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Intruso

en Sexo Anal

E L I N T R U S O

La pequeña historia que paso a contarles realmente me sucedió y tuvo lugar hace al menos diez años, durante mi adolescencia. Desde muy temprana edad sentí fuertes deseos de ser mujer. Lo disimulaba lo mejor que podía pero la verdad es (hasta ahora) que no paso un solo día sin usar alguna prenda íntima o buscar en el diario los servicios de algún muchacho bien dotado.

Lo cierto es que por aquel entonces yo tenía una barra de amigos del barrio, con la que compartía salidas, etc. Nunca pensé en tener nada con ninguno de ellos; a todos les gustaban las chicas y además sería una locura intentar nada, ya que no podría seguir viviendo allí.

Como no siempre decidía salir con ellos, prefería quedarme en casa cuando mis padres salían para así poder vestirme de mujer y, para qué negarlo, también disfrutar introduciéndome en el ano las más diversas cosas que se puedan imaginar. Al cabo de un tiempo considerable de negarme a salir con mis amigos dando excusas infantiles, creo que todos, o al menos uno de ellos empezó a imaginarse que había algo raro en el asunto, dado que no salía con ninguna chica ni tampoco me iba de la casa.

Al mes siguiente aproveché un dinero que tenía para comprar varias prendas de lencería así como unas hermosas sandalias con un taco altísimo que, en conjunto con la lencería, me hacían toda una puta hambrienta de hombres.

Un buen día me encontraba yo así vestido cuando de repente me sobresalté por un ruido que escuche a mis espaldas, y al darme vuelta para ver lo que era se me congeló la sangre. Uno de mis amigos, el que yo menos pensé que sospechara lo más mínimo, había saltado la pared medianera de mi casa y ahora se encontraba en el patio frente a mí, mirándome de pies a cabeza. Después de unos diez minutos de verme vestido de mujer (en ropa interior para colmo) sin poder creer lo que veía, se me acercó. Yo todavía seguía duro del terror. Y a continuación se dio el más increíble de los diálogos, de esos que jamás hubiera creído, de no haber sido por que formé parte de el.

El: - Pero cómo, ¿sos puto?

Yo: - Sí, soy puto. Andá a contárselo a todos si queres, ya me arruinaste

la vida.

El: - No, pará, no te vayas. A verte... hummm..., bombachita, tacos altos

¡Y que pedazo de corpiño! debes esconder un muy buen par de tetas

ahí abajo... ¿¡y esto!? ¿¡Usás medibachas también!?

Yo: - ¿Encima de que entrás así a mi casa y me jodes de por vida, todavía

me gastás? Sí, uso medibachas desde los doce años y no, estas

tetas no son mías. ¡Ojalá lo fueran! Ahora por favor andáte, y

dejáme solo.

El: - Pero pará... ¡Qué linda colita que tenés!

Yo: - Dejáte de boludeces y decime qué querés...

El: - Mirá, yo no ando en la tuya, pero después de haberte visto así me

dan unas ganas terribles de cojerte.

Yo: - ¡¿Queeeeeeeeeeeee?!

El: - Si, dale, ¿me vas a decir que no querés? Sólo un poquito nada más.

Yo: - Eehh... yo... no sé, no estoy seguro. No me gustan tus bromas, vos

no sos gay.

El: - No es broma. Quiero llenarte el culo de leche.

Yo: - Bueno, si vos querés... ¡Rompéme el culo! ¡Ya!

El corazón me dio un vuelco después de semejante diálogo, ya que jamás me creí en una situación así con nadie, y menos con alguien de la barra.

Cuando llegamos a mi habitación me tocó de pies a cabeza, dándose el gusto de tocarme la cola con las dos manos, dándome algunas palmaditas en las nalgas. Todavía recuerdo que, a pesar de ser mi primera experiencia con un chico, estaba sorprendentemente resuelto y sin miedo.

Me senté a los pies de la cama y comencé a bajarle el cierre del jean y luego se lo bajé todo, hasta el slip. Acto seguido una tremenda y erecta pija de no menos de quince centímetros ya desaparecía en mi boca, llegando hasta mi garganta. No podía creer que él realmente quisiera acostarse conmigo, pero evidentemente, sus exclamaciones mientras se la chupaba me daban la razón. Estaba loco de emoción y jugué con su pija y mi boca como si tuviera un juguete nuevo.

El: - ¿Y, te gusta?

Yo: - ¡Sí, me enloquece! ¿Y a vos?

El: - También, no sabía que eras tan bueno chupándo pijas. ¿Chupaste

otras antes, o esta es tu primera vez?

Yo: - No, la tuya es la primera, y te la quiero chupar otros quince

minutos.

El: - Chupala todo lo que quieras.

Yo: - Che, ¿de verdad me vas a coger? Te pregunto porque tengo muchas

ganas y no sé si vos estás seguro...

El: - Sí, quedáte tranquilo, la vas a sentir. Ahora seguí chupando.

Y antes de que pudiera contestar me metió su tremenda pija en la boca otra vez. Durante más o menos quince minutos seguí tragándomela entera como si fuera la última vez, al punto de que se me empezaba a caer la baba. Cuando él vio eso, se terminó de desnudar y se corrió un poco hacia atrás. Lo comprendí perfectamente: el momento había llegado.

Con el pulso acelerado y una sonrisita nerviosa me saqué la bombacha y me bajé las medias hasta las rodillas. Entonces él me fue llevando a la cama hasta ponerme en cuatro patas, con las nalgas bien abiertas.

Sin saber cómo, sentía como mi ano se iba abriendo lentamente mientras mi amigo me pasaba los dedos con saliva. Según él, yo ya me encontraba bien abierto y listo para la penetración. Entonces se colocó por encima de mí y después de apoyar la cabeza de su pijota en mi ano, sentí como lentamente una enorme manguera se abría paso más y más, hasta mis entrañas. No pude evitar lanzar un quejido ante tal penetración, y más siendo la primera, pero en el fondo de mi corazón deseaba mucho más, aunque doliera. Comenzó a sacarla casi del todo y cuando creí que era ya el temido final (inocente de mí), arremetió hasta mi fondo otra vez, dejándome con la boca abierta. Esa me gustó más.

Y la siguiente me gustó aún más. Y la siguiente, y la siguiente, hasta que yendo un poco más rápido consiguió sacarme las más variadas exclamaciones de placer que puedan imaginarse, en medio de pícaras sonrisas. Aproximadamente veinte minutos de bombearme en el culo sin parar, fueron de puro placer para mí con un poquito de dolor de cuando en cuando, y yo estaba seguro de que mi amigo también se la estaba pasando en grande. Después de unos segundos empecé a sentir una creciente sensación de placer que se fue extendiendo por todo mi cuerpo y me hacía gemir sin parar, hasta que al final aumentó en mi culo de tal manera que grité como un loco pidiendo más y más, mientras él me cogía con más fuerza. Fue mi primer orgasmo anal. Al terminar, caí rendido en la cama unos minutos todavía con su pija adentro de mi colita y luego me puse en cuatro patas de vuelta, para que mi amigo siguiera.

Su enorme instrumento se deslizaba con una agilidad sorprendente dentro de mí, cuando empecé a escucharlo gritar cada vez más. En su momento culminante fue como si el tiempo se detuviera: se movió lentamente dos veces para luego darme la estocada final, dejándomela toda entera adentro mientras él gritaba de placer. Grandes chorros de espesa y caliente leche comenzaron a inundarme las tripas de tal manera que pensé que llegarían a mi estómago. Realmente tuvo un gran orgasmo, ya que no paraba de gritar y, cuando al fin paró y me la sacó, de mi culo comenzaban a caer blancas gotitas por mis piernas temblorosas.

Con una mezcla de alegría y nervios me di vuelta a mirarlo con una sonrisa, ignorando el dolor en mi colita. Se lo veía cansado y agitado, y confieso que yo me sentía parecido, pero nunca imaginé lo que me iba a pedir después. No fue de limpiarse, ni mucho menos descansar. Me pidió que se la chupe un poco, otra vez. Aunque desconcertado, accedí a su pedido con una amplia sonrisa. Para mi asombro observé como su pija, que parecía ya débil y blanda después de tan tremenda cogida, empezaba a endurecerse rápidamente dentro de mi boca a medida que la iba chupando.

Al levantar la vista aún con su berga en la boca, lo vi sonriéndome, lo que enseguida comprendí como una gran insinuación para otra culeada de novela. Ni lerdo ni perezoso me puse en cuatro patas otra vez (desde entonces mi posición preferida para el coito) y esperé con ansiedad la nueva penetración.

Para entonces mi colita se había cerrado un poco, pero no hubo necesidad de rogar por más, ya que él solito me la dilató por segunda vez cogiéndome con renovada energía. Diez minutos después yo ya estaba por mi segundo orgasmo anal y, sin imaginarme, con todavía media hora más (¡¡¡Sí!!! ¿pueden creerlo?) de bombeo infatigable. Me tuvo delirando durante esos treinta minutos en los cuales su terrible berga hizo las delicias de mi destrozado culo, sacándola del todo y volviendo a meterla, metiéndomela hasta mi tope y de mil maneras más.

Cuando lo escuché gritar nuevamente, señal de lo que ya sabía que estaba por llegar, me dispuse a relajarme para sentir de nuevo la arrolladora violencia de la última estocada hasta lo más profundo de mi culo y su posterior y abundante eyaculación. Pero esta vez fue diferente. Había parado de gritar y se había bajado de la cama hacia los pies de la misma. Al darme vuelta y verlo hacer eso, instintivamente me senté en el borde de la cama, como al principio. Empecé a chupársela de vuelta con mucho vigor hasta que terminé de rodillas en el piso, siempre chupando, siempre su gran berga en mi boca. Entonces paré, nos miramos, y sin que ninguno dijera nada yo abrí la boca sacando mi lengua. El acercó mi cabeza a su pija con una mano mientras con la otra se masturbaba. Y de pronto, un gran grito fue el comienzo de grandes chorros y gotas de leche llenando toda mi boca y manchándome la cara, cayendo por las comisuras de mis labios, la barbilla y por último mis enormes "pechos", escondidos debajo del corpiño.

Satisfecho, me pasó la pija por la cara y los labios y me dijo que me dejara caer la leche que tenía en la boca, para ver como me babeaba. Y le dije que ya era demasiado porque no pude con mi genio y me la había tragado toda, que si él quería ver eso me tenía que coger dos veces más.

El se rió por la broma y comenzó a vestirse, mientras yo me subía la medibacha (no, por supuesto que no me la saqué, jamás lo hago) y me ponía mi bombachita, todavía relamiéndome por tan exquisita leche bebida.

Luego de descansar un rato y ofrecerle algo de tomar (muy poco pago por tan estupendo servicio) salí a despedirlo a la puerta así como estaba: en bombacha, corpiño y medias, deseando más visitas como ésta, a lo que él accedió con mucho gusto diciendo que vendría con toda la barra. Me vio palidecer ante la idea, pero me dijo que no había problema y que lo tenía todo bajo control. Entré a casa pensando en mi amigo y en que me había acostado con él, un chico, por primera vez. Después pensé en la idea de hacerlo con todos los chicos de la barra y sonreí: claro que no había problema. Debía quedarme tranquila, yo ya era toda una mujer...