Éste es un relato enviado por un lector de mi historia. Su nick es Conde de Lemos, y pueden conectarse con a la siguiente dirección de e-mail: billgates18@hotmail.com; también, pueden escribirme a mí, a mi dirección de siempre: carlab83@yahoo.com.ar. Se trata de dos hermanas adolescentes que llegan al barrio, con sus padres -obvio-, y alborotan a una familia vecina, cuya vida habrá de cambiar.
Las Nuevas Vecinas
1ª parte
Hace poco llegaron al barrio los nuevos vecinos. Por las apariencias, un matrimonio relativamente joven con dos hijas adolescentes, de buen pasar (la casa que habitan, sin ser importante, es de las mejor construidas del barrio). Él, con todo el aspecto de un empleado administrativo de jerarquía o quizás, pequeño empresario, más vale grueso, siempre serio, no muy alto, canoso. Ella, una mujer muy atractiva, rubia (seguramente teñida), de cuerpo trabajado en el gimnasio, simpática, parece muy conversadora aunque aún no tuvimos oportunidad de verificarlo. Las hijas, posiblemente rondando mi edad, menudas, agradables, con las que quizás podría compartir gustos y actividades.
Desde su llegada, mi hermano buscaba la forma de acercarse a ellas y entablar conversación (seguramente con otros objetivos de más largo plazo), pero la presencia de otras personas lo ahuyentaba. Finalmente, fui yo la que tuvo la oportunidad de conocerlas, cuando nos encontramos en el puesto de revistas buscando, aparentemente, la misma publicación. Así me enteré de que se llamaban Elsa y Malena, que tenían 17 y 15 años respectivamente, que estaban cursando en el colegio de monjas más importante de la zona, que aún no conocían a nadie en el barrio, que venían de Rosario porque el padre había sido seleccionado para un importante cargo en una multinacional y que en la ciudad tenían parientes de la madre, que visitaban de vez en cuando. ¡Chicas extrovertidas, como puede apreciarse! Regresando del puesto, las invité a encontrarnos en casa cuando quisieran, lo que fue aceptado de inmediato, quedando la promesa de venir por la tarde.
A esta altura, quizás deba dar algunas precisiones acerca de mí: me llamo Mara, tengo 14 años (aunque aparento más, porque soy bastante desarrollada) y curso (con buen rendimiento) en una escuela secundaria cercana a casa.
Era un sábado de un calor insoportable. Mis padres y Alberto se habían ido al Club y yo lamenté en esos momentos no acompañarlos por haberme comprometido con las vecinas, pero no quería comenzar el vínculo dejándolas plantadas (cuando mi hermano se enteró el porqué no los acompañaba puso una cara de circunstancias que me hizo reír con ganas). Llegaron a eso de las cuatro y fuimos conversando animadamente mientras las guiaba a mi habitación, donde tenía el equipo de música encendido con uno de mis discos favoritos.
- ¿Te gusta bailar? - preguntó Elsa, al tiempo que Malena hacía un gesto como descontando la respuesta que, por supuesto, era afirmativa, e invitándome a hacerlo juntas. Sin dejar de conversar las tres, Malena y yo nos fuimos desplazando al compás de la música que, por cierto, era bastante movida, lo que aumentó nuestro acaloramiento. Las mejillas enrojecidas y la piel brillante de sudor de Malena me indujeron a pedirle que paráramos y lo hizo apoyando su cabeza sobre mi pecho, simulando un profundo agotamiento.
No pude menos que abrazarla y, riendo, la acaricié como dándole ánimos para volver a bailar. El calor de su cuerpo contra el mío me provocó una sensación impensada, una especie de escalofrío que me recorrió de pies a cabeza. La voz de Elsa sugiriendo que nos refrescáramos me sacó de un estado de seminconciencia en el que los pensamientos habían huído de mi cabeza y sólo percibía el cuerpo de Malena. La reacción de ésta a la propuesta de Elsa fue erguirse y, sacándose la remera, invitarnos a su vez a despojarnos de la ropa para aliviar la sensación de agobio que producía el calor de la tarde.
Me quedé sorprendida ante la naturalidad con que Elsa aprobó la propuesta desabrochándose la blusa, de modo que ambas quedaron vestidas sólo con su ropa interior: unas minúsculas bombachitas y corpiños. Sentí las manos de Malena que se deslizaban por mis costados mientras, riéndose, me preguntaba si yo tenía motivos para no acompañarlas. El escalofrío que había sentido cuando se había apoyado contra mí fue nada, frente a los que me atravesaron al contacto de sus manos con mi piel.
Dejé que me sacara la remera y, siguiendo un impulso que desconocía pudiera abrigar, la abracé recorriendo su espalda, acariciando su cintura, demorando el contacto. Sentí que Elsa nos abrazaba al tiempo que pedía que no la dejáramos afuera. Sus manos acariciaron mi espalda y desabrochando mi pollera, bajaron el cierre y recorrieron mis nalgas. Estaba agitada y desorientada: nunca me hubiera imaginado capaz de sentir satisfacción en un juego con otras chicas como el que estaba jugando. Y, sin embargo, era más que satisfacción.
Me sentía electrizada, sin control sobre mí. Sin tener conciencia de lo que hacía, desprendí el corpiño de Malena y terminé de sacárselo sin que se opusiera. Me sentí flotar en una nube y, no supe cómo, terminamos las tres totalmente desnudas, explorándonos y sintiendo unas sensaciones deliciosas que nos mantenían alejadas de la realidad. No sé en qué momento, ni quién tuvo la iniciativa, pero mi lengua recorrió la boca de Elsa mientras la suya acariciaba mis labios. Estaba paladeando ese prolongado beso cuando sentí unos labios que recorrían mi espalda y de ellos salía una lengua húmeda que se hundía entre mis nalgas. Habíamos perdido por completo la idea de dónde estábamos, del tiempo trascurrido, de lo que estábamos haciendo. Compartíamos un puro goce que nunca me había imaginado pudiera experimentar con otras chicas.
Me agitaba (y sentía que ellas experimentaban lo mismo), impulsos eléctricos contraían y extendían mis músculos, sentía que el sexo se inundaba de unos jugos que desconocía (al menos, nunca al masturbarme me había sentido tan inundada, ni había sido recorrida por convulsiones como las que me atacaban en esos momentos). Pude intuir el sabor de mi sexo al acercar mi boca al de Elsa, al calmar mi sed con los líquidos que la empapaban y explorar todas las aberturas que ofrece el cuerpo femenino y, al mismo tiempo, experimentar las sensaciones más violentas y excitantes provocadas por manos, labios, lenguas recorriendo mi cuerpo, introduciéndose en cada una de mis aberturas.
Las tres, con los cuerpos traspirados por el calor y afiebrados por el ardor que transmitían nuestras caricias, nos sumergíamos una en otra, dando y recibiendo sin reservas. Perdí la cuenta de los orgasmos (¡debían ser eso!) que experimenté, del tiempo que pasó hasta que mis energías se agotaron. Las tres nos derrumbamos sobre la cama, cruzadas una sobre otra, sin fuerzas para levantarnos.
Las voces de mamá y Alberto a la puerta de casa nos volvieron a la realidad. Sin saber de dónde sacamos las fuerzas, nos vestimos rápidamente y estábamos más o menos compuestas cuando, tras golpear la puerta, mamá entró en la habitación para convidarnos a tomar algo fresco con ellos. ¡Bien que lo necesitábamos!