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El diario de Lola 3. Confidencias sobre Mario

en Grandes Relatos

El Diario de Lola (3) – Mario.

Había pasado el fin de semana por fin. Me había obligado a hacer revelaciones a mi marido que cualquier mujer se lo hubiera ocultado a la suya. Pensaba que estas confidencias causarían que mi marido se distanciara de mí, pero en lugar de eso, le habían vuelto más ardiente. Después de ir de compras, y elegirme toda aquella ropa  juvenil, llena de colores y de atrevimientos, hicimos el amor, como ya os he contado. Luego volvimos a hacerlo un par de veces durante el fin de semana, esta vez, más sosegados.

Mi marido me ayudó a ordenar la ropa que había comprado. Bueno, más bien lo que hizo es entrar a saco en mi armario. Cogió ropa, muy elegante, pero muy seria, y la puso en un armario, del que se guardó las llaves. Para ponerme esa ropa, tendría que pedirle permiso a él.

-¿Me vas a controlar ahora la ropa que me pongo? – Le dije mirándolo con cara de incredulidad. - ¿No dejaste que Mónica te controlara? ¿Voy a ser yo menos que Mónica?-

Luego se metió con el cajón de mi ropa interior. No dejó ni una de aquellas bragas tan abrigadas, pero tan cómodas que me estaba poniendo desde que me casé.

Cuando me levanté el lunes para ir a trabajar, mi marido se había ido ya. Me encontré en una silla la ropa que mi marido deseaba que me pusiera. Aquella ropa destruiría mi imagen de profesional y mujer casada seria. Mi marido había seleccionado una minifalda blanca y una chaqueta a juego,  y un suéter de color verde pistacho. El suéter era de hilo. No había sujetador y las bragas eran unas tangas blancas. 

Me sentía el objeto de todas las miradas, desde que atravesé el portal del edificio. Los compañeros de trabajo clavaban sus ojos en mis pechos. Mis compañeras chismorreaban a mi espalda, pero al fin y al cabo, iba como mi marido me dejaba. Mejor dicho, como me había ordenado vestir.

Me llamó a mitad de la mañana. Estaba cerca y quería desayunar conmigo. Salí de la oficina y le saludé con un beso discreto en la cara. Me llevó a una cafetería nueva.  Nos atendieron y nos pusimos a desayunar, sentados en una mesa, en un lugar apartado.

-¡Qué bien te sienta esa ropa, Lola!-

-Bueno, no sabes lo revolucionados que les tengo a todos en la oficina-

-Eso me gusta. Me gusta poder presumir de mujer.-

Antonio sorbió la copa de café y me miró. –Veo que llevas toda la ropa que te dejé. Y veo que no llevas la que no quería que te pusieras.- Me dijo mirando mis pezones.-Sólo hay un detalle que tengo que comprobar.-

-¿Cuál?- Le dije, intrigada. –Quiero saber si te has puesto las tangas.-

Antes de dejarme hablar, sacó del bolsillo de su chaqueta un objeto de tela, que intuí que eran otras tangas. –Ahora vas a ir al servicio y te vas a cambiar de bragas, y me vas a dar las que llevas puestas ahora.-

Me levanté sin rechistar y fui al servicio a cambiarme unas tangas por otras. Al volver le dejé las bragas en la mano. Mi marido se las llevó disimuladamente a la nariz y las olió. -¡Humm! ¡Este olor es el de tu sexo, Sí! Ahora te las voy a devolver, y cuando llegue a casa, me gustaría que las llevaras puestas otra vez.-

Cuando mi marido llegó a casa, me encontró cocinando. Me besó en el cuello y comenzó a subirme la falda. –Veo que eres una chica obediente.- Me dijo a la oreja.  Yo seguía delante de la sartén, con los sentidos puestos en mi marido. Sus manos manosearon mis nalgas y sus dedos se deslizaron entre ellas para encontrar mi sexo, que se había humedecido a medida que se acercaba el momento de que él llegara a casa.

Después de comer, yo tuve que salir a trabajar, porque tengo horario partido. Me fui pero me cambié de bragas. Me puse las bragas que me había dado él por la mañana. Acabé el trabajo y volví a casa. Estuve viendo la tele y tonteando con el ordenador.

Cuando mi marido llegó, lo primero que hizo fue preguntarme -¿No se te habrá ocurrido cambiarte las bragas?-

-Es que estaba incómoda con ellas. Se me habían empapado…- Le dije como no entendiendo cómo le daba explicaciones sobre esto.-

Me levantó la falda.- Me has desobedecido- Me dijo mirándome fijamente. Yo sabía que no estaba enfadado. Conozco a mi marido.  Me dio un par de azotes en las nalgas.

- Plassss, Plassss.-

-¿No era así como lo hacía Mónica?- Me dijo. Asentí con la cabeza.

-Este castigo no es sólo por cambiarte de bragas sin mi permiso, es porque no me has sido sincera-

-¿Sincera? ¿NO te he contado ya lo que querías saber?- Le dije poniendo mi cabeza en su hombor mientras dejaba que me manoseara las nalgas.

-Pues no; No lo has sido.-

-¿Por qué dices eso?-

-Verás. Me has dicho que al acabar el Instituto acabaste con lo de Mónica, pero yo sé que no es así. Además, tú me contaste que perdiste la virginidad ese verano, con el primo de una amiga.-

Empecé a sentir una nueva inquietud. ¿Cómo había conseguido mi marido  relacionar mi pérdida de virginidad con Mónica? Me sentí de nuevo atrapada pero no estaba muy decidida a hablar de ello.

-Cariño, me dijiste que me lo contarías todo- Me dijo mirándome como si estuviera defraudado.- Sé que fue el primo de Mónica el chico con el que hiciste el amor por primera vez. Sé que formasteis un trio muy curioso aquel verano. ¿Quieres que te diga yo todo lo que se?-

Me senté en el sillón y junté las piernas, y después de poner mi cara entre las piernas, empecé a contarle lo que sucedió el último verano que pasé en el pueblo.

 

-Mónica se fue en Julio de vacaciones. Para mí fue un alivio  al principio librarme de ella aunque sólo fuera un mes, pero luego empecé a echar de menos sus juegos sexuales. Por otra parte, seguía marcada como una chica facilona que igual le gustaban los chicos que las chicas. No salía de casa, porque las chicas no querían saber nada de mí, y los chicos sólo me buscaban para ver que conseguían de mí.

Así que un día 1 de agosto, Mónica me llamó y me dijo que había vuelto de vacaciones. Que quería verme.

Quedamos por la noche. Estaba muy guapa; Morena, porque había estado en la playa. La besé como me había enseñado. Estuvimos con sus amigas. La acompañé al servicio cuando me lo ordenó. Cerramos la puerta y nos abrazamos, y nos besamos apasionadamente. Su lengua se colaba por mis dientes y la mía entre los suyos. Me levantó la falda y comprobó que llevaba las tangas que me había ordenado. Me tocó. Me acarició y comenzó a masturbarme, pero  alguien llamó a la puerta, así que lo dejamos para más adelante.

 Nos recogimos cuando ella quiso. Yo siempre estaba supeditada a ella.

Nos perdimos en una esquina d una calle oscura. Conocíamos bien el lugar porque era un sitio donde una chica puede orinar en un momento de urgencia sin que nadie la vea. Nos abrazamos y nos besamos en la boca de nuevo. Me subí la falda, porque quería que me terminara de  masturbar.

Comenzó a tocarme como antes, mientras me pedía que me desabrochara la camisa. Me desabrochó el sostén y me comió los pechos, mientras me masturbaba, sobándome el clítoris con el dedo.

Luego me dijo que iba a hacer algo que le había enseñado una chica en la playa, y me bajó las bragas. Me quedé quieta mientras que se agachaba. Sentí la punta de su nariz en mi pubis y luego la punta de su lengua, húmeda, suave, lamerme entre los muslos. Me abrí de piernas lo que pude, incluso me deshice de las bragas en una de mis piernas, y sentí su lengua recorriendo mi sexo.

Su lengua era algo a lo que yo no estaba acostumbrado, y me arrancó rápidamente un orgasmo. Pero no paramos ahí. Parecía que me había echado de menos, así que a continuación me introdujo el dedo y comenzó a moverlo dentro de mí, hasta hacer que me corriera dos veces. De nuevo era la puta de Mónica.

Al día siguiente me invitó a la piscina de su tía, Me explicó que vivía en un chalet y que estaba de vacaciones, por lo que le había dicho, a ella y a su familia  en general, que fueran al chalet y usaran la piscina cuanto desearan.

Quedamos en la calle. Como siempre la besé en la cara. Fuimos andando. Me enseñó el bañador que debía de ponerme para ella. Era un bikini indecoroso, y más lo sería aún si comprobábamos que no se nos veía desde ningún lugar, porque entonces sólo me pondría la parte de abajo.

En el chalet estábamos a nuestras anchas. Mónica me animaba a untarle crema pro su cuerpo. Aguantaba pacientemente que yo le untara crema sobre su cuerpo. Todo su cuerpo. Se quitaba la parte de arriba y yo untaba la crema por sus pechos con la delicadeza con la que se lo haría a una diosa. También le untaba por las nalgas, desnudas prácticamente al ir vestida por el tanga. Luego me tocaba a mí.

Me tumbaba en la tumbona y Mónica se pasaba media hora untándome la crema por todo el cuerpo.  Se divertía viendo como reaccionaban mis pezones cuando los rozaba y los embarduñaba con la crema. Se excitaba al ver como mi crestita crecía cuando colaba los dedos ente mis labios, aunque sin meterlos en mi interior, porque me hubiera podido traer infecciones. Luego me obligaba a dar la vuelta. Yo separaba mis piernas y me quedaba quieta mientras ella untaba la crema en mis nalgas, cada vez más cerca del ano, hasta que  me hacía sentir la fría crema en mi ano.

Nos bañábamos juntas, desnudas; Dejando los bañadores cerca del borde de la piscina. Empezábamos jugando, pero Mónica me acorralaba en una esquina y comenzábamos a besarnos. Mónica metía su muslo entre mis piernas. Yo me solapaba y dejaba que ella moviera su muslo, restregándolo contra mi coño. Yo me abrazaba a ella y me movía sobre su muslo conforme me iba excitando. El frío me desinhibía bastante, por lo que a veces Mónica se tiraba mucho tiempo masturbándome antes de que me corriera, silenciosamente para no despertar la curiosidad de los vecinos.

Otras veces, Mónica me cogía de la mano y me llevaba a un lugar de la parcela donde nadie podía espiarnos. Entonces me ponía de cara a la pared con los brazos extendidos, y Mónica me azotaba y luego se colocaba detrás de mí y me comía entera. Separaba mis nalgas y pasaba la punta de la lengua por todo mi sexo, hincando su nariz entre mis nalgas. Si yo hacía algún ruido, ella me azotaba. Así que cuando me corría, me mordisqueaba a mí misma en la mano, sin hacerme daño, pero de esa forma evitaba gemir.

A veces se excitaba tanto que me obligaba a lamerla. Me tomaba de la mano y me llevaba dentro de la casa, a la que sólo accedíamos para hacer pipí. Se bajaba la parte de abajo del tanga y me obligaba a arrodillarme delante de ella. Me cogía de la cabeza con las dos manos y me la colocaba delante del coño, y yo lamía. Notaba como su crestita crecía y de su sexo comenzaba a emanar un olor picante, y eso me animaba a lamer más, con más ganas.

Cuando ella estaba a punto, me cogía la cabeza con fuerza y la pegaba entre mis muslos. Yo pegaba mis labios a los de su sexo y sacaba la lengua y recorría su coño todo lo que podía. Y entonces llegaba mi premio, al notar como su vientre comenzaba a moverse y se empeñaba en restregar todo su coño contra mi cara.

Por la noche, también me masturbaba, en aquel rincón oscura de esa calle sin tránsito, donde sólo los gatos veían lo que sucedía.

Así pasaron dos o tres semanas, hasta que vino su primo, Mario. Mario lo fastidió todo.

Mario era un primo que venía todos los veranos y que se colgaba a Mónica. Tenía algún año menos que ella y tradicionalmente, como Mario venía sólo un par de semanas durante el verano, no tenía amigos y sus padres se lo encasquetaban a Mónica, con el beneplácito de los padres de Mónica, y Mónica transigía.

Mario era un chico tímido, poco hablador, que hubiera pasado desapercibido a no ser porque nos estorbaba. Venía con nosotras a la piscina y con nuestras amigas, sin causarnos problemas, pero nos cortaba el rollo. Y no conseguimos quitárnoslo de encima.

Era más bajo que nosotras y más delgado. No era precisamente un culturista. Lo único que llamaba la atención es que era observador e inteligente.

Un día Mónica me llamó por teléfono. Me dijo que tenía que contarme un secreto, así que quedamos por la mañana. Me dijo que había conseguido que Mario le confesara que yo le gustaba mucho. Vamos, que se había enamorado de mí.  A mí no me hacía gracia ser la musa de aquel chico, que de seguro se masturbaba pensando en mí, pero a Mónica si le hacía gracia, así que decidió explotar la situación.

Mónica me llamaba y e informaba de sus trabajos de alcahueta, que yo no le había pedido. Es más, me ponía en un compromiso, porque yo no deseaba nada con el monigote de Mario, pero ella le insinuó que yo le correspondía a Mario. Yo me había acostumbrado a obedecer a Mónica y a no rechistar.

Ese día, hice top-less en la piscina, animada por Mónica. Mario miraba cayéndosele la baba. Mónica empezó a untarse crema (habíamos dejado los jueguecitos lésbicos, no fuera a ser que Mario se chivara) y al terminar comenzó a untarme la crema a mí. De pronto dijo que iba al baño y le encargó a Mario que siguiera untándome crema, por todo el cuerpo.

 Yo me quedé quieta mientras el monigote aquel me untaba la crema por el vientre y los pechos, con una técnica mucho menos sofisticada que Mónica, que seguro que nos observaba desde alguna ventana del chalet. Mario hacía su trabajo torpemente, pero ese estilo rudo también me gustaba. Mario no sabía por dónde seguir, así que me di la vuelta para que me frotara la espalda y después de un rato de indecisión se puso a frotarme las nalgas.

Cuando acabó, observé que Mario estaba empalmado y tenía una manchita de humedad en el bañador. Salió Mónica y le preguntó si me había untado ahí, entre los muslos, Mario le respondió que no. Ella insistió en que lo hiciera, pero Mario no se atrevía.

Mónica le dijo que no me guardara tanto respeto; Que yo estaba muy caliente; Y le hizo una exhibición. Metió la mano entre mis muslos mientras me besaba en lo boca. Me mojé al sentirme observada por Mario. Lo miré de reojo, de arriba abajo y me corrí en la mano de Mónica al percatarme de que la mancha en su bañador comenzaba a crecer por cada pequeño latigazo que su pene provocaba rítmicamente en la tela de su bañador.

Esa noche,  Mónica me propuso ir al cine. Me advirtió que me llevara una falda corta y ancha y una camiseta de tirantes. Cuando estaba esperándola en la puerta, la vi venir con el coñazo de su primo, que ahora me interesaba un poco más.

Era un rollo de película y el cine estaría medio vacío. Abundaban entre los espectadores las parejas de novios, y a la hora de la verdad, no fue fácil para Mónica encontrar un lugar discreto.

Me coloqué entre Mario y Mónica. Al principio, fue una película corriente, pero luego, Mónica se encargó de animar la sesión. Me susurró al oído que me quitara las bragas y el sostén. Mario observó asustado lo que hacía. Luego, Mónica extendió su mano por encima de mi cuerpo y agarró la mano de Mario. Me levantó la falda y me ordenó que abriera las piernas y colocara mis brazos en los antebrazos de mi butaca.

Mónica dirigía la mano de Mario. La introdujo por dentro de mi camiseta y la colocó en mi pecho. Mario comenzó a sobarme el pecho, mientras Mónica desplazaba su mano hacia el otro seno. Giré la cara para besarla. Meneó la cara para negarme el beso y me indicó con un gesto que le besara a él. La primera vez lo rechacé, pero cuando empecé a mover las piernas, a abrirlas y cerrarlas, por la excitación , le entregué al inexperto Mario mi boca, y luego se la entregué a Mónica, que esta vez si la aceptó.

Mónica extendió su otra mano y agarró la otra mano de Mario, y la colocó en el lateral interior de mi muslo. Le ayudó a deslizarla hacia arriba y pronto sentí la temerosa palma de la mano de Mario en mi coño. Mónica le cogía el dedo y lo frotaba contra mi clítoris y luego, me lo metía entre los labios de mi sexo.  Contraje mi vientre y les ofrecí todo mi sexo.

Entonces Mónica hundió el dedo de Mario dentro de mi coño. Gemí de placer. Mónica me tapó la boca, y me pellizcó el pezón, para que me callara. Ahora Mario movía el dedo por iniciativa propia. Me acordé entonces de la escena de la piscina; De la mancha en el bañador de Mario que crecía y se expandía por el semen que emanaba de su polla. Extendí mi mano hasta su bragueta y me puso a manosearle el pene excitado.

Mónica separó la mano de mi pecho y la puso sobre la  mano de Mario, empujñandola para que me metiera el dedo profundamente, y haciendo que el dedo se me moviera dentro. Yo entonces extendí mi otra mano y la puse en el muslo de Mónica, buscando su sexo. Llevaba pantalón pero al colocar la mano en el centro, pude sentir su calor y húmedad. Nunca me dejaba que la tocara con la mano, pero ese día me lo consistió.

Me corrí al notar que el pene de Mario se agitaba dentro de su pantalón y soltaba su semen, que se expandía por el pantalón. Al notarlo, Mónica comenzó a masturbarme, metiendo otro dedo junto al que me metía Mario. Mónica  mientras cerraba las piernas y me aprisionaba la mano. Durante algunos segundos nos corrimos los tres a la vez.

Algunos espectadores se dieron cuenta de algo, y se inició un murmullo. Mónica y yo nos levantamos y nos fuimos al baño. Dejamos sentado a Mario en la butaca, encogido y avergonzado.

AL entrar en el baño, Mónica me empujó contra la pared y se agachó para comerme el coño. Empezó moviendo la lengua entre mis labios. Yo separaba los labios para ofrecerle mi clítoris, que ella mordía y lamía alternativamente. Su lengua se concentraba en mordisquearme el clítoris o los labios, cuando sin avisar me daba una gran lamida, introduciendo su lengua ligeramente en mi vagina.  Y así hasta que me corrí en su boca.

Cuando salimos, nos encontramos esperando al pobre de Mario, que se había sacado la camisa para que no se le viera la mancha de su semen en el pantalón.

Nos fuimos un rato los tres a dar un paseo. Mónica le preguntó a Mario si quería ser mi novio. El le dijo que sí, pero que yo era novia de Mónica. Mónica le dijo que sólo éramos amigas, y que si quería, yo sería se novia. Yo no dije nada. Aceptaba lo que Mónica decidiera. Mario me besó en la boca. Estábamos los dos enfrente. Era bastante más bajo que yo. Mónica me alzó la falda y Mario me agarró de las nalgas. Mario me azotó el culo, y entonces sentí la necesidad de abrir mis labios para meter mi lengua entre sus dientes.

Los siguientes días del verano trascurrieron para mí sintiéndome la puta de Mónica y de su primo. -

 

Miré a Antonio de reojo. Estaba extasiado. Pude observar una enorme excitación en su pantalón, e incluso esa manchita de humedad. Que años antes había detectado en Mario, así que di por terminado mi relato.

Antonio me miró fijamente .- ¿Te gustó?... ¿Te gustó pervertir a un chico más joven?.-

-Bueno, la verdad es que yo tenía una actitud pasiva. En realidad fue Mónica-

-¡Y una mierda! ¡Tú consentiste con todo!- Me dijo. Miré al suelo humillada y quise llorar.

-Eres una puta adorable. Tengo un tesoro de morbo en casa y no lo he sabido aprovechar.- Me dijo, cruzando las piernas.- Desnúdate, zorra, te voy a dar tu merecido.-

Antonio nunca me había hablado de esa forma. Nunca me había llamado zorra. Si hubiera sido una señora, le hubiera arañado la cara, pero mi marido me decía la verdad.  Me había comportado en el pasado como una zorra. Me desnudé. No tenía motivos para pribar a mi marido de aquello a lo que tenía derecho por el contrato conyugal. Dejé la ropa en el suelo desordenadamente, primero la falda, luego el suéter, el sostén y las bragas de la discordia.

-Acércate y tráeme tus bragas.- Me dijo recorriendo mi cuerpo con la mirada. Le obedecí. Me agaché para recoger mis bragas y me acerqué. Me agarró por las caderas, mientras miraba mis pechos y me miraba a los ojos. Me agarró de las nalgas. – De manera que te va todo: te van las chicas, te va la dominación, te van los jovencitos.-

Lo miré avergonzada y cerré los ojos.  Sentí como tiraba de mis caderas hacia él, y colocaba sus piernas entra las mías. Me senté sobre sus piernas,  flexionando las piernas como si estuviera de rodillas.  Mi marido sacó las bragas de un bolsillo y me las enseñó tomándolas por una mano y dejándolas  caer. -¿Sabes que voy a hacer con estas bragas? Te voy a atar.-

Me resistí a que me cogiera las manos y las pusiera en la espalda, aunque no lo hice a conciencia. Era parte del juego el que me resistiera. No era la primera vez, la verdad. A veces me había atado las manos a la espalda con las medias.  Eran nudos que se deshacían en cuando me proponía, cuando estaba muy excitada y mi orgasmo estaba próximo, entonces buscaba su cuerpo, o sus manos y lo agarraba con fuerza.

Pero esa tarde, Antonio metió mis manos por las apreturas del tanga, y lio la prenda en mis muñecas hasta que los dos sentimos que estaban bien atados.  Mi marido me puso la mano en la espalda y yo, al sentirme con apoyo la arqueé mientras sus labios recorrían mi torso y mi pecho.

-Abre las piernas y ponlas en los brazos del sillón.- Me dijo. Levanté una rodilla y la coloqué en un hombro y luego hice lo mismo con la otra. Mi sexo estaba a la altura de su pecho. Me azotó las nalgas y me apretó contra él. En mi pubis, mis pelos rubios rizados se mezclaban con su lengua, que pronto encontró la hendidura entre mis labios y empezó a lamer y mordisquear con los labios mi clítoris.

Me agaché para rozarle. Sentí su pene endurecido debajo de la tela del pantalón, así que le abrí la cremallera de la bragueta y metí mi mano para acariciarle el pene y cogerle los testículos. Mi marido se bajó los pantalones, desabrochándose la correa y el botón, y se bajó también los calzoncillos, Mis dedos se fundieron con su escroto. 

Hice un movimiento con la cintura de forma que mi sexo recorrió su pene desde la base. Antonio entonces me agarró del pelo. Pude ver su cara desencajada antes de echar la cabeza hacia detrás. Me cogió por detrás de la rodilla y me dirigió la pierna, hasta colocar el tobillo en la parte de detrás del hombro del sillón, y luego hizo lo mismo con la otra pierna. Ahora estaba muy abierta de piernas y tenía a mi marido debajo., Mi cuerpo aplastaba su pene. Lo sentía caliente debajo de mi sexo.  

Como estaba con las manos atadas a la espalda, yo no podía hacer nada más que subir y bajar el cuerpo flexionando las rodillas. Antonio se las apañó para colocar el pene en posición y yo para engullirlo dentro de mi coño.  Empezamos a movernos al compás, él contra mí y yo contra él.  Yo sabía que cuando él estaba debajo, yo debía moverme despacio y así lo hice.  El por su parte movía sus caderas y en sus embestidas, también considerablemente lentas, provocaba que mi cuerpo subiera suavemente cuando su vientre impactaba entre mis muslos, y sus muslos en mis nalgas.

Si hubiera estado suelta, habría rodeado su cuello con mis brazos y lo hubiera mirado a los ojos, pero así, era imposible. Si me tiraba del pelo, miraba al techo, y cuando me soltaba, caía sobre él, y mis pechos recorrían su torax. Me gustaba la sensación que sentía cuando mis pezones se rozaban con el vello de su pecho y sus músculos fuertes.

Empecé a sentir el climax, y comencé a moverme con más determinación.  EL Pene de Antonio entraba y salía de mi vagina. Me agarró por los hombros para que no me separara de él.  Yo arqueaba la espalda y lanzaba al aire mis gemidos de placer, mientras él arqueaba la espalda también y lanzaba en mi vagina su semen caliente. Nos corrimos los dos y nos quedamos sentados, él sobre el sillón y yo sobre él, en sentido contrario, con las piernas abiertas a ambos lados de los brazos del sillón y mi cuerpo apoyado sobre el suyo, besando sus hombros y sintiendo sus manos en mis nalgas.

egarasal1@mixmail.com

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