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Amigas Especiales (10)

en Grandes Relatos

AMIGAS ESPECIALES

(Por Carla Bauer)

E-mail:

carlab83@yahoo.com.ar

Capítulo X.

Esa Navidad, llegó con mucha alegría, algunos regalos materiales que, seguramente, describiré más adelante y –lo más importante para nosotras tres- la adopción de Belén. Si bien deberíamos esperar unos meses para la sentencia definitiva, Belita ya estaba bajo nuestra custodia y responsabilidad, pese a que (como era natural) los papeles dijeran que era hija de Elka y ya llevara su apellido: Schwartzman. Desde un punto de vista puramente práctico y risueño, las tres estuvimos de acuerdo en que habría sido más "sencillo", por así decirlo, que llevara mi apellido: Bauer es mucho más fácil –y corto- de deletrear que Schwartzman. Así y todo, muy pocas veces habían acertado a escribir o pronunciar mi apellido correctamente: los errores más habituales suelen ser Buer, Bouer, Baer y –créase o no- Ber. De todas maneras, ése sería un detalle anecdótico. Lo verdaderamente importante era que ya era nuestra niña y nosotras, sus mamis. Claro: esto sería sólo de entrecasa; en el colegio, por ejemplo, así como en todos sus documentos, figuraría como la hija de Elka. Debo admitir que, al principio, esto me molestó un poco: después de todo, yo la había "descubierto" y había sido mi idea que viniera a vivir con nosotras. Por otra parte, había una afinidad mutua muy especial entre ella y yo... desde luego, amaba a su Mamielka, pero lo que había entre Belén y yo era tan particular como innegable. Con el tiempo, Elka supo lo de mi... no sé cómo llamarlo: ¿fastidio? ¿Celos? Yo misma se lo conté como una tontería mía y quedó en nuestra "historia familiar" como un recuerdo y nada más.

Entre las tres, armamos el Árbol de Navidad. De hecho, lo armamos el domingo ocho –como es costumbre-, unos días antes de recibir la gran noticia de parte de Minoridad. Todas pusimos nuestra cuota de imaginación, de acuerdo con el gusto de cada una, pero, casi al terminar la tarea, Elka creyó tener un "ataque" de inspiración y se retiró a su escritorio para continuar con uno de sus tantos y excelentes relatos que muchos gozamos en internet.

-Mamicarla –me interrogó mi adorable niña, rodeándome el cuello con los brazos, ambas sentadas en el suelo, con el árbol frente a nosotras-... ¿me complacerás con lo que más deseo esta Navidad?

-Desde luego, mi Amor –respondí, rozándole la punta de la nariz con la yema de mi dedo índice-... si me decís qué es y está a mi alcance, no te quepa ninguna duda de que te complaceré.

-Pues no te costará ni un céntimo y ya sabes que es algo que me apetece mucho desde que te conozco –explicó, con aire misterioso-. Además, apuesto a que te agradará complacerme porque... bueno, pues porque lo sé –culminó, entre ruborizada y risueñamente enredada en sus propias palabras.

-Bueno, sí... pero ¿qué es? –pregunté, despistada

-¿No adivinas?

-Soy fatal para las adivinanzas, Belita –sonreí, aunque lo que había dicho era verdad.

-Pues, deseo que tú me desvirgues... claro: puedes hacerlo antes de Navidad, si te apetece –manifestó, seria; luego, "rebobinando" acerca de lo que había dicho, sonrió, añadiendo-: lo que quiero decir es que no debes esperar al veinticinco... puedes hacerlo antes; pero me agradaría llegar a esas fechas desvirgada, ¿comprendes?

-Sí, claro que te entiendo, y me honra ser yo a quien hayas elegido para ese momento tan especial de tu vida. Intentaré que te duela lo menos posible.

-Lo sé –dijo, tomando los últimos adornos del árbol y colocándolos en los lugares más vacíos-... por eso, deseo que seas . ¿Vale?

-Por supuesto que vale, mi Amor –respondí, excitada, sí, pero más que nada, emocionada... y algo frustrada (por mí y por ella), puesto que no podría ser en ese instante, pues debía cocinar-. Cuando llegue el momento, arderemos de deseo, lujuria y goce, pero lo más importante, estaremos llenas de amor... pero amor verdadero –culminé, abrazándola muy fuerte y terminando mi muestra de afecto con unas nalgaditas cariñosas. Sabía que, si la besaba o si esas nalgadas se convertían en caricias, nuestra siguiente escala sería la cama, durante fácilmente una hora.

La niña dio por finalizada la tarea de armar el arbolito navideño y, levantándose, buscó a mi novia, dirigiéndose al escritorio.

-Mamielka –la oí decir, mientras me encaminaba hacia la cocina-: ¿me permites que entre a Toy? Quisiera jugar con él un rato... tú sabes...

-Vale, mi niña... pero ¿me permitirás observar? Las musas están algo remolonas hoy, y quisiera inspirarme; prometo no tocarte, a menos que tú lo desees.

-Okis –respondió, con toda naturalidad-. ¿Te parece que lo entre desnuda, para que sepa lo que haremos, o me quito la ropa cuando estemos en la habitación?

-Creo que tomarás frío, si abres la puerta desnuda, Amor. Por otra parte, Toy ya sabe qué te propones, cuando lo dejas entrar, y no será tu primera vez con él; de modo que, si quieres, quítate las braguitas, antes de permitirle la entrada.

-Lo sé, Mamielka –dijo, con una sonrisa pícara que se le adivinaba en el tono de su voz-; pero no llevo braguitas: Mamicarla tiene razón: no son muy cómodas... pero abrigan en la calle, lo sé –añadió, conociendo nuestra continua recomendación.

En efecto: mi niña me había copiado el hábito de andar sin bragas, al menos, dentro de la casa y en lo de Julia, Sonia o María, con quienes ya jugaba juegos infantiles –en la mayor parte de los casos, "modificados" para tener la excusa de acabar sin ropas y cogiendo- y de los otros, cuya única diferencia era que no habían juegos infantiles previos. Para nosotras –Elka y yo- lo importante era que pudiera dar rienda suelta a su sexualidad, sin riesgos de violaciones ni probables enfermedades.

Por otra parte, había otra cosa mencionada en el diálogo que acababa de escuchar, mientras aderezaba una masa de pizza comprada, con tomate, cebolla, queso, aceitunas y orégano: no sería la primera vez que Belita estaría desnuda frente a Toy; pero también era verdad que nuestra mascota nunca había penetrado a Belén vaginal ni analmente: si bien no se lo habíamos prohibido a la niña, le dijimos que sería mejor que su primera vez fuera con nosotras. Pero, de hecho –y como quedó dicho antes-, ella ya había tomado esa decisión por su propia cuenta.

Vino hasta la sala, abrió la puerta corrediza del ventanal que daba al jardín y llamó al perro, que entró, moviendo la cola, como si fuese una hélice, lamiendo la cara de su pequeña y dulce amiga, mientras ella le acariciaba la cabeza y el lomo, ida y vuelta... pude ver esta escena desde la cocina. El can no tardó en intentar levantarle la faldita, sabiendo lo que vendría pocos minutos después.

-No... aquí no, Toy –dijo ella, cerrando la puerta tras de nuestra mascota, luego de lo cual, elevó la pollera hasta la cintura y agregó-: vale, pero sólo me podrás oler el coñito, ¿sí?

El noble animal se acercó, casi con timidez. Belén dio un gritito y un suave brinco al sentir la fría nariz tocando, apenas, la cálida cuquita que ella misma abría con ambas manos.

-Ven –le decía, con tono aún sólo juguetón-... ven, lámeme la cosita.

El perro, obediente, comenzó a lengüetear el codiciado tesoro de su amiguita (¡valiente "sacrificio", el suyo!), y ella lo guió a la habitación, especialmente preparada para esa clase de relaciones. Con esto, se me acabó la parte visible del espectáculo que protagonizarían Belita y Toy. Desde luego, podría haber abandonado momentáneamente mis tareas para presenciar ese delicioso número erótico -¿erótico o algo más?- junto a mi novia: no era ni me consideraba una "Cenicienta siglo XXI", ni muchísimo menos. Pero, en primer lugar, deseaba cenar temprano pues, al día siguiente, tendría que salir, muy temprano, rumbo a Segovia, para realizar una sesión fotográfica allí y otra en Ávila, inmediatamente después. Por lo tanto, cuanto más temprano comiésemos, más sencillo resultaría levantarme para conducir mi auto hasta la primera de estas hermosas ciudades españolas. Y, por otra parte, sólo debía ultimar unos detalles para introducir la pizza en el horno; luego, estaría libre (no por mucho tiempo, es verdad) hasta que la comida estuviera lista, para gozar con aquellas fogosas escenas, repeticiones de otras que ya había visto en su totalidad. A su corta edad y sólo pudiendo pajear a Toy, mezclado con mutuo sexo oral y alguno que otro beso de lengua que había aprendido de mí en mis juegos con el can, no habían demasiadas variantes que podría perderme. Por fin, también escucharía los sensuales gemidos de mi niña, los cuales me indicaban, con bastante precisión, lo que sucedía en ese pequeño cuarto.

Al principio, oí que Belén le pedía a nuestro Ovejero Alemán que se quedara sentado, mientras ella se quitaba el vestido y se descalzaba. La niña era tremendamente dulce y cariñosa; pero, cuando de sexo se trataba (aun con la zoofilia), era el morbo personificado, por lo cual ni Elka ni yo nos sentíamos "culpables", ya que, cuando comenzó a tener sexo con nosotras, esa morbosidad le brotaba naturalmente, sin que nosotras le hubiésemos inculcado nada al respecto.

-Vamos, Toy... déjame tocar esa hermosa polla roja que tienes allí abajo... eso es –dijo ella, con voz inocente y sugestiva a la vez. Por sus suspiros de excitación, noté que ya estaba pajeándolo. Al rato, continuó-... mmmmmmmmm... eres un muy buen perro, pero ahora me apetece beber tu leche deliciosa; ¿me permites?

Por su manera de gemir, adiviné que tenía algo en la boca, y no resultaba demasiado difícil adivinar qué era. Comencé a calentarme más de la cuenta; no precisamente por el hecho de que Belita estuviera con Toy –ya he dicho que la zoofilia no me llama mucho la atención-, sino por imaginármela totalmente desnudita, gozando de esos orgasmos producidos por su conchita infantil, excitada por nuestra mascota, a la cual envidié muchísimo. Mi calentura me llevó a introducir dos aceitunas a la vez en mi empapada cuquita... necesitaba sentir algo dentro de mí y, teniendo mis manos ocupadas con la pizza, me decidí por esa solución práctica y (¿por qué no decirlo?) "natural"... jajaja.

Llegué al cuarto, donde se encontraban Belén, nuestra mascota y Elka, como muda y excitadísima espectadora, con los elásticos de los pantalones y las bragas a la altura de sus rodillas, pajeándose desesperadamente, con cuatro dedos –sólo faltaba el pulgar- dentro de su conchita, mientras que, con su otra mano, se masajeaba los pezones de ambas tetas, alternadamente, con la blusa desabotonada hasta el ombligo y el sostén entre sus exquisitos senos y el cuello. Ni siquiera mi presencia (silenciosa, es cierto) la sacó de su trance, al observar la maravillosa y completa desnudez de nuestra no menos concentrada niña, que, recostada de espaldas sobre la alfombra, saboreaba, con ruidosos chasquidos de su lengua, la leche que acababa de extraer y beber de la ya casi enfundada daga del jadeante perro. Sin embargo, la sesión todavía no había terminado... apenas si iba por la mitad, y todos, incluyendo al can, lo sabíamos.

Con su amita en la misma posición, se acercó a ella y, suavemente, con la maestría adquirida a lo largo de dos años de adiestramiento y práctica con Elka, empezó a lamer la vulva imberbe de nuestra nena, quien ya gemía pidiendo más... y pareció entender, pues, enseguida, aceleró el ritmo, incrementando la presión de su lengua sobre la tierna conchita. Desde luego, unos minutos después, mi novia aseguraría que el animal –inteligente, sin dudas- había comprendido el deseo de Belita; yo me limité a pensar que había sido una reacción instintiva, ante la salida de más jugos de la cuca de mi cría favorita. Sea como fuere, ella estaba gozando, chillando y casi llorando de placer, mientras él seguía haciendo maravillas con su protuberancia lingual. Luego, Belén tocó sus pezoncitos con ambas manos, para luego amasar sus planos pechitos. Este solo movimiento hizo que Toy, cuyo nombre ella no dejaba de repetir entre suspiros y jadeos, moviera su hocico hacia arriba, dejando una espesa estela de saliva hasta el ombligo de su pequeña amante humana, donde, sin detenerse, dejó un sugestivo charquito, continuando su viaje hasta las tetitas que se dedicó a lamer. Quizá, recordando algún párrafo leído en uno de los relatos de su Mamielka, en cuanto el can se ocupó de su delicioso pecho, ella bajó sus manitas hasta su entrepierna, donde no dudó en introducirse dos dedos dentro de su encharcado pasadizo secreto, hurgándose con lujuria la hendidura, mientras experimentaba una interminable cadena de orgasmos que la hicieron gritar de gozo.

A estas alturas, mis entrenados músculos vaginales ya me hacían disfrutar de aquellas dos aceitunas que aún tenía en mi cuevita; pero decidí ayudarlos con los dedos; ¡gravísimo error que desaliento a cualquier niña, adolescente, joven o mujer adulta a intentar! Por un momento me asusté: metí las olivas tan a fondo que pensé que me habían entrado en el útero y que me sería muy complicado sacarlas... tal vez, tendría que intervenir un médico; pero no: después de unos segundos, regresaron por propia gravedad –supongo- adonde las había colocado. Luego, conversando con mi ginecóloga acerca de esa ocurrencia mía, me dijo que había corrido con suerte, porque los frutos podrían haber penetrado en mi útero y, en ese caso, las posibilidades de que quedaran trabadas allí eran muy altas.

Ya lo había pensado, pero este incidente me decidió a entregar las bolitas verdes a mis dos amores, acercándome a ellas. Primero fue mi novia, por simples razones de distancia. Inconscientemente, me había acercado más a ella, a fin de tener una mejor visual de lo que Belén y Toy hacían. Viendo de dónde habían salido, Elka me arrebató una de las aceitunas de mis manos, en cuanto amagué a dársela. Enseguida, se la metió en la boca, chupándola para saborear mis sabores. Belita, sin siquiera mirarla, hizo lo mismo, cuando le tocó su turno. Sin embargo, mi niña tuvo un gesto que agradecí, agachándome, con un beso de lengua: al entregarle el tibio y empapado fruto, ella me dio sus no menos mojados deditos para chupar. Mencionar la delicia que significó eso para mí sale sobrando, tanto por el exquisito sabor como por la excitación que, obviamente, me produjo.

Unos días después –el sábado siguiente, para ser más precisa-, llegué a casa, después de un almuerzo de fin de año, organizado por la agencia de publicidad donde yo trabajaba y dos más. Llegué llena de comida, agua mineral, gaseosas y el champán de una copa utilizada para brindar –desde mi llegada a España, mi único encuentro con bebidas alcohólicas había sido cuando salimos aquella inolvidable noche, con Elka, celebrando mi arribo a Madrid-... como podrá observarse, no soy muy afecta al alcohol. De todas formas, no bien entré a casa (eran las seis de la tarde, aproximadamente), me fui a mi cuarto y dejé mi cartera y abrigo. Tras una rápida visita al baño, regresé al dormitorio y me recosté, con la intención de descansar un rato, sin dormir, aprovechando que estaba completamente sola.

Tres cuartos de hora más tarde, me despertaron unos muy dulces besos (anoté dos o tres en mi diario, pero ésos son sólo los que recuerdo, desde que, aun sin abrir los ojos, recobré la conciencia). Obviamente, se trataba de mi novia y mi hijita. Claro: Belén me había descubierto –y besado- primero, según supe luego, por la sencilla razón de que mi habitación también era la de ella y, muy prolijamente, había depositado su adorable mochila rosa con dibujos multicolores de Disney. Ella misma la había elegido, al comienzo de su año lectivo, y la usaba tanto para ir al cole, como para salir de paseo; esto pronto cambiaría, ya que Elka le había comprado una nueva para Navidad (respetando los gustos infantiles de nuestra niña), y la actual sería sólo para llevar sus útiles escolares.

Enseguida, se levantó la faldita y se quitó las bragas, que llevó al baño y dejó en el canasto para la ropa sucia. Era obvio que se sentía más libre –al igual que yo- sin esa prenda íntima. Pero sus movimientos fueron tan rápidos que apenas si pude apreciar que sus bombachitas eran de color amarillo (o que tenían algún dibujo de ese color), por lo cual me pareció que sus planes inmediatos no incluían el sexo... al menos, no conmigo; de lo contrario, habría hecho una suerte de lento y sensual "strip-tease" para mí, como tantas otras veces. Tras haber saludado a mi novia que volvía a salir, prometiendo que regresaría antes de la hora de la cena, resignada, con Belita en el servicio, la llamé.

-Sí, ya estoy contigo –respondió, desde allí, mientras yo, aún sobre la cama, daba mis últimos bostezos, ya que pensaba levantarme... de lo contrario, me costaría mucho dormirme esa noche, aun contando con el somnífero más eficaz y natural que conozco: una buena cogida o paja me saca el insomnio inmediatamente, lo cual no significa que duerma toda la noche, después de una buena sesión. De todas maneras, tras pocos minutos, Belén llegó a la puerta y, desde allí, como si fuera a seguir de largo, dijo-: ¿qué sucede, Mamicarla?

-Nada, Princesa... sólo iba a preguntarte qué ibas a hacer.

-No tenía nada en mente, pero ahora que te veo ahí, en cama, sin dormir, pues... me apetecería mucho hacerte el amor –respondió, con la voz sugestiva que brotaba de su garganta cada vez que se calentaba.

Entró en la habitación y, esta vez, sí se desvistió ante mis asombrados ojos, apreciando la perfección de sus movimientos tranquilos al despojarse de su ropa, y observando embobada la tersura y suavidad de su piel que, con el bendito paso de los segundos, iba quedando ante mis encantadas pupilas.

Ya desnuda hasta las últimas consecuencias, pellizcó sus pezoncitos y los estiró, imitando un mimo que yo misma solía hacerle. Todavía sobre mi lecho, me dispuse a deshacerme de las vestiduras que, en esos momentos, tanto me molestaban. Era consciente de que mi desnudez palidecería ante la belleza sin igual de la increíble niña que tenía frente a mí, pero también sabía que mi cuerpo desarrollado hacía las delicias de Belén... y, si ella gozaba, era un motivo más –uno de los fundamentales en mi privilegiada relación con la pequeña- para que yo disfrutara. Sin embargo, ante mi primer amago para desabrochar los botones de mi saco de lana, ella me hizo un gesto con la mano, como diciéndome: "Aguarda"; y, enseguida, se acercó a mí, comenzando a sacarme las pocas prendas que tenía puestas, pese al clima frío que ya se hacía sentir. Obviamente, ya me había descalzado para recostarme, alrededor de una hora atrás.

Ambas en igualdad de condiciones –en lo referente a la vestimenta-, comenzamos a acariciarnos, cachondas, en nuestras partes erógenas y más sensibles. Mientras Belén se deleitaba mamándome una de mis tetas, estiré mi brazo para abrir el cajón de mi mesita de noche y alcancé uno de mis juguetes favoritos. Se trataba de un pequeño vibrador, en forma de perilla de velador (¿me explico?), de color rojo, conectada a un cable blanco de, aproximadamente, un metro, que lo unía con una cajita plástica del mismo color, donde iban dos muy pequeñas baterías. Coloqué el aparato sobre la cama y, presionando un minúsculo botón ubicado en la parte roja –el vibrador en sí-, lo hice funcionar por unos segundos. Ella ya conocía el pequeño juguete, pues me había visto utilizándolo, mientras la esperaba a ella o a mi novia. Pero el hecho de que lo hubiera sacado una vez iniciados nuestros mimos, le llamó la atención a punto tal que abandonó momentáneamente mi seno, al oír el característico zumbido, intuyendo que algo diferente estaba por suceder.

-¿Utilizarás el vibrador? –interrogó, desconcertada-. ¿Por qué? ¿Es que ya no gozas con mis caricias?

-No, mi Amor –respondí, sin esperar ni dudar-... no es eso. Sabés muy bien que sos la que más me hace gozar aquí, en casa, mal que le pese a tu Mamielka... amén de estar a la par con Julia y Sonia, cuando de sexo se trata. No, Belita: nada que ver. Sólo pensé que sería un buen paso previo... una buena preparación a la pérdida de tu virginidad... si es que no cambiaste de opinión y, además, si querés que sea hoy.

-¡¿De verdad me lo dices?! –exclamó, entusiasmadísima, con una sonrisa de oreja a oreja-. ¡Tú no sabes la ilusión que me hace el sólo pensar que perderé mi virginidad... y contigo! –enfatizó, por fin.

-Sí, lo sé, mi Dulce –respondí, orgullosa de haber sido la elegida para tan delicada e importante tarea. Al mismo tiempo, me sentía obligada, por nuestro mutuo amor, a hacerlo lo más indoloro que me fuera posible-... pero es la primera vez que desvirgo a una niña... bueno, de hecho, a cualquiera, y me toca con vos, mi hermosa y encantadora nenita, a quien no lastimaría por nada del mundo. Las únicas razones por las que lo voy hacer es, primero, porque sé que lo deseás... eso, para mí, es básico. Y, además, porque si no lo hago yo, temo que caigas en manos más bruscas que las mías y acabes más dolorida de lo necesario, ¿vale? –sonreí, con este interrogante.

-Claroooooooooooo –dijo, con una inconsciente aunque lógica alegría, acomodándose frente a mí, de piernas abiertas. Yo, por mi parte, no podía quitar mis ojos de aquella hermosa cuquita rosada, cuyo himen pronto desaparecería, definitivamente roto.

Tomé coraje y, mirando esa maravilla pelona de mi niña, casi olvidé lo que estaba a punto de hacerle y, lujuriosamente, dejándome llevar por mis instintos, comencé a acariciarle la conchita, rozándole el clítoris, con fuerza y suavidad al mismo tiempo. Belén ya comenzaba a suspirar, demostrándome que ya empezaba a gozar. Aproveché el momento y, con mi mano libre, ubiqué el pequeño vibrador rojo sobre su rajita para que sintiera las primeras sensaciones placenteras que lograba ese aparato. A los pocos minutos, la vi con los ojos entrecerrados, relamiéndose y pasando las manitas abiertas sobre sus tetitas para luego apretarlas. Belita ya estaba preparada para el paso previo al estreno completo de su increíble cuquita, para lo cual dejé de tocar el hinchado clítoris con mi pulgar, reemplazándolo con el juguete; mi niña dio un brinco, despegando sus nalgas de la cama... sólo fue la primera impresión natural. Luego, su rostro se transformó en una mezcla de gozo inocente, risitas y muecas de calentura; a la vez, su vocabulario –lo poco que se le entendía- se volvió tan guarro que me excitó a límites impensados. Eso era, precisamente lo que yo necesitaba para culminar mi tarea, la última fase del deseo de Belita, que, a esas alturas, ya era compartido.

Introduje dos dedos en la empapada conchita de Belén, quien, recostada y con la cabeza levemente levantada, me miraba a los ojos, expectante, ansiosa de su debut sexual. En ese instante, supe que era algo así como un "ahora o nunca" y mis dedos parecieron tener vida propia, iniciando un mete y saca suave fácil y con recorridos cada vez más largos, hasta que las yemas de mis dedos se toparon con la delicada tela cuya rotura permitiría que nuestra niña pudiera, a partir de ese momento, gozar plenamente del sexo vaginal, además del oral, en el cual ya era una verdadera experta. Incluso, ya podría probar cómo se sentía una verga masculina (no sólo las plásticas, con las que iría ensayando de a poco). Desde luego, todo esto se iría dando en la medida en que ella así lo quisiera.

Con mis dedos aún dentro de ella, me coloqué de manera tal que nuestros rostros quedaron enfrentados y, sin pensarlo dos veces, la besé tierna y profundamente, luego de lo cual, le dije:

-Si te duele, besame... si te duele mucho, mordeme los labios.

Diciendo esto, perforé su himen y empecé un movimiento de pistón horizontal con una velocidad que ni yo podía creer. Sentí el calor inevitable de su sangre rodeando mis dedos, pero no podía ni debía detenerme... además, ya no habría servido de nada. De pronto, sentí su dulce aliento, con un breve llanto silencioso, que se ahogó en mi boca, mientras su lengüita hallaba la mía; era obvio que no le dolía tanto... sus dientes no rozaron, siquiera, mis labios, en ningún momento.

A medida que seguía con el mete y saca, Belén comenzó a gemir de placer, ya separada de mi boca, con lo cual se me hizo evidente que lo peor ya había pasado. De repente, pegó un grito que estaba muy lejos de ser de dolor; es más, lo reconocí como una versión incrementada de lo que solían ser sus anuncios de orgasmos cuando Elka o yo la masturbábamos. Sus palabras terminaron de convencerme.

-¡¡¡Me corroooo, Amorrrrrrrrr!!! –exclamó, con una cara de indescriptible gozo, pese a las lágrimas que ya casi secas, corrían todavía por sus tersas mejillas.

Un inédito chorro de jugos salió de la cuquita de Belén. Cuando acabó, sólo atiné a abrazarla y besarla con todo mi amor de madre y, claro está, de amante.

-Ya pasó, mi Vida –le dije, acariciándole el cabello de sus sienes, empapado de sudor.

Ambas sudábamos y estábamos manchadas con su sangre, señal inequívoca de la muy esperada pérdida de su virginidad. Éstas fueron dos razones que utilizamos para ducharnos juntas... como si hiciera falta alguna excusa. De todas formas, nuestro amor fue motivo más que suficiente para que quisiera acompañarla en una ducha tan especial, para evitar un probable susto, si volvía a sangrar su tiena cuevita recién desflorada.

 

CONTINUARÁ...

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