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Amigas Especiales (08)

en Grandes Relatos

AMIGAS ESPECIALES

(Por Carla Bauer)

E-mail:

carlab83@yahoo.com.ar

Capítulo VIII.

Después de un rato, Belita quiso hablar sobre las meadas.

-Oye... ¿no es malo beber pis? Quiero decir, ¿no hace daño a la salud?

-Sí, claro –respondí, acariciando sus tetitas planas que tanto me excitaban-; pero es como todo, mi amor: todo está en no sobrepasarse. De hecho, existe la urinoterapia, que consta de beber pis... tu propio pis; no recuerdo en qué casos se recomienda, pero sé que es bueno. En mi caso, lo bebo por placer y casi nunca es el mío. Me pone muy cachonda tragarlo directamente desde una cuca y, naturalmente, no puede ser la mía.

-Lo has hecho con Mamielka, a que sí... –arriesgó, gozando mis mimos y acercando su mano izquierda, "peligrosamente", a mi conchita.

-Sí, en varias oportunidades... no estarás celosita, ¿verdad?

-Ay, nooooo... yo siempre supe que vosotras erais pareja... desde el primer día, cuando me viste abriendo la puerta del Mercedes... ¿recuerdas? –interrogó y yo me limité a asentir, sintiendo sus dedos llegar a mi ya encharcada raja para instalarse ahí y jugar con mi clítoris-. ¿Sabes? Ese día, me di cuenta de que ambas llevaban un consolador entre las piernas... lo que no supe fue que no llevaban bragas... creí que el consolador estaba dentro de las bragas. Pero si así era, ¿para qué meterías la mano en tu entrepierna para acomodarlo en el coño?

-¡Vaya niña observadora que habías resultado ser, Belita! –sonreí, asombrada, pellizcándole, suavemente, un pezón, a modo de mimo-. Nunca creí que hubieses notado algo así... ni vos, ni ninguna otra persona; no es que me moleste, sino que creí que lo había hecho más rápido y con más disimulo.

Belén me arrancó el primer gemido de placer y, como ya dije en el capítulo anterior, mi cabeza se había transformado en una interminable generadora de ideas para que las dos continuásemos gozando. Entonces, sugerí algo que iría en contra de mi voluntad... momentáneamente, desde luego.

-Esperá... acompañame al baño –dije, y mi nena me miró, como preguntándose "¿Qué querrá hacer esta loca?"; sin embargo, me siguió, tomada de mi mano, sin dudarlo un instante. Una vez allí, continué-: ¿te animás a acostarte en la bañera, sin agua, sin morirte de frío?

-Ay, claro: por ti hago lo que sea –me respondió, feliz, con carita de golosa y metiéndose en la tina, en la posición que le pedí-... me mearás, a que sí...

-Si te gusta la idea, sí... es lo que tengo en mente. Quise traerte acá porque no quiero mojar la cama...

-Pero ¿no podré beberlo?

-Sí, claro. Me excita mucho que quieras probar mi meada, amor; pero, en realidad, yo pensaba mear sobre tu cuerpo. Ahora, no hay problema... te aseguro que tengo suficiente pis para bañarte y para que bebas.

-¿Qué te apetece que haga primero?

-No sé, Belita... lo que quieras –dije, ya ubicada con las piernas abiertas a cada lado de su cuerpito.

En eso, se sentó, me tomó de ambas nalgas y, poniendo la boca sobre mi conchita (completamente rasurada, como siempre), comenzó a succionar, acariciándome el clítoris con la lengüita. Nunca me la habían chupado así antes para extraer mi orina, pero resultó: sentí unas ganas insoportables de mear –me recordó a los primeros orgasmos de mi vida- y comencé a evacuar mi líquido ambarino en la sedienta boca de mi Belén, quien continuaba succionando como una posesa. Luego de unos cuatro tragos, se echó hacia atrás, disponiéndose a gozar mi lluvia dorada sobre su cuerpo, frotándola como para que penetrara en sus poros... hasta su cabello quedó empapado de mi meada. Mientras duró mi flujo (fue bastante tiempo: mi vejiga estaba a reventar), controlé el chorro, moviendo mi cuca hacia arriba y hacia abajo, así como hacia los lados, levantando y estirando la piel de los costados y dejándola libre. Le dije que se secara, que volveríamos a la habitación para seguir jugando. Se mostró algo sorprendida por el hecho de que no le pidiera que se diera una ducha... en realidad, me gustaba tenerla así, sucia: en todo caso, yo la chuparía entera, quitándole la meada que aún tuviera sobre la piel y el pelo y, además, el olor, mezcla de jugos, pis y sudor, me ponía muy excitada; pero, por otra parte, como si estas razones no fueran suficientes, consideré que una ducha nos quitaría tiempo.

Ya de regreso en su cuarto, tomó un oso de peluche que Elka y yo le habíamos regalado y, de rodillas sobre la cama, empezó a pajearse con el hocico del afortunado muñeco. La miré y lamenté no contar con una cámara de vídeo. Entonces, se me ocurrió algo que, si bien interrumpiría su juego, le enseñaría una nueva experiencia en el sexo con mujeres de cualquier edad... incluso, de la suya.

-Belita... Belén –llamé, en voz baja, como si hablando en ese volumen, ella pudiera continuar con la masturbación-... perdón por cortarte la inspiración, pero quiero enseñarte otra forma de dar y recibir placer: es muy parecido a una penetración hombre-mujer, pero no perdés la virginidad.

-Vale, Mami; pero, ¿sabes? Me gustaría perder mi virginidad contigo –me dijo, abriendo los ojos y mirándome, saliendo de su trance.

-Todo a su tiempo, mi amor –respondí, tomando su peluche que ella ya soltaba, y abanonándolo a un costado boca arriba-. Si he de serte sincera, yo también deseo desvirgarte, pero no quiero lastimarte. Sin embargo, quizá mañana... o luego, en cinco minutos. Nunca se sabe con estas cosas –agregué, con una sonrisa cómplice que ella me devolvió-. De lo que sí podés estar segura es de que te amo muchísimo.

La recosté de espaldas, con la cabeza sobre la almohada. Yo me puse de costado, en dirección opuesta. Le pedí que abriera las piernas lo más que pudiera, y yo hice lo mismo, desplazándome hacia ella, a fin de que nuestras cuquitas se unieran, en un beso vaginal. Ella, como si lo hubiese hecho toda la vida, comenzó a realizar movimientos pélvicos que lograron roces, provocando sensaciones "elécticas" que nunca antes había experimentado. Intercambiábamos nuestro néctar de conchita a conchita y gemíamos... gritábamos de placer: ¡era increíble! No era la primera vez que hacía "la tijera" (con este nombre conocía yo este "juego", por así llamarlo), pero realmente fue la ocasión en la que más gozo sentí... la sola idea de hacerlo con una nenita cachondísima de once años me ponía en órbita. Cuando nos separamos, luego de varios minutos de intenso placer, puedo jurar que oí un "plop", como si se hubiera producido un vacío por nuestra unión. En el rostro de Belén, observé unas lágrimas que me asustaron, hasta que me aclaró que jamás había sentido tanto gusto y que su breve llanto se debía a eso.

-¿En serio, no te hice doler, mi amor? –interrogué, aún algo preocupada.

-Ay, noooo... tú preguntas por mis lágrimas, a que sí –arriesgó, y asentí-... no, Mamicarla: es que me ha dado tanto gusto, que he llorado un poco de emoción... de veras, Amor –ratificó, con infinita dulzura.

-Te creo, Belita; aunque debo confesarte que me gusta, tanto cuando me llamás "Amor" como cuando me decís "Mamicarla" –confesé, de corazón; inmediatamente, tuve una nueva idea para seguir jugando con mi niña. Así, dije-: y ya que me llamás Mamicarla (o mami), ¿no te gustaría que te diera la teta?

-Clarooooo –respondió, entusiasmada, con una carita de asombro que no tardé en interpretar, no bien continuó hablando-... me apetece mucho; pero no sería la primera vez que lo haría. Oye, que no me quejo, pero hoy estamos haciendo cosas nuevas, ¿verdad?

-Sí, claro; pero esto tendrá su parte nueva... ya vas a ver: acomodate sobre mi falda, como si fueras una bebita –dije, y ella siguió mis instrucciones al pie de la letra-... muy bien. Ahora, creo que ya sabés lo que vas a hacer, ¿no?

Mirándome con ojos pícaramente cómplices, tomó mi teta más cercana a su boquita y comenzó a succionar. Sinceramente, me cuesta expresar en palabras la sensación de placer que sentí, mientras Belita me chupaba los pezones y su suave y dulce lengüita me acariciaba las areolas... fue una mezcla de entrega maternal (como si verdaderamente estuviera dándole de mamar) y excitación de amante. Quise devolverle el placer que me estaba dando, pero obviamente no podía chuparle las tetitas –no por el tamaño (fascinante para mí), sino por la posición en la que estábamos-, por lo que resolví frotar su clítoris con el pulgar. A los pocos segundos, Belén, aún con mi teta en la boca y sin dejar su grata tarea, empezó a gemir... cada vez más fuerte. Por un momento, soltó mi seno y me pidió que le metiera el dedo (el índice, acerté a pensar) en la cuquita. Sin mérito alguno, obedecí y, un poco después, introduje también mi dedo del medio. Mi nenita ya rugía de placer y mordía levemente mi pezón. Luego, dio la vuelta para que le resultara más sencillo mamar mi otra teta y, en esos momentos, miré fugazmente hacia su mochila, descubriendo un chupetín (lo que aquí, en España, conocemos con el nombre común de chupa-chups), con un dulce redondo en la punta. Abandonando la ya encharcada cuevita de mi niña, alcancé y desenvolví la golosina. Belén se sorprendió, pensando que me había cansado de nuestros juegos, pero en ningún momento dejó de succionarme la teta: estaba claro que ella quería seguir dando y recibiendo placer; pronto, pude demostrarle que ésa era también mi idea, lo cual comprobó al sentir el chupa-chups rozando su vulva. En principio, mi intención no fue hacerla desear, pero –de hecho- fue lo que sucedió: yo sólo quería mojar la golosina con sus jugos, antes de introducírsela, a fin de que la entrada fuera lo más suave posible; pero, sin darme cuenta, estaba exacerbando su excitación, que hizo que abriera más aún sus piernitas infantiles, incitándome a que me dejara de rodeos y me dedicara a cogerla con ese nuevo elemento, deseo que se hizo aún más evidente cuando vi que se frotaba la cuquita con sus propias manos y de forma muy sensual... ¡exquisita! Sin más pérdida de tiempo, se la metí, apenas. Como ya le había dicho, la idea de desvirgarla habitaba mi caliente cabeza, pero no creí oportuno ni demasiado romántico hacerlo con un chupa-chups. De todas maneras, una vez adentro, lo moví hacia todas partes: hacia arriba, hacia abajo, para ambos lados, en círculos e, incluso, acompañé estos suaves movimientos con un delicado mete y saca, a los cuales Belita respondió con agradecidos y muy placenteros gemidos.

-¡Ay, mi amor... dame másssssss! ¡No te detengas! –me rogaba, sin necesidad, ya que la idea de parar jamás había llegado a mi cabeza, aunque sí había pensado hacer una breve pausa, sólo para hacerla gozar de otra forma.

-No, mi nenita –dije, con dulce excitación-... no voy a detenerme: sólo voy a sacarte el chupa-chups por un momento, pero ya vas a ver cómo la calentura no baja; por el contrario, tal vez, aumente.

-Vale –respondió, con la voz en un hilo, fruto de mis eróticos mimos llenos de amor.

Tal cual se lo advertí, saqué la golosina de su babeante conejito y la pasé, tiernamente, por sus tetitas, embarrando sus pequeñísimos y suculentos pezones con la dulce mezcla pegajosa... se formó un hilillo –como una suerte de telaraña- entre sus teticas. Ella volvió a abandonar mi seno para observar aquel frágil hilo y me pidió que se lo quitara con mi lengua y se la diera a chupar en la boca... por lo visto, mi Belita también estaba inspirada ese día. Luego, regresé a mi placentera tarea de jugar con el chupa-chups sobre su delicioso cuerpito y ella, a su vez, volvió a mamarme la teta. Pasé el caramelito por su ombligo, donde me detuve unos instantes... sentí el gozo que le estaba produciendo cuando Belén comenzó a darle nuevos bríos a la succión, incrementando (si cabe) el placer que me proporcionaba. Nuevamente, introduje la golosina en su tierna cuquita y, en esta ocasión, no se lo quité hasta lograr que llegara a un enorme orgasmo, luego del cual ambas descansamos, saboreando el dichoso chupa-chups hasta acabarlo.

Nos besamos una vez más y nuestras lenguas se enroscaron una con la otra, mientras nuestras manos se dedicaban a la incansable tarea de explorar cada milímetro de piel ajena. Pero, naturalmente, ambas teníamos nuestras partes preferidas y una de las de mi niña era mi cuquita, la cual empezó a masajear, logrando que me abriera totalmente de piernas. Aprovechando esta posición, se ubicó ahí, frente a mi expectante concha, que no tardó en recibir la bienvenida visita de los traviesos dedos de mi pequeña amante de once años (¡cada vez que lo recuerdo, me resulta increíble!). Acariciándome el clítoris con una mano, introdujo dos dedos de la otra en mi cuevita.

-Estás muy mojadita, amor –me dijo, con voz de profunda lujuria... si bien era nuestro primer encuentro sexual, nunca pensé que podría hablarme así... en ese tono-... ¿quieres más dedos dentro?

-Síiiiiii... –respondí, enfebrecida por sus tocamientos y por la paja que, imaginaba, se avecinaba.

En un lento mete y saca, me introdujo cuatro. Sin embargo, ambas estábamos muy calientes y, cogiéndome como lo estaba haciendo, hasta los nudillos más cercanos a la mano, no dudó en incluir el quinto...

-¡Máaaaaaassss! –rogué, loca de placer, en un grito que me desfiguró la voz.

Al oír esto, mi nena comenzó a meter y sacar su pequeña mano con excitación y fuerza increíbles, a punto tal que sentí su manito cada vez más adentro, evocando el único "fisting" que me habían hecho... había sido a mis dieciséis años, a cargo de una dulce, ardiente y menuda chica de catorce: todo su cuerpo era pequeño, incluyendo –obviamente- sus hábiles manos. Al volver de aquel recuerdo, Belén ya tenía su diestra por completo dentro de mí y la entrada de mi conchita le presionaba el puño y su muñeca, dependiendo del momento del delicioso mete y saca en que nos encontrásemos. La fuerte repiración de mi niña amante y sus ojos perdidos en algún punto de mi cuerpo, me hicieron darme cuenta de que estaba gozando como poseída por Eros. Ni siquiera mis aullidos de gozo la sacaron de su trance... aunque, pensándolo con la cabeza más fría que en ese glorioso momento, creo que tal vez, mis sonidos guturales la hayan ayudado a entrar en aquella ensoñación digna de lo que Belita era (y sigue siendo) para mí: una diosa del arte amatorio. Continuó, hasta que mis abundantes jugos mojaron su bello rostro infantil, los cuales parecieron "despertarla".

-Hey, hermosa –sonreí, entre jadeos de enorme satisfacción orgásmica, recuperando mi aliento-: ¡me hiciste llegar como nunca antes! Fue la venida más dulce y tierna de mi vida, sólo comparable a lo que mi tío me ha hecho sentir.

-¡Ay, Mami! –exclamó, mirándose el puño empapado, sin estar muy segura de si lo había abierto para extraerlo de mi cuerpo-. ¿No te he hecho daño?

-No, mi Belita... me has hecho gozar como nunca con una mujer o niña. ¡Has estado increíble, Amor! Alguna vez, espero devolverte el favor, cuando seas más grande, estés desvirgada y, fundamentalmente, cuando tu cuquita esté más dilatada y acostumbrada a recibir algo más grueso que dos dedos... o un chupa-chups.

-Comenzaré a dilatarla desde hoy, si es así –respondió, con su sonrisa más pícara-. Oye, Mamicarla... ¿puedo salir a jugar con Toy?

-Sí, pero primero, debés bañarte, vestirte y hacer la tarea para el colegio –dije, en mi papel de madre.

Desde luego, nada de eso era lo que yo deseaba: si hubiese sido por mis insaciables instintos, la habría retenido a mi lado y, quizá, hasta le habría quitado la virginidad. Sin embargo, el momento aún no había llegado y, en ese momento, dudé de si sería yo quien tuviera esa tarea tan delicada como privilegiada.

 

CONTINUARÁ...

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