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El diario de Lola (2)

en Grandes Relatos

El Diario de Lola (2)

Me quedé sorprendida de la reacción  de mi marido después de haberle contado lo sucedido en el Instituto. No entendía, porque normalmente se habría sentido  defraudado, y en lugar de eso, decidió  revivir en parte la experiencia, haciendo un espectáculo exhibicionista de nuestro coito en el coche.

Al llegar a casa, dormimos abrazados. Salimos por la mañana de compras y a tomar un aperitivo y preparamos una comida rápida.

-Si las cosas van bien, Lola, dentro de poco tendremos asistenta.-

-¿Una asistenta que haga las camas, planche, tienda la ropa, limpie los baños, friegue, haga la comida y meta los platos en la lavadora?-

-Sí, una de esas-

-¿Y para qué quieres una esclava? ¡Ya me tienes a mí!- Nos miramos a la cara y sonreímos. 

Después de la comida, fuimos a la salita. Mi marido se sirvió una buena copa de brandy con hielo.  Me senté en el sillón y me serví una copita de aguardiente.  Antonio se hubiera puesto a fumar pero los dos habíamos llegado a un pacto: Los dos nos quitaríamos de fumar.

Me miró . -¿Sabes? La chica esa que me encontré en Granada, la de tu pueblo.-

-¿Sí?-

-Me contó eso que me contaste ayer del Instituto. Obviamente, no me dio tantos detalles. Simplemente me dijo que te pilaron con el novio de otra,  y eso, que te pillaron haciendo una felación. Pero también me contó algo más-

Empecé a ponerme nerviosa.  Sentí que se me encendía la cara y se me aceleraba el corazón  -¿Algo más de qué?-

Antonio se sacó de los bolsillos un paquetito liado en papel. Era un regalo comprado en una joyería.  -¿Esto que es?- Le dije mientras me lo entregaba.

-Esto es un regalo que se me olvidó darte ayer.-

Me deshice del envoltorio y abrí la cajita. Eran unos pendientes preciosos, dorados y bastantes discretos, con unas piedrecitas azules claras, trasparentes. Creo que me dijo que eran diamantes azules. Los observé con una mezcla de entusiasmo y ensimismamiento. Eran preciosos. –Muchas gracias, Antonio. Pero no sé lo que celebramos-

-Ah, no celebramos nada. Te lo compré porque al verlo pensé en ti, en que seguro que te gustaba. – Se calló unos instantes. Me dejó como en suspense y luego me soltó una indirecta .

-Aunque la verdad es que te lo debería regalar por la sinceridad tuya de anoche. Sinceridad que espero que sigas manteniendo en adelante-

-Yo siempre te he sido sincera.-

- Bien, pues tu paisana me contó que tuviste un escándalo con esa chica, con Mónica.-

Miré hacia abajo, pensando si debía de contarle a mi marido lo de Mónica. Una cosa es que te sorprendan en un momento dado con un chico y otra cosa es lo que pasó con Mónica. Sentí la necesidad de liberarme también de eso, y comencé a hablar.

-Después de lo que te conté anoche, me quedé sola, sin amigos. No me podía juntar con los golfos, y las chicas normales no se querían juntar conmigo. Los chicos normales sólo se acercaban para ver si sacaban algo. Me invitaron a varias fiestas, a las que asistía para intentar buscar relaciones nuevas. Las chicas me hacían el vacío y los chicos se hacían falsas expectativas. Lo pasé muy mal.

Un día se me acercó Mónica, la ahora exnovia de Ramiro, ya sabes, el chico al que le hice la felación. Me dijo que no entendía como le podía haber intentado traicionar con su novio, con lo amigas que éramos. Yo no le pude responder.

Me dijo que había actuado como una golfa, y ella nunca habría llegado a meterse entre Ramiro y Yo si finalmente hubiéramos llegado a ser novios, lo que probablemente era verdad. Se me saltaron las lágrimas cuando me dijo que me había portado como una golfa.

Al verme llorar, parece que se enterneció. Me abrazó. Me dijo que ya se había dado cuenta de que estaba sola y aislada y que le daba mucha pena en el fondo, así que si yo quería sería su amiga, su nueva mejor amiga.

Comencé a irme con ella. Quedábamos para ir juntas al Instituto, en los recreos, nos sentábamos juntas en las clases en las que coincidíamos. No era muy bien acogida por sus amigas, así que muchas veces estaba callada a su lado, porque cuando hablaba, las otras chicas me replicaban de malas formas y Mónica me mandaba callar.  Sobre todo, íbamos al baño siempre juntas.

Un día, Mónica me llamó por teléfono y  me dijo que al día siguiente iríamos vestidas de la siguiente forma las dos. No era nada anormal, pero era un estilo distinto al mío. Yo me vestí de esa forma, y a la mañana siguiente las dos íbamos vestidas igual al Instituto.

Esto se repitió varios días a lo largo de un par de semanas. A veces usábamos ropa bastante sexy. Un día, me vestí sexy, porque ella me había dicho que nos vestiríamos de esa forma, pero cuando nos encontramos ella estaba vestida normal. Le pregunté por qué no se había vestido como yo y me respondió que ella se vestía como quería y yo me vestiría como ella deseara.

Me senté con ella en el pupitre de la esquina de atrás. La clase era un rollo. Mónica estaba dispuesta a hacerla más divertida, así que me ordenó que separara las piernas. Ella me intentaba convencer de que una chica a veces estaba más elegante con las piernas separadas. Yo no lo creía así, pero cuando ella me lo exigía, yo la obedecía. 

Mónica me subió la falda uso dedos, hasta la mitad del muslo. Como estaba en el asiento más cercano a la pared nadie me veía, pero si a algún chico se le caía el bolígrafo y se agachaba a recogerlo, me vería las bragas seguro.  Un chico fue a atarse los cordones, así que cerré las piernas.

Mónica escribió en sus apuntes- ABRE LAS PIERNAS, ZORRA.- Lo leí y abrí las piernas. Cada vez que leía aquello me excitaba.

Al finalizar la clase fuimos al baño. Mónica me  metió en uno de los cuartitos con retrete. Me ordenó que me subiera la falda. Me dijo que no le gustaba nada las bragas que llevaba y que ella sabía que tenía unas tangas muy monas, con las que se dedicaba a seducir a los novios de las amigas. Me ordenó que al día siguiente  me pusiera las tangas.

La obedecí. Cuando quedamos al día siguiente no solo llevaba una falda corta. También llevaba las tangas que llevaba puestas cuando lo de la felación. Mónica me dijo que a partir de ese día, cada vez que nos encontráramos, le daría un beso. NO dos besos, sólo uno.

No nos solíamos besar al saludarnos, pero ese día y los siguientes, la besé en la cara al encontrarnos para ir al Instituto  y al separarnos para volver a casa.

En clase me volvió a ordenar que separara las piernas. Me preguntó si llevaba puestas las tangas y asentí con la cabeza. Luego nos separamos para volvernos a encontrarnos en el recreo. Me llevó al servicio y me volvió a meter en el cuartito del retrete. Me subí la falda y ella comprobó que llevaba puestas las tangas. Me ordenó que me diera la vuelta, y me dio un par de azotes en el trasero

Después, puso sus manos en mi trasero. Era una sensación electrizante que nunca había sentido; no la de los azotes ni la del tacto suave de la palma de la mano de otra chica. Me dijo que con esas bragas parecía una golfa. Que en realidad era una golfa, y me manoseó el culo.

Me ordenó que me diera la vuelta y se agachó con un rotulador de esos que sirven para el plástico y pintó entre mi pierna y mi ombligo, encima de las ingles, al lado del pubis un garabato que estaba harta de ver en sus apuntes, y que yo lo identificaba como su marca. Me dijo que era suya, de su propiedad. Y me volvió a azotar las nalgas.

Durante el recreo, permanecí a su lado, siguiéndola a todas partes. Parecía que Mónica quería darle a entender a todos, que yo estaba supeditada a lo que ella quisiera.

Me llamó por teléfono aquella tarde y me ordenó que me volviera a poner las tangas. Le dije que no podía ser, que sólo tenía esas y que no me las podría dos días seguidos. Por la mañana la besé de nuevo para saludarla.  Llegamos al Instituto y fuimos directas al servicio. Le enseñé mis bragas y al ver que no eran las tangas, me abofeteó. Luego sacó unas de su mochila y me exigió       que guardara en la mía la que llevaba y que me pusiera esas.

Luego en la clase, Mónica me exigió que me abriera de piernas, en el pupitre, escondida de la vista de todos. Puso su mano sobre mi muslo y empezó a acariciarme. Me empecé a excitar, así que cerré las piernas, pero Mónica me hincó las uñas.  Mónica paso un buen rato acariciándome, mientras yo miraba asustada por sui alguien nos descubría.

Durante el recreo me llevó de nuevo al baño y volvió a examinar mis bragas. Observó si tenía su marca puesta y me dijo que mañana me pediría más, que cada día iría un poco más lejos hasta convertirme en su puta. Yo no sabía que decir. Asentía con la cabeza y me dejaba sobar.

Así pasaban los días, y realmente, Mónica me hacía más suya cada mañana. Una mañana, se empeñó en que nos debíamos besar en la boca. Fue después de azotarme las nalgas y de pasar levemente su dedo entre mis piernas. Llevaba días haciéndolo; pasando la yema de los dedos por mi muslo de arriba abajo mientras yo sostenía la falda en alto; y cuando llegaba a mi sexo, dejaba la yema del dedo suavemente, los primeros días, pero desde hacía una semana, cuando el dedo estaba en medio, si usaba bragas normales, me frotaba el clítoris por encima de la  tela, y si eran tangas, echaba la tirita a un lado y me tocaba directamente. En cualquier caso, yo me mojaba, sentía mis piernas temblorosas y mis pezones excitarse, y mi vientre sentía cosquillas que iban creciendo en mi interior mientras mi sexo se humedecía.

El día de la huelgo no pensaba ir a clase, pero ella me exigió que fuera, porque habría poca gente en el colegio y poco control. Ese día teníamos mucho tiempo y nos perdimos una clase.  La pasamos en el servicio. Ese día sus estímulos fueron más insistentes de lo que debían y me corrí en su mano, mientras la agarraba entre mis hombros y apoyaba mi cara en su hombro.

A Mónica le gustaba que sostuviera el borde de la falda con mis manos e incluso con mi boca, y exigía que le mirara directamente a los ojos.  Aquella mañana, después de eso juntamos nuestras bocas. Sentí sus labios suaves sobre los míos y la punta de su  lengua intentaba hacerse paso hasta el interior de mi boca. Yo no transigía. Me cogió de la mandíbula e intentó separarme la quijada para que su lengua entrara, y como no lo consiguió, me tiró del pelo hacia detrás. Abrí la boca y me metió la lengua profundamente.

Entonces sentí como su mano se deslizaba entre mis piernas. Un dedo me penetraba suavemente y con delicadeza. Me intenté zafar, pero era inútil, porque el dedo en mi coño actuaba como esa anilla que se le coloca a los bueyes en el morro. Mi cuerpo hacía lo que el dedo me indicaba, así que me entregué a Mónica; Le abrí mi boca y dejé que su lengua recorriera mi boca, y le abrí mis piernas y dejé que su dedo recorriera mi coño. Le advertí de que era virgen. Se rio. Me dijo que no tenía un dedo tan largo.

Me corrí con su lengua en mi boca. Cuando salimos había otras chicas en le baño. Habíamos tardado mucho. Me pareció que chismeaban, que nos miraban con curiosidad y con cierto aire de picardía.  Fue entonces cuando empezamos a oír que algunas personas decían que Mónica y yo éramos novias. Nosotras lo negábamos y nos apoyábamos en las amigas de Mónica, que eran unas chonis de cuidado.

Después de algunas semanas de empezar mi amistad con Mónica, empecé a salir con ella y sus amigas los fines de semana. No me lo pasaba bien. No me sentía bien para nada, pero era con quien podía salir. Mónica tenía conmigo un rollo parecido al que tenía en el Instituto. Nos encontrábamos antes y nos dirigíamos a la plaza juntas, y allí coincidíamos con las otras, y para separarnos era lo mismo.

Hacíamos “el botellón” y yo a veces bebía bastante. Ya sabes que a mí la bebida me afecta mucho. Era entonces, cuando nos recogíamos cuando Mónica empezó a tratarme como si fuera realmente su novia. Antes de llegar a casa nos despedíamos besándonos y dejándole yo que me acariciara todo el cuerpo; los muslos, los senos, el sexo. No paraba hasta conseguir que me masturbara.

Mónica era mucho más atrevida en sus proposiciones durante el fin de semana. No es que me tuviera que quitar las bragas para ponerme las tangas,; es que me tenía que pasear sin bragas por la plaza del pueblo. Es que iba al baño para quitarme el sujetador y tenía que enseñárselo antes de meterlo en el bolso.  Luego, cuando nos despedíamos me subía el jersey, me desabrochaba los botones de la camisa y me acariciaba los pechos, me lamía los pezones y me masturbaba antes de permitirme que me pusiera mis bragas y el sujetador.

Vivíamos en un pueblo, así que imagínate. Procurábamos ser discretas, pero vernos entrar en su portal, en nuestro portal, o en cualquier portal tranquilo, de una esquina oscura a las afueras del pueblo, o de detrás de un árbol o una valla, hacía que las personas que nos veían imaginaran que sucedía justamente lo que estaba sucediendo.

Así pasó hasta que acabó el Instituto, Esto duró unos cuatro meses.-

Así terminó mi segundo relato. Tenía la boca seca. Me serví otro vaso de anís. Por su parte, Antonio no me miraba. Miraba la copa ensimismado. El brandy daba vueltas alrededor de las paredes curvas de la copa movida rítmicamente por mi marido. Dio un sorbo grande y profundo para acabarse la copa y me miró.

-¡Vaya!  ¿Así que también has probado con chicas?-

-Bueno. Nunca pude decir que no. Casi se convirtió en la única opción. Bueno, nunca creí tener opción. Mónica me obligó de una forma sutil, casi sin darme cuenta.-

-Casi si n darte cuenta ¿Eh?- Mi marido me miró y pude ver reflejado un todo de ironía que me asustaba. -¿La amabas?-

- ¿Amarla? Es complicado decirlo. Sentía que la necesitaba. Me daba un morbo que me gustaba, aunque el precio que pagaba era muy alto, la verdad.-

-Yo ya me imaginaba que eras sumisa-

-¿Sumisa? La verdad es que sí. Era sumisa.-

-¿Y ahora, eres sumisa?-

Me quedé pensando la respuesta.  –Tendría que probar – Respondí. Mi marido se llenó de nuevo la copa de brandy.

-¿Sabes? Creo que si una jovencita tuvo el derecho a ordenarte la ropa que debías llevar, yo también debo tener ese derecho. ¿No te parece?- Asentí con humildad. 

-No te has puesto  más ropa sexy que aquella que te pusiste para la boda. Eso va a cambiar. Va a cambiar ahora mismo.  Vístete que vamos a ir de compras-

Mi marido nunca me acompañaba a ir de compras, y menos a comprar ropa. Fuimos a una ropa de ropa juvenil. Me obligó a comprar ropa juvenil, provocativa y de vivos colores. Medias de colores chillones, minifaldas atrevidas, sueters y jerseys escotados, camisas trasparentes.

Luego fuimos a una tienda de lencería. Me ordenaba coger las tangas que él me indicaba, y los sujetadores. Las clientas y las dependientas miraban con curiosidad. Un hombre no suele entrar a esos sitios y menos con una mujer.  

Fuimos a un bar a tomar un café y algo para merendar. Miró la bolsa de la compra y sacó disimuladamente unas tangas. Me las dio y me pidió que fuera al baño y me las pusiera. Le obedecí sumisa.

Cuando volví le dí disimuladamente las bragas que llevaba puestas y se las guardó en el bolsillo.  Fuimos andando a casa y cogimos el ascensor. Cuando estábamos dentro, mi marido paró el ascensor y me ordenó que me subiera la falda, como años antes me lo ordenaba Mónica. 

Le obedecí y me eché contra la pared del ascensor. Me besó y comenzó a acariciarme los muslos, para empezar a acariciarme el clítoris y el sexo .

Yo separaba las piernas y le respondía a sus besos con la misma pasión que él me demostraba.

Mientras me masturbaba con una mano, con la otra me agarraba una de mis nalgas y la apretaba y la separaba de la otra, sintiendo como mis labios se abrían y mi ano quedaba desprotegido.  Hincó uno de los dedos y comenzó a meterlo y sacarlo. 

La puerta del ascensor estaba abierta por dentro, y no se movía, pero algún vecino inoportuno golpeaba la puerta algún piso por arriba.  A mi marido no le importaba.  –Bájate las bragas.- Me ordenó.

Sin tenerme que agachar, con un par de movimientos ágiles, me deshice de las bragas. Mi marido comenzó a mover el dedo dentro de mi vagina mientras me observaba con una expresión furiosa, con las mandíbulas apretadas.  Me cogió del pelo, y tiró de mi cabeza hacia detrás, mientras metía su pierna,  entre mis muslos. Me apreté contra su pierna y él subió su rodilla, para que su mano se hincara en mi sexo.

Empecé a correrme y comencé a gemir. Por regla general no soy muy ruidosa, pero el largo pasillo vertical del ascensor hacía de altavoz, así que Antonio me tapó la boca. Yo le lamí los dedos que tenía entre los labios, y luego se los mordisqueé mientras me corría.

Al fin me corrí.

Antonio cerró las puertas del ascensor. Por suerte paramos unos pisos más arriba de donde estaba el vecino esperando. No obstante le dejó un recuerdo. Dejó mis bragas, las que me quité en la cafetería, enganchadas a un posamanos.

Al entrar en la casa, me subí a Antonio, por delante, cruzando las piernas en su espalda. Él me llevó directamente al dormitorio.  Me tiró sobre la cama, y me subió la falda. Comenzó a comerme el coño.

Su boca me devoraba entera y yo me volvía loca de placer.  Luego se puso encima de mí y se desabrochó la bragueta.  Me la colocó entre los muslos. Yo comencé a desabrocharle los botones de la camisa. Él no se tomó tantos miramientos. 

Cogió los bordes del cuello de la camisa con las manos  y dio un fuerte tirón. Los botones saltaron y la camisa de desabrochó. Luego me destapó los hombros y bajó e los tirantes del sujetador. Mis pechos aparecieron desnudos.  Se divirtió intentando atrapar mis pezones con la boca, mientras me metía el pene hasta lo más profundo de mi sexo.

Luego me cogió por las muñecas. Subió mis manos a la altura de mi cabeza y comenzó a follarme con fuerza, moviendo su cintura rápidamente y haciendo que su pene recorriera mi vagina con energía., como un  émbolo dentro del cilindro, como una máquina de follar.

Me corrí como una zorra, sin guardar las formas ni el decoro que se supone que debe de tener la señora de un profesional con éxito social .

-¡Ahhh! ¡Antonio! ¡Fóllame! ¡Soy tu puta!.- Le decía. Y mi marido. Al oírme, tomaba fuelle y me follaba más rápido. Hasta que me corrí, chillando como no lo había hecho nunca… con él.

Nos quedamos los dos tumbados en la cama, sudando y agarrados el uno al otro, acariciándonos y besuqueándonos.

Pero no me daba cuenta de que le había proporcionado a mi marido dos informaciones que cambiarían para los restos mis relaciones sexuales con él. Primero le había reconocido que era bisexual. Segundo, le había reconocido que era sumisa.

Egarasal1@mixmail.com

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