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Rambo (Tobi II)

en Zoofilia

Rambo (Tobi II)

Hola amigos. Soy Paula otra vez. No podía dejar de contaros la experiencia que tuve hace unos días. Si recordáis la historia que os conté sobre el perro de un amigo, Tobi, entenderéis mejor lo que sucedió.

Era sábado y como es habitual, fuimos mi marido Gerardo y yo a la casita del campo y estuvimos cuidando a los perros. Tenemos tres perros, dos pastores alemanes y un mastín, un perro enorme y fuerte, de cinco años. Mientras mi marido limpiaba las casitas donde duermen, me puse a jugar con Rambo, que es como se llama este enorme y tranquilo animal. Es un perro de color canela y expresión noble que me adora. Lo cierto es que saltaba con él y brincaba. Cuando miré a mi marido me dí cuenta que me miraba extasiado, y no dudé en atribuirlo en que aún recordaba la aventurita que me montó con Tobi. Yo conozco a Gerardo y se que cuando se obsesiona con algo, no para, por eso, dejé de jugar disimuladamente con Rambo y me puse a limpiar yo también.

A los pocos días, descubrí la peliculita que me había grabado, mientras estaba a cuatro patas y Tobi me follaba a su estilo. Yo, desde aquella vez, no había vuelto a plantearme tener otra vez sexo con un perro, pero Gerardo es un cabezota. Se obsesiona y entonces, no me puedo negar. El caso es que al siguiente sábado, por la mañana, Gerardo, nada más levantarme, mientras desayunaba, apareció en la cocina con un collar de cuero, el mismo que utilizamos cuando tenemos que traer un perro a casa. No dijo nada, me lo puso y pude encontrar su mirada de obseso al mirarle a los ojos. Era una mirada dura, incontestable. Dejé que me colocara el collar sin rechistar, y luego, que me pusiera la cadena. -Ahora, vas a ser mi perrita durante unas horas ¿Vale?- Me dijo. Yo asentí con la cabeza.

Gerardo me obligó a que me pusiera a cuatro patas. Yo estaba en camisón, y al andar así, poco a poco el camisón se me levantaba y aparecían mis nalgas, apenas tapadas por unas bragas tangas. Gerardo me llevó a la salita, obligándome a andar de rodillas todo el pasillo y cuando se sentó en el sillón, yo tuve que permanecer a sus pies, aún amarrada por el cuello. Se quitó la zapatilla y me dijo -¡Anda! ¡Demuéstrale cariño a tu amito!-

Comencé a lamerle la planta de los piés y a chuparle los tobillos. Luego él me acarició, o me sobó toscamente con los pies, entre las piernas. Yo me puse delante de él, y dejé que introdujera la pierna por un costado, mientras colocaba mis mejillas sobre sus rodillas y sentía como restregaba mi sexo con sus pies. -¡Date la vuelta!- Me ordenó. Obedecí mientras le ofrecía mi culo. -¡Ahora! ¡Mueve el rabo!-

Moví mi trasero cada vez más ampliamente para satisfacer a mi amo. Entonces sentí un azotito y me quedé quieta. Mi marido me quitaba las bragas. Le ayudé a sacarlas de mis piernas, alzando las rodillas y luego, descubrí cómo se deslizaban por el suelo hechas un ovillo. Gerardo me soltó de la cadena y me azuzó.-¡Anda por ellas!-

Fui hasta mis braguitas, que Gerardo había tirado a unos metros, y se las traje en la boca, como si de una pelota se tratara, y me las volvió a tirar, después de estirar de mi camisón para dejarme desnuda. Volví a traerle las braguitas en mi boca y a dejárselas a sus pies. Repitió la operación, pero esta vez, me tiró unas zapatillas que cogí por uno de los bordes. Entonces cogió mis bragas y me ordenó que las cogiera con la boca. Él tiraba de un extremo y yo del otro. –¡Muy bien! ¡Has hecho muy bien la perra! ¡Ahora vas a demostrarle a tu amo lo buena perra que eres!-

Gerardo volvió a cogerme con la cadena y me obligó a seguirle a cuatro patas hasta el lavabo. Se quitó la ropa y pude apreciar su miembro crecido. Se sentó en la tapa del retrete, y tiró de mi cuello hasta su vientre, estirando de la cadena del cuello. Me cogió de los pelos y llevó mi boca hasta su escroto. Lo lamí. Luego, coloqué mi boca en su prepucio. Tomé su glande entre mis labios y lo rocé con mi lengua. Estuve lamiendo la cabecita un rato, hasta que le oí ordenarme -¡Cómetelo entero!-

Cuando Gerardo me dice eso, significa que me coma todo, hasta el final. Hice unos cuantos movimientos amplios, moviendo ni boca a través de su pene, hasta sentí su glande en mi paladar, una y otra vez, mientras sentía que su espalda se arqueaba.

Noté su mano en mi nuca. Yo ya adivinaba lo que venía. Quise apartar la cabeza, pero me lo impidió, a pesar del forcejeo. Su semen se estrelló en mi garganta y yo no tuve más remedio que tragar, orgullosa por lo bien que, a juicio de mi marido, me comía las pollas, mientras apretaba sus testículos, como para obtener un poco más él.

Gerardo me llevó a la bañera y me obligó a permanecer a cuatro patas, como una perra. Me llenó la bañera hasta una cuarta y comenzó a enjabonarme con una esponja. Utilizaba aquel champú para perros que utilizó la vez que me obligó a hacerlo con Tobi, y me lavaba la cabeza y todo mi cuerpo, profundamente. Luego comenzó a aclararme con el grifo de la ducha. Ni que decir tiene que Gerardo dirigía los chorritos de agua a donde más placer me podía ocasionar, los pezones, el ano, el coño… Me dirigía el chorrito hasta que no podía más, y entonces, adivinado mi excitación, lo retiraba hacia otro lado.

Cuando salí me obligó todavía a permanecer a cuatro patas, y me secó como si fuera un perro, frotando la toalla por mi cuerpo. Olía a jabón perruno y para colmo, como ya os comenté, el champú me ponía pelos de leona, muy rizados y con mucho volumen.

Gerardo me colocó el collar de nuevo, junto con un collar antiparásitos y me ató con la cadena a la barra del toallero. Vino con la ropa que debía de ponerme: Unas bragas de encaje, una minifalda muy corta y ajustada, y una blusa de brillo, debajo de la que no debía ponerme nada, todo ello con unos zapatos de aguja larguísima. Gerardo me obligó a pintarme las uñas de las manos y de los pies, a pintarme los ojos y las manos. Le pregunté para qué, aunque yo ya me imaginaba algo: -Vamos a ver a Rambo- Me dijo dando un tironcito de la cadena. –Te va a montar por que es un perro muy obediente y se merece un premio-

Al oír esto, el coño se me mojó. Rambo era un perro fuerte y una vez, lo juntamos a otra mastín y por lo menos la cubrió una docena de veces. -¿Tienes algo que objetar?- Me dijo Gerardo. –No, mi amo. Me parece una idea excelente- Le respondí. –¡Te parezca lo que te parezca, Rambo te va a montar hoy y te vas a convertir en su perra-novia!-

Y como había terminado de vestirme, me dio un tironazo de la cadena y me arrastró hasta la puerta. Me soltó de la cadena, pero no me quitó el collar. Bajamos al aparcamiento. No nos vió nadie, por lo menos de cerca y de cuerpo entero. Me dí cuenta de que llevaba la cámara, como la otra vez.

Me fui a montar en el asiento delantero. -¿Dónde vas, Luna?- (Luna era mi nombre de perra. -¡Aquí!- Me indicó el asiento trasero. Me metí detrás y pensé que podía haber sido peor. Me podía haber metido en el maletero.

Gerardo sacó de su bolsa de viaje un collar de esos que tienen pinchos, de castigo. Gerardo me lo colocó, de manera que los pinchos se clavaban en mi cuello. Era molesto y me convencieron de que no debía moverme. Luego cogió la cadena y la pasó por el reposabrazos de la una de las ventanas. Apenas podía subir el cuello. Tenía que permanecer agachada.

Salimos del aparcamiento, y de la ciudad. No se lo que pensarían los conductores u otros ocupantes que al mirar desde la ventanilla me vieran; posiblemente que estaba dormida y me recogía de una noche de juerga. Mi marido, en un semáforo, notó un autobús esperando al lado. Me ordenó.- ¡Luna! ¡Ábrete de piernas que te vean esos señores!- Le obedecí. Cuando el autobús nos adelantó, me di cuenta que estaba llenos de jovencitos que irían a jugar un partido de fútbol a un pueblo de la provincia.

Llegamos al campo. Se notaba en el aire. -¡Amo, Tengo ganas de hacer pipí!- Dije sin poder aguantarme más. Gerardo tomó un caminito y recorrió un trecho con el coche. Salió del coche y me abrió la puerta, y me sacó sin soltarme de la cadena. -¡Venga!-

Me subí el traje y me bajé las bragas. Gerardo me sostenía por la cadena y yo le miraba. Me excitaba el aire perverso que tomaba en estas ocasiones. Tengo que decir que para nada Gerardo suele ser cruel ni agresivo, pero cuando interpretaba este roll, era un cambio total.

Gerardo metió sus zapatos en la trayectoria de mi chorrito. Me extrañó muchísimo, hasta que al finalizar, va y me lanza.-¡Ahora, agradéceme la parada! ¡Lame mi zapato!-

Yo, cuando me hace estas cosas, siempre le obedezco, pienso en lo que le excita humillarme y yo me excito con él. Lamí el zapato, con olor a cuero y sabor amargo del pipí. Luego, volvió a atarme por la cadena al reposabrazos del asiento y vuelta a la carretera.

Por fin llegamos a la finca. Gerardo me soltó y me animó a que jugara con Rambo. Esta vez no me iba a mantener atada en la caseta de uno de los perros como la última vez. Gerardo cogió su cámara y me ordenaba que jugara, que me acercara mucho, que me rozara con Rambo, que perdiera la vergüenza. Me grabó un rato. Luego, me ordenó que me quitara la camisa y así, sólo con la falda puesta, me ordenó que lavara a Rambo. Cogí la palangana y estuve lavando a Rambo, enjabonándolo y aclarándolo. Le sobé todo el cuerpo, a iniciativa de Gerardo, incluso los testículos, mientras yo sentía su cuerpo cubierto de pelo suave mojado rozarme los pechos y el vientre. Rambo se quedaba muy quieto. Olía como huelen los perros mojados.

Mis pechos se rozaban con su cuerpo y el roce de sus pelos me excitaban, junto a aquel olor peculiar, pensando en lo que se me venía encima. Pensé, no obstante, que Rambo no era un perro follador de mujeres, como había demostrado Tobi, y que tal vez por eso, me libraría.

Entramos un momento en la casa. Gerardo me obligó a tumbarme en el camastro, a lo "Maja desnuda", junto a Rambo. Eran unas "fotos artísticas". Rambo permanecía tranquilo a mi lado. Imaginé lo que se le pasaría por la cabeza a Rambo y me dí cuenta de que posiblemente no pensaba nada. Gerardo me untó los pezones de leche condensada. Rambo no tardó en descubrirlo, y comenzó a lametearme. Cuando se acababa, Gerardo comenzaba a llenarme más. Estuvo así hasta que para él, y sobre todo, para mí, se hacía evidente de que esos chupetones me excitaban.

Luego me ordenó que me despojara de la falda y pusiera el lomo del perro entre mis piernas. Tube que restregar mi sexo y mis muslos por el lomo del perro, animada por Gerardo, que me ordenaba -¡Más sentimiento!- Mientras grababa y el perro aguantaba la situación estoicamente. Gerardo acercó la cámara para grabar mis nalgas y mis muslos cubiertos del pelo mojado que se le caía a Rambo, adherido a mi piel.

Entonces vino el momento más temido y deseado. Gerardo agarró la cadena al collar y me ordenó ponerme a cuatro patas. Me llevó hasta el lado de la mesa y me amarró a una de las patas. Él mismo me quitó las bragas y animó a Rambo a acercarse. Rambo me olfateó. Sin duda le atraía el olor de los restos del pipí de la carretera. Me lamió levemente, pero luego se alejó. Entonces, Gerardo dejó caer por entre mis nalgas el denso chorrito de leche condensada que sentía caer frío y espeso. No tardó en acudir Rambo, que lameteó todo lo que pudo, llegando a lo más profundo que se puede llegar con la lengua. Sentí las cosquillitas húmedas entre mis nalgas y temí que Gerardo me rociara el coño de leche condensada.

No lo hizo, por lo menos de primeras. Empezó a deslizar el chorrito por mis costados y mi espalda, a lo que Rambo seguía el rastro y lamía. Luego sentí el chorrito y la lengua en los hombros, en el cuello, y finalmente…. En la frente. Sentí la lengua de rambo babearme la frente, la nariz y los labios. Todo aquel ritual me ponía cachondísima. Estaba mojado y deseaba que Rambo se me subiera ya.

Gerardo paró unos instantes, Empecé a sentir el líquido en la planta de los pies y entre los dedos, y luego, la lengua de Rambo. Y de repente, sin previo aviso, mi sexo apareció colmado de leche y de babas de perro. Comencé a correrme, y aquel sabor debía gustarla a Rambo, pro que no paraba de lamerme lentamente, oliendo y lamiendo, esperando que brotara mi jugo, como el néctar de un higo abierto.

Después de un rato, sentí un orgasmo. Gerardo me grababa y no apartó al perro hasta que se cercioró de que me había corrido bien. Sacó al perro de la casa y cerró la puerta.

Gerardo se dirigió a mi bolso y le vi buscar algo. Trajo la barra de labiso y le sentí pintarme en las nalgas. Después pude ver en la película que en una de mis nalgas había escrito "PU" y en la otra "TA". Cuando lo leí y recordé lo que vino después, me excité un montón, y me entraron ganas de masturbarme.

-¡Ahora viene lo mejor!- Me dijo Gerardo. -¡Como Rambo no ha demostrado mucha apetencia sexual por ti, un amigo veterinario me ha dado este frasquito, que contiene esencia de hormona de perra! ¡Lo voy a frotar por aquí y ya verás cómo le gustas a Rambo!- Y mientras me decía esto, sentí como mi marido frotaba mi sexo y mi ano con aquel líquido. El simple roce y saber para lo que era, me ponía de nuevo a cien.

Me frotaba sin cuidado y metía sus dedos en mis agujeros levemente. Me sentía una perra en celo, literalmente hablando y cuando acabó, y le abrió la puerta a Rambo, el perro entró y se dirigió hacia mí. Sentí su hocico duro entre mis piernas, olisquearme, y luego, entre las nalgas. De repente, puso la pata en mis caderas, y luego la otra y después, empecé a sentir el ímpetu de su cintura.

Rambo me tenía entre sus patas delanteras y clavaba su hocico en mi espalda. Lo sentía jadear. Mi marido me ordenó que sacara culo, que arqueara la cintura, y empecé a notar la polla de Rambo entre mis muslos. Hice un esfuerzo, puse la cara en el suelo y separé mis nalgas con las manos. Rambo me follaba. Sentía su polla caliente en mi sexo. Su vientre se estrellaba contra mis nalgas mientras imprimía un ritmo salvaje a sus embestidas.

De pronto sentí una humedad viscosa en mi coño que no provenía de mí. Me puse cachondísima y comencé a correrme, arqueando más aún la espalda para que Rambo me penetrara más profundamente. Pero el animal descansó unos instantes. Sólo unos instantes, por que al ratito, ya estaba otra vez encima. Volví a ponerme sumisa y pacientemente con la cara al suelo, cruzando los brazos sobre ella, para que me sirvieran de almohada. Mi marido, con la cámara, iba buscando las mejores escenas, sin que faltaran primeros planos de mi coño y mi cara.

Estuve así un buen rato, mientras Rambo subía y bajaba.. Me corrí un par de veces al sentir su miembro caliente dentro de mi vagina. Mi marido no me dejaba descansar, ni Rambo se daba un descanso. Cuando me montaba por séptima vez. Mi marido se puso de rodillas frente a mí. Me grababa con la cámara cuando me pidió que le mirara. –Has sido una perrita buena. Pero no has cumplido todavía con tu amo. Gerardo se bajó la bragueta y sacó su verga. La chupé con desesperación, hasta hacerla reventar mientras Rambo me follaba y yo me corría.

Gerardo me acarició la espalda. Se levantó y se subió la bragueta. Yo esperaba que todo finalizara. Rambo estaba muy cansado. Llevaba media hora con el perro a mi espalda. Mi marido no me dijo nada. Sólo sentí que la puerta se abría y un silbido llamando a los otros perros. Oí los gruñidos y ladridos de los pastores alemanes, esforzándose por acudir a la voz de su amo. Gerardo los metió dentro.

Cuando los tres perros se encontraron, discutieron. Sentí los gruñidos detrás de mí y como se ponían de acuerdo, en su lenguaje y a su forma. Me dio miedo pensar que mse fueran a pelear, y me fueran a morder. Al cabo de unos instantes, sentí las patas y el cuerpo menos pesado de uno de los pastores alemanes en mis caderas. Aguanté las embestidas, de su cuerpo, más ágil, mientras Rambo y el otro pastor se movían alrededor mía y gruñían, metiendo prisa a su compañero. Cuando éste se bajo, me montó el otro pastor alemán, y así estuvieron, al menos otra media hora, en la que aún intervino Rambo otra vez. No paraba de correrme. Me sentía puta y perra. Mi sexo estaba lleno del semen de los animales y mi marido me grababa.

Finalmente, Gerardo echó a los perros y me soltó de la cadena mientras me besaba la boca. Fue un beso tierno y apasionado. Yo le respondí, temblorosa y orgullosa de no haberle defraudado. Esa noche me folló despacio y en silencio, y al día siguiente me regaló un anillo que le debió costar un dineral.

De vez en cuando, Gerardo y Yo vemos la película, y entonces no dejamos de follar. El otro día se empeñó en regalarme un perrito para la casa de la ciudad. Me dijo que era para hacerme compañía. Íbamos buscando un Setter Hispaniel. Había dos, uno hembra y otro macho. El vendedor nos preguntó cuál nos gustaba. Los dos nos miramos y sentí un escalofrío y cómo me ponía cachonda cuando Gerardo dijo –El macho, por supuesto-

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