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Amigas Especiales (09)

en Grandes Series

AMIGAS ESPECIALES

(Por Carla Bauer)

E-mail:

carlab83@yahoo.com.ar

Capítulo IX.

A partir de aquel glorioso día, Belén comenzó a soltarse en lo referente a su sexualidad. Si bien prefería –en un principio- hacerlo conmigo, también tuvimos nuestros tríos con Elka, quien demostró ser una verdadera maestra de las artes amatorias lésbicas que, como los seguidores de sus relatos saben, son excelentes, en especial cuando (como en este caso) se trataba de practicarlas con una niña de once añitos y quien, para su edad, tenía muy buena intuición y sabía bastante de estas cosas. Prueba de ello fue lo que, con el tiempo, nos fue contando acerca de experiencias que, en su camino hasta Madrid, había pasado. Las más comunes eran los "tributos" que había debido pagar a muchos varones y a algunas mujeres para que la llevaran en la ruta. Allí había hecho sus primeros "pininos" en el sexo hétero y lésbico; este último también le sirvió para conocer los placeres de la autosatisfacción.

-Recuerdo –nos comentó en una ocasión, estando de sobremesa, después de cenar- la primera paja que le hice a un tío... yo hacía autostop en la carretera y un camión gigante se detuvo. Desde adentro, un hombre muy amable me animó a subir; vestida con mi faldita y una blusa (y sandalias, claro), me dio pena que el tío pudiera ver mis braguitas. Pero yo deseaba alejarme de aquel colegio, ¡joder! No me la pensé mucho y subí hasta la puerta ya abierta, y me senté en el asiento. Me dio su mano y me dijo "Hola mi reina... me llamo Javier. ¿Y tú? ¿Cuál es tu nombre?". Se lo dije y nos saludamos. Enseguida, cruzó frente a mí, estirándose para cerrar la puerta de mi lado y cuando lo hizo, me vio las piernas. "¡Coños!", pensé yo: "¡Seguro habrás visto piernas más bonitas que las mías! ¿Por qué te quedas mirándome?". Tened en cuenta que era la primera vez que me ocurría –nos dijo a Elka y a mí, algo avergonzada, como tratando de justificar su ignorancia de novata-... luego, supe que hay hombres que prefieren las crías a las tías grandes y guapas como vosotras.

-Gracias por decirnos guapas, amor –agradeció su Mamielka, con una sonrisa pícara.

-Ay, por nada... que sólo he dicho la verdad –respondió divertida y sincera-. ¿O por qué os creéis que me gustáis tanto? Sois simpáticas, amables, cachondas y muchas cosas más; pero, además, estáis muy buenas, mis mamis –concluyó, y las tres nos reímos, quizá por saber lo que ese comentario elogioso acarrearía unos minutos después: un "inevitable" trío.

-De acuerdo, mi adorable mentirosa –intervine, con el mismo aire divertido de mis interlocutoras-... ya no hace falta que nos alabes más, al menos durante los próximos cinco minutos. Seguí contándonos lo de la primera paja a un varón.

-Vale. Pues os decía que me veía mucho las piernas y, luego, al regresar a su posición, las rozó con sus manos y lo tomé como algo accidental. Enseguida, comenzamos a conversar: me preguntó dónde iba y no me animé a decirle la verdad... temía que me llevara con la policía o algo así. Entonces, le dije que venía a Madrid a ver a mi abuela pero que pocos kilómetros antes, me habían asaltado y que me habían quitado todo mi dinero.

-Has tenido suerte, mi reina –me dijo, con cara seria-. Que sólo te quitaran el dinero sin lastimarte, ha sido una verdadera suerte para ti. Y ¿quieres que te diga algo? Serás una persona muy afortunada toda tu vida, linda.

-¿Eres gitano o adivino? –le pregunté.

-Ni lo uno ni lo otro, niña –me respondió, riendo-; que sólo es lo que creo.

Luego, de viajar mucho, me dijo que él seguiría viaje hacia el norte y yo debía ir al sur. Entonces, pues le dije que muchas gracias y que si me abriría la puerta. Me respondió que no debía ser desagradecida y que si no creía que le debía un favor. Entonces, le dije:

-Pues sí, te debo un favor, pero ya sabes que no tengo dinero... lo único que puedo hacer es decirte muchas gracias de corazón. ¿Qué otra cosa puedo hacer por ti?

Me dijo que si sabía lo que era una puñeta. "Ay, pues no", le dije. Entonces me dijo: "Si yo te enseño qué es, ¿tú me la haces?". "¿Hacer?", dije muy quedita y confundida. Al final, le respondí: "Vale, sí... que quisiera pagarte de algún modo este favor y si una puñeta es lo que deseas, intentaré hacerla para ti". Me dijo que no sólo me serviría para agradecerle a él, sino a otros tíos que me llevaran en la carretera. Me asusté un poco cuando vi que bajaba la cremallera de su pantalón, pero luego, cuando sacó la polla, recordé que algunas niñas de doce o trece años del colegio hablaban de las puñetas que les hacían a sus amigos o novios... y hasta a sus primos y padres. Pero si quería una puñeta, se la haría. Me dijo: "Ven, linda... trae tu manita y ciérrala alrededor de mi polla; porque sabes lo que es una polla, a que sí...". Asentí con la cabeza y señalé su pene con mi dedo y le dije: "Es eso" y él me sonrió y dijo: "Muy bien, preciosa". "Sí", dije yo; "pero no sé si tu polla entra en mi mano: está muy gorda". Él me respondió que no importaba si no podía rodear toda su polla. Que la cogiera firme y que moviera mi mano hacia arriba y hacia abajo... que le saldría leche pero que él me limpiaría la mano, el brazo y cualquier otra cosa que me ensuciara con esa leche. Comencé la paja y él me tocaba las piernas... me las sobaba desde los pies –sobre las sandalias-, hasta arriba, debajo de mi falda y llegaba hasta el elástico de las piernas de mis braguitas. Cuando echó su leche, yo sentí algo muy extraño en mi coñito, pero no dije nada. Dejé que me limpiara la leche que había volcado en mi mano y, después de un descanso, me dijo que había sido una niña muy buena, me dio un pico, nos despedimos y se fue.

-Hubieron dos cosas en las que este Javier tuvo razón –comenté, mirando a mi niña a los ojos; luego, me corregí, con una sonrisa un tanto enigmática-... o mejor dicho, tres. La primera es que tuviste muchísima suerte, aun después de llegar a Madrid, viviendo en las calles. La segunda fue que te sirvió no sólo para él, sino para conformar a otros hombres, ¿verdad?

-Cierto –rememoró, aliviada de que todo aquello perteneciera al pasado-... en una ocasión, casi me han violado, pero pude convencerlo rogándole que no lo hiciera y ofreciéndole una paja a cambio. Él estuvo de acuerdo, pero también quiso una mamada; le dije que nunca había mamado a nadie (lo cual era cierto) pero que si él me enseñaba, yo era buena alumna...

-Eso nos consta –intervino Elka, con tono jocoso que, a la vez, denotaba sus ansias crecientes de comerse a nuestra niña-... ¡eres una excelente alumnita! Ay, si lo sabré yo...

-Es verdad –acordé, con mi libido en franco ascenso-... aprendés rápido y bien, mi dulzura. Pero ¿qué pasó después?

-Pues sucedió lo que tenía que suceder: chupé la verga del tío, hice algunas arcadas pero enseguida me di cuenta de cómo debía hacer. Cuando acabó, tragué lo que pude (el sabor era extraño pero no desagradable) y escupí lo que no pude tragar sobre su polla, lo cual le excitó mucho también. Me bajé de su auto, pero él no quedó muy convencido de yo fuera novata... ni virgen. Oye –añadió, curiosa y divertida-... tú, Mamicarla, has dicho que el tío de mi primera paja tenía razón en tres cosas y sólo has dicho dos...

-Es verdad, hermosa: la tercera es cuando te dijo "reina", porque sos nuestra reina... y la de cualquier persona que te conozca –afirmé, acercándome a ella para darle un breve beso en la boca que ella me retribuyó. Enseguida, lancé la pregunta que todas esperábamos y que Elka ya estaba por formular-. ¿A cuál habitación vamos?

-A la vuestra –respondió Belén, sin ningún interés especial, sólo el de poder continuar hablando-. Id y preparaos... ya estoy con vosotras.

Con Elka, nos miramos, nos encogimos de hombros y nos dirigimos al dormitorio de mi rubia compañera quien, desde la llegada de nuestra niña, lo compartía conmigo, ya que, al poco tiempo de la llegada de la pequeña, la había "desalojado" de su dormitorio por necesitar esa pieza para utilizarla como escritorio, y, habiendo puesto cuchetas en mi cuarto, la había mudado conmigo. Ciertamente, para mí no fue sacrificio alguno... pero ¿por qué, entonces, las cuchetas? Sencillo: si, por alguna razón, Elka o yo necesitábamos dormir solas (el motivo casi exclusivo era que cualquiera de las dos tuviésemos la regla), yo podría dormir en otro dormitorio en una cama individual –si fuera yo quien menstruaba- o, en todo caso, que mi pareja pudiera descansar sola, en su cama. Belén, aunque pícara y siempre dispuesta a sus adorables "diabluras" sexuales, me respetaba en esas noches y jamás molestó. De todas formas, si ella y/o mi novia deseaban desfogarse, siempre estaba latente la posibilidad de que la nena acompañara Elka.

Pero, volviendo a aquella noche, resolvimos esperar a nuestra pequeña vestidas; no obstante, no pudimos resistir la tentación de comenzar a besarnos, acariciando nuestros cuerpos por encima de la ropa. Esto se debía a que nos agradaba desvestirnos juntas, mirándonos y, en la mayor parte de los casos, ayudándonos mutuamente. Sin dudas, esta manera de hacerlo, nos causaba mucho más morbo, porque era una suerte de juego, en especial para la menor de nosotras, quien, lanzando sus carcajadas infantiles, frutos de las infaltables cosquillas, nos ponía a mil... a las tres.

Belita llegó con un frasco que parecía haber sido de algún jarabe para la tos, lleno hasta algo más de la mitad. Lo levantó en la mano, ofreciéndonos su contenido.

-¿A quién de vosotras la apetece probar esto primero? –interrogó, con un tono enigmático que me hizo sospechar de qué se trataba.

-Si es lo que estoy pensando, a mí, mi guarrita –dije, para luego dirigirme a Elka-. No te preocupes, Amor: sólo será un sorbito y dejaré lo suficiente para que vos también pruebes.

Luego de ver a mi amada rubia asentir con una sonrisa (ella sabía que cumpliría mi promesa), alargué mi mano para recibir aquel néctar; brevemente, lo observé a través del vidrio marrón, lo sacudí un poco, comprobando que era bastante espeso –algo así como miel líquida-. Desenrosqué la cubierta blanca y, sin olerlo, pues ya estaba un noventa y nueve por ciento segura de lo que era, empiné por un instante la botellita sobre mis labios y sorbí, apenas, la tercera parte (aproximadamente) de su contenido, luego de lo cual, mi garganta emitió un inevitable "Mmmmmmm". Estaba muy sabroso. Pero más allá de su riquísimo sabor, el morbo de saber que Belita había preparado todo, imaginándome cómo lo había hecho.

-Mi amor –dije, dirigiéndome a nuestra adorable pequeña-, ¡esto está delicioso! Sin embargo, prefiero extraerla de su "fuente" natural... no por el sabor –agregué con una sonrisa y un guiño-, sino por el placer inigualable de chuparte la conchita... porque, esto, mi amada Mamielka, no es ni más ni menos que flujos vaginales de Belén. ¿Querés probar?

Ante mi tonta pregunta, Elka casi me arrebató el pequeño frasco de la mano, en una reacción por demás comprensible: yo, en su lugar, habría hecho exactamente lo mismo. Con un brillo de lujuria inusitado –pero lógico... al menos para mí- en los ojos, lo llevó a su boca y bebió hasta la última gota. Tanto la niña como yo, la miramos incrédulas pero a poco, largamos la carcajada.

-Parece que tenías sed –sonreí, en un seudorreproche-. ¿Y ahora, de dónde sacaremos más?

-¿No se te ocurre, Carlita? –preguntó mi novia, en tono jocoso, mirándonos, alternadamente, a mí y a la muñequita que estaba sentada en medio de nosotras, quien ya nos observaba con mirada traviesa, sabiendo perfectamente lo que le esperaba... o, mejor dicho, lo que nos esperaba.

La empujamos suavemente y ella se tiró de espaldas sobre la cama, al borde de la cual estábamos sentadas. Elka y yo comenzamos a hacerle cosquillas; en un principio, sobre su coqueto y abrigado vestidito que, no obstante, le llegaba a medio muslo. Desde luego, nuestra "víctima", reía a más no poder. Afortunadamente, hacía más de una hora que habíamos terminado de cenar; de lo contrario, podría haber vomitado hasta el desayuno. Luego, conociendo sus gustos y obedeciendo a nuestros deseos más íntimos, mi amada rubia comenzó a descalzarla –y a quitarle los calcetines-, con la inocente intención, al menos en apariencia, de cosquillear sus pequeños pies; entretanto, yo, juguetona, acariciaba las piernas de la divertida niñita. Comencé, lentamente, desde sus ya descubiertos tobillos, subiendo por las pantorrillas, las rodillas luego, hasta sus tibios muslos. Una vez allí, sin prisa y sin pausa, continué mis mimos ascendentes hacia su cintura: podría haber recalado en su apetecible entrepierna, pero resolví no adelantarme a los hechos y permitir que las tres gozáramos de igual manera. De paso, hice un descubrimiento que anuncié a mi novia, en forma exagerada, con el fin de que riéramos.

-¡Oh, Elka, cariño! Estoy totalmente horrorizada: ¡esta cría no lleva bragas! –exclamé, disimulando mi risa-. ¡No puede ser! Aquí, en este hogar, todas llevamos bragas, comenzando por mí.

-Sí, claro –alcanzó a decir mi niña, entre carcajadas-... ¡justamente tú!... jajajaja...

-Oye, amiga –intervino la belleza rubia, cuya mirada brillaba con lujuria, habiendo acabado la tarea de quitarle zapatos y medias, mientras apuraba sus manos por la otra pierna de nuestra "prisionera", hasta su cadera-... que es verdad: no lleva bragas. Y apuesto a que tampoco lleva sostén... ¡con los enormes y desagradables senos que tiene! Esto es un error imperdonable.

-Es verdad –acordé, siguiéndole el juego-. Sin embargo, amante mía, habría que comprobar si lo que decís es cierto o no; sugiero quitarle la parte superior del vestido para comprobar si tus sospechas son correctas... y sólo para eso –añadí, con el mismo humor, pero con más morbo en cada palabra.

-¡Ay, desde luego, amiguita! –enfatizó mi novia, mientras Belita no paraba de reír, ya no por las cosquillas que habíamos dejado a un lado, sino por nuestras palabras y ocurrencias notoriamente falaces-. ¿Qué otra intención habríamos de tener para desvestir a esta inocente criatura?

-¡Ya sé! –salté, intentando no soltar la carcajada-. Para castigarla con unas buenas nalgadas, por no llevar bragas; y, en caso de que tengas razón, por no imitar nuestro ejemplo... es decir, por lo del sostén. Ay, perdón, amiga mía –dije, llevándome una mano a la boca, como si me diera vergüenza-... es que el sólo hecho de nombrar ciertas prendas íntimas sinceramente me horroriza.

-Lo sé, amiga... lo sé: a mí me sucede lo mismo. ¡No sabes cómo te entiendo! ¿Te parece que ya vayamos a los hechos para acabar de una vez?

-Sí, queridas mamis –habló nuevamente Belén, ironizando risueñamente nuestras frases-; adelante: quitadme el vestido y yo prometo que vosotras acabaréis de una vez... y beberé el néctar de vuestros coños... ¡mmmmmmmm! –culminó, relamiéndose.

Nuestro "juego verbal" había llegado a su fin: a partir de ese instante, la desnudamos completamente y empezamos a acariciar todo su adorable cuerpito de niña, en una sinfonía a cuatro manos, arrancándole los sonidos más sensuales y bellos que podríamos haber escuchado. Pero ella tampoco se quedó quieta: tanto Elka como yo sentimos sus suaves deditos tocando nuestras piernas y subiendo hacia nuestras partes más íntimas y bajando otra vez a los muslos. Sabía muy bien que, en mi caso, no tendría problema alguno en alcanzar la piel, ya húmeda, de mi cuquita... y eso (me lo había confesado) le fascinaba. Sin embargo, el desafiante juego que mi novia le planteaba no era menos excitante: bajar sus bragas con una sola mano –la otra la tenía ocupada entre mis muslos-, era un verdadero reto que había logrado realizar ya un par de veces, en nuestros cada vez más frecuentes tríos lésbicos. En esta ocasión, tampoco tuvo mayores inconvenientes en hacer que su Mamielka –más pronto de lo que ella había creído- se viera "obligada" a levantar, alternadamente, sus rodillas para bajar esa tanga que ocultaba muy parcialmente la cuevita que nuestra niña tanto ansiaba alcanzar en su totalidad. Lo cierto es que mi rubia y yo, en muy poco tiempo, habíamos comenzado a gemir como locas gracias a la maravillosa habilidad digital de nuestra Belita, a quien ya amábamos y tratábamos como a una hija, mucho más allá de nuestros calientes encuentros sexuales; claro está que, en nuestro caso particular, era difícil discriminar nuestro amor filial hacia la niña y lo que sentíamos hacia ella en su calidad de amante, aunque este término pueda escandalizar a más de un lector (femenino o masculino) o pueda creerse que tal "título" –por así decir- le queda un poco grande.

Pero, continuando con lo ocurrido esa noche, Elka y yo, ya desnudas a seis manos... cuatro adultas y dos infantiles, lamíamos la tierna y suave piel de Belén y, claro está, nuestras bocas y lenguas. Las tres gozábamos a más no poder, lo cual se reflejaba en los gemidos, grititos y suspiros que inundaban el ambiente. Probamos muchas posiciones e innovaciones lúdicas, a fin de que todas pudiésemos disfrutar al mismo tiempo; pero, desde luego, no pudimos dejar el viejo y conocido sesenta y nueve, para lo cual íbamos alternando nuestros turnos. Por ejemplo, Elka lo hacía con Belita, Belén conmigo, yo con Elka... y así sucesivamente. La tercera "en discordia", observaba, se masturbaba o prestaba su ayuda para que ninguna llegara a enfriarse, cosa que no estuvo por suceder en ningún momento, pero servía como excusa muy válida para que las tres estuviésemos activas todo el tiempo.

En lo que respecta a innovaciones, redescubrimos un juego que, de niña, Elka practicaba con su madre y con amigas de cualquiera de ellas. Lo llamaban "el triángulo" y, con algunas variantes, básicamente constaba de estar unidas por alguna parte de nuestros cuerpos, formando la mencionada figura geométrica. Por ejemplo: con las tres en cuatro patas, Elka chupaba mi conchita, yo chupaba la de Belita (¡mmmmmmmm!) y ella, a su vez, la de nuestra rubia amante; es decir, en este caso, todas teníamos nuestras respectivas cucas y lenguas entretenidamente ocupadas. También, podíamos (y podemos, desde luego) lamernos o besarnos el culo, o conchita y culo... en fin: como ya dije, tiene sus variantes. Pero, aunque parezca mentira –al menos a mí, mientras releo mis apuntes escribo esta parte de este capítulo-, nos cansamos... bueno, nuestros cuerpos se cansaron. Tanto Elka como yo, quedamos acostadas una al lado de la otra, de espaldas; nuestra niña, siempre llena de energía, se prendió de nuestras tetas, cambiando de mami alternadamente, mientras nosotras dos excitábamos sus orificios restantes: mi novia se ocupaba del trasero, pues es mucho más experimentada que nadie que conozca metiendo dedos por ese agujero; yo, por mi parte, me deleitaba con esa cuquita imberbe y aún virgen. ¡Ay, qué delicia!

-De acuerdo, mamis –nos dijo, en tono de anuncio feliz-: ahora, os toca gozar a vosotras. Abrid las piernas...

Obedecimos, suponiendo que disfrutaríamos de una paja simultánea, cosa que ya nos había hecho en ocasiones anteriores; no estuvimos tan lejos de la verdad, pero en lugar de una paja común y silvestre –increíblemente excitante, añado, porque era una de sus especialidades-, nos "mató" de gusto con un fisting simultáneo. Comenzó lentamente y sin meter sus manitas demasiado profundo... sólo hasta la mitad, según nos dijo luego. Pero, poco a poco, fue acelerando sus movimientos alternados, de modo que, cuando entraba en la cuca de mi novia, salía de la mía y viceversa. Lo cierto es que llegó a un ritmo frenético que se veía intensificado por los gemidos y gritos de Elka y míos y los excitantes bufidos de nuestra niña, frutos de su esfuerzo por darnos todo el placer posible... ¡y vaya que lo logró! Nosotras dos, entretanto, aprovechábamos nuestra cercanía para besarnos apasionadamente; si Belita hubiese podido prestarnos atención, manteniendo sus ojos abiertos (algo literalmente imposible, dada la pasión que ponía en los mete y saca de los puños en nuestras dilatadas conchitas), habría aprendido un par de cosas en lo referente a besar con mucho, muchísimo morbo. Sin embargo, Belita había demostrado que ya besaba muy bien y, además, nos dio la excusa –como si fuera necesaria- para besarla con toda nuestra calentura, después del ejemplar fisting que nos estaba proporcionando. Pero eso sería luego; por el momento, estábamos llegando a nuestros enésimos orgasmos y nuestras cuquitas parecían fuentes de plaza, escupiendo líquido en forma casi constante. Finalmente, tras unos veinte minutos de ese ritmo estremecedor, Belén incrementó la velocidad, haciéndonos llegar por última vez y por ese medio, después de lo cual se detuvo; sacó sus manos de nuestras cuevas y cruzando los brazos en "X", nos dio a chupar a cada una los jugos de la otra acumulados en sus puños. Luego, se arrojó sobre nuestras entrepiernas y se deleitó con nuestros néctares extrayéndolos directamente de los "bebederos". Despacio, se acomodó entre nosotras y le dimos la lección de besos que, a estas alturas –como es de imaginar-, sabían a zumos de mujer. Así, nos quedamos dormidas.

A los pocos días, tras una conversación seria y definitoria entre las tres, concluimos que ya era hora de blanquear nuestra relación con Belén. Nos amábamos con locura –más allá de nuestas aventuras y experiencias sexuales-, y deseábamos adoptar a la niña legalmente. Yo sabía que, siendo menor de veintiún años, con el agravante de que aún no tenía la ciudadanía española, no podía aspirar a ser su legítima madre. Sin embargo, Elka sí reunía ambos requisitos, pues, a pesar de ser alemana de nacimiento, ya era ciento por ciento española y, a punto de cumplir sus bellos y jóvenes veintisiete años, estaba en condiciones legales de ser madre adoptiva.

Con todo esto en "carpeta", pusimos manos a la obra y mi novia se comunicó con un sagaz abogado madrileño, padre de una joven lesbiana, con la cual mi amada había mantenido relaciones nada secretas para con su familia, hasta que Susana –la joven en cuestión- se mudó a Murcia, por razones de trabajo. Para nuestra fortuna, Francisco Juárez (su nombre y apellido han sido cambiados a su pedido para proteger su identidad), se especializaba en Derecho de Familia y, al tener una hija abiertamente les y aceptada como tal por la madre y por él, no tenía prejuicio alguno que trabara nuestra intención de adoptar a Belita. Por el contrario, nos dio un par de recomendaciones que, ahora, a varios meses de ese momento, resultan obvias; pero, en aquella ocasión, nos parecieron poco menos que "ideas geniales".

-Una de las cosas que debéis tener en cuenta –nos aconsejó, en su oficina, escritorio de por medio- es que la visitadora social deberá creer que tú, Carla, pagas alquiler a Elka y que sólo existe un trato comercial con ella. De no ser así, sospechará que existe una relación amorosa entre vosotras, como efectivamente sucede, y tendréis dificultades de índole moral en esta adopción. ¡Coños! ¡Moralistas de mierda! Disculpadme, preciosas, pero estos temas me ponen fatal.

-Comprendemos, Francisco –respondió mi compañera, sentada a mi derecha, con la confianza que le daba el hecho de haber estado en su casa, como novia de Susana, compartiendo cenas, almuerzos y hasta fines de semana con toda la familia-. Estas injuaticias sacan de las casillas a cualquiera; pero continúa, por favor.

-Vale... pues continúo. Lo cierto es que, en España hay niños en adopción, pero son largos los trámites que hay que seguir hasta conseguir que el Estado acepte la idoneidad de los padres. El deseo de adoptar bebés, o a lo sumo niños de muy corta edad, hace que muchas personas se decanten por la adopción internacional, que es más rápida y da opción a acoger a recién nacidos. En vuestro caso, la situación se os facilita por tres razones básicas. En primer lugar, vosotras (o , Elka) no estáis buscando un bebé, sino que adoptaréis una niña de once años, algo muy poco usual; segundo, no buscáis una niña: ya la conocéis, ha convivido con vosotras por algún tiempo y, por lo que contáis... y desde luego os creo, Belén es muy feliz con vosotras; de modo tal que es un paso menos por dar... me refiero a la búsqueda, claro está. Y, en tercer lugar (aunque resulte un fastidio su sola mención), tu posición económica, Elka, es excelente, sin obviar que tú, Carla, también podrás aportar a la manutención de la menor, si esto fuera necesario. Lamentablemente, esto no es un dato que podamos suministrar ante las autoridades de Minoridad; pero, de todos modos, tranquiliza saberlo. En resumidas cuentas, majas mías, tenéis bastante más de lo que, en un principio, puede aparentar. Y, hablando de aparentar, no olvidéis que vosotras... en especial, tú, Elka, deberéis aparentar ser heterosexuales, fuera de las cuatro paredes de vuestro hogar. Cualquier denuncia en contrario, podrá significar la pérdida de la custodia de la niña, particularmente hasta no tener la adopción plena.

-Sí, Dr. Juárez... bueno, Francisco –me corregí a raíz de una mirada simpática del abogado, tras animarme a intervenir en la conversación-, pero tengo entendido, por comentarios que he escuchado en la universidad y también en televisión en los periódicos, que están por aceptar el casamiento entre lesbianas en el País Vasco. ¿No podríamos acogernos a esa ley? Elka y yo nos amamos y, más de una vez, hemos fantaseado con la idea de casarnos...

-En efecto: la ley está discutiéndose al más alto nivel legislativo del País Vasco –ratificó Juárez-; pero, de acuerdo con lo que me habéis comentado, no estaríais dispuestas a aguardar dos o tres meses, mínimo, para casaros y, recién después, iniciar los trámites de adopción. Por otra parte, existe otro pequeño inconveniente... una sutileza, digamos: Belén es una niña muy despierta y (¿por qué no decirlo?) hermosa. Un verdadero "bocadillo" para cualquier lesbiana con inclinaciones pedófilas –explicó, y, por un segundo, pensé que este buen hombre sabía que, al menos, Elka (si no yo también) respondía a esas características. Sentí que me invadía una palidez delatora, pero, tomando la mano de mi rubia española, me recompuse lo mejor que pude-; por supuesto, majas: no estoy insinuando que vosotras lo seais. Sin embargo, debemos evitar cualquier suspicacia por parte de las autoridades de Minoridad. Es por esto que os recomiendo fingir que sois heterosexuales.

Salimos muy satisfechas de aquella reunión. Al día siguiente, con toda nuestra alegría y entuasiasmo –Belita incluida, desde luego-, Elka comenzó los trámites de la adopción. Por supuesto, advertimos a nuestra niña que debía portarse "normalmente" (con toda la relatividad que ese término implica): nada de "Mamicarla", "mi amor", besos en la boca –ni siquiera inofensivos piquitos-, etc., frente a la asistente social que nos visitaría, pues ello podría arruinar nuestra intención de formar una familia... algo particular, pero familia al fin.

 

CONTINUARÁ...

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