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Un tratamiento muy particular (2)

en Control Mental

Un Tratamiento Particular ( II )

Autor: Hypnoman


Capítulo Cinco: Cambio de mente....Cambio de imagen

Mientras bajaban las escaleras, rumbo a la calle, Paula tomó a su amiga Patricia por los hombros y le preguntó:

- ¿Andás con tiempo?

- Sí, ¿Porqué?

- Porque ya que estamos en el centro, me gustaría pasar por una buena peluquería. Me siento tan bien que quiero cambiarme el look. Presiento que hoy he comenzado una nueva vida.

- Dale, vamos.

A pocas cuadras de allí, encontraron un salón que les pareció importante y como era día de semana, había muy poca gente. Entraron y Paula pidió una revista con modelos de cortes. Se interesó en los cortos, aunque ella nunca se había cortado el pelo más arriba de los hombros, pero sentía necesidad de llevarlo pegado a la nuca. Pidió la aprobación de Patricia y ésta la alentó fervorósamente. Cuando la atendió el coiffeur le mostró el corte elegido. Bien cortito. Bien sexy. Una vez que aprobó el trabajo mirándose al espejo y satisfecha con el resultado le comentó a Patricia que se vería mucho mejor si cambiaba el color. Nunca se había teñido el pelo, su color natural era castaño oscuro, casi tirando a negro, pero, no sabía porqué, ardía en deseos de cambiarse el color. Pidió una cartilla de colores y eligió, sin dudarlo un instante, un caoba rojizo, siempre con el aliento de su amiga. "¡Cómo nunca me di cuenta que Pat tiene casi mis mismos gustos!. Me encantaría intimar más con ella, ser su íntima amiga. Además es tan atractiva.......tan atractiva", pensaba Paula mientras le cambiaban el color a su cabello.

Al salir de la peluquería, Paula era otra persona. El cambio producido en ella se hizo notar cada vez que se cruzaban con un hombre. Tenía un corte y un color tan provocativo que casi todos la miraban "con hambre" o le decían algún piropo. Ella se reía y se sentía muy complacida. ¿Le gustaría a Martins?. Inmediatamente borró el pensamiento de su mente. Martins era todo un profesional para andar fijándose en el corte de pelo de una paciente. "Pero es tan buen mozo.....me atrae", pensó.

Mientras se dirigían hacia la parada del colectivo que las llevaría a sus casas, pasaron por un local de lencería femenina. Paula se detuvo en la vidriera cómo paralizada y comenzó a devorar con la mirada las prendas que se encontraban en exhibición. Miraba a los maniquíes posar con esos conjuntos tan eróticos, tan sensuales que por un momento sintió la humedad entre sus piernas. Tomó de la mano a Patricia y entraron. En pocos minutos, había comprado más de cinco conjuntos, todos diferentes, pero todos altamente provocativos. Cada vez que se probaba uno diferente, se miraba al espejo y poco le importaba si realmente le gustaba o nó. Sinceramente pensaba si le gustaría a Martins. Pensó que estaba obsesionada con esa sesión y nuevamente recurrió al apoyo de su amiga. Decidió llevarse puesto el que más le gustaba, ante la sonrisa complaciente de Patricia y la incredulidad de la vendedora, y los demás fueron colocados en bolsas. En una de esas bolsas puso el que había llevado puesto durante toda la jornada y, al llegar a la esquina del negocio, lo revoleó por los aires, con la complicidad de su amiga.

El colectivo, a esa hora, iba bastante lleno y a duras penas pudieron encontrar lugar por la mitad del mismo. Paula quedó detrás de Patricia y su mirada parecía magnetizada hacia el culo de su amiga. Por más que mirara para otro lado o se distrajera ante cualquier circunstancia, siempre sus ojos volvían hacia esa cola perfecta. Envidiaba ese culo, con una envidia sana porque sentía a Patricia cada vez más amiga suya, pero luego se dió cuenta que más que envidia eran ganas tocarlo, de acariciarlo, de lamerlo. "¡Qué loca estoy!", pensó y se río de su ocurrencia. Lo que no sabía era que en ese mismo momento, Patricia estaba pensando lo mismo de sus suculentas tetas. El vaivén del colectivo hizo que muchas veces sus muslos rozaran el culo de su amiga. Notó que en vez de alejarse, Patricia parecía refregarlo a propósito, como sintiendo placer. Lo mismo ocurrió cuando, debido a los mismos vaivenes, Paula apoyó sus pechos sobre la espalda de la otra muchacha. Ahora era ella la que sentía su cuerpo apasionarse. Tras casi media hora de viaje, el colectivo había comenzado a vaciarse, pero ellas no se habían dado cuenta, siguiendo con ese franeleo que provocó el horror de las ancianas y la calentura de los hombres, incluído el colectivero, quien tuvo un par de frenadas bruscas por no poder sacar los ojos del espejo retrovisor. Al bajarse del colectivo, tanto una cómo la otra tenían la entrepierna totalmente humedecida, pero ni siquiera tocaron el tema, cómo si nada hubiese sucedido. Se despidieron con pesar, deseando que llegase rápido el próximo día, para encontrarse nuevamente en el trabajo.

Durante los días siguientes, Paula y Patricia fueron como hermanas siamesas. Unidas por una fuerza invisible e irresistible, andaban juntas todo el día. Hacían coincidir los horarios de almuerzo, charlaban todo el día, se hacían bromas constantemente, aprovechando para jugar de manos, cosa que además de divertirlas las excitaba mucho y cada conversación desembocaba en el mismo nombre: Michael Martins. En especial Paula, quien durante todos esos días no podía despejar la imagen del médico de su cabeza. Cada hora que pasaba, más atractivo encontraba al profesional y más deseaba que llegase el día de volver a su consultorio. Sorprendió a todo el personal de la empresa el drástico cambio en la vestimenta de Paula. Cuando no llegaba con una cortísima minifalda y un top que parecía a punto de explotar al sostener semejantes pechos, se aparecía con un pantalón super ajustado y una camisa desabrochada casi por completo y atada a su cintura. Lo que más sorprendía a todos, además del cambio en su pelo, era la exhibición que Paula hacía de su ropa interior. Carísima, sensual, provocativa.

Ese día, ¡por fin había llegado ese día!, Paula tenía que visitar a "su sicólogo". Se lo recordó a Patricia y lamentó no poder ir con ella. Ya no tenía sentido ir con su amiga, lo cual la apenaba demasiado, sin saber muy bien porqué. Durante la tarde, Patricia había recibido un llamado en el cuál solamente pronunció tres o cuatro veces la palabra "SI". Cuando Paula, tan pendiente ultimamente de los movimientos de su amiga, le preguntó quien era, respondió con evasivas. "Seguramente debe ser alguna de esas larvas que te están rondando", bromeó Paula y no le dió más importancia al tema. Se retiró del trabajo unos minutos antes que su amiga, porque quería tomarse el tiempo suficiente para elegir, esmeradamente, la ropa que se iba a poner para visitar a Martins. Sentía la necesidad de estar espléndida. Notaba cambios positivos en su actitud, al punto tal que una tarde en compañía de Patricia y mientras cruzaban una plaza, se puso a recitar en voz alta el texto de la obra que estaba ensayando con el grupo, parada sobre el banco de la plaza, ante la mirada atónita de los que pasaban por ahí, sin sentir la más mínima verguenza. Si bien eso no era lo mismo que representar la obra en un teatro y con público, pendiente de sus movimientos y entonaciones, la motivó el hecho de haber podido hacer algo que una semana atrás ni se le hubiese ocurrido.

Cuando llegó a la puerta del edificio donde se encontraba el consultorio de Martins, se notó excitadísima. Ni por asomo era la misma muchacha de la semana anterior. Su pelo cortísimo, rojizo, maquillada cómo para ir a una fiesta, con un top semitransparente que dejaba traslucir el erótico corpiño que llevaba debajo, una minifalda que apenas tapaba su entrepierna, unas medias de encaje que se adherían a sus piernas dándoles mucha más forma y unos zapatos de taco bien alto. Suspiró profundo y entró, tratando de disimular sus nervios. Cuando Adriana, la secretaria, le abrió la puerta, le costó mucho trabajo reconocerla. Paula se dió cuenta y sonrió. Cómo siempre, la sala estaba vacía y decidió, quizás por cábala, sentarse en el mismo lugar donde lo había hecho la otra semana. Ni bien se sentó, sintió que su cuerpo comenzaba a relajarse. Su mente comenzó a perder el hilo de los pensamientos y en pocos minutos quedó, con la mirada perdida en uno de los cuadros y escuchando la música que acariciaba sus oídos, a la espera de su turno. Cuando se abrió la puerta del consultorio ni siquiera prestó atención a la persona que salía, pero cuando, a los pocos segundos, vio la figura de Martins avanzar hacia ella, reaccionó y se puso de pie inmediátamente, como accionada por un disparador.

- Bueno, esto sí que es una sorpresa -dijo Martins, fingiendo asombro, cuando vió los cambios que se habían producido en la apariencia de Paula.

- Sentí la necesidad de cambiar mi aspecto. Espero que ésto no sea contraproducente con el tratamiento -respondío, totalmente ruborizada al notar la manera en que el doctor la estaba observando.

- En absoluto, Paula, has hecho muy bien. Además te sienta espléndido. Adelante, por favor

Cuando Paula ingresó al consultorio, se volvió a ruborizar. Pero esta vez porque notó que estaba humedecida y que sus rígidos pezones se notaban nítidamente a través de su ropa.


Capítulo Seis: Una dilatación dolorosa

Martins ocupó su lugar en el sillón y Paula hizo lo propio en el suyo, aunque ésta vez cuidó al detalle su postura en la silla. Mantuvo la espalda bien erguida, casi sacando pecho, lo que aumentaba un poco más el volumen de sus tetas y cruzó desprejuiciadamente las piernas, dejando entrever a los ojos del doctor su finísima ropa interior, debido a la corta longitud de la minifalda. Le encantaba provocarlo con esa postura, pero todavía estaba muy lejos de su mente el intentar seducirlo. Temía ofenderlo y que su tratamiento cayera por la borda. Cuando Michael le pidió que le contara qué cosas significativas le habían sucedido entre la sesión anterior y ésta, ella comenzó a relatarle sobre su repentina decisión de cambiar su imagen, aclarándole que había sido una idea propia y que ni su amiga ni nadie la había influenciado en tomar tal decisión (ella no se daba cuenta lo ingenuas que resultaban sus palabras a los oidos de Martins). Continuó comentándole su creciente amistad con Patricia, el tiempo que compartían juntas y se cuidó muy bien de hacer mención de algunos pensamientos eróticos que acudían a su cabeza y que tenían como destinataria a su amiga. Mucho menos le hizo saber que él era el protagonista de casi todos sus sueños nocturnos y que más de una mañana amaneció excitada y humedecida por haberlo tenido como figura estelar de esos sueños.

- Y con respecto a tu vocación actoral. ¿Has notado algo diferente? -se interesó Martins.

- Bueno, a decir verdad, muy poco. Es que he ido una sóla vez. Pero tengo tanta confianza en el tratamiento que he hablado con el director y le he pedido que confiara en mí una vez más y me asignara el protagónico femenino. Le aseguré que ésta vez no le iba a fallar. Como ve, estoy en sus manos, Doctor. -dijo Paula sonriendo provocativamente. "Por supuesto que estás en mis manos", pensó Martins, "Y en un rato, me lo vas a demostrar".

- Okay, no perdamos más tiempo y sigamos con el tratamiento -Martins se levantó de su silla, dió vuelta al escritorio y se apoyó sobre él, a centímetros de donde se encontraba sentada Paula. Levantó su mano derecha, a la altura de la cara de su paciente, y chasqueó los dedos. Paula entró en trance inmediátamente. Oleadas de placer sacudieron su cuerpo al ver la cara de su amo. Se levantó de su asiento, se puso de rodillas, con las palmas de las manos descansando sobre sus muslos, levantó la cabeza buscando la mirada de "su Dios" y comenzó la "oración":

- Gracias por recibirme, Amo. Soy tu más puta esclava. Haz de mí lo que quieras. He obedecido todas tus órdenes: He cortado mi pelo y lo he teñido tal como lo has mandado. He cambiado todo mi vestuario, especialmente mi ropa interior, sólo para agradarte. Necesito seguir obedeciendo tus ordenes. Tus más mínimos deseos serán cumplidos. Sólo quiero obedecer....

Martins detuvo su "plegaria" levantando su mano. Paula entendió que debía callar y bajo la mirada. Permaneció de rodillas a la espera de cualquier orden que sentía que debía obedecer ciegamente. Michael sonrió al observar qué rápido aprendía su nueva esclava y dirigió su mirada hacia un privado que se encontraba dentro del mismo consultorio. Alzó la voz y dijo:

- Ya puedes salir, esclava. Te estamos esperando.

Paula se dio cuenta que esa orden no estaba dirigida a ella, por lo que levantó la vista y observó cómo se abría la puerta del privado y salía.......¡ Patricia !, Sí, su amiga Patricia aparecía ante sus ojos vestida sólo con un corpiño de cuero negro y una pequeñísima tanga del mismo material. Dentro de Paula se mezclaron sentimientos encontrados. Por un lado sintió un poco de celos, ya que ella quería ser la única esclava de Martins en ese momento. Quería obedecer hasta el más mínimo deseo de su amo. Eso la ayudó a contener su ansiedad, ya que si era la voluntad de su Amo que estuviesen las dos allí, ella no era nadie para contrariarlo. Por otro lado la excitó mucho la vestimenta de su amiga, lo cual aumentó más la atracción que ya venía sintiendo hacia ella y comenzó a erotizarse pensando las cosas que juntas podrían hacer para deleite de su Señor. Mientras esos pensamientos cruzaban su mente, Paula no notó que Patricia tenía en sus manos un conjunto similar al que llevaba puesto. Sólo se dió cuenta cuando Martins le ordenó que se quitara toda su ropa y se vistiese igual que su amiga. Paula no dudó un instante en desvestirse completamente y, en pocos segundos, estaban las dos paradas, con el mismo atuendo, frente al doctor.

El contraste de los dos cuerpos era más que excitante. Patricia era más alta, su pelo rubio hasta la base del cuello, con poco busto pero, con la ayuda del corpiño, bien armado. Se notaba que mientras había estado esperando en el privado se había masturbado, quizás por orden de su amo, al punto de tener los pezones firmes y bien marcados. Tenía una pequeña cintura que le daba una figura muy sexy y su cuerpo desembocaba en ese culo magistral, la admiración y la obsesión de todos los hombres que había conocido. Paula, a su vez, era más baja pero de figura muy erótica, mucho más después de su paso por el "salón de belleza", con un busto imponente, que parecía imposible de sujetar por el pequeño corpiño de cuero y con caderas y cola, nó de la magnitud de su amiga, pero sí muy apetecibles. A diferencia de Patricia, que llevaba meses "bajo hechizo" y que había hecho el amor con Martins una veintena de veces y de todas las maneras diferentes, entregando todas las partes de su cuerpo, Paula nunca había tenido sexo anal y ni ella se imaginaba lo rápido que iba a perder ese invicto.

- Quiero que se saquen el corpiño, las dos a la vez.

Ambas mujeres obedecieron inmediatamente. La diferencia de bustos era notoria. Por un momento Patricia sintió un poco de celos al observar como los ojos de Martins se dirigían casi exclusivamente hacia los pechos de su amiga. Pero, muy pronto, iba tener la posibilidad de tomarse revancha.

- Ahora, pónganse de espaldas hacia mí y quítense las tangas.

Nuevamente obedecieron al instante. Las dos trataron de hacer los movimientos más eróticos, mientras se sacaban el atuendo, pero ésta vez era Patricia la que corría con ventaja. Ahora sentía, sin verlos, los ojos de Martins escudriñando sus nalgas y presentía, además, que su orificio anal estaba mucho más dilatado que el de su amiga, lo que seguramente lo haría más atractivo.

- Vayan las dos al diván, y colóquense en cuatro patas.

Las dos disputaron un lugar en el pequeño diván y adoptaron la postura ordenada. Como Patricia era un poco más "experimentada", bajó al máximo sus brazos y sus caderas para elevar al máximo posible su trasero. Estaba dispuesta a ganar la primera batalla por los favores de su amo. Y así fue. Martins la tomó por las caderas e introdujo, sin ninguna dificultad dado el tamaño del orificio, su erecto miembro en ese maravilloso culo. En segundos, Patricia alcanzó el primer orgasmo. Desde que Michael la había convertido en su esclava, Patricia era capaz de alcanzar una multitud de orgasmos en pocos minutos. Mientras Martins la cojía, llevó sus manos hacia sus pequeños pechos y comenzó a estrujarlos, lo que provocaba en la mujer más y más placer y la llevaba a tener más orgasmos. Patricia había sido "programada" para tener múltiples orgasmos cada vez que su amo rozara siquiera cualquiera de sus partes más sensibles y además eso la llevaba a excitarse más todavía. Tratando de evitar la eyaculación, Martins retiró su pene del culo de Patricia, lo cual le provocó otro orgasmo, todavía más fuerte que los anteriores, y, con el permiso de su amo, se desplomó en el diván para disfrutarlo al máximo. Martins decidió que era el momento de penetrar el, hasta ahora, virgen trasero de Paula. Le costó muchísimo, dada la estrechez del orificio y tuvo que recurrir a cremas especiales para tal fín. Paula hacía lo imposible para que su amo pudiera penetrarla, aún sufriendo un dolor inimaginable hasta entonces, moviéndose con más fuerza, ayudando a su amo a llevar a cabo la tarea. No era una tarea fácil para ella. Sentía un dolor punzante, pero era tal la calentura después de haber visto la escena entre su amo y su amiga que, no quizo ni por un momento frustrar los deseos de su "dueño", ni tampoco los suyos propios. Cuando el pene de Martins alcanzó a traspasar el escollo, tardó unos segundos en acostumbrarse a esa "extraña" presencia dentro suyo y comenzó a recibir oleadas de placer. El esfuerzo de Michael por penetrarla hizo que no pudiese controlar su eyaculación y en poco tiempo comenzó a acabar dentro del culo de su esclava. Un fogonazo de placer invadió la mente de Paula cuando sintió el orgasmo de su amo, era algo súblime, jamás alcanzado en las pocas relaciones que había tenido hasta entonces. Observó como su amo retiraba el pene, y cómo el mismo alcanzaba rápidamente el estado de flacidez y, antes de que el pene alcanzara su estado habitual, Paula se abalanzó sobre él, lo introdujo en su boca y comenzó a limpiarlo con su lengua de todos los restos de semen, con la meticulosidad del asesino que intenta borrar todas las huellas de su crimen. Estaba totalmente enamorada de su Amo. Ningún hombre podría ni siquiera igualarlo. Sentía que, con cada orgasmo que había tenido, su mente ya no le pertenecía y quería que su cuerpo fuese un juguete para "Su Señor".

Minutos después, Paula y Patricia ya se encontraban totalmente vestidas, aún bajo trance hipnótico y Martins estaba frente a ellas. En su mano tenía una especie de adminículo de goma, de forma cilíndrica, muy angosto en uno de sus extremos, casi puntiforme, haciéndose más ancho hacia el otro extremo. Era como una especie de tapón. Poniéndolo ante los ojos de Paula, se dirigió a ella:

- Esclava. Habrás notado que he tenido que hacer un gran esfuerzo para poder realizarte una penetración anal. A tal punto que pronto tuve deseos de acabar y no pude resistirlo. Cómo te darás cuenta, eso no me provoca gran placer -Paula oía aterrorizada. Su Amo y Señor estaba reprochándole algo y ella se sentía culpable de su desilusión. Temía que su Amo la abandonase. No podría vivir sin él. -El problema es que tienes el orificio anal muy estrecho. Debemos hacer algo para dilatarlo y creo tener la solución. Patricia ya lo ha probado y hemos obtenido excelentes resultados. Sólo necesito tu ayuda para evitar que esto vuelva a suceder. -Paula desesperó de ansiedad. Haría cualquier cosa por satisfacer a su Amo. Cualquier cosa que él le pidiese la cumpliría sin siquiera pensarlo. -Quiero que te introduzcas este dilatador en tu ano y lo lleves puesto las 24 horas del día. Cuando estés fuera del trance, obviamente, sentirás una molestia, pero la atribuirás a un grano que te ha salido en la zona. No querrás verlo ni tocarlo. A la única persona que le comentarás esa "molestia" será a Patricia, y ella te responderá que lo dejes así, que va a desaparecer sólo. Cada vez que sientas un dolor más fuerte, por ejemplo cuando te sientes, una imagen muy placentera y excitante acudirá a tu mente y te ayudará a aliviar el dolor. Sólo te lo quitarás cuando tengas que ir al baño a hacer tus necesidades. En el momento de entrar al baño, entrarás automáticamente en trance hipnótico, te lo retirarás y luego volverás a colocarlo en su lugar. Una vez hecho ésto, despertarás del trance y olvidarás absolutamente todo lo que hiciste. Para nuestra próxima visita, tu orificio estará lo suficientemente dilatado como para brindarme el placer que seguramente tú quieres brindarme. ¿No es así, esclava?

- Por supuesto, Amo. Haré todo cuanto me has pedido y espero poder darte todo el placer que te merecés. Cumpliré todas tus ordenes. Quiero ser tu esclava perfecta y que me puedas cojer cómo y cuándo gustes.

Martins sonrió. Si no fuera porque estaba completamente convencido del profundo trance en que se encontraba su "paciente", pensaría que estaba representando la mejor de sus actuaciones. La sumisión y la devoción que había obtenido de Paula, lo gratificaba. Mientras le daba el dilatador a Paula y le ordenaba que se lo pusiera, se dirigió a Patricia:

- Esclava. Tú te retirarás de aquí, pero continuarás en trance hipnótico. Al llegar a la calle, pedirás un taxi y te dirigirás directamente a tu casa. Una vez allí, te acostarás en la cama y dormirás profundamente. Cuando despiertes, no recordarás haber venido hasta aquí ni nada de lo que hoy ha sucedido y creerás haber dormido toda la tarde. Saluda a tu amo y vete. -Patricia dió dos pasos hasta quedar frente a Martins, le dió un apasionado beso mientras refregaba sus pechos y su pubis contra el cuerpo del médico, se dió media vuelta y se retiró.

Cuando la puerta del consultorio se cerró, Martins se colocó frente a Paula, quien ya se había colocado el dilatador y se había vuelto a vestir, y chasqueó los dedos frente a su cara. Paula despertó y se encontró parada delante de Martins. Sintió una molestia en su ano pero no quiso darle importancia frente al doctor. Quizás había estado mucho tiempo sentada y a eso se debía la molestia. Enseguida se dió cuenta lo bien que se sentía anímicamente. Parecía recién despertada de una cura de sueño. Sentía una calma y una sensación de seguridad que la sorprendían y la alegraban. Y verlo a Martins la excitaba cada vez más. No sabía como hacer para disimular la voracidad de su mirada. No podía ni quería irse de allí. Ese hombre la atraía cada vez más. Todo parecía como salido de un cuento de hadas. Lástima esa molestia que no desaparecía......

Cuando, al otro día, llegó a su trabajo, Patricia se encontraba haciendo sus tareas. Paula entró caminando con alguna dificultad y ni bien vió a su amiga, le dijo:

- Hola Patri, que sorpresa. Debe ser la primera vez en meses que llegás antes que yo. ¿Te caíste de la cama o directamente no dormiste?.

- Para nada. Al contrario. He dormido toda la santa tarde y toda la noche. Me desperté sola, unos minutos antes que sonara el despertador y decidí venir temprano, por lo menos una vez. -contestó Patricia, sonriendo.

- Dichosa de vos. Yo estoy desde ayer con una molestia en el culo. Seguro que es un granito que me ha salido y no me deja ni caminar.

- No te preocupes. Hace poco, a mi me ocurrió lo mismo. No le di importancia y en poco tiempo desapareció. Haceme caso, no le des bola. A todo esto, ¿Cómo te fue ayer en la sesión?

- Estupendo. Yo no sé que es lo que hace este hombre, pero estoy espléndida. Hoy tengo teatro y creo que con las ganas que tengo no tendría problemas en actuar frente a diez mil personas.

- Genial. Si este tipo te cura, me vas a deber un favor muy grande. No sé cómo me lo vas a pegar -le dijo Patricia con una mirada provocativa. Paula no contestó pero a su cabeza acudieron varias formas de pagarle el favor a su amiga. Eran demasiado atrevidas. Se ruborizó con sólo pensarlas.

Paula se dirigió a su escritorio y se sentó. El dolor que sintió fue terrible. Ese grano estaba creciendo cada vez más y la estaba mortificando demasiado. Inmediatemente en su mente apareció la imagen de Martins. Soñó despierta como la besaba, la tocaba y la poseía. Tuvo que reprimir un orgasmo que amenazó con venirle. Sin darse cuenta, se olvidó del dolor y comenzó con sus tareas. Durante el transcurso de la mañana, sintió ganas de ir al baño. Se paró y con mucha dificultad caminó hacia la puerta del toilette. Cuando cerró la puerta del habitáculo, su mente se puso en blanco y sus ojos se vidriaron. Había entrado instantáneamente en trance hipnótico, como se lo había ordenado Martins. Con toda precaución se quitó la ropa y se retiró el dilatador. Cuando finalizó, volvió a colocárselo con mucho cuidado, se vistió y salió del baño. De pronto volvió a la realidad. Se sintió un poco confundida pero continuó sus quehaceres con total normalidad.

Habían transcurrido ya unos días y Paula se había acostumbrado al "dispositivo" que tenía en su interior y al que ella "confundía" con un grano. Ya casi no la molestaba y decidió que el consejo de Patricia de ignorarlo había sido muy acertado. Lo que la tenía preocupada era una sensación que venía notando desde hace algunos días. Cada vez le costaba más poder concentrarse en cualquier actividad sin que la imagen de Martins apareciera en su mente. Si bien no era ésto lo que realmente la preocupaba, ya que le provocaba sensaciones muy placenteras, lo que verdaderamente la inquietaba era cómo iba a reaccionar la próxima vez que lo viese. Y para eso faltaban muy pocos días. Además, esos días entre una sesión y otra se volvían interminables y ni la compañía de Patricia, que por cierto cada vez resultaba más placentera, podía apaciguar la ansiedad por encontrarse con "su doctor". Mientras tanto, sus clases de teatro habían progresado significativamente. Fue a pedido suyo que el director de la última obra que estaban ensayando, accedió a realizar una presentación con público. Esta decisión no solamente sorprendió a su maestro sino que provocó la alegría de la mayoría de sus compañeros y la envidia de aquellas "colegas" que antes se quedaban con su papel, cuando ella era presa de los ataques de pánico. En una o dos semanas se llevaría a cabo esta prueba piloto y Paula quería contárselo cuanto antes a Martins, un poco para demostrarle lo bien que iba el tratamiento y mucho más para pedirle que reforzara el mismo para evitar cualquier inconveniente. No podía dejar pasar esta oportunidad. Pensaba que, tal vez, podía ser la última. Era por eso que no veía la hora de encontrarse con el médico y buscaba en su mente cualquier excusa para poder verlo antes de la cita pactada. Ninguna excusa le parecía razonable y verosímil. Lo que Paula no sabía era que Martins, casi en ese mismo momento, también buscaba algún artilugio para encontrarse con ella.


Capítulo Siete: Una visita "casual"

Michael Martins estaba sentado en su escritorio. Tenía más de una hora para pensar. El paciente que tenía que ocupar ese turno había avisado que se sentía un poco engripado y había pedido aplazar la sesión hasta la semana próxima. Este percance, más que incomodarlo, lo motivo a encontrar algún ardid para encontrarse nuevamente con Paula. Estaba muy entusiasmado con ella ya que había aceptado las sugestiones muy rápidamente, mucho más que cualquier otro paciente. Se notaba que estaba totalmente decidida a superar su problema y por tal motivo, inconscientemente, había condicionado su mente para recibir cualquier sugestión. Martins había logrado con ella, en tiempo record, lo que le había llevado muchas sesiones con otras, incluída Patricia. Pero a diferencia de Patri, Martins no había insertado en su mente una sugestión post-hipnótica para sumergirla en trance, por ejemplo, telefónicamente. A Patricia, y a casi todos los demás pacientes, bastaba hacerles un llamado telefónico, pronunciar la palabra clave e inmediatamente éstos entraban en un profundo trance y obedecían ciegamente sus órdenes. Esto le servía a Martins para "convocar" a cualquiera de sus "esclavas" para su satisfacción personal o para algunos de los negocios paralelos que dirigía, además de su profesión. Centenares de empresarios, actores, políticos, deportistas, diplomáticos o cualquier hombre de negocios, no tenían más que llamarlo por teléfono, solicitarle la mujer de sus preferencias y él elegía a la indicada de su extensa lista de "esclavas", las llamaba por teléfono, las hacía entrar en trance y las convocaba a su consultorio. Una vez allí, acondicionaba a la esclava y la mandaba al lugar donde la esperaba el "cliente". Por supuesto que Martins recibía onerosas sumas de dinero por tal actividad con nada de gastos. Sus esclavas hacían el trabajo a la perfección, no tenían ninguna reserva moral de hacer cualquier cosa, hasta las mas degradantes y humillantes y por sobre todo no recibían un centavo. Sólo se conformaban con que su "Amo" las premiara con una felicitación. Vivían para verlo complacido. Luego las despertaba y les ordenaba que olvidaran todo lo ocurrido. Con Paula la cosa era diferente. No había tenido tiempo de insertar una sugerencia de este tipo en su mente ya que había tenido sólo dos sesiones con ella. Pero los resultados de esos pocos encuentros habían sido más que satisfactorios y él creía que estaba ante una "mina de oro". Esa chica, en trance, era capaz de cualquier cosa y además era "carne nueva" para volver a tentar a sus clientes más influyentes. Necesitaba una excusa para poder ver a Paula más seguido e intensificar su entrenamiento, pero no quería que ella pensara que el aumentar la frecuencia de las sesiones significara que algo andaba mal en su tratamiento, por lo tanto Martins estaba pensando la manera de traerla hasta su consultorio de la manera más casual posible. Se detuvo un instante a pensar que una de sus primeras sugestiones post-hipnóticas estaba funcionando muy bien. Le había ordenado a Paula que cada vez que despertara de un trance hipnótico sintiera una atracción especial hacia él, que poco a poco se iría transformando en irresistible. Por la manera de mirarlo y por las posturas que Paula adoptaba en su presencia, estando despierta, se convenció de que ella estaba sintiendo algo muy especial. El objetivo era saber hasta donde llegaba esa atracción y se le ocurrió una idea para averiguarlo y, además, lograr que viniese voluntariamente hacia él.

- Educación, Buenas Tardes, mi nombre es Paula, ¿En qué puedo ayudarlo?

- Sí, buenas tardes Paula. Soy Michael Martins. -por unos segundos Paula se quedó sin habla. Lo que menos esperaba era estar hablando por teléfono con "su" doctor. ¿Sería para suspender la sesión del jueves? O quizás querría hablar con Patricia. ¿Algo andaba mal en su tratamiento?. Éstas y miles de conjeturas más cruzaron por su cabeza en un instante, tratando de imaginar el motivo del llamado. Al notar que Paula no respondía, Martins continuó: -Antes que nada te pido disculpas por molestarte en tu trabajo, pero es que mi secretaria, Adriana, hoy ha tomado el día libre para realizar unos trámites personales y por ese motivo he sido yo quien abrió el consultorio. Al hacerlo encontré un mensaje en el contestador. Era una paciente que solicitaba anticipar la sesión ya que tenía cosas muy importantes que contarme. Desgraciadamente su mensaje excedió el tiempo de grabación y no pude saber quien era. Por la voz supuse que podría tratarse de tí y por eso es que decidí chequearlo hablando directamente contigo. -explicó Martins, tratando de armar una mentira con distintos sucesos reales.

Paula comprendió que "el destino" le estaba dando la oportunidad que había estado esperando. Sin importarle las consecuencias, decidió tomar el lugar de esa paciente que había llamado a Martins, sin saber que todo era una fabulación del doctor.-

- Bueno, en verdad fui yo quien lo llamó. Pero quiero aclararle que el mensaje no se cortó por haberse excedido el tiempo de grabación, como usted supuso. Lo que pasa es que me dió mucha verguenza molestarlo y decidí cortar la comunicación.

Del otro lado de la línea, Martins sonrió. El plan había funcionado a la perfección. Decididamente, Paula estaba desesperada por encontrarse con él y no le importaba mentir para conseguirlo. Sólo faltaba la parte más fácil: hacerla venir a su consultorio.

- Pero eso está muy mal. Si tienes la necesidad de contarme algo y no puedes esperar hasta la próxima sesión, es lógico que me llames y me lo digas. Nuestro tratamiento está en sus comienzos y cualquier cosa que te perturbe debes compartirla conmigo, si lo deseas. Ahora soy yo quien te pide que vengas cuanto antes y resolvamos tus inquietudes.

- Es que me imagino que usted deberá tener la agenda muy ocupada y no quiero crearle una incomodidad...

- Nada de eso. Justamente a las 20:00 horas tengo un turno libre y me gustaría que pudiésemos encontrarnos a esa hora.

Era fantástico, pensó Paula. Le daría tiempo para llegar a su casa y cambiarse de ropa "apropiadamente" para su encuentro con el doctor.

- Bueno, si usted no tiene inconvenientes, a las ocho estaría por allí.

- Perfecto. Te espero. Hasta luego, Paula.

Martins estaba satisfecho. Su nueva esclava estaba reaccionando mejor de lo previsto. Y sin necesidad de hipnotizarla. Se levantó de su silla y se dirigió hacia la sala de espera donde se encontraba el escritorio de Adriana, quién, obviamente, no había salido a hacer ningún trámite personal, como le había mentido a Paula.

- Adri, necesito que suspendas el turno de las 20:00 horas, ya que he recibido un mensaje urgente y tengo que presentarme en casa de un colega que necesita una interconsulta. Demás está decir que cómo es el último turno del día, me gustaría que te retires a tu casa unas horas antes de lo normal. En más de una oportunidad has tenido que quedarte después de hora y por lo menos hoy me gustaría recompensarlo.

- Bueno, como vos quieras. Desde ya te agradezco. Voy a aprovechar para pasar por el supermercado y hacer algunas compritas.

- Ok. -Martins volvió a entrar a su consultorio y cerró la puerta tras de sí. Es probable que a su próximo paciente lo durmiese por toda la sesión así tenía tiempo para pensar el plan que iría a aplicar con Paula.

En casi todo el camino, desde su casa hasta el consultorio de Martins, Paula había recibido infinidad de piropos. Algunos inocentes pero la gran mayoría decididamente subidos de tono, casí groseros. Es que su atuendo, su maquillaje y su manera de caminar, un poco forzada por el dispositivo que aún permanecía en su interior, invitaba a todo aquel que se la cruzaba a por lo menos comerla con los ojos. Como el día era primaveral, había decidido ponerse un top de lycra bien ajustado, que marcaban y exageraban el tamaño de sus inmensos pechos y dejaba al descubierto desde el ombligo hasta el comienzo de su vientre. Una minifalda negra, de cuero, que apenas tapaba sus cachetes, unas medias de encaje negro que afinaban y le daban una máxima sensualidad a sus piernas y unas botas de gamuza que llegaban hasta casi sus rodillas acompañaban el atuendo. Además su maquillaje era decididamente provocativo y había tenido unos minutos para pasar por la peluquería y retocar su pelo. Desde la última vez su pelo había crecido muy poco, pero decidió volverlo a dejar bien cortito y aumentó la tonalidad del rojizo. Cuando llegó la sorprendió la ausencia de Adriana, pero recordó lo que le había dicho Martins por teléfono. La idea de estar completamente a solas con él la excitó. Muy poco tiempo debió esperar su turno ya que a los pocos minutos de haber llegado, se abrió la puerta y salió Martins, quién, como todo el mundo ese día, se tomó unos segundos para observar el look de su paciente. Paula lo notó y al comienzo se ruborizó, pero inmediatamente se sintió muy reconfortada por la mirada que estaba recibiendo y aumentó su excitación, se puso de pie y ante la invitación del doctor, pasó al consultorio.

Se sentó en su silla y comenzó a explicarle a Michael el motivo de su "anticipada" visita. Le contó lo que había sucedido en el grupo de teatro, la posibilidad de hacer una obra con público y su deseo de reforzar el tratamiento para que no surgiera ningún imprevisto. Mientras hablaba, había cruzado sus piernas, dejando todo a la vista del doctor. Este no podía resistir dirigir sus ojos hacia la entrepierna de Paula, y cuando lo hacía, no podía evitar llevarlos hasta sus pechos. Paula se dió cuenta y exageró su postura en un juego de provocación que mantenía el clima al rojo vivo. Cuando Paula terminó su exposición, Martins la tranquilizó, le dijo que todo iba a salir bien y que, mientras ella había hablado, había pensado una técnica que reforzaría su autoestima y le daría la seguridad necesaria para enfrentar ese compromiso sin ningún inconveniente. Le preguntó si estaba lista y, ante su aceptación, se paró, se colocó frente a ella y chasqueó los dedos.

Paula entró en trance inmediatamente. Se puso de pié como impulsada por un resorte ya que pensó que era una falta de respeto estar sentada frente a "su amo" y recitó su plegaria ante Martins:

- Amo, estoy a tu disposición. He obedecido todo lo que me has pedido y quiero saber si lo he hecho bien.

- Veremos, esclava, veremos. Para confirmarlo quiero que te quites la ropa, te quedes completamente desnuda y te pongas en cuatro patas para poder observar tu culo.

Paula obedeció de inmediato. En unos instantes estaba totalmente desnuda y en la posición que le había ordenado su amo. Martins observó que el dispositivo se encontraba totalmente introducido dentro del culo de Paula y decidió quitarlo. Al hacerlo noto que el orificio anal se había dilatado bastante. Si no era todavía lo suficientemente grande era porque el dispositivo tampoco lo era. Lentamente, comenzó a desabrochar sus pantalones, ante la excitación de su esclava, que no solo imaginaba lo que estaba por suceder, sino que lo deseaba con toda su alma. Martins introdujo su pene, con algo menos de dificultad que la vez anterior, mientras que con las dos manos aprisionaba los pechos de Paula. Si bien sentía una sensación placentera, no estaba del todo conforme. El conducto seguía siendo lo suficientemente estrecho y la presión que hacía sobre el pene provocaba en él unas rápidas ganas de eyacular. Y era eso lo que no lo satisfacía. La mayoría de sus "clientes" eran personas de edad que apenas si tenían restos para un solo "polvo", y no les caía nada bien abonar considerables sumas de dinero para tan poco tiempo de placer. Contrataban a las muchachas de Martins porque éste les aseguraba que ellas se someterían a los juegos más perversos y humillantes con absoluta docilidad, juegos a los que nunca se les ocurriría ni siquiera proponer a sus respectivas esposas y/o amantes. Y las jóvenes no solo obedecían sino que hasta se las veía gozar como si fueran ellas las que estaban recibiendo "el servicio". Como estaba gozando Paula en ese momento, quien totalmente ajena a los pensamientos de su amo, ya había alcanzado el tercer orgasmo, furibundo, explosivo, que nublaba totalmente su mente y la convertía en más dócil, más obediente, más "esclava perfecta".

Martins desechó rápidamente la idea de introducir un dilatador más grande en el culo de Paula, debido a que le iba a molestar mucho y, estando fuera de trance, podría darse cuenta de lo que llevaba insertado. Retiró su pene del culo de su esclava sin haber eyaculado, lo que provocó en Paula un gran desconsuelo. De todas maneras se quedó en la posición en la que se encontraba para no molestar ni desobedecer a su amo. Mientras tanto, Martins se quedó pensando un momento hasta que se le ocurrió una idea, que decidió ponerla en práctica en ese mismo momento.

- Paula, quiero que me mires a los ojos -la joven abandonó inmediatamente su posición y se colocó frente a su amo, completamente desnuda, mirándolo fijamente a los ojos- A la cuenta de tres vas a dormir profundamente, pero te mantendrás de pie. Vas a estar totalmente relajada y tu mente abierta a todas mis órdenes, las cuales, como es lógico obedecerás ciegamente y sin ninguna objeción....uno......dos......tres.

Los párpados de Paula cayeron de inmediato y su cara mostró un estado de relajación total. La cabeza cayó sobre su pecho y los brazos quedaron colgando a cada lado de su cuerpo. Parecía un robot al que habían desenchufado. Martins continuó:

- Cuando despiertes, por supuesto, no recordarás nada de lo que ha sucedido aquí. Te sentirás muy feliz y muy plena. Cuando salgas a la calle, inconscientemente, mirarás detenidamente a todos los hombres que se crucen en tu camino y cuando encuentres alguno bien robusto y que te parezca que puede estar "bien dotado" sentirás una atracción irresistiblemente sexual hacia él. Lo intentarás seducir de todas las maneras hasta lograr llevártelo a la cama. Una vez allí sólo permitirás que te penetre por el culo. Intentarás quedarte toda la noche con él y durante toda la noche harás que te penetre por atrás. Obedecerás a todo lo que te pida, sea lo que fuese, a cambio de que te siga haciendo el culo todo el tiempo posible. No te estará permitido tener un orgasmo, pero lo buscarás intensamente, por lo que querrás hacer el amor durante toda la noche. Para lograr que tenga una erección que le dure varias horas, le mezclarás esta pastilla en alguna bebida que esté tomando. Cuando esté distraído, entrarás en trance momentaneamente y dejarás caer esta pastilla en su vaso, luego saldrás del trance y no recordarás haberlo hecho. Cuando llegues a tu casa, después de haber cumplido mis órdenes te acostarás a dormir un rato, hasta que llegue la hora de ir a tu trabajo, y cuando despiertes no recordarás nada de lo sucedido la noche anterior. ¿Me has comprendido?

- Absolútamente, amo. He comprendido y obedeceré

- Muy bien, esclava. Ahora quiero que abras los ojos pero sigas en trance hipnótico. -Paula los abrió inmediatamente y su cara volvió a tener la expresión de esclava dócil y obediente.

- Antes de que te vayas, me gustaría que con tu hermosa boca me ayudes a descargar toda la leche que he guardado para tí.

Paula comprendió. Su cara se iluminó. Su amo le estaba ofreciendo su leche y ella quería recibirla como el regalo más importante de su vida. Se arrodilló hasta quedar a la altura del miembro de Martins y comenzó a esforzarse para que esa mamada fuese inolvidable. Tragó toda la leche con una devoción y un esmero digno de una esclava bien aplicada.

Tercera Parte...