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La educación de la señora Patizo (III)

en Dominación

La educación de la Señora Patizo (III) El final de mi educación

Encontré a Celia, la chica del servicio un poco desmotivada, distante, como rencorosa. Lo digo ahora, para que vayan viendo venir los acontecimientos. El sexo con mi marido había mejorado, desde que llegué de la academia, un montón. Lo hacíamos con frecuencia y apasionadamente, además de las veces que jugaba a tratarme como una esclava. Me trataba con muy poco respeto en la cama, y aquello me hacía sentir mayor placer.

Claro que no hay que olvidar que el fín último de mi educación era hacerme estar dispuesta a aceptarlo todo en el sexo, todo de todo. Y no tenía que tardar el día en el que mi marido me propondría la primera cosa rara.

Esa tarde mi marido llegó alegremente y me dijo que había invitado a Tony y Kuka a cenar. Mi marido era por termino general bastante poco sociables pero siempre había sido muy amigo de Tony. Me pareció una idea estupenda

-¡Bueno! ¡Quizás también se queden a dormir!.-

-¿Adormir?- Me extrañó mucho la idea de mi marido

-¡Sí! ¡Hace mucho que me lo propusieron pero entonces no acepté, no me gustó la idea, pero ahora ya no veo motivos para decir que no!.-

-¿Y por qué rechazaste que vinieran a dormir? ¡No entiendo nada!.-

-Le dije a Tony que habías ido a una academia de educación, y que allí te afeité el "toto" y te enseñaron muchas cosas y lo ví con tanto interés y tan empeñado que no me he podido negar.-

-¿Le has dicho a Tony lo de la academia?.- No me lo podía creer. No podía creer que mi marido me hubiera vendido de aquella manera

-Es que le conté lo de tus cuernos, por desahogarme y claro, ahora decía que no comprendía por que no te echaba. Le tuve que explicar todo.-

Tony y Kuka son, como ya os he dicho, íntimos nuestros, aunque yo con quien me llevo bien es con Kuka. No se que es peor, si ser mostrada como un objeto a unos amigos o a unos desconocidos. El plan era muy simple. AL final de la noche, en lugar de que cada caballero se fuera con su señora a la cama, pues se iría a la cama con la señora del otro, con lo que al hecho de tenerme que acostar con el hombre no deseado, se juntaba el tener que aguantar que mi marido se acostara con otra mujer. Por lo visto, Kuka y Tony ya tenían algunas experiencias en los intercambios.

Mi educación me obligaba a vestir coqueta y ponerme arreglada y elegante aunque no me gustara la idea. Y eso siempre que me marido no me ordenara lo que debía de ponerme, aunque al mirarme en el espejo pareciera una buscona. Con aquella faldilla supercorta y esa camiseta ceñida, en la que se notaban los pezones de mis pechos liberados de sujetador parecía, sin medias, con aquellos zapatos horteros de gruesa suela y muy alta, parecía una buscona de feria.

Pero el complejo se me quitó al ver como venía Kuka vestida, prácticamente como yo. Kuka estaba un poco más rellenita que yo y era un poco más bajita. Era de pelo corto, morena, de labiuos carnosos y naricita pequeña y respingona. Jamás un beso de saludo me había parecido tan sugestivo.

Comimos, hablamos y bebimos. Luego Tony fue directo al grano.

-Me ha dicho tu marido que tienes algo curioso que enseñarnos.- Me puse colorada al oir eso. No pude mantener su mirada. Tony insistió. Kuka miraba también con expectación, deseosa de ver lo que decía o si era capaz de enseñarlo.. Miré a mi marido .-¡Anda! ¡Tonta! ¡Enséñalo!.-

Me puse colorada. Sentí la sangre enrojecer mi rostro, mis mejillas, pero saqué valor para levantarme la la faldita y bajarme las bragas.

-¡Jo! ¡Ni un pelo! ¡Qué gozada!-

Kuka extendió su brazo hacia mí y rozó la piel de mi vientre con la yema de sus dedos. Pegué un respingo.- ¿Te molesta?.-

Mi marido respondió por mí. -¡Qué va! ¡Tenías que haberla visto en la academia! ¡Toca, toca!.-

Kuka me palpaba con curiosidad, a mí mi excitación me hacía ponerme incómoda.

-¿Me la prestas?- Le dijo Tony a mi marido, mientras me miraba.

- Es tuya si ella...- Y mi marido señalaba a Kuka, que seguía acariciando mi vientre depilado.

-¡Oh sí! ¡Está deseando!.-

Kuka comenzó a desnudarse mientras Tony se divertía desnudándome el mismo y acariciando, magreando las partes de mi cuerpo que iban apareciendo desnudas. Era un chico joven, más joven que mi marido y quizás un año mayor que yo. Es guapo, fuerte y varonil. Se desabrochó la blusa y me enseñó su pecho cubierto de pelos. No era uno de esos hombres que parecen un oso, pero el pelo crecía fuerte en el pecho. Luego se quitó los pantalones y se bajó los calzoncillos. Me estaba animando. La verdad es que a Tony le caía un falo mucho más grande que el de mi marido. Deseé de pronto meterme aquello en la boca y sentirlo crecer.

Mi marido lamía los pechos de Kuka, que se tumbaba en el sofá para facilitarle que la poseyera.

-¿Vamos?-

-¿a dónde?.-

-A tu dormitorio-

Era una costumbre de buen anfitrión ofrecer la cama al invitado para que probara allí a su esposa. Por otra parte, me costaba mucho disfrutar de las caricias de Tony mientras veía como mi marido lo hacía con Kuka.

Tiramos pasillo a delante. Yo sólo llevaba puesta aquella falda minúscula y los zapatazos de tacón. Agarraba del pene a Tony y el se dejaba conducir hacia el dormitorio. Le comí el rabo durante un rato. Ya había practicado mucho esta técnica con mi marido, y luego, me subió la falda y me folló así mismo, en el colchón, sin darme tiempo ni siquiera a que me quitara los zapatones. Me follaba mientras llegaban a mis oídos los gemidos de placer que desde el salón lanzaba al aire la escandalosa Kuka.

El caso es que Tony le dijo a mi marido que le gustaría ver una de esas sesiones de la academia. Quizás convenciera a Kuka para educarse. Mi marido se lo preguntó a el señor Ratzer, que aceptó, seducido por la posibilidad de tener nuevos clientes y alumnas. A los pocos días fuímos en coche los cuatro a la mansión del señor Ratzer. Mi marido conducía y yo estaba sentada entre el Tony y Kuka, que me trataron de manera "extremadamente cariñosa". Mi marido sonreía orgulloso al ver como nuestros amigos me tocaban los muslos y me comían los pechos. Aquello no me sorprendía de Tony, pero sí, y mucho de Kuka.

Lou me cogió rencorosa. Llevaba puestos unos antiestéticos pantalones que según me explicó, se los había obligado a ponerse el señor Ratzer para evitar nuevos "episodios" de micciones incontroladas. Se volvió a repetir el ritual de entrada. –Este ser examen final. Tu ser buena puta ¿Eh?.- Me dijo Lou mientras me entregaba las bragas minúsculas y me ponía la bata de seda.

Cuando entré en el salón, el señor Ratzer disertaba ante la pequeña audiencia sobre su "arte". Tony y mi marido le miraban entusiasmados, pero Kuka se aguantaba la risa. Al verme, exclamó.- ¡Qué guapa vienes!.- El señor Ratzer la miró con cara de desprecio por haberle interrumpido. No le gustaba Kuka, pero yo me di cuenta que era un sentimiento mútuo. Kuka no se calllaba y al señor Ratzer esta situación le incomodaba.

-Hummíllate ante Tony, ¡Venga! ¡De rodillas con la cabeza gacha!- me ordenó mi marido. Yo lo obedecía

-¡Ay! ¡La pobre!. Decía Kuka, exasperando al señor Ratzer.

-¡Muéstrale tu culo a Kuka!.-

La verdad es que en otras circunstancias eso me hubiera parecido humillante, pero ante kuka, me parecía hasta cómico. Obedecí a pesar de todo. Kuka soltó una carcajada que hizo prostestar all señor ratzer.

-Ahora te vas a sentar en mis piernas:- Yo me senté.

-¡Pero que par de tortolitos!. –Exclamó Kuka.

-Siéntate encima de las piernas de Kuka.- Me senté en sus piernas. Sentía su respiración sobre mi pecho. Por un momento pensaba que Kuka mordería la manzana, y en cambio, lo que hizo fue soltar una tremenda carcajada. Yo al principio me quedé seria pero luego, la verdad es que me contagió la risa.

Las dos reíamos mientras escuchabamos al señor Ratzer. -¡Esto es intolerabla! ¡In-to-le-ra-ble!. ¡Ahora mismo se van ustedes de mi casa! ¡Ahora mismo! ¡Ustedes no se ríen más de mí!.- Se ponía de todos los colores y nosotras, mientras más se irritaba, más se reía.

Mi marido se levantó asustado. -¡Señor Ratzer! ¡Tranquilícese, hombre!.-

-¡FUERA! ¡He dicho!.-

Kuka se puso seria al fín. Yo lo había hecho al ver la actitud de mi marido. Tony había estado callado desde el principio. Estaba perplejo. Salimos los cuatro. Ninguno hablaba. La situación era tirante. Tanto que Tony convenció a Kuka para coger un taxi aparte. Mientras mi marido conducía el coche para ir a casa, mi marido me echó una bronca monumental.

-¡No solo has quedado tú como una tonta!¡ Me has hecho quedar a mí como un gilipollas!.-

Yo callaba.. No sabía como calmar a mi marido, como hacer que las aguas volvieran al redil. Llegamos a acasa y la bronca seguía. Me incomodaba más en tanto mi marido no se cortaba de gritarme delante de Celia, la chica del servicio. Luego me encerró en el dormitorio y se fue al despachito anexo a llamar por teléfono. Le escuchaba hablar con el señor Ratzer.- Sí, señor ratzer. Como Usted diga, Señor Ratzer:-

Finalmente mi marido colgó el teléfono. Vino a mí y con voz seria y cortante me dijo.- Mañana iremos a ver al señor Ratzer. Quiere castigarte. Yo también te voy a castigar. Dormirás en la alfombra del salón. Te ataré las manos con las pulseras y las piernas con cualquier cosa.

Mi marido me retuvo en el dormitorio. Luego me llevó al salón y en camisón, me amarró las muñecas, poniéndome las pulseras de mi esclavitud y uniéndolas. Para las piernas utilizó unas medias. Mi marido también tuvo su parte de castigo, pues se vió obligado a vigilarme, por ordenes del señor Ratzer, así que durmió en el sofá.

Lou me arrancó la ropa al llevarme delante del señor Ratzer, que parecía tranquilo, pero podía percibirse su tremendo enojo. Estaba desnuda y un poco aturdida por la agresividad con que Lou tiró de mi vestido de noche y me destrozó las bragas. Lo único que conservaba eran unos zapatos de aguja altísimos. Estaba de pié y tras permitir que Lou me atara las manos a la espalda con unas esposas, observé impasible como mis piés se ligaban a ambos extremos de una vara que medía algo menos de un metro de largo. El señor Ratzer se hacía la manicura y comenzó su discurso

- A la salvaje de tu amiga no la educaría yo ni loco. No se puede hacer ni en un año la labor que ha realizado Lou y yo en una semana. Pero tú, ¡Tú! ¡Que pensaba que te había educado!...y vas...vas y te portas...¡Como una burra!.- Dijo visiblemente excitado, soltando la lima de las uñas y golpeando la mesa con el puño cerrado.

El señor Ratzer se tranquilizó. Se recostó en el sillón y siguió totalmente tranquilo. –Pues bien, como eres una burra te educaremos con la técnica de la zanahoria y el palo. He seleccionado estas zanahorias, como ves muy naranjas, muy limpias para dárselas a mi burra.

Lou tomó la primera que el señor Razer le entregó. La puso en mi boca, haciéndola que la cogiera por el medio, de manera que la punta asomaba por la izquierda de mis labios y las hojas por la derecha.

Luego, el señor Ratzer entregó a Lou una tercera zanahoria. Loy comenzó a lamer la punta, a meterla en su boca como si fuera un falo que intentara excitar. Sacó la punta mojada. Tomó un bote que había sobre la mesa, de vaselina, y roció su punta y luego se puso detrás de mí. Me cogió los brazos y sentí su aliento detrás de mis mejillas. Comencé a sentir como la punta de la zanahoria presionaba entre mis nalgas y como abría mi esfinter y penetraba en mi ano y se hundía dentro de él. Sólo quedaban fuera las hojas. Lou las puso en la palma de mi mano y me dijo – Tu sostener. Si tu para adentro, no poder sacar. SI tu para afuera, yo meter una de madera.-

La de madera debía referirse a la parte del "Palo y la Zanahoria" que me quedaría por probar. Con estas perspectivas, me convenía no ser rebelde.

Quedaba la zanahoria más larga y más grande de todas Lou puso la punta de la zanahoria recién lubricada, esta vez nsin saliva, entre los labios de mi sexo, después de jugar con ella en mis pezones y entre mis pechos, simulando que se hacía una cubana. La zanahoria se fue colando poco a poco. Me miraba con recochineo. Tengo que decir que parecía que el señor Ratzer le había levantado el castigo, pues ya no llevaba los incómodos pantalones.

Lou introdujo la segunda fase de la zanahoria, mientras se agachaba y me comía los pechos, especialmente los pezones. Entonces comenzó a mover la zanahoria dentro de mí, consiguiendo a cada embestida introducirla un dedito más. Era una introducción metódica y calculada. Cada vez la metía más hasta que la tuvo inserta totalmente dentro de mí. Entonces se dio La vuelta. La sentí en mi espalda, mejor dicho, en mi culo. Mordió los dedos que sostenían la zanahoria de mi ano. Claro, yo aparté la mano. Entonces la zanahoria empezó a moverse como por arte de magia, digo la de mi trasero, pues la de mi sexo seguía siendo agitada por su mano.

Pensaba que Lou movía la zanahoria de mi ano con las manos, pues el movimiento era acompasado, pero luego, mordió la zanahoria por la punta y ella misma, con la boca, metía y sacaba la zanahoria mientras, tras meter sus dedos en mi boca, lo que aproveché para chuparlos, y tirar de mi cabellera hacia abajo, me pellizcó durante largo tiempo los pezones, provocando cierta sensación placentera de dolor suave.

Lou se dio la vuelta. Yo estaba superexcitada, superpenetrada. Jamás me habían follado así. Jamás me había sentido tan golfamente saciada. Me daba pena que mi marido se estuviera perdiendo esta escenita. Como digo, Lou tomó esta vez la zanahoria de mi sexo con la boca. Yo volví a sostener la zanahoria del ano con mis dedos y tengo que confesar que la meneaba dentro de mí ligeramanete, por que para meneos, los que Lou me metía con su boca, impulsando y sacando la zanahoria de mi sexo. Volví a sentir el delicioso movimiento de penetración de la zanahoria, delante y detrás.

El calor interior me asfisiaba. Las cosquillas de mi vientre se convertían casi en un doloroso placer, en una sensación a la vez insoportable y placentera. Mis jugos caían, en hilitos viscosos y finos por los muslos. Eché la cabeza hacia detrás. Lou debió de advertirlo, pues tiró de mi cabellera hacia abajo. Doblé mis piernas y la zanahoria recorrió mi vagina, haciéndome sentirla de una manera especial. Unas cuantas como esa y comencé a correrme. Solté la zanahoria de mi ano, que se salió sola. Mi obsesión era acariciar mis nalgas y mi sexo, por detrás y brotó dde mí un orgasmo mucho más fuerte, renacido.

Se me doblaban las piernas y aquello hacía que la zanahoria que Lou tenía en la boca se me metiera de lleno, por lo que los orgasmos eran deliciosamente largos y fuertes. Mi orgullo, hasta entonces hacía que mis chillidos re reprimieran, pero ya no podía más. –Ahh Ahh Ahh Ahh.- Eran chillidos cortos que intentaban seguir el ritmo de las penetraciones de la china.

Lou, al verme ya decaer en el climax, se puso de pié. Me besaba los hombros y el cuello mientras movía ahora la zanahoria lentamente con las manos. Yo, insaciable en aquel momento metía mi dedo en mi sexo, e incluso en el ano. Sus pechos tropezaban con mis pechos. Aquellas caricias tras el orgasmo me ponían mala de calentura

El señor Ratzer, con la voz quebrada, pues la escena hubiera hecho correrse encima al más pintado, comenzó un nuevo sermón. –Espero que esto te haya servido para que aprendas a que no te debes reir más de mí.- Lou se acariciaba el sexo. El señor Ratzer decidió recompensarla. -¡Ve y agradecele a la Señorita Lou todo el placer que te ha hecho sentir!.-

Lou se quitó las braguitas y se sentó en el sillón. Ya os he dicho que aunque su sexo no estaba totalmente depilado, tenía poco pelo y se lo recortaba. Se abrió de piernas. Aquel olor empezaba a resultarme familiar y delicioso. Comencé a pasar la lengua por los labios de su sexo y tras unos cuantos lametones, la china comenzó a correrse. Yo tomé su clítoris entre mis labios. Lo lamía mientras lo mordía con suavidad, intentando que no se me escapara hasta que la chica dejó de moverse.

Puse la cara sobre el regazo de Lou. No sé como el señor Ratzer se dio cuenta. Nos veía de perfil, pero su voz comprensiva me advirtió de un peligro próximo. –esta bien Lou, esta vez y ya está.-

Comencé a sentir una sensación húmeda y caliente en la base del cuello, y luego bajar por entre mis pechos. Aquella chica era una cochina insufrible. Se me había vuelto a mear.

Después de esta sesión, cuando le conté a mi marido con estos detalles todo lo ocurrido, tuvimos una noche de sexo a tope. Pero mi educación tenía que seguir. La sesión con Kuka y Tony había salido mal. Había que repetirla y para eso mi marido buscó a una persona que de verdad no me provocaría hilaridad.

Volvimos a la mansión a los pocos días. Lou me tomó mientras le indicaba a mi marido.- Otra señora ya esperar con señor Ratzer. Yo ahora preparar como buena puta. Tu ir con ellos.-

Me volví a colocar aquellas minúsculas braguitas y aquella bata de seda. Lou me puso sobre la cabeza una caperuza. Me llevó al salón cogiéndome de la mano y me quitó la bata después de ordenarme que separara mis piernas y pusiera mis manos cruzadas en la espalda. Me presionó la cabeza para que bajara y después me quitó la capucha.

No podía subir la cabeza. Miraba en un sillón entre los zapatos de mi marido y los del señor Ratzer, unos zapatos que no me parecían desconocidos del todo, luego unas piernas bien hechas, vestidas con unos vaqueros, finalmente le divisé la cara. Era la persona que menos hubiera deseado ver allí. Era Clara, la hermana de mi marido. Mi cuñada

Siempre he odiado a mi cuñada. Y ella a mí. Siempre he pensado que estaba celosa de mí ¿Por qué? No lo sabía, pero parecía que era lo bastante como para verme humillada, esclavizada, prostituída.

-Mi cuñada es una chica de 26 años, licenciada en derecho, castaña, delgada, un poco más bajita que yo, menos sensual; En fín, menos de todo. No me extrañaba que me tuviera envidia, ni que me odiara. En realidad nos odiábamos las dos, por eso, al verla allí, sentada entre el señor Ratzer y mi marido, para que me viera humillándome y siendo el juguete sexual de la reunión me fastidiaba. Mi marido había dado en el clavo para darme un merecido castigo por mi falta de compostura.

Clara estaba vestida como ella solía, con unos vaqueros y una camiseta de marca. Se la daba de sencilla y en realidad era una pija lo más de estirada. -¿Os conocéis?- Dijo el señor Ratzer con sorna. Y luego mirándome a los ojos me dijo, casi increpándome: -Vas a ser una puta muy obediente y cariñosa con esta señorita ¿Me oyes?.- Mire hacia el suelo humillada.

Empecé a obedecer las instrucciones que mi marido me daba. Repasamos las posturas que Lou, me había enseñado. El sentirme observada por Clara me obligaba a disimular los detalles últimos de las posturas, a descafeinarlas, haciéndolas con desgana.

-¡A ver! ¡Muestra tu sexo al señor Ratzer...Ahora muéstrale el culo a tu cuñada...- Me ordenaba mi marido. Fui delante de mi cuñada y poniéndome de espaldas a ella con las piernas algo abiertas, me separé las nalgas. Al cabo de unos segundos sentí su lengua en mis cachetes. Pegué un respingo, deseaba apartarme, pero tenía que estar allí.

-¡Venga! ¡Muestrale tu coño a Clara!.- Me tumbé en el suelo y volví a abrir las piernas. Miraba su cara, pero ella solo tenía ojos para ver mi sexo depilado, mientras se mordía los labios. El señor Ratzer ordenó a Lou que pusiera música y una pieza oriental, árabe, sonó en la sala. Luego, el señor Ratzer me ordenó que bailara para mi cuñada, la señorita Clara.

Me contorneé a desgana para Clara, despacio, pero sin darme cuenta, el ritmo resultante parecía adecuado. Lou comenzó a bailar a ni lado, conmigo, moviendo las manos con muy poca gracia. Yo apartaba mi mirada de ella, pero inconscientemente la levantaba para cruzar nuestras miradas en décimas de segundo.

-¡Sientate encima de la Señorita Clara!.- Clara separó ligeramente sus piernas y yo fui hacia ella y me senté sobre sus piernas, de lado, como días antes me había sentado encima de Kuka, sintiendo su aliento resoplar sobre mi pecho, el aire caliente que salía de su nariz rozar uno de mis pezones, que lo sentía excitado.

-¡Así no!- Dijo el señor Ratzer. -¡Ve de pié hacia ella y pon cada uno de tus muslos aun extremo de su cuerpo y te sientas sobre sus piernas.-

Obedecí. Mi cara quedó a una cuarta de la suya. Me sentía cercana, extremadamente cercana. Nunca me había sentido tan peligrosamente junto a ella. Me miraba con codicia. Miraba mi boca y mi cuellos, mis pechos, mi cintura, mi sexo. -¿Puedo?.- Dijo al final mirando a mi marido. -¡Por supuesto hermana, todo lo mío es tuyo!.-

Sentí entonces su mano sobre mi pecho mientras nuestros ojos se encontraban. Ella demostraba que en ese momento me poseía y yo, que sólo era una posesión momentánea. Me sobaba los pezones, restregaba la yema de sus dedos sobre ellos. Pasó su lengua por mi barbilla y mi cuello hasta besar mis pezones con pasión mientras que ahora, sus manos me aprisionaban las nalgas como si fueran un globa que pretendiera explotar. Puse mis manos sobre sus hombros -¡Las manos a la espalda!.- Gritó el señor Ratzer, siempre tan exigente en mi educación.

Le obedecí y entonces, Clara me atrapó ambas manos con una de las suyas. Luego, metió su mano entre mis muslos, deslizándola por mi vientre suave, para tocarme la crestita, con mucha suavidad al principio, pero luego, como queriéndola borrar de donde estaba y colocarla en otra parte. Mi sexo se humedecía.

Clara mojó la punta de sus dedos en mi húmeda raja y se los llevó a la boca, chupándolos como si se hubieran llenado de fino chocolate. Estuvo tocándome "la guitarra" durante unos minutos que se me antojaron tener la duración de una hora. No paró hasta que comencé a desear el contacto de su mano, a buscarlo y finalmente saciar mi sed despierta con aquella mano que me usaba para saciar su apetito.

Acabé sentada sobre ella. Ella me pretendía besar, pero yo me negaba. El señor Ratzer debió de intervenir sin duda, pero percibía en mi cuñada un gran placer al verme como me resistía a sus encantos. Finalmente Clara cesó en sus pretensiones.

-¿Puedo irme ya?.- Dije levantándome

-¡Falta algo!.- Dijo el señor Ratzer

-¿El qué? ¡Ya se!-

Mi marido me esperaba con la picha fuera del pantalón , desafiante y erguida. Mi cuñada pudo percatarse de lo bien que me habían enseñado a comer pollas.

Mi marido estaba satisfecho, por eso cuando le preguntó por la factura, después de que ambos firmamos un documento en el que yo declaraba estar dispuesta a ser poco más que una muñeca de goma apta para jugar conmigo a cualquier cosa, y ver lo abultada de la misma, no se sorprendió demasiado, aunque regateaba por vicio.

-¡Claro, Señor Patizo, que si usted quisiera, yo le podría hacer una rebaja!-

La condición era participar en un experimento que consistía en probar una máquina. Mi marido aceptó. Lou me llevó al salón después de un rato. Sentados estaban el señor Ratzer, Clara y mi marido. Del techo caía una especie de columpio de asiento flexible que me pusieron en la espalda. Me agarré a los cuerdas que sostenía en columpio. Luego me amarraron las piernas, separadas y abiertas. Regulaba Lou la posición con unas poleas. Estaba suspendida. Lou me tocó en el hombro e inicié una o dos oscilaciones, como un columpio, pero yo sentía cierta inestabilidad.

Lou atrajo hacia mí como una especie de máquina de coser que estaba tapada por un trapo. Estaba montada sobre una plataforma con ruedas. Lou le dio a una manivela y aquello bajaba y subía probando una altura que consideraron ideal. Luego lo destapó. Aquel objeto tenía en su punta un ariete en forma de pene del que Lou tiró hasta sacarlo como medio metro. Detrás del consolador a aparecía una barra de aluminio. Lou metió la barra entre las piernas. Sentí la goma en mi sexo. Me revolví pero mi peso hacia que al final aquello volviera estar frente a mi sexo. Lou roció y embarduñó el falo con una crema lubricante.

Clara se acercó y me sostuvo de la espalda mientras Lou acercaba aún más aquel objeto . Clara me empujó y aquello tropezó con mi sexo. Lo sentí casi introducirse. Permanecí quieta. Clara me sostenía. Lou tiró de la barra de aluminio un poco más hasta que sólo le quedaba a aquel ariete una puerta posible que derribar. –Estar clavada.- Indicó Lou.

Entonces, Lou comenzó a mover una manivela y aquello comenzó a introducirse y salirse de mi sexo. A cada par de vueltas, aquello se introducía y se salía una vez. Se metía unos dedos para salir acto seguido. Todos callaban esperando ver el resultado que daba la "máquina de follar". Lou empujó la máquina unos centímetros más hasta que estuve totalmente penetrada por aquello y comenzó a mover la manivela de nuevo, despacio al principio, aunque cada vez con mayor libertad, buscando un ritmo adecuado.

Cada vez que la máquina avanzaba, la inercia me hacía retroceder. La máquina era realmente una folladora excelente. Lou sabía manejarla. Comenzó a darme "puntazos", es decir, aceleraba el ritmo del cacharro cuando se me metía dentro. Yo gemía de placer. Disfrutaba de lo lindo.

-¿Querer probar, señora?.- Lou le ofreció a Clara la punta de la manivela. -¡Oh!¡Claro!.-

Mi cuñada rápidamente aprendió a darle vueltas a la manivela. Una y otra vez el pene atravesaba mi vagina. Entonces probaron un truquito de la máquina: el cambio de marcha. Aquello proporcionaba movimientos más rápidos y cortos dentro de mi sexo. Era como si me follara un tío musculoso, o un robot.

No tardó mucho en aparecer en mi vientre el cosquilleo que anunciaba mi orgasmo. Un orgasmo sublime. Sólo sentía el asiento en mi espalda y el falo follador. Me corrí y mientras chillaba de placer, Lou y Clara se besaban apasionadamente.

Con esto, el señor Ratzer dio por finalizada mi educación.

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