AMIGAS ESPECIALES
(Por Carla Bauer)
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Capítulo XI.
El domingo veintidós de diciembre, vinieron Julia y Sonia a jugar con Belén en casa. Eso, por sí sólo, no era novedad alguna, ya que, como di a entender antes, las visitas eran frecuentes y mutuas: las niñas venían a nuestro apartamento o Belita iba a lo de Sonia o Julia, según las conveniencias de cada caso y los arreglos de las crías. Pero ese día, la madre de Julita trajo una novedad maravillosa.
-Carla, Elka, os quisiera hablar... nada grave -sonrió Amanda (la joven mujer en cuestión), calmando mis pensamientos... algo así como "¡¿Qué desastre habrá hecho Belén en su casa, pobre madre sacrificada?!", los cuales, creo yo, adivinó-... vuestra niña es un ángel: cuando viene, es un modelo de educación. ¡Se diría que no está en casa!
-Bueno, que nos tranquilizas, mujer -dijo mi novia, aliviada.
De hecho, Amanda está convencida de que Elka y yo somos primas lejanas. Ni siquiera sospecha de nuestra relación lésbica, y lo mismo sucede con María José, la madre de Sonia y con Marcela, la de María.
-Pues no, amigas: el tema es otro... y espero que os agrade -aclaró, mientras las tres niñas espiaban, ocultas, cuchicheando detrás de la entrada a la habitación que Belita compartía conmigo-. Se trata de una cabaña que mi marido y yo tenemos a mitad de camino entre Ciudad Real y Córdoba... ya sabéis, al sur de aquí. Pues nosotros solemos las vacacione en el verano, alguna fecha especial y a pasar ahí el Año Nuevo, aprovechando las vacaciones escolares de nuestras hijas; tanto Jorge, mi marido, como yo, pedimos unos días en nuestros trabajos y para allí partimos. Sin embargo, este año, nos ha resultado imposible tener días libres, y hemos pensado en vosotras. ¿No os apetecería tomar provecho de esta circunstancia y pasar allí unos días? Con Belén y Julita, claro... Ximena está castigada y no le hemos permitido acompañaros.
-Pues de mil amores, Amanda -dijo, mi "prima", en un tono que iba hacia una negativa segura y omitiendo el comentario acerca de la hermana mayor de Julia-... nada me daría más gusto que tomarme unos días de vacaciones, e irme a respirar algo de aire fresco y puro; pero no puedo: estoy de trabajo hasta las orejas.
-¿Y qué hay de ti, Carla? ¿Acaso tú no podrías hablar con Pablo? -me interrogó la madre de Julia, mi favorita, después de Belita, claro.
-Creo que no será necesario -respondí, con un inconsciente aire misterioso-: la semana pasada, Luis y Pablo me han dicho en dos ocasiones diferentes que no había nada planeado ni pendiente entre nochebuena y Año Nuevo. De modo que, si las niñas están de acuerdo, podríamos partir después de Navidad. Sé que la pasaríamos de maravillas.
Estas últimas palabras fueron completamente sinceras, aunque, desde luego, no sería de esas madres estrictas, que no dejan que sus niñas -en este caso- se diviertan con sus juegos infantiles. Y no sería así por dos razones: primero, porque no soy de arruinarle la diversión a nadie... aunque ésta no tenga nada que ver con el sexo; y, segundo, porque lo más seguro era que yo también participara de aquellos juegos que, aceptémoslo, de infantiles tendrían muy poco. Por supuesto, si las chicas decidieran salir a pasear solas, yo no habría de seguirlas como una pesada. Sin embargo, intuía que yo estaría incluida por ellas mismas en casi todas sus actividades.
-¿Quiénes irán? -interrogó Elka, saboreando las historias reales que Belita y yo le contaríamos a nuestro regreso, y que le servirían de inspiración para sus excitantes ficciones que tan bien redactaba y, por supuesto, redacta.
-No lo sé -respondí, viendo que Amanda se encogía de hombros y a las tres niñas que, con el mayor disimulo posible, me miraban desde su precario escondrijo, esperando que Mamicarla no las defraudara-... en el auto, podemos ir cuatro personas cómodas; así que, además de nuestras hijas -dije, dirigiéndome a la amable mujer que nos visitaba-, podría venir Sonia también... es decir, si vos y María José están de acuerdo.
-Yo, de mil amores -me respondió la dueña de la cabaña-... y de seguro, Majo también estará de acuerdo: esas dos niñas son como hermanas, vamos; pero ¿podrás hacerte cargo de tres crías, sin volverte loca? -preguntó, medio en broma, medio en serio, como diciéndome "Yo jamás lo he hecho y no sé si lo haría".
-Sí, ¿por qué no? Las niñas me quieren y, además, me respetan... al menos, así lo han demostrado Julia y Sonia en nuestras sesiones fotográficas a solas, en la agencia. En cuanto a Belén, bueno... es mi hija. ¿Qué otro remedio le queda? -sonreí-. Por otra parte, sabrán que, si no se portan bien y obedecen, será la última vez que las cuatro salgamos juntas... no necesariamente a tu cabaña, claro, sino a cualquier excursión que se nos pueda presentar.
-Vale: si te animas, mi niña estará en tus manos. Eres más valiente que yo, Carlita -sonrió, por fin.
Ya con todo en orden, el jueves veintiséis Belita y yo nos levantamos a las nueve y, habiendo cargado el coche, salimos a las diez y cuarto. Hicimos una breve escala de quince minutos en el apartamento de Julia, donde pasamos a buscar a ambas amigas de mi niña y -¿por qué no decirlo?- también mías. Allí vi, por primera vez, a Ximena, la "fastidiosa" hermana mayor de Julita. "¡Qué bombón!", pensé en ese momento. Su cara era la de una verdadera diosa adolescente (sabría que tenía diecisiete años durante una conversación muy casual, en el transcurso del viaje): rostro rectangular, ojos celestes y rasgados, cejas perfectas, nariz recta pero pequeña que armonizaba con el tamaño de su boca, cuyos labios carnosos y entreabiertos permiían ver su bella dentadura. Su cabello era liso y castaño claro... no rubio: marrón claro y brilloso, que le llegaba a media espalda. Su vestido amplio, el grueso suéter azul oscuro que llevaba y, acaso, mi propio apuro por partir, no me permitieron apreciar su embarazo de cinco meses, del cual también me enteraría luego. Nos saludamos con un cordial "Hola" y el habitual doble beso que repetimos con ella y con su madre, al despedirnos utilizando el archiconocido pero no menos sincero "Hasta la vuelta", acompañado de millones de recomendaciones por parte de Amanda, que Sonia ya había debido "soportar", según ella, la noche anterior, cuando sus padres la habían dejado en lo de su íntima amiga. Ya con el motor encendido y mi mano derecha sobre la palanca de cambios, lista para poner primera., la mamá de Julia y de Ximena me deseó suerte por última vez.
No bien estuvimos en la carretera, nuestras amiguitas, sentadas juiciosamente en el asiento trasero con sus respectivos cinturones de seguridad colocados (al igual que mi hija y yo), pudieron apreciar mi pasión por la velocidad. No es que me guste correr en cualquier lugar y situación; pero, cuando se puede y las condiciones son las apropiadas, me fascina levantar el auto a ciento cuarenta o ciento cincuenta kilómetros por hora. También, me agrada sentir la potencia del motor debajo de mi pie derecho... sacarle todo el provecho posible: es por ello que aprovecho las marchas del coche al máximo. Aclaro, por si interesara a alguien que este gustito por la velocidad y la potencia, lo tengo desde los nueve años, edad a la cual Sebastián, el hermano mayor de Mamá y de Charlie, me enseñó mis primeros pasos en el fantástico arte de conducir.
De todas maneras, a lo que quería llegar con todo esto, es a que las chicas (Julia y Sonia) se impresionaron con mi poco usual manera de usar las marchas, lo cual hace parecer, en muchas ocasiones, que se está yendo más rápido de lo que realmente estás llevando tu coche. Ese viaje fue un ejemplo claro, porque en ningún momento superé los ciento veinte kilómetros por hora.
-¿Quién te ha enseñado a conducir? -se "atrevió" a interrogar Sonia, arregládose un mechón de su rojiza cabellera, añadiendo, antes de que pudiera "enojarme" por su "impertinencia"-... no es que lo hagas mal, sólo que parecería que te hubiese enseñado un piloto de rally.
-Bueno, no fue ningún piloto de rally, preciosa -respondí, mirándola por el espejo retrovisor interno, al tiempo que cambiaba de tercera a cuarta, sin disminuir la velocidad, pero ese sólo hecho hizo que ambas amigas se relajasen notoriamente-... ¿lo ven? Seguimos yendo a setenta, pero es el ruido del motor lo que las impresiona.
Dicho esto, mi pequeña, sentada en el asiento del acompañante, me miró con cierto orgullo filial, como diciéndome: "¡Bien hecho, Mami! Enséñales a estas cobardes...", olvidando su propia reacción, muy similar al de las chicas, la primera vez que salimos juntas en mi Clio.
-Por otra parte -continué, prestando más atención al camino que al retrovisor-, si bien mi tío (el que me enseñó a conducir) no era piloto de rally, sí corría en pista y también en caminos abiertos... en algún gran premio de mi país, hace muchos, muchos años.
-Y dinos, Carla -intervino Julia, con ojos pícaros-... ¿cómo le hiciste para que te enseñara a conducir: le hiciste algún "favorcillo especial"? Tú sabes...
-Sí, lo sé -respondí, con una sonrisa cómplice, pero lo que añadí enseguida, le quitó la ilusión de lo que para ella y, quizá, para las tres niñas, sería una masturbación segura-; pero no todo lo que logré en la vida ha tenido que ver con el sexo. Es más: este tío mío no tenía ningún interés por mí, en lo sexual... me amaba y me ama por el sólo hecho de ser su sobrina.
-Pero, ¿nunca le pusiste a prueba? -terció Belén, en el interrogatorio-. ¿Nunca le has insinuado nada?
-Sí... fue de forma muy "casual", en la piscina de mis abuelos, cuando estaba toda la familia reunida, en una casa hermosa y muy grande -rememoré, con breve nostalgia-... llevaba una falda muy corta; haciéndome la distraída, me agaché y, ¡oh, sorpresa!, sin bragas (antes las llevaba por obligación... Mamá me vigilaba), le mostré mi culito y cuqui de ocho o nueve años. A pesar de saber que no a todos los hombres les gustaban las crías tan pequeñas, me sentí algo defraudada. Luego, a los dieciséis, tomaba sol con bikini y boca abajo, al borde de la misma piscina... tenía la parte superior suelta, para evitar las marcas blancas de las tiras. De pronto, Sebastián se acercó a preguntarme algo y yo, para responderle, me levaté bastante más de lo necesario y, sin querer (lo juro), le mostré mis tetas que, por aquella época, estaban más grandes que ahora, por lo del embarazo que les he contado, ¿verdad? -pregunté, estando segura de que Belita conocía esa historia. Ambas chicas, desde el asiento trasero, me confirmaron que sí, con un simple movimiento de cabeza-. Bueno: mi tío, no sé cómo hizo, pero logró estornudar cuatro o cinco veces seguidas, sin mirarme (obviamente), lo cual me dio tiempo para cubrir mis senos y hacerme la recatada y la muy distraída. Desde entonces, me quedó claro que mi tío Sebastián era un "bicho" extremadamente raro, cuyo único interés eran los autos y que las mujeres le gustaban, sí, pero de los veinticinco años para arriba y que no tengan nada que ver con su familia. Resumiendo: en ese aspecto, es un aburrido total -sonreí, para culminar.
El viaje me resultó atípico, en primer lugar porque, por lo general, cuando tenemos sesiones fotográficas en exteriores -a veces, en sitios bastante alejados de Madrid-, voy en mi coche, pero sola; y, cuando voy acompañada, rara vez hablo de sexo y mucho menos de incesto... aunque, como en este caso, fuera un "intento frustrado", por decirlo de alguna manera. Por otra parte, tardé bastante más de lo que habría tardado yendo sola, no tanto por el tema de la velocidad, sino porque, con tres crías en el auto, paramos no sé cuántas veces para que pudieran ir al baño: nunca se pusieron de acuerdo en ir las tres juntas. Esto implicaba detenernos en gasolineras o, como sucedió a mitad de camino, en un restaurante, donde nos tentamos y resolvimos almorzar.
Llegamos a la cabaña a las cinco de la tarde. ¡Era un lugar bellísimo! Y, además, apenas si podía creer que estaba tan cerca de las tierras donde Cervantes ubicó a su Quijote -La Mancha, claro- y, a la vez, próxima a la ciudad que había dado nombre a donde yo había vivido buena parte de mi vida: Córdoba, en Argentina. Todo ello me cautivó, y me prometí visitar ambas ciudades con más tiempo, así las niñas se aburrieran como ostras en el coche o durante las caminatas. ¡Ni pensaba dejarlas solas en la cabaña! Suponía qué harían ellas, quedándose sin mí, pero no sabía qué podía sucederles en mi ausencia. No: estaban bajo mi responsabilidad y, además, las amaba, más allá del sexo que compartíamos.
Lo primero fue acomodarnos. Julia me guió hasta el cuarto de sus padres, donde había una cama matrimonial.
-Éste será tu alcoba -me dijo, amablemente; enseguida, continuó con sus ojos brillando de picardía-... aunque, si quieres, cualquiera de nosotras podrá hacerte compañía... para que no te sientas sola, vamos...
-Sí, claro -le respondí, en tono jocoso-: y vos, como "dueña de casa", serás la que más compañía me haga, ¿verdad?
-Si así lo deseas... mi madre me ha dicho que te obedezca en todo lo que digas. Te imaginarás que no podría faltar a un pedido de Mamá, ¿no es así?
-Así debería ser, mi amor -sonreí, sabiendo hacia dónde apuntaba su postura de hija ejemplar-. En realidad, yo dormiría con todas ustedes a la vez... las deseo, Julita... como si no lo supieras. Pero, de hecho, si eso ocurriera, lo menos que haríamos sería dormir y regresaríamos a Madrid con unas ojeras impresionantes. Seguramente, tendremos nuestras sesiones de sexo aquí; de hecho, muero por tener la primera, cuando todo esté ordenado y organizado. Pero dormir, dormir, dormiré sola... o en todo caso con una de ustedes, pero sólo para dormir, ¿vale?
-Vale -respondió, incrédula, como diciendo: "Veremos cuánto duras en esa postura de mami intransigente".
-¿Vamos al otro dormitorio? -sugerí-. Quiero ver qué hacen Belita y Sonia... no, eso no -añadí, ante su sonrisa pícara-. No puede ser que estén tan desesperadas.
-No es desesperación, Carlita: nos gustamos mucho, como tú también nos gustas y pues... cuando estamos solas, no hay razón para aguardar, ¿no crees? Además, en el viaje, Sonia y yo estábamos acariciándonos las piernas y las tetas (sobre la ropa, claro), y a ambas nos hace mucha ilusión follar entre nosotras, con Belita o contigo... o las cuatro juntas. ¡No sabes lo que diera por lamer tu coño ya mismo!
-La idea me gusta, ¿para qué engañarte? Pero lo correcto es decir "no sabes lo que daría". Ahora, dejando ese detalle de lado, a mí también me gustaría comerme el tuyo... y el de Sonia y el de Belita, por supuesto, como ya lo hemos hecho en tu apartamento y en el mío. Las tres tienen cuquitas muy tiernas y jugosas... pero, antes de que ceda a tu pedido, prefiero hacer las cosas bien: terminar de acomodar nuestro equipaje; y después, sí, preparate, porque voy a comerme los tres coñitos, pero el tuyo será el primero. Supongo que lo tendrás bien rasurado, ¿verdad? -interrogué, en tono de falsa amenaza, mientras llegábamos a la puerta de la otra habitación..
-Desde luego, Carlita -respondió, con una pícara dulzura que casi me hizo desvestirla en ese preciso momento-. Mas debo decirte que no lo he hecho sólo por ti...
Sus palabras fueron interrumpidas por una de las escenas más bellas y excitantes que yo había visto jamás: Belén y nuestra pelirroja amiga, sentadas al borde de una de las dos camas de ese dormitorio, se habían sumido en un apasionado beso de lengua, habiéndose desnudado (mutuamente, como supe luego) de la cintura para arriba; mi niña acariciaba las tetas de Sonia, quien gemía, queriendo más. En esos momentos, hice de tripas corazón y les dije:
-Lamento interrumpirlas, preciosas, pero mejor que acabemos de acomodar las cosas, y luego podremos hacer lo que todas deseamos... ¿vale?
-¡Joder, Mami! -protestó mi Belita, inmediatamente después de separar su boca de la de su compañera, a la cual aún la unía un hilillo de saliva-. ¡¿De verdad lo dices?!
-Sí, claro -ratifiqué, más por no perder mi autoridad que por convicción-. Acabo de postergar una rica follada con Julia y con quien desee unírsenos, hasta tanto no terminemos de poner las cosas en orden. Les aseguro que a mí tampoco me agrada la idea, niñas, pero prefiero no tener tareas pendientes... ¡vamos, princesas! -rogué, brevemente-. Luego, celebraremos nuestra llegada hasta que las velas no ardan; ¡prometido!
-Vale -suspiró Belén, resignada-... pero no nos pidas que nos vistamos con lo que ya nos hemos quitado.
-De acuerdo, pero será un esfuerzo verlas así, sin poder tocarlas -sonreí, aunque lo que dije fue muy en serio.
Nuestras dos amiguitas modelos se miraron resignadas, encogiéndose de hombros, y sin siquiera amagar a quejarse o poner caras feas, se dirigieron a los pocos bultos que quedaban y, con toda prolijidad, fueron guardando sus ropas en el armario. Pronto y sin otra posibilidad, Belita se les unió y yo a ellas, a fin de acelerar el proceso.
Después de no más de diez minutos, habíamos culminado. Enseguida, como si hubiesen estado solas (al menos, sin mí... ¿sería una venganza?), Sonia y Belén volvieron sentarse sobre la cama, acariciándose mutuamente las piernas y las adorables tetitas, invitando a Julia a acompañarlas; ella aceptó, pero antes, se quitó los zapatos, medias y, desde luego, su vestido infantil, que su madre -ignorante de sus actividades sexuales, obvio-, eligió especialmente para su adorada hijita de doce años. La dueña de casa quedó en bragas, dignas de una cría de su edad; antes de subirse a la cama para hacer "estragos" linguales y manuales en los tiernos, deseables cuerpos de sus dos compañeras de juegos, me miró con sus bellísimos ojos verdes y me sonrió, con cierta malicia. Yo ya había resuelto retirarme de ese cuarto, donde, al parecer, estaba de más, para descargar mis ganas -por mi conversación con Julita y por haber visto aquellos tiernos cuerpos semidesnudos acariciados por manitas suaves y preadolescentes- con un placentero "solitario" de dedos dentro de mi ya chorreante conchita. Consideré eso como un buen consuelo, ante mi firme actitud de "Mamá odiosa". Pero, ya daba mis espaldas a las niñas, quienes ya emitían suspiros y gemidos de placer, cuando oí la voz de Belén:
-Oye, Mamicarla -llamó, con una tonada muy sugestiva. Me di vuelta y vi a las tres niñas, con los pies descalzos en el piso, con sólo las braguitas puestas y apretadas contra sus vulvas-... ¿no le has dicho a Julia que te comerías nuestras cuquis? Pues estamos aguardando... ven por ellas... bueno, por nosotras.
Como imaginarán, no me hice esperar. Apresuré los pocos pasos que me separaban de aquellos jugosos frutos y me arrodillé frente a las tres. Sin que existiera preferencia alguna, comencé instintivamente por mi izquierda, quitándoles las braguitas. Así, fueron Belita, Julia y Sonia, en ese orden; ella fue la primera en sentir mis labios en su chuchita, ya humedecida por las suaves caricias de sus compañeras. ¡Qué goce fue oír sus gemidos de cría cachonda! Eran como lujuriosas melodías, surgiendo de una garganta angelical, las cuales me incitaban a redoblar mis esfuerzos para que disfrutara más todavía. Me concentré en su botoncito que fue creciendo en mi boca... rocé la punta con mi lengua y mi encantadora pelirroja dio un sabroso respingo. Se acomodó un poco más arriba y apoyó sus pies sobre la cama, a fin de que, con sus piernas aún abiertas, pudiera elevar la pelvis para que me fuera más sencillo acceder a su conchita entera y para que pudiera lamer su ano y jugar entre ambos orificios. De pronto, recordé algo que había leído en uno de los primeros relatos "eróticos" (para mí, son porno, por su explicitud) que descubrí en internet y resolví intentarlo con Sonia y, luego, con mis otras dos adoradas "víctimas": alejando un poco mi rostro, introduje mi dedo índice en el culito y el pulgar en la cuqui, con la tranquilidad de que no la lastimaría, ya que mis dedos son finos y ella, al igual que las otras dos niñas, ya no era virgen. Con ambos dedos dentro, apreté la fina membrana que separa ambos agujeritos y comencé con un mete y saca impresionante. Sus grititos de placer me hicieron darme cuenta de que mis recuerdos eran correctos y que aquel "candadito" -como la autora del relato lo había denominado- realmente funcionaba (¡gracias, mi inolvidable "Sabrosa" por la idea!). A estas alturas, sentí algo suave y muy mojado en mi ano. No tardé en adivinar, sin mayor dificultad, que se trataba de Belita quien, impaciente y, sobre todo, muy excitada, no había podido esperar su contacto físico conmigo y, con ambas manos posadas en cada una de mis nalgas, las separaba, abriendo paso a su lengüita para penetrar mi orificio trasero, lo cual terminó logrando. Entretanto, Sonia y yo nos deshacíamos en ruidosos, calientes suspiros. Yo ya había perdido el ritmo de coger a nuestra pelirroja amiga con el dichoso candado. De hecho, mis dedos habían perdido vigor y apenas si entraban y salían, por lo cual tomó la sabia decisión de acomodar su conchita más próxima a mi boca, a fin de facilitarme las caricias linguales sobre su clítoris, el cual terminé chupando. Ella fue la primera en explotar en un orgasmo espectacular, emanando un líquido cremoso y blanquesino con el que alcancé a deleitarme, bebiéndolo todo, excepto lo que había caído sobre el cubrecama, no por asco, sino porque lamí tanto esa cuquita empapada que, cuando quise darme cuenta, la tela ya había absorbido casi la totalidad del elixir que había caído sobre ella (¡francamente, no la culpo! Jajajaja). De pronto, observé el bellísimo rostro de Julita acercándose "peligrosamente" al de su amiga y colega -recuérdese que ambas eran modelos-, para besarla, a lo cual yo, infinitamente golosa, me adelanté para verter el poco jugo que me había quedado sin tragar, mezclado, en lujurioso cóctel, con mi saliva; Sonia, desde luego, añadió su propia baba aún sin derramar, antes de que Julia pudiera probar ese explosivo néctar, al cual ella también agregaría lo suyo, haciéndolo cada vez más sabroso, pese a que aquel jugo puro, sin diluir, era un manjar de los dioses.
Como lógica consecuencia, mi boca y lengua se unieron a aquéllas de mis dos amores de doce años, en un triple beso francés. Según supe luego, Belén oyó el típico sonido de "bocas ocupadas", pero no se puso celosa: tenía sus propios planes para hacerme gozar y estaba demasiado ocupada preparando los flamantes juguetes que Elka y yo le habíamos obsequiado para Navidad. Convengamos que no eran los típicos regalos que suele recibir una niña de once años, como ella; pero eran los que ella deseaba.
Así, unos minutos más tarde, sentí en mi ya lubricado orificio trasero una sensación tan inédita como excitante: mi niña se había dedicado a introducir unas pequeñas bolas chinas, no más grandes que carozos de damasco, con esa misma forma de avellana, pero lisas. Mi novia me había comentado que, además de haber otros "sets" de bolas chinas, más grandes y las redondas (las más comunes), también habían de ese mismo tamaño y forma, pero con una superficie rugosa. Sin embargo, para preservar la tierna cuquita de nuestra niña recién desvirgada, a fin de no correr riesgos innecesarios, optó por comprarle las lisas. Yo misma, aquel día glorioso del comienzo de una semana de sexo libre y sin límites de tiempo por madres "molestas", pude comprobar que eran muy, pero muy placenteras. Por supuesto, Belita me las introdujo en mi culito, sabiendo que, gracias a mi violador novio (el último hombre de mi vida, de acuerdo con mi autopromesa) y su malvado perro que le habían quitado el invicto a mi trasero, yo ya no era virgen de ninguno de mis agujeros. No obstante, Mamielka le había dicho que, por el momento, ella debía usarlo sólo para su conchita... luego, con el tiempo, se vería.
El segundo de los juguetes que utilizó en mí, fue el que yo le regalé: un vibrador igual al mío, el mismo que utilicé el día que la desvirgué. Recostada sobre una gruesa y amplia alfombra, se ubicó entre mis piernas, con su carita a centímetros de mi cuca y aplicó el elemento vibratorio sobre mi clítoris. Esta vez, la del respingo -maravilloso, por cierto- fui yo. El placer fue inmenso... nunca, en mi intensa vida sexual, había sentido algo así; y el hecho de estar rodeada por preadolescentes tan calientes y fantásticas como ellas me hizo gozar todo mucho más. Apenas si podía creer mi fabulosa suerte, aunque aquél era tiempo de disfrutar en forma, no de analizar. Amaba a las tres niñas y ellas a mí... y estábamos dispuestas a hacer cualquier cosa para ratificar ese amor tan particular.
Por lo pronto, Belita estaba prodigándome uno de los mayores gozos que había experimentado hasta el momento; por un lado, habiendo introducido las maravillosas bolas (o bolitas) chinas en mi ano, ayudándolas con su dedo índice, ahora comenzaba a tirar de la cadenita que las unía, extrayéndolas una a una, muy lentamente. Cada una era una bendición... un paso más hacia el inevitable orgasmo, cuyo segundo motivo -pero no por ello menos importante- era el pequeño pero muy efectivo botoncito, emitiendo esas vibraciones que me volvían loca... y lo más encantador de esta locura era que, estando en el medio de la nada, sin vecinos arriba, ni abajo, ni al lado podíamos dar rienda suelta a nuestros gritos y fuertes gemidos sin preocuparnos de que nos oyeran. Éste fue mi caso que, afortunada y naturalmente, se repitió con mis adoradas amantes.
Luego, mientras mi Belita se entretenía bebiendo mis inacabables jugos que salían a chorros (como si estuviera orinándome) de mi experimentada conchita, mis hambrientas manos se apoderaron de las redondas tetitas de Julia, quien, con sólo mirarme, parecía pedirme esos mimos a gritos. ¡Qué suavidad y tersura! Obviamente, recordé nuestro primer encuentro sexual en el baño de la agencia; mis pulgares recorrieron suavemente sus duros pezoncitos una y otra vez, hasta que Julita comenzó a gemir y a pedirme más, con voz ronca, casi gutural, por la calentura que la embriagaba. Mi zurda continuó en tal gustosa tarea, mientras mi diestra (en el más amplio sentido de la palabra) bajaba por su mullida panza plana, entreteniéndose brevemente en el ombligo, hasta esa cuquita tan deseada y deseosa, e introduje dos dedos, los cuales -gracias a los jugos que empapaban la jugosa rajita- entraron sin ningún esfuerzo... es decir, entraron y salieron varias veces.
-Tu madre me dijo que estarías en mis manos -dije, hecha un mar de lujuria y deseo por aquella pequeña morocha de verde mirada.
-Síiiiiiiii -exclamó ella, con la cabeza hacia atrás y los ojos entrecerrados-... hazme tuya, Carlita... ¡muero por una buena follada experta, como las que tú sabes darme!
Ni lerda ni perezosa, aceleré mi cogida, añadiendo un tercer dedo que ella agradeció con un gruñido de placer, y metí los tres hasta el fondo. Creo que, si hubiese puesto mis cinco dedos dentro de su conchita, la mano habría entrado sola (al menos, hasta la mitad) por la increíble lubricación que tenía. Pero sabía que sería demasiado y no quise dañarla; en lugar de eso, quité la mano totalmente mojada y, tomando las bolitas chinas -abandonadas en el piso al lado de mi pierna derecha-, las fui introduciendo dentro de ella, para luego sacarlas muy lentamente, chorreando jugo, mientras ella gritaba su orgasmo y Belén, a manos de Sonia, prácticamente lloraba de gozo. Dada la cercanía de los dos rostros, di una punta a Julia para que chupara y la otra a mi hijita. Ambas, como si de un fideo se tratara, comenzaron a meterse más y más en sus bocas,hasta que sus labios se unieron. Temiendo que una de ellas pudiera atragantarse con el juguete, las separé sólo el tiempo suficiente para extraerlo de sus bocas que, como era natural, volvieron a unirse, ayudadas ahora por sus lenguas, en tanto la dulce pelirroja y yo las imitábamos y empezábamos una nueva paja mutua.
CONTINUARÁ...
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