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Amigas Especiales (03)

en Grandes Relatos

AMIGAS ESPECIALES

(Por Elka Schwartzman Levi y Carla Bauer)

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Carlab83@yahoo.com.ar

elkaschwartzman@yahoo.es

 

 

Capítulo III.

A la mañana siguiente, desperté con un rayo de sol en los ojos. Apenas los abrí, busqué la mesita de noche (o de luz, como decimos en Argentina): quería ver la hora, pero no sabía si habría un reloj ahí. Busqué con la mirada y allí estaba: un aparato digital me indicaba, con grandes números rojos e iluminados que eran las 11:52 a.m. Por un momento, creí que aún estaba soñando, cuando vi a la dulce Elka acostada y completamente desnuda a mi lado. Mi mente comenzó a recordar lo que había sucedido aquella noche y me alegré sobremanera al comprender que no había sido un sueño. Me dieron ganas de volver a apoderarme de sus hermosos pezones rosados; pero me detuve: dormía tan plácidamente que me dio pena despertarla. "No te desesperes –me susurré-... ya tendrás tiempo para comértela entera... y para que ella haga lo mismo con vos... mmmmmmmmmmmmm", sonreí por fin.

Sin hacer ruido y tratando de no mover el colchón ni los elásticos de la cama, me levanté. Estiré los brazos en todas las direcciones posibles y arqueé mi cuerpo hacia atrás para desperezarme. Me rasqué la cabeza y, dando los primeros pasos sobre la alfombra, me agaché para recoger mi camiseta y, por costumbre, me la puse.

Fui al baño y, a los cinco minutos, me dirigí a mi dormitorio; abrí uno de los cajones del placard, saqué mi diario... volví a cerrar todo. Decidí no vestirme aún: estaba cómoda. Tomé mi reloj digital de pulsera y me encaminé a la sala, donde Toy me esperaba, moviendo la cola. Lo saludé acariciándole la cabeza, pero pronto comprendí su urgencia de salir y, ya más aplomada en mi papel de "co-dueña" de casa (en realidad, estaba muy lejos de merecer este título), abrí la puerta y él corrió al primer arbusto que encontró. Dejé mi diario sobre la mesita ratona y entré en la cocina. Allí, preparé mi desayuno: cereales con leche, una naranja exprimida y una taza de té. Al ver una bandeja con patitas, dudé: deseaba preparar un rico desayuno para Elka, pero, en primer lugar, no conocía sus gustos alimenticios para la primera comida del día; y, en segundo lugar, tampoco sabía cómo reaccionaría si la despertaba. Nunca pensé que me mandaría a la mierda, por ejemplo, pero prefería que se despertara sola. En lugar de ello, usé esa bandeja para colocar mi desayuno y, regresando a la sala, me senté, en posición "buda", sobre el sillón que se me antojó el más cómodo a primera vista.

Con una tranquilidad que hacía mucho no sentía, terminé de comer y beber. Me levanté, llevé todo de vuelta a la cocina, lavé y guardé cuanto había usado y regresé a mi sitió, reubicándome en la misma pose. Alcancé el diario y, tomando el bolígrafo que marcaba la última página escrita (no acostumbraba cerrarlo con llave), puse la fecha de aquel bello domingo y me concentré en qué escribiría y por dónde comenzaría: durante el viaje en avión, nada extraordinario había ocurrido, excepto por el vuelo en sí. Adoro los aviones y todo lo relacionado con ellos. Sin mayores novedades en ese aspecto, empecé con mi llegada al aeropuerto internacional de Barajas y mi encuentro con Elka. Revisaba con meticulosidad casi caprichosa lo que había redactado, cuando oí que se cerraba la puerta del baño. "Es ella", pensé y, coquetamente, traté de arreglar mi despeinada cabellera con las manos. Ignoraba por qué, estaba nerviosa... pero eran nervios agradables. Volví a posar los ojos en mi diario, pero nada era igual.

En seguida, mi amiga entró en la sala con, apenas, una camisa rosada, abrochada desde el botón a la altura de sus tetas hasta el que prendía un poco por debajo del ombligo. Me miró y me dijo:

-Buenos días, linda... ¿has desayunado?

-Hola... buenos días –sonreí-. Sí, ya desayuné. Me tomé ese "atrevimiento". Es más: iba a llevarte el desayuno, pero no sabía qué te gusta ni si iba a molestarte... quiero decir que, a lo mejor, querías seguir durmiendo.

-Ay, amiguita... ¡eres tan considerada! Por eso, te adoro... entre otras razones, claro –agregó, haciéndose la seria; me guiñó un ojo y se acercó a besar mis labios, a modo de saludo, reiterando sus primeras palabras, en un tono que se me antojó sensual-. Buenos días, hermosa... ¿has dormido bien?

-Estupendamente, dulzura –enfaticé, en un suspiro-. Después del "recibimiento" que me diste anoche, ¿cómo podría haber dormido?

-Vale, Carlita... pero lo de anoche no fue sólo un "recibimiento", como tú le llamas, sino también un anticipo... una pequeña muestra de cómo podrá ser nuestra vida de hoy en adelante... si tú lo deseas, claro... jijiji –rió, volviendo a guiñarme un ojo.

-Voy a pensarlo... –dije, y ambas reímos.

Dejé lo que estaba haciendo y la acompañé a la cocina, donde se instaló en una silla del comedor diario para desayunar, mientras continuábamos conversando. Mientras tanto, había estado acariciándome la conchita, intentando sacar el mayor provecho de mis jugos que habían emanado de mis entrañas al escribir los calientes recuerdos del día de mi arribo a España. Sin pensar, llevé ese dedo empapado a mi boca y chupé mis flujos. Me fascinaba saborearlos pero, en mi casa (o, mejor dicho, en casa de mis padres) era difícil hacerlo, a menos que supiera que estaba completamente sola.

-Oye, amiguita... ¿no hay nada para mí? –me preguntó Elka, señalando mi dedo.

-¿Con o sin "dulce"? –pregunté, con un guiño y una pícara sonrisa sensual.

-Ay, pues con, desde luego, cariño –respondió, con toda naturalidad-: tus dedos saben deliciosos, pero sería mejor si les agregaras algo de esa miel incomparable...

Obedeciendo como una "niña buena", bajé mi mano derecha hasta mi rasurada conchita e introduje tres dedos dentro de mí para proporcionarle una generosa ración a mi amable (digna de ser amada) anfitriona.

-Aquí está, mi bella española –dije, mostrándole mis dedos embadurnados, relamiéndome y observando ese mismo gesto en su ansioso rostro-. Hay más, pero creo que disfrutarás más haciendo tu propia "cosecha".

-Mmmmmmmmmmm –exclamó, chupándome casi toda la mano-... ¡eres increíblemente deliciosa, mi niña!

-Bueno, gracias... ya sabés, preciosa: cualquier cosa por una amiga especial como vos... ¡cualquier sacrificio es poco! –concluí, como si no me gustara todo aquello y sabiendo que ella entendería el tono de mis palabras.

-Sí, sin duda, Carlita –dijo, disimulando su sonrisa, al seguirme la corriente-. ¡Menudo sacrificio el tuyo!... jajaja... pero si no has cambiado de opinión, aceptaré tu idea de hacer mi propia "cosecha".

-Cuando quieras, amiga –respondí, amagando a quitarme la camiseta y mirando a mi alrededor para ver cuál sería el mejor lugar para que estuviésemos cómodas.

Mi rubia y encantadora amante me detuvo con un suave gesto y un no menos delicado "espera…". Me tomó de la mano y me guió hasta mi dormitorio, donde la cama, de igual tamaño que la suya, nos aguardaba, inmensa, incitante y tentadora. Ahí fue ella quien me tomó el borde inferior de la única prenda que me vestía, pasándomela por encima de la cabeza y deslizándola por mis brazos. Casi sin poder esperar, desabroché los pocos botones de su camisa que ayudé a que abandonara sus hombros y cayera al suelo. Con deseo irrefrenable, nos miramos a los ojos y nos besamos apasionadamente. Nuestras lenguas se entrelazaron y luego de algunos minutos, ella chupó la mía, como si de un pene se tratara. Era la primera vez que me hacían algo así y me fascinó. Lo único que se me ocurrió como respuesta fue pellizcarle un pezón. Ambas delirábamos de placer y nos acostamos lentamente sobre el lecho, a fin de no modificar demasiado nuestras calientes acciones. De ahí a acostarnos, fue un solo paso y ya, a esas alturas, las dos gemíamos de gozo... sonidos guturales pero extremadamente bellos salían de nuestras gargantas y quedaban atrapados en la boca de la otra.

En esta ocasión, yo era quien se encontraba de espaldas y, consecuentemente, ella estaba sobre mí. Elka aprovechó muy bien esta circunstancia para comenzar a descender, recorriendo cada centímentro de mi cuerpo, besándome el cuello, las tetas (donde se detuvo en una de sus escalas)... me dio tal mamada que, por un momento, pensé que, realmente, extraería leche de ahí... no habría sido la primera vez, pero ésa es otra historia. De todos modos, mi amada españolita siguió su derrotero hasta su próxima parada: mi ombligo. Confieso –como si hiciera falta- que ya estaba muy caliente, pero sentir su lengua allí, en medio de mi vientre plano, me volvió realmente loca. Mis grititos y gemidos se habrán oído por toda la casa... mis suspiros suplicaban que deseaba... necesitaba más, más y más. Me inundó el agujerito con saliva y, babeándose, llegó al lugar más deseado por ambas: mi cuquita. Allí, estuvo jugando con mis labios mayores y menores y todos los recovecos de mi hendidura durante no menos de cinco minutos, aunque mi noción del tiempo ya había quedado relegada a planos menores, sin ninguna importancia. Jamás, nadie (varón ni mujer) me había hecho gozar tanto en mis doce años de abundante experiencia sexual. Esta diosa de la lujuria y la sensualidad había abierto mi rajita frontal con ambas manos, introduciendo, en un maravilloso mete-y-saca, su protuberancia lingual, como suele decir ella, en mi cuevita del placer. Apenas rozaba, "accidentalmente", mi clítoris; ya estaba en mi enésimo orgasmo cuando, de pronto, se detuvo un instante... o un siglo, para girar y colocarnos en un más que deseado y oportuno 69. A partir de ese momento, tomé mi "revancha" y me dediqué a lamer su empapada conchita, tragándome la gran cantidad de jugos que su palpitante rajita me brindaba. Succioné aquel clítoris que se agrandó a un tamaño tal que me permitió mordisquearlo delicadamente, sintiendo, ante mi asombro, que seguía creciendo dentro de mi boca, mientras mi lengua jugaba con él.

Tal vez por "locura" momentánea –no era uno de mis hábitos sexuales-, mojé mi dedo corazón con mi saliva que ya estaba mezclada con su néctar y se lo metí en el culito. Desde luego, lo hice entrar de a poco. Primero, la yema... luego, hasta la primera falange. En ese momento, Elka gimió más fuerte... casi fue un grito, que fue convirtiéndose en suave susurro de excitación... fue algo así como un "hummmmm..." que expresaba un abandono tal, que me incitó a introducirlo hasta la segunda falange, dándole una inexperta pero aparentemente, placentera cogida. No podíamos hablar dado nuestro febril estado, y además, por tener nuestros paladares y gargantas tan gratamente ocupados; pero mi amante logró emitir un "¡Mássssssssssss!" tan voluptuoso que me hizo estremecer, no sólo por su pedido, sino por el refrescante seseo sobre la delicada piel de mi cuquita imberbe. Inmediatamente, sentí un húmedo rocé en mi rajita anal y, enseguida, alcanzó la entrada de mi orificio. No tardé mucho en adivinar que esas caricias tenían las mismas intenciones que las mías, pero, a no dudarlo, eran mucho más expertas. Elka no tardó nada en ponerme a mil y, así, logró atravesarme con dos dedos en mi anhelante culito, logrando que me corriera una vez más... ya había perdido la cuenta de mis explosivos orgasmos; pero la verdad era que me importaba muy poco llevar esa lujuriosa contabilidad: sólo quería estar desnuda, junto a mi amante, sintiendo y haciendo penetraciones de todo tipo, lamidas, babeos y todas esas cosas que, verdaderamente, me fascinaban... y más, con una mujer... y, entre ellas, con mi amada españolita.

Al otro día –tras un domingo pletórico de amor, sexo, lujuria y muchísimo placer-, luego de unos unos breves pero muy sensuales morreos y mimos mutuos en la cama de Elka, la mañana comenzó temprano. Se nos había acabado la buena vida (o, al menos, eso creí yo), hasta el próximo fin de semana. Desde luego, supuse que durante la semana tendríamos nuestras sesiones de sexo, pero imaginé que, de alguna manera, no sería lo mismo.

Durante el desayuno, ya vestidas, hablamos sobre lo bella que estaba la mañana y esas cosas intrascendentes. Comprendí que mi amada me había llevado a esos temas tan triviales por dos motivos. El primero: hablar de aquellos días pasados (mis dos primeros en Madrid) nos habría llevado irremediablemente de regreso a su cama... o a la mía: para el caso, daba lo mismo. Y, segundo: conversar sobre mi trabajo –que motivó levantarme temprano ese día- me pondría mucho más nerviosa de lo que ya estaba. De hecho, Elka me ofreció un tranquilizante para tomar con aquella primera comida del día.

-Relájate, linda... todo saldrá a las mil maravillas; ya lo verás –aseguró, tomando mis manos entre las suyas, intentando infundirme confianza con su generosa y bella sonrisa-. Pablo no es ningún ogro... ¿Sabes algo, Carlita? ¡Te amará!... no tanto como yo, desde luego –añadió, con alegre ternura-; pero te amará. Lo conozco, amiga, y que así será.

-Gracias, mi amor –respondí, totalmente sincera, mirándola a los ojos-. Sé que tu amigo no es ningún ogro... de lo contrario, jamás habrías permitido que trabajara con él... sólo son los nervios del primer día, además del hecho de que no soy una fotógrafa profesional.

-Cada vez que tú y yo hablamos de tu empleo, me sales con lo mismo, amiga –me reprochó, gentilmente-; yo lo sé, tú lo sabes y, naturalmente, Pablo también. Pero déjame repetirte algo por millonésima vez: ¡eres excelente, Carla! He visto tus fotos... las que tú has tomado a otros, claro, y te aseguro que estás en un nivel muy alto. No eres una veterana, desde luego, amor, pero nadie espera que lo seas a tu edad. Por otra parte, tus fotos son tan buenas como las de muchos profesionales que he visto. Sólo hace falta compararlas con las que salen en revistas como "Hola", "Vogue" o "Elle", por ejemplo; la calidad es la misma... y, a veces, mejor... y antes de que me tildes de parcial o exagerada, te digo... no: te aseguro, que no exagero ni un ápice. Ya verás cuando Pablo vea tu material, y cuando le demuestres lo que eres capaz de hacer con una cámara.

Me levanté de la silla, me acerqué a Elka y, abrazándola, eché a llorar como una niña. Mis lágrimas eran de emoción, agradecimiento y nervios.

-Vamos, mujer... ya, ya –me consoló, acariciándome dulcemente la espalda y la nuca, con un breve beso en los labios. Luego, tomando mi cabeza con sus suaves manos, continuó, mientras secaba mis mejillas con ambos pulgares-: ya, Carlita... comprendo: has debido abandonar tu país, apenas has llegado hace menos de cuarenta y ocho horas y has vivido emociones muy fuertes, conociéndonos... en todo sentido... ¡quién podría dudarlo! Pero deja de llorar, amor... pareces una cría, ¡caramba! –exclamó, con el tono de voz más tierno que había oído en mi vida-. Como decís vosotros en Argentina: ¡no seas boluda, che!

Su último chascarrillo me hizo reír: no me esperaba esa expresión tan de mi país en boca de Elka, imitando nuestro acento. Eso la hacía verse aún más bella.

Pocos minutos más tarde, estaba en la calle, con mi cartera colgando de mi hombro derecho y llegándome a la cadera, llamando un taxi. Mi amada había ofrecido llevarmre en el auto, pero resolví ir sola. Pese a ser hija única, soy una persona muy independiente y, además, no quería interferir en su vida... lo vivido aquel fin de semana me decía, de alguna manera, que, en muy pocas horas, había pasado a ser parte de su vida, así como ella ya era parte de la mía; pero no quería que sintiera, ni por un instante, que estaba aprovechándome de esa circunstancia para mi comodidad. Y, finalmente, como si estas razones no fueran suficientes, se me ocurrió pensar que no quedaría bien que Pablo Hernández Vargas (mi jefe) me viera llegar de la mano de nuestra común amiga. Era como si, realmente, fuera una niña, en su primer día de clases, con su mami. Tenía claro que nuestros roles –el de Elka y el mío- no eran, precisamente, madre-hija, pero así lo sentí en ese momento.

Me bajé del taxi a la puerta del edificio donde estaba la agencia de publicidad. Pude haber subido por el elevador al segundo piso, pero quise descargar los nervios acumulados en el trayecto, que no duró ni quince minutos, utilizando las escaleras.

Aquello era enorme y moderno, contrastando con la bellísima y cuidada antigüedad que brindaba la fachada desde la calle. La agencia ocupaba todo el piso, dividido en diferentes secciones. Me crucé con una joven rubia de anteojos (o gafas), a quien pregunté cuál era la puerta de la oficina del Director Artístico.

-Aquélla, al frente –me indicó, con la típica amabilidad española-... pero si buscas a Pablo, está en el estudio, presenciando una sesión fotográfica. ¿Sabes dónde queda? –interrogó, viendo la palabra "AUXILIO" reflejada en mi mirada. Meneé la cabeza.

-La primera puerta a la derecha –me dijo.

Agradecí y, con paso breve, casi en puntas de pie, me dirigí hacia allá. Muy cautelosamente, tomé el picaporte y abrí la puerta, esperando que las bisagras estuvieran bien engrasadas. Entré y, con el mismo cuidado, cerré la puerta tras de mí. Mirando hacia delante, lo primero que vi, fue el perfil de una dulce niña de unos doce años, de cabello negro y ojos verdes (¡una verdadera muñeca!), vestida de colegiala, con dos coletas. Su falda era discretamente corta –a medio muslo-, a cuadros, azul y roja, con rayas blancas entrecruzadas, corbata al tono, blusa y medias blancas y zapatos abotinados negros. Llevaba un sostén color crema, que se le trasparentaba a través de la fina tela de la blusa; se me ocurrió pensar que se lo había puesto por la coquetería propia de la edad o porque las tomas así lo requerían, ya que sus tetitas no justificaban esa prenda íntima. A su derecha, como aguardando su entrada para posar con ella, o bien esperando su turno para competir, había una deliciosa pelirroja de ojos azules con las mismas características físicas y atuendo que la anterior. Intenté controlarme, pero hay ciertas cosas que se pueden manejar: ambas chicas me volvían loca. Me fascinaban sus piernitas bien formadas para su edad, sus caderas, cinturas y pechos en inminente desarrollo. Además, verlas así, de colegialas me tenía totalmente hipnotizada. Me despertó de mi ensueño el susurro varonil del Asistente Fotográfico, título que conocí luego.

-¿Deseas adelantarte para ver mejor? –me preguntó, caballerescamente.

-¿Eh? Ah... sí, gracias –respondí, un tanto perturbada por el susto.

Dando unos pasos hacia delante, confirmé que había ingresado en ese estudio por el costado. Un varón de unos treinta años, sentado en una silla, al lado del fotógrafo, se agarraba la cabeza, en señal de desesperación. Me miró de reojo pero no me hizo caso. Estaba demasiado enfrascado en esa sesión que, según musitaba, era un verdadero fracaso.

-¡No, niña, no! –gritó, finalmente; luego, controlándose, dijo-: escúchame, Julia... se supone que estamos vendiendo un bolígrafo para llevar a la escuela, y tú te comportas como si fuera una publicidad de champú. Por lo que más quieras, preciosa, deja tus coletas tranquilas.

-Vale, Pablo, que ya entendí... pero ¿puedo ir al toilette? Quiero mear –pidió la exquisita morochita, con una familiaridad que parecía ser moneda corriente en esa agencia.

-Sí, claro. Vete. No me gustaría ser responsable de una inundación... –sonrió, resignado, aunque no del todo enojado.

-¿Puedo acompañarla? –interrogó la pelirroja, levantando tímidamente la mano.

-Sí, ve –aceptó Pablo, con un ademán casi indiferente de su mano-. De todos modos, nos vendrá bien un descanso.

Al oír esto, el asistente tomó la cámara de manos del fotógrafo e informó que iría a reemplazar el rollo. Mi colega, a su vez, dijo que acompañaría a Luis (el asistente) y que, luego, debía salir. Estaría ausente durante una hora, según explicó. Aprovechando el lento "desparramo" de gente y que el Director Artístico ya no estaba ocupado –sólo hojeaba unas planillas quién sabe de qué-, me acerqué a él, dispuesta a presentarme. Pero adivinó mi intención y se adelantó, extendiéndome su mano derecha.

-Tú debes ser la amiga de Elka... la chica argentina –agregó, mirándome de arriba abajo, como inspeccionando mi blusa blanca, mi muy discreta falda azul, que me cubría las tres cuartas partes de mis muslos, así como unos cómodos mocasines negros, que completaban mi atuendo.

-Así es... soy Carla Bauer; mucho gusto, señor –saludé, estrechando su diestra, con esos nervios que se resistían a abandonarme.

-Hola, Carla... antes que nada, os pediré que me tutees; de lo contrario, me harás sentir más viejo de lo que en realidad soy –me reprochó, con una simpática sonrisa-. Aclarado ese punto, ¿cuánto tiempo podréis quedarte hoy?

-Lo que sea necesario... no tengo horarios de universidad, todavía; así que, si fuera necesario, estaré aquí todo el día... Elka ya lo sabe.

-Me alegra ver esa actitud positiva en ti. Si en realidad sois así (y tengo muy pocas dudas de que lo seas), nos llevaremos de maravillas, Carlita... puedo llamarte así, ¿verdad?

-Claro, ¿por qué no? Como te sientas más cómodo –respondí, más distendida.

-Vale. Ahora... tú tenías algún material para mostrarme... –insinuó, con intenciones puramente profesionales... se notaba.

Abrí mi cartera y saqué un cuaderno de tapa dura. Dentro de él, tenía algunas fotos sueltas que había tomado con mi modesta cámara ("modesta", comparada con las que utilizan los fotógrafos de verdad... en agencias, por ejemplo). Eran unas diez, en las que había retratado a amigas que, sabiendo lo de mi don, posaban en bikini o "topless", cubriéndose las tetas, en posiciones muy sugerentes. Se las alcancé.

-Tienen varios meses –aclaré, sin motivo aparente, mientras, a su lado, las revisaba, al tiempo que él las miraba cuidadosamente-: son de diciembre, enero y febrero... mi último verano en Argentina.

-Todas las argentinas tienen ese... "ángel", por llamarlo así, que las hacen estar entre las mujeres más bellas del mundo... y no es porque tú estés presente: siempre lo he dicho; podéis preguntarlo a cualquiera de mis colaboradores –afirmó, mirándome a los ojos; en ese momento, creo que percibió la ansiedad en mi mirada-. En cuanto a tu trabajo, me parece estupendo... realmente superlativo, considerando que no contabas con una cámara profesional. ¿Te animarías a probar suerte con las dos crías que estaban aquí cuando llegaste? Tanto Julia como Sonia (la de cabello rojo) son estupendas modelos: están en el negocio desde hace cinco años. Siempre han sido dóciles... pero están en la pubertad... una edad que, como sabrás, no es fácil... ni para quien la vive, ni para nosotros, que la padecemos: hablo de los adultos que deben tratar con ellas, claro.

-Sí, comprendo –asentí, ya muchísimo más suelta y confiada. Así, me atreví a sugerir-: Si querés, puedo ir a decirles que estamos listos para reanudar la sesión y que esperamos por ellas.

-¡Excelente idea! –exclamó, feliz con mi idea-. Si tenéis algún tipo de problema con ellas, sólo diles que te envía Pablo... y que les necesito aquí cuanto antes.

Con esas instrucciones, salí al pasillo. Desde luego, seguía tan perdida como cuando entré, en lo referente a la ubicación de los baños, pero, como ya dejé entrever, mi actitud había cambiado y confiaba en hallar a esas dos pequeñas bellezas enseguida... después de todo, estaba en un piso, no en una ciudad.

A medida que me acerqué a una puerta que tenía una placa con la iscripción "Equipos y Revelado", comencé a oír risitas nerviosas que una tenue voz masculina intentaba callar. Aceleré mis silenciosos pasos y llegué a la parte externa de aquella habitación. Disimulada y cuidadosamente, escuché. Identifiqué la voz de hombre como la del Asistente que, hasta hacía pocos minutos, había estado en el estudio y las de las dos doceañeras, vestidas de inocentes colegialas.

-Mmmmmmmmm –gemía él, elevando inconscientemente la voz, para luego volver a bajarla-. Parece que os gusta mi polla, a que sí, niñas... ¡esas manitas son seda sobre mi piel!

Sí, ya no me cabían dudas: Julia y Sonia estaban pajeando a nuestro Asistente y era más que probable que, en pocos minutos, lo mamaran y terminaran cogiendo con él. Necesitaba ocultarme con urgencia, en algún lugar donde, al menos, pudiera seguir oyendo lo que sucedía y darme el dedo que mi conchita, ya jugosa, pedía a gritos. Al lado, había una puerta gemela, a excepción de su placa que rezaba "Estudio C". Sin pensarlo dos veces pero con el mayor sigilo, giré el picaporte y, para mi alivio, la habitación estaba en penumbras y vacía: era un pequeño cubículo, lleno de equipo para fotografía, tales como un reflector, cortinas, algunos materiales de escenografía y –lo que sería uno de mis dos mejores hallazgos- una tarima pegada a la pared que lindaba con la habitación de donde seguían saliendo las apagadas voces de las dos chicas y de Luis. Me descalcé, subí a la tarima e hice el segundo gran hallazgo: un agujerito en la fina pared de cartón prensado. Al parecer, yo no era la primera persona que había descubierto esas deliciosas relaciones prohibidas y censuradas por la sociedad mundial, cuyos discursos comprendía pero no compartía.

De todos modos, ahí estaba yo, fisgoneando esas escenas calientes que me tenían a mil. Ahora sí veía a las dos bellas jovencitas, aún (lamentablemente) vestidas. Julia seguía masajeando el pedazo de carne de Luis, mientras Sonia comenzaba a pasarle la lengua por el glande. En realidad, no sabía a quién envidiar más... hacía mucho que no chupaba una verga. Pero, con todo, prefería estar en el lugar de él... claro que, en ese caso, la situación habría variado un poco. Julia masajearía mis tetas, mientras Sonia estaría dándole una mamada a mi cuevita... mmmmmmm... de sólo pensarlo, casi alcancé el orgasmo. La escena mejoró cuando vi al Asistente meter su mano debajo de la faldita de la pequeña de cabello oscuro. Se la subió y, como ella estaba agachada, tallando la mano sobre aquella venosa verga, la tela quedó sobre su cintura y parte de la espaldita. Luego, procedió a bajarle las molestas bragas rosadas que cayeron al piso. Luis le acarició las nalgas y, en cuanto Sonia se dio cuenta, dejó la pija y, en un solo paso, se ubicó en cuclillas, detrás de su amiguita y comenzó a lamerle la rajita del trasero. En cuanto Julia sintió esa lengüita traviesa, instintivamente abrió más las piernas para que también llegara a su chochito, a la vez que introducía, con el mejor estilo de una experta, el vergón dentro de la boquita. Yo, por mi parte, era una espectadora muy afortunada, porque la habitación que estaba espiando tenía un espejo gigante en la pared opuesta a la del agujero por el cual observaba, de modo que podía ver ambos lados, con lujo de detalles. Finalmente, cuando advertí que todos estaban a punto de correrse, aceleré mi dedo para que, si hubiera algún gemido medio fuerte o un gritito, hasta ahora reprimidos por mí, se confundieran con los que, seguramente, se oirían en el cuarto contiguo. Me concentré en las lamidas de la pelirroja que subían y bajaban desde y hacia la conchita y el culito propiamente dicho de su compañera. La respiración de todos se volvió cada vez más agitada y Luis fue el primero en acabar. Julia bebió, golosa, hasta la última gota de leche y, como suele suceder en estos casos, limpió la estaca con sus hábiles chupeteos, hasta dejarla completamente limpia. A continuación, giró para besar apasionadamente a Sonia y compartir el néctar espeso y blancuzco que acababa salir del único varón en el cuarto; con sus lenguas entrelazadas, la pelirroja culminó su faena con su colega de las coletas, utilizando sus dedos que entraban y salían de la cuquita de Julita que apenas tenía un suave manto de pelusa oscura prolijamente recortada, según averiguaría días después. Cuando llegó, despidió un interesante y transparente chorro de jugos que, fácil es imaginar, yo habría dado cualquier cosa por saborear y tragar. En ese momento chilló de placer, pero su boca fue cubierta por la de Luis, con un profundo beso francés.

-No nos hemos olvidado de ti, mi reina –dijo él, dirigiéndose a la pequeña de cabello rojo y ojos azules-. Juli y yo te ayudaremos a desfogarte... no puedes quedar así, caliente, después de la paja que le has hecho a tu amiguita.

Julia se encargó de levantarle la faldita de colegiala y bajarle las braguitas blancas. Su cuquita, totalmente lampiña, brillaba con gotitas de sus propios flujos que cubrían tan apetitosa vulva. Entretanto, el eficaz Asistente, con su cansado animal todavía fuera de sus pantalones, le abría la blusa y sacaba ambos limoncitos aprisionados en el innecesario sostén.

-Si te doy una mamada, ¿crees que podrás romperme el culito como la última vez? –fue la pregunta de Sonia, cuya dulce e inocente voz contrastaba con el vocabulario y, más que nada, con el pedido.

-Podríamos intentarlo... –respondió él, haciéndose el interesante.

-¿Y qué tal si ambas te damos esa mamada? –terció la pequeña Julia quien, luego, dirigiéndose a su compañera, agregó-: No te aflijas, amiguita, que hoy no interferiré en la follada que Luis te dé... que te la mereces y será toda tuya... pero sólo por hoy, ¿eh? –sonrió, guiñándole un ojo.

Y así fue: ambas niñas, haciendo gala de sus habilidades en las artes del sexo oral, besaron, lamieron y chuparon el flácido mástil de aquel hombre afortunado que, de a poco y sin más remedio, fue recuperando su rigidez, en toda su viril e inflamada extensión. Sonia, quitándose su falda, puso su desnudo y apetitoso culito en pompa, invitando a Luis a que clavara su hirviente daga en aquel breve orificio arrugado y rosadito. La otra jovencita, se dio cuenta a tiempo del error que su amiga estaba a punto de cometer. Así, tomó su mochila y sacó un pomito de vaselina que, sin perder tiempo, untó previamente en el agujerito de Sonia... primero por fuera y, luego, fue introduciendo uno a uno sus finos dedos, hasta llegar a cuatro. Creo que, si hubiese tenido más tiempo, habría logrado meterle la mano entera. Pero ya había cumplido su misión. Untó, también, la crema sobre la pija de su amante compartido, y me pareció que se había quedado con las ganas de seguir chupándosela. Ahora sí: Luis apuntó al agujerito de Sonia y, acercándose, tomándola por las caderas, la metió sin prisa y sin pausa. Pronto, junto con los gemidos de la pareja, se oyó el característico "slap-slap-slap" de caderas masculinas y nalguitas femeninas chocando entre sí, mientras ella misma se acariciaba las tetitas y pellizcaba sus pezones. A los pocos minutos y a pesar de la reciente corrida, Luis escupió una buena cantidad de leche dentro del esfínter de la apetitosa pelirroja, mientras ella también alcanzaba su orgasmo, ayudada por los deditos de su amiga, quien había introducido dos en la imberbe cuquita. Un grito de placer salió de la garganta de Sonia, permitiéndome mezclar el mío con el de ella y alcanzar mi propio orgasmo pasando inadvertida.

El espectáculo había terminado. Seguramente, ahora los tres arreglarían sus ropas y emprolijarían sus cabellos, algo desparramados por la actividad desplegada. Yo, por mi parte, habiendo dejado un hermoso charco de jugos en la tarima, salí –en el más absoluto silencio- y, esta vez sí, me dirigí al baño para sacarme el olor a sexo. Obviamente, si hubiese estado en casa, ni se me habría ocurrido... ni siquiera en lo de mis padres: ellos sabían de mis frecuentes masturbaciones y supongo que, al ignorar mi bisexualidad, preferían que me pajeara a tener a su única hija embarazada o "forzada" a casarse con el mal nacido que se hubiese aprovechado de ella... ¡mis pobres, inocentes y queridos viejos!

Ya rumbo al estudio donde Pablo nos aguardaba, tuve la fortuna de toparme con las dos doceañeras, a quienes di el mensaje. Se miraron con una pícara sonrisa cómplice que, en ese momento, no entendí correctamente; sólo pensé que se debía a que hasta hacía un rato, habían estado "jugando" con Luis. Finalmente, apuré mi paso hacia el estudio, donde, inventando una descompostura por los nervios, me disculpé ante mi jefe. Momentos después, llegaron las niñas y comencé mi labor como fotógrafa.

¡Ah...! A propósito: esa sesión también fue exitosa.

 

CONTINUARÁ...

 

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