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Amigas Especiales (06)

en Grandes Relatos

AMIGAS ESPECIALES

(Por Carla Bauer)

E-mail:

carlab83@yahoo.com.ar

Capítulo VI.

-Ay, amiga... ¿sabes? Me has hecho pensar mucho con tu idea –me dijo Elka, esa misma noche, en mi dormitorio, rozándome el pezón izquierdo con su dedo índice, después de una muy fogosa sesión de sexo y amor-. ¡Tienes un corazón de oro! Y me enorgullezco de ti por ello. Pero, no sé... debes admitir, Carlita, que tu propuesta es un tanto peligrosa...

-Sí, lo sé; por eso te la planteé como una posibilidad. Además, aunque vos insistas que estoy en mi casa, no puedo olvidar ni ignorar que la casa es tuya. Además, aún aceptando tu teoría, el departamento... perdón: apartamento –reí, por mi propia corrección, mientras el teléfono comenzó a sonar y me disponía a levantarme para atender- es de ambas y, por lo tanto, debe ser una decisión conjunta.

Llegué al aparato, ubicado en el pasillo, de un salto y atendí con un "Hola" todavía demasiado argentino como para que pasara inadvertido. Cubriendo el auricular, susurré "Pensalo tranquila", gesticulando a fin de que mi amada pudiera leer mis labios, si no llegaba a oír mi voz.

-¿Carla? –me interrogó una dulce vocecita de niña que no reconocí.

-Sí, ¿quién habla?

-¿No me reconoces? Gemiría para ti, pero hay monos en la costa –sonrió y pude adivinarlo, pese a no verla.

-Sí, Julia –suspiré, feliz-... ah, y no son monos: son moros.

-Tú lo dices porque no conoces a mi familia... jijijijiji...

-Sos terrible, mi amor –dije, después de carcajear con ella-. Bueno, ¿en qué puedo ayudarte?

-Pues, no sé si me ayudarás... pero creo que sí, y creo que también te divertirás mucho –respondió, con un tonito enigmático y simpáticamente burlón.

-De acuerdo... pero ¿de qué se trata, preciosa?

-Espera que me encierro en mi dormitorio para explicarte mejor –dijo, e hizo una pausa. Oí sus pasos y el suave "clac" de la puerta al cerrarse-. Bien, ya... aquí me sentiré segura, al menos hasta que te cuente. Es que quiero filmar con la cámara de vídeo de mi Papá cuando Sonia y María follan. No me entiendas mal: lo hemos hablado las tres y creemos que sería bueno tener un vídeo de nosotras follando. Ellas están de acuerdo.

-Entonces, ¿para qué me necesitan? ¿No saben ustedes usar la cámara? –interrogué, para ver si, como sospechaba y decididamente deseaba, yo podría participar de sus jueguitos.

-Pues sí, pero no puedo por dos motivos: primero, que la última vez que la usé, me ha ido fatal. Verás, la videocámara dejó de funcionar... no sé por qué, lo juro –aclaró, con ese tono tan dulcemente español-. Mi papá me ha echado la culpa... que soy muy bestia, que esas cosas no son para crías... bueno, tú ya sabes. Y en segundo lugar, yo también participaré de la reunión...

-De modo que yo seré como un mueble más en la casa –arriesgué, bromeando a medias-... no me parece muy justo, mi niña.

-Pues si fueras un mueble, quisiera tenerte aquí, en mi habitación –dijo, pícara-... y no me conformaría sólo con mirarte... ¿me comprendes? Pero bueno, tú también podrías tomar parte en nuestra juerga. Podrías no grabar esa parte o dejar la cámara en un sitio fijo... sí: esa idea me agrada. ¡Ay, Carla... te deseo tanto! Has sido mi primera vez con una chica que no fuera de mi edad... y me has fascinado, mi amor.

-Y vos a mí, princesa... ¡no sabés lo bien que la pasé esta tarde, gozando con tu tierno cuerpo y con tus jueguitos! –exclamé, recordando algunos pasajes de nuestro breve pero fogoso encuentro. Aprovechando mi desnudez, toqué mis pezones, pellizcándolos, y metí tres dedos dentro de mi voraz y ya dilatada cuquita imberbe-. Mmmmmmmmm... ¡te deseo, mi nena!

-Pero tú tienes pareja... a que sí –sugirió, con un dejo de tristeza.

-Sí, claro... pero ella acepta estas aventuras, así como yo acepto las de ella; no tiene nada que ver.

-Vale, Carla... ¿cuento contigo, entonces? Será alrededor de las cinco. Nosotras tenemos una clase especial de bioología, con laboratorio, sapos y esas cosas mañana, de modo que tampoco podremos hasta esa hora. ¿Te va? –preguntó, con una tranquilidad pasmosa, como si estuviera invitándome a un inocente vaso de leche chocolatada, sin segundas intenciones.

-Sí, desde luego: contá conmigo –aseguré, buscando un bolígrafo y un papel con la mirada; los hallé inmediatamente, al lado del teléfono, tomándolos y preparándome para mi pregunta-. Escuchame, preciosa: ¿me das tu dirección, por favor?

-Ay, claro... ¡qué cabeza la mía! –exclamo, aunque después de una pausa, continuó-. Bueno... podrías haberla preguntado en la agencia, así como yo conseguí tu teléfono.

Estuve de acuerdo, pero le dije que, si ella me lo daba, nadie más lo sabría y evitaríamos riesgos innecesarios. Anoté su domicilio y, con un simple "Hasta mañana, Julita", corté la comunicación; enseguida, volví a acostarme al lado de Elka, quien me miraba expectante.

-Sé quién era... esa dulce niña a quien has fotografiado (entre otras cosas, claro está) esta tarde y que tanto ha colaborado para hacer que esta sesión de sexo entre tú y yo fuera una de las más excitantes de mi vida. Pero ¿qué te ha dicho para dejarte con esa sonrisa de oreja a oreja? –interrogó, mientras su dedo índice me volvía loca, paseándose, incansable, desde mi ombligo hasta mi clítoris, ida y vuelta.

-Lo creas o no, estoy invitada a filmar lo que podría denominarse una "mini orgía lésbica" protagonizada por nenitas de doce años –respondí, sin llegar a comprender, en toda su magnitud, lo que esto significaba; en otras palabras, aún no "caía".

-¡Ay, Carlita! ¡Qué suerte tienes, amiguita! –exclamó, con sana envidia-. ¿Te das cuenta de la cantidad de personas que darían cualquier cosa por estar en tu lugar? Y, naturalmente, me incluyo entre ellas...

-Sí: estoy empezando a darme cuenta de eso –dije, con absoluta sinceridad-. Pero prometo no regresar sin, por lo menos, la promesa de una copia de ese video.

-Jajaja –rio, irónicamente divertida, mientras aumentaba la velocidad de sus caricias-... más te vale, mi dulce niña... más te vale...

-Aunque, pensándolo bien –reflexioné, siguiéndole la corriente-, no me conviene volver. ¿Vos sabés lo que debe ser vivir con una preadolescente putita con tendencias lésbicas? Nooo, amiga mía: una opotunidad así no se presenta todos los días, mi amor...

-Sí, claro... si la cría viviera sola, estaría de acuerdo contigo –dijo, con sorna obviamente amistosa-... pero dudo de que sus padres aceptasen la relación que tú y ella llevarían de mil amores, si tú vivieras bajo el mismo techo con ella, mi amada amiga. De modo que tendrás que "resignarte" a seguir viviendo con esta "anciana" de veintiséis años...

-Vale, Abuelita –reí, y continué, volviendo a una semiseriedad caliente, que se reflejó en mis palabras, así como en el tono de mi voz-. Pero con una condición: que bebas el meo que estoy por echarme...

Diciendo esto, me monté sobre mi amada novia, dejando mi cuca a la altura de su boca. Conociendo mis gustos y en señal de estar preparada, tocó los labios de mi ansiosa y –como siempre- depilada conchita con la punta de la lengua, y mis líquidos comenzaron a fluir... primero, poco a poco; luego, cada vez con más fuerza hasta convertirse en un chorro abundante que ella no dejó de tragar con deleite. Sabíamos que, obviamente, con el transcurrir del tiempo, ella también eliminaría ese néctar ambarino, pero, salvo que estuviéramos muy calientes, ésa era la regla: beber nuestra orina una sola vez, hasta que volviera a ser "pura".

-Hummmm, niña... eres deliciosa... –dijo, con lujuria por todas partes, tras saborear mi meada y limpiar mi conejito, dándole chupadas y lametazos.

-Gracias, mi Amor: lo mismo digo –sonreí, deseando que me llevara a un nuevo orgasmo, cosa que yo misma postergué con una pregunta-. ¿Vos creés que estas nenas, mañana, conocerán este placer especial?

-No me extrañaría, amiga... y si no, siempre estarás a tiempo para enseñárselo. Ya sabes que las crías de esa edad, y aun más pequeñas, siempre están ávidas de nuevas experiencias... te lo digo por experiencia propia. Y apuesto a que tú, a esa edad, eras igual de curiosa, ¿verdad?

Asentí y callé, permitiendo que la prodigiosa lengua de Elka hiciera maravillas en mi ansiosa cuevita, maravillas que celebraría con gemidos, sonidos guturales, gritos y torrentes de jugo que salpicarían su rostro, cabello y, desde luego, mi cama.

Al día siguiente, mi novia me despidió con una frase que me hizo saltar, abrazarla y besarla de alegría.

-Oye, Carlita... con respecto a lo que conversamos ayer, sugiéreselo a tu amiguita: estoy de acuerdo. Si ella acepta tu idea, será divertido...

-Sin olvidar que estaríamos ayudándola –añadí, muy entusiasmada.

-Sí, desde luego –dijo, mientras, luego de mi efusivo agradecimiento, yo tomaba mis llaves y me dirigía hacia la puerta de calle. Como último saludo, le tiré un beso y le guiñé un ojo.

Ya en la calle, miré mi reloj. "Será mejor que lo deje para el mediodía, o voy a llegar tarde al trabajo", pensé, enormemente feliz.

Esa mañana fue bastante monótona: las fotos que tomé no representaron ningún problema, ni tampoco desafío alguno. Laboralmente hablando, fue muy aburrida (o, como decimos los argentinos, un "embole" total); aun así, mi rostro dibujaba una sonrisa imborrable. Pablo la notó y, en una de las pausas, se me acercó para hablarme.

-Se te ve muy alegre, niña.

-Sí, lo estoy... y creeme que tengo buenas razones para estar así.

-Pues, claro... lo imagino; y permíteme agregar otra buena razón... no: mejor serán dos –dijo, logrando despertar mi interés-. Ayer, Pedro, tu colega, me pidió que te felicitara por tu sesión previa... ya sabes: las fotos que has hecho por la mañana, con la pareja a quien luego fotografiamos en exteriores. Eres excelente, según su opinión, que, por cierto, también es la mía; y ya sabrás que Pedro no es ningún improvisado: lleva quince años en esta profesión. ¡Ah! Casi olvido decirte que las fotos con las dos crías (Sonia y Julia, claro) están estupendas. Espero que comprendas que esto que he de decirte conlleva una gran responsabilidad: las fotos en cuestión son las más naturales que se les han tomado desde que comenzaron su etapa de la pubertad. ¡Enhorabuena, Carla! De verdad, nadie se explica cómo lo has logrado; pero vamos, que eso es lo que menos importa. Nuevamente, ¡felicitaciones, hija!

-Bueno... ¡mil gracias, Pablo! –dije, ruborizada y, a la vez, pensando: "Si conocieras mi ‘estrategia’, jefe..."-. ¿Qué puedo decir?

-Pues nada, linda... sólo disfrútalo; es decir, disfrútalo y prepárate: en estos días, harás tus primeros exteriores... Luis, Pedro y yo estamos convencidos de que ya estás preparada para esa etapa.

Más contenta que perro con dos colas, ese mediodía me dirigí al sector de la ciudad donde Belén trabajaba. Nerviosa, la busqué en toda la cuadra, pero no la vi. Obviamente, no podía ponerme a llamarla a voz en cuello... habría quedado como una loca; de modo que me senté en la misma vidriera donde habíamos estado ambas menos de veinticuatro horas atrás para esperarla. El chillido de neumáticos de un conductor apurado me hizo mirar hacia la calle y, sin esforzarme por ubicarla, apareció, en la acera de enfrente, la niña a quien deseaba ver, acompañado por un muchachito. Conversaban y, por un momento, dudé dolorosamente de que la pequeña llegara a aceptar la propuesta que venía a hacerle. Lo habíamos conversado con Elka y de eso trataba lo que mi novia me había dicho, al despedirse de mí esa mañana: "...con respecto a lo que conversamos ayer, sugiéreselo a tu amiguita: estoy de acuerdo...". No sabía si hacerle señas, silbarle para llamar su atención o hacer cualquier otra tontería, tal era mi estado de ansiedad. Sin embargo, nada de eso fue necesario: al llegar a la esquina (yo estaba a mitad de cuadra), cruzaron la calle, observando el semáforo, y llegaron a mí. Belén, al verme, aceleró el paso.

-¡Hola guapa! –saludó, mirándome de arriba abajo. Enseguida, se me acercó para darme su doble beso, al cual respondí complacida; luego, señalando a su compañero, continuó-. Él es Chaquete... Chaquete, ella es Carla, mi nueva amiga.

Oírla referirse a mí de esa manera me llenó de alegría y, de algún modo, logró relajarme un poco. Iba a darle un beso al niño, pero él estrechó su diestra y yo le di la mía.

-Hola Chaquete... ¿cómo estás? –dije, sintiendo su infantil pero firme apretón de manos-. Belén me habló muy bien de vos... que sos como su hermano.

-Y a mí me ha hablado muy bien de ti... y de verdad que eres guapísima: más de lo que me dijo Belita... Belén, claro.

-Ay, Chaquete –reproché, con una sonrisa-... me hacés ruborizar...

-Te lo he dicho, hermano –intervino ella, con una sonrisa cómplice-... Carla es muy humilde.

-O bien –bromeé con ambos-, vos, Belén, no creés que yo sea tan bonita... jajajaja.

-Yo creo que mi hermanita está celosa de ti... a que sí... –acotó el simpático muchachito morocho, de ojos grandes, negros y vivaces, y esta vez, la niña fue quien se ruborizó.

-¿Tú querías verme, o sólo pasabas por aquí? –me preguntó ella.

-No... en realidad, vine a verte... quiero hablar con vos –dije, seria, pero intentando no caer en la solemnidad.

-Vale –respondió, para luego dirigirse a su amigo-... te veo, ¿sí?

-Claro... cuando digas, Belita. Hasta ahora –saludó sencillamente, y se alejó.

Belén hizo un gesto con la mano derecha en alto y se acomodó a mi lado, sobre nuestra "banqueta".

-¿Pues bien? –me interrogó, mirándome a los ojos-. Lo que sea que quieres decirme, parece muy importante...

-Bueno, Princesa: para mí lo es... y creo que para vos también –agregué, pensando en la mejor manera de plantearle mi idea sin tantos rodeos; respiré profundo y continué-. Lo que pasa es que, desde que nos conocimos, siento algo muy especial por vos... más, después de nuestra charla de ayer...

-¿Te digo algo? –interrumpió, sin querer-. A mí me sucede lo mismo contigo... y no sé porqué...

-Lo sé, mi cielo: es algo como... mágico –acerté a decir, luego de una pausa para buscar el término más correcto; sus ojos reflejaban los míos-. Anoche, como nunca antes, quise tenerte durmiendo bajo el mismo techo que yo... en una cama calentita y cómoda. Además, no puedo... me resisto a la idea de que estés en la calle, corriendo todo tipo de peligros... sabés de lo que te hablo, ¿verdad?

-Sí, claro –respondió, seria; luego, sin poder creerlo, me preguntó, como si yo hubiese sugerido algo malo-... ¿pero tú me dices que quieres que duerma en tu casa?

-Eso es, precisamente, lo que estoy diciendo, princesa.

-Pero ¿y tu... tu amiga, qué dirá? –dudó, entre feliz y temerosa por mi respuesta.

-Mi amiga está de acuerdo –aseguré, con una sonrisa, viendo como esa carita iba transformándose, de la incertidumbre al asombro y, de ahí, a la alegría total-. Estuve hablando con ella anoche... le conté sobre vos, sobre nuestra amistad, sobre lo dulce que sos... y esta mañana, me dijo que, si estabas de acuerdo, ella creía que sería una idea excelente.

Su abrazo alrededor de mi cuello fue tan fuerte como conmovedor. Enseguida, se separó de mí y, con una sonrisa indeleble, me miró a los ojos. Luego, volvió a abrazarme, uniendo nuestras mejillas. Y, finalmente, me sorprendió con un beso de labios apretados sobre los míos. No fue simplemente un "piquito" y, obviamente, tampoco fue demasiado prolongado; creo recordar que no cerré los ojos, pese a devolvérselo en ese mismo momento.

-¡Ay, Carla... eres un ángel! –exclamó, con sus ojos humedecidos por la emoción que me contagió-. ¡Eres la mejor! ¡¿Qué puedo decirte?!

-Lo que quieras, mi amor –respondí, entrecortada mi voz, con las manos en su espalda, debajo de su cabellera-... pero supongo que esto es un "sí", ¿verdad?

-Ay, sí, sí, sí sí, sí, sí, sí, sí... ... mil veces síiiiiiiii... prometo que me portaré bien, ayudaré en la casa... prepararé la cena y el desayuno y eso, que me bañaré todos los días...

-Eso sí que no te lo creo... –bromeé, mirándola a los ojos, sosteniendo su rostro entre mis manos.

-Pues sí, lo haré... ¡palabra! –dijo, momentáneamente seria... al menos, en su tono de voz.

-Lo sé, preciosa... lo sé –repetí, como en un eco del corazón que rebosaba de alegría-. Sólo era un chiste. Ay, ¡te quiero, Belén!

Diciendo esto, volvimos a abrazarnos y la besé larga y dulcemente en la mejilla.

-Y yo a ti. Te lo dije y vuelvo a decírtelo: ¡eres un ángel!

-No exageres, mi princesa... sólo que siempre quise hacer algo así, y nunca había podido: habría sido injusto para mis padres que llevara a otra persona a vivir en mi casa. Además, habrían sentido la responsabilidad de cuidarla ellos, ya que yo era menor de edad.

-¿Y ahora eres mayor de edad? –interrogó, con sana curiosidad y carita de duda-. ¿No tienes diecinueve años?

-Sí, es verdad –aclaré, sin poder ni querer dejar de demostrar mi inmensa felicidad-: todavía soy menor de edad, pero la diferencia es que ya no vivo con nadie de mi familia que podría sentirse responsable por mí.

Así, continuamos hablando. Incluso, me di el gusto de invitarla a almorzar. Tardó un poco en aceptar, porque buscaba algo o a alguien con la mirada... parecía perdida; luego, me di cuenta de que deseaba hallar a su "hermano por mutua elección", Chaquete: pocos minutos después, mientras comíamos, me confesó, con su adorable dulzura, que su intención era invitarlo a él también... ella pagaría lo de su amigo, me dijo. En respuesta, tomé su mano derecha con mi izquierda y la apreté, cariñosamente, sobre la mesa, diciéndole que eso no habría sido necesario.

En fin: quedamos en que esa misma noche, dormiría en casa, con Elka y conmigo; pasaría por ella alrededor de las siete y treinta de la tarde. Antes de regresar al trabajo, me detuve en un teléfono público para llamar a mi novia y darle la buena nueva, a fin de que Belén no llegara como "paracaidista". Después de todo, creí que debía ser considerada con mi novia, pese a que ya había aprobado la presencia de la niña en su hogar.

Sin mayores novedades, transcurrió esa tarde de trabajo y, a las cinco de la tarde, ya estaba en un taxi, rumbo al domicilio de Julia, para cumplir con mi "abnegada" tarea de filmar los juegos de las tres preadolescentes... y, quizá, podría participar de alguno con ellas.

Al llegar, me encontré con un edificio alto y moderno. Cuando me fijé bien en la dirección, caí en la cuenta de que los padres de la jovencita eran dueños de todo un piso –el segundo-, al cual llegué en el ascensor, después de tocar el portero eléctrico. Para mi sorpresa, Julita me esperaba en el palier (o rellano). Entrando en su lujoso y amplio apartamento, dijo que me había aguardado allí para no distraer a sus amigas con el timbre de la puerta. Me explicó, además, que había podido acallar la inevitable chicharra de mi primera llamada desde la calle, quedándose en la cocina, con la puerta cerrada, a partir de la hora a la que calculó mi arribo.

-Aunque, si he de serte sincera –sonrió, aún con su uniforme de colegiala, caminando hacia un sofá blanco, del cual levantó una pequeña cámara de video-, creo que podría caerles una bomba al lado, y ni se enterarían... Sonia se concentra en lo suyo y te lleva a los cielos.

-No puede ser mejor que vos –dije, en voz más baja, ya que estábamos acercándonos a la puerta del dormitorio de donde ya se oían gemidos y suspiros de placer. Luego, añadí sinceramente-: lo digo muy en serio, princesa...

Diciendo esto, metí mi mano bajo su falda y le di unas suaves nalgaditas; me dio la sensación de que no llevaba bragas... eso, o tenía una tanguita digna de una chica que le doblara la edad. Me regaló una mirada agradecida y cómplice, para luego entregarme la videocámara. Arrimándome a la entrada del cuarto, me asomé y, sin más preámbulos, comencé a grabar la mejor escena lésbica que había visto en mi vida...

María, la jovencita a quien aún no conocía (una rubia de ojos marrones, bonita... muy bonita, cara de total inocencia y el cabello peinado con dos coletas... mmmmm), sentada al borde de la cama, con su uniforme todavía puesto –a excepción de su falda y zapatos-, acariciaba las nalgas suaves y, por supuesto, firmes de Sonia y, a la vez, besaba su vientre, gracias a que la camisa escolar de la pelirroja estaba desprendida a partir del segundo botón, comenzando por el del cuello, donde aún anudaba, hacia un costado, su corbata azul a rayas. Recién después de un rato, me percarté de que, pese a estar descalza, todavía llevaba sus medias tres cuartos reglamentarias... para el colegio, naturalmente. Es obvio decir que yo ya estaba a cien, pero no dudé en calcular que faltarían muy pocos minutos para que llegara a velocidades astronómicas.

María ya había se había encargado de las tetas de su compañera... pude observar un brillo de saliva en ese sector y los pezones muy erectos y, supongo, durísimos. Por otra parte, se notaba el goce en el rostro de la dulce Sonia quien, con los ojos cerrados, frotaba sensualmente la parte trasera de su cintura... entre la espalda y las nalgas... ¡qué delicia! Mi cuquita comenzaba a babear. Julia notó una gota sobre el parqué pero, si bien vi por el rabillo del ojo que se agachaba para recogerlo con el dedo índice que luego se metería en la boca para saborearlo con un sonoro "mmmmmmmm", no dio muestras de preocuparse por la mancha que pudiera dejar en el piso. De más está decir que mi envidia crecía a pasos agigantados, pero honestamente, no sé cuál de esos dos cuerpitos codiciaba más: si bien me fascinaba la idea de ser besada por una nenita de esa edad, también moría por sentir mis labios y manos rozando esa piel tierna y fresca... casi infantil.

De pronto, Sonia apartó a su amiga muy suavemente y, de esa misma manera, la indujo a acostarse en la cama, intención que aceptó mansamente. A su izquierda, vi algo que movilizó mi morbo a extremos inimaginables: un enorme muñeco de peluche que daba al panorama un matiz de profunda inocencia que realzaba más aún el excitante "juego" de las chicas. No bien María estuvo de espaldas, su amiguita se arrodilló frente a ella (con lo cual sus nalgas quedaron hermosamente expuestas) y, sin prisa ni pausa, se agachó, comenzando a lamerle la pancita, ya descubierta gracias a su reciente postura. Hizo especial hincapié en el ombligo –mmmmmmmm... ¡quién no!-, levantándole la blusa para dejar al aire y acariciarle la tetita derecha, cosa que, segundos más tarde, la mismísima María se encargaría de completar. Mientras, Sonia volvía a bajar su mano por el costado de su compañera y, al llegar a la altura de la cadera, arrastró el elástico de la pequeña braga. Se ayudó con la otra mano para poder quitarle la prenda de forma pareja. Ya en las rodillas de su amiga, abandonó la pantaleta que cayó por su propio peso. La pelirroja volvió a ascender, hasta la anhelada entrepierna de la otra bella jovencita, quien no dudó en abrir sus muslos, a fin de facilitar la obvia tarea que estaba por realizarle. No bien sintió la lengua en su cuquita –que, desde donde yo estaba, parecía no tener vello alguno-, alzó las manos hasta sus deliciosas tetitas y comenzó a masajearlas, apretándolas de modo tal que los pezones, ya erectos, parecían cohetes espaciales, cuando subían al techo y regresaban a sus lugares cuando la blonda niña soltaba un poco sus senos para reanudar y, acaso, incrementar su masaje de estimulación y –claro está- autosatisfacción, que la hacía gemir y emitir dulces quejidos que calentaban a cualquiera con sólo oírlos. Su amante ya besaba muy delicadamente cada milímetro de esa rajita que, sin yo haberla probado aún, no tardé en catalogar como exquisita. Sonia tenía una manera muy particular de besar esas regiones erógenas... de hecho, por lo que yo había visto y (afortunadamente) grabado, podía apreciar que ambas usaban ese método suave, el cual me retrotrajo a nuestro furtivo y muy placentero encuentro carnal con Julia, haciéndome concluir que aquél era sexo lésbico "a la española", o que al menos ellas tres –y quizás un grupito de amigas suyas- lo practicaban así; luego, me daría cuenta de que ésta era una verdad a medias.

La pobre dueña de casa, aún a mi lado, tenía una mano debajo de su faldita escocesa y la otra, frotando sus suaves tetitas al desnudo, para lo cual se había quitado la corbata y desabrochado cuatro botones de la blusa. Yo, entre dos fuegos, si bien la veía de reojo, no quería fijarme por completo en ella, pues habría arruinado todo, incluyendo la filmación, cuya copia pensaba obtener para mí. Pero sinceramente, lo que me detuvo de arrojarme sobre ella fue no detener la bellísima y excitante cogida de Sonia y María: me habrían matado si las interrumpía en un momento tan caliente... y el "asesinato" habría estado plenamente justificado.

-Fóllame... fóllame más... –rogaba la niña, con voz queda y entrecortada, estrujándose las tetas y la pelirroja aumentaba sus bríos y ritmo, ya no besando, sino lamiendo aquella rajita angelical.

María ya no podía más: lo noté en su rostro... y poco después, lanzó un chorro de néctar que empapó la dulce carita de su compañera, quien seguía dándole lengüetazos a aquel tierno conejito, hasta escurrirle la última gota. Detuve la videocámara, mientras ellas recobraban el aliento; habría dado cualquier cosa por tener mi cámara fotográfica para inmortalizar a aquellas dos lolitas semidesnudas y exhaustas: la cabeza de Sonia, mirando hacia mi lado sin verme, apoyada sobre el delicado vientre de su rubia amiga quien, a su vez, había dejado caer sus manos hacia los costados de su cuerpito... sus ojos entrecerrados soñaban con el momento que acababa de gozar... al menos, eso fue lo que me contó minutos más tarde, sentadas en la sala, bebiendo sendos vasos de jugo de naranja gasificado. Debo decir que comprendí el susto inicial de María, al verme asomada en la puerta de la habitación, cámara en mano: era obvio que había estado grabando el encuentro íntimo y, según dijo, había olvidado el acuerdo previo con Julita, respecto de que alguien se encargaría de filmarlas. De hecho, Sonia tampoco lo recordó, pero ya me conocía y, pese a que todavía no habíamos tenido relaciones, sabía todo lo relativo a mis preferencias sexuales. Ante esta confesión, pregunté cómo se había dado cuenta.

-Pues, no sólo yo lo supe: Julia también... sólo había que ver tus ojos de borrego medio muerto cuando nos observabas en aquella sesión de fotos con Pedro... ¿la recuerdas? Claro que sí –respondió, sonriendo un poco sobradora, mirando a sus dos amiguitas para luego volver a mí, sin darme tiempo a nada-; luego, cuando fuimos a follar con Luis, Julia y yo oímos la puerta de la habitación contigua y también te oímos chillar cuando te corriste, amor... has tenido suerte de que Luis no te oyera, pero creo que debes aprender a dominarte, si quieres seguir fisgoneando... es decir –culminó, con aire de "profesora"-: como detective, eres muy buena fotógrafa.

-Y excelente chupadora de tetas –me defendió mi adorada morochita, sentada a mi lado, regalándome una adorable sonrisa de ojos pícaros-. Vosotras no sabéis lo que es Carla como amante... ya muero por tenerla conmigo en mi cama, sin apuros... y, desde luego, ¡sin ropa!

-No me tientes, Amor... –advertí, con unas ganas locas de poseerla en ese mismo momento; pero todo lo que me atreví a hacer fue tomarla de la nuca y, acercándola a mí, besarla, permitiendo que sólo las puntas de nuestras lenguas se tocasen, ocultas.

-Te tiento y te vuelvo a tentar: ¡no sabes cómo me tienes, chica! –exclamó, desinhibida-. Y más, después de este beso... mmmmmmmmmmmmmmm...

-Hacedlo aquí mismo, frente a nosotras –desafió María, con la misma cantidad de ropa con la que ella y Sonia habían terminado su sesión amorosa-... después de todo, si vosotras pudieron vernos y grabarnos, nosotras también tenemos ese mismo derecho... ¿qué os parece?

-Si es por mí, vale –respondió Julia, aguardando mi aprobación, mirándome a los ojos-. Pero sin grabar... no es que me desagrade la idea, pero ésa es una de las razones por las que Carla está aquí.

-Así es, preciosa –respondí, habiéndoseme ocurrido algo para que todas quedásemos satisfechas-; pero tengo una idea: si de verdad no te importa que nos miren mientras lo hacemos, puedo grabarte mientras te desvestís; luego, ubicar la cámara en un lugar fijo para que me tome a mí mientras me desnudo y, después, enfocarla hacia el sofá, donde estaremos ambas... vos y yo. ¿Te parece?

Como única respuesta se me acercó, me besó brevemente en la boca y me dijo: "Eres una delicia..."; luego, me alcanzó la videocámara, posó para que yo pudiera enfocarla (lo supe porque era algo de lo que hacíamos en las sesiones de la agencia) y, en cuanto eché a rodar la pequeña máquina, mientras Julita comenzó a moverse –como bailando pero sin música alguna-. Empezó tocando de manera coqueta e ingenua los botones de la blusa, de arriba hacia abajo, de abajo hacia arriba y, cuando descendió por tercera vez, fue desprendiéndolos, pero se detuvo en el tercero... por una fracción de segundo, creí que se había arrepentido. Pero sólo hizo la pausa para deshacer el nudo de su corbata y jugando un poco con ella, la arrojó hacia un costado, casi alcanzando el sillón de dos cuerpos desde el cual la observaban sus compañeras de clases. Luego sí, continuó desabotonándose la blusa hasta llegar abajo. Dada la abertura en la parte delantera, aprecié que, al igual que Sonia y María, no llevaba sostén. Jugueteando, giró sobre sí misma, logrando que se le levantara la falda; vi sus nalguitas pero no así sus bragas... quizá, tal cual había creído al principio, no las tenía puestas. Con toda soltura, se sentó en el sofá y, agachándose, se dispuso a desatar los cordones de sus zapatos negros, los que se quitó sin mayores prolegómenos. Yo me corrí hasta quedar frente a ella: no quería perder detalle. Sus coletas negras, atadas con cintas celestes, colgaban a ambos lados de su carita casi infantil. De pronto, levantó la cabeza y "matándome" con sus pícaros ojazos verdes, me dedicó su más inocente sonrisa sensual... era como si estuviésemos solas, en una pequeña habitación. Me tiró un beso sin usar las manos y me guiñó un ojo; terminó de quitarse los zapatos y, sorpresivamente, se recostó sobre el sofá, donde sin quitarse la blusa aún, la abrió de par en par y, tras poner su índice derecho en la boca, mojó sus pezones. A estas alturas, yo ya me derretía... no sé cómo hice para contenerme y no abalanzarme sobre ella, pero mi "abstinencia momentánea" (por así llamarla) me recompensaría con creces; sin embargo, huelga decir que el solo hecho de ver –y desear- sus tetitas y su pequeño cuerpo semidesnudo me tenía a mil.

Acto seguido, levantó su pierna derecha, flexionando la rodilla para poder alcanzar la punta del pie con sus manos y quitarse la media; lógicamente, la falda se le subió, permitiendo que yo, viéndola de perfil, pudiera deleitarme con la visión de la punta de su pie –ya al descubierto-, hasta el costado de su nalga. Esto hizo que volviera a moverme (pese a mis piernas temblequeantes), hacia el mueble blanco, donde me senté, enfocando, sin pudor ni piedad, la cámara a la conchita de Julia. Al advertir mi maniobra, separó las piernas aún más y, elevando su otro pie, se deshizo de la otra media, con una variante que nos fascinó a las tres espectadoras: cuando estuvo lo suficientemente cerca de su boca, tomó la punta del calcetín entre sus dientes y terminó de sacársela. Era obvio que, en esa pose, ya podía regodearme con la cuquita semiabierta y completamente mojada de mi lolita, quien se puso de pie, desprendió el broche de la pollera que cayó por su propio peso y, poniendo sus brazos hacia atrás, hizo que la blusa tuviera el mismo destino que el resto de su ropa: el piso.

Completamente desnuda, volvió al sofá, reubicándose en la misma posición de hacía algunos instantes.

-Te toca... me dijo, simplemente, con voz sensualmente ronca.

Ubiqué la videocámara sobre una mesa, más bien alta que no dudé en correr, a fin de que la máquina nos enfocara a ambas y, despojándome de mis sandalias, empecé con mi propio acto de desvestirme hasta las últimas consecuencias. María y Sonia silbaban, aprobando cada uno de mis movimientos eróticos; en tanto, mi adorable morochita sólo me observaba, emitiendo alguno que otro suspiro excitado y anhelante.

Ya lista, me coloqué frente a frente con mi lolita, ubicando mis pantorrillas a los costados de sus caderas, posición que ella imitó para estar más cómodas y poder tener más fácil acceso a nuestras mutuas caricias. Ella, como la vez anterior, tomó la iniciativa aunque, en esta ocasión, me ganó por poco. Comenzó con unos suaves roces de sus deditos en mis pezones, que no tardaron nada en endurecerse, invitando a pellizcos que no se hicieron esperar. Juli utilizó ambas manos –una para cada teta-. Nuestros jugos empapaban el sofá que, para mi tranquilidad, estaba forrado en un material imitación cuero; supuse que al pasarle un trapo húmedo, no quedarían ni rastros de nuestros juegos.

Yo, al igual que ella, no tardé en estirar mis brazos y sobarle aquellas increíbles tetitas. Luego, tentada por lo que veía y por sus casi imperceptibles movimientos de la pelvis, bajé una mano a su adorable cuquita, donde le introduje la puntita de mi dedo cordial, mientras que, con el pulgar, le acariciaba el clítoris. Mi dulce nena cerró los ojos con fuerza y lanzó un feroz "¡Ay, diossss! ¡Más adentro... más, mucho más!". Obedeciendo sus deseos y los míos, ya era medio dedo el que tenía en su cálido y mojadísimo tesoro. Ella gimió y gritó de placer, instándome no sólo a ir más profundo, sino también a que añadiera mi índice; eso incrementó su gozo a un punto tal que, por instinto, aceleré mi mete y saca y le di, también mi anular. ¡Parecía mentira cómo se estiraba esa estrecha conchita! Pero, desde luego: si ya había tenido una pija adentro –por lo menos, una-, no era de extrañar que pudiese recibir tres dedos, no muy gruesos, sin sufrimiento alguno, en toda su longitud. No sé de dónde sacó las fuerzas para, en medio de suspiros, gemidos y sonidos guturales, avisarme que estaba por correrse. Con una agilidad inusitada, se acostó sobre el piso, invitándome a un 69 urgente: deseaba (y yo también, desde luego) echar su exquisita miel en mi boca, a la vez que comenzaría a darme placer con besos, primero y lengüeteadas, luego.

Desesperadas por participar, Sonia y María, ya completamente desnudas y habiendo jugado entre ellas, se unieron a nosotras: la rubia comenzó a pajearme con dos o tres dedos (nunca lo supe y, en rigor, no me importó, pero era riquísimo) y uno de su otra mano en mi culito. La pelirroja, en tanto, se dedicó a la cuquita de Julia, quien estaba encima de mí. Después, pese a que tanto Julita como yo habíamos soñado con un encuentro a solas las dos, incorporamos a las otras dos niñitas juguetonas para prodigarles todo tipo de caricias y placeres carnales.

¿Cuánto tiempo estuvimos en nuestra pequeña orgía? Lo único que recuerdo es que lamenté profundamente vestirme y ver a las chicas nuevamente con sus uniformes escolares. Asimismo, me acuerdo de haber verificado la grabación y de advertir que nuestra ida al piso también se había filmado... con la ayuda inconsulta de María o de Sonia: no lo sé.

Ya estaba bastante más oscuro de lo que esperaba cuando pasé a buscar a mi dulce Belén. Se despidió de su hermano Chaquete, quien se sintió aliviado y muy feliz de que su Belita durmiera, al fin, bajo techo. Se despidieron con un "¡Hasta mañana!" que, tal como se dieron las cosas, muy pronto se convertiría en un "Hasta la próxima".

 

 

CONTINUARÁ...

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