miprimita.com

Gang Bang canino (2)

en Zoofilia

G A N G B A N G C A N I N O I I

(La hembra esclava de la jauría)

A tan sólo un par de semanas de haber concretado mi sueño dorado entregándome a cuatro perros en celo volví a sentir la necesidad de repetirlo y dediqué manos a la obra a pensar en cómo hacerlo. Había vuelto a cruzarme en varias ocasiones con mi vecina y aunque reiteré mi oferta de "cuidarle" a sus perros si de nuevo no tuviera con quien dejarlos parecía que de momento no volvían a darse situaciones como aquella.

Tenía que resolver este problema enseguida y asegurarme de que más adelante no se vuelva a repetir; empezaba a creer que tener varios perros mas en casa era ya algo de primera necesidad. Y ahora que mi amo se mostraba muy amistoso con otros perros y le tomó el gustito a compartirme, lo creía más necesario aún.

Como todas las tardes decidí cambiarme y salir a correr para mantenerme en forma cosa que hacia por salud pero también para despejar la mente por un rato y como siempre, cada vez que pasaba por delante de ese galpón abandonado salía un perro a ladrarme al verme correr, todos los días lo mismo. Esa tarde al verlo salir a ladrarme y seguirme unos metros decidí pararme a ver que hacía. Se me quedó mirando y ladraba moviendo la cola, lo que daba la impresión de que no era peligroso. Me le acerqué y al tenderle la mano se mostró cariñoso, por lo que después de unos minutos me di media vuelta para seguir corriendo, pero al hacerlo me volvió a ladrar como si nada. Lo enfrenté nuevamente y vi que ahora estaba a unos metros de mi, ladrando y moviendo la cola, así que fui caminando con él a ver que le pasaba. Caminando ligero me metí en ese galpón desolado y lleno de hierros retorcidos y cosas viejas, explorándolo hasta la mitad con él, cuando para mi sorpresa aparecieron de entre las cosas otros tres perros más. Al ver que uno de ellos estaba conmigo los demás se acercaron a olfatearme y en segundos sus hocicos se enloquecieron al olerme el culo y la entrepierna a través de la calza. Llevaba una calza larga de la cintura a los tobillos de color gris clarito y rosa que usaba siempre sin bombacha y por demás calzada y bien metida en la entrepierna y la cola, lo que me marcaba perfectamente la redondez de las nalgas y la abundante carnosidad de la vulva.

Me encanta mostrar el culo de esa manera y que los tipos me miren, pero más me gusta apretarme bien la calza en la entrepierna porque soy muy conchuda y adoro sentir las miradas de todos en mi sexo.

A veces hasta trato de excitarme de alguna manera para que se me note bien el botoncito y así provocar más miradas, tanto de ellos como de ellas.

Enseguida sentí una nariz empujarme el culo desde abajo y otra justo presionándome la papita, justo entre los labios, lo que me hizo erectar los pezones y mojarme la instante del impulso lujurioso que me dio. Al sentir mis jugos fluir a través de la calza se pusieron más frenéticos y cerrando los ojos me hicieron apretarme los pechos y jugar con mis pezones, hasta que se me empezaron a subir por las piernas repetidas veces, jadeando y gimiendo. Entonces entendí que ya formaba parte de la jauría, que ahora era la hembra del grupo y que el momento de unirnos había llegado.

Abrí los ojos y comprobé con nervios que me rondaban con la lengua afuera y sus pitos erectos y tan brillantes como colorados preparados para copular, por lo que me senté sobre una pila de maderas y me saqué la remera quedándome en corpiño, luego las zapatillas y finalmente la calza, ya toda empapada como mi entrepierna.

Dejé mi ropa a un costado y mientras ellos movían la cola me dispuse a abrirme de piernas para dejarles el paso libre a mi carnosa, empapada y generosa concha.

Apenas lo hice separé mis labios vaginales para ofrecerles mi rosado y jugoso sexo, y la larga lengua de uno de ellos lo lamió todo a lo largo, lengüetada a lengüetada, a la que pronto se sumaron otras lamiéndome toda la vulva y volviéndome loca de placer.

Gemía sin parar y cada vez que lo hacía ellos parecían lamer más aún, hasta que ciega de lujuria llevé las manos a mi vagina y metiéndome los dedos índice y mayor de cada mano estiré con fuerza hacia los costados y les abrí mi agujero de mujer lo más grande que pude.

El lugar estaba casi en penumbras salvo por un charco de luz que entraba por una rendija en el techo, y que mostraba el lugar donde estaba obscenamente abierta de piernas para cuatro perros que bebían con ganas del manantial que brotaba de mi vagina.

La lengua de uno de ellos se me metió cuán larga era y al lamerme por dentro en unos minutos me hizo llegar a un primer orgasmo fortísimo y muy placentero, pero que aún no bastaba para apagar el fuego que sentía por dentro.

Los perros estaban ya muy inquietos y calientes y yo no daba más de las ganas así que incite a uno de ellos a que se me subiera encima entre las piernas y me poseyera en el acto, pero luego de varios intentos no hubo caso.

Pensé en la tradicional posición y disponiendo una tela vieja en el suelo me puse en cuatro patas sobre ella para dejarme someter entregándome a la jauría.

Ahora que ya estaba lista para ellos me di unas palmadas en las nalgas y tras sentir unas poderosas patas apoderarse de mi cintura uno de los perros me atravesó violentamente la vagina con su pito y fui perfectamente montada, dando comienzo así al primer servicio.

Se notaba que eran perros de la calle y que tenían mucha práctica al hacerlo, y al entrar en mi lo probaron con creces tomándome por detrás como a una vulgar perra obligándome a ceder a su voluntad y dominándome para la copulación.

Yo por mi parte hice lo que me correspondía como hembra y acepté mi rol con total sumisión y obediencia como todas las perras.

Era un perro de buen tamaño, bien dotado y que me estaba cogiendo intensamente a buen ritmo entre gruñidos y jadeos, disfrutando de mi cuerpo.

Me mantuvo así muy agradablemente varios minutos sin interrupción mientras su enorme bola iba tomando forma dentro de mi vagina, creciendo a cada segundo hasta ocupar casi toda mi cavidad y asegurarme que nada me salvaría de lo inminente.

Yo lo sentía crecer y apretarse contra las paredes de mi sexo al punto de tensarse al máximo al tiempo que cada envión del animal me clavaba su pito más y más adentro hasta llegar y presionar el mismísimo fondo de mi concha.

Ahora estaba con el corazón latiendo fuera de control, jadeando y gimiendo extasiada de la oleada de placer que me recorría, deseando como nunca que me preñara ahí mismo.

Me aferraba fuertemente a la tela gritando a voz en cuello que me cogiera más hasta hacerme acabar, ya pudiendo sentir su cuerpo tenso y tembloroso sobre el mío mientras su pito me destrozaba la vagina de tanto entrar y salir.

Con un gruñido extraño el nudo llegó a su máximo ya provocándome puntadas y al terminar de endurecerse su pito explotó dentro de mí liberando cortos pero ardientes y chorros de semen espeso, uno tras otro con segundos de diferencia que fueron ansiosamente recibidos por mi vientre sediento de esperma.

Al sentir su esperma bañar mi interior me deshice de placer y sin poder contenerme más grité como una marrana en un orgasmo brutal como pocos sentí en mi vida.

Aún sin dejar de bombearme la inseminación fue abundante y placentera y aunque sus inyecciones de semen empezaron a decaer hasta parar; seguíamos abotonados pero ahora inmóviles; yo en cuatro patas y él encorvado sobre mi con todo su sexo dentro del mío. Reposamos unidos de esa forma unos minutos viendo como los demás perros daban vueltas alrededor de nosotros esperando su turno conmigo y cuando el nudo aflojó un poco nos separamos (y yo con una sonrisa).

Tras haberme sacado su pito se bajó de mi espalda y se alejó lentamente dando paso a otro perro ansioso de aplacar su instinto en mí mientras yo volvía a mi posición y me preguntaba quién sería el próximo.

Miraba como se me acercaban hasta que uno de los tres se me puso detrás y una vez montada me penetró duramente, haciéndome largar un grito y dejándome con los ojos muy abiertos tras lo que enseguida empezó a faenarme con mucha vehemencia.

Ya sensibilizada por el tremendo servicio anterior, sus continuas entradas me hacían gemirlas a todas y cada una de ellas y los demás perros intentaban subírseme por los hombros al no poder aguantarse las ganas, y al estar moviéndose de aquí para allá me era imposible retenerlos para mamarles la verga.

De todas formas me hubiera resultado muy difícil ya que este macho bombeaba muy potentemente y sus embestidas me hacían arder de placer hasta olvidarme de todo lo demás. Su comportamiento me decía que gozaba plenamente de mi cuerpo y yo estaba más que satisfecha de ser cogida tan despiadadamente, pero lo que más me gustaba era ser la perra del grupo para recibir un macho tras otro y que fecundaran mi vientre con su semen.

El coito seguía intensamente y sus enviones no decaían en absoluto, haciendo que cada minuto que pasaba fuera un poco más de placer para ambos mientras la verga del perro entraba y salía sin problemas de mi cueva, chapoteando en el abundante esperma que esta retenía.

Empezaba a agitarse a y gruñir en señal de que ya me estaba aprisionando por dentro con su nudo y pronto pude comprobar que en efecto así era.

Disfrutaba del servicio como loca al advertir que pasados unos minutos el nudo ya me tenía prisionera y en segundos aceleró el ritmo.

Ahora bombeaba desesperadamente ya a punto de acabar y con una enorme bola en la base del pito ya ocupaba por completo mi sexo, a punto de entrar en clímax.

Con la lengua afuera colgando sobre mi hombro sentía el calor de sus jadeos en la mejilla al tiempo que me daba su estocada final, hincándomela muy profundamente y enseguida me inseminó.

Un largo chorro de leche caliente invadió mi ya viciada feminidad, que sentía el falo del animal dar pequeños empujoncitos, y entonces llegó otro chorro igual, y tras unos segundos el último fueron sólo algunas gotas.

A pesar de no tener más esperma que darme su pito seguía clavado en mí y dando esos empujoncitos, como si aún le quedara más por eyacular.

Se ve que el pobre, al igual que sus compañeros hacía mucho que no servían a una hembra y sus testículos estaban llenos a más no poder, pero por fortuna para ellos yo llegué para aliviarlos. Y dos de ellos ya lo habían hecho muy satisfactoriamente.

Se bajó de mi espalda y quedamos cola con cola, dulcemente abotonados, y mientras estábamos así pensé en aprovechar el momento e intenté ver si lo que le había enseñado a Rex sería también entendido por estos otros perros.

Sabía que el nudo iba a tardar un poco en decaer, así que probé de darme unas palmadas en el hombro, a ver si alguno entendía lo que quería y me montaba por delante.

Al parecer la prueba dio resultado porque uno de los dos perros que quedaban a nuestro lado se me acercó al trote y poniéndome las patas delanteras en los hombros fue meneando su miembro mientras se me acercaba con claras intenciones. Yo bajé un poco la cabeza para facilitar el encuentro y al acercarlo con la mano mi boca encontró enseguida su rojo y duro pito.

Lo engullí con ansias y al contacto con mi lengua el animal empezó a moverse a medida que yo se la chupaba, todavía abotonada por mi segundo macho.

En unos segundos éste dio un fuerte tirón y me liberó, dejándome libre para quien quisiera. Sin perder tiempo aproveché la calentura de este perro y tras darle un par de mamadas más lo hice bajar para que diera la vuelta y me tomara por detrás.

Rápidamente lo hizo y al tener mis caderas a su disposición y el camino libre a mi vagina dio un salto y enseguida me montó.

El placer que le dio haberme metido el pito en la boca y las caricias de mis labios y lengua le hicieron entrarme sin demoras, tras lo que empezó a bombear fieramente, agarrándome fuerte de la cintura y enterrándome el pito cada vez más adentro.

Cuando ya me tuvo ensartada a su gusto se dedicó a faenarme disfrutando de cada entrada como si fuera la última, fuertes y profundas pero sorprendentemente rápido, que yo también gozaba al tiempo que sentía como el semen que ya contenía se rebalsaba por mis muslos con el movimiento.

El sonoro chapoteo de ese pito entrando y saliendo frenéticamente de mi cueva colmada de esperma me hacía arder como una brasa y mientras el perro me cogía yo sonreía porque pronto me inocularían más semen.

Disfrutó un buen rato de mi cuerpo, metiendo y sacando su pito de mi concha abierta y mojándolo con toda la leche que sus compañeros me habían inyectado primero, y yo me sentía como una reina teniendo conmigo a varios machos con ganas de someterme y emporcarme, a quienes poder ofrecerles mi vientre para su semilla.

El clímax por fin llego y el nudo se fue haciendo sentir lentamente hasta tomar una dimensión bastante grande y dolorosa que terminó por taponar mi vagina momentos antes de la eyaculación.

Y entonces, ya entre gemidos de dolor y deseos de pasión, le grité que me cogiera bien fuerte y me llenara de leche. Sin siquiera dejarme terminar de decir nada sentí su verga temblar hasta reventar en una explosión de semen que poco a poco y en varios chorritos fue entrando en mi cuerpo hasta fecundar nuevamente mi vientre y desbordar mi sexo.

De mi vagina ahora caían cantidades más grandes de leche canina mientras el bombeo seguía y el perro me inseminaba con más esperma aún del que mi conchita de perrita podía retener. En eso estaba yo recibiendo agradecida toda su semilla hasta que lo vi bajarse de mi espalda y al primer tirón sentí otra vez el grueso nudo que me taponaba la concha desde dentro, impidiendo así la perdida de más esperma.

Empecé a tocarme y a darme un poco de placer extra yo misma todavía abotonada con toda la verga adentro y disfrutando de la marcada redondez de mi pancita, producto de las sucesivas eyaculaciones en mi interior.

Aunque no estaba alcanzando un orgasmo todavía estaba loca de placer y no podía creer la manera en que yo misma me apretaba las tetas y la lujuria me hizo desear un par de bocas en ellas. Recurrí a mi vieja táctica y tras recoger un poco de mis propios jugos de hembra me los unté en los pezones hasta dejarlos bien duros; me levanté un poco con mis brazos y luego de sostenerme de unas maderas que tenía delante esperé por dos bocas hambrientas, dejando mis tetas colgar listas para el amamantamiento.

Al parecer el cansancio no fue obstáculo para ellos: enseguida los dos perros que ya me habían servido se me acercaron por ambos lados buscando furiosamente mis senos y entre los dos se las arreglaron para prenderse a mis pezones en segundos.

El nudo de mi amante todavía no cedía pero los otros dos lamieron con ganas hasta hacerme despuntar los pezones y mamaron de ellos con la voracidad de un cachorro pero con la pasión de un adulto.

Y eso fue lo que me los hizo crecer hasta dejarlos como piedras, y luego de las lamidas las mamadas se mezclaron con mordidas, que sumado a la tremenda verga que tenia anudada dentro y a mi vagina reventando de esperma terminó de enloquecerme y quise tener a los cuatro perros conmigo.

El cuarto y último perro que me pretendía ya me rondaba pero por desgracia los objetos que tenía delante de mi no permitían que se me subiera de frente, por lo que debía esperar a que mi tercer amante se separara de mi, cosa que no tardó mucho en suceder.

En unos segundos más su último intento dio resultado y con cierto trabajo logro abrirme la concha lo suficiente como para sacarme la verga con nudo y todo, derramando semen a raudales y dejando el camino libre para aquel que todavía me esperaba.

Yo estaba rendida del cansancio, pero él ya se me acercaba por detrás con toda su energía y venía al trote con el pito duro y listo.

Conmigo todavía en posición la visión de mi vagina abierta, ultrajada repetidas veces y todavía vomitando semen fue toda una invitación al placer, y viendo que dos de sus compañeros mamaban de mis enrojecidas tetas lo escuché gemir como enloquecido mientras venía por mí.

Yo lo esperaba ansiosa y obediente como buena perrita sometida por la jauría, completamente entregada y lista para el cuarto servicio cuando lo sentí subirse a mi por detrás y aferrarse a mi cintura, al tiempo que podía adivinar sus meneos acercarse a mi cueva de placer.

Bastó sólo un pequeño contacto entre su pito y mi vulvita para que me lo clavara hasta el fondo y sin compasión, metiéndolo bruscamente y empezando un bombeo tan rápido como violento que me hizo gritar. Y escucharme gritar lo puso todavía más frenético, como si hubiera sido una señal de que a esta perra le gustaba que la monten de esa manera, y me sujetó aún más de la cintura para hincármela más y más profundo.

Yo seguía gritando con cada centímetro de verga que me entraba de esa forma; ya me dolía de recibirla así una y otra vez, como encarnándoseme en el fondo de la conchita cada vez que me la metía y al parecer los otros dos perros también se enloquecieron con mis gritos porque las mordidas en los pezones se hicieron cada vez más frecuentes.

Entre gritos y gemidos empecé a sentir el gozo de una cuarta y última cogida brutal al tiempo que las bocas en mis pechos añadían el placer de la succión y un poco de dolor al morder, la combinación perfecta.

Mi cuarto amante ya había apoyado su cuerpo sobre mi espalda y poniendo su cabeza sobre mi hombro se acomodó para montarme mejor, cosa que le daba extremo placer y me lo demostraba al ver como jadeaba con la lengua afuera al bombearme.

Ya mientras lo hacía su nudo se volvía cada vez más grande, dificultándole el meneo y taponando mi vagina hasta que empezó a pegarse a sus paredes interiores.

Empezó a gemir ya entrando en clímax y yo me sonreía porque sabía que el momento final se aproximaba y lo deseaba más que nunca, con su pito apenas meneándose dentro de mi y sus testículos golpeteando mi entrepierna.

Me agarré de la tela sobre la que estábamos con toda la fuerza que pude y con los ojos cerrados sonreí mientras esperaba callada el momento culminante del coito, animándolo secretamente con todas mis fuerzas a que me acabara adentro y me dejara servida por cuarta vez. Mis ruegos se hicieron escuchar y en cuestión de segundos le dio un orgasmo fortísimo que le hizo enterrármela en una estocada final muy profunda que me hizo temblar y enseguida sentí su leche correr dentro de mi.

Con los ojos como platos y dando un largo suspiro mi conchita recibió todo ese torrente de esperma caliente y fresco, chorro tras chorro a medida que los iba eyaculando dentro de mi y se mezclaban con toda la enorme cantidad que sus amigos dejaron en mi vientre, ahora fecundo por toda la jauría.

Luego de unas pocas eyaculaciones más con las últimas gotas y ya con los testículos vacíos se bajó de mi y una vez más quedamos cola con cola, abotonados muy tirantemente pero llenos de gusto y por mi parte, sin apuros por separarnos.

Me encanta disfrutar del abotonamiento acariciándome la pronunciada pancita mientras todavía siento la verga adentro, apretada y pulsando luego del servicio.

Apenas un par de minutos pude estar así porque en un par de intentos el animal se liberó y desgraciadamente nos separamos, tras lo cual un gran chorro de semen cayo de mi vagina a la tela sobre la que estábamos, también bajando por mis muslos.

Habiéndose alejado los otros dos perros y con los pezones enrojecidos y sensibles de tanto mamar y morder, me di vuelta y sin dejar de estar en cuatro patas me incline a lamer todo el semen caído para no desaprovecharlo.

Mientras lo hacía los cuatro perros me rodearon moviendo la cola muy contentos, y yo seguía lamiendo a riesgo de que alguno me montara de nuevo para otro servicio que no se si resistiría, o que apareciera alguna persona me descubriera teniendo relaciones con los perros, pero de todas formas quería tragarme toda esa leche que mi vagina no pudo contener y así lo hice.

Al terminar me puse de pie y me vestí lo más a prisa que pude, corpiño, remera, calza y zapatillas, y me apresuré a retomar mi camino a casa pero caminando ya que no podía arriesgarme a trotar o correr en ese estado.

Al llegar a casa me desnudé y me pare frente al espejo a ver el resultado de aquellas horas de lujuria y evidenciaba una linda redondez en la pancita. Sonreí al imaginarme preñada por cuatro perros y así me sentía: felizmente embarazada. Mientras lo hacía sentí algo bajar dentro de mí y sabiendo lo que era no me quise perder el espectáculo: puse el sillón frente al espejo, me senté y me abrí de piernas con la vista fija en la concha. Empecé a masturbarme tocándome los pechos y pensando en esos cuatro perros y en un segundo acabé viendo en el espejo como de mi concha brotaba una catarata de semen.

Y esto sería lo que me impulsaría a otra aventura más, a entregarme a una jauría otra vez. Sentada en el sillón y con las manos en el vientre, ya pensaba donde sería próxima...