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El reencuentro (4)

en Fantasías Eróticas

El reencuentro (Parte 4 Más sorpresas)

 

Llegamos a la habitación 23, nuestra "cámara de la suerte" casi corriendo. Habíamos decidido no salir a almorzar fuera y dada la cantidad de sandwiches que la abuela había preparado y la escasa oportunidad de comer que tuvimos la pasada noche, todavía unos cuantos quedaban en el tupperware. La mención "a tomarnos una cola" nos había despertado el morbo y se hacía evidente nuestro apuro y por qué no decirlo, nuestro apetito...Pero para mi asombro aunque ya estábamos quitándonos las ropas y casi a mil, mi padre me arrastró a la cama que ya estaba cambiada y limpia nuevamente, pidiéndome unos instantes para conversar.

-¿Te acuerdas de mi prima Isabel?- inició mi padre su plática provocándome un no sé qué de temor- La hija de Margarita y Francisco, el primo de la abuela, me refiero a esa Isabel.

-No, para nada- respondí intrigado y lleno de celos por lo que se suponía se estaba avecinando- he visto fotos de ella en casa de los abuelos, pero creo que no la he conocido.

-Probablemente- mi padre sonreía divertido- eras muy chiquito cuando ella emigró a Australia. Es más, fue quien me entusiasmó para que fuera cuando tu mamá y yo nos separamos. Se casó con un médico canadiense, Roger, y tienen tres muchachos más o menos de tu edad el mayor.

-¿Y?- ya no disimulaba mi impaciencia y mi bronca contra la primita de mi padre, que me imaginaba en mi cabeza como su amante- ¡no me digas que es tu querida en Sidney!

-En absoluto, chiquito- me acarició con ternura- soy, aunque no lo creas después de todo esto, un hombre serio y respetable. Es una gran amiga y muy feliz con su marido. Y me ha hecho, en realidad nos ha hecho un gran favor. Como yo deseaba liquidar todos mis asuntos allá y no llamar la atención en ningún momento, fue a cobrar por mí un billete de lotería que resultó premiado.

-Pero, ¿cómo fuiste capaz de guardar ese secreto tan bien? Porque ni siquiera los abuelos me hicieron el menor comentario- dije con un poco más de calma.

-Tampoco ellos saben nada, Andrés. Creí que era mejor que primero lo supieras tú ya que eres mi único heredero. Y esperé a conocerte mejor. Saber cómo pensabas, tus proyectos, la clase de muchacho que eras. Porque se trata de mucho dinero...

-Con razón ni te inmutaste cuando Bosetti dio un precio de locos por el hotel- repuse- ¿Es realmente mucho? ¿Harás en seguida las reformas que planeaste?

-Si, es bastante, mi rey- dijo observándome los ojos detenidamente porque yo me había encaramado sobre él de frente, sentándome en el cojín mullido de su vientre, con su verga a medio crecer alojada entre mis cachetes- podemos hacer las reformas, comprar un campo como era mi proyecto anterior, un auto para que vayas y vengas a Montevideo a tu antojo...en fin. Hay incluso para que los abuelos no pasen ninguna apretura hasta el fin de sus días. Con los descuentos fiscales eran veintitrés millones. Ahora hay algo menos porque los cambié en dólares americanos y he hecho algunos gastos, pero es bastante.

Yo no daba crédito a la noticia: mi padre hablaba de un toco de dólares como si se tratase de centavos, con una tranquilidad pasmosa.Y de nuevo el número de la suerte se presentaba impensadamente...

-Yo viajé via Buenos Aires para abrir una cuenta corriente allá y hacer algunos negocios. Y al otro día de llegar a Montevideo hice lo mismo en el Banco de la República. La otra noticia es que en ambos bancos, en las dos márgenes del río hay un cofre a tu nombre con reservas que ningún gobierno de turno puede confiscar- siguió serio y distendido- y quiero que en lo posible no las toques porque mientras yo viva no te faltará nada ya que trabajaremos juntos como socios.

Me faltaban las palabras y estaba medio atontado: era un joven muy rico y lo ignoraba hasta ese mismo instante.

-Vivirás siempre, papi, verás- atiné a responder- yo te devolveré cada aliento de vida que me diste con mi propia vida- y ya te pedí que no atrajeras ondas negativas. Después de todo, no es el dinero lo que me hace feliz o rico, sino la posibilidad de estar a tu lado y trabajar juntos. Y esto –coloqué mi mano derecha en el canal donde su pija estaba cómodamente instalada en posición de descanso pero dando señales de alborozado inicio de combate- que desde que lo conocí me colma aunque nunca lo hubiese imaginado.

-¿Qué harás respecto a tu novia, Andrés?- preguntó mi padre- Yo quisiera que llevaras una vida normal, tener nietos, en fin...

- Quiero mucho a Paula, papi- repuse con seriedad- pero descubrí que no es la vida que deseo llevar. Sólo puedo retomar ese camino si tú rechazas mi cercanía.

-Eso nunca, hijo, no se trata de mi decisión sino de la tuya- dijo mi padre- yo tengo las cosas absolutamente claras luego de haber terminado un análisis de largos quince años. Pero quisiera que lo pensaras seriamente, sin la presión de mi cercanía para tomar un camino del que luego no tengas que arrepentirte.

-Mi decisión está tomada ya, no tengo otro anhelo que acompañarte hasta donde tú vayas- sonreí animándole- te dije que mi vida está a tu lado y contigo, no necesito nada más para sentirme bien. Ni siquiera el contenido misterioso de esos cofres bancarios al abrigo de corralitos y corralones.

Su abrazo fue el más exquisito de los premios a mi sincero discurso. Me hundí en su pecho alborozado sintiendo el olor de su piel y humedecí con la punta apenas de la lengua sus rosadas tetillas, erectas y firmes como en un día de frío. Mientras sus manos recorrían mi espalda, sentía como se desbocaba su caballo entre mis nalgas, de qué manera audaz su glande se hinchaba en busca de abrigo y unas gotas impacientes me untaban el agujero del culo presagiando la lluvia venidera que yo ansiaba con total desespero. Tomé un poco de saliva de su boca que uní a la mía e irguiéndome apenas la trasladé a mi centro, hundiendo un dedo para facilitar la introducción inminente. El mismo dedo ubicó la rosada cabeza en el portal que se adelantó en un único envión causándome un breve escalofrío. Descendí suavemente y mi ano, como un guante perfecto, se ajustó en torno de su verga hasta que la sentí toda dentro, lista para comenzar el vaivén adecuado al juego de la pasión.

-Mmmm- suspiró mi padre con una sonrisa amplia que me contagió- mira cómo me cabalga mi chiquito, con qué fruición y pericia la traga ese culito que hasta ayer estaba desentrenado...Así, así, ah, qué delicia!

-Húndete todo, papito- le dije con voz entrecortada por el placentero dolor que estaba proporcionando en mi ano el terrible aparato de mi padre- quiero que me llenes de leche, quiero que tus huevos queden bien sequitos dentro de mí, acá tienes otro cofrecito para llenar, pero de tu lechita caliente y espesa que me pone loco y feliz. Hazme tu hembra, mi rey, cógeme con furia, por cada minuto, hora, día, mes y año que estuviste lejos de tu bebé...Ah, ah, así, más, más duro...

Mi vocabulario soez era una novedad incluso para mí. Siempre había sido un muchacho tímido, bastante pacato a la hora de hacer el amor. Mi experiencia en ese sentido era bastante limitada: a los quince o dieciséis había "debutado" en un prostíbulo de la calle Ejido con una prostituta morocha llamada Laura, que me había iniciado tiernamente en la ruta del placer. Luego con una compañera de bachillerato y finalmente con mi novia, Paula. Pero nunca había experimentado, mientras hacía el amor silenciosamente, otra manifestación de gusto que no fuese el gemido o el aviso de venirme. Y nunca antes había tenido una experiencia con alguien de mi mismo sexo. De modo que hacerlo con mi padre resultó para mi todo un descubrimiento de mis propias aptitudes para gozar. Creo que el hecho de saber que estaba cometiendo un acto tan connotadamente perverso para los cánones de la sociedad era el responsable de mi apertura. Mi padre me observaba gozar y a mi vez yo a él en una situación especular, nos decíamos cosas que nunca imaginé escuchar pero que me transportaban irremediablemente a los umbrales del paraíso. Pensé entonces, como sigo pensando ahora, que yo había nacido para eso, para descubrir el sexo y el erotismo bajo la cuidadosa supervisión de mi padre, cuyo magisterio iba desplazándose paulatinamente de él a mi. Mi verga descargó fuertemente sobre su vientre y pecho mientras sentía dentro de mí la andanada caliente de mi viejo. Quiso retirarse y no lo dejé: descubrí mi absoluta necesidad de sentir siempre su disminución de tamaño en mi interior, que pudiese salirse sola al quedar fláccida, mojada con sus propios jugos. Esa prolongación del placer que duraba sus buenos minutos era como una compensación extra a su anterior ausencia...Una vez fuera, me atrajo hasta su cara rebosante de felicidad para limpiar con su lengua primero, y después con su boca, todos los restos que quedaran adosados en mi falo. El movimiento tierno de succión que ejercía su labor me hizo endurecer nuevamente, y así, hinchada y húmeda, volteándose, la dirigió a su ojete introduciéndola con el cuidado amoroso que solo usa quien ama además de desear intensamente.

Nos dimos una buena ducha para refrescarnos después y dimos cuenta de un par de emparedados cada uno.

-Oye- dijo de pronto desde la habitación mientras yo me aplicaba desodorante en el baño- nos hemos quedado sin colas.

Lancé una divertida carcajada ante el juego de palabras.

-No sé tú- dije desde el dintel de la puerta del baño- a mí me pareció que estaban buenísimas las que gustamos. Pero podemos ir hasta un almacén o supermercado y hacer provisión. Hasta podemos darles algún que otro buen uso, ¿no dice la propaganda que "todo va mejor con Coca-Cola"?