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Amigas Especiales (04)

en Grandes Relatos

AMIGAS ESPECIALES

(Por Carla Bauer)

E-mail:

carlab83@yahoo.com.ar

Antes de comenzar este capítulo, quiero aclarar por qué sólo figura mi nombre como única autora de este relato. Elka Schwartzman ("Incestuosa") está pasando por una excelente etapa en su vida laboral. Pero, claro: esta feliz eventualidad le quita el tiempo necesario para escribir los maravillosos y excitantes relatos a los que nos tiene acostumbrados, no obstante lo cual publica algunos que ya tenía empezados. Por ello, dado que ésta es una historia que fue pensada para escribir de a dos y con el único fin de no dejarlos a ustedes –nuestros lectores- sin su continuidad, he aceptado la sugerencia de mi amada Elka de ser yo quien continúe redactándola, no sin su inestimable ayuda y apoyo "detrás de las cámaras". Por cualquier duda al respecto, pueden escribirle a su e-mail: elkaschwartzman@yahoo.es. Espero no defraudar a nadie... ni a ustedes ni a ella.

Capítulo IV.

Hacia el fin de esa semana tan especial, salí de mi trabajo alrededor de las cinco de la tarde. Sin embargo, no iría directo a casa: Elka ya lo sabía, pues se lo había anticipado esa mañana. Pasaría por la Universidad para ver si podía inscribirme en Derecho, qué equivalencias debía rendir y, desde luego, cuándo. Llegué; el edificio era imponente, como toda la ciudad de Madrid, que iba conociendo de a poco.

Me dirigí a la mesa de información, donde, muy amablemente, me dijeron a cuál ventanilla acudir para recaudar esos datos. Por suerte, no era hora pico, así que la chica –muy bonita, por cierto- pudo atenderme enseguida y dedicarme todo el tiempo que necesitó para responder mis inquietudes que se me antojaron molestas. Es decir, si yo hubiese estado en el lugar de mi bella interlocutora, creo que me habrían resultado obvias (en algunos casos, yo ya suponía las respuestas) y, por lo tanto pesadas e innecesarias. Pero Luz –tal era el nombre que figuraba en un coqueto broche proporcionado por las autoridades universitarias que adornaba su pecho izquierdo... ¡mmmmm!-, estaba habituada a las interrogantes que planteaban alumnos y alumnas principiantes, como yo, y me explicó todo con lujo de detalles. Incluso, me pidió el plan de estudios de la universidad cordobesa, a fin de ver cuáles eran las que requerían equivalencias. En cuanto al inicio de las clases, sería dentro siete días hábiles: el lunes 23 de septiembre... quedaba por confirmar si tendría que asistir los sábados.

Feliz con las novedades, aunque algo "frustrada" por no haberme animado a preguntarle a Luz a qué hora terminaba su turno para invitarla con un café o un trago –¡habría sido el colmo!-, me encaminé hacia la parada de autobús para regresar a casa, donde me esperaba una nada despreciable rubia que, además (¡menudo detalle!), me amaba y me prodigaba todo tipo de atenciones y mimos que yo intentaba retribuirle.

Llegué a casa una media hora antes de lo que Elka y yo habíamos estimado. Puse mi llave en la puerta y entré; mi novia solía regresar del trabajo bastante más tarde que yo, por lo que resolví aprovechar ese tiempo para tomar una ducha y estar lista para ella. Me dirigí a mi dormitorio para dejar la cartera, mi abrigo y cruzar al baño para preparar todo, cuando oí unos gemidos que sonaban a gozo... a gozo de Elka. Cerré la canilla (el grifo) y, pensando que estaría pajeándose, me acerqué a su habitación para sorprenderla y, acaso, unirme a su "fiestita solitaria", pero me asombró no encontrarla allí. No era que yo estuviera loca... al menos, no más de lo que ya estaba (jajaja): oía sus inconfundibles suspiros de placer. Volví sobre mis pasos y percibí que esos sonidos libidinosos salían del primer dormitorio: uno de los dos que –creí yo- aún quedaban vacantes. Al aproximarme, escuché no sólo sus gemidos, sino que, evidentemente, estaba acompañada.

-Ven, mi amor... ven y fóllame como sólo tú sabes hacerlo –decía, casi totalmente entregada a los placeres de la carne.

Desde luego, había algo que, pese a no encelarme (no soy celosa en exceso), me intrigaba: ¿quién estaría con mi amada Elka? Podría haber sido un varón: después de todo, ambas éramos bisexuales... aunque las dos tuviésemos una preferencia casi exclusiva por las mujeres... en especial, si eran menores que nosotras. Una palabra, un nombre, me dio la respuesta a quién hacía las delicias de mi dulce españolita. Pero aun así, mi cabeza se transformó en un remolino de ideas y dudas: ¿sería que todo cuanto yo había leído en sus calientes historias publicadas en Todorelatos era verdad? ¿Había experimentado todas las variantes del sexo que aparecían en sus formidables escritos? Todo esto surgió en mi mente porque aquella palabra, aquel nombre era Toy.

Sin más, abrí la puerta con mucha precaución. En este caso, no se trataba de que no me descubrieran, sino, más bien, de no molestar. Allí estaba ella, totalmente desnuda, recostada sobre la moqueta que había en la totalidad del apartamento. Toy, el bello, robusto y peludo ovejero alemán, tenía el hocico entre las piernas de su ama, y poco tardé en descubrir que era él quien, con habilidad envidiable, lamía su deliciosa conchita, causando los suspiros, gritos, gemidos y sonidos guturales de mi amada rubia, muestras claras de cómo gozaba de aquella enorme lengua. Sinceramente, envidié al can y mis dedos ya jugaban con mi clítoris, bajo mi falda, ante tal excitante escena. Si bien protagonicé una cogida así, con el perro de mi último novio (varón), a mis diecisiete años, y logré ver algunas fotos de zoofilia en alguna página de Internet, jamás había visto una relación de estas características en vivo. Elka parecía gozar enormemente y no me atreví a distraerla. Pero tampoco deseaba mojar la alfombra con mis flujos, por lo que puse mi mano izquierda debajo de mi encharcada cuquita, a fin de recoger mi jugo del placer, mientras con la derecha, seguía frotando mi botoncito mágico y, luego, introduje hasta cuatro dedos en mi anhelante chochito. No podía ni quería quitar la vista de esa maravillosa y candente chupada que Toy, sin más incentivo que el amor que sentía, le hacía a su compañera humana.

Esto continuó hasta que mi novia explotó en un tremendo orgasmo que el animal pareció presentir, porque pocos instantes (unos 30 segundos) antes, había comenzado a lamerla con mayor fuerza, rapidez y fruición. El placentero alarido de aquella belleza desnuda me sobresaltó; sin embargo, el perro ni se inmutó, lo cual me hizo sospechar, casi al punto de la certeza, que ésta no era la primera vez que lo hacían... que llevaban muchísimo tiempo practicando este tipo de sexo. Mirar la hermosa conchita depilada de mi rubia y observar como el espectacular macho bebía su abundante néctar me tenía tan hipnotizada que no fue hasta que Elka alargó su mano para alcanzar la verga de su mascota y comenzar a pajearla, que vi aquella daga roja e inflamada que, gracias a los masajes, sumados a la excitación previa, no dejaba de crecer. Sin darme cuenta y a pesar de mi no muy feliz experiencia de un par de años atrás, deseé chupar ese viril instrumento hasta saborear su leche para luego tragarla. Desconocía su sabor porque, en aquella experiencia casi olvidada, el perro de mi "ex" sólo se limitó a cogerme... a penetrarme el culito, orificio que desvirgó mi por entonces novio hacía sólo tres o cuatro horas. Después de algunas semanas, rompí con Roberto y nunca más tuve un amor del sexo opuesto.

De todas formas, volviendo a aquel día en Madrid, fue Elka quien, al verme extasiada, con mis ojos perdidos en la pija de Toy, me dijo:

-Buenas tardes, Carlita... veo que has estado fisgoneando –sonrió, a modo de saludo, demostrándome que mi actitud indecorosa no la había molestado y que, muy por el contrario, la excitaba-. ¿Quieres probar?

-Hola, Amor –respondí; luego, confesé, titubeante y confusa-... no... no sé... mejor no.

-Ay, no seas así, amiga... ¡te mueres de ganas! Lo veo en tus ojos. ¡Anímate! –enfatizó, intentando infundirme valor, desde su cómoda posición de espaldas sobre la alfombra, aún masturbando al can, lentamente, dominando la situación, con sus dedos índice y pulgar-. Tu boca dice no, pero tu cosita (que, vista desde aquí, es un verdadero poema) "opina" diferente...

-Ah, sí –contesté, con la pollera levantada casi hasta mi entrepierna, con lo cual ella, desde abajo, tenía una inigualable vista "panorámica" de mis mojadas partes pudendas. Mi mano izquierda todavía hacía las veces de contenedor de flujos-... pero tené en cuenta que estuve presenciando una escena muy caliente, Dulzura... y, además, me atrae su verga, no voy a negártelo; pero ya tuve una experiencia con un perro y no me gustó en absoluto...

-Vale, mi niña... pero tú lo has dicho: tuviste una experiencia con un perro, no con Toy. De todas formas, no trataré de persuadirte con palabras. Pasa, siéntate y ponte cómoda, porque estás por ver, desde un lugar privilegiado... desde el Palco Real, diría yo, la follada más dulce, cariñosa... y excitante, desde luego, que can alguno le hubo hecho a una mujer en la historia de la Humanidad –me dijo, señalándome un sillón tapizado en cuerina (o cuero artificial) color natural, que estaba al otro lado de la habitación, con lo cual tendría ante mis enfebrecidos ojos el otro flanco de Elka (mientras siguiera de espaldas, claro) y de su fiel mascota.

No dudé un instante en dar la vuelta por detrás del animal –cuidándome de no pisarle la peluda cola-, me acerqué al mueble indicado y, antes de tomar asiento, me llevé la mano izquierda a la boca para beber mi néctar hasta la última gota y, no conforme con ello, lamerme la palma de la mano. Podría habérsela dado a Toy: seguramente, habría hecho un mejor trabajo que yo, pero no quería distraerlo y, como reflexionaría luego, ya habría tiempo para que él también probase mis flujos... si esa demostración terminaba de convencerme, ¡por supuesto! Me quité toda la ropa, desde la blusa hasta las sandalias, y me acomodé en mi "trono", dispuesta a disfrutar del espectáculo.

Antes de comenzar, noté que mi bella rubia alcanzaba unas medias (calcetas) como de niño, que colocó en las patas delanteras del noble y hermoso animal. Me llamó la atención, pero supuse –y luego confirmé- que eran para que ella no sufriera rasguños. Después sabría que estos accesorios no eran imprescindibles. Elka se puso en cuatro; Toy ya sabía qué significaba esa pose de su ama y, delicadamente, la montó. Con una habilidad que denotaba años de experiencia, mi novia pasó su mano derecha entre sus propias piernas y acomodó la verga de su amante a la entrada de su anhelante y jugosa cuquita. De a poco, Toy fue penetrándola y, con cada embestida, salían de su femenina garganta suspiritos de placer: "Ummmffffff... aaaahhhhh... aaaahhhhh... uummmmmm"; pero esto era sólo el comienzo y de mi cuevita ya estaba comenzando a manar abundante jugo, mientras mis dedos (comencé con dos) con ella jugaban, pellizcando, de vez en cuando, mi ansioso clítoris. Por el momento, la otra mano se quedaba quieta sobre mi pancita.

A poco, mi compañera ya gemía... casi lloraba de placer. Me parecía poco menos que imposible verla gozar así, ensartada por un perro; en ese momento, pensé que tal vez mi mala experiencia con el can de Roberto (mi "ex") obstaculizaba mi objetividad y creaba prejuicios en mi delirante cabecita. Digo "delirante" porque, frente a tal exhibición espectacular de amor entre el can y la joven –ambos hermosos a su manera-, mi mente se encontraba en un estado de excitación tal que ya no razonaba. Elka ya había alcanzado su tercer o cuarto orgasmo desde la penetración de Toy, y yo, con cuatro dedos adentro, no le iba en zaga. Una de las cosas que más me impresionaban era ver la lengua del animal, goteando sus babas sobre el cuello y parte superior de la espalda semicubiertos por el cabello de mi amada, quien gozaba sintiendo aquel líquido cayendo y, en varias oportunidades, uniendo la boca de la mascota con la fina y tersa piel de mi adorada amiga, con un hilo casi invisible.

El perro volvió a acomodarse sobre la grupa de su joven y bella ama, dando nuevos bríos a sus arremetidas. Me impresionó ver esa bola en la inflamada pija del animal, pugnando por entrar en aquella cuevita que mis dedos y protuberancia lingual conocían tan bien, pese a los pocos días de convivencia con tan deseable mujer. Me vi tentada a intervenir con un bien intencionado aunque muy inoportuno "¡Te dolerá, Amor!", pero, afortunadamente para todos, me detuve a tiempo. Las infatigables caderas del can iban y venían a una velocidad frenética que nadie quería detener, hasta que, de pronto, un gemido algo más fuerte que no llegó a ser un quejido y un casi imperceptible gesto de dolor en los ojos de mi españolita, hicieron que mi mirada volviera, en un rápido vistazo, hacia su conchita, descubriendo que la enorme herramienta carmesí –de unos veinte centímetros- había desaparecido y lo único que podía verse de esa parte de su anatomía canina era la felposa funda que "increíblemente" la contenía en su estado de relajación. De pronto, los músculos de ambos se tensaron: intuí que Toy estaría alcanzando el clímax y que ella llegaba a su enésimo orgasmo... y, para qué negarlo, yo también. Se notaba que aquel noble ovejero alemán estaba inundando las entrañas de Elka, quien, apoyando los codos en un sillón, se dispuso a disfrutar de tan preciado néctar, como si pudiera degustarlo con la cuca. Quedaron abotonados unos minutos que se me hicieron larguísimos. Quería... necesitaba besarla, acariciarla, recorrer cada milímetro de piel, cada poro de aquella joven que, por más de una razón, me subyugaba. Sin embargo, no deseaba interrumpir aquél auténtico acto de amor entre esos dos amantes. Resolví esperar a que se desacoplaran completamente para luego, con mi boca sedienta, abrevar en ese cóctel de sudor, leche de nuestra mascota, jugos de mi compañera y –con algo de suerte- también su pis... me conformaba con unas gotas, aunque me fascinaba beberlo a chorros.

Finalmente, Toy extrajo su verga entera de la dilatada cuca de mi amiga. Sin esperar invitación, me arrojé a la alfombra y, a mitad de camino, vi su mirada lasciva y oí que pronunciaba tres sílabas que terminaron de convencerme... "Chúpame". Me acosté boca arriba, debajo de su adorada conchita cuidadosa y totalmente depilada y mi boca se prendió de ella como si yo fuera una niña de meses, tomando desesperada la teta materna. Su sabor era extraño y exquisito. Me entusiasmé y metí la lengua entre sus labios, suavemente primero, pero enérgicamente después; Elka suspiraba y gemía; así, comprendí que nuestra actividad pedía a gritos un 69. Giré y el cuerpo de mi compañera se posó sobre el mío, como si no pesara nada. Sentir sus erectos pezones, duros como diamantes, rozando mi vientre, fue regresar a la gloria que alcanzábamos cada vez que hacíamos el amor. Ella, a su vez, me deleitó frotando la lengua contra mi clítoris, que volvía a tomar dimensiones más que respetables, gracias a las erotizantes caricias que recibía. Mmmmm... ¡qué delicia! Era difícil creer que una sola persona pudiera darme semejante placer a raudales. Mis jugos comenzaban a fluir, incansables, y ella, desde luego, los bebió hasta la última gota. Pero ambas queríamos... necsitábamos más; cambiamos nuevamente de posición de forma tal que mi amada volvió a quedar de espaldas y yo, en cuclillas, frente a ella, entre sus rodillas. Así, llevé a la práctica algo que, por distintas razones, no hacía desde los dieciséis años: me recliné hacia delante y, tomando la punta de mi teta izquierda, introduje mi sólido y crecido pezón en su cuquita. Desde luego, no entraba demasiado, pero era suficiente para hacer las delicias de ambas; enseguida, lo quité momentáneamente de tan bello y cálido nido para raspar el endurecido clítoris de mi amada. Allí, jugué varios minutos, insistiendo con tal roce y agregando algo que, sabía, la hacía gozar en proporciones monstruosas: lubriqué los dedos de mi mano libre, empapándolos con mis jugos y metí uno –sólo para comenzar- en su culito. A medida que iba dilatándose, iba agregando más, hasta llegar a cuatro.

-¡Vamos, mi putita! –la alentaba, mientras le hacía esa doble follada-. Gozá con esta cogida que te da tu amiguita argentina.

-Ayyy... ahhhh... Carlita... no te detengas... uyyyy... por lo que más quieras... no te detengas... mmmmm... ¡qué rico! –me rogaba y exclamaba, entre suspiros y gemidos.

Redoblé mi velocidad y energía para satisfacer su pedido. Con ese fin, cambié de mano y de teta. No era que mi pezón estuviera dolorido o algo así: muy por el contrario, a raíz de la arrechera, había crecido a extremos pocas veces igualados. De pronto, saltó un chorro de su cuqui que me mojó. Me hice un poco hacia atrás, sin quitar los dedos de su ano, y chupé mi teta recién empapada; desgraciadamente, sólo pude lamer lo que estaba en la areola y, obviamente, el pezón, pero fue suficiente para saciar mi sed de sexo y lujuria. Me daba cuenta de que, cada vez, me convertía más en lesbiana y tenía menos interés en los varones. El único que aún me despertaba calentura –y no sabía hasta cuándo- era mi tío Charlie... el mismo que me inició en el sexo en serio y en serie (jajaja), que tanto me enseñó y que tantas chicas (niñas y adolescentes) me había presentado.

-¡Mmmmm... qué cogida me has dado, mi Amor! –me dijo Elka, recuperando su aliento-. Si te hubieses esforzado un poco más, me habrías metido toda la mano en el culo... no importa: ya tendremos tiempo, Carlita...

-¿En serio te gustaría que te metiera toda la mano? –pregunté, asombrada-. Creo que yo no lo toleraría. Un "fisting" por la concha, sí. Es más: recuerdo que una chica de diez años y manos hábiles y pequeñas me lo hizo... ¡fue una delicia!

-Lo imagino, amiguita. Pero, cambiando parcialmente de tema, si aún te animas a probar con Toy, te toca –me dijo, señalándolo, echado sobre la alfombra, lamiendo su empequeñecida daga, cuya punta apenas asomaba dentro de su funda-. Obviamente, no quiero obligarte a nada, pero creo que deberías intentarlo para borrar el recuerdo que te dejó la violación del perro de... ¿Roberto se llamaba?

-Sí, Roberto –confirmé, con aire resignado. En una fracción de segundo, mi ánimo cambió, a punto tal que comencé a acariciar el lomo del can y a darle palmaditas en la cabeza-. De acuerdo, vale; pero vos me ayudás...

-Por supuesto, Carlita –respondió, con ojos excitados: como niña con juguete nuevo-... no me lo perdería por nada del mundo... ayyy, amiguita... ya verás cómo no te arrepientes. Mira: Toy ya lo sabe... y ¿sabes algo? Le gustas, preciosa.

-¡Vamos...! –sonreí, ante lo que creí una exageración-. Está bien que quieras... o ames a tu hermoso y fiel amigo, pero de ahí a decirme que le gusto...

-Ay, por supuesto que le gustas –afirmó-... sólo tienes que mirarle a los ojos... y a su verga, claro... jijiji... mira cómo la tiene: más larga e inflamada que cuando estuvo conmigo esta tarde... y ni siquiera se la has tocado, preciosa.

-¿En serio? –pregunté, incrédula, comenzando a frotar la panza del majestuoso animal, cada vez más cerca de su instrumento.

-Claro... apuesto a que si te acercas un poco más, te lame las tetas... sé que eso es lo que yo haría –remató, sonriendo nuevamente-. ¡Anímate! ¡Tócale la verga! Chúpasela... veo el deseo en tu mirada.

Era cierto: estaba muriéndome de ganas. Resolví darme el gusto y no dilatarlo más... de todas maneras, no temía que nuestra mascota reaccionara mal: pese a que yo nunca había "jugado" con sus partes íntimas, sabía que le gustaba; además, la presencia de Elka me tranquilizaba –por así decirlo- y tener semejante belleza completamente desnuda y a mi total disposición, me tenía en un estado febril. Con mucho cuidado (era la primera vez que lo hacía), tomé el quemante mástil de Toy entre mi índice y pulgar y comencé el consabido pajeo. Como en agradecimiento por tan particular caricia de mi parte, me lamió la cara. Yo ya estaba dispuesta a cualquier cosa... cuanto más sucia, mejor, por lo que yo también saqué la lengua y en el siguiente beso del can, nuestras lenguas se juntaron, mezclándose nuestras salivas. A partir de ese momento, todo valía, así que, sin contemplaciones, uní la punta de mi lengua con la de la verga del ovejero alemán y empecé una mamada, recordando mis experiencias con varones pero, más que nada, con mi tío. Lamí todo alrededor; mi lengua era una víbora, enroscándose en aquel increíble pedazo de carne para liberarlo luego y volver a repetir la lujuriosa tarea cuantas veces fueran necesarias. Mis chupadas eran fiel reflejo de mi deseo y calentura. El perro se puso panza arriba, acaso, para facilitarme la tarea... para que yo estuviera más cómoda. Con mi nula experiencia en la zoofilia –o no obstante ella-, sobé la felposa funda con mis dedos, con la esperanza de que eso aceleraría la salida de su leche, que tanto anhelaba degustar y, seguramente, tragar. Creo que mis masajes sí ayudaron porque, poco después, mi boca se inundó con aquel delicioso néctar. Al principio, sólo me limité a engullirlo, a fin de no desperdiciar gota alguna; pero, a medida que iba acabándose el flujo del noble animal, pude guardarlo en mi cavidad bucal, degustarlo, paladearlo, moverlo por cada rincón, de mejilla a mejilla, mientras iba mezclándose con mi saliva, transformándose en un crema espesa que fui tragando de a poco para hacerla durar.

Ante la expectante mirada de mi amiga, comprendí que –de alguna manera- ella también quería participar de aquél, mi caliente debut con nuestro can, por lo que, acercándome a ella, le planté un beso francés y su lengua, ávida y traviesa, "robó" una buena parte de lo que quedaba del cóctel. Por mi parte, luego de separar nuestros labios, dejé caer un globo del espeso líquido sobre su pezón derecho, innecesaria excusa que aproveché para frotarlo, extendiendo mis dedos y mis palmas, luego, a las areolas y a la tersa piel de esas bellas tetas que quise comer una vez más. Curiosamente, fue ella misma quien, con una dulcísima mirada, me detuvo.

-Espera, Carlita linda –me dijo; sus ojos lujuriosos brillaban-... deja eso para luego. Tu cuquita aún no prueba el sable de Toy... ¿o ya te has arrepentido del intento?

-¡No, de ninguna manera! –respondí, con un dejo de tonta y brevísima cuasiofensa-. Es sólo que me calenté con tu cuerpo (cosa inevitable, mi Amor) y me dejé llevar por mis impulsos. Pero no... no me arrepiento para nada: quiero sentir esa pija dentro de mi conchita... ya.

-Vale, mi niña. Entonces, ponte en cuatro –me aconsejó, con una sonrisita que se me antojó socarrona-... ahora y, seguramente, para siempre, serás su "perrita" humana, así como ya lo soy yo. Relájate, amiguita... sólo experimentarás placer... ni siquiera te dolerá su ariete penetrándote... de verdad, Carla: puedo controlar gradualmente la penetración de la bola en tu cuqui. Así que tú sólo tranqulízate y goza. Yo me encargo de lo demás.

Francamente, sus palabras lograron su objetivo y, entregada por completo, me puse en la posición recomendada. Pasados algunos segundos, el peso de la parte delantera de nuestra mascota llegó a mi cintura y caderas, pero, no obstante el tamaño del perro, ni siquiera me hizo tambalear: mis fantasías, en este aspecto, habían sido más exagerdas que la realidad. Tras pocos instantes, la verga, guiada por los hábiles y delicados dedos de Elka, tocó mi ya lubricada conchita y, en menos de lo que canta un gallo, me penetró, no sin que antes mi amada españolita interviniera, muy oportunamente, abriéndome los labios de la cuevita con la otra mano, para hacer la entrada lo más suave posible. Como sabiendo mi historia previa con canes, Toy comenzó a bombearme muy lenta y tiernamente. En seguida comencé a disfrutar y, desde mi posición, podía verlo cogiéndome. ¡Qué sensación! Nuevamente, después de dos años, volvía a sentir un pedazo de carne viril dentro de mí... y era aún más cariñoso y delicado que mi último novio (varón, desde luego). ¡Qué placer! Mi boca gemía y suspiraba como... como nunca. No podía creer tanto goce... hasta que, de pronto, un bulto que jamás había sentido –al menos, no con tanta ternura ni en esa parte de mi cuerpo-, tocó mi cuquita y siguió camino hasta el interior, sin mayores molestias para Toy ni para mí. En ese momento, mi mente febril me permitió recordar las palabras de mi amorosa españolita: "Ni siquiera te dolerá su ariete penetrándote... puedo controlar gradualmente la penetración de la bola en tu cuqui." Era obra de ella, ¡y lo hacía de maravillas! Me calentó a punto tal que comencé a mover mis caderas de adelante hacia atrás, buscando una mayor efectividad en las embestidas del encantador can que me follaba, cosa que logramos entre los tres. Unos momentos después, ambos teníamos un ritmo impresionantemente rápido y sincronizado. De pronto, un torrente de leche invadió mi anhelante cuevita y, por primera vez, gocé como muy pocas veces, con la pija de un perro dentro de mi conchita. Toy era dinamita cogiendo y esto no me sorprendió, considerando su maestra y entrenadora. No sabía cómo había llegado a tal perfección, pero eso poco importaba.

Estaba completamente sudada, cuando finalmente nuestra mascota y yo nos "desabrochamos". Elka acariciaba mi cabello mojado con una dulzura casi maternal. Nuestros labios se unieron; caí sobre mi costado derecho y me engolociné con las suaves manos de mi amada frotándome las tetas: nadie –varón o mujer- lo hacía como ella. Con un "Vení" entre besos, la abracé y quedamos frente a frente, recostadas en el piso alfombrado... ambas desnudas, desde luego. En un momento dado, hizo un movimiento que, en un principio, me sorprendió: levantó mi brazo izquierdo y quedó, como hipnotizada, observando mi axila.

-Mmmmmmm, Carlita... ¡qué bello es tu sobaco! Permíteme olerlo, ¿sí? –pidió, como en un ruego.

-Sí, mi Amor –reaccioné, algo desconcertada, hasta que recordé su pedido de dos o tres días atrás: "Por favor, amiga... no te depiles las axilas... será por poco tiempo... ¿me complacerás?

Por supuesto, la complací... poco me costaba: no era mi costumbre; por el contrario, me agradaba depilarme... todo el cuerpo, de los ojos para abajo. Sin embargo, mi novia no me pedía que me dejara crecer los vellos axilares en toda su extensión: eso, en mi opinión, ya habría sido un detalle de mal gusto. Lo que ella deseaba era una fina pelusa negra apenas visible, lo cual ya estaba oliendo y también lamiendo, extasiada, mientras suspiraba y gemía con un goce inconcebible para mí. No obstante, sus mimos linguales me resultaban bastante más placenteros de lo que había pensado cuando leía sobre ellos en sus relatos. Unas tenues cosquillas me hicieron reír en voz baja... no quería desconcentrarla. Pero luego, comencé a experimentar un placer desconocido. A estas alturas, yo ya estaba de espaldas y su lengua recorría ambos sobacos. ¡Elka habría dado cualquier cosa por tener dos lenguas para chuparme ambos huecos a la vez! En eso estábamos, cuando el perro, sabedor de que ahora me tenía a su merced, dada mi posición y mis piernas abiertas, se acomodó lo mejor que pudo frente a mi excitada conchita, sin dejar de prodigarle veloces e incisivos lengüetazos, batiendo su ansioso hocico sobre mi acolchado bollito, en tanto su lengua entraba más y más en mi hirviente conducto frontal. El veloz lengüeteo se fue haciendo cada vez más intenso prodigándome una de las más ardientes sensaciones que había sentido en mi vida. Recordaba cuando otros amantes (masculinos y femeninos) me habían lamido la vulva con anterioridad y era difícil comparar aquellos sentires con el que ahora me proporcionaba Toy, pues la intensa lujuria de que gozaba en esos instantes era algo en verdad imposible de describir. Deseosa de disfrutar al máximo de aquel placer, otrora prohibitivo, y dejando a un lado mis prejuicios de adolescente tonta, me abrí completamente de piernas en una entrega sin barreras para ayudar al can en su caliente maniobra, abandonándome otra vez a las tremendas sensaciones de calentura que el entrenado perro me proporcionaba con su amaestrada lengua. Ya no supe cuántas veces me había venido... ¿a quién le importaba? Pero lo cierto es que, a medida que Toy intensificaba sus furiosas pero a la vez suaves acometidas sobre mi abierta hendidura, los orgasmos se manifestaban con violencia dentro de mi ser una y otra vez, mientras gemía, gritaba y hasta lloraba presa de una lujuria inconfesable, unos minutos atrás, antes de mi debut con el can. Para entonces el perro tenía su daga totalmente de fuera e intentaba en vano montarse encima de mi, pues mi posición hacía imposible realizar el acoplamiento anhelado. Sin embargo, sólo bastó una mirada entre Elka y yo para comprender que no debíamos ni queríamos dejar a nuestra dulce y viril mascota con las ganas y, en lugar de regalarle nuestros orificios –delanteros o traseros-, resolvimos agradecerle sus favores con una inédita mamada doble: ella y yo compartiendo su hermosa herramienta carmesí, las lenguas de ambas lamiéndola y, de paso, chupándose entre sí, comiéndonos enteras, gozando nuestras salivas entremezcladas... y así fue: dada su indudable experiencia en la materia, permití que Elka comenzara, para observarla y perfeccionarme en dichas "bellas artes" amatorias. Yo, como buena alumna, miraba atentamente, mientras ella chupaba aquella tentadora y deliciosa verga canina, cerrando los labios alrededor de la misma, no sin antes darle algunas suaves lamidas, comenzando con la punta y culminando con la parte más cercana a la peluda funda, que también resultó mojada por la boca de su ama. Mi dulce y caliente españolita me cedió el lugar y traté de imitarla en cada movimiento y gesto... lamenté no haber estado con atuendo de colegiala, pero me prometí que pronto haría realidad esa fantasía de ambas, aunque todo lo que me quedara, luego de esa futura cogida, fueran las coletas que complementarían mi disfraz, pues dicho peinado quitaba dos o tres años a mi ya juvenil aspecto de adolescente angelical y "traviesa".

Pero, volviendo a esa tarde que iba convirtiéndose en noche, como ya dije, tomé el lugar de mi "Profe" y di rienda suelta a toda mi lujuria, chupando esa deliciosa barra roja, mientras sentía que dos dedos de ella entraban, sigilosos, en mi cuquita, empapada por donde se la mirase. Enseguida, fueron tres y, más pronto de lo que podría haber pensado, ingresaron cuatro. Yo, para no quedarme atrás, acariciaba sus tetas y pellizcaba sus pezones, en un trío inimaginable hasta aquel día. Los tres gemíamos y gozábamos como posesos. De hecho, estábamos poseídos por la brama (como diría mi amada "Incestuosa") que no nos dio respiro hasta que, sabedora del pronto orgasmo del perro, Elka acercó su boca a la caliente barra y, en consecuencia, a mi rostro para compartir conmigo esa leche espesa y tibia que, gracias a su beso francés, se mezcló con nuestras babas en un cóctel explosivo que nos provocó a mi novia y a mí sendos orgasmos casi simultáneos, jugos de los cuales también bebimos de nuestros cuerpos, tarea a la que también se sumó el siempre dispuesto Toy.

Dos días después, por la mañana, mi amante me invitó a salir a caminar.

-Seguro... pero ¿adónde vamos? –pregunté, no pudiendo creer que aquella deseable, bella y joven rubia me sugiriera alguna actividad que no tuviera nada que ver con el sexo.

-Sólo a caminar... es buen ejercicio, como bien sabes, amiguita –dijo, con un brillo especial en los ojos... brillo de picardía que yo ya había aprendido a reconocer. De pronto, no pudo más y agregó-: será una caminata muy placentera, linda... ¡ya verás!

Dicho esto, se levantó la falda –mini a medio muslo-, mostrándome que, en esta ocasión, no llevaba bragas y que sostenía en su mano, hasta entonces oculta tras la espalda, un consolador que yo ya le conocía y que también, unos días atrás, había penetrado mi conchita, en una de nuestras sesiones amorosas.

-Sí, ya veo tus intenciones de hacer que esta caminata sea muy placentera –respondí, sin terminar de comprender ni imaginar su idea; señalando el seudofalo, pregunté-: pero no entiendo para qué llevás eso...

-Esto, querida amiga, me hará gozar mientras caminamos, pues irá dentro de mi cuqui... ¿nunca lo has probado? –interrogó, algo sorprendida.

-No, nunca –admití, levantándome de mi sillón favorito, desde donde había estado viendo televisión-. ¿Puedo metértelo?

-Mmmmmmmm... nada me agradaría más, Amor... pero si tú me lo metes, terminaríamos cogiendo y no saldríamos a caminar... y nos perderíamos este placer único. Ve a tu cuarto a buscar tu consolador... descarto que no llevas bragas, por lo que ya estás preparada para esta caliente experiencia... ¡te encantará... ya lo verás, Carlita!

-De acuerdo: voy a buscar mi consolador, me lo calzo en la conchita y salimos, ¿sí?

-Vale, niña... para cuando regreses estos veinte centímetros de puro placer estarán dentro de mí.

Así, salimos. Caminar con la falsa verga adentro era toda una experiencia que, ciertamente, lamenté no haber practicado antes... sentir mis jugos resbalándome por los muslos hasta entrar en mis calzados deportivos de lona era una sensación única... además del morbo que nos causaba la posibilidad cierta de ser observadas por otros transeúntes mientras nuestros líquidos manaban de nuestras cositas... mmmmm... ¡qué deliciosa sensación!

Fuimos a un "sex shop", donde me compré esas bolitas unidas por un hilo, que se meten en cualquiera de los dos orificios y que, luego, se van sacando de a poco y una muere de placer. Ya lo había probado pero nunca tuve oportunidad de adquirirlo en Argentina. Al salir del negocio, a unos pocos metros, casi choqué con un adolescente que pasó corriendo en sentido contrario. Dicho incidente me hizo tambalear y tuve que apoyar la mano derecha sobre el techo de un auto, estacionado. Una niña de unos diez años –calculé- abrió la puerta trasera derecha del vehículo y una señora, muy elegante, entró, acomodando su amplia humanidad en el no menos amplio interior del lujoso Mercedes. Tras esto, dio una moneda a la hermosa jovencita de piel parduzca, cabello castaño, de ondas grandes y un largo impresionante, hasta cubrirle las nalguitas... sus ojazos eran dulces y de color verde oliva. En un primer momento, supuse que seguiría los pasos de la mujer mayor; pero, al verla recibir la propina, comprendí que la chiquilla era una de las tantas "niñas de la calle" (y niños también, desde luego) que suelen verse en cualquier ciudad del mundo, lo cual me entristeció. Pero, curiosamente, mi tristeza se vio cubierta, de manera momentánea y parcial, por el asombro de ver el brillo y la prolijidad de su pelo. "¿Cómo hará para cuidárselo así, si vive en la calle?", pensé. En eso, el auto arrancó y me sacó de tema. Elka, que se había detenido un poco más adelante, volvió sobre sus pasos y, mirando brevemente a la nena, llegó a mi lado.

-¿Viste lo que es esa belleza? –pregunté, casi en un susurro-. ¡Es perfecta, Amor!

-Sí, en verdad es preciosa... pero vámonos ya a casa, amiga. Hay algo entre mis piernas que está por caer –sonrió, haciendo obvia referencia a su consolador- y no quedaría bien que me lo quite aquí para guardarlo en mi cartera.

-De acuerdo, vamos –respondí, no del todo feliz con mi suerte.


Al pasar a su lado, la pequeña desconocida me echó una mirada tan inesperada como detallada: desde la cabeza a los pies. Finalmente, me regaló una sonrisa.

-Adiós, guapa... –me saludó, ante mi sorpresa.

-Chau, preciosa –respondí, mientras me alejaba siguiendo a mi novia.

Disimuladamente, metí mi mano debajo de mi falda –algo más corta que la de mi amada- y acomodé mi falsa verga dentro de mi cuquita. En un rápido movimiento, Elka me imitó y rió, con una mirada cómplice. Sin saber muy bien por qué, volví mi cabeza y vi a la niña que me saludaba con la mano, gesto que devolví, mientras que un chico de, aproximadamente, su misma edad, la llamó: "¡Oye, Belén! ¡Ven!". Con un dulce "¡Voy!", corrió hacia él y, rápidamente, la perdí de vista.

 

 

CONTINUARÁ...

 

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