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El buen hábito de cogerme

en Sexo Anal

E L B U E N H A B I T O D E C O G E R M E

Estos encuentros sucedieron muy a menudo desde la primera fiesta, lo que podría calificarse como una buena costumbre eso de cogerme tan seguido. Los chicos venían a verme con cierta frecuencia aunque mi casa no estuviera sola, lo que suponía ir a un hotel o a la casa de algún otro. Eso sí: siempre vestida de mujercita, para que sus bergas se endurezcan rapidito.

A veces hasta me acompañaban al negocio a ver que me iba a comprar. Lo cierto es que ese día mi amigo me pretendía para el solo y así me lo comunicó. Por supuesto acepté de inmediato, ya que volver al comienzo después de haber pasado tantas pijas por mi culo siempre es bueno. Increíblemente todavía seguía siendo relativamente estrechito, y eso era lo que nos gustaba a todos, principalmente a mí.

Esta vez fue en la casa de él, a una cuadra de la mía, y en su cuarto.

Lo vi un poco desilusionado al verme, pensando que toda mi lencería había quedado en casa, pero cuando me vio salir del baño se le empezó a caer la baba como el primer día. Realmente podía ver el deseo en su rostro. Se me acercó y me tomó de la cintura, siempre con su sonrisa pícara, y me dijo que tenía una calentura bárbara y que pensaba cogerme todavía más y mejor que nuestra primera vez. Le dije que esperaba que eso fuera realmente cierto porque extrañaba su enorme bulto y además andaba necesitando un buen servicio con urgencia. Me llevó a la cama y como siempre, primero una buena chupada. Ya sin sus pantalones, le bajé el slip y su berga dura salió a mi encuentro. Enseguida me la llevé a la boca y empecé a chuparla suavemente, saboreando cada centímetro de esa gorda y larga morcilla, hasta su jugosa cabezota. La chupé con muchísimas ganas, mientras él se estremecía. Cuanto más dura y grande se ponía más se la chupaba hasta que casi le explota. Yo creí que ya estaba bien, pero él quiso seguir y me la metió de nuevo en la boca. Seguí chupándosela con todas las ganas hasta que estuvo re-colorada y sin previo aviso me largó unas cuantas gotas de leche que me empaparon toda la cara. Estaba por hablarle cuando me interrumpió y me dijo que aún habiéndome acabado en la cara como lo hizo (cosa que nos gustó a ambos) quería que la chupe un poco más.

Obedecí con gusto y seguí chupando. Ahora me gustaba todavía más; podía sentir los restos de semen caer de su miembro parado en mi lengua. Sin dejar de chupar tragué todo lo que pude. No sé bien por qué, pero es locura que tengo por el semen, es mi más exquisito manjar. Las gotas de leche seguían gorgoteando de su enorme cabeza y se mezclaban con mi saliva, que empezaba a caer en finos hilitos por las comisuras de mis labios y mi barbilla cada vez que se la chupaba a fondo. Me vio tan dedicado chupándosela que le dio pena interrumpirme, pero de todos modos lo hizo. Igual que la primera vez, el momento de la sodomización había llegado.

Comencé a sacarme la bombacha y bajarme las medias de la manera mas sugestiva que pude mientras mi amigo me miraba excitado, cosa que se reflejaba perfectamente bien en su gran pijota dura. Me subí a su cama y me puse en cuatro patas, entregándome por entero a su sed de sexo. Y nuevamente se ubicó por encima de mí y tras apoyarme la cabeza recibí en mi ano hambriento la entrada de su enorme manguera hasta mi más profundo rincón. Ahí, sin más demoras, empezó a bombear como él sabe que me gusta, enloqueciéndome de placer. No sé qué le pudo haber pasado en mi ausencia, pero ahora estaba aún con más energía que antes. Bombeó y bombeó sin parar entre gemidos, exclamaciones y agites de ambos. Quince minutos, media hora... A los cuarenta minutos empecé a gemir como loco y después a gritar pidiendo más y más fuerte. El me dio el gusto y estuvimos así durante cinco minutos, al cabo de los cuales exploté en uno de los más fuertes orgasmos anales que pueda recordar.

Tuve que apoyar la cabeza en la almohada porque no podía más, y supe que mi amigo seguiría cogiéndome mientras tuviera mi colita al alcance de su pijota. Y silenciosamente se lo agradecí con una sonrisita. Me puse en cuatro patas de nuevo y no pasaron ni dos minutos cuando llegó su primer orgasmo, tan espectacular como el mío. Su pito se había agrandado dentro de mí mucho más que al principio, y cuando me dio la estocada final la sentí completa y tan ajustada como si mi culo fuera un guante de látex para su pene. Creí que me lo iba a reventar, cuando de pronto llegó de golpe toda la leche que estuvo acumulando desde que me penetró. Aún con su pito tan atorado dentro mi colita, pude sentir el envión de tres escupidas largas, que me bañaron de tibia y pegajosa leche las tripas. Después de eso me pareció que su berga era como tragada por mi culo, como si en vez de querer sacarla (como es el reflejo normal) por el contrario deseara meterla todavía más. Mi alarma llegó al máximo cuando, además de comprobar que así fue, sentí que mi culo comenzaba a cerrarse. Le avisé lo que pasaba y dijo que él también lo sintió pero no la pudo sacar a tiempo, y que había que esperar a que yo relaje mi intestino y lo libere. Y con una sonrisita me dijo que el culo me iba a quedar como una flor pero que me iba a gustar la sensación. Así que lo único que podíamos hacer era ponernos lo más cómodos posible (yo acostado boca abajo y él sobre mí, obviamente) y esperar...

Ya habían pasado unos veinticinco minutos y, aunque la sensación era espectacular, su pito no se deshinchaba y mi culo no cedía. Empezaba a desesperarme cuando él me calmó diciendo que intentaríamos sacarla por las nuestras. Tras no pocos esfuerzos y diez minutos de cuidadoso forcejeo logramos sacarla. La cabeza había quedado un poco atorada en mi esfínter, y cuando al fin la sacó mi culo hizo un cómico ¡pup! Inmediatamente deduje el estado de mi culo por lo que sentía yo (un tremendo y estirado orificio que no podía cerrar) y la cara de sorpresa de mi amigo. Un agujero negro de no menos de tres o cuatro centímetros con un coloradísimo labio exterior y una pequeña parte un poco rosada por dentro fue lo que vi cuando él me trajo un espejito. Sin explicación alguna, me causó tanta gracia que no pude evitar soltar una carcajada.

Y aunque no me lo crean, lo primero que hice por instinto cuando me calmé fue buscar su pito para chuparlo otra vez. Me miró confundido al creer que no querría saber nada más de sexo por un tiempo prudencial, pero se equivocó. En cuanto se la puse dura le pedí que me atravesara la cola con otra vez.

Y así lo hizo, sólo que esta vez íbamos a explorar otra forma de hacer las cosas. En lugar de mi siempre favorita posición de cuatro patas, me propuso hacerlo inclinado. Así que me incliné sobre la mesa del living como abrazándola, con la cara pegada a ella. Abrí un poco más mis nalgas y mi colita ya estaba al descubierto, lista y abierta para otra fenomenal cogida de mi macho preferido. Como buen caballero que es no hizo desear a su hembra (porque de dama no tengo nada) y justo en ese momento empezaba a sentir como su enorme falo cabezón me dilataba el esfínter para entrar otra vez y comenzar a deslizarse de afuera hacia adentro y de adentro hacia fuera, con su bombear constante y su ritmo tan característico.

No podía creer como esta nueva posición cambiaba la visión de las cosas, empezaba a ser muy buena e interesante para disfrutar, si bien ponerme en cuatro patas para el coito era algo insuperable desde todo punto de vista. Además había algo sentimental con esa posición; mi primera experiencia con un muchacho había sido poniéndome en cuatro patas, y aparte del enorme placer que eso me produjo, es y será mi primera experiencia, la más linda e inolvidable de todas aunque tenga mejores.

Los enviones cada vez más rápidos y fuertes me devolvieron a la placentera realidad cuando comencé a darme cuenta del principio de mi segundo orgasmo anal. Cuando estaba por llegar a la cumbre del placer oigo que también mi amigo empieza a gritar de gusto. Empecé a gritar como un animal y a retorcerme del placer en la cima de mi orgasmo cuando también él grita desaforado, al tiempo que un incontrolable y caudaloso río de leche me inundaba el culo por completo y rebalsaba en pequeños chorritos cayendo al suelo, taponado en su mayoría por la tremenda pija de mi amigo. Cuando tuvo energía para sacármela (ya que empezaba a atorárseme en la colita otra vez) escuché caer al suelo el resto de todo ese semen que mi enorme y abierto culo no se tragó.

De verdad estaba muy cansado pero todavía me quedaban ganas de seguir un poco más, ya que su expresión de alegría por dejarme verdaderamente satisfecho me dio ánimos, y en él también asomaba una marcada intención de no parar de cojerme hasta dejarme el orto como una cacerola (estado del que no andaba muy lejos después de mi primera fiestita). Me acerqué a él y tomando su caído aunque gigantesco miembro para masturbarlo un poco, le pregunté si no quería que probáramos de hacerlo boca abajo, como en nuestro inesperado accidente. Aceptó de buena gana. Mientras íbamos a la cama otra vez yo iba adelante llevándolo del pito (que enseguida se puso como una morcilla) y el se entretenía pellizcándome las nalgas. Me acosté cómodamente boca abajo en su cama y separé mis nalgas para dar paso al gran pedazo de carne dura que tiene por berga mi gran amigo.

Como se había acostado encima de mí pero todavía no me había penetrado, le dije que si no sabía qué hacer con su gran pija, mejor que me la metiera en el culo, que yo tengo lugar de sobra y no me molesta para nada. Se río de mi broma y enseguida me hizo caso, forzándome la colita y dando fuertes envestidas que me llegaban, para variar, hasta el fondo. Me cogió y me cogió y siguió sin parar durante un largo rato. Mientras me bombeaba me preguntó si no prefería mi posición favorita, ya que él también tenía ganas de terminar la noche de una forma clásica y placentera. Le di el gusto. A los cinco minutos de cogerme así empecé a gemir sin parar y cada vez más fuerte. La sensación me recorría todo el cuerpo mientras yo gritaba cada vez más. Sus continuas arremetidas contra mi culo nos retorcían de placer a los dos hasta que me dio la estocada final y acabamos juntos a lo bestia. Yo tuve un tercer orgasmo por el culo que por poco me provoca un desmayo, y el liberó tanta leche en su grito que además de rebalsarme el culo otra vez manchó todas las sábanas.

Después de semejante noche descansamos un cuarto de hora y luego yo empecé a vestirme para volver a casa y reponer fuerzas. El se vistió y me acompaño hasta la puerta donde nos despedimos hasta la próxima visita, que siempre es mucho mejor que la anterior, donde volveríamos a encontrarnos para seguir cultivando juntos el buen hábito de cogerme.