaba que de alguna forma alternaran, para que le aportara su punto de vista y se sintiera más llena, con una amiga con la que divertirse de vez en cuando, en lugar de pasarse el día entero en casa.

Le hice una descripción divertida de las amigas de mi mujer, que Nerea corroboró asintiendo, para darle a entender que ella era la única que podía solucionar el problema, y Nerea, que aunque un poco puta, es muy buena chica, aceptó. Claro que le insistí que si Isabel, muy orgullosa, se enteraba de mis intenciones, se cerraría en banda, pues era muy orgullosa en lo personal.

Así que Nerea no tardó en llamar a Isabel y pronto comenzaron a ir de tiendas, a ir a tomar café, a ir juntas a la piscina. Isabel me contaba lo simpática que era Nerea, y yo deducía, que los coqueteos eran constantes, y aunque me ponía celoso, le quitaba importancia, pues imaginarme a Nerea comiéndole los pechos a Isabel lo compensaba todo.

Si iban de compras, me las imaginaba liadas en el probador de una tienda de ropas, si iba a su casa a tomar café, me las imaginaba desnudas en la cama. Si se iban a la playa, entonces las dos se metían juntas en el mismo probador y Nerea masturbaba a mi mujer.

Mi mujer me decía que Nerea era un peligro, pues los hombres se les acercaban como moscas, nos reíamos y yo me aguantaba un poco los celos, y me las imaginaba a las dos devorándose mutuamente rodeadas de hombres que las miraban con avidez.

Al cabo de algunas semanas, con bastante astucia vine como un poco confuso de la calle, y mi mujer me preguntó. Yo comencé a desarrollar mi estrategia.

–Me he encontrado a Juan y se ha extrañado mucho de que te deje salir con Nerea-

-Bueno, es un poco loca pero inofensiva-

-Ya, con los hombres dices, ¿No?-

-Eso, claro-

- Es que me ha dicho que Nerea es bisexual, que le van las mujeres-

-Eso es una tontería, José. Las mujeres nos damos cuenta de eso y te aseguro que no lo es-

-¿No?-

-Claro, hombre, las miradas, las insinuaciones…No le gustan las mujeres-

Me hice el convencido, y Nerea siguió llevándose a mi mujer. Un día hasta se fueron a una fiesta nocturna juntas. Yo le dije que no podía ir, por la gran cantidad de trabajo que tenía, pero le animé a que se fuera con Nerea. Pensé que era una buena oportunidad de que Nerea se tomara unas copas, se animaran las dos y acabara follándose a Isabel en el coche. Isabel volvió tarde y animada. Pero a cambio, lo que conseguí es que un tipo con pinta de tener muy poca educación llamara un par de veces por teléfono preguntando por mi mujer.

-Isabel, ya ha llamado ese tipo dos veces-

-Ya, es un pesado. Le cogió el móvil a Nerea y se apuntó mi teléfono.-

-¿Seguro que sólo es eso?

-¡Claro que sí!-

-¿No pasó nada de nada?- Por la reacción me di cuenta que no

Isabel me pidió permiso para irse unos días de viaje con Nerea. Accedí. Me llamaba todos los días y yo me arrepentía enormemente de tenerla lejos de mí. Pensaba que al lado de Nerea, lejos de mí, seguramente me sería infiel. Yo sólo deseaba que me fuera infiel con Nerea o con cualquier otra mujer. A veces me complacía pensando que al final, Nerea la seduciría, y entonces, cuando me contara lo sucedido, no le regañaría, sino que le diría lo que me complacería verla hacer el amor de nuevo con Nerea.

Cuando al final vino, me tuvo hasta las tres de la mañana contándome lo bien que se lo había pasado, las cosas que había visto, las personas a las que había conocido, y algunos roces que, a pesar de todo había tenido con Nerea, pro sus continuas ganas de llamar la atención a los hombres y por haber tenido quedarse fuera de la habitación, paseando por el hotel, por encontrársela follando con el camarero del bar. Decididamente, Nerea no era bisexual.

Yo estoy desesperado y os pido, lectores, ayuda. Pido que me enviéis recomendaciones y consejos de cómo conseguir cumplir mi fantasía, que no es otra que ver a mi mujer haciendo el amor a otra mujer, por eso os pido que me mandéis vuestro mensaje de apoyo y ayuda al e-mail a la dirección de este amigo que se ha prestado a escribir esta historia, con el nombre de asunto, que es mi propio nombre: José castillo

Muchas gracias

Egarasal1@mixmail.com

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