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Mis mejores momentos... (05)

en Grandes Relatos

MIS MEJORES MOMENTOS (o tendría que decir "Mis mejores cog....")

Parte V

Muchas veces me han vuelto a la memoria los buenos momentos de sexo que he tenido no solo con mi esposo sino en los tríos, intercambios o relaciones circunstanciales de las que participé y hoy les hago llegar una recopilación de esas gratas circunstancias.

"Viajé especialmente al encuentro de Juanito, a quién había conocido a través de los mails. Cuando lo encontré estuvimos un rato juntos charlando de todo lo nuestro y luego me alcanzó a hotel y cuando llegamos la lluvia había cesado. Quedamos en vernos el día siguiente. Iba a oficiar de guía turístico por la bella Chile.

Así fue que conocí Valparíso, Viña del Mar y Reñaca, todos bellísimos lugares.

Cuando volvíamos para Santiago nos miramos en forma sugestiva.

Obviamente Juanito me deseaba y por qué negarlo yo también a él. Éramos personas mayores y no había razón para darle más vueltas al asunto.

Estaba excitaba y cada vez que él me pasaba la mano por los hombros o me hablaba al oído, a mí me invadía un estremecimiento difícil de disimular.

No pude mantenerme quieta demasiado tiempo a partir del momento en que comenzó a acariciarme los pechos por encima de la ropa.

Tímidamente al comienzo y luego con gesto decidido, deslicé una mano por sus muslos y luego la llevé hasta la bragueta. Había allí algo duro y prometedor.

El ya me acariciaba todo el cuerpo pero con la ropa puesta.

Se acercó y me besó en los labios. Cuando pasó la mano por mis tetas bien de frente, no como si fuera una caricia casual, lógicamente tiene que haber sentido la dureza de mis pezones, pero siguió de largo para luego volver.

Cuando interrumpió el beso, bajó los labios hasta mis tetas y me besó los pezones a través de la tenue tela de mi blusa.

Como no usaba corpiño, los percibió sin problemas.

Mi calentura iba en aumento de segundo en segundo. Deseaba que sus manos y sus labios se deslizaran sobre mi piel. Sentí que me estaba humedeciendo e imaginé mis labios vaginales dilatados.

Rumbeamos para su casa y apenas arribamos Juanito volvió a besarme.

Me alejé unos centímetros de su cuerpo y desprendí el botón que sostenía mi larga falda, que cayó a sus pies, dejando a la vista la mitad de mi casi desnudo cuerpo.

El se agachó entre mis piernas y comenzó a besar, suave, sensual e incansablemente la zona de mi concha.

Me quitó la medias y el breve slip. Ahora estaba desnuda de la cintura para abajo, recostada en el sofá, loca de deseo. Me sentía en el paraíso.

Esto duró un rato hasta que él se incorporó y comenzó a desvestirse.

Era fuerte, de músculos muy marcados y torax ancho. Cuando le vi la verga ya había adquirido muy buenas dimensiones y en el rojizo glande ya le brillaba un chorrito de líquido seminal.

Me desnudó quitándome la blusa y me recostó sobre la mullida alfombra.

Se acomodó entre mis piernas y me besó la zona del pubis pasando la lengua entre mi vello púbico.

Después bajó a los labios de mi concha que a esta altura ardía, los labios hinchados y húmedos, y luego la metió dentro de mi vagina.

Finalmente, la deslizó en mi clítoris. Me lo besó y acarició, apretando su cabeza entre mis piernas.

La forma en que lamía, chupaba y estimulaba mi clítoris no daba lugar a dudas que me haría acabar. Nunca antes lo había experimentado con ningún hombre.

Cuando mis gemidos elevaron su potencia, introdujo un dedo en mi vagina y lo hizo girar sin descuidar sus caricias linguales en mi clítoris.

El movimiento de ese dedo tuvo un efecto explosivo. Mi interior fue sacudido por varios espasmos, apreté el dedo con los músculos vaginales hasta que alcancé el climax.

Jamás me había sucedido tan rápido ni con tanta frecuencia.

Pasaron varios segundos hasta que comencé a relajarme.

Pero él no me dio tregua. Todavía mi vientre se estremecía levemente cuando volvió a lamerme el clítoris con su experimentada lengua.

Continuaba deseándolo, quería más caricias, más estímulos, más de todo eso maravilloso que él me había estado dando.

Logró que disfrutase de cuatro orgasmos, todos de una intensidad pasmosa.

Estaba en deuda con él y cuando llegó mi turno de complacerlo, le pedí que se tendiera en el suelo.

Me incliné y se la chupé. Sabía que podría dejarlo eyacular dentro de mi boca y cuando Juanito me anunció que estaba próximo a ello todos los músculos de su cuerpo se tensaron.

Cuando dejó de eyacular, mi boca estaba llena de su semen y lo tragué sin desperdiciar ni una gota.

Al retirar su verga de mi boca, fláccida, comprobé que estaba muy feliz y me sentí bien.

Los dos estábamos empapados de sudor, todavía muy excitados. Nos deseábamos como locos.

Pensé que con tanta lubricación su pico podría deslizarse en mi vagina sin causarme ningún problema así que se lo estimulé manualmente y se le paró como por encanto.

Juanito se sonrió y volvió a besarme en los labios. Entonces lo monté y, cuidadosamente, me preparé para la penetración. Guié la verga hasta la entrada de mi vagina y con un movimiento leve de descenso, logré que entrara la punta.

Me moví hacia abajo y hacia arriba, despacito.

Su pija me llenaba todo el canal, pero aún así seguía teniendo afuera un par de centímetros.

Juanito comenzó a moverse. Comprendí que estaba muy excitado y que no podría contenerse.

Le seguí el ritmo y tuve una sorpresa. Sentí que un nuevo orgasmo se gestaba en mi interior.

Me sacudí involuntariamente, contraje los músculos de la vagina y Juanito acabó, lanzando nuevamente su semen, esta vez dentro de mí.

Me resultaba increíble experimentar tanta felicidad y dí gritos de placer.

Después, los dos nos quedamos quietos, relajados pero muy satisfechos.

Me dí una ducha, me vestí y nos fuimos a cenar. Luego me llevó a mi hotel ya que a la tarde regresaba a Buenos Aires.

Le pedí que se despidiera en ese momento ya que no quería sufrir en el aeropuerto."

"Teníamos ganas con mi marido de estar con otra mujer y por fin la cosa sucedió.

Euge se sentó en un sillón a observarnos. Gladis me sonrió como diciéndome que él esperaba algo de nosotras y me dejó el campo libre para iniciar el juego.

Tomé su cabeza entre mis manos y acercándole mis labios nos besamos tiernamente.

Ella me abrazó, y abriéndome los labios nos unimos en un beso ardiente.

Sus duros pezones se apretaron contra mi cuerpo. Sentí que mi excitación ya era irrefrenable.

Lentamente fuimos enfilando hacia el sillón grande y nos sentamos. Abrazadas seguimos besándonos en las mejillas y el cuello, las manos de cada una de nosotras se escurrieron por debajo de la falda de la otra y nos acariciamos los muslos.

Ella gemía dulcemente. La había imaginado más pasiva pero igualmente me gustaba su demostración de pasión.

Comenzamos a desnudarnos de a poco.

Durante algunos minutos olvidé la presencia de mi marido. Yo le quité el vestido y ella me sacó la blusa. Nos pusimos de pie y nos sacamos la ropa interior.

Cuando miré hacia el sillón donde se encontraba Euge descubrí que estaba todo desnudo, masajeándose el pene.

Gladis también miró y sonrió. Supuse que le gusto el cuerpo de mi marido.

Nos acostamos sobre la alfombra del living. Ella separó las piernas y comencé a lamerle la conchita, rosada y húmeda.

Al cabo de un rato noté el botoncito duro de su clítoris, lo succione suavemente.

Ella apretaba mi cabeza contra sus muslos y unos segundos más tarde sugirió que formásemos un 69 (uno de mis juegos preferidos).

Cuando percibí su lengua entre los pliegues de mi conchita, me pareció que iba terminar inmediatamente.

Gladis se reveló como toda una experta en cuanto a caricias linguales; metía la punta en la vagina y la movía como si fuera un afilado dardo.

Me llevaba hasta el borde del orgasmo y luego cesaba momentáneamente sus caricias, dejándome en un estado de éxtasis, mezcla de placer y ansiedad.

Yo continuaba lamiéndola cada vez con más fuerza, hasta que la hice vibrar en un orgasmo.

Pero ella no cesó sus torturantes caricias en ningún momento, ambas estábamos jadeantes y nos movíamos al unísono.

Gladis tuvo mi clítoris entre sus labios y le infligió una leve presión: era su toque mágico porque un segundo después caí en un climax tan intenso que creí que iba a desmayarme.

Permanecimos sobre la alfombra un rato largo.

Luego me recosté sobre Gladis. Acerqué mis labios a su pezón izquierdo y comencé a succionarlo, ella me acarició el cuello y gimió suavemente.

Mi marido avanzó y se acostó detrás de la sicóloga, le besó el cuello, los hombros y la espalda. Colocó su verga entre las piernas de ella y comenzó a fregársela hasta que largo un chorro de jugos.

Gladis recibía nuestras atenciones sin ninguna protesta.

Euge la penetró lentamente y ella movió las piernas para facilitarle la maniobra. Yo estaba engolosinada con sus deliciosas tetas, con las que fantaseaba desde hacía varios años desde que la había visto hacer topless en la playa.

Reitero, no eran voluminosas pero estaban muy bien formadas, eran duritas y paraditas.

Mi esposo bombeó largos minutos hasta que alcanzó el orgasmo.

Ella gimió y se estremeció, me abrazó con fuerza.

Yo disfruté de un profundo placer, distinto al que suelo experimentar cuando me penetran o me lamen.

Todas las barreras entre nosotros se habían derribado.

Empezamos a comportarnos y a actuar sin inhibiciones.

Los tres coincidimos que estaríamos mucho más cómodos en la cama.

Cuando fuimos al dormitorio mi marido se acostó en medio de nosotras dos.

Gladis estaba muy excitada y comenzó a mamársela. Yo lo monté sobre la cara para que me lamiera la concha.

Ella le soltó la verga y se la guió hacia la vagina; se preparaba para darle una verdadera cabalgata a mi esposo.

El iba a tener dos mujeres cabalgándolo al mismo tiempo. Estaba segura que iba a disfrutar mucho.

Alcancé otro orgasmo.

Cuando me pareció que ya había disfrutado de todo lo que podía gozar, Gladis me tomó las tetas y comenzó a sobarlas y a estimular deliciosamente mis pezones.

Mi marido siguió lengüeteando al borde del climax.

El ritmo de la cabalgata de nuestra amiga era frenético: Terminó violentamente y casi pierde el equilibrio. Mi marido se zambulló en el éxtasis.

Los tres tomamos un descanso.

Euge necesitaba una buena pausa para lograr una buena erección.

Gladis y yo nos dedicamos a prodigarnos sexualmente. Tomé uno de los vibradores y nos turnamos para penetrarnos.

Ambas alcanzamos tantas veces el orgasmo que perdimos la cuenta de los mismos.

Después mi marido volvió a reunírsenos.

Me tocó el turno de ser penetrada. Su verga se deslizó en mi vagina, desde atrás, mientras Gladis le lamía los huevos.

Pocas veces me penetró tan profundamente y me embistió con tanta furia. Los tres estábamos locos de placer.

Desde entonces, con Gladis nos reunimos un par de veces por mes.

Nuestros juegos se han sofisticado mucho y cada vez encontramos formas nuevas de darnos placer y ternura, porque si bien gozamos del sexo somos amigas y nos queremos."

"Cuando me separé, después de un tiempo de recibir propuestas de los hombres que me rodeaban acepté por fin invitar a cenar a uno de mis mejores amigos.

Pusimos música para acompañar el champagne y me invitó a bailar.

Juan me decía cumplidos y yo los respondía con emoción, como si hasta entonces jamás hubiera escuchado uno.

A medida que bailábamos y la presión del cuerpo de él contra el mío iba en aumento comencé a sentir una especie de cosquilleo en la columna vertebral.

Era una sensación traviesa que me impulsaba a abrazarlos con más fuerza y a apoyar mi cara contra su cuerpo.

Casi no hablábamos. Nos mecíamos al ritmo de la música romántica cuando, de pronto, sentí que los labios de Juan rozaban mi oreja.

A modo de respuesta, recliné del todo mi cabeza sobre su hombro y apoyé mi busto en su pecho.

El me besó la oreja y deslizó sus labios hacia mi mejilla, levantó un poco el mentón y con besos me acarició los párpados.

Me fue imposible silenciar un suspiro.

Muy despacio, al compás de la música, Juan me condujo hacia la cama, donde luego de sentarnos nos dimos un beso.

Los besos se repitieron y las caricias se tornaron más intensas.

Juan apoyó una de sus manos en mi cola y llevó la otra, que estaba sobre mi nuca, hacia delante muy lentamente, la dejó resbalar por mi hombro derecho y desde allí hasta mis pechos.

Yo lo dejaba hacer.

Con mi mano izquierda le desprendí los botones de su camisa y jugué con el suave vello que le cubría el tórax.

Juan me entreabrió los labios con la lengua y apenas sentí que aquella lanza húmeda y cálida se filtraba en mi boca, la enredé con la mía.

Era una sensación profunda, tierna y erótica a la vez, que no disfrutaba desde hacía mucho tiempo.

Juan comprendió el valor que ese momento tenía para mí y lo prolongó hasta que los pezones se me pusieron duros y erectos.

Yo le había desabrochado toda su camisa y mi mano descansaba sobre la bragueta de su pantalón.

Así pude palpar a través de la tela un bulto importante y caliente.

Durante unos segundos nos miramos a los ojos, los dos teníamos las pupilas dilatadas por la excitación y deseábamos gozarnos intensamente.

Juan bajó sus manos hasta el borde de mi sweter y, poco a poco, lo fue levantando hasta quitármelo.

Luego lamió y besó la parte descubierta de mis pechos.

El calor de sus mejillas y de sus labios sobre mi piel me arrancó un gemido de gozo.

Juan llevó sus manos hacia mi espalda y me desprendió el corpiño, quitándomelo suavemente.

Luego me besó los pezones, que se habían puesto rígidos y comenzó a succionarlos.

Mientras tanto, yo le había bajado los pantalones y jugaba con su miembro. Lo tenía hinchado, caliente y palpitante.

Me recostó en la cama, inclinó otra vez la cabeza sobre mis senos y volvió a succionarlos largamente.

Mi excitación crecía como un tifón en el mar y las gotitas de mi lubricación mojaban mi tanga.

El se incorporó y me quitó la falda. Segundos después ambos estábamos completamente desnudos, recostados uno junto al otro, en la cama.

Juan me lamía y succionaba los pechos mientras con una de sus manos me acariciaba la conchita.

Yo estiraba la mano derecha para jugar con su pija, que al contacto con mis dedos parecía hincharse más.

El me impulsó a que lo cabalgara y mientras continuaba chupándome las tetas frotaba su verga contra mis genitales.

Me pidió hacerme la colita y le dije que sí, estaba muy excitada y toda húmeda. Era la primera vez que lo haría por ahí y realmente me gustaba que fuera Juan el que lo hiciera.

Entonces, me hizo dar vuelta y levantar la cola. Me hizo apoyar sobre mis manos y rodillas, diciéndome que es la postura en que más cómodo resulta practica sexo anal.

Me acarició largamente las nalgas, me separó un poco las piernas, acercó la cara a mi agujerito y comenzó a lamerme el ano y la zona circundante hasta que quedó lubricada con su saliva y mis jugos.

Luego de cambiar de posición se tomó su verga con la mano y comenzó a frotarla contra mi ano. Maniobró varias veces como si fuera a penetrarme.

Apoyó con mayor fuerza el glande sobre el oscuro y estrecho agujerito e hice un esfuerzo para relajarme y una porción de la cabeza pudo entrar.

Me quedé inmóvil. El avanzó unos centímetros más y se quedó quieto.

Instantes después volvió a avanzar y, simultáneamente, con la mano izquierda, comenzó a estimularme el pezón del mismo lado.

Sus hábiles pellizcos me hicieron estremecer, empujó otro poquito y su glande quedó totalmente alojado en mi recto.

Comprendí que a partir de ese momento podía abrirme fácilmente y así ocurrió.

El avanzaba un poco y retrocedía otro tanto y volvía a avanzar. Cuando su miembro estuvo totalmente dentro de mí, ya estaba floja y esperando que comenzara con sus embestidas.

Me acarició un poco más, me besó la espalda y el cuello y jugó un poco con mi clítoris, hasta que comenzó a bombear lenta, suave, inteligentemente, como midiendo cuánto podría tolerar yo.

Todos sus movimientos sincronizaban con los mios, ya que yo avanzaba la cola para encontrarme con sus estocadas.

El ritmo de respiración se tornó más intenso. Lo oí gemir y jadear mientras me susurraba cosas muy dulces y otras muy eróticas. Es me calentaba aún más.

Cada tanto jugaba con sus dedos en mi clítoris y yo me iba encaminando hacia el orgasmo.

Estaba todavía estremeciéndome de placer cuando me embistió violentamente, como si quisiera atravesarme con su pija.

Un instante después lanzo dentro de mí un interminable chorro de leche.

Siguió bombeando, a pesar de haber acabado, y no la sacó hasta que la tuvo completamente fláccida.

Habíamos disfrutado realmente del momento. Quedamos tendidos uno junto al otro.

Cada tanto nos sonreíamos con una mezcla de complicidad y ternura.

Volvimos a brindar con champagne y después Juan se marchó a su casa.

Estaba muy contenta por lo que había ocurrido entre nosotros."

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