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La necesidad de Rex

en Zoofilia

L A N E C E S I D A D D E R E X

Durante esos días estaba viendo a mi querido Rex muy caído y ya me estaba preocupando demasiado. No tenía mucho ánimo de jugar, algunas veces no comía y se lo veía un poco desganado. Lo llevé al veterinario para descartar que tuviera algún problema de salud que efectivamente no tenía, pero el que nos atendió tampoco supo decirme por qué estaba así, hasta que caminando con él por la calle me di cuenta de cuál podría ser el motivo de su estado. Todos los demás perros podían disfrutar de la primavera y satisfacer sus necesidades de forma natural, pero mi pobre Rex estaba muy solo y no toleraba a ningún otro animal a su alrededor. Sin querer me di cuenta de lo sola que también yo estaba y de lo triste que me sentía por mi mascota, por el que haría hasta lo imposible.

Volvimos a casa enseguida y yo estaba decidida a hacer algo por Rex a cualquier precio. En cuanto le quité le correa me fui a mi habitación y me quité toda la ropa, quedándome solo en bombacha y corpiño. Descalza caminé hasta abrir la puerta y llamé a Rex a mi cuarto, y al verlo entrar creo que algo debió haber intuido porque se me acercaba despacio, jadeando y con su miembro totalmente húmedo y erecto. Al verlo así y que no pudiera hacer nada para obedecer a la Naturaleza me dio muchísima pena, pero me hizo arder porque eso estaba a punto de terminar ahí mismo. O más bien dicho, de empezar... Sin más demora me senté en la cama y lo hice subir a mi lado, permitiéndole que me lamiera las piernas al tiempo que yo agarraba su pene por primera vez y lo excitaba suavemente. Al avanzar hacia la pelvis sintió mi aroma natural de mujer y busco mi entrepierna con el hocico, olfateándome como queriendo morder mi carnosa vulva sobre la bombacha, que por esos momentos ya tenía por demás de mojada. Esto pareció enardecer sobre manera a Rex, que ya parecía como desesperado por querer probar mi sabor. Me saqué el corpiño, luego deslicé un par de dedos debajo de la bombacha y tras metérmelos placenteramente en la vagina los saqué empapados de ese flujo que mi perro tanto deseaba, para untarme los pezones con él.

Disfrutaba como nunca de la nariz de Rex presionando mis zonas privadas sobre la bombacha mojada mientras notaba como los pezones se me paraban y se endurecían como piedras al tacto húmedo del flujo en mis dedos. Enseguida se babeó sobre mis generosos pechos y empezó a lamerlos ávidamente, pasando la lengua por toda la aureola, mordisqueando la protuberancia carnosa de mis pezones... y yo le apretaba el hocico contra mi pecho para hacerlo mamar. La sensación que me producía que me masticara los pezones me hizo jadear de la lujuria que me provocaba, dejándome la entrepierna hecha un mar de flujo, lo que me llevo a sacarme rápidamente la bombacha y recostarme hacia atrás con las piernas obscenamente abiertas para él.

Ni lerdo ni perezoso puso la cabeza entre mis piernas casi cuando terminaba de separarlas, sin siquiera darme tiempo de acomodarme.

Me lamió la vulva de la manera más furiosa y salvaje que jamás me hicieron, sin descanso y sin perderse ni una gota de mis jugos, que perecían encender su fuego sexual cada vez más. Entre los nervios de esa situación hasta ahora nunca vivida y un placer que aumentaba con cada lamida de mi mascota, alcancé a separar mis labios vaginales ofreciéndole las carnes más dulces y rosadas de mi sexo, y el manantial de miel que de ahí brotaba.

La primera lamida me hizo arrancar unos gemidos de placer que fueron seguidos por no pocos más a medida que Rex no dejaba nada de mi entrepierna sin lamer, pero definitivamente me hizo gritar de gusto por primera vez cuando metió su lengua en mi interior y lo repitió una y otra vez. Me estaba enloqueciendo a cada segundo que pasaba hasta que sin poder resistirme más lo aparte suavemente de mi para ponerme en cuatro patas, con las piernas un poco separadas.

Había llegado el momento de entregarle mi cuerpo, y con la vagina así de abierta y húmeda ya me sentía preparada para hacerme servir, quedando así en la posición adecuada para él y completamente expuesta para recibirlo plenamente.

Ahora estaba como fuera de control y me rondaba con las claras intenciones de un macho que busca a una hembra, con su pito descomunal por completo descubierto, rojo, duro y goteando sus jugos animales, mientras yo estaba prácticamente en llamas y rogaba silenciosamente que viniera a reclamarme como suya y me deflorara en ese mismísimo instante.

Instintivamente me di unas palmadas en la nalga, indicándole así que ya estaba lista para dejarme someter. Rex entendió lo que yo quería e inmediatamente se me subió encima; afirmándose bien a mi pelvis con sus patas me montó y unos segundos después empezaba a menearse.

A pesar de ser un animal de considerable tamaño no parecía poder llegar a mí con facilidad, pero en cuestión de segundos se acomodó a la altura justa de mi vagina mientras empujaba en el aire repetidas veces, hasta que al fin me penetró fuertemente y de un envión que me hizo largar un chillido.

En cuanto su falo animal sintió el primer contacto con mi sexo se desató su salvajismo y aprisionándome aún más con sus patas delanteras arremetió sin piedad contra mí, cada vez con más fuerza hasta que logró enterrar todo su miembro en mis entrañas.

Así poseída como me tenía me hacía sentir toda su virilidad y su instinto animal por medio de unos empujones fortísimos que violaban brutalmente y sin compasión mi más íntima feminidad, arrancándome toda clase de gritos y gemidos de placer.

Me sentí totalmente desbocada; tenía el pulso aceleradísimo y el corazón me martillaba en el pecho que parecía que fuera salírseme en cualquier momento, mientras disfrutaba como una puerca de los tremendos embates de mi mascota, que entre gruñidos y jadeos parecía decirme lo bien que la estaba pasando.

Ser montada por un perro así de grande era lo más espectacular que había vivido hasta el momento y el coito parecía no tener fin; durante el cual mi querido Rex me faenaba de la forma más violenta y placentera del mundo y yo me transformaba en su perra obediente, dejándome someter sumisamente para que se desahogara en mi cuerpo.

El pito de Rex estaba haciendo estragos en mi vagina, colmándola de placer mientras la sentía ampliamente abierta y estirada, llena con toda esa carne animal e incandescente que la hacía dilatarse y contraerse rítmicamente a medida que él entraba en mi una y otra vez, dejándome casi inconciente del placer.

Continuaba sodomizándome sin descanso y yo me relamía de placer con los ojos entrecerrados, pidiéndole más y más como si fuera humano o de verdad pudiera entenderme, cuando sentí como su miembro crecía rápidamente, ocupando toda mi cavidad y un poco más con un enorme nudo.

Enseguida todo su órgano explotó en mi interior y mi vagina se fundió con su falo canino en un orgasmo de lo más intenso para ambos, durante el cuál mi amado Rex me inseminó abundantemente con pequeñas pero rápidas contracciones que expulsaban copiosamente un gran caudal de esperma, finalmente liberado.

El placer más dulce de mi vida fue sentir a Rex plantar su semilla en mí, eyacular tantas veces en mis entrañas logrando así conquistar mi vientre, dejándome preñada.

Sentía la vagina llena a reventar de su enorme miembro y de todo lo que había inyectado en ella, y dando sus últimos empujones dejó de montarme y dio la vuelta, quedándonos "espalda con espalda", o como comúnmente se dice, "abotonados".

El tremendo nudo que se había formado en su pito dentro de mí hacía bastante difícil y un poco dolorosa una separación inmediata como Rex quería, pero yo sí quería quedarme así con él un momento más. Fuertemente abotonados, todavía poseída por él, lo que ese nudo había hecho en realidad era habernos terminado de unir de la manera más íntima; ya no como dueña y mascota sino como algo mucho mejor... ahora pasábamos a ser pareja, o como ambos lo veríamos de ahí en más: macho y hembra, el perro... y su perra. Ahora él era mi dueño, mi amo y señor, y yo era su perra, su hembra por siempre dispuesta a satisfacerlo carnalmente cada vez que él viniera a reclamarme.

Ese abotonamiento que Rex me había prodigado como broche de oro de tan fantástico servicio estaba paulatinamente decayendo hasta que finalmente nos separamos, y en cuanto retiró su falo canino de mi adolorida y enrojecida vagina sentí como una cierta cantidad de semen me mojaba la entrepierna, cayéndome por los muslos hasta llegar a la sábana. Por suerte, la mayor parte descansaba felizmente en mi vientre.

Caí rendida en la cama presa del cansancio y del placer, pero Rex no parecía ni siquiera agitado y ya empezaba a olisquear mi sexo otra vez, lo cual me hizo sonreír. Al ver que yo no le correspondía (de momento) se echó junto a mí, mientras yo repasaba lo recién vivido y la nueva relación que ahora teníamos. Rex ya no estaba triste, estaba rebosando alegría y energía como nunca antes, y en cuanto a mí, bueno... estaba más que feliz por él y por lo que habíamos comenzado juntos.