AMIGAS ESPECIALES
(Por Carla Bauer)
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Capítulo XII.
Después de aquella gloriosa tarde, las niñas ofrecieron darme una mano en la cocina. En rigor, la única que cumplió esto de cabo a rabo fue Julia: Belén se metió en el baño para una ducha y Sonia, mientras aguardaba su turno, leía algunos relatos eróticos que había impreso la noche anterior, bajados de internet, en casa de su amiga; todos ellos eran lésbicos y en su mayoría, de niñas de quince años o menores, aunque lamentablemente éstos escacearan. Julita y yo habíamos tenido el privilegio de ducharnos juntas, con la promesa que yo hice cumplir de que no tocaríamos el cuerpo de la otra, permaneciendo espalda con espalda, algo que -dada su dificultad- no creí que mi niña y nuestra pelirroja amiga lograran; por ello, no permití que, siquiera, lo intentaran: había un solo baño y, si llegaban a tentarse, podrían tardar más de la media hora que, de hecho, ambas, en sus solitarias duchas, tardaron. Francamente y por segunda vez, me sentí "la mala de la película", pero alguien debía poner orden y ese alguien -aunque sólo fuera por una cuestión de edad- debía ser yo.
-De modo que Ximena está embarazada -dije, como para romper el silencio que, debido a la concentración en nuestras tareas, nos había invadido.
-Sí, de cinco meses y Javi, el padre del crío, ha desaparecido en cuanto Xime se lo ha dicho. ¡Cabrón! -exclamó, con bronca que noté, no sólo en su voz, sino en el modo de cortar la cebolla.
-Comprendo tu furia, pero cuidado con ese cuchillo, preciosa -advertí, seria-; no queremos que te cortes un dedo.
-Vale; pero es que recordar a pues a ése, me pone fatal.
-Y es muy comprensible, Princesa. Ahora, digamos la verdad -afirmé, cambiando parcialmente de tema-: tu hermana es muy bonita digna hermana tuya; ambas son bellísimas, aunque ya sabías que, para mí, sos una de las niñas más bellas que conozco; y, afortunadamente, conozco a muchas -añadí, sin exagerar en nada.
-Gracias, Carlita -dijo, sonrojándose-. En cuanto a Ximena, sí, es muy guapa. ¡Y no sabes lo que es verla en pelotas!
-¿De verdad? -interrogué, sin mostrar todo mi interés, a fin de evitar celos.
-Síiii no es que hayamos follado alguna vez -aclaró, y me pareció ver en su mirada unas ganas locas de continuar con algo así como: " aunque, si por mí fuera, ya seríamos amantes", pero no lo hizo-. Sólo la he visto en el servicio o en su dormitorio cuando se está cambiando especialmente aquí, en la cabaña, que es todo más pequeño.
-Comprendo -dije, ante su justificación para no ser calificada de incestuosa-; y sabemos que le gustan los varones pero, ¿qué hay de su gusto por otras chicas?
-¿Sugieres que Xime pueda ser bi? -me preguntó, con naturalidad, a lo que sólo asentí con la cabeza- pues no lo sé... nunca le he pillado con otra niña ni espiando a Sonia, a María ni a Belén.
-Bueno no es por nada, pero quizá, te espíe a vos, cuando estás sola (y desnudita o cambiándote, claro) o acompañada cuando follás con cualquiera de tus amigas, incluyendo a Belita, desde luego.
-¿Tú crees? -me preguntó, entre desilusionada y en los comienzos de una excitación.
-Puede ser no es nada seguro, claro, pero la posibilidad existe. No serían las primeras ni laa últimas hermanas que tuvieran relaciones sexuales, mi amor.
-Lo sé ¡¿pero Ximena?! -se sorprendió, arrugando su adorable naricita.
-No podría asegurarlo, pero si yo tuviera una hermana como vos ¡imaginate! ¡No nos daríamos descanso, Princesa! -sonreí, imaginando esa hipótesis.
-Sí, es verdad -admitió, como si estuviera soñando con mi idea- pero tú eres bi; de hecho, te apetecen más las niñas como nosotras. Pero, ¿cómo saber si Xime me desea, sin preguntárselo? Y me daría pena hacerle esa pregunta; imagina: decirle "Oye, Ximena, ¿me deseas? ¿Te apetecería follar conmigo?"
-Sí, es indudable que no sería nada cómodo. Sin embargo, hay otras maneras; una de ellas, me la mencionó Belén, en el auto cuando me preguntó si nunca había puesto a prueba a mi tío Sebastián, ¿te acordás?
-Sí, claro -recordó, pensativa. Luego, sus ojos verdes emitieron un fulgor particular que sus amantes conocíamos muy bien- ¿tú crees que podría poner a Xime a prueba? ¿Cómo lo harías tú si fueras yo?
-La manera más sencilla sería en la ducha asegurarme de que "falte" el jabón o la toalla para envolverme, por ejemplo, mientras me lavo el cabello con ambas manos, a fin de tener la excusa perfecta para no "poder" cubrirme las tetas ni la cuquita; en esas condiciones, la llamaría. Y, como estaría esperándola, no resultaría extraño que la parte delantera de mi cuerpo estuviera mirando hacia la puerta ¿me explico?
-¡Eres extraordinaria, Carla! -explotó, entusiasmada, agradeciéndome con un beso de lengua, mientras sus muñecas formaban una "X" detrás de mi cuello, a fin de no dejar olor a cebolla en mi suéter ni en la blusa que vestía debajo de él-. ¡La idea es maravillosa, mujer! La pondré en práctica en cuanto regrese a Madrid y tenga ocasión; de sólo pensarlo, me estoy mojando.
-No desperdiciemos tu néctar, putita: ¿te animás a pajearte un poco y acabar en el vaso? -interrogué, levantándole la falda y ubicando el recipiente entre sus muslos, sabiendo que no llevaba braguitas.
-Sólo si tú me ayudas. Además, ambas podríamos acabar, pajeándonos mutuamente y hacer un delicioso condimento ¿vale? -sugirió y, como es de imaginar, no pude negarme. Mi único temor era que termináramos desnudas, cogiendo a lo loco y que se nos hiciera tarde para cenar. Pero, pensándolo mejor, aunque así resultase, ¿qué apuro teníamos? ¿No estábamos de vacaciones?
En tanto Julia se lavaba un poco las manos, yo tomaba un segundo vaso para ponerlo entre mis piernas. Luego, juntaríamos nuestros jugos en una coqueta jarrita. Sentir su conchita húmeda entre mis dedos fue otro de los excelentes regalos que seguía recibiendo desde Navidad. ¡Ay, qué cosita más tierna y suave! Mirándosela, le froté el clítoris y ella comenzó a gemir en voz baja, a fin de no despertar la envidia de Sonia, quien, muy gustosa, se habría unido a nuestro juego, convirtiéndolo, con toda seguridad, en una orgía de tres, y dejándonos sin cena, pues luego, se agregaría Belén, sin ninguna duda. El placer de coger con las niñas otra vez era una tentación muy fuerte, pero prefería reservarla para después de la comida, pues, además de comernos nuestras almejas, era importantísimo tener una dieta alimenticia en serio. Con esto quería evitar cualquier inconveniente de salud para que, además, ése no se transformara en nuestro último viaje juntas.
-Tócame, así, así -ronroneaba Julita, incitándome a continuar, cada vez con más morbo- síiiiiiiiiiiiiiiiiiii aaaaahhhh, dame más, mi vidaaaa síiiiiiiiiii mmmmmmmmmmm mássssssssss
Además, continuó con palabras que ningún simple mortal habría podido descifrar, a menos que estuviese en ese momento, pajeando a esa hermosa y sensual muñeca de doce años apenas si podía creer mi buena suerte. De a poco, fui bajando mi cuerpo, hasta quedar en cuclillas frente a ella. Agaché aún más la cabeza y mi lengua serpenteó traviesa por aquella cuevita, buscando y hallando un placer que, no por reiterado, fue menos excitante que en nuestra primera vez. A los pocos minutos, mis caricias linguales dieron sus frutos: sentí que el cuerpo de mi pequeña púber comenzaba a convulcionarse, llegando a un orgasmo que, aún hoy, no sé cómo pudo callar. Eso sí: cuando acabó de eyacular sus mieles, exhaló un suspiro impresionante y, por algunos segundos, la sostuve con mis manos para evitar que se desplomara, pues sus fuerzas la abandonaron momentáneamente.
Tras alrededor de un minuto, tiempo que -por un acuerdo mutuo e implícito- nos dimos para que se repusiera, subí mi pollera y permití que aquellos dedos suaves y delicados de niña rozaran mi cuquita sentí como una electricidad atravesándome el cuerpo. Superado ese efecto "rayo", comencé a experimentar un goce diferente pero igual de placentero, mientras su aliento se acercaba a la sensible piel de mi vulva y ella continuaba acariciándome la raja con sus sedosas yemas. Cuando posó sus labios abiertos, como si mi concha fuera una boca que besaría a la francesa, y la punta de la lengua sobre mi clítoris, casi me corrí en ese instante. Mi buena fortuna y, acaso, la habilidad de mi joven amante, lograron que pudiera seguir gozando unos instantes más. Afortunadamente, pude aplacar mis chillidos de gozo, no así los jadeos que, de todos modos, no eran demasiado ruidosos. Mi cuerpo daba señas claras de que pronto estallaría en un poderoso orgasmo y Julita se percató de ello, por lo cual aceleró sus mimos linguales y exploté en un largo chorro de jugos que cayeron dentro del mismo vaso donde estaban los suyos al final, nos dimos cuenta de que el segundo recipiente salía sobrando. Luego de colocar el que contenía nuestros néctares ya mezclados en un sitio seguro -dándome tiempo para recuperarme-, hicimos un tardío pero higiénico sesenta y nueve para limpiarnos nuestras sabrosas almejas mutuamente. Desde luego, sabíamos que esto implicaba el riesgo de enfrascarnos en una orgía lésbica de cuatro; sin embargo, resolvimos hacer cuanto estuviera a nuestro alcance para guardar energía... y jugos (jeje) para la "fiestita" que, de seguro, tendríamos después de cenar. Por suerte, primó nuestra voluntad sobre la calentura que ya comenzaba a invadirnos, pese a lo cual estoy convencida de que, si Julia hubiese estado completamente desnuda o, al menos, con sus tetitas al aire, mi lujuria habría sido la vencedora.
Tanto Belita como Sonia se vieron gratamente sorprendidas al ver y probar aquel nuevo "condimento" con el que no se cansaban de sazonar su comida. Sin dudas, había valido la pena exprimir nuestras cuquitas, pese a que las dos niñas que no participaron en dicho ejercicio se enfadaron muy brevemente, hasta que les aseguré que el único motivo por el cual no habían tomado parte fue para no retrasar la cena y que, si ellas querían, la próxima vez, sus jugos también estarían disponibles para agregar a nuestras comidas. Desde luego, la respuesta fue un rotundo "Síiiiiiiiiiii", por parte de ambas.
A los cuatro días, luego de unos paseos que habíamos proyectado juntos y que -salvo algunos toqueteos, dentro del auto- nada tuvieron que ver con el sexo, regresamos a casa alrededor de las cinco, pues ya estaba oscureciendo y habíamos estado fuera todo el día. Mis tres niñas habían querido quedarse en un motel por el camino, y casi logran convencerme, pero con la cabaña a mi cargo, no me gustaba la idea de dejarla sola, cuando debía estar habitada. Quizá, influenciada por mis padres y, sobre todo, por mi abuelo materno (un desconfiado de "aquéllos"), resolví regresar, muy a pesar de los pedidos de Belita, Julia y Sonia. De todas formas, era mejor hacer lo que todas teníamos en mente en la privacidad que nos brindaba la cabaña, en lugar de correr el riesgo de que nos oyeran (y me denunciaran por corruptora de menores ¡si sólo hubiesen sabido quiénes eran y cuánta experiencia tenían mis "diablillas"!). En cuanto les expliqué esa posibilidad, estuvieron de acuerdo en regresar a casa.
Media hora después de nuestro arribo, yo acomodaba un poco la ropa que Sonia había planchado -y muy bien- el día anterior en ambos dormitorios, cuando las niñas entraron, muertas de frío, desde afuera habían ido a recoger leña apilada en la parte trasera de la cabaña. Dejaron los troncos trozados y pequeñas ramas a un costado del hogar encendido y, calentándose frente al fuego, pude oír, sin desear entrometerme en sus comentarios, este diálogo que comencé a percibir en cuanto abrieron la puerta principal.
-¡Que no! -enfatizaba nuestra pelirroja amiga-. Te digo, Belita, que no me apetece follar con hombres; como sabes, lo he hecho con Luis y con otros, aunque sólo para lograr ciertas cosas difíciles pero prefiero mil veces un buen par de dedos de mujer en mi coñito bueno, de mujer o de niña -añadió, en tono inocentemente sensual, como sólo ellas saben decirlo.
-Anda, Sonia ya sabes que me encanta tu cuquita jugosa y sin vellos; y la tuya también -aclaró Belén, obviamente dirigiéndose a su interlocutora primero, y a Julita después, seguramente por alguna mirada tristona de nuestra morocha amiga- ya os lo he demostrado en muchas ocasiones y juro que, cuando se me calienten las manos, volveré a hacerlo, si queréis.
-Vale ¡claro que me apetece! -aseguró la de cabello rojo.
-Y a mí, dulzura -intervino la tercera apetecible nenita, interrumpiendo, sin querer- frótate las manos y ponlas frente al fuego, así se calentarán más rápido.
-¡Oyeeeeeeee! ¿Por qué no pedírselo a tu Mamicarla? -sugirió Sonia, entusiasmada-. ¿O crees que no es buena idea?
-Mami es feliz tocando mi coño y los vuestros también, claro, y sabe hacerlo muy bien no sé qué opináis vosotras.
-Ay, sí -dijo Julia, como si empezara a pajearse- de todas las tías (niñas y adultas) es una de las que más me hace gozar de verdad, Belita: no lo digo porque tú estés presente; ¡nunca olvidaré aquella primera vez con ella en el servicio de la agencia! Es tan suave como cualquiera de vosotras ¡ni compararla con un tío!
-Ay, seguro que no: recuerdo la primera vez que me masturbó -rememoró mi hija- fue como estar en el cielo nadie, ni la niña que me enseñó las primeras cosas sobre sexo lésbico en Madrid, había sido tan delicada conmigo ¿qué os diré? Fue como si yo misma estuviera frotándome la cuqui, sólo que sabía exactamente dónde tocar para darme placer no duda nunca.
-Sí, es verdad -opinó Sonia- es toda una experta; y, además, es como si fuera una de nosotras: que no se comporta como una mujer mayor no dice "vosotras sois unas crías, dejadme a mí que os enseñaré".
-Cierto -volvió a intervenir Julita-. Y sabe deliciosa mmmmmmmmmmmmmm no sé vosotras, pero yo muero por sentir sus dedos sobre mi piel y dentro de mi coño. Que ya estoy por correrme y mil veces prefiero acabar con ella. ¿Os parece que la llame?
-¡¡¡Claro!!! -exclamaron las otras dos a la vez, y Belén continuó-: oye, que vamos las tres juntas, así ninguna correrá con ventajas, ¿vale?
Desde luego, la respuesta fue conjunta, rápida y afirmativa, cosa que, además de excitarme, me halagó. Después de todo, no tenían porqué incluirme en todos sus juegos sexuales y, hasta ahora, que yo supiera, había participado en la gran mayoría, excepto cuando, durante las noches, despertaban en el otro dormitorio (habíamos logrado ubicar un colchón en el suelo, a fin de que las tres durmiesen -y recalco: durmiesen al menos, ésa era la idea básica-) y tenían sus propios tríos lésbicos; las había oído unas tres veces y seguiría oyéndolas en noches posteriores, siempre que aún estuviera despierta o me despertaran sus silenciosos grititos de goce.
De todas maneras, decidí hacerme la que no había oído nada para darle más morbo a la situación y, al mismo tiempo, ver cómo se desenvolvían.
-Oye, Carlita -dijo Julia, casi en un susurro, a mis espaldas, mientras yo fingía seguir guardando ropa, en puntas de pie y con los brazos estirados hacia arriba; luego, elevando un poco la voz, continuó- ¿ya acabas?
-De hecho, mi amor, sí: ya termino de poner estas fundas y acabé -respondí, convincente, apoyando los talones, bajando los brazos y girando para mirarla. Me hice la sorprendida al ver a las otras dos niñas en el umbral, acompañando a la dulce morochita-. Oh, pero ¿qué sucede que han venido las tres? No habrán roto nada, ¿verdad?
-Ay, noooo, Carla que nos apetece una follada entre las cuatro; pero si no puedes, pues lo dejamos para luego.
-No, bellezas: no será necesario. Además, me siento muy halagada de que me vinieran a buscar; pero, ¿por qué no comenzaron sin mí? -interrogué, acompañándolas a la sala, casi sin darme cuenta de dónde íbamos.
-Pues -comenzó Sonia, algo dubitativa y ruborizada-... hemos hablado de ti, y bueno... que tú eres nuestra mejor amante adulta...
-Sí, y en algunas "cosillas" -añadió Belén, al notar que su compañera de juegos estaba algo cortada-, eres aun mejor que nosotras... ya sabes lo que tú siempre me dices.
-Sí dije, preparándome para el dúo vocal que, a continuación, haría con Belita, después de un "uno, dos, tres" que conté con los dedos-: experiencia.
Enseguida y ya frente al abundante fuego del hogar, comencé a desnudar a Sonia para no hacerla sentir despreciada, pues, por lo general, comenzaba y continuaba con cualquiera de las otras dos. Luego, si había tiempo, me dedicaba a mi pobre pelirroja. Mi debilidad (bien sabido es) eran Julita y, por supuesto, mi niña, Belén. Julia ya lo he dicho aunque, tal vez, no con suficiente claridad- era una de mis favoritas por ser la primera niña que me cogí en Madrid y en mucho tiempo. Además, su ternura y delicadeza me habían subyugado, junto con su cautivante mirada. Por otra parte, creo innecesario reiterar las razones por las cuales mi hijita era una de mis dos amantes predilectas. Nunca creí poder sentir semejante mezcla de amor maternal y deseo carnal por una niña que, como ella, estuviera a mi cargo. Pero la opinión que había emitido la "colo", como la habrían llamado en Argentina, me había ganado el corazón, no por vanidad mía (bueno quizá, un poquito), sino por la humildad y sinceridad con las que se había expresado.
De todas maneras, como ya dije, comencé a desnudarla... pese a no haber anotado esto en mi diario, creo recordar que era la primera vez; pero, por el temblor que sentí en su cuerpo mientras la despojaba de su ropa, diría que así fue; y, por otra parte, comentarios posteriores me lo confirmaron. Sus pezones rosados me encandilaron y, enseguida, comencé a acariciarlos con mis pulgares. Acercó su boca a la mía y me besó con delicada pasión, luego de lo cual, me hizo un pedido que me asombró gratamente.
-Cuando regresemos a Madrid, quisiera compartir mi cama contigo de día, de noche, no importa; pero a solas enfatizó, en tono de leve súplica-. ¿Vale?
-Seguro, hermosa: será un verdadero placer suspiré, en voz muy queda, para, luego, devolverle el beso y bajar mis ardientes labios hacia sus excitantes y blancas tetitas que besé y chupé con suavidad y fruición.
La acosté en el sofá, frente a las otras dos pequeñas que ya desnuditas, comenzaban su espectáculo propio con un prometedor sesenta y nueve. Puse toda mi energía y gran parte de mi atención en mi compañerita, lo cual no representó casi ningún esfuerzo. Mi nena me miró con ojos de deseo y, casi en un susurro, me pidió que me quitara la ropa, a lo cual respondí que me ayudara, desabrochándola. Esta tarea, hecha así, entre ambas, resultó tan erótica como rápida: pronto estuve completamente desnuda y ella, sentada sobre el sillón de tres cuerpos, comenzó a besarme el vientre. Yo apenas podía mantenerme en pie literalmente, me sentía derretir por la dulce sensualidad de sus labios sobre mi piel. En suave caída, acabé en cuclillas, acariciando sus muslos y con la lengua explorando esa tierna y dulce cuquita, ya empapada. Aquella sala se llenó de gemidos, suspiros y grititos que, poco a poco, invadieron toda la cabaña. En más de una ocasión, pensé en los dueños de casa... los padres de Julita que ni siquiera sospechaban nuestras actividades y tampoco las conocerían jamás; pero, de alguna manera, no me sentí culpable: no podía. Después de todo, no estaba forzando ni engañando a ninguna de las tres niñas nunca lo haría con nadie- y, por el contrario, estaba satisfaciéndolas en sus más íntimas necesidades carnales. Por supuesto, no era ningún sacrificio para mí, pero tampoco debía serlo. Estaba dándoles algo que Amanda y Jorge, por su lado, ni María José con su marido, por el otro, no podrían proporcionarle a sus respectivas hijas, por cuestiones de "moral", y ése era el único motivo por el cual no sabrían lo de estas experiencias. Si yo hubiese creído que tales prácticas eran nocivas para las chicas, no las habría llevado a cabo y menos aún con mi hija.
De pronto, la aparentemente frágil Sonia comenzó a convulsionarse y a chillar de gusto. Quizá, lo hubiese hecho antes, con otras compañeras, pero era la primera vez que causaba tanto aspaviento en mi presencia, al llegar al clímax y comenzar con un orgasmo tan ruidoso como excitante.
-¡Ay, Carlita! exclamó, al recuperar el aliento-. ¡De verdad, eres estupenda, mujer! Julia y Belita me habían dicho que eras lo mejor y yo lo había comprobado, luego de llegar dos o tres veces, pero nunca me habían hecho gozar de mi primer orgasmo como lo has hecho tú. ¿Sabes lo que quisiera? me preguntó, paseando su índice alrededor de mi ombligo, lo cual me estaba volviendo loca-. Quisiera reemplazar a Elka o a Belén durante una semana sólo una semana quisiera conocer el goce completo junto a ti, ¡diosa!
-Me siento muy halagada por tus palabras, mi Princesa; y preparate, porque hoy estarás conmigo lo que resta de la tarde y de la noche es decir, compartiremos mi cama. Pero esto no quita que cumpla con tu otro pedido, que también es mi deseo. Prometo que, no bien se presente la ocasión, estaré en cama con vos, en tu casa, la mayor cantidad de horas que sea posible.
Nos dimos otro rato para recuperar energías y, en ese lapso, recién nos percatamos de que estábamos solas en la sala. Unos segundos después, oímos risas que provenían (como sabríamos luego) del dormitorio de las chicas; risas que sonaban a cosquillas mutuas de Julia y Belita, que serían los prolegómenos a otro encuentro sexual (o, directamente, follada) entre mis dos niñas morenas. En cuanto nos dimos cuenta de nuestra precaria intimidad, nos miramos a los ojos, sonreímos con complicidad y excitación, al tiempo que volvíamos a besarnos apasionadamente y nuestras manos, tomando vida propia, volvían a explorar esos cuerpos que nos fascinaban.
CONTINUARÁ...
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