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Lesbosumisión (III)

en Dominación

Jugando con Eva.. Parte III

(Dedicado a una amiga mía de Vitoria, a la que no me importaría dar unos azotes en el culo)

-EL REENCUENTRO-

Aquella mañana, cuando volvía a casa después de dejar a mi hijo en el colegio, recibí una alegría inmensa. Acababa de levantar la vista de aquel escaparate justo en la esquina frente a mi casa y me dirigí a cruzar la calle, cuando al otro lado del semáforo, ella me esperaba. Me miraba fijamente, sonriendo pícaramente. Al principio me negué a pensar que era ella, pero no había duda y pronto mi expresión de sorpresa dio paso a una mueca de felicidad.

Eva se había dejado el pelo un poco más largo y seguía tan delgada y elegante como siempre. Al sentirla cerca de mí, una vez crucé la calle, no pude evitar abrazarla y ella a mí. El olor de su perfume me trajo gratos recuerdos medio olvidados. Eva quiso besarme en la boca pero yo la rehusé, intentando disimular, pues en i barrio la gente me conoce.

-Te fui a buscar.-

- Ya lo sé, no tuve más remedio que irme. Me buscaba un marido celoso.-

- ¿Dónde estás ahora? ¿Por qué no e dijiste nada?.-

- Pasaba de ti como tu querías pasar de mí.-

- Eso no es cierto. Yo sólo quería distanciar nuestros encuentros.-

Eva guardó silencio. - ¿Me invitas a un café?-

Fue una temeridad permitir que Eva subiera conmigo a mi casa. Estaba la chica del servicio, y por eso me atreví a subirla. La verdad ess que no sabía si quería que sucediera algo o no. Lo cierto es que nada más meternos en el ascensor, Eva se abrazó a mí y esta vez ya no me pude negar a besarla. Después de meses probaba sus labios blandos. No notaba sus aires dominadores. Dejé que me cogiera por la cintura y que me besara mientras me entregaba a ella sin quitar los ojos de la luz que indicaba la llegada a casa.

Me aparté de ella bruscamente y abrí la casa invitándola a entrar. Le dije a Tere, la chica del servicio, que nos preparara dos cafés y que nos los llevara a la salita. Me puse celosa al ver como Eva la miraba, pues Tere ess una chica joven y en ese momento, la creí muy guapa. Casi me sentí enfurecer.

Las dos nos sentamos e intentamos reconducir la conversación hacia temas "políticamente correctos" mientras no tuvieramos la seguridad de que Tere se concentraría en sus labores. Le enseñé la foto de mi marido y de mi hijo y mantuvimos una conversación en la que con aspecto inocente nos trasmitíamos datos para tener un nuevo encuentro. Eva me miraba descaradamente. Se reía mientras me desnudaba con la mirada. A mi eso me hacía derretirme. Fingía que aquella manera de mirarme me importunaba, pero en realidad me ponía hecha una pasa, por lo que tomé buena nota de su dirección, de su horario y de su teléfono y cuando me despedí de ella, en la puerta de casa, me rozó la mejilla con la palma de la mano y me invitó cariñosamente a hacerle una visita.

Aquella mañana estaba decidida a visitarla. Me arreglé como si fuera a reunirme por primera vez con un novio sabiendo que tendría sexo. Me puse mis bragas más excitantes, aquellas que dejaban desnudas mis nalgas por detrás, un sostén que era una miniatura, me puse una falda muy discreta, pero llevaba en el bolso una que era una auténtica indecencia. Me puse unas medias de encaje y un suéter ajustado y muy escotado, que se disimulaba con una decente rebeca que me pensaba quitar antes de que Eva me recibiera.

Preparé una barra de labios rojo intenso y una sombra de ojos de color y conforme dejaba a mi hijo en el colegio, en el primer aparcamiento por el que no pasaba mucha gente, saqué un espejo y me transformé. Tenía pinta de hortera, como si fuera una pueblerina jovencita y calentona. Lo sabía en el fondo, pero le gustaría a Eva, a la que empecé a atraerle cuando era una chica de barrio, en el instituto.

Eva vivía en una urbanización de casas adosadas. Había mejorado bastante en esto con la mudanza y me fue fácil colocarme la minifalda por debajo de la que llevaba y sacar ésta para dejar la más corta. Al llegar a donde ella vivía, aparqué el coche frente a su portal y sentí un frío glacial en los muslos, más debido a la vergüenza que a la temperatura. Toqué al timbre. Temí que no estuviera, pero ese coche junto a su puerta me hacía esperar lo contrario. Al fin oí los pasos de aquellas botas camperas que hacían imponer respeto.

Eva me abrió vestida con aquellas botas y un pantalón vaquero corto, cortísimo y deshilachado. Tan corto que podía ver el pliegue de sus nalgas cuando se dio la vuelta. Llevaba una camiseta muy limpia, pero viejísima, y debajo de ella, sus reducidos pechos se movían con libertad. No demostró estar sorprendida al verme. Me besó políticamente y me invitó a pasar. Yo deseaba darle un ósculo pero comprendía que teníamos que guardar las apariencias, pero es que tampoco me besó como yo esperaba cuando cerró la puerta.

-Vienes muy elegante.- Me dijo sarcásticamente, haciéndome pensar que quería humillarme, que quería vengarse de mí, a pesar de lo cual, yo estaba dispuesta a humillarme con tal de volver a sentir su mano sobre mi piel y el sabor de su sexo en mis labios. –Tú tampoco vas mal vestida.- Le dije para devolverle la ironía. Eva sonrió.

Seguí a Eva en su visita guiada a su casa. La había comprado, me decía, con unos ahorros y asumiendo una hipoteca. No sabía en que trabajaba Eva y no me atrevía a preguntárselo. La casa tenía un estilo minimalista. Ya sabéis, pocos muebles, menos cuadros y mucha pared. El salón apenas tenía una mesa baja, con un sofá y dos sillones alrededor, y en frente, el mueble de la tele. Una gran alfombra cubría media habitación. La cocina tenía unos muebles lisos, fríos y elegantes como la propia Eva, de color blanco y crema. En la planta baja había un baño con un plato de ducha. Muy útil, me decía, pero desdecía la decoración de la casa. Me sorprendió la gran cama en la que sólo dormía ella y las víctimas de sus encantos. El cabecero era de hierros delgados y largos y había a los piés de la cama un adorno haciendo juego, aunque más bajo. Un sillón rojo a un lado y al otro un espejo de cuerpo entero, un mueble de época de los que se ponían en los hall o recibidores de las casas antiguas, con una barra de hierro atravesándolo en sentido horizontal, para dejar los paraguas y unos adornos de hierro a los lados, en las esquinas superiores, para sostener unas repisas. No era un mueble para dormitorio, aunque quedaba bien.

El cuarto de baño de arriba era otra cosa. Tenía una bañera grande y ancha. Era una minipiscina. Un espejo grande delante del lavabo y otro encima de la bañera. Había un segundo dormitorio donde Eva tenía instalado un potente ordenador y una librería. Eva me abrió un armario empotrado. Allí tenía un arsenal de falos de goma, cadenas, esposas, pulseras y correas. Sentí que me miraba y me estremecía. De repente empecé a comprender el sentido de aquella casa. Eva me dijo que sóloquedaba por enseñarme una habitación. La cochera.

Yo me preguntaba por qué dejaba el coche en la calle teniendo cochera mientras bajaba cogida de la mano de Eva por la escalera. Eva adivinó mis pensamientos y me aclaró que normalmente encerraba allí el coche, excepto cuando organizaba una fiesta. Era una escalera estrecha y que sólo quedaba rematada por una puerta que tras abrirla dio paso a un oscuro trastero. Eva encendió la luz y allí estaba una habitación enlosada, con rastros de aceite y olor a gasolina. Eva me llevó de la mano hacia una caja de cartón de esas en la que van los folios.

-¡Uhh! ¿Qué tenemos aquí?.-

Eva sacó un collar de perro, seguramente el que ya utilizó conmigo hacía meses. Comenzó a ponermelo. Yo no me pude resistir. La verdad. No había nada que deseara más en el mundo en aquel momento que volver a ser la perrita de Eva, volver a sentirme su juguete sexual. Eva me ordenó que me desnudara. Cogió de la caja unos panties de red y se quitó los pantalones cortos para colocárselos. No llevaba nada debajo. Pude ver su culo redondo encima de sus largas piernas. Yo me quité la camiseta escotada. Aquella falta de prolegómenos, en cualquier circunstancia no me hubiera gustado nada, pero en mis relaciones con Eva, me hacían sentir más sumisa y mi humillación iba emparejada a mi excitación. Me dolía que no me mirara ni por el rabillo del ojo.

Me quité la falda y me quedé en bragas. -¿Quieres quitarme las bragas?.- Le dije. A cualquiera le hubiera seducido mi proposición.

-¡No! ¡Quítatelas tú! ¡Y los zapatos!-

Eva me dio unos zapatos de suela altísima Unos zapatos de plataforma que levantaban mi altura un palmo, pero eran incomodísimos para andar. Luego, siguiendo un ritual, le ofrecí una de mis muñecas y puso en ella un extremo de unas esposas y pasándola por detrás de mi cuerpo, se fue a unir a mi otra muñeca. Ya volvía a ser suya.

-Ahora...puta desleal...Vas a pagar por quererme abandonarme.- Me dijo mientras buscaba en la caja algo que resultó ser un espantamoscas.

-¡Yo no te quería abandonar. Sólo...!-

Eva me cogió de la cara con fuerza y se acercó a mí exageradamente.- ¡Sólo me ibas a dejar tirada!.- Y mientras decía esto, deslizó su mano por mi vientre y enredó sus dedos entre los vellos de mi sexo.

-¿Te acuerdas de esto?.- Eva tiró de mi vello y sentí un dolor que me hizo quejarme. -¡Ay!-

-No te quejes aún...vas a tener oportunidad!- Y al decir esto me llevó contra una pared en la que el cemento raspaba la piel de mi vientre, mis muslos y mis pechos. Eva apoyó mi cara contra la pared, de medio lado. -¡No te muevas de ahí!.-

De repente la vi de reojo mover el espantamoscas, y acto seguido sentí en mis nalgas el calor y el dolor del impacto del plástico en mis nalgas. Lo volví a sentir una y otra vez. Eva cada vez me daba más fuerte. Yo chillaba de dolor hasta que al fín no pude reprimir unas lágrimas.

Eva see acercó a mí y sentí el plástico rozar mis nalgas. Lo que debía ser un cosquilleo me pareció una sensación cortante. Le pedí que no me pegara más.

- No he acabado aún. Recibirás azotes en todas las partes de tu cuerpo.- Y mientras decía esto me hacía sentir aquel objeto profano deslizarse entre mis piernas.

Eva tiró del collar de perra de mi cuello hacia abajo. Me puso de rodillas y me llevó contra sus muslos. Sentí en mi cara la red de sus medias. Busqué entre sus piernas su sexo, pero ella me lo negaba -No es el momento...aún no es el momento.-

Me volvió a poner de pié pero esta vez de cara a ella, y lejos de la pared. Yo no la miraba. Aún se me escurría alguna lágrima cuando sentí un dolor enorme en uno de mis seno. Eva me castigaba con su particular fusta, azotándome los pechos. Lo hacía con menos fuerza que antes. Me consolaba pensando que la había enternecido, aunque mis pechos aguantaban estoicamente la azotaina. No duró mucho aunque el dolor fue intenso. Luego Eva me ordenó que separara mis piernas y me fustigó la parte baja de mis nalgas, introduciendo el matamoscas entre mis muslos.

Sólo me fustigó una vez y después me soltó las manos. Yo pensaba que había finalizado pero me ordenó que extendiera las manos y recibí seis matamoscazos en cada mano, tres por delante y tres, por detrás.

Me volvió a poner de rodillas. Yo estuve a punto de perder el equilibrio, debido a los zapatos exageradamente altos. Aunque me afanaba en buscar sus sexo en su regazo, para calmar su sed de azotarme, ella me rechazaba y me obligó a tumbarme. La obedecí cuando me ordenó que recogiera mis piernas con mis manos. Yo le ofrecía ahora mi sexo entre mis piernas abiertas. Me ordenó que pusiera mis manos más cerca de las rodillas y entonces sentí los azotes sobre mis muslos, la parte trasera y la interior. Y por fín, estrelló cinco veces el matamoscas sobre mi sexo, con una presión que me producía un mezcla de placer y dolor.

-¡Amo!- Le grité -¡No me pegues más! ¡Déjame o tómame y haz conmigo lo que quieras!.-

Sólo al sentirme pedirle de nuevo que me dejara tiró el matamoscas lejos de sí. Se puso de rodillas frente a mí y sentí sus manos sobre mis muslos maltratados. Yo me relajé. Posé mis pies en el suelo y comencé a sentir su cálida lengua como un bálsamo recorrer cada zona maltratada, las nalgas, los muslos, luego los senos y aún las manos, para volver de nuevo a los senos, los muslos, las nalgas y al fín, me sexo que empezaba a despertar y a desprenderse de aquella sensación dolorosa para sentir el placer de que ahora me proporcionaba su lengua.

Sentía en mi culo las frías baldosas y aún la sucia y pringosa sensación de alguna gota de aceite de coche en mi espalda, pero sobre todo sentía un placer que parecía inmenso en comparación con la dura azotaina recibida. Extendí las manos lejos de mi cuerpo, a pesar de que deseaba restregarme mis senos, en un intento por evitar que llegara un inminente orgasmo y porque sabía que a ella le gustaría verme así, renunciar a mi autosatisfacción, para entregarme enteramente a ella, y ella me recompensó lamiendo mi sexo con la misma insistencia con la que antes me había azotado, provocándome una cadena de orgasmos que nunca había sentido.

Eva me ayudó a levantarse y la ví bajarse las medias de red y deshacerse de ellas. Nos dirigimos cerca de allí, a la cutre escalera que comunicaba el garaje con el resto de la casa. Eva se deshizo de la camiseta y se sentó desnuda, en la escalera. Abrió sus piernas y tiró de mi collar hacia ella, agarrándome por la argolla. Caí de rodillas y me dirigí con lentitud, como intentando sacar dignidad, hacia su sexo depilado. Lo lamí ampliamente, pues separaba sus piernas todo lo que podía y aquella falta de pelos me invitaba a recorrer su sexo con mi lengua sin temores.

Mi lengua se introducía entre sus labios y el clítoris y aún dentro de la vagina y lo hacía con tantas ganas que Eva parecía enloquecer de placer. Nunca la ví así. Se recostaba sobre el incómodo filo de los escalones y me ofrecía su sexo, confiada en que no me vengaría por el cruel castigo al que me había sometido y la verdad es que a mí no se me pasó otra cosa por la cabeza que producirle placer, tal vez como una muestra más de la sumisión que yo deseaba sentir.

Cuando más concentrada estaba en probar con mi boca la dulce y suave sensación de la más recóndita parte de su cuerpo, Eva se corrió y mientras lo hacía emitía un ronco quejido que acompañaba con un movimiento amplio de caderas que hacía que su sexo rociara toda mi barbilla de su elixir de amor.

Luego nos levantamos y me volvió a coger de la argolla que colgaba de la correa de mi cuello. Iba unos escalones delante de mí, así que yo me dejaba guiar hasta el segundo piso y tras pasar por el corredor llegamos a su cuarto. Nos tiramos a la cama. Estábamos las dos desnudas, con la excepción hecha de aquella correa de perra que me identificaba como su esclava. Ambas nos abrazamos y comenzamos a entregarnos mutuamente a un beso largo. Yo por un momento olvidé mi condición de sumisa y comencé a responder a Eva con las mismas caricias. Suavemente acaricié sus nalgas y aún sus pechos y más aún, me tomé la libertad de introducir mi mano entre sus piernas.

Eva se tumbó y se abandonó a mí. Yo dudaba de lo que hacía y Eva me miraba fijamente al sentir mi mano temblorosa acariciar su sexo depilado y al sentir su humedad en la yema de mis dedos, introducirlos hasta comprender que había encontrado el secreto de su hendidura. Hurgué dentro de él como queriendo apurar un tarro de miel. Eva me pedía que no lo hiciera, que por favor no hiciera aquello. Yo no le hacía caso, la masturbaba dulcemente pero ya decididamente. Quería que fuera mía sin temer el resultado de mi indisciplina y así, al cabo de un rato de musitar que la dejara, sin atreverse a imponer su autoridad sobre mí, la sentí conmocionarse de nuevo y agitarse contra mi mano, mientras yo me tomaba una nueva libertad, la de lamer de su pecho sin su previa aprobación.

Cuando Eva terminó de correrse estuvimos un rato entregadas a un renovado óbsculo apasionado, hasta que sentí de repente que Eva se levantaba, apartándome de ella bruscamente. Miré extrañada como salía de la habitación, moviendo graciosamente su culito. Pensé que iba al servicio pero cuando volvió, la ví aparecer por la puerta con aquello.

Eva llevaba colgando de su pubis un consolador que se sostenía a su cuerpo por medio de algo parecido a una faja. Yo ya sabía cuál era el precio de mi desfachatez y sin darme explicación alguna me agarró del pié. Yo intenté escapar. Hacía meses que no estaba con Eva y por tanto no había probado uno de esos, que sólo los había probado un par de veces y con ella. El consolador me resultó enorme. Era mucho mayor que el pene de mi marido y tal vez, al estar colocado en el pubis de la delgada y elegente Eva, pareciera mayor.

Era inútil resistirse. Pronto Eva me tenía de nuevo agarrada por la argolla. Primero introdujo sus piernas entre las mías. Yo intenté defenderme y la golpeé en la cara pero ella me agarró de las manos y entonces presionó aquello contra mi sexo. No se me ocurrió otra manera de defenderme que recoger un muslo sobre mi vientre mientras le pedía que me diera tiempo, que me dejara hacerme a la idea, pero Eva estaba siendo muy impetuosa.

Me conseguí soltar de una mano y agarrándome al cabecero me dí la vuelta. Fue una torpeza por mi parte, pues en ese momento sentí que me agarraba fuertemente de la cintura y sentí como aquel trasto empezaba a introducirse dentro de mí, del tirón, sin contemplaciones, provocando que de mi garganta saliera un gemido de placentero dolor.

Ya era inútil resistirse. Sus manos me atenazaban los pechos y sentía sus dientes clavarse en mi nuca, entre la húmeda sensación de sus labios que me basaban y me mordían a la vez. Eva escurrió su mano hasta apoderarse de mi clítoris y yo arqueaba la cabeza hacia detrás buscando el máximo contacto de su cuerpo a la vez que procuraba separar todo lo que podía mis piernas, dando mi tácita bienvenida al nuevo usuario de mi vagina.

Eva empujó mi espalda y caí sobre la almohada Giré la cara y allí nos ví a las dos, una detrás de otra. Yo pacientemente sentía las embestidas, la introducción sin compasión de aquel miembro inmenso, negro para más impresión. Detrás ella, delgada, ágil, de pechos pequeños y puntiagudos, que se movían ligeramente cada vez que su vientre tropezaba con mis nalgas. Estiré mi mano hacia detrás y me acaricié el clítoris que aparecía entre los labios de mi sexo, de forma prominente, desafiante, como la crestita de un gallo.

No deseaba hacerlo, incluso intenté reprimirme mordiendome el dedo. No quería concederle a Eva una nueva victoria sobre mí pero al final, comencé a jadear y luego, cuando el orgasmo era inevitable, no pude sofocar mis chillidos cortos y agudos a la par que me movía a un ritmo que fue tácitamente consensuado por ambas.

Me corrí y quedé desfallecida sobre el colchón. Eva se tumbó detrás mía. Sentía sus pechos diminutos y calientes sobre mi espalda. Eva jugaba. Con aquel trasto en la mano, jugaba a pasar la cabeza húmeda por mi propio jugo, sobre mi piel. Sentía su cabeza cerca de la mía y su boca cerca de mi oreja. Una pregunta me llenó de escalofrío. -¿Te han dado por detrás alguna vez?-

Apenas reuní energía para responderle .-¡No!-

Eva jugaba a introducir levemente aquello entre mis nalgas. Yo no lo deseaba. Por lo menos en ese momento y ya, con la medio violación de aquel día, tenía bastante. Me dí la vuelta. Miré a Eva que tenía en la cara una expresión burlona y picarona. Esa expresión que en mi marido me resulta tan irresistible.

Bueno, ese día al menos logré salvar la virginidad de mi ano.

-EL JUEGO DE LA JACA-

Fue una semana muy larga, pero tengo que reconocer que la tomé con otra alegría, con otro estímulo. Es curioso que aquellas experiencias de sumisión me hicieran sentir de esa manera. Respecto a Eva, deseaba que llegara el día que me había ordenado que fuera de nuevo a su nido de sexo. Me asustaba el que pudiera haberse propuesto darme por detrás, pero por otra parte, deseaba tener esa experiencia.

Deseaba sentirme poseída por el sitio que más me podía humillar y sobre todo, si mi humilladora era Eva. Jamás antes lo hice pero ahora, en la ducha, introducía mi dedo corazón entre mis nalgas y atravesaba la barrera inicial de mi ano para hacerme sentir algo remotamente parecido.

Aquel día me vestí de otra forma. Me puse como yo solía vestir, pues tenía que hablar con el tutor de mi hijo. Lo único que no solía lllevar eran aquellas minúsculas bragas alas que no había renunciado. De todas maneras, al salir de la ciudad, me quité el sujetador con unos movimientos de contorsionista.

Eva me abrió la puerta de la casa. Me sorprendió mucho porque iba vestida de amazona. Llevaba un moño recogido que dejaba al descubierto su cuello de cisne y una chaquetilla corta debajo de la que tenía una camisa blanca. Luego un pantalón ajustado y unas botas negras, que aunque eran de montar no llevaban espuelas

-¿Es que no me esperabas?.- Le dije sorprendida de mi indumentaria

-Si ¿Por qué?.-

-es que como te veo así, a punto de salir a montar.-

Eva me contestó con naturalidad.-Sí, voy a montar...Verás, vamos a jugar a un juego. Vamos a jugar a la cuadra.-

Eva recogió algo parecido a una fusta y entonces me miró fijamente. Me agarró del cuello bruscamente y me arreó un fuerte beso, apasionada, casi un mordisco. -¡Tú vas a ser mi yegua!.-

Acepté con naturalidad la orden de desnudarme. Sólo debía quedarme con mis minúsculas bragas de color morado y los zapatos de tacón. Eva me explicó la utilidad de aquella suerte de correajes que tenía en la mano y poco a poco mi visión quedó limitada por unas orejeras, parecidas a las que llevan las mulas. Una correa se cerní a mi frente y de mi nuca salía otra, con un palo que estaba destinado a mantenerlo entre mis dientes, como si fuera lo que llaman el bocado.

Eva ató unas largas riendas a un lado del bocado. Antes os diré que me amarró el pelo detrás con una coleta, después de peinármelo. Yo ya estaba desnuda y ella se puso detrás mía, y con un cepillo de celdas me cepilló con fuerza, sin delicadeza, como si realmente estuvierra cepillando a un caballo. Ni que decir tiene que disfrutaba cada vez que yo hacía una mueca de dolor al sentir estirar de mi pelo.

Mi nombre de yegua era "Sultana". Lo aprendí a la primera orden.-¡Arre!¡Sultana!.- Sentí un chasquido y un latigazo en mi espalda. No se de donde había sacado el látigo. Ni siquiera la veía pues a mi primera reacción de defenderme, siguió un segundo latigazo, así que decidí comenzar a corretear dando círculos. Evidentemente, debía e haberme quitado aquellos tacones, pero Eva impedía que me los quitara y yo, con el bocado en la boca no podía hablar. Además, mis senos votaban mucho más de aquella forma, así que no creo que Eva hubiera deseado que me quitara los zapatos.

Eva me daba instrucciones, que si más rápido, que si más lento e iba recogiendo y soltando cuerda. Estuvo así al menos media hora. Yo estaba ligeramente sudorosa,, pues en la cochera hacía algo de calor. Después Eva me ordenó parar y soltó el látigo para coger la fusta. Me ordenó que me agachara, y la sentí poner sus piernas alrededor mía, poniendo su cuerpo sobre mi espalda. Naturalmente, yo no podía. Eva se dio cuenta y me ordenó descalzarme y luego volvió a repetir la operación.

A duras penas la levanté. Ella se agarraba a mí cogiéndome de mi pelo, lo que ella llamaba mis crines. Me ordenó que la llevara al otro extremo del garaje y yo obedecí. Por el momento la aguantaba pero poco a poco se hacía cada vez más pesada. Al cabo de algunos paseos estaba agotada. Eva me gritaba y sentí la fusta en mi trasero, lo que me animó a andar otra vez el garaje, hasta que Eva se dio por vencida.

Eva me ordenó que me colocara de nuevo los zapatos y cuando estaba inclinada colocándomelos, me empujó hacia delante y me ordenó que me quedara así, a cuatro patas. Sacó de una caja una especie de montura que puso en mi espalda. Ató las correas que la sostenían a mi vientre. Ella se colocó sobre mí y me cogió de las riendas. Sentía en mi boca la presión que hacía que mi cuello se alzara. Pronto entendí el lenguaje. Un tirón hacia la izquierda era ir a la izquierda.

Eva colgaba sus piernas a ambos lados de mi lomo y me ayudaba, pero su peso hacía que me dolieran las rodillas. De vez en cuando sentía la fusta en mi culo, golpear mis nalgas para exigirme mayor brío.

Finalmente, Eva sacó de un cuartito un carro parecido a esos taxis que usan el sudeste asiático, sólo que sin sombrilla. Yo me coloqué detrás de una barra y comencé a tirar. Eva estaba sentada detrás. Me explicaba lo bonito que era mi culo, lo apetitoso que se ponía ante el esfuerzo. Eva tiraba de las riendas y me controlaba a través del bocado que sostenía en mi boca. De vez en cuando sentía un nuevo latigazo, en mi espalda, o en el culo que tanto le gustaba..

Estaba agotada, realmente agotada cuando Eva me soltó el bocado y me quitó las orejeras. Sentí un gran alivio al notar como la correa de mi frente se aflojaba. Eva me obligó a beber agua de un barreño en el suelo. Me puse a cuatro patas y bebí. Luego me ofreció la comida. Eran cereales. Naturalmente, no me podía dar trigo o avena cruda, así que me dio cereales de desayuno, pero también en un barreño.

Luego vino mi limpieza. Después de quitarme las bragas, de pié, y con el mismo barreño del que había bebido, Eva mojaba la esponja y la restregaba por mi cuerpo. Yo estaba quieta, ligeramente echada hacia delante y con la manos apoyadas sobre una mesa. Eva me limpiaba el sudor y de paso humedecía mi sexo. Mostraba su fastidio por que no me hubiera depilado el sexo, pues las yeguas, me decía, no tienen pelos en el coño. Luego sentí hundirse sospechosamente la esponja entre mis nalgas.

De nuevo volví a mi estado anterior, sólo que ahora no llevaba bragas. La correa se cernía a mi frente y las orejeras reducían mi visión. El bocado de nuevo era mordido por mis dientes. Eva se ausentó un instante y vino armada de nuevo, con un juguete, aunque este era distinto, rosa y delgado. No se había desnudado. Seguía vestida de amazona y aquel miembro se sostenía en su pubis por un juego de correas.

Yo me mantenía pacientemente a cuatro patas, amarrada a la mesa esperando a que aquel jinete saliera y al verla no pude por más que mirar hacia un lado como indicándole que estaba dispuesta a que me montara, en un sentido distinto al anterior.

Eva se colocó de rodillas entre mis piernas y sentí primero sus dedos en mi sexo, introducirse ligeramente, como si fuera realmente una yegua a la que sin delicadeza se la toca para ver como está. Luego sentí que Eva tiraba de mis riendas hacia ella. No me podía escapar. Mi cabeza, todo mi cuerpo retrocedía hacia ella. Lo peor del bocado era que me impedía articular palabra.

Eva tiró con fuerza de mi bocado y yo empecé a verme abocada a ser empalada, pues ya lo sentía dentro de mí y al poc tiempo, lo tenía entero dentro y encima Eva tiraba tanto de las riendas que mi cuello se estiraba hacia detrás, o más bien hacia arriba.

Eva entonces comenzó a moverse, amover sus caderas a cabalgarme. Yo no me movía. Debió de juntar las dos riendas en una mano y coger la fusta por que sentí en mi muslo su golpe seco y a Eva gritar -¡Arre!.-

Comencé a moverme contra ella, a restregarme a buscar su ritmo. Eva cogió aún mas cortas las riendas. Sentía su puño en mi espalda y su codo en mi coxis, Con la otra mano azotaba mis nalgas, ya sin fusta, con la mano abierta. Me azotaba una y otra vez, despacio pero sin parar. Yo hubiera deseado hincar los codos en el suelo y esconder mi cara entre mis manos, pero Eva lo evitaba, tirando con fuerza de las riendas. Mis pechos me ardían. Mi vagina sentía un placer inmenso y me sentía poseída totalmente por Eva . Comencé a correrme, emitiendo gemidos de placer que se ahogaban en mi garganta, pues el bocado me impedía chillar.

Eva dejó de cabalgarme lentamente, tan despacio que aún pude sentir un nuevo orgasmo estallar en mi vagina. La fusta rozaba mi espalda y me hacía sentir un cosquilleo que me resultaba placentero e insoportable a la vez. Eva se daba cuenta por la manera en que arqueaba mi espalda a n lado y otro y soltó mis riendas para proporcionarme ese dulce martirio.

Ese día Eva no permitió que la probara. Fue mi castigo por haber osado masturbarla con la mano el día antes. Bueno. De todas formas, los dos disfrutamos mucho.

 

-EL JUEGO DE LA INVITADA-

Mi marido estaba muy cariñoso y fogoso conmigo. Naturalmente, aunque no estaba dispuesta a sacrificar mis sesiones con Eva, yo deseaba esa actitud de mi marido y lo atribuía totalmente a mi cambio de carácter, ocasionado precisamente con mis encuentros con Eva. Entendía a esos hombres que para estar felices necesitan de vez en cuando echar un polvo fuera del matrimonio, y luego vuelven felices y contentos al regazo de su mujer. A mí me pasaba lo mismo.

El caso es que cada vez que llegaba el miércoles, día en el que Eva me recibía, empezaba un nerrviosismo, una excitación, un deseo por morder, de dar un bocadito más a esa manzana pecaminosa de someterme a Eva que me hacía sentir joven, viva, diferente. No sentía más culpabilidad que la de quizás serle infiel a mi marido, pero lo justificaba pensando que nunca, desde que veía a Eva, me había negado a tener relaciones con él, mientras que antes me negaba contínuamente, achacando algún pretexto.

Me sentía bien. Me sentía deseada por todos. Por mi marido, por el vecino, por el hombre del kiosco...Ese día, incluso me sentí deseada por Elena, la madre de Juanjo, un compañero del colegio de mi hijo. Y en lugar de recatarme, me exhibía. Nunca me había comportado así, pero de repente me sentía puta y me gustaba ser puta, aunque sólo lo hiciera con mi marido.

Llegué a casa de Eva. Me la encontré extrañamente arreglada. Digo extrañamente por que Eva no solía pintarse los ojos ni los labios, ni peinarse con una coletita detrás, ni echarse un perfume tan típicamente femenino. Parecía que iba a una fiesta, pues llevaba un traje elegante, largo de falda pero con una gran raja en medio. Era un traje sin manga y muy escotado.

-Hoy tengo una invitada.- Me dijo. Me temía que ya no tendríamos nuestra sesión e incluso me enrojecí pensando que en el fondo la invitada sabría cual era el motivo de mi visita. Veía desde la entrada su perfil, sentada frente a la mesita del salón. Me pareció superior.

Eva me cogió de la mano. En su muñeca, como en su tobillo había unas pulseritas de piedrecitas de colores. Conforme me acercaba a la chica me iba dando cuenta de lo equivocada que estaba, pues se trataba simplemente de una muñeca. Era una gran muñeca.

-Es Kuka, una vieja amiga. Es poco habladora, pero en confianza...podría hacer el amor con veinte hombres seguidos. Uno detrás de otro. Eva se rió. Empecé a entender que aquello se trataba de un juego más de Eva, aunque no entendía en que consistiría. Eva puso música y tres combinados. Una para cada una de nosotras incluída la muñeca. Eva intercalaba caricias en mis muslos y los de la muñeca. Es extraño que a pesar de que reconocía lo inanimado de la muñeca, me sintiera un poco avergonzada en su presencia.

Finalmente Eva se acercó a la muñeca y la besó en la boca. Me parecía estúpido aquello. Nos tenía cogidas a ambas del cuello, colgando sus brazos en nuestro hombro. Yo me sentía desplazada por la muñeca, que la verdad, tenía la perfección y elegancia de un maniquí y una expresión algo más feliz. Después eva me besó, pero yo no me entregué a su beso. No entendí el juego hasta un instante después.

-Cariño. Iba a invitar a una amiga de verdad, pero me ha fallado. Lo mejor que he encontrado es esto. No tendré que decirte que quiero que seas muy cariñosa con ella por absurdo que lo veas...Anda, cómele el coñito a Kuka.-

Dudé. Me parecía absurdo ponerme de rodillas delante de un trozo de goma con forma humano y lamer una raja de goma, pero al fin y al cabo. ¿No es absurdo hacer una felación a un nabo de goma? Y sin embargo, si ese era el deseo de Eva, yo lo lamía. Eva me ayudó a subir la falda de la muñeca y después a quitarle unas bragas que debía de haberlas comprado en una tienda para abuelas. –Las bragas son un poco cutres.- Le dije. Eva me respondió.- Sí. Es que si no, no le quedaban bien.-

Entre esos muslos de goma, suaves pero fríos, que aún olían a goma recién salida de fábrica podía sentir en mi lengua su hendidura, que no se parecía en nada no en sabor ni en tacto a la de Eva. Con la punta de la lengua comencé la inútil tarea de estimular el sucedáneo de clítoris de la muñeca mientras Eva comenzaba un estimulante monólogo con aquella amiga muda.

-Es bonita ¿Verdad?. Sí, ya sabía que te gustaría...es una zorrita muy caliente, que le gusta ser humillada...Tengo grandes proyectos para ella, quiero que sea mi puta perfecta...-

Sentí las manos de Eva en mi camisa, me abría los botones mientras yo seguía arrodillada, con la cabeza entre los muslos inanimados de la muñeca. Ya os he dicho que tomé la norma de quitarme el sostén antes de entrar en casa de Eva, así que no tardé en sentir como amasaba mis pechos, como los pellizcaba. Me afané en el despropósito de comerle el chocho a la muñeca, y sentí una gran decepción cuando Eva se recostó sobre el sofá, aunque me alegré de sentir sus pies sobre mi espalda. Prosiguió su monólogo con la muñeca.

- Un día haré suyo mi culito. Quien sabe, tal vez sea hoy...¿Te gusta como te lo hace? Ahora verás el culo que tiene.- Y se dirigió a mi de una manera immperativa.- ¡Vamos, Putita! ¡Hazle un strip tease a nuestra amiga!.-

Me levanté y fingiendo oir una música inexistente, me despojé de la camisa desabrochada y luego de una media y de la otra. Después dejé caer mi falda para escuchar el comentario lascivo de Eva.- ¿Has visto, muñeca?.- Le dijo a la inalterable invitada de goma. .-Por fuera, una señora...por dentro una puta.-

Le daba una sorpresa a Eva y es que precisamente esa semana me había depilado el pubis. Le dije a mi marido que era para él. No era cierto, le mentí. Era para Eva y ahora ella me comparaba con aquella muñeca sin bello, al observarme como me quitaba las bragas y se las tiraba a la muñeca. Estaba desnuda, sólo me vestía con los zapatos de tacón, cuando Eva me ordenó reanudar mi comida de coño a la muñeca.

Aquel monólogo era en el fondo una arenga hacia mí, pero yo me sentía avergonzada, como si por un momento me oyera la muñeca. – Le gusta que se lo metan...¡Sí! ¡Claro que le gusta! Se queda quieta como una perra cuando me ve con la polla puesta. ¿Qué quieres probar? No te preocupes , cuando acabemos aquí la llevamos al dormitorio.-

Y entonces Eva se puso de pié entre mis piernas y metió la rodilla entre mis muslos y luego entre mis nalgas. Sentía que se me hincaba la pierna en mi sexo y que me empujaba hacia la muñeca, haciendo que mi cara se estrellara en el sexo de la muñeca. Después la sentí arrodillarse y al poco sentí sus manos sobre mis nalgas y la sensación mojada de su lengua penetrar levemente en mi sexo, tras darme dos o tres lametones. Metió un instante la mano entre mis muslos y la pasó bajo mi vientre para estrujar mi pecho y luego, colocando la palma de la mano sobre mi clítoris, presionando sobre él, introdujo un dedo, y luego otro todo lo profundamente que podía. Yo no se si fueron sus dedos o la húmeda sensación de su boca besando mis nalgas, a distancias peligrosamente cortas de mi ano, lo que hizo que me corriera.

Eva entonces, al final de mi orgasmo, me cogió de los pelos y me obligó a sentarme en un muslo de la muñeca, a la que Eva levantó rápidamente el vestido y me ordenó que restregara mi sexo en el muslo.-¡Venga! ¡Zorra caliente! ¡Haz que la invitada sienta en su piel tu desbocada lascivia! ¡Frota tu coño!.-

Me senté sobre aquella piel de goma de la muñeca y comencé a restregar mi sexo y a llenarlo de mi esencia, a quitarle el olor a nuevo. Eva metió un dedo entre mis nalgas y aquello me hizo moverme de nuevo con brío. SI no me corría, era capaz de introducírmelo. La verdad es que fue un estímulo. Abracé a la muñeca mientras sentía como mis labios se aplastaban en aquel muslo e incluso frotaba la parte más superficial del interior de mi sexo y aquel nuevo orgasmo fue como el segundo plato de un almuerzo. Claro que lo que ignoraba es que aún quedaban los postres.

Me quedé tumbada en el sofá, acurrucada, mientras Eva me ordenaba que no me moviera de allí. Se llevaba a la muñeca , como si de una amiga bebida se tratara, a su cuarto. Se entretenía ya bastante y me dio por pensar que se lo estaba haciendo con la muñeca mientras yo descansaba. Me llegué a sentir desplazada. Sí, por que no decirlo aunque resulte estúpido. Me sentí celosa.

AL cabo de un rato, Eva me llamó desde lo alto de la escalera. Fui lentamente, Me había llamado zorra con tanta convicción que me hacía sentir como tal y fingía estar enfadada, aunque en el fondo adorara sentirme despreciada. Llegué a su cuarto. La muñeca estaba tumbada sobre la cama, mirando al cielo, como meditando qué iba a hacer con aquel consolador que Eva le había colocado, Era el negro, el que se sostenía al cuerpo con una faja. Ese era el motivo de la tardanza de Eva, Había estado dotando a la invitada de atributos masculinos.

Eva ahora me colocaba las cuatro correas de cuero en las muñecas y los tobillos y la correa de perra en el cuello. Me hizo subir a la cama sin quitarme los zapatos y amarró mis muñecas uniendo las argollas de los collares, a mi espalda. Me dirigí de rodillas hacia el vientre de la muñeca y adivinado las intenciones de Eva, me senté sobre la muñeca, tomando el extremo del rabo como pude, en mi mano extendida por detrás de mis nalgas y así recibía el negro pene dentro de mi vagina. No miraba a la cara de la muñeca. Miraba sus pezones pintados de color oscuro sobre una teta indeformable de silicona y comencé a moverme de nuevo, a masturbarme sobre el vientre de goma de Kuka, a hacer rotar el juguete dentro de mi vagina para conseguir obtener placer.

Sentí mis jugos humedecer mi sexo y ambos lados de mis muslos al notar que Eva, tras acercarse a mí ponía la mano en mi espalda y la escurría por mis nalgas hasta palpar la parte trasera de mi sexo, colocando un par de dedos a cada lado de aquel pene queme penetraba. Luego comenzó a lamer mi cuello. Después siguió con su monólogo mientras apretaba su mano contra mi sexo, colocada en la misma posición que antes, pero ahora me hablaba a mí .-¡Eres tan puta que aceptarías hacerlo hasta con tu criada,! ¡Hasta con un perro!...Eres mi esclava...Estarías a la misma altura que esta muñeca de goma excepto por el placer que me das...el placer que siento cuando te humillo y te follo....-

Un par de azotes en el culo me ayudaron a dar más brío a mi cuerpo y pronto sentí de nuevo desatarse una fuerza en el interior de mi vientre que me dejó exhausta, acurrucada sobre mí misma sobre la muñeca, de rodillas y poniendo mis pechos sobre los suyos, y sintiendo aquel pene negro de goma, atravesarse, ya fuera de mí , incómodamente entre mis muslos.

Eva me dejó descansar. Tengo que decir que estaba tan elegante como cuando entré. Al cabo de un rato me puso de pié, descalzando ella misma mis zapatos y ayudándome a saltar del vientre de la muñeca, a la que ví como se desinflaba lentamente cuando Eva soltó un taponcito que tenia detrás del cuello, tapado por la mal conseguida cabellero de aquella ingeniosa muñeca. Confieso que al fín suspiré aliviada.

Eva se llevó la muñeca y vino al ratito. Silenciosamente se subió la larga falda del traje y se quitó unas bragas blancas, inmaculadas pro fuera, y con un delatador rastro de su flujo por dentro. Eva se sentó en el sillón, con las piernas abiertas me indicó con el dedo índice y una sonrisa pícara en la cara que fuera hacia ella. Yo tomé la iniciativa de ir a gatas, y recorrer la distancia que me separaban de su sexo, lentamente, hasta lamer con la punta de mi lengua la miel de su colmena.

Después de haberme entrenado con la muñeca, de la que nada pude sacar, lamer el sexo de Eva fue fácil y delicioso. Y recibí la recompensa de sentir el placer de mi ama, la culminación de su climax, en mi boca.

 

- EL ESPEJO -

Aún no había acabado Eva conmigo. Me llevó hasta el espejo. Era un espejo de esos que colocaban antes en los recibidores de las casas, de cuerpo entero, con una barra a la altura de la cintura para colgar los paraguas y los abrigos doblados. Y encima, como una repisa para poner los sombreros, hecha con varias barras atravesadas. Eva me tomó la cara con sus manos y me obligó a acercarla al espejo. -Te voy a atar aquí para que te veas. Quiero que veas tu cara de putita cuando te follo.-

Amarró mis manos a la barra del sombrerero, manteniéndolas separadas, uniendo las cadenas de mis muñecas a las que me quitó de los tobillos y que colocó en la barra, y luego vino con una cadena, que le sirvió para amarrarme por el collar a esa misma barras, haciendo que mi cuello estuviera erguido. Eva recorrió mi cuerpo con seguridad y se puso en cuclillas detrás de mí. Yo no la podía ver, pero sentía su lengua en la parte de detrás de mi sexo. Levanté mis tobillos y me fui hacia detrás, ofreciendole mi sexo para que se lo comiera con más facilidad. Me dijo, riendo con satisfacción.- ¡Es la típica reacción de una putita caliente!.- Yo me miraba y realmente me encontraba hermosa y desconocida, humillada y resaltada a la vez.

Mi sexo se humedecía con facilidad, máxime al sentir cómo sus dedos me recorrían superficialmente y luego en toda su profundidad. Eva deseaba seguramente eso, pues sin llegar a masturbarme, se puso de pié y la ví de reojo remangarse la falda. Como ya os he dicho, Eva ese día aparecía una princesa de Sissi o algo así y era muy extraño ver en su pubis aquel miembro de color rosa desafiando a la gravedad y a las leyes de la biología.

Eva tiró de mis caderas hacia ella, tanto que mi cara tropezó con el frío cristal al principio, y luego, al separarme más, mantuvo mi torso inclinado. La miré y me miró. Observé su cara de superioridad, de rabia, de chula, aquella cara que me hacía sentir suya hasta límites extremos. Me introdujo el cipote de una vez. En mi vagina rehumedecida.

Me fijé en sus labios colorados, en la sombra de sus ojos, en sus manos de dedos largos, de uñas pintadas de rojo que me agarraban los pechos y me llevaban hacia su pubis. Era la imagen de una modelo. ¿Y yo? Allí desnuda, atada, insertada y humillada y para colmo, disfrutando, sintiendo un placer inmenso de ser el juguete de Eva. La mano de Eva me estimulaba el clítoris y después, me dio dos azotes mientras me increpaba.-¡Muévete! ¡Zorra!.-

Hoy hace una semana de eso. Me toca volver a casa de Eva. No se que juego me espera hoy. No lo sé pero intuyo que hoy va a tomar algo de mí que no se lo he dado a nadie, ni a mi marido. Yo, por si acaso, me he untado vaselina en el ojete del culo.

Egarasal1@mixmail.com

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