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Mis mejores momentos... (16)

en Grandes Relatos

MIS MEJORES MOMENTOS (o tendría que decir "Mis mejores cog....")

Parte XVI

En esta oportunidad los hago cómplices de los buenos momentos de sexo que he tenido no solo con mi esposo sino en los tríos, intercambios o relaciones circunstanciales de las que participé, pero vistos desde la óptica masculina, ya que se trata de recopilación de los relatos de mi pareja.

"Era normal que mi mujer quisiera lucirse aquella noche. No en vano a sus 40 años tenía una figura increíble. No es muy alta pero sí muy linda de cara. Tiene unos ojos verdes que encandilan y unos labios gruesos y jugosos que incitan a mordérselos. Tras varios años de intensas clases de aeróbic puedo asegurarles que tiene mejor figura ahora que cuando nos casamos.

Por eso no me extraño que para la fiesta que organizó nuestro amigo en su casa se pusiera aquel vestido tan sensual. Era negro, de una sola pieza. La parte superior ajustada al cuerpo, marcando su plana cintura de avispa y realzando sus hermosos senos, que, a pesar de lo grandes y abultados que son, están tan firmes y tiesos que hacen palidecer de envidia a cualquier quinceañera. Al dejarle la espalda al aire nadie puede dudar acerca de la autenticidad de lo que presume por delante.

La parte inferior era una especie de minifalda que le cubre hasta la mitad de los muslos más o menos. No entiendo mucho de moda pero era muy bonito.

Ella, que sabía lo mucho que me excitaba verla con esa ropa me contó cuando íbamos para la fiesta que se había puesto una tanguita de cordones tan finos que apenas si le tapan algo por delante y nada por detrás.

Cuando me besó en el cuello y me dijo al oído que esperaba que esa noche "la fiesta" no concluyera en la casa de nuestro amigo me dieron ganas de dar la vuelta y regresar a casa...y tiempo tuve más adelante para arrepentirme por no haberlo hecho. No lo hice para no dejarlo plantado al anfitrión y porque esperaba realmente divertirme en la fiesta tanto como con ella.

Cuando llegamos estaba de lo más animada la reunión y nos metimos entre docenas de desconocidos, saludando aquí y allá a nuestras viejas amistades. Después de un par de horas y cansado de bailar con mi esposa, permití que siguiera sola en la pista junto con unas amigas, mientras yo me metía en una acalorada discusión política con un antiguo conocido.

La veía pasear arriba y abajo cada dos por tres, unas veces con una amiga, otras con otra, a veces sola y a veces con algún tipo o alguna pareja, pero siempre la veía con una copa de licor en la mano y suponía, como sé lo poco que soporta el alcohol que la copa era la misma...hasta que en una de las ocasiones en que se paró a hablar conmigo me dí cuenta de lo mareada que estaba. Le pregunté cuántas copas llevaba y no supo decírmelo.

Tenía la mirada turbia y el descontrol propio de quien está bebido y me empecé a preocupar. Decidí llevarla a casa de inmediato pero cuando la fui a recoger me dí cuenta que su estado era mucho peor de lo que pensaba, pues apenas se tenía en pie. Le pedí ayuda al anfitrión, el que sintiéndose en parte culpable por lo sucedido, me aconsejó que la acostáramos un rato y que, cuando se recuperara lo suficiente, nos marcháramos. Me apresuré a hacerle caso y, con su ayuda, la subimos a uno de los dormitorios vacíos.

Después de asegurarme que se encontraba bien volví a acomodarle la minifalda, ya que al acostarla se le había subido demasiado. La dejé descansar, dormida en su sueño etílico, mientras bajaba a reunirme con nuestros amigos, tras cerrar la puerta de la habitación.

Los más íntimos nos pusimos a jugar pool ante las miradas de otros amigos y de alguna que otra esposa, pues la puerta abierta daba al salón donde seguían bailando.

Durante una de las partidas escuché como uno de sus amigos bromeaba con el anfitrión acerca del desaprensivo que había obstruido el toilette y éste le aconsejaba usar el de la planta alta.

Pasaban las horas volando y recuerdo haber pensado que esperaba que ese contínuo ajetreo de subir y bajar personas no despertase a mi esposa.

La fiesta estaba llegando a su fin y fui hasta la barra a pedirme una última copa antes de despertar a mi mujer.

Mientras la tomaba, el camarero me comentó en plan confidencial y en voz baja que ya la fiesta estaba degenerando, pues había oído a varios tipos comentar entre sí la juerga que se habían corrido con una señora en los dormitorios.

Yo ingenuo, le sonreí, mientras le decía que en esas fiestas siempre había alguna señora que buscaba otras formas de "divertirse".

Subí las escaleras para ver si mi esposa se había recobrado y al llegar a la habitación donde la había dejado el vaso estuvo a punto de caerse de mis manos al ver que la única puerta entreabierta era la de la habitación donde la habíamos dejado y de la que salían unos sonidos que eran tan elocuentes como inconfundibles. Temblorosamente me acerqué y ví lo que ya temía...a un tipo con los pantalones bajos penetrando a mi mujer.

Lo que me dejó quieto y helado no fue la violencia de sus empujones sino el ver como ella tenía enroscados sus talones tras las rodillas de él, pues era la postura que solía adoptar cuando hacíamos fogosamente el amor y ella quería que la penetrara más a fondo.

No reaccioné, me quedé allí quieto, parado como una estatua, mientras el afortunado desconocido alcanzaba su orgasmo, eyaculando en su interior con unos golpes tan rudos y salvajes que arrancaron también un nuevo orgasmo a mi esposa, mientras se aferraba a sus pechos desnudos, estrujándoselos como si se los quisiera arrancar.

Luego el tipo se bajó de la cama con toda parsimonia y pasó a mi lado con una sonrisa de oreja a oreja mientras se abrochaba los pantalones, guiñándome un ojo cómplice, en la creencia de que yo era el siguiente en disfrutar de mi esposa desmayada.

Nada más que marcharse y cerré la puerta con cerrojo y tras dejar caer el vaso sobre una mesita ratona me acerqué hasta la cama, todavía sin poderme creer lo que había presenciado.

Lo que veían mis ojos no dejaba lugar a dudas acerca de lo que había sucedido. Ni el completo desorden que reinaba en la cama, con las sábanas revueltas y sudadas. Ni el vestido de mi mujer enroscado de cualquier forma en su cintura para dejar sus grandes tetas desnudas al alcance de cualquiera que las quisiera disfrutar. Ni la evidente ausencia de la tanguita que no apareció por ningún lado (se ve que alguno se la llevó de recuerdo). Ni, sobre todo, el gran charco de semen que había entre sus piernas tan descaradamente separadas, el cual no había tenido tiempo de secarse por completo, pues continuaba manando semen por sus dos orificios más sagrados.

No me costó mucho deducir lo que había pasado en esa habitación. Supongo que alguno de los invitados entraría despistado buscando el baño y al verla dormida, quizás con su tanguita negra a la vista si había movido sus piernas en sueños, fue tentado por el espectáculo y se abusó de ella.

No creo que haya sido demasiado esfuerzo bajarle los tirantes del vestido para dejar a la vista sus magníficos pechos desnudos e indefensos, ni que la diminuta tanguita ofreciese demasiada resistencia si el tipo quería quitársela o arrancársela.

El resto era por demás evidente. Había tantísimas marcas y moretones en sus senos que tardó un par de semanas en volver a recuperar su aspecto habitual. Sobre todo sus grandes pezones, tan enrojecidos y tiesos que le dolieron durante varios días.

De su boca entreabierta salía un olor tan amargo como elocuente y el no ver restos de semen solo podía significar que mi mujer se había tragado todo lo que habían derramado dentro. Lo cual me dio mucha rabia pues a mí rara vez aceptaba mamármela y cuando lo hacía jamás me dejaba eyacular dentro.

Pero más rabia tuve en ese momento ver con qué facilidad permitía que le diera vuelta en la cama, levantando su culito como si diera por hecho que yo también iba a encularla como el resto de los ocasionales amantes.

Me recuerdo que me dieron ganas de azotar sus pálidas nalgas como supongo que deben haber hecho más de uno en visto a lo rojizas que estaban, pues a mi me había permitido tan solo que la poseyera por tan estrecho orificio un par de veces y luego de muchos ruegos y súplicas.

No podía denunciar a la policía lo sucedido, pues no sabía cuántos tipos la habían poseído ni cuantas veces la habían violado. Ni siquiera estaba seguro de poder afirmar lo de la violación, en vista de la aparente disposición de mi esposa desvanecida.

No quería llamar al anfitrión para no poner más al tanto a nuestros amigos de lo sucedido con ella. Pensaba y trataba de convencerme que ninguno de ellos había estado allí. Suponía que había sido obra de algunos de los tantos desconocidos que había en la fiesta.

Esperé que se fueran casi todos y nos marchamos a casa.

Los primeros tiempos fueron muy duros para ambos pero ya lo estamos superando, de ahí que me decidí a contarles lo sucedido esa fatídica noche en la fiesta de nuestro amigo."

"Un día en una de nuestras conversaciones en las que sinceramente emitíamos nuestros conceptos sobre las personas que nos rodean, mi mujer me contó que nuestro amigo Oscar le resultaba atractivo.

Sin mucha sorpresa y más bien agradecido por su sinceridad le pregunté que tanto le gustaba y que si sería capaz de traicionarme con él, a lo que respondió que le parecía bastante apetecible, pero que jamás había estado con otro hombre aparte de mí y que me quería bastante para traicionarme, pero que, si yo la apoyaba la gustaría hacerlo con él, para experimentar la experiencia entre tener sexo y hacer el amor.

No se qué me sucedió, pero me excitó la idea de que pudieran estar juntos, por lo que asentí a su propuesta, pero con la condición de que fuera en mi presencia, a lo que ella accedió, pidiéndome que la ayudara a generar el momento oportuno para llevar a cabo ese plan.

La ocasión no tardó mucho en presentarse, siendo así que en una noche que me encontré casualmente con Oscar me contó que se encontraba solo, pues su esposa Mary había viajado fuera de la ciudad por un problema laboral y que aprovecharía a visitar a su hermana que vivía en el interior del país ya que estaba muy cerca del lugar.

La ocasión estaba dada, lo invité a cenar, aunque no sabía si continuar con el plan o no. Tenía dudas que ese excitante proyecto pudiera llegar a ser el fin de nuestro matrimonio.

Sobre todo porque Oscar era bastante más joven que yo y era un tipo que practicaba deportes y tenía un cuerpo atlético y era además muy simpático y entrador con las mujeres (por algo mi mujer lo había elegido a él y no a otro).

Superadas mis dudas más por su sana insistencia de nuestra compañía que por mi capacidad para decidirlo, tomé el celular y llamé a mi esposa para decirle que iba con él a cenar a casa para que se alistara a tal efecto.

Ella, que entendió mi indirecta, me contestó riendo que tomaría una ducha y que estaría lista con sus mejores ropas en una hora, que no llegara antes.

Así que con Oscar pasamos primero por el supermercado donde compramos unas botellas de vino y algo de champagne, a sabiendas que luego de un par de copa mi esposa se pondría muy desinhibida.

Con Oscar y su familia llevamos una estrecha relación, nos veíamos continuamente ya que las mujeres comparten algunas tareas. Llevábamos años de buena amistad, por lo que teníamos mucha confianza mutua y no fue para nada fuera de lo común que cuando llegáramos a casa la galanteara con que estaba muy linda esa noche. Y realmente lo estaba. Estaba muy linda y sexy. Recién duchada con su cabello apenas húmedo, perfumada y con una ropa que denotaba bien sus formas. Mi esposa el alta, mide más de 1.70 mts. y se mantiene en buena forma. Tiene piel blanca, busto grande y firme y amplias caderas, con piernas muy bien formadas.

Oscar, con la confianza que brinda la amistad la elogió y me felicitó a mí por tener tan linda esposa diciéndome que era un afortunado al respecto.

A él también le gustaba Piru, pero era mayor el respeto por ser mi esposa, según lo supe después.

La cena estaba lista cuando llegamos, por lo que pasamos directamente a la mesa.

Me tocaba dar el primer paso, aquél que Fina no se atrevía a tomarlo y que me había hecho prometer que yo lo haría.

Propuse en la sobremesa que jugáramos a las cartas, lo que fue aceptado por unanimidad.

Ya habíamos ingerido una botella y media de vino, por lo que las bromas picantes y más comentarios en ese orden fluían normalmente.

Ella propuso que apostáramos algo significativo, porque de otra manera se estaba poniendo algo monótono el juego.

Le pedimos a ella que sugiriera qué apostar a lo que nos respondió que apostáramos verdades. Por tanto el juego consistía en que el que perdía cada mano de cartas, pagaba contando a los otros una verdad sobre lo que se le preguntara.

Comenzó a transcurrir el juego y al fin de cada mano las preguntas iban y venían. Nos hicimos preguntas de todo género, hasta que una pregunta muy indiscreta por parte de Fina no fue respondida por Oscar quién se negó a hacerlo.

Decidimos que tenía que dar una prenda a cambio y entregó su reloj.

En respuesta al fin de la siguiente mano que perdió Fina y que se negó a responder entregó sus anillos.

Ya habíamos vaciado la segunda botella de vino y el juego se ponía cada vez más interesante. Oscar había perdido sus zapatos, suéter y medias y estaba muy dispuesto a seguir la diversión, supongo que ya se imaginaba que algo pasaba.

Un rato después yo había perdido unas cuantas prendas también.

Mi mujer había perdido todo excepto la ropa que llevaba puesta. No tenía zapatos tampoco.

Desde hacía algunas manos ya no pedíamos verdades sino que el que perdía entregaba directamente una prenda.

La siguiente mano la perdí yo y como no tenía qué entregar ofrecí mi pantalón quedándome en calzoncillos y camisa.

Luego el que perdió fue Oscar y entregó su camisa. Cuando mi mujer le dijo que hiciera como yo que había entregado el pantalón él respondió que tenía sus razones para hacerlo.

Ella perdió las siguientes dos manos, entregando en la primera su blusa y en la segunda su falda, quedándose solo con su ropa interior.

Oscar la veía con ojos intensos de deseo. Vale la pena recordar que además de desearla hacía casi una semana que su esposa se había marchado y no había tenido sexo.

Seguimos jugando y perdió él por lo que no le quedó más remedio que entregar sus pantalones.

Oh, sorpresa. Sus razones para no entregar antes esa prenda era que no llevaba puesto ropa interior.

Ella quedó con su vista clavada en el grueso miembro de Oscar que, por la erección que estaba teniendo, demostraba estar sumamente excitado.

En ese momento di por terminado el juego por considerar que él había perdido ya que no tenía más prendas para entregar.

Oscar rebatió mi propuesta pues consideró que podía ganar de ahora en más y nosotros teníamos prendas para ofrecer como castigo.

Piru apoyó su argumento, por lo que repartimos cartas una vez más y en esa ronda la que perdió fue ella.

Entregó su corpiño dejando al descubierto sus deliciosas y voluminosas tetas. Esta visión se reflejó en la verga de Oscar que comenzó a soltar cierto lubricante y a querer estallar de la excitación que tenía.

La siguiente mano la volvió a perder mi esposa, aunque no se si intencionalmente, y levantándose y ante nuestros excitados ojos de despojó de su bombacha quedándose totalmente desnuda.

El no pudo resistir más y se lanzó a comerle el clítoris. Ella se abrió de piernas y lo dejó llegar. La lengua de Oscar le recorría hasta lo más recóndito de su vulva en una lamida que le arrancaba intensos gemidos de placer. Ella desesperada por lo intenso de las caricias buscaba agarrarse de lo primero que encontrara a mano, como un naúfrago en una tormenta, y encontró el tieso y goteante miembro de nuestro amigo, aferrándose de él como si de ello dependiera su vida.

Se le notaba que se aproximaba al clímax y en medio de la excitación buscó llevarse ese pene a la boca, quedando los dos enlazados en un perfecto 69.

Fina se vino con mucha fuerza en la boca de él y en medio de sus contorsiones, Oscar le dio vuelta y se la clavó hasta los testículos.

En cada arremetida le arrancaba gemidos de placer tan intensos que yo temí que escucharan de las casas vecinas.

Luego se dieron vuelta y ella lo cabalgó hasta alcanzar su segundo orgasmo casi al mismo tiempo que él, que se vino de tal manera que su leche desbordó la vagina de mi mujer, la que se recostó a su lado exhausta y semi desvanecida, con su sexo chorreante de los líquidos de los orgasmos de ambos.

Yo no sabía qué hacer. Me encontraba ahí habiendo satisfecho una fantasía rara, pero de pareja. Me enfurecían los celos normales de hombre, estaba lleno de dudas y para colmo muy excitado.

Seguía sumido en mis pensamientos semi abstraído y con las imágenes recientes pasando a mil por hora por mi mente, cuando de repente Nora me sacó de mis cavilaciones.

Se acercó a mí y olía fuertemente a sexo. Me besó apasionadamente y ante mi falta de reacción me hizo el amor de una manera que nunca antes había sentido. Fue una sensación súper excitante penetrar en su vagina mojada y dilatada por el encuentro anterior y me calentó de tal manera que comencé a hacerle el amor con una motivación que no había habido entre nosotros desde la noche de bodas. Me excitaba también que Oscar nos estuviera observando.

Lo importante en ese momento era la manera en que nos reencontrábamos con Nora después de tanto tiempo, acabamos al unísono, en un orgasmo de una intensidad irrepetible.

No se de dónde me salía tanta leche.

Quedamos luego los tres extendidos en la alfombra sin saber cómo vernos las caras, hasta que yo reaccioné, explicándole a Oscar lo que había sucedido, que se trataba de una experiencia única que no se repetiría.

El lo entendió perfectamente y se retiró luego de besarnos y agradecerle a Nora por la buena velada que había pasado junto a ella.

Cuando quedamos solos mi mujer me besó apasionadamente y me agradeció por haberla ayudado a ser más mujer diciéndome que esa era una razón para amarme más aún.

Desde esa noche nuestra relación como pareja ha mejorado notablemente, nos conocemos más y nuestra confianza mutua mejoró mucho y nos llevamos de maravillas.

Nos queremos y hacemos el amor como si fuéramos dos adolescentes."

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