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Amigas y perras

en Zoofilia

A M I G A S Y P E R R A S

Estábamos las dos sentadas en sendos sillones, en el living de su lujosa casa de campo a la espera de disfrutar de un día como pocos podríamos vivir. Semidesnudas y a pesar de haber pasado una noche ardiente juntas, nos mirábamos con un deseo anormal de sexo que nos era tan difícil de contener como los nervios por lo que nos tocaría en un rato. Conocí Reny en una playa nudista española el verano pasado.

Su personalidad tan seductora y su belleza me hicieron sucumbir a su deseo de mi cuerpo y no me pude resistir a besarla en esa misma playa.

De cuerpo escultural y atributos generosos, al verla contonear sus curvas entendí lo fácil que fue convertirnos en pareja.

Desde entonces no había dejado de adorar mis tetas y al conocernos mejor no sólo me las mamaba, lo cual hacía estupendamente bien, sino que incluso me ordeñaba, lo que hacía aún mejor.

Ella sabía mi gusto por el dolor en el sexo, y para mi sorpresa me regaló todo un set de accesorios apropiados para eso, entre los que se encontraba uno de mis favoritos. Era una cadena delgada con un redondelito metálico que se enganchaba a mis pezones por sus dos extremos y se ajustaba con una pequeña rosca, y otra que se unía a la anterior por el medio para que la persona que la agarraba por la punta libre tirara de ella y me infligiera. También podía modificarse para enganchar una cadena en cada pezón y así poder tirar de ambas tetas independientemente y en direcciones distintas, o cambiarle el redondelito de sujeción por una especie de argollita abierta en forma de semicírculo que de un lado tenía una filosa púa, cosa de clavarla en el pezón y luego girarla para cerrar la argollita con un clic y lograr el mismo propósito, pero con más dolor.

Además de la generosidad de mis senos (de ahí que cariñosamente me llame vaquita), mis pezones eran de aureola grande y protuberancia muy carnosa, por lo que le parecieron perfectos para esta clase de juguetes de placer.

Ahora mismo tenía puesta esta fantástica cadenita y Reny se divertía tirando suavemente de ella para darle movimiento a mis tetas como si fueran títeres, haciéndome sonreír y felicitándose por su excelente gusto al elegir.

Tiraba de la cadena lentamente hasta estirarme los pezones de una manera que ya daba impresión y se asombraba de su flexibilidad a costa de mi dolor, excitándome al sentir las puntadas del dolor.

Mientras la veía y la sentía jugar con mis pechos no quitaba la atención de la hermosa lencería que tenía puesta y que habíamos comprado juntas días atrás: un corsé de raso negro con portaligas muy fino, que no tenía tasas sino grandes curvas con aro para dejar mis pechos desnudos pero sostenidos, hermosas ligas negras de encaje brillantes enganchadas al liguero y sandalias negras de taco aguja. Reny por otro lado estaba embriagadoramente sexy: llevaba un hermoso body blanco con encaje y portaligas, ligas blancas también de encaje y sandalias blancas. Ambas estábamos sin bombacha.

Recorría su cuerpo de los pies a la cabeza con la mirada de un amante y a cada centímetro me mojaba más y me moría por abrirme de piernas para ella, para que me atravesara de nuevo con ese juguete que se había comprado, esa bombacha con el enorme consolador adelante. Ella lo sabía y no hacía más que alimentar maliciosamente mi hoguera fijando su vista en mi pelvis y tirando de de mis tetas.

Estábamos en nuestro juego cuando repentinamente oímos el ruido de un cerrojo al abrirse y la entrada estrepitosa de varios perros que venía de la parte posterior de la casa, afuera. Nos levantamos de un salto y a paso ligero salimos de la casa a caminar por el parque en dirección del canil que Reny tiene a varios metros de ahí, donde descansan sus cinco hermosos perros, entre ellos Atila y Nerón. La sirvienta de Reny los había sacado a dar una vuelta por los alrededores mientras ella y yo nos preparábamos para aparearnos con ellos, que ese era el motivo de su invitación. Los animales estaban dentro del cerco alambrado del canil; hermosos y grandes perros bien alimentados y cuidados en todo sentido, que por otro lado estaba en su período de celo. Y, por supuesto, perfectamente entrenados para darle placer a una mujer. Todos ellos estaban preparados para fornicar al ver a Reny en posición o al recibir una orden de ella. La idea de mi amiga era entrar en el canil y que la lujuria de sus animales nos devorara allí dentro, pero aunque sonaba bien a mi encendía terriblemente la idea de calentar a los perros a través del alambrado hasta que no pudieran mas de las ganas y luego ponernos en posición a la distancia para que la sirvienta abra la puerta del canil y ellos vinieran por nosotras. A ella le pareció mejor de esa forma y así lo hicimos. Nos paramos delante del alambrado con todos los perros apiñados del otro lado por nuestra presencia, saltando y ladrando por salir, y nosotras empezamos a darnos un muy dulce y profundo beso de lengua al tiempo que yo rodeaba su cuello con mis brazos y ella hacía lo mismo con mi cintura. Nos excitábamos mutuamente tocándonos y acariciándonos como sólo dos mujeres pueden hacer, mientras el flujo del deseo bajaba lentamente por la vagina de las dos, dejándole oler en el aire a los animales que nosotras también estábamos en celo. Ahora los perros estaban fuera de si, y nosotras seguíamos aún más; yo le mordía los labios a Reny y la manoseaba por todos lados mientras ella me frotaba la entrepierna y me daba fuertes y sonoras palmadas en las nalgas, correspondiendo mis besos. Al volver a ver a los perros, estaban ya con sus pitos enrojecidos y muy erectos, ladrando desaforadamente por salir y casi golpeándose contra el cerco. Ya estábamos abundantemente mojadas y decidimos ponernos de espaldas e inclinarnos hacia delante para pegar la entrepierna al cerco separando un poco las piernas, para que ellos nos lamieran y así darles de probar un poco de lo que tendrían.

Las dos sentimos como varios hocicos inquietos enseguida nos olisqueaban el culo la conchita, nos lamín todos los jugos que de allí salían con una voracidad tremenda.

Al mirarnos a los ojos supimos que era el momento. Caminando de la mano rodeamos el cerco alejándonos de la puerta del canil unos veinte metros más o menos y nos pusimos en cuatro patas con los labios vaginales separados, dejando nuestro sexo obscenamente al descubierto y a merced de las fieras. Luego de haber traído las mantas sobre las que ahora estábamos, la sirvienta ya estaba junto a la puerta del canil esperando la seña de Reny. En medio del bullicio ensordecedor y descontrolado de los perros me preguntó con ansias si estaba lista y yo ávida de sexo animal le dije que si, que los soltara.

Reny levantó una mano y la sirvienta abrió la puerta, liberando a esa jauría enardecida que ahora venía furiosamente por sus presas. Los perros nos alcanzaron en cuestión de segundos y antes de que me diera cuenta unas fuertes patas rodearon mi cintura y un instante más tarde fui penetrada por un enorme miembro que me defloró violentamente. No pude contenerme al haber sido poseída de tal manera y con los ojos muy abiertos exhalé un grito ahogado que no llegó más allá de mis labios, mientras veía estupefacta como Reny tenía los ojos en blanco y sonreía casi sacando la lengua del placer de encontrarse en la misma situación que yo.

No estaba segura de qué perro estaba con ella, pero el que estaba conmigo debía ser el famoso Atila del que tanto y tan bien me había hablado. Y vaya si tenía bien elegido el nombre... Era de gran porte, tenía un miembro tan considerable en tamaño como apetitoso y una vez que hubo entrado en mí comprobé su fuerza física en carne propia a través de las brutales embestidas que me propinaba. Era un animal fogoso y supo probar con creces las ganas que tenía de unirse a mí por medio del ímpetu que tenía para servirme. Con la mirada en el vacío y una media sonrisa me entregué dócilmente a mi macho dominante para que me faenara ante el resto de una manera ejemplar mientras miraba como el ovejero montaba a Reny y sacudía sus caderas sin parar; teniéndola bien sujeta, cogiendola fieramente y sin descanso.

Estaban haciendo estragos en nosotras, ya completamente sometidas a la voluntad de la jauría al tiempo que los demás perros nos rondaban incesantemente y en un momento hasta pude ver como la sirvienta se deleitaba masturbándose y mirando el espectáculo del que éramos objeto la señora de la casa y yo.

Atila me estaba colmando de placer, destrozando mi vagina con su falo canino que entraba y salía de ella sin parar mientras mi corazón latía fuertemente de los nervios y yo gemía de placer y lujuria por sentirlo acabar.

Reny gemía sin parar ante las brutales estocadas que le daba el ovejero; no podía ver bien porque durante el coito fueron separándose poco a poco de nosotros, pero casi podía escuchar como sus gemidos coincidían con cada entrada de su pito en el cuerpo de mi amiga. Unos minutos después empezamos a gritar como locas y me dio la impresión de que ellos parecían estar esperando este momento, porque al menos Atila empezó a bombearme más duro que antes. Nos estaban cogiendo sin misericordia hasta que finalmente el ovejero aprisionó a mi amiga con su nudo y entre gruñidos empezó a eyacularle dentro. Reny levantó la cabeza de repente y con los ojos muy abiertos exhaló un largo suspiro, y mientras el perro no paraba de inyectarle su fluido ella apenas si movía perceptiblemente los labios, todavía con esa mirada de asombro y miedo, como no pudiendo creer que su amante realmente la estuviera inseminando.

Atila tampoco tardó mucho ya que podía sentir su bola crecer dentro de mí a un tamaño tremendo, haciéndome ya su prisionera y al momento de sentirla apretar mi sexo desde dentro su pito escupió un denso chorro de semen al que pronto le siguieron varios más, acabando copiosamente dentro de mi feminidad. Con el corazón desbocado sentía esos pequeños empujoncitos que su inflamado pito daba para expeler el esperma y ahora tampoco yo podía creer que Atila me había cogido hasta hacerme gritar de placer.

Tras haberse descargado profusamente en mi cuerpo Atila dejó de montarme y enseguida se bajó de mi y se dio la vuelta, quedando cola con cola y perfectamente abotonados. Al girar un poco la cabeza vi como Reny y su macho disfrutaban de lo mismo mientras los demás se movían sin parar, preparándose para ocupar el lugar que nuestros machos pronto les cederían. Minutos después nos liberaban de su dominación, momento en el que apenas pudimos gatear hasta quedar enfrentadas cara a cara, y sonreímos de placer y complicidad por nuestro primer servicio juntas hasta que casi de inmediato fuimos penetradas de nuevo por otros dos integrantes de la jauría. Ya con la vagina previamente dilatada por tan tremendo miembro esta segunda penetración la sentí íntegra, centímetro a centímetro hasta quedar completamente llena de puro goce, suponiendo que Reny también. Las dos podíamos ver como la otra tenía el placer meramente sexual pintado en la cara y sucumbíamos apenas en cuatro patas debajo del cuerpo musculoso y enérgico de nuestros respectivos perros. La imagen de mi amiga montada frente a mi y con su cara de satisfacción junto a la de su perro, que la violaba sin piedad es un recuerdo que no podría olvidar jamás, fiel espejo de lo que me pasaba a mi misma en ese preciso instante.

Mi nuevo amante no dejaba de menearse a lo salvaje mientras gozaba indescriptiblemente con mi cuerpo y se retorcía de gusto al hacerme suya sin restricciones, apoyando su cabeza en mi hombro y sacando la lengua cuan larga era. Sus embates bestiales y la fuerte presión que hacía al agarrarme de la cintura me estaban matando, pero el placer de dejarme coger así por él era mucho mayor. Además se notaba que era un macho realmente dominante y me tenía totalmente sometida bajo su yugo, esclavizada y penetrada. Ahora era su perra y no había nada que hacer más que comportarme como tal.

Hubo un momento durante nuestro segundo servicio en que estando frente a frente Reny y yo empezamos a gatear hacia delante, apenas acercarnos cada vez más hasta quedar tan cerca la una de la otra que podíamos sentir el aliento de los jadeos y gemidos que los perros nos arrancaban, y sin poder aguantarnos más nos fundimos en un beso de lengua tan húmedo que nos derritió de la lujuria.

Mientras ellos nos fornicaban por detrás nosotras nos comíamos la boca, mordiéndonos los labios y disfrutando de la lengua de la otra hasta que la saliva de ambas nos caía por la comisura de los labios.

Tras varios minutos de gozar a pleno de esta forma los perros parecían estar llegando al clímax, ya que sus gruñidos y su ímpetu al cogernos iba aumentando rápidamente, al tiempo que su delicioso falo nos hacía acercarnos también a nosotras al deseado orgasmo.

Mi lengua se entrelazaba ardientemente con la de mi amiga en la unión de nuestros labios estábamos tan juntas que me pareció que vivía un sueño increíble. Pero enseguida comprobé que era tan real como placentero.

Mi perro me la estaba dando tan duro que hasta logró impedirme que siguiera besando a Reny y dejé sus labios para empezar a gritar de placer como una marrana al sentir como le crecía la verga. Quise gatear hacia un lado en un intento inútil por contener todo ese miembro palpitante pero su fuerza lo hizo aferrarse a mi pelvis aún más, ahora si impidiéndome todo movimiento para hincármela cuan profundo pudo. La punta de su falo presionaba sin cesar el punto más placentero de mi feminidad mientras su nudo terminaba de formarse dentro de mí y nos unía para el acto final.

Reny se encontraba en la misma situación, pero con la cara contra la manta, agarrándola con ambos puños y mordiéndola con los ojos cerrados para contener los tremendos enviones que su macho le daba y el gozo que recibía a cambio, ya a punto de plantarle su semilla. El perro parecía desbocado y ella desfallecía de gusto sometida por él. La muy cerda disfrutaba a lo grande y yo me reconocía tan cerda como ella por disfrutarlo así también.

Loca de placer gritaba y jadeaba babeándome con los ojos en blanco y una sonrisa de degeneración que mostraban el anuncio de mi momento final, hasta que por fin sentí el corazón latir casi hasta explotar y los pezones duros como piedras, dando lugar a una inmensa oleada de placer en todo el cuerpo que tuvo su punto máximo al recibir la última y más fuerte estocada.

Levanté la cabeza y con los ojos abiertos como platos grité un orgasmo brutal que me recorrió de la cabeza a los pies haciéndome gozar y temblar al mismo tiempo y que duró varios minutos mientras mi amante canino pasaba por lo mismo. Mientras disfrutaba como nunca sentía los ya conocidos empujoncitos de la eyaculación, que abundante y medio líquida ya estaba fecundando mi vientre por segunda vez. Ya con las últimas sensaciones del orgasmo desvaneciéndose y sintiéndome completamente satisfecha por el servicio podía disfrutar plenamente de la dulce inseminación de la que seguía siendo objeto y mientras más plantaba su semilla en mí por más le rogaba a mi amante, sin dejar de mirar a Reny a los ojos.

Ahora era ella la que no paraba de gritar como poseída, agitada y casi gimiendo de miedo ante lo inevitable, hasta que finalmente su macho no pudo más y como yo antes, también ella quedó fuertemente sujeta. Acto seguido y mientras mi vientre evidenciaba ya una pronunciada redondez producto de todo el esperma hasta ahora acumulado y que todavía entraba en mi, la vi explotar de placer en un orgasmo impresionante, dándome una imagen de ella que jamás había visto. Estaba toda temblorosa y pesar de que le perro la cogía tan fuerte que parecía que la mataba ella estaba como enloquecida pidiéndole más y más. La vi extasiarse al darme cuenta de cómo el perro le estaba acabando adentro y sus nalgas daban pequeños saltitos a cada chorro que él le inyectaba. En ese momento mi macho había terminado de embarazarme y decidió bajarse de mi espalda, quedando los dos tirante y dolorosamente abotonados, cosa que unos minutos después compartí con mi amiga. Las dos quedamos al final cola con cola con nuestros respectivos amos, con el vientre fecundo y un nudo tan grande como un puño dentro de la vagina, que en ocasiones todavía tragaba lo último de tan soberbias eyaculaciones.

Los perros nos liberaron luego de forcejear en nuestra concha por varios minutos dejándonos rendidas de cansancio y felicidad, y fueron a echarse por ahí cerca.

Nosotras en cambio, nos pusimos a jugar entre nosotras con el regalo que los perros nos habían dejado. Todavía en cuatro patas, Reny se me acercó y poniéndose detrás de mí me empezó a chupar la concha, lamiendo el semen que brotaba de ella al estar tan llena y no poder retener más. En un momento paró de chuparme y repentinamente me metió de golpe un dedo en la concha, haciéndome liberar una buena cantidad de esperma del que tenía acumulado, volviendo a lamerme a medida que brotaba y al final, cuando casi ya no caía más me hizo llegar a un segundo orgasmo metiéndome la lengua entera.

Estaba envuelta en llamas y al terminar de gozar me di vuelta como pude indicándole con la mirada que se diera vuelta para mí, y al hacerlo la empecé a chupar yo a ella. También yo quería mi ración de semen y al imitar lo que me hizo obtuve el mismo resultado, solo que al terminar yo fui más allá y la sorprendí metiéndole lentamente mi mano completa. La cogí con mi mano y disfrutó hasta que acabó en ella, y al sacarla la lamimos entre las dos.

De la jauría de cinco que eran, cuatro de ellos ya nos habían servido quedando sólo uno, uno muy especial...

Dije a Reny que quería ser la puta de ese último perro que quedaba y que lo deseaba para mi sola, pero por el culo. Estaba desquiciada de lujuria y me moría por sentir una buena verga animal por la cola, y aunque Reny dudo al principio por temor a que me lastimara seguimos adelante de todas formas. Ella prometió ayudarme si las cosas se complicaban, así que antes de empezar el último servicio acomodó la manta y acercó una de las sillas de jardín, para estar cómoda y en primera fila disfrutando de ver como uno de sus perros más grandes e incontenibles estaba por sodomizarme sin piedad.

Mientras mi amiga encerraba a los otros perros en el canil y traía al que faltaba yo me puse de nuevo en mi posición de perra sobre la manta, esperando a mi macho venir por mí. Reny había vuelto ya del canil y tras decirle a la mucama que sujete al perro se paró a mi lado para untarme en el ano un poco de esa mezcla de semen y mis propios jugos que manaba sin parar de mi concha, a fin de que la entrada de Nerón en mi no fuera tan dolorosa, y de paso me introdujo un par de dedos, solo para ver lo rico que se sentían.

Mientras seguía preparando mi orificio para la penetración hizo una seña y la criada se nos acercó trayendo a Nerón con la cadena, que se desesperaba por quitársela. Al llegar a nuestro lado se la desprendió y el enardecido animal se me vino encima con un apetito voraz, me montó ágilmente y en cuanto hubo acercado su miembro lo suficiente a mi vagina me la hincó con todas sus fuerzas, penetrándome limpiamente. Largué un gritito de gusto que pareció complacerlo (¿o al menos eso me imaginé?), pero justo cuando se disponía a faenarme Reny se esforzó en sacar su pito de mi concha para dirigirlo a su verdadero y estrecho destino. Todavía se meneaba fuertemente en la mano de mi amiga justo cuando ella se las arregló para apoyar la punta sobre mi esfínter lubricado y medio abierto, y en ese instante sucedió.

Me empaló con una violencia indescriptible y empezó a bombear con una desesperación tremenda, casi furiosamente, mientras mis ojos casi se salían de sus órbitas frente a lo que me hacía sentir. Me la metió muy adentro y el trabajo que estaba haciendo en mi culo era supremo; me tenía fuertemente agarrada y bien montada, y el servicio era deliciosamente placentero y doloroso a la vez.

Al ver que todo iba bien Reny se dedicó a ver el show sentada en su silla, con una amplia sonrisa y teniendo mi cara (mas bien nuestra cara, ya que Nerón tenía su hocico apoyado en mi hombro) a escasos centímetros de sus rodillas. Mientras Nerón me daba una cogía sin precedentes su dueña y yo nos mirábamos a los ojos y enseguida ella comprendió de qué se trataba. Se inclinó un poco y levantó del suelo la cadenita que estaba enganchada de aquella otra que yo tenía prendida de los pezones, y luego se volvió a recostar en el respaldo de su silla a participar un poco del espectáculo, al que ya tenía a la mucama como espectadora. A las dos les encantaba ver como Nerón y yo nos besábamos en la boca mientras él me rompía el culo, y Reny se divertía tirando de mis tetas cuando el beso duraba más que un par de lamidas. Ahora Nerón comenzaba a dar muestras de estar realmente gozando de mi estrecho culo, ya que su ritmo aumentó en velocidad y fuerza y ahora sí me estaba causando dolor, al sentir como su pito crecía dentro de mi culo cada vez más. Y para colmo mi amiga contribuía torturándome los pezones, y hasta le pasó la cadenita a la sirvienta para que se divirtiera haciendo lo mismo que ella, cosa que parecía alegrarla sobremanera. Lo cierto era que me estaban volviendo loca de placer entre todos; con el perro destrozándome por detrás y mi amiga con su mucama por delante.

El perro me estaba deshaciendo con ese bombeo brutal y encarnizado, como si hubiera estado esperando toda su vida para cogerme el culo y ahora lo hacía con una vehemencia infernal, que jamás creí que me diera tanto placer.

Estaba totalmente fuera de control y a pesar de que me gustaba como me cogía empecé a tener algo de miedo cuando su falo se empezó a hinchar en señal de que estaba por acabar, pero Reny no hacía más que sonreír y tirar de mis pezones.

Nerón ya estaba rozando el orgasmo y traté de advertir a Reny pero fue muy tarde: la última estocada que me dio me llenó de placer e inmediatamente su esperma me empezaba a inundar el culo al tiempo que el nudo se le iba formando dentro.

Al instante sentí como Nerón me abotonaba, estirando mi culo a niveles que jamás había experimentado y mientras gruñía dejó fluir todo el semen que me tenía reservado en un fuerte orgasmo. Yo me moría de deseo al sentir esos chorros calientes llenar poco a poco mi dolorido culo, pero a la vez sentía que su miembro y sobre todo el enorme nudo me estaban matando. Mientras esperaba a que mi amante terminara de inseminarme soportaba el dolor como podía, hasta que Nerón se bajó de mí y quedábamos cola con cola. El dolor del abotonamiento me estaba haciendo doler casi hasta llorar, y fue entonces cuando Reny inmediatamente se levantó y nos ayudó a separarnos empleando su vasta experiencia en el tema. Enseguida logró que el poderoso animal me liberara y al apartarlo vino a mi lado y me abrazó, preguntándome si estaba bien. Le dije que si y mientras me ayudaba a levantarme nos besamos suavemente. La mucama se ocupó del animal y nosotras volvimos a la casa, a sacarnos la ropa para echarla a lavar y descansar un poco de la agitada y placentera tarde que pasamos.

Tarde que, por supuesto y conociendo a Reny, volveríamos a repetir...